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Sentado sobre el asiento
de un automóvil ajeno,
contemplo a través
del parabrisas
la mañana
que va creciendo
poco a poco.

El sol ya empieza
a mostrar la fortaleza
de sus cálidos rayos,
las negras aguas del río
siguen corriendo,
los niños continúan
retozando en sus orillas.

Y yo aquí, convertido
en el mudo espectador
de una hermosa mañana,
la contemplo como
si yo fuera de otra dimensión,
como si para mí
no brillara el sol,
como si para mí
no corrieran
las negras aguas del río,
como si mi ser ignorase
lo que es la
inocente alegría de un niño.

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