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Los primeros días, salvo algún malentendido geográfico, fue bien la conversación. Aprovechando la novedad se pasó a usar un ordenador. Con el esfuerzo total por vencer la timidez creció esa conversación y se prolongó al camino a casa. Se convirtió en una pelea constante por romper el hielo, sin romper el orgullo. Se empezaron a espiar los electrónicos. Se perdieron las esperanzas en algún momento, se dejó de responder. Pero se volvió un día a hablar, y bien, cucharita por cucharita hasta llenar una piscina. Se intentó repetir el llenado, y la repetición no perjudicó, sino consolidó. Se acaba el tiempo. Queda un poco por bailar.