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No hay como el cantor. No hay como aquél que levanta la voz para el bien, para hacerse escuchar y complacer y apaciguar. Aquél que repite palabras hasta el aburrimiento personal, aquél de quien su ciencia son los tonos y sonidos, aquél que no tiene qué cargar y que tiene que averiguar qué hacer con sus brazos. Aquél que tiene que creer y vivir de los derechos de autor, en triste enfrentamiento con su arte. Aquél que alguno que otro día se pregunta por la artificialidad de los tonos, por la casualidad de las combinaciones, por lo convencional de los gustos musicales, por la posibilidad de la no existencia real de los sonidos, por la improvisación injusta y fundamentalmente por la comercialización arrancadignidades.