Jury Duty

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Hoy al volver a mi casa en Cambridge he encontrado un sobre con un mensaje importante: el Commonwealth de Massachusetts me ha convocado a servir como jurado en la corte. No había recibido ninguna información al respecto en el correo electrónico o en internet. Tampoco había visto este sobre pues he estado de viaje en viaje en el último mes. En mi mente el correo físico no es algo que se deba revisar seguido, nada importante debería llegar por ahí que no haya sido avisado por correo electrónico, internet o whatsapp. Así piensa alguien de mi generación, pero aparentemente así no piensa el Estado de Massachusetts. Me convocan para ser jurado de primera instancia el día 20 de enero a las 8 am. en la Corte Superior del condado de Middlesex, es decir, en cinco días. Me asignan una insignia con un número y un pin con el que debo responder por correo físico o por la web en un plazo de cinco días. Esto lo primero que me genera es entusiasmo. No habría nada en que lo pasaría más en grande que yendo a entrevistarme con un juez y luego sentándome en un panel a escuchar las alegaciones de un juicio. Me pregunto si es lo que sentiría cualquier persona. El derecho – y cómo este se produce – es una de las cosas que más me apasiona estudiar y tratar de entender. Entonces ser un partícipe en un juicio, especialmente en el formato oralizado que tiene Estados Unidos, sería para mí una experiencia etnográfica, una observación participante al cuadrado. Tal vez para cualquier persona también sería emocionante. ¿Quién no ha visto una película en la que un abogado trata de persuadir a un jurado? “12 Hombres en Pugna” y “Mentiroso, Mentiroso” son las que se me vienen a la mente. Llegado el día lo difícil sería concentrarse en el caso más que en la circunstancia. Naturalmente también está en mi cabeza la pregunta de cómo es que han enviado esta carta a mí. Están ahí en el sobre mi nombre completo y mi dirección correcta; sin embargo, yo no soy un ciudadano estadounidense. Eso sí, tengo un número de seguro social y, pues, vivo en esta misma ciudad (y este mismo barrio) ya por casi cuatro años. Aunque sin entender mucho cómo funciona, pago mis impuestos federales y estatales por los ingresos que recibo de Harvard. Quizás la lógica de esto es que uno busca ser ciudadano americano por los beneficios que da esa condición, pero la labor de jurado es en realidad un deber, una imposición, quizás hasta una molestia para muchos, es un jury duty. Pero molestia para mí no es, la multa de 2000 dólares “upon conviction” no sería mi motivación, sino la aventura de esta experiencia judicial inmersiva. Ya revisando dentro del sobre veo que hay un formulario de respuesta, una cartilla de instrucciones y un pequeño manual del jurado. Te recuerdan la responsabilidad cívica que esto implica, la regla de que tu centro de trabajo no puede dejar de pagarte por la ausencia, un mapa de cómo llegar, entre otros detalles logísticos. Mi mente se fue a cómo tiene que uno vestirse para la ocasión; hace años que dejé de usar traje, pero tal vez esta situación lo ameritaría. En su cartilla de instrucciones tienen una respuesta a mi duda: “Los jurados evalúan temas serios de gran importancia para las partes, y la vestimenta y actitud de ellos debería reflejar el entendimiento de la naturaleza seria de los casos. Aunque una vestimenta formal no es requerida, debe vestirse respetuosamente en un atuendo limpio y prolijo adecuado para la corte”. La idea de un jurado es algo muy familiar para cualquiera y más para un abogado, pero nunca había pensado en todos los detalles logísticos y procedimentales que ahora están detallados en las hojas que tengo delante de mí en el escritorio. Mi revisión de los papeles finalmente llega a las razones que debe uno notificar para ser excusado de la obligación de ser jurado. La primera de ellas: no ser un ciudadano americano. Extranjeros, aún con visa o social security, no participan en esto. Era esperable obviamente, pero fue divertido mientras me duró la duda. Lo hubiera tratado de hacer lo mejor posible y lo hubiera hecho de muy buena gana. Sin ser perfecto ni mucho menos, lo bien que puede funcionar este sistema basado en el azar me hace pensar en algunas de las alicaídas instituciones cívicas de Perú. Lo extremadamente democráctico del azar es la razón por la que hace años vengo hablando de la idea (no inventada por mí, sino por Borges) de que los representantes al parlamento en el Perú no se elijan por votos sino por una lotería (ver link). Si la lotería te asigna ser un parlamentario, lo haces lo mejor posible por el periodo que te toca y luego regresas a seguir con tu vida. Esta es la sensación de deber cívico y curiosidad que creo que puede funcionar mucho mejor que la idea defendida por politólogos de tener políticos profesionales o un sistema de partidos políticos. Si queremos representatividad, pues encarguémosla al azar y al deber cívico.

 

 

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