A rastras subiendo cada escalón, sintiendo mi realidad rozar ese moho inmisericorde de tercer mundo y mala suerte. Golpeo con un puño cada que recuerdo los minutos previos y solo por una fuerza absurda sigo dando pasos hacia adelante, hacia arriba, hacia la luz superior. El aire que se siente al levantar mi cabeza es un motor pero a la vez un recuerdo de la civilización mortalmente alejada. El pensamiento del presente que siempre será presente, el desánimo de saber que estamos lejos del futuro y la complementaria seguridad de que ese futuro no podrá dejar de llegar. Me lleno de barro y de cansancio, encuentro justificación a la lentitud y quietud en saber que hoy es en vano llegar, es el sábado de los matrimonios y las celebraciones, no reciben mendigos de alegría, por más excedentes que dejen caer de sus bolsillos. Oh, Reina de Plomo, sentada desde antaño en tu trono de la palma de mi mano, tú me presentaste mi realidad y ellos, sombras de las seis de la tarde, se pusieron a desfilar en homenaje. Solo te veo como una líder bondadosa de manada, y al acercarme aún más con una atenta lupa, te veo, angelito, apoyar la marcha con un menudo batir de alas.
La Reina de Plomo
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