¿Qué tiene aquella esquina que en el olvido deberá quedar? No lo sabemos. ¿Qué puede haber sido ese saludo que como sutil debió darse? No lo sé yo. Acaso las pizcas de remordimiento y de pasado quedaron tras bambalinas, y las apagaron las directoras de lo ya dictaminado. Solo sé que las repeticiones de lugares se ven afortunadamente flotar. Es a veces una rémora, muchas veces un cobijo, pero siempre un universo, la circunstancia de la pequeñez. Yo le atribuyo unos dos saludos por hora dentro de este infiernillo. Incluso si uno se pone a no pensar, se percibe de él un sonido propio, un sabor propio. Eso sí, necesitas unas buenas botas, porque, recuerda, sea un pastor alemán despedazado o un río de lluvia sobre el empedrado, tienes que pisar hacia adelante.
Hemos procurado, debo agregar, ejercitar los músculos de la parte superior de tu cuerpo. Eso tiene naturalmente una repercusión que viene a contramano de lo que significan estos días. Te es imposible voltear el cuello hacia la derecha. La conexión entre tu hombro izquierdo y tu cuello está completamente enfriada. De eso no hay nada que hacer. No hay donde esconder, atar o aniquilar el dolor. Lo único que se sabe es que se aminora con una cobertura de lana tras una frotación con ungüento de hoja de coca.