Opus Lamont

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La biblioteca Lamont tiene tres niveles de espacios de trabajo, tal vez un piso adicional arriba, al que nunca he ido, y un laboratorio de multimedia en el sótano. Creo que también tiene conexiones subterráneas con las bibliotecas Pusey y Widener pero no necesitamos toda esa información ahora. Y tiene un nombre bonito. Cuando recién llegué a la universidad solía ir a trabajar al primer piso. Es básicamente un café con unos ventanales enormes que dan hacia los senderos peatonales de Harvard Yard, el campus principal de la universidad. Ves gente estudiando, algunas personas conversando. Es relativamente callado pero lejos del silencio sepulcral que tienen algunos lugares como la biblioteca Widener y la biblioteca de Derecho. Hace unos meses empecé a ir a trabajar al segundo piso, especialmente durante las tardes. Ahí la gente debe hacer silencio, pero se permiten las conversaciones en susurros, sotto voce. El ambiente es lindo porque, además de los anaqueles – hay uno sobre Perú en las ciencias sociales y humanidades – y las estaciones de trabajo, hay un balcón que da hacia el interior del primer nivel. No es un espacio que suela llenarse de gente, salvo tal vez en época de exámenes finales, así que ahí uno estudia casi a solas. Es también alfombrado, no sé por qué pero eso ayuda; imagino que es por las pisadas. Al tercer piso – el piso de estudio silencioso – iba en pocas ocasiones y solamente a la sala Farnsworth, la sala de historietas, misterios, ciencia ficción y literatura. Me gusta que tiene una diferente sensación que el resto de bibliotecas, creo que eso se lo dan los lomos de los mangas e historietas, casi como una Sala de los Requerimientos. También solía ir a esa sala para tomar los libros de Lonely Planet antes de algún viaje. Hace unas semanas estaba almorzando en el comedor de los estudiantes de phd con un amigo del departamento de historia cuando me encontré con dos amigas del departamento de literatura. Almorzamos juntos los cuatro. Recuerdo haber pensado en esa conversación lo parecido de las dos disciplinas. En lugar de tratar de predecir o modificar el futuro como intentan en la economía, las ciencias políticas, el derecho o el urbanismo, la historia y la literatura se dedican de lleno al pasado, a los textos del pasado. No creo que haya dicho nada de esto en ese momento. Una idea demasiado densa para un almuerzo al paso en día de semana. Creo que solo hablamos de clases y seminarios, todos quieren llevar algún curso con Mariano Siskind. Luego de almorzar salimos caminando con las dos amigas y les pregunté para dónde iban. Me dijeron que a comprar un café en Gato Rojo, la cafetería del edificio, y luego se iban a estudiar a la biblioteca Lamont. Me preguntaron si quería ir con ellas. Les dije que no podía, tenía clase de Portugués, sí, a esa hora, una y media de la tarde. Una de ellas me dijo, pues ven igual después de tu clase. Yo le pregunté a qué parte de la biblioteca iban. Me dijo que al tercer piso. Lo primero que pensé fue que solían ir a la sala Farnsworth. Al preguntarle, me dijo que no, que ahí hacía mucho frío, que iba normalmente al fondo del tercer piso, hacia las ventanas. Yo no sabía que hubiera ventanas hacia el fondo, pero le dije que perfecto, que nos veíamos ahí al terminar mi clase. Desde entonces voy siempre al tercer piso de Lamont. Voy algunos días por semana, a las mesas del fondo, normalmente al caer la noche – lo que en New England desde noviembre significa a eso de las cuatro y treinta de la tarde. Cada que voy, me siento en uno de los escritorios del fondo, cada uno tiene un foco de luz y un perchero en la pared para el saco, creo que ese perchero es el que marca la diferencia. Cuando veo por la ventana está ya todo oscuro, casi todo negro, se ven algunas luces, como de decoración navideña de un árbol, tal vez alguno que otro foco de alumbrado y, con cierta atención, se pueden ver algunos perfiles de edificios a lo lejos. Boston está en esa dirección. Estando dentro del Harvard Yard, me imagino que lo que se ve son unos edificios bajos de oficinas y algunos jardines, todos ellos vecinos por la parte posterior de la biblioteca Lamont. El paisaje típicamente universitario del campus y del famoso Harvard Yard, edificios rodeados de jardines. Pero algo pasó. Hace unos pocos días tuve no sé qué cambio en mi horario acostumbrado, creo que una clase cancelada, así que fui a Lamont más temprano de lo habitual. Subí al tercer piso y al sentarme en uno de los escritorios del fondo, siendo todavía de día, pude ver qué era lo que realmente está afuera de la ventana. Es la calle. Lamont está casi exactamente en la esquina de Harvard Yard, es decir, no está dentro del campus, no tiene más oficinas o edificios universitarios atrás, tampoco un jardín, no está lejos de la ciudad. Hacia afuera de la ventana está el cruce de la calle Quincy, la calle Harvard y la avenida Massachusetts. Desde la ventana se ve el letrero del restaurante Hong Kong y se ven los cachivaches que tienen en su techo. A esa hora hasta se llegan a escuchar bocinas y a veces una sirena de ambulancia. Le quitó casi automáticamente el encanto a este tercer piso, era como estar en un edificio más de la ciudad y no en una torre aislada dentro del idílico complejo del campus. Todo esto me molestó un poco, pero decidí seguir viniendo. Vengo solo al caer la noche y dejo que mi mente automáticamente se imagine estar donde había estado en un comienzo. 

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