Lo llevé cargado en brazos para evitar derrochar fuerzas en el sinuoso camino. Al llegar al lugar indicado en el mapa nos apartamos de la huella de los peregrinos y reparamos en esa antigua cueva, esa tan conocida cueva que se internaba con un leve descenso dentro de la montaña. Los ritos se practican ahí. Repeti sin mayor articulación todo lo que pensé sería de utilidad aunque solo el viento me escuchaba, este era el momento de inflar el pecho y proceder. Nos despedimos con mucho apuro y él solo pronunció “locomoción”, antes de descender por la cueva. Aguardé días ahí, acompañado nada mas de un Averroes, entablando conversación con cada caminante que llegaba a Judea para censarse. Y llegó el día. El pan ya escaseaba cuando finalmente salió de la cueva, saliste con tan gran disfraz que te cubría entero, tan pequeño en tan gran disfraz, tan ligero en tan pesado disfraz, qué pesado y enorme sombrero, y solo me dijiste “jo?”. Y solo sentí ternura.
Hijo de José
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