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Siempre habían sido calles de cemento, lluviosas y vacías, estandartes con ideogramas tan familiares y con un movimiento característico en sus gentes, como cuando se apuntan con el dedo a sí mismos, ese es el Japón que visité de niño, tenía algo misterioso, lo increíble es que se quedó muy impregnado en mí, como mi propia realidad, cuánto añoro una bola de arroz, qué propio es el comer con palitos. Ahora Japón llega una vez más, un gato nipón que me cuenta de él, y yo me pongo a pensar que la primera vez que comí con palitos fue a los 20 años y que los japoneses no hablan español, fueron traducidos, se llamaban animes y en japonés suenan mejor.