LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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LA UTOPIA ANDINA: del Taki Onqoy al Inkarri

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“El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las tradiciones más lejanas pero para encontrarlas hay que pensar desde el futuro…Perder el temor al futuro, renovar el estilo de pensar y de actuar…El socialismo es un desafío para la creatividad”.

Alberto Flores Galindo (1949-1990)

Víctor Condori
Historiador
Universidad Nacional de San Agustín
josevictorcc2000@yahoo.es

La Conquista española

La conquista del Tawantinsuyo fue realizada por los españoles gracias a la invalorable ayuda que recibieron de numerosos grupos étnicos o naciones, que se hallaban en 1532 forzadamente sometidos a la autoridad de los cuzqueños.

Un gran parte de dichas naciones (huancas, cañaris, chachapoyas, tallanes, etc.) llamados por los españoles “indios amigos”, se encontraban al momento de la conquista reducidos a una rígida política imperial y consideraban a los incas explotadores y tiranos. Razón por la cual, a la llegada de los extranjeros se aliaron con ellos a fin de derrotar a sus opresores y conseguir su anhelada libertad. Asimismo, siendo los españoles unos cuantos, fácilmente podrían dar luego cuenta de ellos.

Desgraciadamente, ellos no comprendieron que los 168 españoles de Cajamarca, solo representaban la “punta de un iceberg” hispano, que por miles arribarían posteriormente a nuestra región y no precisamente en son de paz sino para “ganar la tierra”, atraídos por aquel “dorado” real llamado Perú.

Finalizada la conquista, los españoles se convirtieron en dominadores y todos los demás indios -amigos o enemigos- serían ahora los dominados; y lo que fue peor, sobre ellos se aplicará la política del vencedor: encomiendas, mitas, reducciones y evangelización. Siendo los efectos inmediatos de esta verdaderamente apocalípticos: disminución de la población, desestructuración del mundo andino y sobreexplotación en niveles jamás imaginados. Un verdadero Pachacuti o sea, un trastorno del mundo.

El Taki Onqoy

Frente a esta dramática situación, entre 1560-1570 surgió la primera reacción indígena organizada, que se manifestó en un movimiento nativista de carácter religioso, denominado Taki Onqoy (enfermedad del baile). Dicho movimiento se originó en la región comprendida por las actuales regiones de Ayacucho y Apurimac, en ella los líderes predicaban a sus afligidos seguidores el abandono de los dioses cristianos y todas las costumbres españolas, como la única solución a sus desgracias y padecimientos. Sencillamente, por que las enfermedades y muertes, decían, eran un castigo de las antiguas y olvidadas divinidades andinas -llamadas huacas- por haber sido abandonadas y reemplazadas por el dios de los cristianos. Entonces, había que regresar a formas de vida anteriores a la llegada de los españoles, había que “retornar a las huacas”.

Lastimosamente, el primer movimiento de resistencia pacífica contra la opresión colonial, no tuvo el éxito deseado por sus líderes (un indio llamado Juan Chocne y sus acompañantes denominadas virgen María y María Magdalena) y fue violentamente reprimido por las autoridades eclesiásticas, en la primera campaña de las tristemente célebres “extirpaciones de idolatrías”. Al finalizar la misma, el juez visitador de idolatrías Cristóbal de Albornoz, enorgulleciéndose de su labor manifestaba haber procesado a “8,000 taquiongos.

No obstante su fatal desenlace, este movimiento había demostrado no solo la desesperada situación de la población indígena frente a la brutal explotación colonial, sino también que, para la mayoría de ellos, casi 30 años después de la conquista, los incas seguían siendo tan explotadores y tiranos como los españoles. Por ello buscaron “retornar a las huacas”, que eran las divinidades anteriores a la expansión de los incas, cuyo dios más importante fue el sol.

El Inkarri

Con el paso de los siglos, la radicalización de los sistemas de explotación colonial y la brusca caída demográfica, produjeron un cambio en la memoria colectiva de los vencidos. Frente a una ausencia de esperanza e ilusión tanto en el presente como en el futuro, se comenzó a idealizar el pasado incaico, como el arquetipo de igualdad, justicia y bienestar.

Desgraciadamente, este “mundo feliz” solo existía en la imaginación y el pasado, pues había sido destruido por los españoles e incluso, el último gobernante (Atahualpa) terminó “decapitado” en Cajamarca en julio de 1533. ¿Sería posible reestablecer nuevamente este “paraíso terrenal”? ¿Podría algún día el inca regresar? Eran preguntas que flotaban en medio de este océano de sufrimientos.

Pero no era una quimera, según las enseñanzas de los evangelizadores, ello era posible. En sus misas habían predicado que nuestro señor Jesucristo murió en la cruz, pero resucitó al tercer día, y no solo eso, cuando llegue el día del juicio final volverá, convertido en rey (Cristo Rey) a juzgar a los vivos y a los muertos, a castigar a los opresores y bendecir a los oprimidos.

Un mensaje tan esperanzador tuvo profundo efecto en la población indígena. Con el tiempo los preceptos y enseñanzas cristianas se fusionaron con los deseos colectivos. El resultado de tan curiosa simbiosis, fue el nacimiento del mito del Inkarri:

“El inca fue asesinado por los españoles, su cuerpo decapitado y
enterrado por separado yace bajo tierra; pero dentro de ella, las
partes están uniéndose a la cabeza y cuando llegue ese momento
el inca resucitará, también sus dioses y los indios volverán a
ocupar el lugar que merecen”

Así en la conciencia colectiva de los pobladores andinos del siglo XVIII, el reestablecimiento del Tawantinsuyo y el retorno del inca se convirtieron en hechos posibles; solo había que esperar la llegada de ese momento: el retorno del Inca Rey (Inkarri).*

Referencias Bibliográficas

Burga, Manuel. El Nacimiento de una Utopía. IAA. Lima 1988
Curatola, Marco. “Mito y milenarismo en los andes” Allpanchis X Cuzco 1977.
Flores Galindo, Alberto. Buscando un Inca. IAA Lima 1987.
Torre López, Arturo de la. Movimientos milenaristas y cultos de crisis en el Perú. PUCP
2004.

* Para el desaparecido historiador Alberto Flores Galindo (1949-1990), algunos levantamientos indígenas como los de Juan Santos Atahualpa en 1742 y Tupac Amaru II en 1780, tuvieron directa relación con este sentimiento o deseo colectivo, con esta Utopía Andina.
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Un viaje literario

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“Antes de los años 50, piense usted en las carencias de los primeros indigenistas y en los costumbristas, y tendrá usted la respuesta. Nosotros destacamos la intimidad del personaje, incluso del indio, buceamos en la psicología, y perseguimos un ritmo dramático, un contrapunto de temas, personajes, a fin de dinamizar las obras. Nada de símbolos rígidos. Todos se transfiguraban por la acción dramática. De los 30’s quedan Martín Adán y José Diez Canseco; luego, Alegría y Arguedas, y al fondo un maestro muerto y distante, Valdelomar. Justamente por esta ausencia de grandes maestros, tuvimos que tomar ejemplos de muchas literaturas en el mundo”.

“Cuando tuve entre mis manos el Ulises de Joyce, y me puse a leer sus 18 capítulos en 18 estilos diferentes, vi allí la magnitud del reto de la literatura”.

Carlos Eduardo Zavaleta
(Caraz, Ancash, 1928)

Viaje hacia una flor

Por Henry César Rivas Sucari
(henryrivas2001@yahoo.es)

Cuando lo vi por primera vez entrando a la clase con su maletín de cuero oscuro y sus lentes gruesos, pensé, ¿Él es Carlos Eduardo Zavaleta? , ¿Él es la leyenda viviente de la literatura?
Luego mientras intercambiaba miradas de sorpresa y curiosidad con mis compañeros de la Maestría en Literatura en San Marcos, pensé: qué suerte, iba a tener como profesor nada menos que a uno de los narradores más importantes desde la década del 50 a quien ahora teníamos frente a nosotros mientras él sacaba innumerables libros de su maletín y los colocaba sobre el pupitre, luego añadía a la mesa un termo rojo pequeño y de pronto comenzó a hablar.

De inmediato reconocí al narrador de Pueblo Azul, al elucubrador de historias y tramas, al citador de universos de lecturas apasionadas y conmovedoras. Uno puede establecer una marcada diferencia entre un profesor teórico y un escritor. El profesor teórico habla de los textos estéticos literarios como un objeto frío al que hay que desentrañar y tratar de relacionar con las distintas manifestaciones culturales; pero el disfrute, el goce, ese apasionamiento que nos puede despertar una lectura, que nos puede cambiar la vida o nuestra percepción del mundo, eso solo lo puede hacer un escritor, y si se convierte en nuestro maestro, entonces ninguna clase será igual, siempre aparecerá el hilo de una anécdota, la desmesura a la hora de la polémica y la sensación de que mas que una clase es una forma de compartir algo muy intenso y perdurable.

Carlos Eduardo Zavaleta ganó el Premio Nacional de Novela de la Universidad Nacional Federico Villarreal el año 2000, con la novela Viaje hacia una flor. La estructuración de esta novela presenta las mismas características que encontramos en sus anteriores novelas como El cínico o Los Ingar. Ángel Sandoval es un diplomático de carrera que ve la culminación de sus esfuerzos en el viaje que debe hacer a Inglaterra para asumir el cargo de embajador. Esta es la máxima coronación para un sujeto de clase media, la coronación no solo para él, sino también para toda su familia. Su esposa Teche y su hijo José Antonio han sido secuestrados justo al momento del viaje. Una especie de frustración vallejiana justo antes de la culminación de la carrera. El viaje hacia una flor será entonces una metáfora que nos representa el viaje de la búsqueda por la recuperación de la familia de parte de Ángel, primero a Villa Rica, un pueblecito del interior donde el matrimonio había sido muy feliz y luego por diversos lugares.

La metáfora también podría incluir al otro viaje, el que finalmente se realiza con éxito, el viaje de toda la familia recuperada hacia Inglaterra. Pero la multiplicidad de las historias y esos retrocesos manejados con una soltura técnica del relato que nos envuelven en el mundillo diplomático lleno de chismes y fiestas y confidencias de los panoramas internacionales, en distintas partes del mundo, sitúan a la novela como un cuadro multiexpresivo del trajinar del mundo diplomático internacional, donde se encuentran primero las conversaciones y entredichos para acercarse a la fragilidad de las democracias, especialmente latinoamericanas y el pasar de las dictaduras y sus métodos y enfrentamientos con las otras doctrinas de izquierda latinoamericanas.

Estos conflictos psicológicos, familiares que involucran la vida política peruana nos llevan a repasar gobiernos que van desde Bustamante, Velasco, García, etc. Nos dan una visión totalizadora del espacio y tiempos narrados.

El móvil narrador y el tipo de lenguaje hacen amena la lectura y las descripciones de los lugares nos acercan rápidamente a introducirnos en ese mundo ajeno para tantos, pero que se presenta en la novela como el sueño anhelado de una clase social peruana que no quiere sumirse en decadencia de la modernidad.

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Un viaje literario

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“Antes de los años 50, piense usted en las carencias de los primeros indigenistas y en los costumbristas, y tendrá usted la respuesta. Nosotros destacamos la intimidad del personaje, incluso del indio, buceamos en la psicología, y perseguimos un ritmo dramático, un contrapunto de temas, personajes, a fin de dinamizar las obras. Nada de símbolos rígidos. Todos se transfiguraban por la acción dramática. De los 30’s quedan Martín Adán y José Diez Canseco; luego, Alegría y Arguedas, y al fondo un maestro muerto y distante, Valdelomar. Justamente por esta ausencia de grandes maestros, tuvimos que tomar ejemplos de muchas literaturas en el mundo”.

“Cuando tuve entre mis manos el Ulises de Joyce, y me puse a leer sus 18 capítulos en 18 estilos diferentes, vi allí la magnitud del reto de la literatura”.

Carlos Eduardo Zavaleta
(Caraz, Ancash, 1928)

Viaje hacia una flor

Por Henry César Rivas Sucari
(henryrivas2001@yahoo.es)

Cuando lo vi por primera vez entrando a la clase con su maletín de cuero oscuro y sus lentes gruesos, pensé, ¿Él es Carlos Eduardo Zavaleta? , ¿Él es la leyenda viviente de la literatura?
Luego mientras intercambiaba miradas de sorpresa y curiosidad con mis compañeros de la Maestría en Literatura en San Marcos, pensé: qué suerte, iba a tener como profesor nada menos que a uno de los narradores más importantes desde la década del 50 a quien ahora teníamos frente a nosotros mientras él sacaba innumerables libros de su maletín y los colocaba sobre el pupitre, luego añadía a la mesa un termo rojo pequeño y de pronto comenzó a hablar.

De inmediato reconocí al narrador de Pueblo Azul, al elucubrador de historias y tramas, al citador de universos de lecturas apasionadas y conmovedoras. Uno puede establecer una marcada diferencia entre un profesor teórico y un escritor. El profesor teórico habla de los textos estéticos literarios como un objeto frío al que hay que desentrañar y tratar de relacionar con las distintas manifestaciones culturales; pero el disfrute, el goce, ese apasionamiento que nos puede despertar una lectura, que nos puede cambiar la vida o nuestra percepción del mundo, eso solo lo puede hacer un escritor, y si se convierte en nuestro maestro, entonces ninguna clase será igual, siempre aparecerá el hilo de una anécdota, la desmesura a la hora de la polémica y la sensación de que mas que una clase es una forma de compartir algo muy intenso y perdurable.

Carlos Eduardo Zavaleta ganó el Premio Nacional de Novela de la Universidad Nacional Federico Villarreal el año 2000, con la novela Viaje hacia una flor. La estructuración de esta novela presenta las mismas características que encontramos en sus anteriores novelas como El cínico o Los Ingar. Ángel Sandoval es un diplomático de carrera que ve la culminación de sus esfuerzos en el viaje que debe hacer a Inglaterra para asumir el cargo de embajador. Esta es la máxima coronación para un sujeto de clase media, la coronación no solo para él, sino también para toda su familia. Su esposa Teche y su hijo José Antonio han sido secuestrados justo al momento del viaje. Una especie de frustración vallejiana justo antes de la culminación de la carrera. El viaje hacia una flor será entonces una metáfora que nos representa el viaje de la búsqueda por la recuperación de la familia de parte de Ángel, primero a Villa Rica, un pueblecito del interior donde el matrimonio había sido muy feliz y luego por diversos lugares.

La metáfora también podría incluir al otro viaje, el que finalmente se realiza con éxito, el viaje de toda la familia recuperada hacia Inglaterra. Pero la multiplicidad de las historias y esos retrocesos manejados con una soltura técnica del relato que nos envuelven en el mundillo diplomático lleno de chismes y fiestas y confidencias de los panoramas internacionales, en distintas partes del mundo, sitúan a la novela como un cuadro multiexpresivo del trajinar del mundo diplomático internacional, donde se encuentran primero las conversaciones y entredichos para acercarse a la fragilidad de las democracias, especialmente latinoamericanas y el pasar de las dictaduras y sus métodos y enfrentamientos con las otras doctrinas de izquierda latinoamericanas.

Estos conflictos psicológicos, familiares que involucran la vida política peruana nos llevan a repasar gobiernos que van desde Bustamante, Velasco, García, etc. Nos dan una visión totalizadora del espacio y tiempos narrados.

El móvil narrador y el tipo de lenguaje hacen amena la lectura y las descripciones de los lugares nos acercan rápidamente a introducirnos en ese mundo ajeno para tantos, pero que se presenta en la novela como el sueño anhelado de una clase social peruana que no quiere sumirse en decadencia de la modernidad.

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Los maestros y el Plan Lector

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“Es posible, en un poema o en un cuento, escribir sobre cosas y objetos comunes y corrientes usando un lenguaje común y corriente pero preciso, e impartirles a esas cosas -una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un arete de mujer- un poder inmenso, incluso perturbador”.
“Todo es importante en un relato, cada palabra, cada signo de puntuación. Creo mucho en la economía dentro de la ficción. Algunas de mis historias como “Vecinos” fueron tres veces más largas en sus primeros borradores. Me gusta realmente el proceso de reescribir”.

Raymond Carver

(Clatskanie, Oregón, 1939 – Port Angeles, Washington, 1988)

Por Arturo Caballero Medina*
acaballerom@pucp.edu.pe

Recientemente, el Estado a través del Ministerio de Educación implementó el Plan Lector para los colegios como parte de un conjunto de actividades que fomenten la lectura en nuestros jóvenes. El Plan Lector apuesta por la lectura de textos que aborden temas diversos y de interés múltiple. Se propone que el diseño del plan lector se realice en coordinación con los directores, profesores de la especialidad de comunicación, padres de familia y alumnos. Mi experiencia como profesor secundario me ha demostrado que esta coordinación enfrenta algunos problemas cuando alguno de los componentes deja de lado los intereses del destinatario del Plan Lector: el alumno.

Y es que, durante el segundo semestre del año, pasado he sido testigo de como en el centro educativo en el cual trabajo como profesor secundario, el diseño del Plan Lector avanzó a tropezones, en primer lugar, por la ineficiencia y el desconocimiento de los directores en materia de literatura para jóvenes, y en segundo lugar, por la falta de interés de los maestros del área de comunicación quienes vieron en el plan lector una labor extracurricular que se agregaba como una tarea más a su trabajo. Desde esta perspectiva, había que salir del paso rápidamente y apelar a una operación de corte y confección literaria, en la cual se quita, se pone y se imponen lecturas “sin ton ni son” a alumnos de secundaria sin tomar en cuenta sus intereses. En resumidas cuentas, de todos los integrantes del Plan Lector, el alumno, es decir, el directo beneficiado y motivo de esta actividad, no es consultado sobre lo que quisiera leer.

De parte de los directivos y padres de familia, el primer problema que encuentro es la falta de conocimiento y criterios para evaluar lo que debería leer un niño o adolescente. Recurren a fórmulas conocidas, a lugares comunes como “la literatura debe educar”, y de esta manera, llegan a excluir obras que sometidas a discusión con los alumnos, pueden generar en ellos un interés mayor por la lectura como producto de la reflexión. Conozco por referencia de algunos colegas, que en Colegio Internacional de la ciudad de Arequipa, no se podía comentar el poema XIII de Vallejo, perteneciente al extraordinario poemario Trilce que inicia “Pienso en tu sexo…”, o novelas juveniles como Los cachorros, donde se narra que un niño es castrado de un mordisco por un perro… De seguro tampoco leerán Romeo y Julieta, aduciendo que incita la pasión juvenil, el desacato a la autoridad de los padres o el suicidio por amor.

Respecto a los profesores del área de comunicación —conformada por sobre todo por educadores, especialistas en humanidades o ramas afines y finalmente por especialistas en literatura y lingüística— la situación no es más auspiciosa. Nuestros maestros que en teoría deberían poseer un bagaje lo suficientemente amplio como para proponer y diseñar un plan de lecturas, carecen de un total interés por renovar sus propias lecturas, las cuales, en muchos casos, se limitan a una mínima pesquisa de información relativa a la preparación de sus clases (en el mejor de los casos si no es que ya se conformaron con lo que leyeron alguna vez). Las reuniones de coordinación con profesores de razonamiento verbal, lenguaje y literatura resultaron infructuosas porque toda propuesta acordada era reformulada o rechazada en la siguiente reunión; o ya establecido un corpus de lecturas, los directivos se encargaban de desestimarla.

Durante estas sesiones, se ventilaron algunos títulos conocidos por su temática motivadora: Sangre de campeones, Volar sobre el pantano, La fuerza de Sheccid, Juventud en éxtasis, entre los que recuerdo, todos ellos del best seller mexicano Cuauhtémoc Sánchez. Mi primera impresión fue que mis apreciadas colegas de lenguaje fungían de mamás antes que de profesoras. Noté que entendían la lectura de obras literarias como un instrumento para la formación de valores en sus alumnos —tal cual seguramente como procedían con sus propios hijos. Vista así, los que diseñábamos el Plan Lector cumplíamos una función análoga a los filtros de contenidos para menores de edad en la Web: decidiríamos qué deben o qué no deben leer.

Seleccionar contenidos y descartar algunas lecturas por su contenido extremadamente impropio para alumnos aún no preparados para asimilar cierta información (recuerdo el caso de un colega que mandó leer Lolita¸ de Vladimir Nabokov a muchachos de primero de secundaria, lo cual por supuesto, fue un desatino enorme) es parte de la labor de quienes nos dedicamos a la enseñanza de la literatura en los colegios. Pero esto no debe entenderse como una censura a la obra en sí misma porque no sea educativa, que promueva la rebeldía de la juventud o que carezca que valores. Si procediéramos como lo hacen en algunos colegios, censurando o mutilando —lo cual es peor— obras por sus contenidos “carentes de valores o inmorales”, ¿qué sucedería con los prospectos de admisión en el curso de literatura para universidades como San Agustín, San Marcos, Villarreal y tantas otras? ¿Qué haríamos con el Decámeron, La ciudad y los perros o Edipo Rey? ¿Bajo qué argumento los directivos de un colegio prohibirían Cien años de soledad? De seguro por la relación entre José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán que eran primos, por decir lo menos. Ni qué decir ya de La Divina Comedia de Dante. Simplemente, nos quedaríamos sin el curso de literatura en los prospectos de admisión.

Luego de que los directivos de mi colegio decidieran que nuestra propuesta era inviable porque no se ajustaba a lo requerido por las normas del Plan Lector (lectura sin evaluaciones, coordinación con padres, profesores de otras áreas y directores) resolvieron corregir esto delegando el Plan Lector al buen criterio de los directores académicos y coordinadores de local. El resultado fue que más demoraban en discutir qué leer cuando faltaban casi solo dos meses para que finalizara el año escolar. Así que no les quedó más remedio que aceptar “de emergencia” nuestra propuesta. Eso sí, debía quedar claro que para el próximo año solo los directores, coordinadores y algunos jefes de curso, participarían en el diseño de lecturas. El tiempo ha confirmado lo que el sentido común me anunciaba: ya no hay más Plan Lector en el colegio. Lo más divertido es que diseñaron un plan alterno de lecturas para los profesores, lo cual celebré por anticipado, pero grande fue mi sorpresa al enterarme que ningún profesor fue consultado acerca de las lecturas. Es más, en una fallida reunión de jefes de curso con los directivos del colegio se acordó que las lecturas serían dirigidas según los intereses de cada área. Algo lógico: ¿qué preferiría leer un profesor de física? ¿La insoportable levedad del ser de Milán Kundera o El universo es una cáscara de nuez de Stephen Hawkings? Estoy seguro que al menos nosotros los de literatura (no sé por mis colegas de razonamiento verbal o lenguaje) disfrutaríamos mucho de aquellas lecturas que todavía son asignatura pendiente para nosotros (Terra Nostra de Carlos Fuentes, ocuparía el primer lugar en mi lista seguida del Ulises de James Joyce).

En fin, las buenas intenciones, como siempre, estarán presentes pero serán insuficientes si los que debemos promover la lectura no estamos a la altura del desafío. “Zapatero a su zapato”, reza un viejo adagio. Dejemos a los entendidos en el tema la tarea de incentivar a los alumnos el placer por la lectura. Ya existe bastante burocracia como para que un profesor esté invirtiendo tiempo inútilmente en reuniones infructuosas, tiempo que podría dedicar a la investigación o a la capacitación. “El objetivo de un profesor de literatura es hacer que su alumno se enamore de un verso o de un pasaje de una novela”, dijo Jorge Luis Borges. Estoy plenamente de acuerdo con él. Por ello, no interfiramos en el romance entre el joven lector y la literatura, seamos más bien, los promotores de este idilio.
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Los maestros y el Plan Lector

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“Es posible, en un poema o en un cuento, escribir sobre cosas y objetos comunes y corrientes usando un lenguaje común y corriente pero preciso, e impartirles a esas cosas -una silla, una cortina, un tenedor, una piedra, un arete de mujer- un poder inmenso, incluso perturbador”.
“Todo es importante en un relato, cada palabra, cada signo de puntuación. Creo mucho en la economía dentro de la ficción. Algunas de mis historias como “Vecinos” fueron tres veces más largas en sus primeros borradores. Me gusta realmente el proceso de reescribir”.

Raymond Carver

(Clatskanie, Oregón, 1939 – Port Angeles, Washington, 1988)

Por Arturo Caballero Medina*
acaballerom@pucp.edu.pe

Recientemente, el Estado a través del Ministerio de Educación implementó el Plan Lector para los colegios como parte de un conjunto de actividades que fomenten la lectura en nuestros jóvenes. El Plan Lector apuesta por la lectura de textos que aborden temas diversos y de interés múltiple. Se propone que el diseño del plan lector se realice en coordinación con los directores, profesores de la especialidad de comunicación, padres de familia y alumnos. Mi experiencia como profesor secundario me ha demostrado que esta coordinación enfrenta algunos problemas cuando alguno de los componentes deja de lado los intereses del destinatario del Plan Lector: el alumno.

Y es que, durante el segundo semestre del año, pasado he sido testigo de como en el centro educativo en el cual trabajo como profesor secundario, el diseño del Plan Lector avanzó a tropezones, en primer lugar, por la ineficiencia y el desconocimiento de los directores en materia de literatura para jóvenes, y en segundo lugar, por la falta de interés de los maestros del área de comunicación quienes vieron en el plan lector una labor extracurricular que se agregaba como una tarea más a su trabajo. Desde esta perspectiva, había que salir del paso rápidamente y apelar a una operación de corte y confección literaria, en la cual se quita, se pone y se imponen lecturas “sin ton ni son” a alumnos de secundaria sin tomar en cuenta sus intereses. En resumidas cuentas, de todos los integrantes del Plan Lector, el alumno, es decir, el directo beneficiado y motivo de esta actividad, no es consultado sobre lo que quisiera leer.

De parte de los directivos y padres de familia, el primer problema que encuentro es la falta de conocimiento y criterios para evaluar lo que debería leer un niño o adolescente. Recurren a fórmulas conocidas, a lugares comunes como “la literatura debe educar”, y de esta manera, llegan a excluir obras que sometidas a discusión con los alumnos, pueden generar en ellos un interés mayor por la lectura como producto de la reflexión. Conozco por referencia de algunos colegas, que en Colegio Internacional de la ciudad de Arequipa, no se podía comentar el poema XIII de Vallejo, perteneciente al extraordinario poemario Trilce que inicia “Pienso en tu sexo…”, o novelas juveniles como Los cachorros, donde se narra que un niño es castrado de un mordisco por un perro… De seguro tampoco leerán Romeo y Julieta, aduciendo que incita la pasión juvenil, el desacato a la autoridad de los padres o el suicidio por amor.

Respecto a los profesores del área de comunicación —conformada por sobre todo por educadores, especialistas en humanidades o ramas afines y finalmente por especialistas en literatura y lingüística— la situación no es más auspiciosa. Nuestros maestros que en teoría deberían poseer un bagaje lo suficientemente amplio como para proponer y diseñar un plan de lecturas, carecen de un total interés por renovar sus propias lecturas, las cuales, en muchos casos, se limitan a una mínima pesquisa de información relativa a la preparación de sus clases (en el mejor de los casos si no es que ya se conformaron con lo que leyeron alguna vez). Las reuniones de coordinación con profesores de razonamiento verbal, lenguaje y literatura resultaron infructuosas porque toda propuesta acordada era reformulada o rechazada en la siguiente reunión; o ya establecido un corpus de lecturas, los directivos se encargaban de desestimarla.

Durante estas sesiones, se ventilaron algunos títulos conocidos por su temática motivadora: Sangre de campeones, Volar sobre el pantano, La fuerza de Sheccid, Juventud en éxtasis, entre los que recuerdo, todos ellos del best seller mexicano Cuauhtémoc Sánchez. Mi primera impresión fue que mis apreciadas colegas de lenguaje fungían de mamás antes que de profesoras. Noté que entendían la lectura de obras literarias como un instrumento para la formación de valores en sus alumnos —tal cual seguramente como procedían con sus propios hijos. Vista así, los que diseñábamos el Plan Lector cumplíamos una función análoga a los filtros de contenidos para menores de edad en la Web: decidiríamos qué deben o qué no deben leer.

Seleccionar contenidos y descartar algunas lecturas por su contenido extremadamente impropio para alumnos aún no preparados para asimilar cierta información (recuerdo el caso de un colega que mandó leer Lolita¸ de Vladimir Nabokov a muchachos de primero de secundaria, lo cual por supuesto, fue un desatino enorme) es parte de la labor de quienes nos dedicamos a la enseñanza de la literatura en los colegios. Pero esto no debe entenderse como una censura a la obra en sí misma porque no sea educativa, que promueva la rebeldía de la juventud o que carezca que valores. Si procediéramos como lo hacen en algunos colegios, censurando o mutilando —lo cual es peor— obras por sus contenidos “carentes de valores o inmorales”, ¿qué sucedería con los prospectos de admisión en el curso de literatura para universidades como San Agustín, San Marcos, Villarreal y tantas otras? ¿Qué haríamos con el Decámeron, La ciudad y los perros o Edipo Rey? ¿Bajo qué argumento los directivos de un colegio prohibirían Cien años de soledad? De seguro por la relación entre José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán que eran primos, por decir lo menos. Ni qué decir ya de La Divina Comedia de Dante. Simplemente, nos quedaríamos sin el curso de literatura en los prospectos de admisión.

Luego de que los directivos de mi colegio decidieran que nuestra propuesta era inviable porque no se ajustaba a lo requerido por las normas del Plan Lector (lectura sin evaluaciones, coordinación con padres, profesores de otras áreas y directores) resolvieron corregir esto delegando el Plan Lector al buen criterio de los directores académicos y coordinadores de local. El resultado fue que más demoraban en discutir qué leer cuando faltaban casi solo dos meses para que finalizara el año escolar. Así que no les quedó más remedio que aceptar “de emergencia” nuestra propuesta. Eso sí, debía quedar claro que para el próximo año solo los directores, coordinadores y algunos jefes de curso, participarían en el diseño de lecturas. El tiempo ha confirmado lo que el sentido común me anunciaba: ya no hay más Plan Lector en el colegio. Lo más divertido es que diseñaron un plan alterno de lecturas para los profesores, lo cual celebré por anticipado, pero grande fue mi sorpresa al enterarme que ningún profesor fue consultado acerca de las lecturas. Es más, en una fallida reunión de jefes de curso con los directivos del colegio se acordó que las lecturas serían dirigidas según los intereses de cada área. Algo lógico: ¿qué preferiría leer un profesor de física? ¿La insoportable levedad del ser de Milán Kundera o El universo es una cáscara de nuez de Stephen Hawkings? Estoy seguro que al menos nosotros los de literatura (no sé por mis colegas de razonamiento verbal o lenguaje) disfrutaríamos mucho de aquellas lecturas que todavía son asignatura pendiente para nosotros (Terra Nostra de Carlos Fuentes, ocuparía el primer lugar en mi lista seguida del Ulises de James Joyce).

En fin, las buenas intenciones, como siempre, estarán presentes pero serán insuficientes si los que debemos promover la lectura no estamos a la altura del desafío. “Zapatero a su zapato”, reza un viejo adagio. Dejemos a los entendidos en el tema la tarea de incentivar a los alumnos el placer por la lectura. Ya existe bastante burocracia como para que un profesor esté invirtiendo tiempo inútilmente en reuniones infructuosas, tiempo que podría dedicar a la investigación o a la capacitación. “El objetivo de un profesor de literatura es hacer que su alumno se enamore de un verso o de un pasaje de una novela”, dijo Jorge Luis Borges. Estoy plenamente de acuerdo con él. Por ello, no interfiramos en el romance entre el joven lector y la literatura, seamos más bien, los promotores de este idilio.
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Cuento

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ELLA SE SABE GORDA

Orlando Alonso Mazeyra

Ella se sabe gorda. Quiere a toda costa estilizar su fofa figura. No cree en pastillas milagrosas ni tampoco en dietas asesinas. Entiende que si alguien quiere adelgazar debe, diariamente, terminar jadeando en un gimnasio.

Siempre que el almanaque se deja alcanzar por el mes postrimero, se inscribe en el concurrido gimnasio que queda a un par de cuadras de su casa.

Todos los años. Todo diciembre. Todas las mañanas. La ración oscila entre una hora y una hora y media. Primero aeróbicos, luego máquinas y más máquinas. A veces se exige demasiado: eso es peligroso, ella es consciente de eso… pero, cuando descubre que casi siempre ella resulta siendo la más gorda de la extensa sala, se arma de fuerzas, recuerda el aterrador guarismo que le muestra la temida balanza todos los días, y así renueva su ímpetu y persiste en su vano intento de alcanzar un físico de bandera… Cuando empieza a sentir que algo le oprime el pecho, para. Inhala y exhala. “No te rindas, cojuda”, se llena de coraje mientras contempla angustiada a las chicas de envidiables figuras. El cuerpo de Francesca —su vecina— es despampanante. Todos los machos del gimnasio la miran: unos lo hacen disimuladamente, pero otros lo hacen sin el menor reparo. Siente envidia, ella daría la vida por tener un cuerpo así. Por eso se esfuerza, por eso empapa su buzo, por eso exige a su corazón hasta el límite. Pero algo que proviene de su interior le dice que nunca podrá alcanzar esa meta.

“Es tu contextura, hija “, le dice su madre. “Todos los hombres babean por Francesca, babean por su cuerpo “, alega ella.

—¿Y eso qué importa? —la cuestiona su madre.
—Me importa, mamá. Me importa mucho. Yo quisiera que ellos también me miren. No pido que me miren todos, siquiera uno. Con uno me conformo.
—Estás mal, hija.
—Sí, claro que estoy mal. Estoy muy gorda… A este paso me voy a quedar soltera… soltera y amargada como la tía Sonia.
—No hables adefesios. Tu tía Sonia no es ninguna amargada.
—Claro que lo es, mamá. Todas las solteras lo son, y a mí ya se me está yendo el tren.

Su madre sonríe. La acaricia. La besa en la mejilla y mientras la consuela con argumentos simples, siente una ligera conmiseración. Quisiera poder ayudarla, pero ya no sabe cómo: dietas babélicas, nutricionistas, fajas, cremas reductoras, etcétera. Muchos intentos, todos fallidos. Muchas lágrimas, muchas decepciones. Muchos veranos con su hija encerrada en casa.

—Así no voy a poder ir ni siquiera un día a la playa —afirma antes de dibujar un puchero—. Estoy hecha una vaca. ¡Mi cuerpo es un asco!
—Siempre es lo mismo. Hija, tienes que tener personalidad.
—¿Personalidad? Ya me tienes harta con esa palabra, mamá.
—Mejor no discutamos. Ya te dije que siempre es lo mismo. Corre a descansar. Mañana tienes que ir temprano al gimnasio.
—¿Para qué? ¿Para qué voy?
—La respuesta la tienes tú, hija. Corre descansa.

Sube a su cuarto. Se mira en el espejo de su tocador. Se asquea de su cuerpo. Corre al baño. Mira la taza. Se le acelera el ritmo cardiaco. Junta su dedo índice con su dedo medio. Los introduce con violencia en su boca.

Llega a rozar su campanilla. Le viene una arcada, y otra y otra. Está a punto de vomitar pero se contiene. “No, no, no”, se repite en silencio. Unas cuantas lágrimas se pierden en el fondo de la taza. Se persigna y se limpia las lágrimas con un trozo de papel higiénico.

Un nuevo día de diciembre.

Ella se sabe gorda. Quiere a toda costa estilizar su fofa figura. No cree en pastillas milagrosas ni tampoco en dietas asesinas. Entiende que si alguien quiere adelgazar debe, diariamente, terminar jadeando en un gimnasio… El verano la espera, el verano le tiende una extensa alfombra que se llama carretera, pero ella —que se sabe gorda— se encerrará en su cuarto y esperará a otro diciembre, a un nuevo diciembre que se burle de su figura (y de sus batallas perdidas).
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Cuento

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ELLA SE SABE GORDA

Orlando Alonso Mazeyra

Ella se sabe gorda. Quiere a toda costa estilizar su fofa figura. No cree en pastillas milagrosas ni tampoco en dietas asesinas. Entiende que si alguien quiere adelgazar debe, diariamente, terminar jadeando en un gimnasio.

Siempre que el almanaque se deja alcanzar por el mes postrimero, se inscribe en el concurrido gimnasio que queda a un par de cuadras de su casa.

Todos los años. Todo diciembre. Todas las mañanas. La ración oscila entre una hora y una hora y media. Primero aeróbicos, luego máquinas y más máquinas. A veces se exige demasiado: eso es peligroso, ella es consciente de eso… pero, cuando descubre que casi siempre ella resulta siendo la más gorda de la extensa sala, se arma de fuerzas, recuerda el aterrador guarismo que le muestra la temida balanza todos los días, y así renueva su ímpetu y persiste en su vano intento de alcanzar un físico de bandera… Cuando empieza a sentir que algo le oprime el pecho, para. Inhala y exhala. “No te rindas, cojuda”, se llena de coraje mientras contempla angustiada a las chicas de envidiables figuras. El cuerpo de Francesca —su vecina— es despampanante. Todos los machos del gimnasio la miran: unos lo hacen disimuladamente, pero otros lo hacen sin el menor reparo. Siente envidia, ella daría la vida por tener un cuerpo así. Por eso se esfuerza, por eso empapa su buzo, por eso exige a su corazón hasta el límite. Pero algo que proviene de su interior le dice que nunca podrá alcanzar esa meta.

“Es tu contextura, hija “, le dice su madre. “Todos los hombres babean por Francesca, babean por su cuerpo “, alega ella.

—¿Y eso qué importa? —la cuestiona su madre.
—Me importa, mamá. Me importa mucho. Yo quisiera que ellos también me miren. No pido que me miren todos, siquiera uno. Con uno me conformo.
—Estás mal, hija.
—Sí, claro que estoy mal. Estoy muy gorda… A este paso me voy a quedar soltera… soltera y amargada como la tía Sonia.
—No hables adefesios. Tu tía Sonia no es ninguna amargada.
—Claro que lo es, mamá. Todas las solteras lo son, y a mí ya se me está yendo el tren.

Su madre sonríe. La acaricia. La besa en la mejilla y mientras la consuela con argumentos simples, siente una ligera conmiseración. Quisiera poder ayudarla, pero ya no sabe cómo: dietas babélicas, nutricionistas, fajas, cremas reductoras, etcétera. Muchos intentos, todos fallidos. Muchas lágrimas, muchas decepciones. Muchos veranos con su hija encerrada en casa.

—Así no voy a poder ir ni siquiera un día a la playa —afirma antes de dibujar un puchero—. Estoy hecha una vaca. ¡Mi cuerpo es un asco!
—Siempre es lo mismo. Hija, tienes que tener personalidad.
—¿Personalidad? Ya me tienes harta con esa palabra, mamá.
—Mejor no discutamos. Ya te dije que siempre es lo mismo. Corre a descansar. Mañana tienes que ir temprano al gimnasio.
—¿Para qué? ¿Para qué voy?
—La respuesta la tienes tú, hija. Corre descansa.

Sube a su cuarto. Se mira en el espejo de su tocador. Se asquea de su cuerpo. Corre al baño. Mira la taza. Se le acelera el ritmo cardiaco. Junta su dedo índice con su dedo medio. Los introduce con violencia en su boca.

Llega a rozar su campanilla. Le viene una arcada, y otra y otra. Está a punto de vomitar pero se contiene. “No, no, no”, se repite en silencio. Unas cuantas lágrimas se pierden en el fondo de la taza. Se persigna y se limpia las lágrimas con un trozo de papel higiénico.

Un nuevo día de diciembre.

Ella se sabe gorda. Quiere a toda costa estilizar su fofa figura. No cree en pastillas milagrosas ni tampoco en dietas asesinas. Entiende que si alguien quiere adelgazar debe, diariamente, terminar jadeando en un gimnasio… El verano la espera, el verano le tiende una extensa alfombra que se llama carretera, pero ella —que se sabe gorda— se encerrará en su cuarto y esperará a otro diciembre, a un nuevo diciembre que se burle de su figura (y de sus batallas perdidas).
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Conquistadores (Pathfinder)

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Por Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

(publicado en Noticias, abril 2007)

El cine épico está repleto de grandes momentos y también de fallidas realizaciones. La trilogía de El Señor de los Anillos ocupa un lugar preferencial dentro de las primeras en tanto producciones ambiciosas que no escatiman esfuerzos en los detalles; y no me refiero solo a las locaciones ni a la millonaria inversión, sino también a la atmósfera que una película épica debe crear para que el espectador se involucre y se convierta en un cómplice de la ficción; y un componente que considero primordial para ello es el tiempo narrativo. Como es ya conocido, Hollywood dicta las tendencias dominantes en el cine comercial mundial dando giros cíclicos: unas veces será el cine de la guerra post-vietnam, el terrorismo islámico o las precuelas y secuelas de películas de terror que ya agotaron lo mejor que tenían en su estreno y que, por ello, las recordaremos siempre muy gratamente. Como dijo alguna vez Ricardo Bedoya, “hay películas que envejecen bien y dan ganas volver a verlas, otras en cambio, envejecen muy may y hay que dejarlas ahí”.

Conquistadores se inscribe en aquella lista de películas épicas efectistas, programáticas y predecibles que Hollywood lanza al mercado para alargar y asentar el género por un periodo de tiempo luego de que grandes realizaciones lo pusieran de moda. También se agrega a la larga lista de remakes que la mayoría de veces no alcanza los niveles de calidad de la original; me refiero a la cinta noruega Ofelas, que en 1987 recibió varias nominaciones por mejor película extranjera.

Si 300, a la luz de una interpretación según el contexto político actual en el mundo, exalta la eugenesia y manipula muy sutilmente las dicotomías occidente/oriente, civilización/barbarie y tiranía/democracia, en Conquistadores la barbarie nos llega de los vikingos. Si los realizadores de la hazaña de las Termópilas argumentan en su defensa que prescindieron de escenarios reales reemplazándolos por paisajes virtuales en aras de un impacto visual que se compare con el cómic, ello podría explicar el porqué esa película se desvanece tan pronto (claro que para los ojos de los lectores del cómic la película les dio en la yema del gusto). En Conquistadores mi crítica va, además de la fotografía —cuyo trabajo me parece muy bueno en cuanto a las locaciones escogidas—, también a la débil construcción de los personajes, fijos y muy predecibles para mi gusto; y a la sobrecarga de protagonismo en desmedro del resto de personajes que se pierden en la inutilidad: son tan decorativos como el paisaje. Veámoslo a continuación.

La trama se inicia cuando 600 años antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, los vikingos llegaban a Norteamérica y luego de saquear y matar por doquier como era su costumbre, se retiraron dejando como evidencia un barco con varios cuerpos entre indios y vikingos. Una aborigen encuentra el barco y al interior a un niño, hijo de un guerrero vikingo. Después de deliberar, los jefes indios deciden quedarse con el muchacho guardando algunos reparos sobre su futuro el cual estará por decidirse cuando enfrente sus demonios en conflicto.

15 años después, retorna una segunda expedición vikinga y se repite la historia. La aldea de “Ghost” (“Fantasma” era su nombre indio) es exterminada junto con sus pobladores y él es testigo de cómo sus padres adoptivos fueron asesinados. Es aquí cuando se inicia la lucha y la persecución. Ghost (Karl Urban) advierte a los pobladores de otro clan que se aparten porque no tienen oportunidad frente a las armas de los “hijos del dragón” como llaman a los vikingos. Un requisito básico que ha caracterizado a las mejores películas épicas es la descentralización de la acción de los personajes, algo que para nada se cumple en Conquistadores: no basta con asignarle a un personaje secundario un momento de inmolación, se trata de que ese personaje sea vital para la trama (volviendo a El Señor de los Anillos un claro ejemplo de esto lo tenemos con Gollum). En esta lucha personal —que no llega a resistencia por parte de los indios, ni a combate abierto porque es el propio Ghost la mayor parte de veces quien pelea contra sus hermanos de sangre, y en menor grado, su compañera y el jefe indio— Ghost es el héroe dividido entre dos culturas “de ninguna y a la vez de ambas” quien se echa en los hombros la misión de enfrentar a los invasores. Su protagonismo es tan avasallador que opaca a todos sus posibles colaboradores en esta lucha; la escena en la cual con su espada (es el único en la tribu que tiene una) parte en dos la lanza de un guerrero aborigen es evidente: no hay victoria posible, huyan o mueran, yo (mitad indio, mitad vikingo) me enfrentaré a ellos.

La ingenuidad de los guerreros aborígenes toca niveles irrisorios o más bien patéticos, cuando caen en una trampa diseñada por Ghost contra los vikingos: nuevamente, se autoeliminan de la confrontación debido a un error y no queda otro que Ghost para hacerse cargo, justo cuando pensábamos que la película se salvaría al menos por algunas escena de combate memorable entre ambos bandos. No fue así porque la trama estuvo diseñada para que un solo personaje acaparara el protagonismo y esto le restó suspenso a la historia. Respecto a las escenas de lucha, estas no se pueden apreciar nítidamente por la oscuridad que ensombrece a los personajes. Bien por los escenarios escogidos (las tomas aéreas son muy buenas), pero el trabajo de fotografía en las luchas no permite apreciar quien enfrenta a quien debido a las escenas recargadas de sombras.

Capturados Ghost y su compañera, los vikingos serán guiados hacia su muerte por unos desfiladeros donde el peligro de avalancha es inminente por la llegada de la primavera. Ghost finge una riña con la aborigen y se las ingenia para aventar una piedra contra uno de los vikingos quien al caer por el abismo, arrastra consigo a todos los demás que llevaban atadas sogas. En este momento, el espectador está seguro de que algo sucederá y de que el jefe de la expedición vikinga, al filo del abismo, hará más difícil la tarea de su eliminación. Ghost, grita y provoca una gran avalancha que para sorpresa de todos, tampoco acaba con el perverso vikingo. No, la fórmula era que ni los indios ni la naturaleza, sino otro “de su sangre” como ellos termine con su vida. Ghost no es un híbrido que reúna lo mejor del indio y del vikingo, sino solo el instinto guerrero de estos, lo cual le sirve para enfrentarlos.

Finalmente, la aldea recibe entre sorpresa y veneración la llegada de Ghost quien otorga el distintivo de “buscador de caminos” (“pathfinder”) a su compañera sobreviviente e hija del jefe indio muerto por los vikingos. Las últimas escenas son narradas por ella, donde destacan la misión de Ghost en adelante (vigilar las costas) y la descendencia de ambos como muestra de una síntesis no violenta entre ambas culturas.

No soy partidario de criticar una película por su falta de rigor histórico. El arte, la literatura y el cine, tienen sus propias estrategias que las alejan del discurso histórico. No serán buenas o malas por acercarse o distanciarse del hecho real, sino por el aporte que hagan al género que representan, el cual puede manifestarse como reiteración de las fórmulas ya conocidas o renovación en base a lo ya existente. Si un director no aporta, entonces lo que le queda es mantener los cánones para lograr una película aceptable. Conquistadores no es una gran película épica, además de lo mencionado, porque continúa reforzando los estereotipos culturales que Hollywood insiste en difundir, en este caso, el buen salvaje americano y el cruel bárbaro vikingo.

Director: Marcus Nispel.
Guión: Laeta Kalogridis.
Genero: Acción, Aventura.
Calificación: Apta para mayores de 13 años.
Duración: 101 minutos.
Sitio Oficial: http://www.pathfinderthemovie.com/
Intérpretes: Karl Urban, Moon Bloodgood, Russell Means, Clancy Brown, Jay Tavare, Nathaniel Arcand, Ralf Moeller.
País de origen: USA (2006).


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Conquistadores (Pathfinder)

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Por Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

(publicado en Noticias, abril 2007)

El cine épico está repleto de grandes momentos y también de fallidas realizaciones. La trilogía de El Señor de los Anillos ocupa un lugar preferencial dentro de las primeras en tanto producciones ambiciosas que no escatiman esfuerzos en los detalles; y no me refiero solo a las locaciones ni a la millonaria inversión, sino también a la atmósfera que una película épica debe crear para que el espectador se involucre y se convierta en un cómplice de la ficción; y un componente que considero primordial para ello es el tiempo narrativo. Como es ya conocido, Hollywood dicta las tendencias dominantes en el cine comercial mundial dando giros cíclicos: unas veces será el cine de la guerra post-vietnam, el terrorismo islámico o las precuelas y secuelas de películas de terror que ya agotaron lo mejor que tenían en su estreno y que, por ello, las recordaremos siempre muy gratamente. Como dijo alguna vez Ricardo Bedoya, “hay películas que envejecen bien y dan ganas volver a verlas, otras en cambio, envejecen muy may y hay que dejarlas ahí”.

Conquistadores se inscribe en aquella lista de películas épicas efectistas, programáticas y predecibles que Hollywood lanza al mercado para alargar y asentar el género por un periodo de tiempo luego de que grandes realizaciones lo pusieran de moda. También se agrega a la larga lista de remakes que la mayoría de veces no alcanza los niveles de calidad de la original; me refiero a la cinta noruega Ofelas, que en 1987 recibió varias nominaciones por mejor película extranjera.

Si 300, a la luz de una interpretación según el contexto político actual en el mundo, exalta la eugenesia y manipula muy sutilmente las dicotomías occidente/oriente, civilización/barbarie y tiranía/democracia, en Conquistadores la barbarie nos llega de los vikingos. Si los realizadores de la hazaña de las Termópilas argumentan en su defensa que prescindieron de escenarios reales reemplazándolos por paisajes virtuales en aras de un impacto visual que se compare con el cómic, ello podría explicar el porqué esa película se desvanece tan pronto (claro que para los ojos de los lectores del cómic la película les dio en la yema del gusto). En Conquistadores mi crítica va, además de la fotografía —cuyo trabajo me parece muy bueno en cuanto a las locaciones escogidas—, también a la débil construcción de los personajes, fijos y muy predecibles para mi gusto; y a la sobrecarga de protagonismo en desmedro del resto de personajes que se pierden en la inutilidad: son tan decorativos como el paisaje. Veámoslo a continuación.

La trama se inicia cuando 600 años antes del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, los vikingos llegaban a Norteamérica y luego de saquear y matar por doquier como era su costumbre, se retiraron dejando como evidencia un barco con varios cuerpos entre indios y vikingos. Una aborigen encuentra el barco y al interior a un niño, hijo de un guerrero vikingo. Después de deliberar, los jefes indios deciden quedarse con el muchacho guardando algunos reparos sobre su futuro el cual estará por decidirse cuando enfrente sus demonios en conflicto.

15 años después, retorna una segunda expedición vikinga y se repite la historia. La aldea de “Ghost” (“Fantasma” era su nombre indio) es exterminada junto con sus pobladores y él es testigo de cómo sus padres adoptivos fueron asesinados. Es aquí cuando se inicia la lucha y la persecución. Ghost (Karl Urban) advierte a los pobladores de otro clan que se aparten porque no tienen oportunidad frente a las armas de los “hijos del dragón” como llaman a los vikingos. Un requisito básico que ha caracterizado a las mejores películas épicas es la descentralización de la acción de los personajes, algo que para nada se cumple en Conquistadores: no basta con asignarle a un personaje secundario un momento de inmolación, se trata de que ese personaje sea vital para la trama (volviendo a El Señor de los Anillos un claro ejemplo de esto lo tenemos con Gollum). En esta lucha personal —que no llega a resistencia por parte de los indios, ni a combate abierto porque es el propio Ghost la mayor parte de veces quien pelea contra sus hermanos de sangre, y en menor grado, su compañera y el jefe indio— Ghost es el héroe dividido entre dos culturas “de ninguna y a la vez de ambas” quien se echa en los hombros la misión de enfrentar a los invasores. Su protagonismo es tan avasallador que opaca a todos sus posibles colaboradores en esta lucha; la escena en la cual con su espada (es el único en la tribu que tiene una) parte en dos la lanza de un guerrero aborigen es evidente: no hay victoria posible, huyan o mueran, yo (mitad indio, mitad vikingo) me enfrentaré a ellos.

La ingenuidad de los guerreros aborígenes toca niveles irrisorios o más bien patéticos, cuando caen en una trampa diseñada por Ghost contra los vikingos: nuevamente, se autoeliminan de la confrontación debido a un error y no queda otro que Ghost para hacerse cargo, justo cuando pensábamos que la película se salvaría al menos por algunas escena de combate memorable entre ambos bandos. No fue así porque la trama estuvo diseñada para que un solo personaje acaparara el protagonismo y esto le restó suspenso a la historia. Respecto a las escenas de lucha, estas no se pueden apreciar nítidamente por la oscuridad que ensombrece a los personajes. Bien por los escenarios escogidos (las tomas aéreas son muy buenas), pero el trabajo de fotografía en las luchas no permite apreciar quien enfrenta a quien debido a las escenas recargadas de sombras.

Capturados Ghost y su compañera, los vikingos serán guiados hacia su muerte por unos desfiladeros donde el peligro de avalancha es inminente por la llegada de la primavera. Ghost finge una riña con la aborigen y se las ingenia para aventar una piedra contra uno de los vikingos quien al caer por el abismo, arrastra consigo a todos los demás que llevaban atadas sogas. En este momento, el espectador está seguro de que algo sucederá y de que el jefe de la expedición vikinga, al filo del abismo, hará más difícil la tarea de su eliminación. Ghost, grita y provoca una gran avalancha que para sorpresa de todos, tampoco acaba con el perverso vikingo. No, la fórmula era que ni los indios ni la naturaleza, sino otro “de su sangre” como ellos termine con su vida. Ghost no es un híbrido que reúna lo mejor del indio y del vikingo, sino solo el instinto guerrero de estos, lo cual le sirve para enfrentarlos.

Finalmente, la aldea recibe entre sorpresa y veneración la llegada de Ghost quien otorga el distintivo de “buscador de caminos” (“pathfinder”) a su compañera sobreviviente e hija del jefe indio muerto por los vikingos. Las últimas escenas son narradas por ella, donde destacan la misión de Ghost en adelante (vigilar las costas) y la descendencia de ambos como muestra de una síntesis no violenta entre ambas culturas.

No soy partidario de criticar una película por su falta de rigor histórico. El arte, la literatura y el cine, tienen sus propias estrategias que las alejan del discurso histórico. No serán buenas o malas por acercarse o distanciarse del hecho real, sino por el aporte que hagan al género que representan, el cual puede manifestarse como reiteración de las fórmulas ya conocidas o renovación en base a lo ya existente. Si un director no aporta, entonces lo que le queda es mantener los cánones para lograr una película aceptable. Conquistadores no es una gran película épica, además de lo mencionado, porque continúa reforzando los estereotipos culturales que Hollywood insiste en difundir, en este caso, el buen salvaje americano y el cruel bárbaro vikingo.

Director: Marcus Nispel.
Guión: Laeta Kalogridis.
Genero: Acción, Aventura.
Calificación: Apta para mayores de 13 años.
Duración: 101 minutos.
Sitio Oficial: http://www.pathfinderthemovie.com/
Intérpretes: Karl Urban, Moon Bloodgood, Russell Means, Clancy Brown, Jay Tavare, Nathaniel Arcand, Ralf Moeller.
País de origen: USA (2006).


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