Regresé a Cambridge después de unas excesivamente largas vacaciones, no solo de las clases de la universidad, de las cuales casi que no quisiera tener vacaciones, sino también de escribir en este blog. Naturalmente, no me puedo quejar. Haber conocido ciudades como Mumbai, Los Ángeles o Calcuta y haber visitado de nuevo Tucson o Nueva York ha sido un lujo. Pero tampoco puedo negar que soy increíblemente feliz de haber regresado a mi lugar en Cambridge o, como me gusta llamarle, a mi estación, el lugar donde todo está organizado para que solo venga yo y, como si estuviéramos en Evangelion, me conecte al ángel. Eso sí, al llegar tenía que arreglar mi cuarto y considerando lo ordenado que soy, esa tarea se prolongó por 2 días. Entre todo ese trabajo, en lugar de poner música, se me ocurrió poner algún video en youtube y encontré uno de una conferencia que dio Alfredo Bryce en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada, a comienzos de los 90. Eran 2 horas enteras así que me puse a escucharlas. Como saben los que conocen a Bryce, escucharlo hablar es casi tan bueno como leerlo; es en mi opinión el mejor contador de historias que existe, es una de esas habilidades que solo algunos tienen de manera innata y que para el resto es difícil de aprender. Ahí habló sobre el humor en su obra, también sobre su insularidad con respecto a los escritores del boom, sobre el cariño con el que hablan los peruanos en comparación con el tono duro de los madrileños y sobre los singulares personajes de su oligárquica familia. Y se pasó las 2 horas de esa manera, haciendo disfrutar con sus anécdotas a los dos panelistas, al público en las gradas y al público en youtube. Me acordé con ese video de esa época en la que leía y no podía parar de leer a Bryce y disfrutaba y celebraba todo lo que escribía, y me identificaba con sus mas calamitosas historias de amor. Era el tiempo en que había ido a pasar un tiempo a Europa y clichémente sentía que debía leer a esos autores icónicos que habían tomado también un viaje así, y además con beca, de los cuales Bryce es el que me cautivó más. Esa forma de escribir espontánea y con un gran toque de humor, que, sin embargo, no está escrita al azar, porque él pone mucha dedicación en estructurar sus líneas de manera que dé la impresión de que estás leyendo directamente de la cabeza del personaje. Esas historias de alguien que había viajado tan idealistamente a Europa, pero que no era un fanático de la revolución latinoamericana del Che Guevara. Esa forma de reírse de sus propias fallidas historias de amor que mostraban que lo bonito está en el solo hecho de enamorarse. Nunca leí libros con tanta atención e incluso haciéndoles notas al margen. Por esos momentos es que se me hace completamente inconcebible que alguien se haya atrevido a denunciarlo por plagio y a sugerir su falta de originalidad en un par de artículos periodísticos sin importancia, cuando solo hace falta leer sus novelas o escucharlo a él mismo para saber que 5 líneas de su personaje tienen más originalidad que la vida entera de sus denunciantes y que posiblemente en un mundo paralelo más justo el Nobel lo ha recibido él antes que Mario. Después de terminar el video me puse a escuchar algunas entrevistas que le habían hecho periodistas peruanos y al final de una de ellas que disfruté tanto pensé en dejar un comentario al video, así que cogí la computadora y bajé con el mouse a la parte inferior y me di con la sorpresa de que ya había un comentario con mi nombre en el video. A la derecha de mi nombre decía “hace 5 años”.
Pd. Seguidamente y resignadamente fui a buscar en cuál de las 72 bibliotecas de la universidad había libros de literatura en español. En algún momento inocentemente dudé que los hubiera. Luego encontré el sótano C, ala oeste de la biblioteca Widener y me dejé llevar por la vida. Hace algunos años estaba en la feria del libro en Lima con mi papá y encontré una edición hermosa de las obras completas de Borges, en tres tomos con una fotografía de su juventud, de su adultez y de su vejez en el lomo de cada tomo. Le pregunté a mi papá si me las podía comprar. Él se puso a pensar quizás en que él ni sus antepasados habían gastado nunca tal cantidad de dinero en libros, ni siquiera tratándose de libros de derecho. O quizás simplemente no pensó en nada. Lo cierto es que me dijo un “mmmm mejor no” y se rió y yo que lo conozco bien ni insistí y me reí también. De algún modo extremamente indirecto hoy mi papá me pone aquellos tomos en el escritorio. Y a Borges y a la literatura le dediqué la última semana de mis vacaciones.