Finalmente se había dado. Y se había demostrado que todo funcionaba. Estaba feliz y orgulloso, satisfecho e ilusionado. Era todo completamente creíble y, en lo posible, completamente lógico. Sabía el costo de todo ello, lo mucho que perdía. Y sucedió aquello. De la forma más cruda e impactante. Tuve que despedirme de los suyos con palabras lentas. Le vi correr con seriedad por la venganza. Estábamos en el espacio detras de la casa-hacienda, donde comienza el camino de Belille. Con todo, conocí a esta nueva familia. Estaban los Pacheco, bien extranjeros ellos. Estaba algún detestable amigo de Álvaro. Oh perturbadora aparición, la que salió de este episodio, acá sentado, acá escribiendo, acá haciéndome pensar, porque cuando uno camina, no mira al horizonte, porque ahí hay muchas distracciones, en la turbulencia uno mira el suelo y su monotonía, así puede uno concentrarse mejor en algo más estático y pensar o quizás dejar de pensar, qué hiciste para ingresar desde tan lejos, y yo tratando de alejarte, obligado a hacerlo, yo mandándote a dar vuelta a esa manzana que ya no cabe en el pecho, caracoles, haber sabido de esto antes. Ni las imágenes, acaso su voz, en realidad su forma de moverse y su inutilidad para caminar. Ya no creo en nada y nada de tranquilidad creó ese intento de salir a caminar. Iré a buscarte, iré a buscarte, en esta o en la otra, pequeña esquiva. Me acerqué a uno de los Pacheco. Le conté del episodio de la persecución de la fiera, del sincontrol de ese momento y el abandono de la esperanza, de la salida que fue esa columna, de la habilidad repentina de escalar la roca, y de la trampa preparada en lo alto de la columna por él, ese atrapa hocicos que cogió por la nariz a esa fiera tiburón. Él quedó como héroe y todo eso se filmó, y el volvió a su quehacer de hablar sobre derecho tributario.
Sueño de Alberto Zegarra Villena
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