Veo hacia la calle desde esta ventana, una chica de rasgos orientales bien enropada con la casaca más gruesa de la historia se abre paso en la nieve acumulada en la vereda, cruza el seto y camina hacia el edificio atravesando el estacionamiento, no sigue el sendero porque quiere dejar la huella de sus botas en el piso. A la altura de uno de los autos ahí estacionados se detiene, saca su mano enguantada de su bolsillo y con el índice dibuja en la ventana trasera del auto cubierto de nieve una cara triste. Arregla el detalle de la nariz, una nariz de payaso. Le da una última mirada a su obra y ríe solitaria antes de seguir el camino. En los últimos metros antes de llegar a la puerta de su edificio se detiene ante un montículo de nieve, se acomoda sus guantes que no son de cuero sino solamente de lana y siente el frío y la humedad al recoger una pequeña porción de nieve. Intenta hacer con ella una bola para lanzarla en dirección cualquiera. Pero la nieve no se domestica como ella había pensado. Este tipo de nieve no es dócil, quizás por la garúa de la mañana; cuando la lanza ésta se esparce en el aire como arena. Suficiente por hoy. Alcanza el umbral de la puerta del edificio y antes de entrar golpea sus botas contra la pared para sacudir los restos de nieve del camino. Ingresa al edificio con sentimientos encontrados. La pierdo de vista.
Empatía
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