Así se celebró el IV Centenario de la Fundación de Lima (1935)

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El Árbol del IV Centenario

Hasta 1935, solo tres ciudades en el Perú habían cumplido 400 años de su fundación española: Piura, Cuzco y Jauja. Así, en 1935, la ciudad de Lima se preparaba para festejar, por todo lo alto, su IV Centenario y, así, dar por superada la crisis económica que se desató en 1929 y que había, prácticamente, paralizado las obras públicas y la expansión de la ciudad que se vivieron durante la época de Leguía. Ya en 1933 los signos de la recuperación eran evidentes y ahora, en 1935, las condiciones económicas hacían posible no solo financiar la fiesta sino también un relanzar (en realidad, fue la continuación del plan leguiísta) un programa de construcciones y remodelamiento urbanos para una ciudad que quería estar a la par de las demás capitales latinoamericanas.

Lima contaba entonces con 450 mil habitantes y su paisaje urbano ya mostraba dos grandes zonas bien diferenciadas. La primera, que incluía el Centro y los distritos de La Victoria y el Rímac, era la que presentaba las construcciones antiguas y los barrios donde vivían la clase media baja y los obreros y artesanos de la ciudad. La segunda era la que incluía los nuevos barrios o distritos que acogían a la nueva clase media y a las familias más pudientes que, desde la década de 1920, habían ido abandonando progresivamente el centro histórico de la antigua capital de los virreyes. Se trataba de las nuevas zonas de expansión de la ciudad: Santa Beatriz, Lince, Magdalena, San Isidro y Miraflores.

Para las celebraciones, en enero de 1935, se embanderaron casas y calles; además, las avenidas y plazas públicas se decoraron con diversas alegorías y se iluminaron por las noches con reflectores y bombillas multicolores. Se dieron cita importantes personalidades continentales y representantes especiales de los municipios de las principales ciudades latinoamericanas. Llegaron figuras eminentes de la literatura como el argentino José Pacífico Otero, los venezolanos Jacinto López y José Santiago Rodríguez, el ecuatoriano José Gabriel Navarro, el chileno Pedro Prado Calvo, el uruguayo Eduardo Salteraín Herrera, el paraguayo J. Estefanich y, con ellos, el político y financista chileno Agustín Edwards, director del diario El Mercurio. Asimismo, en representación del Municipio de Montevideo, E. Rodríguez Castro; de Guayaquil, Luis Valverde Rumbea; de Río de Janeiro, Laurivel Fontes; de Santiago de Chile, Ricardo Gonzáles Cortés; de Viña del Mar, Sergio Prieto y muchos otros fueron acreditados por distintos Ayuntamientos de países amigos. Concurrieron también los alcaldes de todos los consejos provinciales de la república a quienes el presidente de entonces, el general Óscar R. Benavides, ofreció un almuerzo en Palacio de Gobierno.

PROGRAMA DE ACTIVIDADES

DÍA JUEVES 17 DE ENERO DE 1935

La gran fiesta se inició en la víspera, con la recepción ofreció el Alcalde de Lima, Luis Gallo Porras, quien declaró Huéspedes de Honor a todos los invitados. Se llevó a cabo un brillante desfile de carros alegóricos que congregó gran cantidad de público, que contó con la colaboración de los alcaldes del Rímac (Augusto Thorndike) y La Victoria (José Gonzáles Navarrete). Desde las 10 de la noche, el corso partió de la Plaza de Armas y recorrió el jirón de la Unión hasta el primer tramo del Paseo de la República (Paseo Colón), donde se efectuó el corso por ambos lados del Paseo. Hubo procesión de antorchas y desfile de conjuntos regionales peruanos, que lucieron sus trajes típicos y fueron acompañados por sus respectivas orquestas y bandas. Durante el desfile en el Paseo de la República, una escuadrilla de aviones de la Escuela de Aviación “Jorge Chávez” ejecutó diversas evoluciones en aparatos profusamente iluminados y dejó caer bombardas luminosas. El Presidente de la República, el general Benavides, con su familia, presenció el espectáculo desde los balcones de su residencia en la calle Belén 1034. Luego, a las 11:30 de la noche, hubo una “Noche Buena Criolla” y fuegos artificiales en la Avenida Grau.

DÍA VIERNES 18 DE ENERO DE 1935

8 am Salva de 21 cañonazos, con el embanderamiento general de la Ciudad.

8:30 am Gran carrera pedestre “Marathon” de circunvalación de la Ciudad, organizada por el Club Atlético Grau con premio municipal. La partida tuvo lugar, a la hora indicada, en la Plaza de Armas.

10 am Misa de Gran Pontifical, Oración Gratulatoria y TE DEUM, con asistencia oficial, en la Basílica Metropolitana.

11 am. Funciones cinematográficas gratuitas para los niños de las escuelas fiscales en los siguientes cinemas: Apolo, Astor, Lince, Palermo y Roxi.

12 m. Inauguración del monumento al fundador de Lima D. Francisco Pizarro, donado a la Ciudad por la Sra. María Harriman de Rumsey.

12:30 pm. Función cinematográfica gratuita para los alumnos de las escuelas fiscales en el cinema Cinelandia

12:30 pm. Almuerzo en el Palacio de Gobierno ofrecido por el Sr. Presidente de la República General de División D. Óscar R. Benavides a los Alcaldes Municipales de las provincias del Perú que concurrieron a las fiestas del IV Centenario de Lima

1 pm. Función cinematográfica gratuita para los niños de las escuelas fiscales en los siguientes cinemas: Capitol, Arequipa, Colón, Delicias, Petit Thouars, Rívoli y Hollywood.

2 pm. Tercer partido del Campeonato Sudamericano de Fútbol: Uruguay vs. Chile

2:30 pm. Diversiones infantiles gratuitas en el Parque Neptuno: gimkana; box; bailes criollos y regionales; espectáculos teatrales, títeres y diversas atracciones y juegos recreativos; repartición de diversos premios a los niños vencedores de diferentes pruebas; salvas de granadas de doble detonación; elevación de globos con sorpresas; lanzamiento de bombardas con banderas y figuras alegóricas.

3 pm. Atracciones populares gratuitas en la avenida Grau.

4 pm. Alocución religiosa en la Basílica Metropolitana y procesión de los santos limeños a sus respectivos templos.

5 pm. Sesión solemne en el Concejo Provincial de Lima con asistencia oficial. Lectura del Acta de la Fundación de Lima por el señor concejal Fernando Gamio Palacio. Pronunció el discurso de orden el Teniente Alcalde, Diómedes Arias Schereiber, Presidente de la Comisión del IV Centenario. También hubo la entrega de la llave de plata de la Ciudad que obsequió al Concejo Provincial de Lima la familia Lavalle, con el discurso de Juan Bautista de Lavalle.

9:30 pm. Gran Velada Oficial en el Teatro Municipal, que organizó la Municipalidad de Lima con el concurso y asistencia de la Academia Correspondiente de la Lengua Española. Ofreció la Velada, a nombre del Concejo Provincial de Lima, el Teniente Alcalde, Diómedes Arias Schereiber, Presidente de la Comisión del IV Centenario. Pronunció el discurso de orden, por encargo del Concejo Provincial, el doctor José de la Riva-Agüero y Osma, Director de la Academia; asimismo, recitó algunas poesías el doctor José Gálvez, miembro de la Academia. La parte musical estuvo a cargo de la Sociedad Filarmónica de Lima, bajo la dirección del maestro Federico Gerdes.

10 pm. Noche Buena en la Avenida Grau, con la iluminación de la Avenida. Hubo feria de tómbolas y vivanderas y concurso de bandas de músicos de las unidades del Ejército. También espectáculos teatrales gratuitos y presentación de conjuntos típicos regionales peruanos, todo con bailes y diversiones populares.

11 pm. Fuegos artificiales en la Avenida Grau

La obra emblemática del IV Centenario: El monumento a Francisco Pizarro.- Esta fue la inauguración más emblemática de las celebraciones. En efecto, el 18 de enero de 1935, el alcalde Luis Gallo Porras inauguró el monumento al fundador de Lima, obsequio de Mary Arriman viuda del escultor norteamericano Charles Rumsey (fallecido en 1922), quien esculpió a Pizarro en, por lo menos, dos oportunidades anteriores: una es la que se exhibe en la Albright Knox Gallery en Búfalo (Nueva York) y otra es la que se encuentra en la plaza central de Trujillo de Extremadura (España). La que se inauguraba en Lima era una copia de ambas y fue colocada en un lugar un tanto polémico: en el atrio de la Catedral.

En su discurso, el alcalde Gallo Porras exaltó la memoria de Pizarro como “figura preclara del héroe y del civilizador”. El embajador español, Luis de Avilés y Tiscar, pidió respetuosamente a las autoridades peruanas que al costado de Pizarro se pusiese una estatua del Inca Garcilaso de la Vega, hecha por el escultor Manuel Piqueras Cotolí, que había sido financiada por la colonia española. El embajador de Estados Unidos, Fred Morris, por su parte, destacó “la obligación inmensa de todos nuestros pueblos hacia la Madre España, gran colonizadora del Nuevo Mundo”. Así informó el diario El Comercio: “A las 12 y 15 el Presidente de la República descorrió el velo que cubría el monumento. En ese instante las bandas militares tocaron el Himno Nacional. La numerosa cantidad de espectadores prorrumpió en aplauso”

Cabe destacar que, en 1952, bajo la gestión del alcalde Luis Dibós Dammert, se decidió cambiar de lugar el monumento y se colocó a un costado del Palacio de Gobierno (para esto, se demolió un viejo solar, que había pertenecido al conquistador y vecino de la ciudad Pedro Martín de Alcántara, nada menos que el medio hermano del Fundador de Lima). Fue una medida que causó gran polémica, pues se hizo sin consulta alguna y se derribó una casona que se remontaba al siglo XVI (dicen que fue una orden del general Odría).

OTRAS ACTIVIDADES Y OBRAS EN LIMA VINCULADAS AL IV CENTENARIO

1. Se culminaron las obras complementarias y de ornato de la Plaza San Martín. Recordemos que durante los años 20, solo se habían inaugurado en este recinto el monumento al Libertador, el Hotel Bolívar y el Teatro Colón; lo demás eran construcciones antiguas que había que eliminar. Por ello, se aprovechó la coyuntura del IV Centenario, durante la administración del alcalde Luis Gallo Porras, para culminar la construcción de la plaza. Esto comprendía el nuevo local del Club Nacional y los demás edificios del contorno, de estilo neoclásico, con sus respectivos arcos. Un dato curioso. Pocos limeños saben por qué la Plaza tiene tantos desniveles salvados por una serie de escalinatas. La razón es que fue construida sobre la antigua estación de San Juan de Dios, terminal del ferrocarril Lima-Callao. En aquella estación había dos enormes huecos en los que estaban instaladas las “torna mesas” en las que se hacían girar las locomotoras que venían del Callao remolcando los vagones. De esta manera, se permitía que estas se pusieran en dirección contraria y poder regresar al Callao. Con el objeto de evitar mucho gasto rellenando los huecos, la Alcaldía decidió incluir los desniveles que ahora notamos.

2. Se inauguró el restaurante La Cabaña (21 de diciembre de 1934), construido por la firma Leon’s Monzart en los jardines del segundo tramo del Paseo de la República. Concurrió el presidente Benavides y los padrinos fueron la señorita Francisca Benavides y Benavides (hija del Presidente) y el señor Luis Gallo Porras (Alcalde de Lima). Pronunció el discurso oficial, a nombre del Concejo Provincial de Lima, el señor concejal Manuel Orellana Agüero, Inspector de Alamedas y Paseos. La idea era que Lima tenga un restaurante que estuviera a la altura de los mejores del mundo.

3. Entre el 6 y el 27 de enero de 1935 se realizó en Lima el Campeonato Sudamericano de Fútbol en el Estadio Nacional (el antiguo de madera). Solo participaron cuatro selecciones: Perú, Uruguay, Argentina y Chile; los uruguayos fueron los campeones. La selección peruana estuvo conformada, básicamente, por el famoso equipo que un año después participaría en las Olimpiadas de Berlín, en la que destacaban Teodoro “Lolo” Fernández, Adolfo “Manguera” Villanueva, Juan “El Mago” Valdivieso y “Titina” Castillo, entre otros.

4. Campeonato Internacional de Tenis en el Club Lawn Tennis de la Exposición, en el que se disputó la copa “Francisco Pizarro”

5. Hubo una corrida especial de toros en Acho. El Cartel del IV Centenario estuvo conformado por tres de las más importantes figuras del toreo de la época, los españoles Vicente Barrera, Cayetano Ordóñez “Niño de la Palma” y Florentino Ballesteros.

6. Se colocó la primera piedra del monumento al Libertador de México, Manuel Hidalgo y Costilla, obsequiado a la Ciudad por el gobierno de los Estados Unidos de México. La ceremonia tuvo lugar en la Plaza México, antes Libertad, el 21 de enero de 1935.

7. Se inauguró el monumento al mártir de la medicina peruana Daniel A. Carrión en la plaza Diez Canseco (21 de enero de 1935).

8. El 22 de enero de 1935 se inauguró la Feria del IV Centenario en varios locales de la ciudad, especialmente en el edificio del Ministerio de Fomento (luego sede del ministerio de transportes y Comunicaciones, en la avenida Wilson). La feria pretendió ser una gran Exposición Nacional, con artículos de todas las regiones del país y mostrar los principales logros de la industria nacional.

9. El 23 de enero de 1935 se colocó la primera piedra del monumento a Jorge Chávez, héroe y mártir de la Aviación Peruana, en la plaza Jorge Chávez. Fue un obsequio de la colonia italiana. Inspirado en las alas de Ícaro, el monumento, obra del escultor italiano Eugenio Baroni, fue el primer ejemplo en Lima de recordatorio simbólico, pues no apeló a ninguna referencia realista. Se concibió como una alargada pirámide alrededor de la cual se narra en cuatro secuencias la ascensión y caída de Ícaro. El público no dejó de expresar su extrañeza. Un cronista de la época opinó: ¿Sería, por ejemplo, concebible representar a Jorge Chávez con uniforme completo de aviador y encaramado en su aeronave entre prosaicos cordajes? En solemne ceremonia, el monumento, ya culminado, fue inaugurado por el presidente Benavides en 1937.

10. Se inauguró la avenida Wilson.

11. Se construyó el primer tramo del Paseo de la República cuyo trazo, de unos 3 mil metros de largo, desde el final de los jirones Unión y Carabaya hasta el Parque de la Exposición, y continuaba a la vera de la línea del tranvía eléctrico, a los balnearios del sur. En los planos, diseñados por el arquitecto Malachowski, estaba ubicado el futuro Palacio de Justicia, que se encontraba en construcción.

12. Se ejecutó y concluyó la avenida Salaverry, que unía la plaza Jorge Chávez con la avenida del Ejército (fue inaugurada el 5 de octubre de 1936).

13. Se construyó un nuevo puente sobre el río Rímac, el Puente del Ejército, constituido por una estructura de acero de 60 metros de longitud y 13 metros de ancho, fabricada en la planta Gute Hoffnunghuste. La obra fue construida por la firma alemana Ferrostaal-Essen e inaugurada el 31 de diciembre de 1936. Este trabajo se complementó con los terraplenes de acceso al puente y a la línea del Ferrocarril Central. Además, se ordenó el mejoramiento y prolongación de la avenida Bolognesi hasta su empalme con las carreteras de Ancón y Canta. En realidad, se trataba de un proyecto integral que incluía la construcción de un campo deportivo y el Barrio Obrero del Rímac, en proceso de realización. El Barrio Obrero del Rímac contaba con 44 casas en las tierras de la Huerta Samar, ubicadas sobre la margen derecha del río Rímac, vecino de la Alameda de los Próceres, arteria principal de la nueva urbanización del Rímac. También tenía campos deportivos y pileta de natación, calzadas con alumbrado y jardines circundantes.

14. Se inauguró la pista del nuevo aeropuerto de Limatambo el 3 de diciembre de 1935. El diario El Comercio comentó así la noticia: “Ayer, a las doce y treinta del día, se efectuó la anunciada ceremonia de inauguración del nuevo Aeropuerto de Limatambo, situado en los terrenos del mismo nombre y de la Hacienda San Borja, del distrito de Santiago de Surco… este aeropuerto nacional servirá de única y obligada estación a todos los aviones civiles y comerciales que trafiquen por Lima, concentrando así, en un solo campo, todas las líneas de aviación… Numerosos automóviles trasladaron ayer al Aeropuerto Limatambo a muchas personas deseosas de asistir a la ceremonia inaugural y de conocer el nuevo campo de aterrizaje”.

15. Se implantó el sistema automático en el servicio telefónico de Lima y Miraflores, que entró en funcionamiento el 13 de septiembre de 1936; luego se hizo extensivo, gradualmente, para el Callao, San Isidro, Barranco, Chorrillos, Magdalena y San Miguel.
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Notas sobre la historia de Cañete

La historia de lo que hoy es Cañete se remonta, en los tiempos prehispánicos, al llamado señorío Huarco, que tuvo como líder máximo al curaca Chuquimanco, quien llegó a dominar un territorio de unos 140 kilómetros cuadrados, que abarcaba la cuenca baja del río Cañete, y que tuvo como límites, por el este, el señorío de Lunahuaná (Runahuanac), por el norte, el señorío de Ichma, y, por el sur, el señorío de Chincha. Su población, calculada en 30 mil habitantes por Garcilaso de la Vega, vivía de la pesca y la agricultura; asimismo, debieron hacer una serie de intercambios productivos complementarios con los señoríos vecinos, aunque el valle de Cañete (chaupi yunga) gozaba de un alto grado de independencia.

Construyeron grandes obras de riego, fortalezas o fuertes, y tuvieron un singular sistema de cultivo denominado “hoyas”, “puquios”, “huanchaques” o “mahamaes” (cavaban la tierra hasta encontrar humedad y allí sembraban). De esta manera, los huarco vivieron rodeados por grandes campos de cultivo, probablemente atravesados por diversos caminos y canales. Según el arqueólogo Miguel Guzmán, la zona de playa de Cerro Azul, en forma de bahía, permitía las condiciones favorables para el desarrollo de la pesca. Al parecer, los pescadores actuales reconocen tres áreas diferenciadas: la peña (acantilado), la playa (actual bahía) y el litoral hacia el sur de la peña. El acantilado debió ser el elemento simbólico más relevante en la definición del paisaje y la organización del espacio por su aspecto imponente y por la visibilidad que ofrece, lo que favoreció la ubicación del asentamiento. En estas condiciones físico-ambientales se desarrolló esta sociedad. Su arquitectura formaba parte de las regulaciones de los ciclos ecológicos en una relación sostenida con el paisaje.

Los huarco fueron sometidos por el inca Túpac Yupanqui hacia 1470. Para lograrlo, los cuzqueños debieron emplear diversas estrategias, ya que durante algunos años estuvieron acercándose y replegándose temporalmente, impedidos por los rigores de un clima caluroso al que no estaban habituados. Finalmente, la sorpresa y la emboscada fueron, al parecer, la única táctica efectiva. Cuenta la leyenda, recogida por el padre Bernabé Cobo, que, una estrategia preparada por una “esposa” del inca, frente al curaca Chuquimanco, al enviar a los lugareños al mar para realizar ceremonias, los cuzqueños lograron invadir y derrotar a los huarco, al parecer con grandes represalias.

Por ello, cuando viajamos por el litoral, de Lima a Cañete, ya podemos advertir la importancia arqueológica de la zona. Entre Mala y Asia, por ejemplo, hay algunos sitios importantes y, tres de ellos, revisten interés turístico. El primero se encuentra en Mala; se trata de un complejo conocido como El Salitre (playa Totoritas) con evidencias de ocupación en varios periodos hasta la época inca. En el valle de Asia, tenemos Huaca Malena, otro sitio con varias ocupaciones, y el centro administrativo inca conocido como Uquira; finalmente, el sitio arqueológico de Cerro Azul. Estos sitios gozan de las características de monumentalidad, interés científico, investigaciones y ser aparentes para una eventual puesta en valor con fines turísticos. Luego, “valle arriba” tenemos otros sitios arqueológicos de gran relevancia como las fortalezas de Incahuasi (Lunahuaná), Ungará (desde donde los huarco se defendieron los de incas) y Cancharí; otro sitios, ya de menor interés “monumental” son Cerro de Oro, Cerro Camacho, Yuncaviri y Huaca Chivato. Esta vez, presentaremos cuatro sitios a los que el visitante debe prestar mucha atención; dos son de origen preinca (relacionados al Señorío Huarco) y dos están relacionados con la presencia cuzqueña en la zona.

Ungará.- Es quizá, el complejo arqueológico más importante de Cañete, pues se asume que desde este lugar el curaca Chuquimanco defendió, durante cuatro años, su señorío de las huestes incaicas. Está ubicado en un peñón en forma cónica a 12 kilómetros de la desembocadura del río Cañete. Desde su cima, se domina todo el valle, lo que confirma su carácter defensivo-militar: uno puede divisar eventuales incursiones desde la costa o por la quebrada de Lunahuaná; parece, además, que fue el eslabón más importante de una cadena de sitios fortificados entre los que se encuentran Huaca Chivato, Cerro del Oro, Cerro de las Sepulturas, Cerro Palo, Herbay, Cerro Manto, Cerro Coloso, la Fortaleza y Cerro Camacho.

Para llegar al lugar, hay que tomar un desvío de la carretera que conduce de San Vicente a Imperial; se pasan los pueblos de Hualcara y Montejato hasta divisar la impresionante construcción, “el último reducto de Chuquimanco”. Por la topografía del lugar, sus constructores diseñaron ambientes a desnivel con gruesos paredones y galerías desde donde se podía organizar convenientemente una defensa. Entre finales del XIX e inicios del XX, Eugenio Larrabure y Unanue escribía: Las faldas del cerro están cubiertas de crecido número de pequeños edificios que siguen las irregularidades del terreno y se comunican por medio de veredas en forma de andenes. La entrada principal mira al Norte. Hacia ambos lados de la entrada avanzan dos torreones, de los que parten las murallas que rodean todo el cerro formando ángulos más o menos sobresalientes, anchas en su base y de espesor variable desde 2 m. y 3 m. hasta 1m. Añade Larrabure que existían graneros y depósitos con vasijas grandes de barro cocido completamente enterradas y capaces de contener desde 300 a 500 galones de líquido. Este último dato es clave para entender por qué los huarco resistieron aquí con relativo éxito la arremetida de los soldados de Túpac Yupanqui.

Cancharí.- A estas ruinas popularmente se le llamaba “El Ahorcado” pues, según los mitos, aquí se habrían ahorcado los jefes rebeldes huarco luego se sucumbir ante los ejércitos cuzqueños. Se encuentra a un kilómetro al norte de San Vicente de Cañete, en la parte baja de las ramificaciones de los cerros Tembladera y Candela, dentro de los linderos de la antigua hacienda Arona. Es un sitio preinca con grandes y gruesas paredes tapiales (murallas de “adobón”), dos entradas, “plazuelas”, cuartos independientes y torreón. En su parte baja es rodeada por el antiguo canal de regadío San Miguel, que traía agua desde las alturas de Socsi. Los que lo visitaron entre finales del XIX e inicios del XX (como Larrabure o Erns Middendorf) describen el sitio compuesto por un palacio y cementerio ubicado sobre la parte alta de los cerros de tembladera, cuyo edificio central está constituido por un patios delantero, con dos vanos de acceso. El primero servía de entrada a un pasadizo estrecho (80 centímetros de ancho) en cuyo frente se encontraba un conjunto de recintos. El segundo comunicaba a un recinto paralelo a un pasadizo.

Incahuasi.- Este sitio arqueológico inca se ubica se ubica en la margen izquierda de la quebrada de San Agustín, a unos 30 kilómetros del mar, en un lugar llamado Lara a menos de 2 kilómetros al este del pueblo de Paullo (a 28 kilómetros de San Vicente de Cañete). Aquí era donde estaba el señorío o curacazgo de Huarco, conquistado por los cuzqueños luego, según la tradición, de cuatro años de tenaz resistencia. De acuerdo a las crónicas, Túpac Yupanqui decidió llamar a este centro administrativo cuzco (ombligo), igual que la capital del Tawantinsuyu, y quiso que sus calles y plazas llevaran los mismo nombres que las que había en la capital de los Incas: un segundo Cuzco. Sin embargo, quedó como Incahuasi, cuyo significado es “Casa del Inca”. Según algunos arqueólogos, a partir de la distribución de los sectores del sitio, se reproducía la distribución cuatripartita (en cuatro suyus o regiones) del mundo según la cosmovisión de los incas; otros estudiosos, más pragmáticos, dividen Incahuasi en dos sectores: el Arca o Acllawasi (al Oeste) y el Palacio (al Este).

Según descripción del arqueólogo Roger Ravines, el conjunto del Palacio presenta murallas fuertes y recintos elegantes. Está constituido por diversas estructuras entre las que destacan el ushnu , los depósitos y el palacio propiamente dicho. Este se levanta al pie de los cerros, sobre una explanada de 250 m. de lado. Tiene una amplia cancha de 120 m. de largo con una gran portada de adobes. La denominada ‘sala hipóstila’, de seis galerías, tiene columnas de barro y piedra, de 50 cm. De diámetro, con fuste pero sin capiteles, que recuerdan en cierto modo el templo de Viracocha, en Cacha. Aun cuando las técnicas de construcción acusan una fuerte tradición local de la zona, caracterizada por el empleo de mampostería ordinaria con mortero y enlucido de barro, su planteamiento es plenamente Inca. La información histórica dice que Incahuasi se construyó durante los largos años de la guerra y estuvo destinado a alojar los funcionarios imperiales.

Fortaleza de Huarco o Castillo de Cerro Azul.- Fue construida por los incas. Se trata de una fortaleza de piedra, con escalinatas hacia el mar en honor a su victoria y como símbolo de su poder. Esta construcción, según el cronista Pedro Cieza de León, era igual de grandiosa y magnífica como Sacsayhuamán. El conjunto (que ocupa una superficie de 22 hectáreas) y se asienta sobre la cumbre del cerro “La Barraca” o “Camacho” (de 91 metros de altura), cuya formación geológica es sorprendente al introducirse al mar como un enorme espolón. Según el arqueólogo Roger Ravines, en él se distinguen dos grandes sectores. Uno, el cementerio, constituido por tumbas en forma de pozos revestidos de piedras, en la falda del cerro; el otro, el área monumental, correspondiente a ocho grandes componentes arquitectónicos o establecimientos residenciales de elite, rodeada por una serie de pequeñas estructuras de almacenamiento ligadas a ellas diseminadas sobre la colina frente al mar. A simple vista no se pueden apreciar los restos de la fortaleza porque está en un lugar oculto a la mirada de la gente. Cabe destacar que el “Castillo de Cerro Azul” fue, prácticamente, saqueada en la época virreinal, durante los gobiernos de los virreyes Marqués de Mancera (1640) y Conde de Superunda (1746), para llevar sus piedras y construir el muelle de Carro Azul. Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, diversos viajeros y científicos, como Squier (1877), Middendorf (1894), Larrabure y Unanue (1893), Harth-Terré (1923), Villar Córdova (1935) y Kroeber (1937), describieron y estudiaron el lugar. En suma, como concluye el arqueólogo Miguel Guzmán, el centro arqueológico de Cerro Azul es uno de los más importantes de la costa central por su emplazamiento, magnitud y detalles arquitectónicos. Su ubicación estratégica obedece a criterios de manejo del territorio y planificación del lugar, los que deben engarzarse de alguna forma con el sistema jerárquico de la arquitectura monumental que se localiza en el valle y, por lo tanto, con criterios regionales de subsistencia e intercambio. Esto sugiere, además, una extensa población con gran capacidad productiva y organizativa: un orden social, político y religioso.

La presencia española.- Antes de la fundación de Cañete, aparecieron los primeros encomenderos del valle nombrados por Pizarro: Pedro Alconchel (Chilca y Mala), Pedro Navarro (Calango y Coayllo), Alonso Díaz (Huarco) y Diego de Agüero (Lunahuaná). Luego hubo una serie de “sucesiones” de estas encomiendas hasta que el capitán Jerónimo de Zurbano y su comitiva, en cumplimiento del mandato del Virrey, fundaron la “Villa Santa María de Cañete” el 30 de agosto de 1556. El nombre fue en recuerdo del pueblo de Cañete (ubicado en Cuenca, España), lugar de nacimiento del entonces virrey Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. En 1569, cuando el gobernador Lope García de Castro creó el sistema de los corregimientos, se funda el Corregimiento de Cañete, que comprendía los curatos (parroquias) de Lurín, Ascención de Chilca, San Pedro de Coayllo, Mala, Calango, Aymaraes, Pueblo Viejo o San Luis Obispo, San Vicente Mártir, Runahuanac y Chincha. A finales del siglo XVIII, luego de la rebelión de Túpac Amaru, Cañete se forma como sub-delegación o “partido” de la Intendencia de Lima. Respecto a su población, tenemos el dato que, en 1774, la población de Cañete superaba los 5 mil habitantes, con casi 2 mil negros, entre esclavos y libertos.

LA PRESENCIA DE LOS JAPONESES.- De los 790 inmigrantes japoneses que arribaron al Callao en 1899, traídos por el entonces empresario Augusto B. Leguía, llegaron 226 “braceros” al puerto de Cerro Azul, que fueron destinados a las haciendas Casa Blanca, Santa Bárbara y La Quebrada, todas propiedad de la British Sugar Company Limited, empresa que perteneció a un consorcio inglés, en cuya gestión intervenía directamente Leguía, como administrador, por vínculo familiar, de la Testamentería Swayne. Cerro Azul fue el punto estratégico por su cercanía al muelle desembarque. Hasta allí llegaban las líneas férreas que tenían trayectos desde La Quebrada, Unanue, Montalbán y Casa Blanca, donde se efectuaban los cortes de caña, hasta el trapiche de Santa Bárbara.

En lo que hoy queda de la hacienda Santa Bárbara, observamos los restos del antiguo trapiche, la torre destruida que aún mantiene como reliquia del pasado su escudo de bronce, parecido a la flor del crisantemo, emblema de la corte imperial del Japón, pero con pétalos de puntas agudas y el número 14, que correspondió al símbolo de la British Sugar Company. “Casas de quincha y adobe revestidas de yeso, caña y madera en el techado, que sirven como columnas y sostén de apoyo; puertas altas, vestigio de un pasado colonial, todas alineadas, que servían de vivienda a los antiguos braceros japoneses. Cercano a ellas, canales de regadío” (Hacienda Santa Bárbara, desvío mano derecha Panamericana Sur km. 138).

En la hacienda Casa Blanca, ubicada actualmente en el poblado “Laura Caller” también se establecieron los inmigrantes japoneses. Aquí fundaron escuela de primera enseñanza (shiogakko), un cementerio, baños a vapor (furó) y la secretaría de la Colonia Japonesa (a cargo de Masanobu Aoki Yamada). Las familias más importantes que se asentaron aquí fueron los Aoki y Maeda, quienes se dedicaron al comercio, administrando prósperos negocios de panadería, pastelería, fonda y tambo. El resto de los paisanos trabajaron en peluquerías, sastrerías, agricultura y pesca. En la tradición conservada por los padres, para solicitar la mano de las jóvenes casaderas, solo bastaba el consentimiento de los padres para concretar el matrimonio. Para la ocasión, obsequiaban omochi, yokan y pasteles surtidos en finas cajas. El furó o baño a vapor funcionaba a carbón. Aparte, colocaban una tina con agua donde se lavaban y enjabonaban antes de ingresar al baño, todo en estricto orden: primero los varones, luego las mujeres y, finalmente, los niños. En la escuela de primera enseñanza, por último, se inculcaban la honradez y el respeto a las personas. El cumpleaños del emperador era el día festivo. Había desfiles y comidas típicas como maki, sashimi, tofú, osushi y sake. En Casa Blanca aún se ven los balcones, las carretas, la mole de piedra y las casas de quincha y adobe.

El cementerio.- Gracias al reverendo K. Sato, los restos óseos de los primeros inmigrantes japoneses de Santa Bárbara, La Quebrada y Casa Blanca se conservan en el Cementerio de Casa Blanca, en los linderos de Cerro de Oro. Allí se encuentra la Gran Cruz, una especie de mausoleo que contiene, en su base central, inscripciones referentes a los primeros japoneses. También hay nichos y tumbas de la colectividad cañetana.

Templo Jionji de San Luis.- Se construyó en 1967 en memoria de los inmigrantes japoneses. Este templo guarda un cuadro en el que el consulado del Japón solicita a J.M Arizola, médico de sanidad de Cañete, que Kenryo Sato pueda reunir los restos óseos de los inmigrantes fallecidos de las haciendas Santa Bárbara, Casa Blanca y La Quebrada. A Sato lo sucedió en el cargo Shodo Nakao y luego el religioso Jisaku Shinkai, un carpintero residente en Lima. Shinkai se ocupó de registrar los datos de los miembros de la colonia. En estas circunstancias, estalló la Segunda Guerra Mundial lo que alteró la vida de los japoneses como todos sabemos. Shinkai, por su parte, llegó a construir un Templo y realizó algunas inscripciones, pero falleció. Así, la sociedad japonesa de Cañete se ocupó del cuidado del templo y, en 1960, se pidió al profesor Ryoco Kiyohiro, residente en el Callao, que se hiciera cargo del Templo.

Templo Jionji de San Vicente.- Inaugurado en 1977, aquí se encuentran depositadas las cenizas (ikotsu) y las tablillas (ihai) de aproximadamente 2 mil inmigrantes y sus descendientes. En este templo se celebran, además, las dos fechas más importantes del año: el Ohigan (marzo) y Obon (agosto), a las que también asisten sacerdotes budistas de Japón, Brasil, Argentina y México.
La Asociación Peruano Japonesa de Cañete (Cañete Nikkei Kyokai).- Fue fundada en 1956 por Pedro Tachibana y Araki Suchachi, a los que se unieron los señores Shiguemoto, Fujii, JoséTakahashi, Eiji Matsuoka, Oniki, Masami Shimazu, Alejandro Kina, Alberto Fulleda, Julio Kawano, Roberto Fujii, etc. No conocemos todos los nombres de los fundadores, pues los documentos de la Asociación se perdieron durante el terremoto de 1970. La institución desarrolla actividades culturales, deportivas y sociales, así como preservar el Templo Jionji y el Cementerio de Casa Blanca. Entre sus obras, citamos: inauguración del mausoleo de los primeros migrantes del Valle de Cañete (1962); construcción del templo Jionji en San Luis (1967), inauguración del local social (1968); inauguración del nuevo Templo Jionji en San Vicente (1977) .

Respecto a la inmigración china, numerosa en el siglo XIX, en San Luis está la Casa de la Colonia China, construida por los inmigrantes chinos hacia 1889; fue edificada con el fin de organizar actividades en forma agremiada y para el préstamo de ayuda mutua. Con estructura y detalles de estilo oriental, presenta dos pisos y un corredor. Fue declarada Monumento Histórico Nacional el 28 de diciembre de 1972.

HACIENDAS HISTÓRICAS DEL VALLE DE CAÑETE

La Quebrada.- Ubicada en el distrito de san Luis, también era conocida como “San Juan Capistrano”. Tenía un área de casi 300 fanegadas y era propiedad del convento de la Buena Muerte. En 1849, fue arrendada por el ciudadano escocés Enrique Swayne Wallace, quien arribó al Perú en 1824 . Hasta 1900, “La Quebrada” estuvo a cargo de la familia Swayne; ese año se formó la British Sugar Company. Esta hacienda es famosa por la devoción que se profesa a Santa Efigenia, “Patrona del Arte Negro Peruano”.

Ungará.- Ubicada en el distrito de San Vicente, tenía 61 fanegadas y perteneció a Narciso de la Colina. En 1857, por encargo de Enrique Swayne, vendió su propiedad a José Matías Garro.
La Huaca.- Ubicada en el distrito de San Luis, fue adquirida, en 1868, por Enrique Swayne a los herederos de María Josefa Ramírez de Arellano.

Santa Bárbara.- Situada en los alrededores de San Luis, en la época colonial perteneció a la familia Carrillo y Córdova, Marqués de Santa María, y fue una de las haciendas con mayor producción de caña de azúcar en el valle. En 1872, fue adquirida por Enrique Swayne, y ya para el año de 1874 registra una producción de 2 millones de azúcar y 10 mil galones de ron. Durante este periodo, el uso de maquinaria a vapor y el empleo de los chinos culíes fue necesario para lograr tal producción. Como dato adicional, en dicha hacienda se habilitó un tramo de líneas férreas para facilitar el trasporte en los cañaverales.

Hacienda Montalbán.- Construida en el siglo XVIII, su casa hacienda es de adobe, caña y madera. Se hizo conocida por haber vivido allí el prócer chileno Bernardo O’Higgins. En efecto, en 1823 el Perú lo acogió, cuando abdicó al cargo de Director Supremo de su país, y el gobierno le obsequió esta hacienda cañetana, que había sido expropiada a un súbdito español opuesto a la Independencia (Juan Fulgencio Apesteguía, Marqués de Torrehermosa, dueño también de las haciendas Cuiva o Cueva y Ocucaje). El Perú quiso así premiarlo por su decisivo apoyo a la Expedición Libertadora del general San Martín. Desde este momento hasta su muerte, 19 años después, O’Higgins vivió entre Lima y Cañete. Tuvo un hijo fuera del matrimonio, se lo llevó a vivir consigo, pero no lo reconoció sino hasta después de fallecer, a través de su Testamento. Se llamó Demetrio y accedió al apellido y a la herencia al morir el prócer, quien lo había tratado como recogido de otra familia apellidada Jara.

¿A qué se dedicó O’Higgins? Decidió producir azúcar, cereales y ron. También instaló un molino de trigo y una lechería; hizo queso y mantequilla. La enorme mansión tenía un centenar de habitaciones y fue decorada con óleos de Gil de Castro -que retrataron al Prócer y su familia- y sus propias acuarelas. Ordenó, asimismo, su archivo personal, que habría de ser entregado por su hijo Demetrio al historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna en 1860. Finalmente, instaló un local para comercializar los frutos de la hacienda.

Su hijo, Demetrio, tampoco se casó, aunque tuvo dos hijos. Fue bohemio y desordenado. Incursionó en política y llegó a representar a Cañete en el Congreso Constituyente de 1867. Aquí se inició una lucha crucial para la historia de Cañete. Los pobladores de Imperial, en el mismo valle, acudieron al Parlamento solicitando ser reconocidos como pueblo. El latifundista Antonio Joaquín Ramos argumentó que no podían ser pueblo porque no eran dueños de los lotes donde se levantaban sus viviendas; esas tierras eran suyas y se trataba de la ranchería de su hacienda. Estando así las cosas, el diputado Demetrio O’Higgins estuvo del lado del pueblo contra el otro gran terrateniente del valle donde él mismo era propietario. El debate en el Congreso duró siete años y el fallo fue a favor de la gente común y corriente. De esta manera, quedó establecido el procedimiento para fundar poblaciones y constituir municipios. Sin embargo, Demetrio ya había fallecido. En 1868, apenas un año después de culminadas sus labores como constituyente, murió envenenado en Montalbán; se intoxicó con agua de almendras. Nunca se supo si fue accidente o asesinato. La leyenda dice que no pudo soportar la muerte de su mujer durante el parto. Hasta el terremoto de 2007, la casa hacienda era utilizada como restaurante y su jardín servía para acoger eventos sociales.

Otra época importante vivió esta hacienda cuando, en la década de 1920, empezó a ser administrada por el famoso hombre de negocios Pedro Beltrán, futuro ministro de Hacienda durante el segundo gobierno de Manuel Prado y Ugarteche. Empezó su mecanización con nuevas “locomotoras sin rieles” que se usaban para barbechar y abrir surcos; eran lo famosos tractores. Reemplazó el guano de las islas por fertilizantes sintéticos más poderosos. Cuentan que el primer avión que fumigó en Calenté lo hizo sobre los algodonales de Montalbán. Como Beltrán optó por vivir en su hacienda como lo hacían en Lima, instaló desagües e inauguró la luz eléctrica, entre siete y nueve de la noche, a excepción de los sábados, cuando las luces se apagaban a las diez. Pronto Montalbán producía el doble y hasta el triple que las haciendas que trabajaban con los métodos tradicionales.

EL CASTILLO UNANUE (o Casa-Hacienda Arona).- A la altura del kilómetro 141 de la Panamericana Sur, entre los distritos de San Luis y San Vicente de Cañete nos encontramos con este hermoso castillo de estilo morisco construido a lo largo del siglo XIX. ¿Cómo empieza su historia? Hasta el siglo XVIII, aquí estaba la Hacienda Arona (cuyo nombre primitivo fue Matarratones), propiedad de don Agustín de Landaburu, quien la dejó como herencia a su hijo. Sin embargo, éste, al no tener descendencia, se la obsequió a su preceptor, el médico, científico y insigne prócer de nuestra Independencia, don Hipólito Unanue. Era una hacienda azucarera, que recibió el nombre de Arona en alusión a un municipio del mismo nombre ubicado en Tenerife (Islas Canarias). Según algunas noticias, la construcción de este complejo azucarero colonial data del siglo XVII, y fue culminado, incluyendo la capilla, en la centuria siguiente. Hasta inicios del siglo XIX, en sus viejos galpones, vivían poco más de 400 esclavos negros de ambos sexos y de toda edad.
Cuando el Prócer tomó propiedad del complejo azucarero, fue conocida, genéricamente, como “hacienda Unanue”. Don Hipólito murió aquí, ya retirado de la política, en 1833, y el complejo fue dividido entre sus dos hijos. A su hija Francisca le tocó la Hacienda Arona y a su hijo José un fundo que tomó el nombre de Unanue. Fue don José, entonces, el que inició, en 1843, la construcción de la nueva casa hacienda, de estilo arabesco, popularmente conocida como “Castillo Unanue”. El 5 de enero de 1895, murió intestado en Chorrillos.

La construcción del popular “Castillo” comenzó a fines de 1843 y demoró hasta finales de la década de 1890, casi 60 años de esfuerzo del hijo del Prócer que, de esta manera, cumplió el sueño de construir la residencia más lujosa de la costa peruana, además de un homenaje a la memoria de si ilustre padre. Se calcula que se gastó unos mil pesos de oro, poco más de un millón de dólares de nuestros días. Los vitrales, los mármoles y las rejas de fierro y bronce, por ejemplo, fueron traídos desde Italia. El estilo del edificio es mozárabe, siguiendo una línea neogótica. También hay túneles y calabozos, que se usaron en 1924 como primera cárcel del pueblo de Cañete. La ligera elevación de la construcción, al parecer, se debe a la existencia de una huaca prehispánica.
Por esta deslumbrante mansión pasaron, Alexander von Humboldt, Benjamín Vicuña Mackenna, Ernest Middendorf, Antonio Raimondi y Jorge Basadre. Según algunos, su construcción sería única en su género en América del Sur, sólo comparada con el castillo del emperador Pedro II de Brasil, cerca de Río de Janeiro.

Se cuentan varias historias relacionadas al “Castillo Unanue”. Una se refiere a que, por reclamar su propiedad, un centenar de comuneros del fundo Cochahuasí fueron encerrados en los subterráneos del Castillo y nunca más se supo de ellos, no salieron con vida. Otra tradición oral de Cañete asegura que el “Castillo” tiene tres túneles; uno lo conecta con la Hacienda Montalbán (a 3 kilómetros); el otro con la Hacienda Arona (a 5 kilómetros) y de allí al puerto de Cerro Azul (a 10 kilómetros) y el tercero a playa de Cochahuasí (a 3 kilómetros). También dicen que estos caminos subterráneos habrían servido de escape a varios ladrones o delincuentes de la zona. El tradicionista Ricardo Palma narra que “recuerdan los viejos naturales de Cañete, la figura varonil por los caminos cabalgando en el más brioso potro del valle… ¡Es don José!, ¡es don José Unanue, decían los cañetanos, cediendo respetuosos el paso al rico hombre que avanzaba gallardo y donjuanero a visitar las rancherías”.
Por su lado, Eugenio Alarco Larrabure, tataranieto de Hipólito Unanue, comentaba, en 1999, cuando tenía 91 años de edad, que fue José Unanue de la Cuba (hijo de Hipólito), quien –en uno de sus viajes al río Rin de Alemania– compró uno de los castillos que se encontraba en la ciudad de Baviera, “tomó uno de los barcos que por esos días se enrumbaba al Perú y aprovechó para trasladar gran parte del castillo. Trajo ventanas, puertas, muebles, vidrios, mármoles, rejas, y lo desembarcó directamente en el muelle de Cerro Azul”… sesenta años tardó para que ‘Pepe’ hiciera realidad el sueño de tener la residencia más suntuosa de la costa peruana, en la memoria de su padre”. Según Víctor Andrés García Belaunde (en Cañete Ayer y Hoy), el “Castillo” se ubicaba dentro “de un bellísimo fundo de 900 fanegadas que recorrido por un ferrocarril a vapor comunicaba con sus oficinas”.

Con la Reforma Agraria decretada por Velasco, le vino la decadencia al “Castillo”. No solo vino el saqueo de su mobiliario sino que también se secó el jardín botánico en el que había palmeras, magnolias, nogales, pinos y alcornoques; también desaparecieron los pavos reales, patos, halcones, gorriones, chilipillos, jilgueros, colibríes, faisanes y gansos; también las tortugas y peces de colores llamados purpurinos, tornasolados y dorados. Luego, en 1972, fue declarado Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, a pesar de su cercanía a Lima y de su notable importancia histórica y arquitectónica, poca gente conoce esta mansión republicana. En 1999, se invirtieron algunos miles de dólares para hacer un estudio y poner en valor el monumento, pero el proyecto no prosperó.
Lamentablemente, el terremoto del 15 de agosto de 2007 afectó sus cimientos, y derruyeron las cuatro torres coronadas con merlones y almenas que servían para proteger el pecho del guerrero; las grietas, por su lado, alcanzan a las troneras y saeteras diseñadas para disparar flechas, piedras o agua hirviendo al enemigo. También se encuentran afectados los cuatro minaretes que en alto relieve inscriben la señal de la cruz como las mezquitas de Tierra Santa. Se supone que son los trabajadores de la ex “Cooperativa Agraria de Usuarios Cerro Blanco Unanue” los que administran el palacio republicano.

La cultura negra y la fiesta de Santa Efigenia.- El punto más importante donde se concentra el legado de la cultura afroperuana en Cañete es el distrito de San Luis, a 138 kilómetros al sur de la ciudad de Lima, aunque también hay una pequeña colonia de inmigrantes de origen chino y japonés. De San Luis salieron varios de los exponentes más representativos de la música negra en nuestro país, como Ronaldo Campos, Caitro Soto y Manuel Donayre; incluso, aquí se encuentran las raíces de Susana Baca, Lucila Campos, Arturo “Zambo” Cavero y Pepe Vásquez, entre otros. Como sabemos, durante los años del Virreinato, las danzas de los esclavos africanos fueron tildadas, en las ciudades, como indecentes, lascivas y escandalosas, por lo que fueron aisladas a las zonas rurales de Cañete y Chincha. Dentro de San Luis esta la hacienda La Quebrada, donde se cultiva el culto a Santa Efigenia, la santa más antigua de tez negra conocida en la historia del cristianismo. Cabe destacar que la famosa Josefa Muramillo, la popular “Doña Pepa” creadora de los turrones era una negra esclava de este valle, se cree que era de la Hacienda Arona.

No podemos dejar de mencionar el Festival del Arte Negro, instaurado desde 1971, y que es la celebración central de la Semana Turística de Cañete, la última semana de agosto. El concurso de las “Reinas del Ritmo y del Festejo” en el Estadio Municipal Roberto Yáñez, es uno de sus puntos culminantes. De este Festival salieron a la fama Teresa Palomino, Zoila Montedoro y las canciones “Mueve tu cucú”, “El Negrito Chinchiví” (composiciones de José “Pepe” Villalobos) y “Enciéndete Candela”.

Todos los años, el 21 de septiembre, se celebra, en la hacienda La Quebrada (San Luis), la fiesta en honor a la santa negra Efigenia; ese día, sus fieles devotos preparan chicharrón de gato y brindan en su nombre, y recuerdan a los esclavos que la trajeron desde Etiopía quienes, a escondidas en sus galpones, la rezaban esperando ser salvados de la terrible voluntad de sus amos. Durante la fiesta, se escucha el sonido del cajón y la gente mueve el cuerpo ansiando que el bendito manto de la “negra” los cobije. Según los músicos, la santa es la Reina y Señora del Arte Negro Nacional. La presencia de Efigenia en La Quebrada es muy antigua, tal vez se remonta al siglo XVIII. Según la tradición, también la llamaban “santa gorrera”, pues, como no tenía fiesta oficial, salía en recorrido procesional tras la imagen que estaba celebrando. En 1994, con el reconocimiento municipal de Patrona del Arte Negro Nacional y la creación de la asociación Santa Efigenia, se instituyó el 21 de setiembre como su día, recordando un aniversario más de su nacimiento. La mano de Efigenia quedó agujereada porque los dueños de la hacienda, al ser afectados por la Reforma Agraria, abandonaron La Quebrada con el niño negro que la santa sostenía en lo alto. De otro lado, los ocho clavos incrustados en su cuerpo explican el sacrificio de Efigenia, hija de reyes, quien, al no permitir ser desposada por su tío, fue condenada a la hoguera. Sin embargo, según la leyenda, las lenguas de fuego solamente la volvieron más negra y el pretendiente cegado por el racismo ya no quiso casarse con ella. Ahora, durante su fiesta, se prepara el apetitoso gato en chicharrón, en salsa de maní, en sillao o en seco. Al gato se le “macera” con un día de anticipación, pues la carne del felino es un poco dura, pero –dicen- sus poderes son atractivos: cura el asma, es afrodisíaco y permite que la juventud no se vaya tan rápido. Luego de comerlo, lo “bajan” con cachina o buen pisco.

Santuario Nuestra Señora Madre del Amor Hermoso.- El origen de la presencia de esta imagen de la Virgen se remonta a 1962, cuando se encontraba en Roma el monseñor Ignacio María de Orbegozo, primer prelado de Yauyos, quien participaba en Concilio Vaticano II, le pidió al padre Escrivá de Balaguer un regalo para Cañete. Se trata de una imagen hecha por el escultor español Manuel Caballero quien, con la asesoría de Escrivá de Balaguer, procuró conseguir diversas fotografías, así como diapositivas de mujeres de Yauyos, para recoger mejor los datos del color de la piel, de las trenzas y de los rasgos del rostro de las mujeres y niños de esta zona de la sierra peruana. Además, desde el Perú, se enviaron a Roma telas con los colores típicos y también postales y fotografías para facilitar el parecido. En 1965, la imagen llegó al Perú y se trasladó a una Ermita ubicada en el Seminario menor “Nuestra Señora del Valle” de Nuevo Imperial, en la provincia de Cañete, donde permaneció 26 años. Durante la primera visita de Juan Pablo II (1985), la imagen fue trasladada a la Nunciatura Apostólica (residencia del Papa durante su estancia en tierras peruanas) donde el Papa polaco tuvo ocasión de bendecirla. La imagen de la virgen, Madre del Amor Hermoso permaneció allí durante toda la estadía del Santo Padre en nuestro país. En 1991, la imagen se trasladó a su lugar definitivo, hoy un santuario construido a la entrada de San Vicente de Cañete; se le ha añadido un retablo de madera tallada de estilo colonial. Este lugar era un teatro donde se hacía la representación de la Pasión de Jesucristo durante la Semana Santa de cada año. Esta representación todavía se practica. La fiesta de la Virgen, Santa María, Madre del Amor Hermoso, se celebra el último domingo de mayo de cada año. Una copia de la misma escultura de la Virgen permanece en el sitio donde estuvo originalmente esta imagen: el Seminario menor en Nuevo Imperial.

EL PUERTO DE CERRO AZUL.- Fue la puerta de salida de la mayoría de productos del valle de Cañete. En 1830, durante el gobierno de Agustín Gamarra, fue habilitado provisionalmente para el comercio de cabotaje; es decir, para permitir la salida al mar de los productos del valle de Cañete, así como la producción de las islas guaneras aledañas. En 1859, fue calificado como “caleta” y, luego, elevado a la categoría de “puerto menor”. Según el censo de 1862, su población era de 500 habitantes; con san Luis o Pueblo Viejo, ascendía a 2,500 personas. La caña de azúcar se convierte en el principal cultivo del valle y, debido a su sobreproducción, el dueño de las haciendas “La Quebrada” y “Casa Blanca” se ve obligado a construir, en 1870, un pequeño muelle de madera y un ferrocarril para exportar, con rumbo a Inglaterra y Holanda, el azúcar producido en las haciendas de Santa Bárbara, San Benito, Casablanca y de todo el valle de Cañete; este auge va a motivar que empresas extranjeras, como la British Sugar Company, ocupen estas tierras.
Durante la guerra con Chile, la zona tuvo que soportar los rigores de la invasión extranjera. Del 17 al 19 de Junio de 1881, el batallón chileno “Victoria” y 110 cazadores a órdenes del comandante Enrique T. Bajeza y el sargento mayor Sofanor Parra, desembarcaron en Cerro Azul y ocuparon Pueblo Viejo, después de resistencia y matanza de negros y cholos como consecuencia de que esta gente carecía de organización y elementos de combate. Al ocupar definitivamente el puerto, el sargento Parra hizo demoler la casi totalidad de los muros de las defensas del puerto que todavía se conservaban en pie, concluyendo con una obra que había enorgullecido a su población y mandó levantar fortificaciones para poder defenderse.

Otro hecho destacable se produjo el 3 de abril de 1903 cuando desembarcaron, por primera vez, los inmigrantes japoneses que luego se distribuyen por todo el territorio nacional. Los primeros inmigrantes que se asientan en el distrito son las familias Maeda, Watanabe, HiraKawa, Takase, etc.
Sin embargo, la baja profundidad de su bahía, solo permitía el ingreso de embarcaciones de poco calado. Rosendo Melo, en su Derrotero de la costa del Perú (Lima, 1906), anotaba: “El tráfico se hace en grandes chalupas, en las cuales se deposita la carga de embarque y se recibe también la descarga. Por distintas causas estas lanchas no marcan siempre el fondeadero y sería peligroso suponerlo. La marcación segura es el morrito llamado El Fraile. Las bravezas en este puerto son siempre alarmantes y en algunos casos de malas consecuencias”.

Hacia la década de 1920, empieza a ser cultivado el algodón en gran escala destituyendo a la caña de azúcar. Posteriormente, por la importancia que adquiría el puerto y por el aumento de la población, fue elevado a la categoría de distrito (16 de Agosto de 1921). En 1925, se construyó el actual muelle de concreto con todos los adelantos técnicos y se culminó con el tendido de rieles en todo el valle. También surgen en el puerto diversas agencias de aduanas como La Agencia Marítima y Comercial de C.A., Ferrari Hermanos, Yansen y Pella. Además, los pobladores fueron participando, cada vez en mayor número, en las labores que demandaba el tráfico portuario (tasqueros, lancheros, estibadores). De esta manera, el puerto comenzó a extenderse al ofrecer trabajo seguro a la población. Lamentablemente, en 1972, durante el gobierno de Velasco, el muelle, después de haber sido elevado a la categoría de Puerto Menor, va a ser clausurado debido al poco movimiento comercial que se daba en él como consecuencia de la construcción de la Carretera Panamericana sur que permitía la salida de los productos hacia el Callao y Pisco. Actualmente, es una caleta que es utilizada por los pescadores artesanales.

LUNAHUANÁ.- El distrito de Lunahuaná pertenece a la provincia de Cañete, tiene 500 kilómetros cuadrados y una población de 5 mil habitantes. En tiempos precolombinos, el Señorío de Lunahuaná comprendía también los distritos de Pacarán y Zúñiga, y era una ruta de penetración a la sierra central y al Cuzco. Fue seguramente el camino que emplearon las tropas incas cuando conquistaron lo que hoy es la provincia de Cañete. La palabra lunahuaná proviene del quechua y significa “el que hace escarmentar a la gente”. Los anexos que existen en la actualidad en el distrito serían rezagos de los antiguos ayllus. El 4 de agosto de 1821, durante el Protectorado de San Martín, se convirtió en distrito y, desde 1885, ha tenido 42 alcaldes. Hoy es el distrito con más flujo turístico de Cañete y está conformado por 11 anexos: Cercado de Lunahuaná, Socsi, Lúcumo, Paullo, San Jerónimo, Langla, Jita, Condoray, Uchupampa, Catapalla y Ramadilla. De acuerdo a los censos de los años 1993 y 2005, la población de 15 años a más ha tenido un incremento de 70% a 75%.

El nacimiento del turismo se inició en los años setenta, con la construcción del primer hotel (Embassy). Su impulsor fue Luis Castro Capurro, dueño del hotel y alcalde de la localidad. Entre fines de los setenta e inicios de los ochenta, se instaló, poco a poco, la luz eléctrica y fue recién, en los noventa, que todo el distrito gozó no solo de luz sino de una carretera asfaltada.

El clima de la zona y la abundancia de recursos naturales impulsaron el turismo. Esto hizo que se multiplicaran los hoteles, restaurantes, los servicios de canotaje, la venta de vinos y piscos, así como de variedades de dulces. Eso hizo que también aparecieran los festivales del níspero, del pisco, del vino y del canotaje. Esto sin mencionar de ser una zona muy rica en dos recursos hidrobiológicos: el camarón y la trucha (en los años 80, se creó la Asociación de Camaroneros para proteger la especie y declarar las vedas). Además, su cercanía a Lima y la necesidad de las clases medias capitalinas en buscar actividades recreativas convirtieron a Lunahuaná en un interesante foco de desarrollo turístico. Sus principales fiestas, de naturaleza costumbrista, se realizan en enero (Señor de los Milagros), marzo (uva, vino, pisco y camarón) y octubre (Festival del Níspero). Sus platos típicos son la sopa seca y los camarones, y sus cultivos permanentes son la uva, la manzana, el níspero y otras variedades de frutas. La oferta turística es variada: zonas arqueológicas (Incahuasi y Catapalla), monumentales (Puente colgante de Catapalla, Plaza de Armas y El Mirador) y naturales (río Cañete).

Puente colgante de Catapalla.- Tiene más de 90 años y, en un principio, era la única forma de ingresar a la ciudad. Debido a los constantes huaycos se le ha reforzado con cemento y ahora está más seguro. A un kilómetro se ha construido un puente por donde pueden ingresar los vehículos. El anexo de Catapalla (cata: Mujer y palla: bella) es la primera zona productora de uvas de Lunahuaná. Fue fundada el 30 de julio de 1935 por Gumercindo González del Valle.

PEDRO PABLO UNANUE CARRILLO, un héroe afroperuano.- Bautizado por fray Manuel Valdiviezo el 29 de junio de 1859, en la iglesia de San Vicente de Cañete, fue un marinero que murió en la campaña marítima de la Guerra con Chile. Fue hijo natural de Francisco Unanue y de Mónica Carrillo, y tuvo por padrinos a Pedro Celestino Cabrera y a Manuel Paine. Fue alumno de la Escuela de Grumetes desde 1872 y se distinguió por su buena conducta; al año siguiente, pasó a la cañonera “Chanchamayo”. Siguió en la Marina y, en octubre de 1879, perdió la vida a los veinte años en el glorioso monitor Huáscar. Pedro Gárezon, último comandante de la nave de Grau, expresó, el 1 de febrero de 1880, que el joven Unanue, lúcido aún, pronunció estas palabras: “Muero con gusto porque muero por mi patria, que importa que yo muera cuando quedan tantos valientes”; y agregó Gárezon: “Hacía honor a la Escuela de Grumetes, donde fue educado”.

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Breve historia de la banca en Lima hasta 1950


Banco del Perú y Londres

El sistema bancario del siglo XIX.- Durante los tiempos de la Independencia existió el Banco Auxiliar de Papel Moneda (1821-1824), que funcionó en la calle Melchormalo (cuadra 3 del jirón Huallaga), pero que, por prácticas inadecuadas, desapareció. Se cuenta que allí trabajó un grabador que inició la impresión de papel moneda en una máquina rudimentaria, con técnica deficiente, por lo que la falsificación llegó a extremos.

Por ello, el sistema bancario peruano tiene sus orígenes en los tiempos de la bonanza del guano, pues la fundación de los primeros bancos se asoció a la canalización de capitales orientados al negocio guanero y a la agricultura, así como a la concesión de algunos créditos o colocación de capitales en el extranjero (básicamente Europa) por parte de los empresarios (consignatarios) del guano. No es por casualidad que encontremos entre los miembros de los directorios de estos bancos encontremos los nombres de estos consignatarios.

El primer banco nació el 15 de noviembre de 1862 y fue el Banco de la Providencia, fundado por el ciudadano belga Francisco Watteau en un local de la calle San Pedro (cuadra 3 del jirón Ucayali) y con un capital de un millón de pesos; gobernaba el Perú el general Miguel de San Román. En 1868, el banco se mudó a sus oficinas definitivas en la calle Mercaderes (Jirón de la Unión 470), la más importante de la capital, local que ha sobrevivido hasta nuestros días y en las esquinas de uno de sus balcones neoclásicos (uno cerrado y el otro de antepecho) se aprecian dos caduceos (vara con dos serpientes entrelazadas), símbolos del Banco de la Providencia.

Luego siguieron el Banco del Perú (1863), el Banco de Londres (1863) el Banco de Crédito Hipotecario (1866), la Caja de Ahorros de la Beneficencia Pública (1868) y el Banco de Lima (1869). También iniciaron sus operaciones el Banco Nacional del Perú, el Banco Garantizador, el Banco Mercantil del Perú, el Banco la Patronal, el Banco de Comercio del Perú y el Banco del Callao. Todos estos bancos emitían sus propios billetes ya que, dentro del esquema liberal del XIX, la idea de introducir controles a la emisión de los bancos estaba mal vista, pues se trataba de una transacción entre el banco y el cliente que confiaba en él.

También se desarrollaron las compañías de seguros. En 1867, a pareció la primera: La Paternal. Luego le siguieron La Confianza (contra incendios), La Compañía Sudamericana de Seguros (contra riesgos marítimos y contra incendios), Life Insurance, Scotish Imperial (contra incendios y seguros de vida), la Compañía de Seguros Lima, Seguros Marítimos, Standard y London & Southwark y Sum Fire Office (contra incendios).

Todo este boom bancario entró en colapso incluso antes de la Guerra con Chile por la grave crisis económica; cuando estalló el conflicto, la mayoría quebró y desapareció, y solo sobrevivieron los que estuvieron en mejores condiciones, como el Banco del Perú y Londres y el Banco del Callao.

De la Reconstrucción Nacional a la crisis de los años 30.- Luego de la catástrofe de la guerra, el sistema bancario fue sobreponiéndose. El Banco Italiano (hoy Banco de Crédito) se inició en 1889 como una asociación de comerciantes italianos. En 1897, el Banco de Londres, México y Sudamérica se asoció al Banco del Callao dando origen al Banco del Perú y Londres, que financiaba exportaciones agrícolas de la costa norte y la costa central. En 1899, la familia Prado fundó el Banco Popular, como mecanismo para financiar las actividades empresariales del grupo familiar. El capital bancario más importante era movido por el Banco del Perú y Londres y el Banco Italiano; cada uno colocaba alrededor de un millón de libras peruanas. También en Lima empezaron otras entidades financieras privadas como la Compañía de Seguros Rímac, la Compañía Internacional de Seguros y el Banco Internacional (1899, hoy llamado Interbank),

Durante el “Oncenio” de Leguía, se quiso crear un Banco de la Nación para emitir cheques circulares y regular el circulante, labor que hasta entonces era realizada por los bancos comerciales o privados. También se ocuparía de regularizar el servicio del presupuesto (pagos y cobros) y financiar diversas obras públicas. El proyecto no prosperó. Recién el 9 de marzo de 1922 se aprobó el funcionamiento de un Banco de Reserva para organizar el sistema crediticio y la emisión monetaria. Es a partir de este momento que recién se puede hablar de una moneda nacional en el Perú. Su capital inicial fue de 2 millones de libras peruanas y su directorio lo formaban siete miembros: tres elegidos por los bancos, uno como defensor de los intereses extranjeros y tres nombrados por el gobierno. Además de tener total independencia del Ejecutivo, debía emitir billetes respaldados por oro físico, fondos efectivos en dólares y en libras esterlinas, no menores del 50% del monto de dichos billetes. Por último debía atender imposiciones de cuenta corriente de los accionistas y del gobierno, actuaría como Caja de Depósitos, podría aceptar depósitos del público pero sin intereses y negociar en moneda extranjera de oro u oro físico, además establecer los tipos de descuento.

El “Oncenio” también inauguró en el país la llamada banca de fomento, fiel al nuevo papel asignado al Estado por Leguía como principal promotor del desarrollo económico. De esta forma, en 1928 inició sus funciones el Banco de Crédito Agrícola, que debía impulsar la producción agropecuaria en el país. Lamentablemente, sus créditos estuvieron destinados a los barones del azúcar y del algodón, no así a los pequeños propietarios o a las comunidades campesinas de la sierra. Ese mismo año, se fundó el Banco Central Hipotecario para facilitar el crédito a los pequeños y medianos propietarios.

La banca, 1930-1950.- Son cuatro las características de la política bancaria en este periodo:
a. La creación de un Banco Central de Reserva (18 de abril de 1931) para mantener la estabilidad monetaria y regular el circulante, función que no tenía el Banco de reserva de 1922. Se creó así el mecanismo para que el gobierno pudiera manejar la política bancaria y el control o devaluación del tipo de cambio.
b. La formación de la banca de fomento, como Banco Agrícola (1931), Banco Industrial del Perú (1936) y Banco Minero del Perú (1942). Como dependían del BCR, privilegiaron las actividades sólidamente establecidas o aquellas que garantizaban una alta rentabilidad. En la práctica, al no democratizar el crédito, no actuaron como una verdadera “banca de fomento”. Los créditos a provincias tampoco se distribuyeron en forma homogénea: el sur andino y la amazonía, por ejemplo, estuvieron sistemáticamente desatendidos. Después de Lima (70-75%), las zonas “privilegiadas” fueron la costa norte (10%) y Arequipa (7%). Como vemos, la concentración del crédito en Lima fue demasiado alta, favoreciendo el desarrollo de la capital (centralismo) en desmedro del interior del país.
c. Mayor presencia en las finanzas de bancos nacionales: Banco Wiese Ltdo. (1943), Banco Comercial del Perú (1947), Banco Continental del Perú (1951) y Banco de Lima (1952).
d. Difusión de sucursales bancarias en nuevos puntos del territorio nacional.

El Banco del Perú y Londres.- Desde 1860, existía en Lima una sucursal del London Bank of Mexico & South America que, en 1863, abrió una oficina en el Callao. En 1876, la institución decidió liquidar la oficina del puerto y un grupo de capitalistas peruanos fundó el Banco del Callao, que sufrió las consecuencias de la guerra del Pacífico hasta que, en 1897, se fusionó con el London Bank dando origen al Banco del Perú y Londres. Con el advenimiento del nuevo siglo, bajo la gerencia de los señores Martin B. Wells y José Payán, el banco amplió su capital, creció en sus operaciones y estableció en Europa un Comité para colocar acciones en las bolsas de Londres y París. Un serio revés para la institución fue la guerra europea (1914-1918), cuando sus negocios se paralizaron. Sin embargo, gracias a la ayuda del estado y de otros bancos, se restableció su equilibrio comercial, se alejó el fantasma de la crisis y recuperó la confianza de los clientes. Fue así que abrió sucursales en Ica, Pacasmayo, Trujillo, Arequipa, Piura, Chiclayo, Cerro de Pasco, Huaraz, Iquitos, Callao y Huacho. Durante esta época, aparentemente “dorada”, su director-gerente fue el señor Pablo la Rosa, hombre de negocios de prestigio y hábil financista (en 1913 fue teniente alcalde y alcalde interino de Lima). Mientras Leguía se mantuvo en el poder, el banco funcionó con normalidad; sin embargo, luego del derrocamiento de líder de la “Patria Nueva” (25 de agosto de 1930), sufrió un pánico de retiro de fondos. Después de una moratoria que terminó en febrero de 1931, el banco fue declarado oficialmente en bancarrota y hubo de ser liquidado.

La elegante sede del Banco del Perú y Londres fue diseñada, en 1905, por el arquitecto italiano Julio E. Lattini (el mismo que proyectó el Teatro Segura) de estilo clásico; en su interior destaca una gran farola de fierro y vidrio de filiación art nuveau. El edificio está ubicado en la esquina de los jirones Huallaga y Azángaro.

El Banco Italiano.- Empezó a funcionar el 9 de abril de 1889 por feliz iniciativa de un grupo de capitalistas y comerciantes italianos afincados en el país. Su capital inicial fue de 40 mil libras peruanas que, con los progresos de la institución, se elevaron a 400 mil, la más alta capitalización suscrita en el país. En 1896, fundó la Compañía de Seguros Italia y, en 1900, estableció una sección hipotecaria anexa al banco. Sus principales operaciones se dirigieron a fomentar la agricultura y la minería y fue el primer banco en cubrir, totalmente en oro, el porcentaje que le correspondía en garantizar los cheques circulantes que emitió en 1914. Fue precursor de la legislación laboral en el Perú a raíz de la adopción, en las relaciones con su personal, de pautas de conducta respecto a los reajustes periódicos de sueldos y participación en las utilidades. A inicios de la década de 1920, ya tenía sucursales en el Callao, Arequipa, Chincha y Mollendo. Su alianza estratégica fue con la Banca Comerciale Italiana, la más poderosa empresa bancaria de Italia, cuyos negocios durante la guerra europea fueron colosales. La crisis de los años 30 no impidió que el banco siguiera ampliando su red de oficinas, implantar modernos sistemas de contabilidad, expandir sus relaciones con el exterior e introducir novedosos instrumentos de captación de depósitos como fue, por ejemplo, el “cheque limitado”; asimismo, al tiempo que apoyaba el desarrollo de las actividades privadas, otorgaba apoyo crediticio al Gobierno Central, a las empresas estatales y a las municipalidades. En vísperas de la segunda guerra europea, tuvo que sufrir la campaña contra Italia y las instituciones italianas cuyo objetivo fue, entre otros, determinar un pánico entre los clientes del banco. Afortunadamente, la campaña no tuvo éxito y el banco demostró su solidez y comprobó el arraigo que tenía entre el público; en 1939, año de sus Bodas de Oro, contaba con 30 sucursales al interior del país. En 1941 cambió su razón social por Banco de Crédito del Perú.

Su primera oficina estuvo en la esquina Banco del Herrador y San Pedro (actual Lampa 499). Para conmemorar los 40 años de existencia de la institución, se construyó su sede definitiva: el elegante edificio del Banco Italiano, terminado en 1929 y diseñado por el arquitecto Ricardo Malachowsky, fue un claro ejemplo de arquitectura academicista. Destacan las grandes columnas clásicas que adornan la fachada. Según el arquitecto José García Bryce, en este edificio, Malachowsky “retomó el tema del orden gigante aplicado a ambos lados de un frente en esquina que había empleado en la década anterior en la Caja de Depósitos y Consignaciones, pero apoyando las columnas en altos pedestales y dándole al vocabulario clásico también una tónica más romana que francesa”.

Banco Internacional del Perú.- Se fundó el 1 de mayo de 1897 e inició sus operaciones el 17 del mismo mes con un directorio presidido por Elías Mujica; su capital inicial fue de 50 mil libras peruanas. En 1934, comenzó su proceso de descentralización administrativa, siendo Chiclayo y Arequipa las primeras agencias en abrirse, seguidas un año después por las de Piura y Sullana. En el pasado, el accionariado del banco incluyó capitales vinculados a la agroindustria, como la Fabril S.A. y W.R. Grace Co. En la década de los setenta, el Chemical Bank de Nueva York participó en el accionariado y fue responsable de la gerencia del banco. En 1970, el Banco de la Nación adquiere el mayor porcentaje de las acciones del banco, convirtiéndose de esta forma en miembro de la Banca Asociada del país. En 1980 el banco pasó a llamarse Interbanc. El 20 de julio de 1994, un grupo financiero liderado por Carlos Rodríguez-Pastor Mendoza, e integrado por grandes inversionistas, como Nicholas Brady (ex Secretario del Tesoro de los EEUU), entre otros, se convirtió en el principal accionista del banco al adquirir el 91% de las acciones disponibles. En 1996 se decidió cambiar el nombre a Interbank.

Su primera sede estuvo ubicada en la calle Espaderos, Jirón de la Unión, en la hoy llamada Casa O’Higgins. Luego, la política de expansión del banco hizo que, en 1942, se adquirieran dos propiedades, una en la Plazuela de la Merced y otra en la calle Lescano, donde se construyó el edificio “Sede La Merced”, cuyos bellos acabados han llevado al Instituto Nacional de Cultura a catalogarlo como Monumento Histórico. Arquitectos: Rafael Marquina y José Álvarez-Calderón; contratistas: Fred Ley & Co (en revista El Arquitecto Peruano, marzo 1944).

Banco Popular del Perú.- Fue fundado el 13 de septiembre de 1899 con un capital de 200 mil libras peruanas y realizaba, en teoría, toda clase de operaciones. Al momento de su creación, tuvo el carácter de una cooperativa con el objeto de otorgar crédito a sus propios socios por medio de lo que en los estatutos se denominó la mutualidad; en 1901, pasó a constituirse como sociedad anónima de responsabilidad limitada, año en que también asume la presidencia del banco Mariano Prado y Ugarteche y se inicia la influencia de esta familia en los destinos de la institución. En un principio, el banco financiaba, primordialmente, a medianos y pequeños agricultores de los valles cercanos a Lima y a industrias asentadas en la capital. Luego intervino en diversas operaciones vinculadas a la recaudación de impuestos, lo que fue su negocio más rentable por las comisiones que le cobraba al estado. Luego, en 1905, participó en la creación de la Caja de depósitos y Consignaciones, institución que debía ocuparse de custodiar gratuitamente los valores cuyo depósito fuera ordenado o aceptado por el poder Judicial o por las diferentes oficinas de la administración pública. Entre 1936 y 1943, la participación del Banco Popular muestra una tendencia ascendente que hace casi triplicar su peso dentro de la banca comercial pasando a representar, en términos relativos, del 10 al 27% del total del capital y reservas del sistema financiero; es el periodo en que los Prado pasan a controlar directamente la entidad beneficiando a las empresas vinculadas a su grupo empresarial (el llamado “Imperio Prado”).

Su local principal fue el edificio neoclásico en la esquina de Melchor Malo y Beytia (Huallaga con Azángaro). Hoy, edificio “Fernando Belaunde Terry” del Congreso de la República).

Banco Alemán Trasatlántico.- Se creó en 1904 como filial del Deutsche Bank en Sudamérica. Tuvo sucursales en varios países de América, como México, Uruguay, Brasil, Chile, Perú y Argentina. En Buenos Aires su primera casa matriz abrió el 5 de agosto de 1887; Santiago de Chile, la filial abrió en enero de 1896; y, en 1911, llegó a Río de Janeiro. Llegó a tener 23 sucursales: Buenos Aires, Bahía Blanca, Córdoba, Mendoza, Tucumán (Argentina); Santiago, Antofagasta, Osorno, Iquique, Arequipa, Temuco, Valdivia y Concepción (Chile); Lima, Callao, Trujillo y Arequipa (Perú); Montevideo (Uruguay); Barcelona y Madrid (España); y Río de Janeiro (Brasil). Hacia 1908 tenía un capital de 30 millones de marcos y, en 1921, llegó a tener 630 millones de marcos. La sucursal de Lima fue abierta el 15 de junio de 1905 por el señor Paul Richarz; en 1921, su gerente era el señor Heinrich Börsing y los subgerentes eran Carlos Ledgard y Paul Schmidt. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial y producto del rompimiento de relación del Perú con Alemania, el banco dejó de funcionar debido a una artimaña legal. El 31 de diciembre de 1941, el Poder Ejecutivo cambió el artículo 18 de la Ley de Bancos: las empresas bancarias nacionales solo podían tener, en adelante, un nombre en idioma castellano, sin referencia alguna a país extranjero. Esta norma tuvo dos claros afectados: el Banco Italiano y el Banco Alemán Transatlántico. Este último no se adecuó a la norma, y, el 15 de septiembre de 1942, se ordenó a la Superintendencia de Bancos tomarlo bajo su administración como paso previo a su liquidación.

Su elegante sede estuvo en la calle de Coca 429 (cuarta cuadra del jirón Carabaya); luego lo ocupó el Banco Central Hipotecario del Perú.

Banco Anglo Sudamericano.- Nació en 1889 con la denominación de “Banco de Tarapacá y Londres”, con un capital de 200 mil libras esterlinas. Su matriz estaba en Londres y tenía sedes en Valparaíso, Pisagua e Iquique; nació con el objetivo de facilitar el comercio del salitre con Gran Bretaña. El éxito de sus negocios hizo que se aliara con el “Banco Anglo-Argentino”, pasando a llamarse “Banco de Tarapacá y Argentina” y con un capital de un millón u medio de libras esterlinas. En 1904, abre una sucursal en Hamburgo y, en 1907, cambia su denominación por “Banco Anglo Sudamericano”, abriendo otra oficina en Nueva York; en 1912, absorbe al “London Bank of Mexico & South America” y abre una sucursal en París. Durante los años de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), teniendo en cuenta la importancia del mercado español para el aprovisionamiento de los países aliados, abre oficinas en Barcelona, Madrid y Bilbao, con estupendos resultados, tanto es así que adquiere el 93% de las acciones del “Commercial Bank of Spanish America”, que contaba con sucursales en Colombia, Ecuador, Venezuela y Centroamérica. La oficina de Lima se abrió el 2 de enero de 1920, cuando el banco ya tenía 45 en América, 11 en Europa y un capital de 13 millones de libras esterlinas. Aparte de las operaciones normales de todo banco, se encargaba de compra y venta de valores sujetos a las exigencias de la Bolsa de Londres y otros países. Su casa matriz estaba en Londres (62, Old Broad St.).

Su edificio era de estilo neoclásico francés y estaba ubicado en la segunda cuadra del jirón Azángaro, donde luego se levantó el edificio Gildemeister.

El Citibank.- En 1920, cuando gobernaba el Perú el presidente Augusto B. Leguía, abrió sus puertas en Lima The National City Bank of New York con un capital inicial fue de 2 millones de soles. La llegada del Citibank no fue casual. El régimen de Leguía abrió las puertas a la inversión norteamericana en nuestro país, tanto para el sector privado como para la implementación de obras públicas impulsadas por el estado. De esta manera, el nuevo banco enfocó sus actividades recibiendo depósitos de terceros e invertirlos en colocaciones, así como prestar otros servicios bancarios, dinamizando el comercio con los Estados Unidos de Norte América y aportando capitales para diferentes obras de aliento emprendidas por el régimen de Leguía, como carreteras y diversas obras de infraestructura urbana. También fue accionista del recién creado Banco de Reserva del Perú, en 1921. Como se trataba de una institución, cuya matriz estaba en Nueva York, los directores del banco eran ciudadanos norteamericanos que residían en Lima por temporadas según su contrato laboral.

La solidez del Citibank se puso a prueba cuando estalló la crisis financiera mundial de 1929 que, como sabemos, significó la virtual quiebra de la Bolsa de Valores de Nueva York. En el Perú, mientras unos bancos desaparecían o se fusionaban, el Citibank no solo siguió funcionando sino que se adaptó a la reforma del sistema financiero y bancario que hizo el estado peruano en 1931; por ejemplo, la obligación de realizar el “encaje” bancario en el Banco Central de Reserva y someterse al férreo control de recién creada Superintendencia de Banca y Seguros. Siempre en su amplio local del edificio “Italia”, el Citibank formó parte de la llamada “banca comercial” hasta 1960: su actividad se concentraba en operaciones corrientes de depósito, descuento a corto plazo y servicios bancarios a un grupo selecto de empresas. Cabe subrayar que su cartera de clientes era reducida (solo empresas norteamericanas); además, el banco también prestaba dinero a otros bancos (“banco de bancos”).

Su primera sede fue una modesta oficina ubicada en la Plazuela del Teatro (frente al Teatro Segura). Luego, en 1922, el Citi se mudó al elegante edificio “Italia”, de estilo neoclásico, en la esquina de las calles Coca y Jesús Nazareno (hoy cruce de los jirones Miro Quesada y Carabaya). Afortunadamente, este edificio aún lo podemos observar en nuestro centro histórico: un local construido especialmente para una entidad bancaria, con la amplitud suficiente para la instalación de sus oficinas y para servir debidamente a sus clientes.

Banco de Reserva del Perú.- Por iniciativa de los bancos privados, el 9 de marzo de 1922 se creó esta institución con el fin de regular el sistema crediticio y emitir en forma exclusiva los billetes. Casi un mes después, el 4 de abril de ese año, la institución inició sus actividades; su primer presidente fue Eulogio Romero y, su primer vicepresidente, Eulogio Fernandini y Quintana. Luego de la Gran Depresión de 1929, los efectos de la crisis mundial se dejaron sentir en el sistema bancario peruano. La caída de los precios internacionales y las restricciones al crédito internacional, dificultaron el financiamiento del gasto público y generaron una fuerte depreciación de la moneda nacional. Por ello, a finales de 1930, el entonces presidente del banco, Manuel Olaechea, invitó al profesor Edwin W. Kemmerer, reconocido consultor internacional para enfrentar esta crisis. De esta manera, en abril de 1931, el profesor Kemmerer, junto a un grupo de expertos, culminó un conjunto de propuestas en 11 documentos: 9 proyectos de ley y 2 informes, tanto en materia fiscal como monetaria. Uno de estos proyectos planteó la planteó la transformación del Banco de Reserva en el Banco Central de Reserva del Perú. La propuesta planteaba, entre otros aspectos, un aumento de capital, un cambio en la composición del Directorio y considerar, como función principal de la nueva entidad, la estabilidad monetaria y mantener la exclusividad de la emisión de billetes (regular el circulante); en este sentido, el valor del sol peruano, su relación con otras monedas, era determinado por esta reforma. El 18 de abril fue aprobada la iniciativa y, el 3 de septiembre de 1931, se inauguró oficialmente el BCR y se eligió a Manuel Augusto Olaechea como su primer presidente y a Pedro Beltrán como vicepresidente.

La sede del Banco de Reserva fue construida por la empresa Fred T. Ley; esquina Lampa con Ucayali, hoy Museo del Banco Central de Reserva.

Banco Gibson.- Se fundó en 1928 en Arequipa y tuvo una sede en Lima, cuyo edificio aún puede observarse en la calle del general La Fuente (casona pintada de naranja, quinta cuadra del jirón Camaná, antes de llegar a Emancipación). En 1961, fue absorbido por el Banco de Crédito del Perú.

Banco Central Hipotecario del Perú.- Fundado por Leguía el 9 de marzo de julio de 1929 después de un dilatado periodo de preparación en el que participaron los banqueros norteamericanos Seligman y las instituciones bancarias nacionales cuyas secciones hipotecarias debieron ser traspasadas al nuevo banco. Se constituyó con un capital de 1 millón 200 mil libras peruanas a ser suscrito, en partes iguales, por el gobierno, los bancos hipotecarios establecidos y los particulares.
Banco de Crédito Agrícola.- Se fundó el 16 de marzo de 1928 con un capital de 500 mil libras peruanas otorgadas por la comisión que estaba organizando el Banco Central Hipotecario. Su importancia no fue mucha en un comienzo debido a la crisis del año 30, pues no pudo “salvar a los agricultores de las dificultades en que se encuentran para hacer sus sembríos con la amplitud y oportunidad requeridas”. Por ello, en 1931, se creó la Junta de fomento Agrícola del Perú para “atender, mediante organizaciones adecuadas, al suministro de crédito agrícola en los lugares de la República que estime convenientes y, forzosamente, en Lima, Arequipa, Chiclayo, Cuzco e Iquitos”. Pese a todas estas medidas, era claro que en la creación de este banco hubo mucha improvisación, como opinaron las entidades bancarias privadas. De otro lado, no pudo expandirse adecuadamente y tuvo que ser asesorado por el Banco Italiano y atender usando sus oficinas en varios lugares de la República.

Banco Industrial del Perú.- Se creó el 30 de enero de 1933 “con la finalidad exclusiva de proteger la producción de los artículos que se importen, ya sea estos agrícolas, ganaderos o manufactureros y que, técnica y económicamente, se pueda producir en el Perú. Sin embargo, a pesar de su creación, la instalación del nuevo banco demoró más de tres años pues recién inició sus operaciones en septiembre de 1936 “para dar impulso a las industrias del país y fomentar su mejor desenvolvimiento”. Su funcionamiento fue muy lento y sus operaciones de crédito fueron reducidas, al menos en los difíciles años 30.

Banco Wiese Ltdo.- Fue fundado el 2 de febrero de 1943 como banca múltiple por los hermanos Augusto y Fernando Wiese Eslava; su edificio, diseñado por Enrique Seoane Ros, estuvo ubicado en la esquina del jirón Lampa con Emancipación (hoy, Supermercados “METRO”).
Banco Comercial del Perú.- Fundado en 1947 por el empresario Alejandro Bertello con un capital de 10 millones de soles; su edificio estaba ubicado en la calle Jesús Nazareno 139-151 (hoy jirón Antonio Miro Quesada).

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La primera Navidad en América

Texto tomado del diario ABC de España (25/12/11)

Nochebuena de 1492. La expedición de Cristóbal Colón espera en la Española pasar su último día en esas nuevas tierras. Todo está preparado para zarpar al día siguiente. Sin embargo, en mitad de la noche unos gritos dan la voz de alarma. La nao Santa María ha encallado. No hay víctimas pero los intentos por reflotarla son en vano. Colón aprovecha el imprevisto para construir un fuerte en la isla con los restos del navío. Un total de 39 marineros comandados por Diego de Arana se convierten en el primer destacamento español en el ‘Nuevo Mundo’. La fortificación es levantada bajo el nombre de Navidad en honor a la fecha del comienzo de su edificación.

Los marineros se pertrechan y aprovisionan con gran cantidad de víveres. Son conscientes de que deberán resistir un año la vuelta de una nueva flota desde el otro lado del Atlántico. En ese tiempo sólo tienen un objetivo: almacenar todo el oro posible. Los nativos les han prometido muchas riquezas y la mayoría de colonos se quedan en la isla voluntariamente. Colón parte hacia España el 4 de enero de 1493. Nunca más vería con vida a sus 39 compañeros.

Cuando el almirante genovés descubre América lo primero que hace es entablar relaciones con las tribus nativas. En la Española -actual Haití- hace tratos con los indios taínos, un grupo de indígenas pacíficos y receptivos a los recién llegados. Su líder Guacanagarí ve en los hombres blancos y barbudos unos buenos aliados contra su enemigo isleño: los indios caribes. Estos otros nativos pueblan el interior de la isla, practican el canibalismo y dirigidos por un caudillo llamado Caonabo mantienen una postura bastante hostil y beligerante. Para ganarse el trato de los españoles en su lucha interna, Guacanagarí ofrece algunas joyas y la promesa de abundante oro. Los colonos se frotan las manos y sueñan con volver a España cargados de riquezas.

Tras el suceso de la Santa María, los propios taínos ayudan a los españoles a rescatar el máximo material posible de la nao. Incluso aceptan la presencia del pequeño contingente en el fuerte Navidad. Este modesto enclave apenas cuenta con una empalizada, una torre y unas casas. Antes de su partida, Colón deja al mando de la guarnición a Diego de Arana, alguacil mayor de justicia. Sus lugartenientes son Pedro Gutiérrez y Rodrigo Escobedo. Sus órdenes están claras: mantener la alianza con los taínos y conseguir oro.

El regreso.- Tras sorprender al mundo entero con su increíble hallazgo, Colón emprende su segundo viaje a América. Tras navegar por las Antillas pone rumbo al pequeño asentamiento donde espera con ansiedad conocer los avances de los colonos. Sin embargo, cuando se aproxima al lugar el 27 de noviembre de 1493 no ve luces ni percibe ruidos en el fuerte. La alarma aumenta al encontrar dos cadáveres flotando en la costa en tal estado de descomposición que es imposible identificarlos. Al caer la noche, los españoles no se atreven a bajar de los barcos. A la mañana siguiente realizan varios disparos con lombarda sin obtener respuesta alguna. Sus mayores temores se confirman cuando aparecen dos nuevos cuerpos. A diferencia de los anteriores, estos cadáveres tienen barba, señal inequívoca de su procedencia hispana.

Por fin, los colonos descienden dispuestos a averiguar lo ocurrido. Se encuentran con el fuerte calcinado, pero no hallan cadáveres. ¿Dónde están? Tampoco hay oro ni ningún otro metal precioso almacenado. La respuesta la ofrecen los indios taínos. Su líder se entrevista con Colón. Guacanagarí recibe al genovés postrado en una camilla por una supuesta herida en una pierna. El líder indígena explica que sus enemigos caribes atacaron a los españoles y que ellos intentaron ayudarles sin éxito. Las palabras no convencen a los exploradores. El propio médico de la expedición, Diego Álvarez de Chanca, examina la pierna del líder tribal sin encontrar ninguna herida exterior. Pese a las sospechas de traición y a la presión de sus hombres para vengarse, Colón acepta las explicaciones y decide fundar la Isabela, la primar ciudad en el nuevo continente. Eso sí, elige la otra punta de la isla, en la actual República Dominicana.

Pero ¿qué pasó realmente en el fuerte Navidad? Al poco de marcharse Colón la tensión entre los españoles y los indios aumentó. Los colonos actuaban como verdaderos señores del lugar, sin respetar las costumbres autóctonas y con una actitud más tiránica cuanto más se retrasaba el oro prometido. Además, la relación entre los propios españoles tampoco era la adecuada, lo que provocó la formación de dos grupos. Por un lado Pedro Gutiérrez y Rodrigo Escobedo junto a otros nueve hombres abandonaron la fortificación y se adentraron en la isla, donde fueron una presa fácil para los indios caribes. Después, esta tribu beligerante o los propios taínos cansados de tanto desprecio atacaron a los diezmados e indisciplinados habitantes de Navidad.
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Notas sobre la Lima industrial y obrera

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Fábrica Arturo Field

A diferencia de lo que ocurrió en otras ciudades latinoamericanas (como México, Buenos Aires o Sao Paulo), la industria limeña no tuvo una implantación masiva ni de gran proyección. Esto se debió, básicamente, como sostiene Wiley Ludeña, al carácter dependiente del proceso de industrialización del Perú y su debilidad para constituirse en un factor de desarrollo estructural. Se trató de una industria ligera y mediana de bienes de consumo (tejidos, alimentos y bebidas, etc.); no produjo bienes de capital ni otras industrias.

El siglo XIX.- La primera señal de “industrialización” se dio a mediados de esta centuria, durante el primer gobierno de Castilla. En aquel momento, a finales de la década de 1840, algunos hombres de negocios trataron de aprovechar el renacimiento del mercado de consumidores de la capital. El precursor fue el mercader Jorge Moreto, quien abrió una fábrica de cristalería y utensilios en 1841; luego, los hermanos Bossio la revivieron en 1847, la mudaron al Callao y ampliaron la gama de productos e, incluso, contrataron administradores europeos para llevar adelante el negocio. José de Sarratea, hacendado y sobreviviente de las guerras de Independencia, incursionó en la industria de la seda con la importación de máquinas a vapor. También fue abierta una fábrica de papel por los propietarios del diario El Comercio, Manuel de Amunátegui y Alejandro Villota, quienes invirtieron unos 50 mil dólares en maquinaria importada. Otro empresario, Eugenio Rosell, abrió una fábrica de velas y una amplia gama de productos derivados de la ballena. Incluso, el mismo gobierno de Castilla invirtió en la fundición naval de Bellavista (1846), perteneciente a la Escuela Naval, que debía preparar mecánicos para la empresa privada y mantenerse mediante contratos con particulares para la fabricación y reparación de maquinaria sofisticada.

Pero el proyecto industrial más ambicioso de estos años fue, sin duda, la fábrica de telas de algodón de “Los Tres Amigos”. El nombre provino de los tres socios que decidieron montar el negocio: Juan Norberto Casanova, José de Santiago y Modesto Herce; además, ellos contaron con el apoyo financiero de Pedro Gonzáles Candamo (el capitalista más rico y conectado del país) y de Domingo Elías (otro capitalista y el hacendado más importante de Ica). Importaron maquinaria desde Paterson (New Yersey), llegarían a emplear 500 trabajadores y empezaron a producir 10 millones de yardas al año, equivalente a todo el monto de telas importadas por el país. Impulsada con agua, la fábrica estuvo ubicada en al legendaria casa colonial de Micaela Villegas, “La Perricholi”, en el Paseo de los Descalzos. La inversión inicial alcanzaba los 200 mil dólares, una suma importante para la época. Cabe destacar que, en octubre de 1848, en solemne ceremonia, los dueños de las fábricas de Lima le entregaron al presidente Castilla un valioso obsequio: la primera pieza de algodón limeña, envuelta en papel limeño y atada con una cinta de seda limeña.

Lamentablemente, este primer impulso “industrial” fracasó muy pronto cuando el país se alejó del proteccionismo alentado por el dinero fácil de la exportación del guano. Vino una fiebre por la importación de artículos europeos y norteamericanos que arruinó no solo la producción de estas fábricas sino también afectó la de los pequeños artesanos.

La República Aristocrática y el Oncenio de Leguía.- Luego del desastre de la Guerra del Pacífico, el primer ciclo visible de industrialización se produce entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX. En la década de 1920, por el impulso de Leguía, vendría un ciclo de modernización industrial y expansión económica. En efecto, entre 1890 y 1930, se produce un notable desarrollo en la economía limeña, pues buena parte de las ganancias de los exportadores revertieron directamente a la economía urbana. En este proceso destacaron tanto importantes familias de la oligarquía como inmigrantes extranjeros, especialmente los numerosos italianos que llegaron desde finales del siglo XIX. Es la época en que se formaron grupos económicos de inversión siguiendo el “efecto demostrador” recibido de las compañías extranjeras. Esto permitió que las técnicas empresariales de los extranjeros influyeran sobre los miembros de la élite nacional. Igualmente, muchos peruanos estudiaron métodos empresariales británicos, franceses y norteamericanos en el exterior, o fueron empleados por compañías extranjeras que operaban en el país. En este sentido queda demostrado que la élite fomentó el desarrollo económico nacional y promovió un proceso de industrialización autónomo.

En 1896 se creó la Sociedad Nacional de Industria, que tuvo entre sus directivos a Primitivo Sanmarti, H. Abrahamson, Juan Revoredo, Enrique Trujillo, Federico Pezet y Tirado, José Payán, Gio Batta Isola, Ricardo Tizón, Roberto Wakehan, Augusto Maurer, Reginald Ashton, Carlos Díaz Ufano, Alfonso Montero y Pablo Carriquiry. Ese mismo año, también se formó en Lima el Instituto Técnico e Industrial del Perú para servir a los gobiernos como órgano consultivo y al público como centro de información en técnicas industriales. De las diversas industrias, la textil fue la que alcanzó mayor desarrollo y progreso, especialmente la que manufacturaba tejidos de algodón. En Lima se encontraban las principales fábricas:

Santa Catalina (1888), propiedad de la familia Prado. Trajo al país la maquinaria más moderna y dio ocupación a 300 operarios, entre ellos 160 mujeres.
San Jacinto (1897), propiedad de la familia Isola. Trajo expertos desde Italia que formaron la primera escuela de químicos en el arte del tinte.
La Victoria (1898), propiedad de la familia Pardo. Con maquinaria muy moderna, en 1929 se fusionó con la fábrica Vitarte y formaron las “Compañías Unidas Vitarte y Victoria SA”.
El Progreso (1900), propiedad de los inmigrantes alemanes Tomás Schofield y John Bremmer.
La Bellota (1900), propiedad de Américo Antola.
El Inca (1903), propiedad de “Inca Cotton Mill” y ubicada en el Rímac.
La Unión (1914)
El Pacífico (1915), que hacía tejidos de lana y de seda artificial (rayón).
Los Andes (1926)

Las condiciones de trabajo en casi todas estas fábricas eran muy deplorables, como el empleo masivo de niños trabajadores; asimismo, se laboraba más de 12 horas diarias.

Luego estuvieron las industrias dedicadas al rubro alimenticio, como la fábrica de helados D’Onofrio (1897), la de elaboración de harina Nicolini Hermanos (1900) y la de galletas y caramelos, fundada por Arturo Field (1902). En 1906 había en Lima 7 fábricas de fideos y 12 en provincias. La industria cervecera, establecida desde mediados del siglo XIX, estaba representada por Backus y Johnson en Lima; en el Callao, Fábrica Nacional de A. Kieffer que luego pasaría a la familia Piaggio. Las fábricas de bebidas gaseosas incluían a La Higiénica, Las Leonas, Nosiglia, La Pureza, de R. Barton; en 1902, Manuel Ventura introdujo la Kola Inglesa. De otro lado, en 1898, se establecieron dos fábricas de fósforos: El Sol y La Luciérnaga.

También se instalaron aserraderos y fábricas de muebles, como el aserradero Batchelor y el aserradero o la carpintería Sanguinetti, ambos de 1922. La curtiembre Olivari, por su lado, fue un buen ejemplo de la industria del cuero. Finalmente, también en la década de los 20 se introdujo la industria del cemento, que tuvo un rápido crecimiento por la expansión urbana de lima impulsada por Leguía; en 1925 produjo casi 12 mil toneladas de cemento y, en 1927, 50 mil.

Los restos de este patrimonio industrial.- Como Lima nunca tuvo una verdadera Revolución Industrial, carece de una arquitectura industrial de gran factura. Según Ludeña, las fábricas construidas durante este periodo ya casi han desaparecido totalmente. No han sobrevivido, por ejemplo, la planta de la Cervecería Nacional en Barrios Altos (1899), la planta del aserradero Cuirliza (1914), la planta del Molino Santa Rosa (1924) y el local de la fábrica de tejidos La Victoria (1922). En este sentido, el complejo industrial del Frigorífico Nacional (1929) resulta un ejemplo extraordinario por su envergadura y proyección. Cabe destacar, además, que las primeras industrias se instalaron al borde del área central de la ciudad y, específicamente, en las primeras cuadras de la avenida La Unión (hoy avenida Argentina). Pero, como sabemos, eran fábricas de pequeño o mediano formato y, en su mayoría, se trataba de instalaciones readaptadas. Desafortunadamente, tampoco existe una catalogación, ni mucho menos un ejemplo destacado de puesta en valor y conservación. La demolición de las fábricas más antiguas de Lima revela el desinterés que ha habido sobre el tema.

Como apunta Willey Ludeña, “es necesaria una enorme tarea de reconocimiento y salvaguarda de este ingente conjunto de fábricas, ingenios y campamentos mineros que forman parte del trabajo que forjó una nación”. Lamentablemente, hasta el momento, la conservación y defensa del patrimonio industrial en el Perú no ha conseguido constituirse aún en tema de la agenda cultural y política del país. Habría, en primer ligar, dos razones autoimpuestas para explicar esta situación:

1. Al no ser el Perú un país industrializado, la conservación del patrimonio industrial resulta una exigencia prácticamente innecesaria, casi exótica.
2. Otra razón, más subjetiva, es que la sociedad no desea recordar ni recrear historias difíciles como las vividas en los campamentos mineros de miles de trabajadores muertos sin llegar siquiera a los 40 años; o haciendas agroindustriales donde miles de culíes chinos fueron esclavizados; o las primeras industrias limeñas, con niños trabajadores y cientos de obreros muertos por las inhumanas condiciones de trabajo.

Estos prejuicios, sin embargo, no deberían prosperar. No se trata de cuánto fuimos industrializados, sino que todo aquello que corresponda a una sociedad en términos de producción y cultura productiva no debe quedar al margen de recrearla en términos de memoria viva. De otro lado, pensar que hay cuestiones de la vida de una nación que no deberían hurgarse ni ser representadas como recuerdo ominoso, también carece de sentido. Convertirlas en objetos y situaciones de recuerdo permanente son el mejor medio no sólo para exorcizarlas, sino también para asumirlas como parte de una historia que nos exige su corrección y superación (como el caso de los campos de concentración o de los locales de la Inquisición, por ejemplo). Estos espacios deben convertirse en memoria viva. Todavía hay fábricas surgidas desde mediados del siglo XIX y complejos agroindustriales o mineros que se encuentran relativamente bien conservados. También hay miles de piezas y máquinas de la época de indudable valor cultural y tecnológico, así como toda la infraestructura de servicios que acompañó a los primeros ciclos de industrialización del país, como el transporte ferroviario, marítimo o automotriz.
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Los padres de la ‘Buena Muerte’ o ‘Crucíferos de San Camilio’

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Iglesia y plazuela de la Buena Muerte

Fue una orden hospitalaria, fundada en 1582 por el futuro San Camilo de Lelis (la creación de la orden fue confirmada, en 1591, por el papa Sixto V). Inició su labor en Italia, España, Portugal y Francia. Su “casa matriz” estuvo en Sicilia, y de Italia llegó a América. Sus miembros, aparte de formular los votos clásicos, tienen el deber de ayudar espiritual y materialmente a los moribundos. En suma, respecto a su “misión”, es una orden que ayuda a efectuar el tránsito hacia la otra vida, que ayuda a “bien morir”, especialmente a los pobres y enfermos a los que asiste o socorre, tanto en hospicios y hospitales como en domicilio o prisión.

Fue la última orden masculina que llegó a la Lima virreinal. Los padres camilos arribaron en 1709 y, al año siguiente, fundaron el Hospital de los Camilos o de la Buena Muerte o de Agonizantes de Lima. El primero que pisó nuestra ciudad fue el padre siciliano Golbordeo Carami; tenía 38 años y pronto conquistó el aprecio del Virrey y de la población por su trabajo desinteresada hacia los enfermos pobres de los hospitales de caridad, alojándose en los Barrios Altos y edificando una capilla a la “Virgen de la Buenamuerte”. Asistió también a los contagiosos de la peste del Cuzco, en los años 1716-1718. Había llegado para recaudar los fondos necesarios al proceso de canonización del Fundador. A su solicitud, vinieron de España los padres Juan Muñoz de la Plaza y Juan Fernández. El primero amplió la Iglesia, edificó el convento y organizó la agrupación laical de las “Beatas Camilas” para la asistencia de las enfermas pobres. El primer camilo peruano fue el doctor José de la Cuadra Sandoval, catedrático de San Marcos y su ejemplo atrajo a muchos otros.

Poco a poco, también cobraron importancia en el plano doctrinal e intelectual, participando en las polémicas eclesiásticas que se produjeron en el Imperio español o como consejeros espirituales de las autoridades virreinales. Algunos de sus miembros enseñaron en la Universidad de San Marcos y participaron en la publicación del Mercurio Peruano, revista de los “ilustrados” limeños. Uno de ellos fue el padre Francisco Gonzáles Laguna, colaborador del Mercurio Peruano con el seudónimo de “Timeo”, y miembro de la Sociedad de Amantes del País. Fue un sobresaliente botánico y colaboró con las expediciones científicas que llegaron al Perú a finales del XVIII. En 1791 se le encomendó, junto a Juan Tafalla, la creación del Jardín Botánico de Lima; solo esta obra lo hace ya merecedor de nuestro reconocimiento.

Sin embargo, la función principal de los camilos estuvo dentro de los sectores populares de Lima, como los Barrios Altos, situado en la periferia de la Lima cuadrada intramuros, y en el barrio de indios y negros de San Lázaro, ubicado “Abajo del Puente”, al otro lado del Rímac, donde fundaron la “Casa de Santa Liberata”, en honor de la patrona de la ciudad de Sigüenza. Su misión, entonces, estuvo en impulsar y mantener la religiosidad popular en los barrios limeños marginales. Su “casa de Lima”, en los Barrios Altos, fue la más importante en esta zona del continente, pues los camilos también estuvieron en Quito, La Paz y Popayán. Luego de la Independencia, los camilos entraron en crisis, para luego “renacer” en el siglo XIX y desarrollarse hasta nuestros días. Para su mantenimiento, los camilos tuvieron algunas haciendas (muy pequeñas) y, especialmente, propiedades urbanas en Lima, concretamente 23 casas, 9 tiendas, 1 pulpería, 3 callejones de cuartos (con más de 460 alquileres mensuales) . Para este tema, ver el trabajo de Pablo Luna, “Conventos, monasterios y propiedad urbana en Lima, siglo XIX: el caso de la Buenamuerte. En Fronteras de la Historia, número 7, 2002. Ver también el trabajo de Virgilio Grandi, El Convento de la Buenamuerte. 275 años de presencia de los Padres Camilos en Lima. Bogotá: Lit. Guzmán Cortés, 1985.

La iglesia y la plazuela de la Buena Muerte.- En sus Itinerarios de Lima, Héctor Velarde nos dice que esta iglesia “hace parte del convento fundado a principios del siglo XVIII y cuya sala capitular es muy hermosa. Su fachada, pulcra y humilde, se integra y juega con la nítida y proporcionada volumetría del templo”. La historia comienza cuando los camilos construyeron un primer templo bajo un proyecto de Cristóbal de Vargas, que no llegó a terminarse debido al terremoto de 1746; luego, se reconstruyó, precariamente, según los diseños del capitán Juan de la Roca en 1748. Sin embargo, en 1758, el Provincial de los padres “agonizantes”, Andrés Pérez, resolvió construir la iglesia y el convento en otro emplazamiento, en la esquina de la calle de la Penitencia, que desató la protesta de las monjas trinitarias que estaban al frente. En este segundo templo participaron Juan de matamoros y Manuel de Torquemada. Quedó listo en 1766.

Para la nueva iglesia, los “agonizantes” trajeron de España una serie de tallas, lienzos y vestuario para la liturgia. Particularmente valioso fue un apostolado de Zurbarán, obras del taller del famoso pintor, y otros cuadros, uno de ellos atribuido a Valdés Leal. Respecto a su diseño, Jorge Bernales Ballesteros anota un juicio poco auspicioso: “la iglesia es una de las pocas en lima elevada a un nivel superior de casi tres varas sobre la superficie de tierra por sendas gradas de piedra. Tiene tres naves, en realidad sin profundidad ni gran anchura, ni crucero, cúpula sobre el presbiterio y ausencia de capillas en las estrechas naves laterales que más parecen galerías separadas de la nave central por columnas toscanas de madera con fuste liso. No hay novedad alguna y todo carece de valor, incluso la pequeña torre sobre el doblo atrio de ingreso”

Respecto a la plazuela, Juan Bromley calcula que se formó en 1745, cuando la congregación de San Camilo recibió la donación de un solar ubicado en la esquina de la antigua iglesia de la Buenamuerte y la calle de la Penitencia; de esta manera, los frailes (liderados por el cura Antonio Valverde y Bustamante) construyeron los nuevos templo y convento, inaugurados ese mismo año, con gran fiesta en la nueva plazuela. Actualmente, este espacio sigue siendo un lugar de distracción y tránsito de peatones, además de aquellos que van en busca de asistencia, tanto en la iglesia como en el Hospital de la Buena Muerte. La plazuela es cuadrangular, de 18 por 22 metros; tiene bancas de cemento, faroles de estilo republicano y piso de lajas. Como dato curioso, debajo de la plazuela hay una galería abovedada con criptas, la cual es accesible sólo desde el convento.

Esta plazuela también se hizo conocida porque aquí nació el conocido restaurante de pescados y mariscos la “Buena Muerte”, en la esquina de los Jirones Paruro y Ancash (hoy está en la cuadra 4 del jirón Paruro), propiedad del inmigrante japonés Minoru Kunigami. Según el testimonio recogido por Mariela Balbi, progresó económicamente y se mudó a los Barrios Altos, más precisamente a la plaza de la Buena Muerte, donde abrió una bodega que adentro tenía un salón. “No quería que se convirtiera en cantina, porque cerca estaba el Estado mayor del Ejército y al mediodía los oficiales venían a tomar su pisquito. Me pedían queso cortado y un día se me ocurrió hacer choritos y caldo de choros”. Poco apoco fue introduciendo todo tipo de platos a base de pescado y la gente quedó fascinada por lo singular de su propuesta culinaria. Ofrecía sashimi, e hizo que sus comensales aprendieran a comer cebiche medio crudo o, como él acertadamente lo denomina: “a la inglesa”. “Lo preparaba con ají monito de la selva, rojo y amarillo, luego salió el limo. También con su poquito de kion. Ajinomoto (glutamato) y ajo”. Todavía lo sirve con nabo, rabanito y pepinillo, “lo hago por el sabor y porque adorna bonito”. Lo cierto es que se hacía cola para entrar, el cebiche volaba y congregaba refinados paladares y aventureros del sabor. Era el restaurante de pescados y mariscos de la época y hasta hoy mantiene su calidad.

La iglesia de Santa Liberata (Rímac).- Cuenta la tradición que, con motivo del robo de las Sagradas Formas de la iglesia del Sagrario de la Catedral y del hallazgo de las mismas al pie de un naranjo de la Alameda, se construyó, en 1710, la capilla de Santa Liberata, en un terreno donado por Antonio Velarde y Bustamante para la capilla de Nuestra Señora de la Buenamuerte, imagen que se instaló en el nuevo templo.

Según el padre Vargas Ugarte, el obispo Diego Ladrón de Guevara hizo edificar este templo, dejando suficiente renta para dos capellanes quienes debían mantener el culto. El 5 de noviembre de 1744 falleció el que lo había sido desde su fundación, el presbítero Juan Gonzáles, quien dejó en su testamento como herederos de los bienes del templo y la casa del capellán a los padres “agonizantes”; la decisión fue refrendada por el virrey Marqués de Villagarcía, que desató la protesta de los vecinos franciscanos. Los nuevos administradores tomaron en posesión la iglesia y el conventillo, pero como la renta no les fue suficiente, doña Teresa Cavero les hizo la donación de una huerta en el camino de la Pampa de Amancaes con cuyos frutos pudieron mantenerse.

La iglesia, en opinión de Jorge Bernales Ballesteros, demuestra un exquisito gusto y novedad en Lima: cúpula grande sobre pechinas que cubre un templete de 8 columnas que forman el altar mayor sobre cripta en la que se ve un hueco donde se encontraron las Sagradas Formas. A los pies del templo, doble puerta bajo el coro formando un pequeño vestíbulo; del coro nace una tribuna que recorre la iglesia sin crucero ni hornacinas laterales. Por fuera, una fachada de molduras y torrecillas laterales muy pequeñas, todo en adobe y caña, estucados y pintados en el color de Lima: el ocre rosa. En esta iglesia se venera la imagen de El Señor Sacrificado del Rímac, declarado el 15 de enero de 1940 “Patrón del distrito del Rímac”. Para Héctor Velarde, es un templo de carácter pueblerino e interesante “por el movimiento de sus volúmenes e ingeniosos motivos ornamentales”.

Según Óscar Espinar la Torre, en su libro Estampas del Rímac, “Fernando de Hurtado de Chávez, mozo de veinte años, el día 20 de enero de 1711, entró a la iglesia del Sagrario (colindante con la hoy Catedral de Lima), y del altar mayor robó un copón de oro con numerosas hostias consagradas. Luego se encaminó a la Alameda. En la mañana del día 31, se descubrió la sustracción. S.E. el obispo D. Diego Ladrón de Guevara, virrey del Perú, echó en persecución del criminal toda una jauría de alguaciles y oficiales. Al ser capturado, Fernando Hurtado declaró que, asustado por la persecución, había enterrado las sagradas formas, envueltas en un papel, al pie de un árbol en la Alameda de los Descalzos. Sin embargo, la turbación de Fernando fue tanta, que le fue imposible determinar a punto fijo el árbol, cuando un negrito de ocho años de edad llamado Tomás Moya dice: Bajo ese naranjo vi el otro día a ese hombre. Las hostias fueron encontradas y el Cabildo recompensó al esclavo con cuatrocientos pesos. El virrey obispo, en solemne procesión, condujo las hostias a la Catedral”.

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Los ‘carmelitas’ en la Lima virreinal


Iglesia de Nuestra Señora del Carmen de la Legua

El 4 de mayo de 1592, el Cabildo limeño envió una solicitud al rey Felipe II en la que decía que sería muy conveniente para “bien de esta república y de los naturales de ella” la venida de la orden de Nuestra Señora del Carmen; a la sazón, estaba ya en Lima el padre maestro fray Juan de Valenzuela, vicario general de los carmelitas. Proseguía la solicitud, “pues han venido a este reino sin la costa que las demás religiones han hecho de la Real Hacienda de V.M. y ser una de las religiones mendicantes y la más antigua de ellas que no ha desmerecido que con ella se haga lo que con las demás”. Firmaron el documento Bartolomé de Guevara Manrique, Damián de Meneses, Francisco Severino de Torres, Diego de Agüero, Francisco de Valenzuela Loayza y Francisco de Ampuero, todos vecinos de la Ciudad de los Reyes. La petición fue estudiada por el Rey en septiembre de 1593 y respondió, muy escuetamente, así: “Guárdese para cuando los contenido en ella (es decir, los propios frailes carmelitas) pidan algo”.

En cuanto a la presencia real de los Carmelitas en el Virreinato peruano, se sabe que, el 10 de Octubre de 1617, el Prior General de la Orden, Sebastián Fontani, dispuso que los religiosos de la Orden regresaran a sus provincias en España, por lo tanto, no hubo presencia formal de la Orden en el Perú en aquel entonces. Sin embargo, religiosos individuales habían llegado a estas tierras con el encargo especial de propagar e intensificar el culto y la devoción a la Virgen del Carmen. Uno de esos misioneros fue fray Antonio Vásquez de Espinoza, autor del Compendio y Descripción de las Indias Occidentales, y que sembró y cultivó la devoción a la Virgen del Carmen.

El historiador jesuita Rubén Vargas Ugarte, en su Historia del culto de María en Iberoamérica, señala que “se demuestra que aquella devoción (Virgen del Carmen) comenzó en la Ermita del Carmen de la Legua hace tres y medio centurias con el Colegio de Doncellas, se ha mantenido constante en aumento según andaban los años”. A su vez, Vásquez de Espinoza escribe “Ay en el comedio del Callao y la ciudad de Lima, ricas chacras y labores con suntuosas caserías y a la legua está una casa y convento de Nuestra Señora del Carmen con sus armas que edificó Domingo Gómez de Silva, varón de virtud y buena vida, que dedicó y consagró a Nuestra Señora del Carmen, donde tenía algunas niñas vestidas del santo hábito de Nuestra Señora que con grande observancia y clausura guardaban la Regla y con fervor recitaban el Oficio Divino, con que nuestro Señor era alabado y servido y los fieles con tan gran ejemplo edificados”.

Luego, este colegio-convento para la educación de “hijas de personas principales” se mudó a Lima. Sigue el testimonio de Vásquez de Espinoza: “No es de menos importancia para la educación de las niñas el recogimiento y Monasterio de la Orden de Nuestra Señora del Carmen y gloriosa Virgen Santa Teresa, gloria de nuestra España con título de San José, que fundaron Domingo Gomes de Silva, y Catalina María su mujer, tiene el hábito y regla de Nuestra Señora del Carmen, tan deseada esta sagrada religión de aquella devota ciudad. Críanse en este recogimiento hijas de personas principales, con tan gran virtud y clausura, y continuo coro, más que si fueran religiosas descalzas, estaba fundado al principio a la legua en el camino de que va de Lima al Callao con el escudo y armas de Nuestra Señora del Carmen, pasóse a la ciudad, donde también fue fundado otro convento de Nuestra Señora del Carmen junto a Santa Clara, muy acepto del pueblo”.

Fray Severino de Santa Teresa, en su libro Las vírgenes conquistadoras que Santa Teresa envió a las Américas, nos comenta que este colegio-convento para mujeres con hábito y regla del Carmen, no era de Carmelitas Descalzas, hijas de Santa Teresa, pues el primero de estos conventos de Descalzas de Lima data del año 1643, y el segundo, o el de las Nazarenas, es muy posterior. El cronista Vásquez de Espinoza, por su lado, no pudo referirse a estos últimos, pues él estuvo en el Perú de 1614 a 1619, y murió en Jerez de la Frontera en 1630.

La iglesia de Nuestra Señora del Carmen de la Legua.- Se cuenta que, durante el terremoto y maremoto de 1746, el empuje de las olas del Callao, llegó hasta una legua muy cerca del primitivo establecimiento de este Colegio de Doncellas, y que por hallarse a esa distancia del Callao se le llamó la Ermita de la Legua. El padre Vargas Ugarte describe así la Ermita y la devoción de la gente: “En su recinto se venera desde antiguo una imagen de la Virgen del Carmen, cuyo culto jamás se ha interrumpido. La Capilla con sus dos afiladas torrecillas, resalta en medio del verdor de los campos circunvecinos y es de regulares dimensiones, manifestándose aún en buen estado, gracias al culto de los devotos de la imagen que son muchos. Anualmente es conducida en procesión al Callao, cargando sus andas los cofrades y acompañada de numeroso gentío. En el puerto permanece bastante tiempo y allí se celebra la novena, devolviéndola a la Capilla, a mediados de octubre, en devota procesión que mejor llamaríamos romería, por los millares de personas que rodean sus andas, la distancia que ha de recorrer y lo pintoresco de las escenas que se desarrollan en torno a su Capilla. Los múltiples exvotos de oro y plata que cuelgan de su manto, en estas ocasiones y se renuevan de año en año, demuestran que no en vano es invocada con fervor por el pueblo” (Historia del culto de María, Libro IV, Capítulo XXIII).

Héctor Velarde, en su libro Itinerarios de Lima, dice: “Esta iglesia construida a fines del siglo XVIII no sólo fue en su origen un hito de referencia en la distancia sino una pausa espiritual y de reposo en el pequeño pueblo de su nombre. La iglesia ha sido restaurada en épocas sucesivas; la última restauración fue la de su actual fachada. En lo interior sólo es de notarse el altar mayor de mediados del siglo XIX; se trata de una hermosa y amplia composición en que sus elegantes y dorados capiteles de esquina y su coronación forman un conjunto de mucha dignidad arquitectónica”. Actualmente, este Santuario de la Virgen del Carmen y Patrona del Callao, ha sido restaurado después del lamentable atentado terrorista en los años ochenta, y sigue siendo centro de peregrinaciones y devoción del pueblo chalaco y devotos del Carmen.

Fray Severino atribuye la popularidad de esta devoción a los colegios donde se educaban, alejadas del mundo, las hijas de familias importantes, vestidas con uniforme carmelitano. Otro factor fue la fundación de los monasterios de las Carmelitas Descalzas de clausura en Lima:

Monasterio de Carmen Alto (carmelitas descalzas).- Esta orden se remonta al siglo XVI cuando Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz dieron inicio a la nueva familia del árbol del Carmelo (inspirados en los ermitaños del Monte Carmelo). Por ello, desde el convento de las Madres Carmelitas Descalzas de Cartagena, llegaron las seguidoras de Teresa a la Capital del Virreinato para fundar un nuevo monasterio a petición del obispo Agustín Ugarte y Saravia, y de Diego Gómez de Silva y su esposa, Catalina María Doria. Así, el 20 de julio de 1643, las monjas María de San Agustín, Juliana de la Madre de Dios y Lucía de Santa Teresa de Jesús iniciaron su largo viaje y, luego de 3 meses y 21 días, llegaron a Lima el 17 de diciembre de 1643, fecha en que se funda su nuevo monasterio, siendo el sexto de su tipo en la América Hispana y el convento “madre” de las fundaciones en el Perú. El templo abre sus puertas todos los días, especialmente el mes de julio, consagrado a la Virgen del Carmen. El 16 de julio sale en procesión la imagen de la Virgen del Carmen (jirón Junín 1100, Lima 1).

Monasterio de las Nazarenas (carmelitas descalzas).- La historia de este monasterio se remonta a 1720 cuando el monarca español, Felipe V, autorizó la fundación del Monasterio de las Nazarenas; la decisión fue también aprobada por la Santa Sede el 27 de agosto de 1727, mediante Bula del para Benedicto XIII. Las monjas observarían la regla de las Carmelitas Descalzas y vivirían, como era el deseo de la madre Antonia Lucía del Espíritu Santo, como nazarenas. Así, el 18 de mayo de 1730, salieron de la iglesia del Carmen Alto, en presencia del virrey José de Armendariz, marqués de Castelfuerte, tres monjas: Bárbara Josefa de la Santísima Trinidad, como priora; Grimanesa Josefa de Santo Toribio, superiora; y Ana de San Joaquín. En solemne procesión, se trasladaron al nuevo local, donde actualmente están. A partir de esta fecha, quedó establecido el Monasterio, con todos los privilegios y normas de las hijas de Santa Teresa.

Nacida en Guayaquil, Antonia Lucía Maldonado del Espíritu Santo fue una piadosa que intentó fundar un beaterio. Nació el 12 de diciembre de 1646 y, muerto su padre, se instaló con su madre en el puerto del Callao. Aquí se casó con Alonso Quintanilla, pero después de algunos años de matrimonio convinieron en separarse. Él entró en los franciscanos y ella fundó un beaterio que denominó Colegio de Nazarenas, que fracasó por exigencias excesivas de los donantes. Después de un breve paso por el beaterio de Santa Rosa de Viterbo, inició otro nuevo en 1683 en el barrio de Monserrate, junto a un grupo de devotas. En este beaterio permanecieron durante 17 años, y aquí redactó Antonia las constituciones. Según éstas, la finalidad específica de las beatas allí reunidas había de ser la imitación de Cristo paciente, doloroso y afrentado. La expresión interna de esta imitación sería la meditación continua de la Pasión, padecer, sufrir y callar para gloria de Dios y salvación de las almas; y la manifestación externa, el hábito de color morado, una soga pendiente al cuello y la corona de espinas que habían de traer siempre. Salvada esta peculiaridad, en todo lo demás seguirían la Regla y Constituciones de las Carmelitas Descalzas (jirón Huancavelica 515, Cercado de Lima).

La Virgen del Carmen.- En nuestro país, esta Virgen, llamada también la Mamacha del Carmen, es patrona de los reclusos, de las enfermeras, del criollismo, de los correos, de la Marina del Perú, la Alcaldesa de Lima, Reina de la canción criolla, y de muchas otras entidades y organizaciones. En casi todos los templos e iglesias del Perú se encuentra imágenes de la Virgen del Carmen como expresión de esta devoción.

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