Llegó con su grupo de viaje a Acapulco. Se dieron una vuelta por Cuernavaca en el trayecto y olvidaron el confuso incidente de los canales de Xochimilco. Esa clase de elotes iban a quedar ya en la historia. Contra los rumores de la violencia, la ciudad ese día estuvo bulliciosa. Y soleada como lo había estado toda la semana. Así es que se dirigieron del hotel a la playa que estaba a unas pocas cuadras. En el camino un ambulante ofreció un reloj de pulsera dorado a las señoras. Mientras ellas prestaban atención, ella se sentó en la vereda y sacó su lapiz de labios. Empezó con los dibujos en la parte superior de sus brazos, ahí casi en sus hombros, donde tenía las cicatrices aquellas, trató de imaginar cómo se vería un tatuaje, y específicamente cómo sería un tatuaje de color rojo, pintó finalmente una flor venialmente deformada y al otro lado un corazón que mantenía una forma más reconocible. Se vio satisfecha con sus tatuajes. Aún así ocultó sus hombros con su chal porque solamente los descubriría, se dijo, cuando estuviera en la playa y quisiera tomar el sol. Y continúó el camino. Vio a una niña que le decía a su amigo que había encontrado una chapa dorada. Ella se fijó y vio que era una chapa de cerveza.
Gemma Paton en la Playa
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