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Cuando esos dos se juntan me segregan. Son ambiguos. Se mueven o no se mueven. Duermen o no duermen. Pero en toda esa revuelta se miran a los ojos, y yo empiezo a salir, por los poros. Y apenas salgo me evaporo, y conquisto el aire. Me muevo con la increible velocidad del aire, del aroma, del olor a chocolate, a zócalo continental, a flor blanca de cuatro pétalos, me escurro en todo ello. Y los hipnotizo. Y cumplo mi trabajo: les provoco moverse como tortugas, pensar como tortugas, mirar como tortugas, y ellos no reparan en ello; piensan que pasó un minuto y, en realidad, yo ya les contabilicé, en mi reloj de muñeca, una sólida hora.