Nosotras no creemos en el rock presente, solo en el rock pasado, y pesado. Y cuando nos invitan a una fiesta por nuestro tamaño la capucha llega hasta nuestra mismísima nariz, es una suerte de impertinencia al vestirse y telón que oculta el espectaculito. Le tememos a los músculos, a los dedos y naturalmente a los matamoscas, especialmente a los matamoscas con tantos dólares en los bolsillos, no, más bien a los matamoscas que tienen un parlante donde debería ir la boca. Mira mi bufanda, mira estas botas y este abrigo, alguien todavía cree que somos de carne y hueso? Es el problema de usar demasiado la mente, eeeeso genera un comezón interno, que requiere de una varita para colocarla en un recipiente. Otro punto importante: el cabello desordenado. Pasar todo el día volando no le permite a uno mantener esa línea perfecta, más aún cuando hay momentos, créeme, en que nos entra una desesperación brutal, que nos sacudimos, levantamos los brazos y saltamos suicidas desde el sofá en que estábamos en posición de yoga. Finalmente, está la intranquilidad, no poder estar contento con un solo objeto, los compro todos! Y la plata y la vida nos quedan cortos, nunca nunca he durado más de cinco minutos en la mitad del camino. Es nuestra lógica interna al fin y al cabo. Y, con todo, el mundo nos escoge y tú me escoges a mí. Ya maduro, ya con millas y estaciones encima, incluso con frases repetidas porque el primero en llegar es el que tuvo todo el idioma a su disposición. Así tan débil tú me escoges. Y yo escondo mi pancarta de “vive la France”.
La Revolución de las Moscas Muertas
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