Al mes siguiente de terminar de estudiar Derecho empecé a estudiar Economía. Hay muchas explicaciones que me doy a mí mismo sobre esa decisión, siendo una de las más plausibles la inercia de continuar estudiando y trabajando, como había estado haciendo hasta entonces. Pero no escribo ahora sobre los resultados de ese proyecto sino sobre aquellos a quienes conocí a través de esa experiencia. La gran mayoría de los compañeros era alumnos menores que yo por 4 o 5 años, lo cual inmediatamente me generó cierta desconfianza. Tuve que incluso regresar a Estudios Generales Letras para completar los cursos de Estadística, Microeconomía, Macroeconomía y los tres de Matemática para Economistas. Sin embargo, aun con mi lentitud tradicional para estos temas, fui haciendo varios amigos – tres en especial – que traían sus propias historias complejas y que inmediatamente desvanecieron cualquier diferencia de edades o experiencias que hubiera podido parecer atemorizante. El grupo de whatsapp de los 4 tuvo muchos nombres a través del tiempo. El último que tuvo, cuando parecía que los años 90 se nos venían de nuevo encima en el 2016, fue el de “ECONOMÍA Fujimorista”.
Yo conocí a los del grupo a través de Toño. Un día muy temprano en la mañana, antes de las clases que comenzaban a las 8, estaba en uno de esos cuartitos mínimos al frente de la Católica donde un ex profesor dictaba sus asesorías de matemáticas. Seguramente estábamos en la semana de una práctica calificada de Matemática para Economistas 2 o 3 y probablemente no habíamos llegado a entender cómo diablos interpretar la matriz hessiana orlada o algo del estilo. Esa vez fue la primera vez que hablé con Toño, que había ido a la misma asesoría. De entrada congeniamos muy bien al saber que él también estudiaba y trabajaba (algo no tan común en Economía, como lo es en Derecho). Recuerdo que al menos un par de veces lo fui a buscar en su trabajo en La Guay en Avenida Bolívar para recoger o entregarle un cuaderno prestado, de camino a mi propio trabajo que estaba en el cercano San Borja.
La economía en el Siglo XXI, para bien o para mal (más para mal que para bien, yo diría), ha adoptado las matemáticas y, en particular, el cálculo diferencial como su lenguaje oficial. Por eso, eran horas de horas las que nos pasábamos resolviendo o intentando resolver los ejercicios de las prácticas frente a una de esas pizarras que cubren toda la pared en el sótano del CIA en la Católica. Creo que ya estando en la Facultad (de Ciencias Sociales), fue el curso de Matemática para Economistas 4 con Lugón que nos tenía en una tensión que no he vuelto a tener ni en mis momentos más intensos de trabajo o de maestría. Matemática para Economistas 4 debe ser uno de los cursos más biqueados en toda la universidad.
Justamente uno de esos ilustres biqueados era nuestro amigo Alex, el que, a pesar de ello, era claramente el más fino en su conocimiento de las matemáticas, uno de los mejores alumnos que yo conocí estudiando en la Católica. Creo que él era el único de los del grupo que estaba llevando los cursos y la carrera en la edad acostumbrada, y tal vez también por eso tenía más frescos y bien aprendidos los conceptos básicos de derivación, integrales, matrices, optimización y la creatividad que necesitas para resolver ejercicios. Recuerdo siempre un día en que, con mi punto de vista de casi un extranjero en los temas económicos, le estaba explicando una manera de dibujar en los ejes la dirección de los vectores que obteníamos del ejercicio, cuando volteó y me dijo: “mmm ta mejor no hagas eso on”.
Fue uno de esos episodios el de aquella vez en que para el final nos quedamos toda la tarde y noche estudiando en el CIA y que nos faltaba tiempo para terminar. Esos exámenes finales de matemática son de las experiencias que más me enorgullecen en mi vida universitaria porque de verdad tenía que exprimir esa parte de mi cerebro para sacar un 14. Un par de veces, después de dar el examen me iba directo al estacionamiento a dormir las horas que había perdido en los días previos. En esa ocasión, en algo que va contra mis principios, decidimos subir al carro de uno de nosotros e ir a una casa para seguir estudiando toda la noche previa al examen. Compramos creo que una pizza y nos sentamos en la sala a hacer más ejercicios. Creo que en cierto momento empezamos a hacer competencia para ver quién sacaba la respuesta más rápido. Evidentemente lo que se generaba en esos momentos era no solo una preparación para un examen final sino también un lazo de amistad extra especial.
La casa a la que fuimos aquella vez era la de Jhair, ese nuestro amigo experto en imitar a los profesores, en especial el famoso “ta’en, ta’en?” de Oscar Dancourt. El carro en el que fuimos esa vez también era el suyo. Recuerdo que era una Toyota RAV4 azul, que tenía en la punta de la antena las orejas de Minnie Mouse. Cuando le pregunté por ellas, me contó que estaban ahí por su hija. Creo que su pequeña tenía entonces unos 4 o 5 años. Él también era alguien que tenía mucho más que libros de cálculo y lapiceros en la mochila, pero que igual le daba todo de sí a descubrir qué jugada había puesto el profesor en la práctica calificada. Tal vez ese es el caso de la gran mayoría de personas en la universidad, no lo sé, la vida es compleja para todos, pero en todo caso yo no puedo más que hablar desde donde estoy, y desde aquí, son estos mis amigos de ese tiempo y sus historias, y el recuerdo que yo tengo de Toño, de Alex y de Jhair, que hoy ha partido.