En la entrevista de trabajo del trabajo que hasta ahora (creo que) tengo – de algún modo – llegué con Eduardo Barboza a un tema ligeramente impensable: la supervivencia de los libros. Le dije que mi opinión es que los libros nunca desaparecerían, me parece que le hice una referencia a la lectura del periódico por la mañana, tal vez le mencioné lo que significa el acto de pasar una página, ante lo cual Eduardo concordó, y me contrató. Ahí en el Estudio Echecopar me quedé siete años, esa es historia conocida, hasta que de algún modo terminé cambiando de domicilio de Avenida de la Floresta 497, piso 5 a este lugar llamado Gund Hall. En los meses que he pasado acá he conocido personas que realmente tienen zafado un tornillo, lo cual parece ser tan valioso como un Toefl mayor a 105 en una aplicación a la escuela. Yo, por lo general, pienso que tengo varios de esos como mis amigos, e incluso uno de ellos como uno de mis mejores amigos. Pienso en Harry, que mientras deja cargando en su laptop el video de su presentación del taller durante 2 días seguidos me lleva al ensayo de una banda improvisada de músicos de distintas escuelas donde él finamente toca los timbales o un huevito que hace sonidos. Pero luego, cuando crees que lo tienes todo controlado, y que como habitante cotidiano de Gund Hall ya has reducido tu capacidad de impresión a un nivel aceptable, llegas a uno de los lectures que hay en Piper Auditorium a las seis y media de la tarde uno que otro día y recibes de un porrazo una redefinición de lo que consideras la no convencionalidad. Eso fue esta presentación de Irma Boom en el lecture de hoy día, de la que te pido que escuches del minuto/segundo 58:49 al minuto/segundo 1:05:35, y quizás te animes con ello a escuchar la conferencia entera. Quisiera escribir aquí quién es Irma Boom, pero la verdad es que eso aún no lo he comprendido. Sé que enseña en Yale, aunque creo que ni eso es correcto, creo que viene de Yale. Hizo una presentación de unos libros. Podríamos decir que hizo un “book presentation”. Ha sido como darse cuenta de improviso que aquel autor de El Monstruoso Libro de los Monstruos tuvo que tener un encuadernador y un diseñador gráfico, o una persona que hiciera ambas tareas, que materialice el concepto de lo que sería su libro. A eso es a lo que aparentemente se dedica Irma Boom, a llevar al extremo la materialidad de un libro para que con muchas más herramientas que la mera imprenta un autor pueda transmitir ideas a través de un vehículo físico; en buena cuenta, a asegurarse de que, aunque el cd haya reemplazado el disquete, y los análogos hayan pasado a ser indesigners, poca duda debe caber acerca de la supervivencia de los libros.