Cuando pasamos corriendo al lado de Le Plomb du Cantal, observo al vuelo un plato delicioso: pato. Recuerdo que ya es mediodía y que no estaría nada mal comer un mejor plato que el brioche que tomamos de desayuno. ¡Qué rico es el brioche! Desperté con una llamada del amigo de mi papá. Por más de que acomodé la voz para sonar como en el ajetreo del día, inevitablemente me recriminó por estar dios mío reaccionando a la vida recién a las once de la mañana. En todo caso, la llamada fue simplemente para acordar comer pato mañana, muchas gracias. Se me ocurre que quizás sea uno de esos patos en salsa glaseada como el que está servido en este plato que observo ahora. Pero ¡camina Pato! no hay tiempo para pensar en eso:¡La Fanciulla del West! La presentación comenzará en unos veinte o treinta minutos. Es solo la línea ocho con dirección a Créteil, unas tres o cuatro paradas hasta Bastille. En el tren nos miro en el reflejo de la ventana con esta ropa formal, pienso que no se ve nada mal, nada mal, por supuesto tú te ves fascinante, me da curiosidad pensar en cómo te verás cuando coloques detrás de tu oreja esa pluma negra que compraste en el Palais Garnier. En Bastille, como siempre, salimos a la superficie desorientados, siempre tú más que yo, y buscamos con ansias el edificio. Dónde, dónde. Está al otro lado del monumento. Cruzamos toda la plaza hasta estar delante del edificio, no hay gente entrando, solo algunos señores sabatinos sentados en las escalinatas. Buscamos una entrada o la boletería pero no hay ni uno ni otro. Vemos pasar a un joven con un violín en su estuche y decidimos seguirlo. Da la vuelta hacia la Rue de Lyon y entra por una puerta lateral. El joven debe haber venido para algún ensayo cualquiera, no es ahí la presentación. Ya ha comenzado hace 5 minutos. Me doy por vencido. Creo que no será hoy que escuchemos a Puccini. Rendidos nos miramos y pensamos el desastre que hacemos al despertar a estas horas. Decidimos hacer lo que mejor hacemos: ir a comer algo. Yo propongo ir al Léon de Bruxelles de la Place de la République, me gusta el pato, pero prefiero mil novecientos ochenta y nueve veces las moules-frites. Te parece perfecto porque tú además quieres ir a buscar esas Prada en el Grand Optical de la plaza y obligarme a comprar esos Tom Ford que nos gustaron tanto. Sin nada más que hacer y consumidos por el consumismo, vamos para allá. Vamos con todo el tiempo del mundo, caminamos y descaminamos, conversando y descrifrando: ¿Cuál diablos es el origen del éxito de Ukhu Pacha? Nos desviamos un poco, para quizás pasar unos momentos por el Canal Saint Martin y lanzar unas piedritas, esas que guardas en tu cartera para estos propósitos desde el pasado sábado que vimos la película. Pero a mitad de camino del canal nos detengo unos momentos a descansar por favor a la sombra de los árboles, tal vez debamos buscar una estación después de todo, la vida ya no está para estos trotes. ¿De dónde sacas tú fuerzas para caminar como si nada? Levanto la cabeza para buscar alguna M y no veo ninguna. Solo veo un café llamativo, en un edificio de tres pisos con más colores que los usuales. Está en la esquina del Boulevard Voltaire y el pasaje Saint-Pierre Amelot. No logro ver el nombre detrás de los árboles. Dos segundos después ya he olvidado la existencia de ese local mientras me tomas de la mano para seguir caminando, ocioso!
Un Café de Colores
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