Notas sobre la historia de Cañete

La historia de lo que hoy es Cañete se remonta, en los tiempos prehispánicos, al llamado señorío Huarco, que tuvo como líder máximo al curaca Chuquimanco, quien llegó a dominar un territorio de unos 140 kilómetros cuadrados, que abarcaba la cuenca baja del río Cañete, y que tuvo como límites, por el este, el señorío de Lunahuaná (Runahuanac), por el norte, el señorío de Ichma, y, por el sur, el señorío de Chincha. Su población, calculada en 30 mil habitantes por Garcilaso de la Vega, vivía de la pesca y la agricultura; asimismo, debieron hacer una serie de intercambios productivos complementarios con los señoríos vecinos, aunque el valle de Cañete (chaupi yunga) gozaba de un alto grado de independencia.

Construyeron grandes obras de riego, fortalezas o fuertes, y tuvieron un singular sistema de cultivo denominado “hoyas”, “puquios”, “huanchaques” o “mahamaes” (cavaban la tierra hasta encontrar humedad y allí sembraban). De esta manera, los huarco vivieron rodeados por grandes campos de cultivo, probablemente atravesados por diversos caminos y canales. Según el arqueólogo Miguel Guzmán, la zona de playa de Cerro Azul, en forma de bahía, permitía las condiciones favorables para el desarrollo de la pesca. Al parecer, los pescadores actuales reconocen tres áreas diferenciadas: la peña (acantilado), la playa (actual bahía) y el litoral hacia el sur de la peña. El acantilado debió ser el elemento simbólico más relevante en la definición del paisaje y la organización del espacio por su aspecto imponente y por la visibilidad que ofrece, lo que favoreció la ubicación del asentamiento. En estas condiciones físico-ambientales se desarrolló esta sociedad. Su arquitectura formaba parte de las regulaciones de los ciclos ecológicos en una relación sostenida con el paisaje.

Los huarco fueron sometidos por el inca Túpac Yupanqui hacia 1470. Para lograrlo, los cuzqueños debieron emplear diversas estrategias, ya que durante algunos años estuvieron acercándose y replegándose temporalmente, impedidos por los rigores de un clima caluroso al que no estaban habituados. Finalmente, la sorpresa y la emboscada fueron, al parecer, la única táctica efectiva. Cuenta la leyenda, recogida por el padre Bernabé Cobo, que, una estrategia preparada por una “esposa” del inca, frente al curaca Chuquimanco, al enviar a los lugareños al mar para realizar ceremonias, los cuzqueños lograron invadir y derrotar a los huarco, al parecer con grandes represalias.

Por ello, cuando viajamos por el litoral, de Lima a Cañete, ya podemos advertir la importancia arqueológica de la zona. Entre Mala y Asia, por ejemplo, hay algunos sitios importantes y, tres de ellos, revisten interés turístico. El primero se encuentra en Mala; se trata de un complejo conocido como El Salitre (playa Totoritas) con evidencias de ocupación en varios periodos hasta la época inca. En el valle de Asia, tenemos Huaca Malena, otro sitio con varias ocupaciones, y el centro administrativo inca conocido como Uquira; finalmente, el sitio arqueológico de Cerro Azul. Estos sitios gozan de las características de monumentalidad, interés científico, investigaciones y ser aparentes para una eventual puesta en valor con fines turísticos. Luego, “valle arriba” tenemos otros sitios arqueológicos de gran relevancia como las fortalezas de Incahuasi (Lunahuaná), Ungará (desde donde los huarco se defendieron los de incas) y Cancharí; otro sitios, ya de menor interés “monumental” son Cerro de Oro, Cerro Camacho, Yuncaviri y Huaca Chivato. Esta vez, presentaremos cuatro sitios a los que el visitante debe prestar mucha atención; dos son de origen preinca (relacionados al Señorío Huarco) y dos están relacionados con la presencia cuzqueña en la zona.

Ungará.- Es quizá, el complejo arqueológico más importante de Cañete, pues se asume que desde este lugar el curaca Chuquimanco defendió, durante cuatro años, su señorío de las huestes incaicas. Está ubicado en un peñón en forma cónica a 12 kilómetros de la desembocadura del río Cañete. Desde su cima, se domina todo el valle, lo que confirma su carácter defensivo-militar: uno puede divisar eventuales incursiones desde la costa o por la quebrada de Lunahuaná; parece, además, que fue el eslabón más importante de una cadena de sitios fortificados entre los que se encuentran Huaca Chivato, Cerro del Oro, Cerro de las Sepulturas, Cerro Palo, Herbay, Cerro Manto, Cerro Coloso, la Fortaleza y Cerro Camacho.

Para llegar al lugar, hay que tomar un desvío de la carretera que conduce de San Vicente a Imperial; se pasan los pueblos de Hualcara y Montejato hasta divisar la impresionante construcción, “el último reducto de Chuquimanco”. Por la topografía del lugar, sus constructores diseñaron ambientes a desnivel con gruesos paredones y galerías desde donde se podía organizar convenientemente una defensa. Entre finales del XIX e inicios del XX, Eugenio Larrabure y Unanue escribía: Las faldas del cerro están cubiertas de crecido número de pequeños edificios que siguen las irregularidades del terreno y se comunican por medio de veredas en forma de andenes. La entrada principal mira al Norte. Hacia ambos lados de la entrada avanzan dos torreones, de los que parten las murallas que rodean todo el cerro formando ángulos más o menos sobresalientes, anchas en su base y de espesor variable desde 2 m. y 3 m. hasta 1m. Añade Larrabure que existían graneros y depósitos con vasijas grandes de barro cocido completamente enterradas y capaces de contener desde 300 a 500 galones de líquido. Este último dato es clave para entender por qué los huarco resistieron aquí con relativo éxito la arremetida de los soldados de Túpac Yupanqui.

Cancharí.- A estas ruinas popularmente se le llamaba “El Ahorcado” pues, según los mitos, aquí se habrían ahorcado los jefes rebeldes huarco luego se sucumbir ante los ejércitos cuzqueños. Se encuentra a un kilómetro al norte de San Vicente de Cañete, en la parte baja de las ramificaciones de los cerros Tembladera y Candela, dentro de los linderos de la antigua hacienda Arona. Es un sitio preinca con grandes y gruesas paredes tapiales (murallas de “adobón”), dos entradas, “plazuelas”, cuartos independientes y torreón. En su parte baja es rodeada por el antiguo canal de regadío San Miguel, que traía agua desde las alturas de Socsi. Los que lo visitaron entre finales del XIX e inicios del XX (como Larrabure o Erns Middendorf) describen el sitio compuesto por un palacio y cementerio ubicado sobre la parte alta de los cerros de tembladera, cuyo edificio central está constituido por un patios delantero, con dos vanos de acceso. El primero servía de entrada a un pasadizo estrecho (80 centímetros de ancho) en cuyo frente se encontraba un conjunto de recintos. El segundo comunicaba a un recinto paralelo a un pasadizo.

Incahuasi.- Este sitio arqueológico inca se ubica se ubica en la margen izquierda de la quebrada de San Agustín, a unos 30 kilómetros del mar, en un lugar llamado Lara a menos de 2 kilómetros al este del pueblo de Paullo (a 28 kilómetros de San Vicente de Cañete). Aquí era donde estaba el señorío o curacazgo de Huarco, conquistado por los cuzqueños luego, según la tradición, de cuatro años de tenaz resistencia. De acuerdo a las crónicas, Túpac Yupanqui decidió llamar a este centro administrativo cuzco (ombligo), igual que la capital del Tawantinsuyu, y quiso que sus calles y plazas llevaran los mismo nombres que las que había en la capital de los Incas: un segundo Cuzco. Sin embargo, quedó como Incahuasi, cuyo significado es “Casa del Inca”. Según algunos arqueólogos, a partir de la distribución de los sectores del sitio, se reproducía la distribución cuatripartita (en cuatro suyus o regiones) del mundo según la cosmovisión de los incas; otros estudiosos, más pragmáticos, dividen Incahuasi en dos sectores: el Arca o Acllawasi (al Oeste) y el Palacio (al Este).

Según descripción del arqueólogo Roger Ravines, el conjunto del Palacio presenta murallas fuertes y recintos elegantes. Está constituido por diversas estructuras entre las que destacan el ushnu , los depósitos y el palacio propiamente dicho. Este se levanta al pie de los cerros, sobre una explanada de 250 m. de lado. Tiene una amplia cancha de 120 m. de largo con una gran portada de adobes. La denominada ‘sala hipóstila’, de seis galerías, tiene columnas de barro y piedra, de 50 cm. De diámetro, con fuste pero sin capiteles, que recuerdan en cierto modo el templo de Viracocha, en Cacha. Aun cuando las técnicas de construcción acusan una fuerte tradición local de la zona, caracterizada por el empleo de mampostería ordinaria con mortero y enlucido de barro, su planteamiento es plenamente Inca. La información histórica dice que Incahuasi se construyó durante los largos años de la guerra y estuvo destinado a alojar los funcionarios imperiales.

Fortaleza de Huarco o Castillo de Cerro Azul.- Fue construida por los incas. Se trata de una fortaleza de piedra, con escalinatas hacia el mar en honor a su victoria y como símbolo de su poder. Esta construcción, según el cronista Pedro Cieza de León, era igual de grandiosa y magnífica como Sacsayhuamán. El conjunto (que ocupa una superficie de 22 hectáreas) y se asienta sobre la cumbre del cerro “La Barraca” o “Camacho” (de 91 metros de altura), cuya formación geológica es sorprendente al introducirse al mar como un enorme espolón. Según el arqueólogo Roger Ravines, en él se distinguen dos grandes sectores. Uno, el cementerio, constituido por tumbas en forma de pozos revestidos de piedras, en la falda del cerro; el otro, el área monumental, correspondiente a ocho grandes componentes arquitectónicos o establecimientos residenciales de elite, rodeada por una serie de pequeñas estructuras de almacenamiento ligadas a ellas diseminadas sobre la colina frente al mar. A simple vista no se pueden apreciar los restos de la fortaleza porque está en un lugar oculto a la mirada de la gente. Cabe destacar que el “Castillo de Cerro Azul” fue, prácticamente, saqueada en la época virreinal, durante los gobiernos de los virreyes Marqués de Mancera (1640) y Conde de Superunda (1746), para llevar sus piedras y construir el muelle de Carro Azul. Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, diversos viajeros y científicos, como Squier (1877), Middendorf (1894), Larrabure y Unanue (1893), Harth-Terré (1923), Villar Córdova (1935) y Kroeber (1937), describieron y estudiaron el lugar. En suma, como concluye el arqueólogo Miguel Guzmán, el centro arqueológico de Cerro Azul es uno de los más importantes de la costa central por su emplazamiento, magnitud y detalles arquitectónicos. Su ubicación estratégica obedece a criterios de manejo del territorio y planificación del lugar, los que deben engarzarse de alguna forma con el sistema jerárquico de la arquitectura monumental que se localiza en el valle y, por lo tanto, con criterios regionales de subsistencia e intercambio. Esto sugiere, además, una extensa población con gran capacidad productiva y organizativa: un orden social, político y religioso.

La presencia española.- Antes de la fundación de Cañete, aparecieron los primeros encomenderos del valle nombrados por Pizarro: Pedro Alconchel (Chilca y Mala), Pedro Navarro (Calango y Coayllo), Alonso Díaz (Huarco) y Diego de Agüero (Lunahuaná). Luego hubo una serie de “sucesiones” de estas encomiendas hasta que el capitán Jerónimo de Zurbano y su comitiva, en cumplimiento del mandato del Virrey, fundaron la “Villa Santa María de Cañete” el 30 de agosto de 1556. El nombre fue en recuerdo del pueblo de Cañete (ubicado en Cuenca, España), lugar de nacimiento del entonces virrey Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete. En 1569, cuando el gobernador Lope García de Castro creó el sistema de los corregimientos, se funda el Corregimiento de Cañete, que comprendía los curatos (parroquias) de Lurín, Ascención de Chilca, San Pedro de Coayllo, Mala, Calango, Aymaraes, Pueblo Viejo o San Luis Obispo, San Vicente Mártir, Runahuanac y Chincha. A finales del siglo XVIII, luego de la rebelión de Túpac Amaru, Cañete se forma como sub-delegación o “partido” de la Intendencia de Lima. Respecto a su población, tenemos el dato que, en 1774, la población de Cañete superaba los 5 mil habitantes, con casi 2 mil negros, entre esclavos y libertos.

LA PRESENCIA DE LOS JAPONESES.- De los 790 inmigrantes japoneses que arribaron al Callao en 1899, traídos por el entonces empresario Augusto B. Leguía, llegaron 226 “braceros” al puerto de Cerro Azul, que fueron destinados a las haciendas Casa Blanca, Santa Bárbara y La Quebrada, todas propiedad de la British Sugar Company Limited, empresa que perteneció a un consorcio inglés, en cuya gestión intervenía directamente Leguía, como administrador, por vínculo familiar, de la Testamentería Swayne. Cerro Azul fue el punto estratégico por su cercanía al muelle desembarque. Hasta allí llegaban las líneas férreas que tenían trayectos desde La Quebrada, Unanue, Montalbán y Casa Blanca, donde se efectuaban los cortes de caña, hasta el trapiche de Santa Bárbara.

En lo que hoy queda de la hacienda Santa Bárbara, observamos los restos del antiguo trapiche, la torre destruida que aún mantiene como reliquia del pasado su escudo de bronce, parecido a la flor del crisantemo, emblema de la corte imperial del Japón, pero con pétalos de puntas agudas y el número 14, que correspondió al símbolo de la British Sugar Company. “Casas de quincha y adobe revestidas de yeso, caña y madera en el techado, que sirven como columnas y sostén de apoyo; puertas altas, vestigio de un pasado colonial, todas alineadas, que servían de vivienda a los antiguos braceros japoneses. Cercano a ellas, canales de regadío” (Hacienda Santa Bárbara, desvío mano derecha Panamericana Sur km. 138).

En la hacienda Casa Blanca, ubicada actualmente en el poblado “Laura Caller” también se establecieron los inmigrantes japoneses. Aquí fundaron escuela de primera enseñanza (shiogakko), un cementerio, baños a vapor (furó) y la secretaría de la Colonia Japonesa (a cargo de Masanobu Aoki Yamada). Las familias más importantes que se asentaron aquí fueron los Aoki y Maeda, quienes se dedicaron al comercio, administrando prósperos negocios de panadería, pastelería, fonda y tambo. El resto de los paisanos trabajaron en peluquerías, sastrerías, agricultura y pesca. En la tradición conservada por los padres, para solicitar la mano de las jóvenes casaderas, solo bastaba el consentimiento de los padres para concretar el matrimonio. Para la ocasión, obsequiaban omochi, yokan y pasteles surtidos en finas cajas. El furó o baño a vapor funcionaba a carbón. Aparte, colocaban una tina con agua donde se lavaban y enjabonaban antes de ingresar al baño, todo en estricto orden: primero los varones, luego las mujeres y, finalmente, los niños. En la escuela de primera enseñanza, por último, se inculcaban la honradez y el respeto a las personas. El cumpleaños del emperador era el día festivo. Había desfiles y comidas típicas como maki, sashimi, tofú, osushi y sake. En Casa Blanca aún se ven los balcones, las carretas, la mole de piedra y las casas de quincha y adobe.

El cementerio.- Gracias al reverendo K. Sato, los restos óseos de los primeros inmigrantes japoneses de Santa Bárbara, La Quebrada y Casa Blanca se conservan en el Cementerio de Casa Blanca, en los linderos de Cerro de Oro. Allí se encuentra la Gran Cruz, una especie de mausoleo que contiene, en su base central, inscripciones referentes a los primeros japoneses. También hay nichos y tumbas de la colectividad cañetana.

Templo Jionji de San Luis.- Se construyó en 1967 en memoria de los inmigrantes japoneses. Este templo guarda un cuadro en el que el consulado del Japón solicita a J.M Arizola, médico de sanidad de Cañete, que Kenryo Sato pueda reunir los restos óseos de los inmigrantes fallecidos de las haciendas Santa Bárbara, Casa Blanca y La Quebrada. A Sato lo sucedió en el cargo Shodo Nakao y luego el religioso Jisaku Shinkai, un carpintero residente en Lima. Shinkai se ocupó de registrar los datos de los miembros de la colonia. En estas circunstancias, estalló la Segunda Guerra Mundial lo que alteró la vida de los japoneses como todos sabemos. Shinkai, por su parte, llegó a construir un Templo y realizó algunas inscripciones, pero falleció. Así, la sociedad japonesa de Cañete se ocupó del cuidado del templo y, en 1960, se pidió al profesor Ryoco Kiyohiro, residente en el Callao, que se hiciera cargo del Templo.

Templo Jionji de San Vicente.- Inaugurado en 1977, aquí se encuentran depositadas las cenizas (ikotsu) y las tablillas (ihai) de aproximadamente 2 mil inmigrantes y sus descendientes. En este templo se celebran, además, las dos fechas más importantes del año: el Ohigan (marzo) y Obon (agosto), a las que también asisten sacerdotes budistas de Japón, Brasil, Argentina y México.
La Asociación Peruano Japonesa de Cañete (Cañete Nikkei Kyokai).- Fue fundada en 1956 por Pedro Tachibana y Araki Suchachi, a los que se unieron los señores Shiguemoto, Fujii, JoséTakahashi, Eiji Matsuoka, Oniki, Masami Shimazu, Alejandro Kina, Alberto Fulleda, Julio Kawano, Roberto Fujii, etc. No conocemos todos los nombres de los fundadores, pues los documentos de la Asociación se perdieron durante el terremoto de 1970. La institución desarrolla actividades culturales, deportivas y sociales, así como preservar el Templo Jionji y el Cementerio de Casa Blanca. Entre sus obras, citamos: inauguración del mausoleo de los primeros migrantes del Valle de Cañete (1962); construcción del templo Jionji en San Luis (1967), inauguración del local social (1968); inauguración del nuevo Templo Jionji en San Vicente (1977) .

Respecto a la inmigración china, numerosa en el siglo XIX, en San Luis está la Casa de la Colonia China, construida por los inmigrantes chinos hacia 1889; fue edificada con el fin de organizar actividades en forma agremiada y para el préstamo de ayuda mutua. Con estructura y detalles de estilo oriental, presenta dos pisos y un corredor. Fue declarada Monumento Histórico Nacional el 28 de diciembre de 1972.

HACIENDAS HISTÓRICAS DEL VALLE DE CAÑETE

La Quebrada.- Ubicada en el distrito de san Luis, también era conocida como “San Juan Capistrano”. Tenía un área de casi 300 fanegadas y era propiedad del convento de la Buena Muerte. En 1849, fue arrendada por el ciudadano escocés Enrique Swayne Wallace, quien arribó al Perú en 1824 . Hasta 1900, “La Quebrada” estuvo a cargo de la familia Swayne; ese año se formó la British Sugar Company. Esta hacienda es famosa por la devoción que se profesa a Santa Efigenia, “Patrona del Arte Negro Peruano”.

Ungará.- Ubicada en el distrito de San Vicente, tenía 61 fanegadas y perteneció a Narciso de la Colina. En 1857, por encargo de Enrique Swayne, vendió su propiedad a José Matías Garro.
La Huaca.- Ubicada en el distrito de San Luis, fue adquirida, en 1868, por Enrique Swayne a los herederos de María Josefa Ramírez de Arellano.

Santa Bárbara.- Situada en los alrededores de San Luis, en la época colonial perteneció a la familia Carrillo y Córdova, Marqués de Santa María, y fue una de las haciendas con mayor producción de caña de azúcar en el valle. En 1872, fue adquirida por Enrique Swayne, y ya para el año de 1874 registra una producción de 2 millones de azúcar y 10 mil galones de ron. Durante este periodo, el uso de maquinaria a vapor y el empleo de los chinos culíes fue necesario para lograr tal producción. Como dato adicional, en dicha hacienda se habilitó un tramo de líneas férreas para facilitar el trasporte en los cañaverales.

Hacienda Montalbán.- Construida en el siglo XVIII, su casa hacienda es de adobe, caña y madera. Se hizo conocida por haber vivido allí el prócer chileno Bernardo O’Higgins. En efecto, en 1823 el Perú lo acogió, cuando abdicó al cargo de Director Supremo de su país, y el gobierno le obsequió esta hacienda cañetana, que había sido expropiada a un súbdito español opuesto a la Independencia (Juan Fulgencio Apesteguía, Marqués de Torrehermosa, dueño también de las haciendas Cuiva o Cueva y Ocucaje). El Perú quiso así premiarlo por su decisivo apoyo a la Expedición Libertadora del general San Martín. Desde este momento hasta su muerte, 19 años después, O’Higgins vivió entre Lima y Cañete. Tuvo un hijo fuera del matrimonio, se lo llevó a vivir consigo, pero no lo reconoció sino hasta después de fallecer, a través de su Testamento. Se llamó Demetrio y accedió al apellido y a la herencia al morir el prócer, quien lo había tratado como recogido de otra familia apellidada Jara.

¿A qué se dedicó O’Higgins? Decidió producir azúcar, cereales y ron. También instaló un molino de trigo y una lechería; hizo queso y mantequilla. La enorme mansión tenía un centenar de habitaciones y fue decorada con óleos de Gil de Castro -que retrataron al Prócer y su familia- y sus propias acuarelas. Ordenó, asimismo, su archivo personal, que habría de ser entregado por su hijo Demetrio al historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna en 1860. Finalmente, instaló un local para comercializar los frutos de la hacienda.

Su hijo, Demetrio, tampoco se casó, aunque tuvo dos hijos. Fue bohemio y desordenado. Incursionó en política y llegó a representar a Cañete en el Congreso Constituyente de 1867. Aquí se inició una lucha crucial para la historia de Cañete. Los pobladores de Imperial, en el mismo valle, acudieron al Parlamento solicitando ser reconocidos como pueblo. El latifundista Antonio Joaquín Ramos argumentó que no podían ser pueblo porque no eran dueños de los lotes donde se levantaban sus viviendas; esas tierras eran suyas y se trataba de la ranchería de su hacienda. Estando así las cosas, el diputado Demetrio O’Higgins estuvo del lado del pueblo contra el otro gran terrateniente del valle donde él mismo era propietario. El debate en el Congreso duró siete años y el fallo fue a favor de la gente común y corriente. De esta manera, quedó establecido el procedimiento para fundar poblaciones y constituir municipios. Sin embargo, Demetrio ya había fallecido. En 1868, apenas un año después de culminadas sus labores como constituyente, murió envenenado en Montalbán; se intoxicó con agua de almendras. Nunca se supo si fue accidente o asesinato. La leyenda dice que no pudo soportar la muerte de su mujer durante el parto. Hasta el terremoto de 2007, la casa hacienda era utilizada como restaurante y su jardín servía para acoger eventos sociales.

Otra época importante vivió esta hacienda cuando, en la década de 1920, empezó a ser administrada por el famoso hombre de negocios Pedro Beltrán, futuro ministro de Hacienda durante el segundo gobierno de Manuel Prado y Ugarteche. Empezó su mecanización con nuevas “locomotoras sin rieles” que se usaban para barbechar y abrir surcos; eran lo famosos tractores. Reemplazó el guano de las islas por fertilizantes sintéticos más poderosos. Cuentan que el primer avión que fumigó en Calenté lo hizo sobre los algodonales de Montalbán. Como Beltrán optó por vivir en su hacienda como lo hacían en Lima, instaló desagües e inauguró la luz eléctrica, entre siete y nueve de la noche, a excepción de los sábados, cuando las luces se apagaban a las diez. Pronto Montalbán producía el doble y hasta el triple que las haciendas que trabajaban con los métodos tradicionales.

EL CASTILLO UNANUE (o Casa-Hacienda Arona).- A la altura del kilómetro 141 de la Panamericana Sur, entre los distritos de San Luis y San Vicente de Cañete nos encontramos con este hermoso castillo de estilo morisco construido a lo largo del siglo XIX. ¿Cómo empieza su historia? Hasta el siglo XVIII, aquí estaba la Hacienda Arona (cuyo nombre primitivo fue Matarratones), propiedad de don Agustín de Landaburu, quien la dejó como herencia a su hijo. Sin embargo, éste, al no tener descendencia, se la obsequió a su preceptor, el médico, científico y insigne prócer de nuestra Independencia, don Hipólito Unanue. Era una hacienda azucarera, que recibió el nombre de Arona en alusión a un municipio del mismo nombre ubicado en Tenerife (Islas Canarias). Según algunas noticias, la construcción de este complejo azucarero colonial data del siglo XVII, y fue culminado, incluyendo la capilla, en la centuria siguiente. Hasta inicios del siglo XIX, en sus viejos galpones, vivían poco más de 400 esclavos negros de ambos sexos y de toda edad.
Cuando el Prócer tomó propiedad del complejo azucarero, fue conocida, genéricamente, como “hacienda Unanue”. Don Hipólito murió aquí, ya retirado de la política, en 1833, y el complejo fue dividido entre sus dos hijos. A su hija Francisca le tocó la Hacienda Arona y a su hijo José un fundo que tomó el nombre de Unanue. Fue don José, entonces, el que inició, en 1843, la construcción de la nueva casa hacienda, de estilo arabesco, popularmente conocida como “Castillo Unanue”. El 5 de enero de 1895, murió intestado en Chorrillos.

La construcción del popular “Castillo” comenzó a fines de 1843 y demoró hasta finales de la década de 1890, casi 60 años de esfuerzo del hijo del Prócer que, de esta manera, cumplió el sueño de construir la residencia más lujosa de la costa peruana, además de un homenaje a la memoria de si ilustre padre. Se calcula que se gastó unos mil pesos de oro, poco más de un millón de dólares de nuestros días. Los vitrales, los mármoles y las rejas de fierro y bronce, por ejemplo, fueron traídos desde Italia. El estilo del edificio es mozárabe, siguiendo una línea neogótica. También hay túneles y calabozos, que se usaron en 1924 como primera cárcel del pueblo de Cañete. La ligera elevación de la construcción, al parecer, se debe a la existencia de una huaca prehispánica.
Por esta deslumbrante mansión pasaron, Alexander von Humboldt, Benjamín Vicuña Mackenna, Ernest Middendorf, Antonio Raimondi y Jorge Basadre. Según algunos, su construcción sería única en su género en América del Sur, sólo comparada con el castillo del emperador Pedro II de Brasil, cerca de Río de Janeiro.

Se cuentan varias historias relacionadas al “Castillo Unanue”. Una se refiere a que, por reclamar su propiedad, un centenar de comuneros del fundo Cochahuasí fueron encerrados en los subterráneos del Castillo y nunca más se supo de ellos, no salieron con vida. Otra tradición oral de Cañete asegura que el “Castillo” tiene tres túneles; uno lo conecta con la Hacienda Montalbán (a 3 kilómetros); el otro con la Hacienda Arona (a 5 kilómetros) y de allí al puerto de Cerro Azul (a 10 kilómetros) y el tercero a playa de Cochahuasí (a 3 kilómetros). También dicen que estos caminos subterráneos habrían servido de escape a varios ladrones o delincuentes de la zona. El tradicionista Ricardo Palma narra que “recuerdan los viejos naturales de Cañete, la figura varonil por los caminos cabalgando en el más brioso potro del valle… ¡Es don José!, ¡es don José Unanue, decían los cañetanos, cediendo respetuosos el paso al rico hombre que avanzaba gallardo y donjuanero a visitar las rancherías”.
Por su lado, Eugenio Alarco Larrabure, tataranieto de Hipólito Unanue, comentaba, en 1999, cuando tenía 91 años de edad, que fue José Unanue de la Cuba (hijo de Hipólito), quien –en uno de sus viajes al río Rin de Alemania– compró uno de los castillos que se encontraba en la ciudad de Baviera, “tomó uno de los barcos que por esos días se enrumbaba al Perú y aprovechó para trasladar gran parte del castillo. Trajo ventanas, puertas, muebles, vidrios, mármoles, rejas, y lo desembarcó directamente en el muelle de Cerro Azul”… sesenta años tardó para que ‘Pepe’ hiciera realidad el sueño de tener la residencia más suntuosa de la costa peruana, en la memoria de su padre”. Según Víctor Andrés García Belaunde (en Cañete Ayer y Hoy), el “Castillo” se ubicaba dentro “de un bellísimo fundo de 900 fanegadas que recorrido por un ferrocarril a vapor comunicaba con sus oficinas”.

Con la Reforma Agraria decretada por Velasco, le vino la decadencia al “Castillo”. No solo vino el saqueo de su mobiliario sino que también se secó el jardín botánico en el que había palmeras, magnolias, nogales, pinos y alcornoques; también desaparecieron los pavos reales, patos, halcones, gorriones, chilipillos, jilgueros, colibríes, faisanes y gansos; también las tortugas y peces de colores llamados purpurinos, tornasolados y dorados. Luego, en 1972, fue declarado Monumento Histórico Nacional. Sin embargo, a pesar de su cercanía a Lima y de su notable importancia histórica y arquitectónica, poca gente conoce esta mansión republicana. En 1999, se invirtieron algunos miles de dólares para hacer un estudio y poner en valor el monumento, pero el proyecto no prosperó.
Lamentablemente, el terremoto del 15 de agosto de 2007 afectó sus cimientos, y derruyeron las cuatro torres coronadas con merlones y almenas que servían para proteger el pecho del guerrero; las grietas, por su lado, alcanzan a las troneras y saeteras diseñadas para disparar flechas, piedras o agua hirviendo al enemigo. También se encuentran afectados los cuatro minaretes que en alto relieve inscriben la señal de la cruz como las mezquitas de Tierra Santa. Se supone que son los trabajadores de la ex “Cooperativa Agraria de Usuarios Cerro Blanco Unanue” los que administran el palacio republicano.

La cultura negra y la fiesta de Santa Efigenia.- El punto más importante donde se concentra el legado de la cultura afroperuana en Cañete es el distrito de San Luis, a 138 kilómetros al sur de la ciudad de Lima, aunque también hay una pequeña colonia de inmigrantes de origen chino y japonés. De San Luis salieron varios de los exponentes más representativos de la música negra en nuestro país, como Ronaldo Campos, Caitro Soto y Manuel Donayre; incluso, aquí se encuentran las raíces de Susana Baca, Lucila Campos, Arturo “Zambo” Cavero y Pepe Vásquez, entre otros. Como sabemos, durante los años del Virreinato, las danzas de los esclavos africanos fueron tildadas, en las ciudades, como indecentes, lascivas y escandalosas, por lo que fueron aisladas a las zonas rurales de Cañete y Chincha. Dentro de San Luis esta la hacienda La Quebrada, donde se cultiva el culto a Santa Efigenia, la santa más antigua de tez negra conocida en la historia del cristianismo. Cabe destacar que la famosa Josefa Muramillo, la popular “Doña Pepa” creadora de los turrones era una negra esclava de este valle, se cree que era de la Hacienda Arona.

No podemos dejar de mencionar el Festival del Arte Negro, instaurado desde 1971, y que es la celebración central de la Semana Turística de Cañete, la última semana de agosto. El concurso de las “Reinas del Ritmo y del Festejo” en el Estadio Municipal Roberto Yáñez, es uno de sus puntos culminantes. De este Festival salieron a la fama Teresa Palomino, Zoila Montedoro y las canciones “Mueve tu cucú”, “El Negrito Chinchiví” (composiciones de José “Pepe” Villalobos) y “Enciéndete Candela”.

Todos los años, el 21 de septiembre, se celebra, en la hacienda La Quebrada (San Luis), la fiesta en honor a la santa negra Efigenia; ese día, sus fieles devotos preparan chicharrón de gato y brindan en su nombre, y recuerdan a los esclavos que la trajeron desde Etiopía quienes, a escondidas en sus galpones, la rezaban esperando ser salvados de la terrible voluntad de sus amos. Durante la fiesta, se escucha el sonido del cajón y la gente mueve el cuerpo ansiando que el bendito manto de la “negra” los cobije. Según los músicos, la santa es la Reina y Señora del Arte Negro Nacional. La presencia de Efigenia en La Quebrada es muy antigua, tal vez se remonta al siglo XVIII. Según la tradición, también la llamaban “santa gorrera”, pues, como no tenía fiesta oficial, salía en recorrido procesional tras la imagen que estaba celebrando. En 1994, con el reconocimiento municipal de Patrona del Arte Negro Nacional y la creación de la asociación Santa Efigenia, se instituyó el 21 de setiembre como su día, recordando un aniversario más de su nacimiento. La mano de Efigenia quedó agujereada porque los dueños de la hacienda, al ser afectados por la Reforma Agraria, abandonaron La Quebrada con el niño negro que la santa sostenía en lo alto. De otro lado, los ocho clavos incrustados en su cuerpo explican el sacrificio de Efigenia, hija de reyes, quien, al no permitir ser desposada por su tío, fue condenada a la hoguera. Sin embargo, según la leyenda, las lenguas de fuego solamente la volvieron más negra y el pretendiente cegado por el racismo ya no quiso casarse con ella. Ahora, durante su fiesta, se prepara el apetitoso gato en chicharrón, en salsa de maní, en sillao o en seco. Al gato se le “macera” con un día de anticipación, pues la carne del felino es un poco dura, pero –dicen- sus poderes son atractivos: cura el asma, es afrodisíaco y permite que la juventud no se vaya tan rápido. Luego de comerlo, lo “bajan” con cachina o buen pisco.

Santuario Nuestra Señora Madre del Amor Hermoso.- El origen de la presencia de esta imagen de la Virgen se remonta a 1962, cuando se encontraba en Roma el monseñor Ignacio María de Orbegozo, primer prelado de Yauyos, quien participaba en Concilio Vaticano II, le pidió al padre Escrivá de Balaguer un regalo para Cañete. Se trata de una imagen hecha por el escultor español Manuel Caballero quien, con la asesoría de Escrivá de Balaguer, procuró conseguir diversas fotografías, así como diapositivas de mujeres de Yauyos, para recoger mejor los datos del color de la piel, de las trenzas y de los rasgos del rostro de las mujeres y niños de esta zona de la sierra peruana. Además, desde el Perú, se enviaron a Roma telas con los colores típicos y también postales y fotografías para facilitar el parecido. En 1965, la imagen llegó al Perú y se trasladó a una Ermita ubicada en el Seminario menor “Nuestra Señora del Valle” de Nuevo Imperial, en la provincia de Cañete, donde permaneció 26 años. Durante la primera visita de Juan Pablo II (1985), la imagen fue trasladada a la Nunciatura Apostólica (residencia del Papa durante su estancia en tierras peruanas) donde el Papa polaco tuvo ocasión de bendecirla. La imagen de la virgen, Madre del Amor Hermoso permaneció allí durante toda la estadía del Santo Padre en nuestro país. En 1991, la imagen se trasladó a su lugar definitivo, hoy un santuario construido a la entrada de San Vicente de Cañete; se le ha añadido un retablo de madera tallada de estilo colonial. Este lugar era un teatro donde se hacía la representación de la Pasión de Jesucristo durante la Semana Santa de cada año. Esta representación todavía se practica. La fiesta de la Virgen, Santa María, Madre del Amor Hermoso, se celebra el último domingo de mayo de cada año. Una copia de la misma escultura de la Virgen permanece en el sitio donde estuvo originalmente esta imagen: el Seminario menor en Nuevo Imperial.

EL PUERTO DE CERRO AZUL.- Fue la puerta de salida de la mayoría de productos del valle de Cañete. En 1830, durante el gobierno de Agustín Gamarra, fue habilitado provisionalmente para el comercio de cabotaje; es decir, para permitir la salida al mar de los productos del valle de Cañete, así como la producción de las islas guaneras aledañas. En 1859, fue calificado como “caleta” y, luego, elevado a la categoría de “puerto menor”. Según el censo de 1862, su población era de 500 habitantes; con san Luis o Pueblo Viejo, ascendía a 2,500 personas. La caña de azúcar se convierte en el principal cultivo del valle y, debido a su sobreproducción, el dueño de las haciendas “La Quebrada” y “Casa Blanca” se ve obligado a construir, en 1870, un pequeño muelle de madera y un ferrocarril para exportar, con rumbo a Inglaterra y Holanda, el azúcar producido en las haciendas de Santa Bárbara, San Benito, Casablanca y de todo el valle de Cañete; este auge va a motivar que empresas extranjeras, como la British Sugar Company, ocupen estas tierras.
Durante la guerra con Chile, la zona tuvo que soportar los rigores de la invasión extranjera. Del 17 al 19 de Junio de 1881, el batallón chileno “Victoria” y 110 cazadores a órdenes del comandante Enrique T. Bajeza y el sargento mayor Sofanor Parra, desembarcaron en Cerro Azul y ocuparon Pueblo Viejo, después de resistencia y matanza de negros y cholos como consecuencia de que esta gente carecía de organización y elementos de combate. Al ocupar definitivamente el puerto, el sargento Parra hizo demoler la casi totalidad de los muros de las defensas del puerto que todavía se conservaban en pie, concluyendo con una obra que había enorgullecido a su población y mandó levantar fortificaciones para poder defenderse.

Otro hecho destacable se produjo el 3 de abril de 1903 cuando desembarcaron, por primera vez, los inmigrantes japoneses que luego se distribuyen por todo el territorio nacional. Los primeros inmigrantes que se asientan en el distrito son las familias Maeda, Watanabe, HiraKawa, Takase, etc.
Sin embargo, la baja profundidad de su bahía, solo permitía el ingreso de embarcaciones de poco calado. Rosendo Melo, en su Derrotero de la costa del Perú (Lima, 1906), anotaba: “El tráfico se hace en grandes chalupas, en las cuales se deposita la carga de embarque y se recibe también la descarga. Por distintas causas estas lanchas no marcan siempre el fondeadero y sería peligroso suponerlo. La marcación segura es el morrito llamado El Fraile. Las bravezas en este puerto son siempre alarmantes y en algunos casos de malas consecuencias”.

Hacia la década de 1920, empieza a ser cultivado el algodón en gran escala destituyendo a la caña de azúcar. Posteriormente, por la importancia que adquiría el puerto y por el aumento de la población, fue elevado a la categoría de distrito (16 de Agosto de 1921). En 1925, se construyó el actual muelle de concreto con todos los adelantos técnicos y se culminó con el tendido de rieles en todo el valle. También surgen en el puerto diversas agencias de aduanas como La Agencia Marítima y Comercial de C.A., Ferrari Hermanos, Yansen y Pella. Además, los pobladores fueron participando, cada vez en mayor número, en las labores que demandaba el tráfico portuario (tasqueros, lancheros, estibadores). De esta manera, el puerto comenzó a extenderse al ofrecer trabajo seguro a la población. Lamentablemente, en 1972, durante el gobierno de Velasco, el muelle, después de haber sido elevado a la categoría de Puerto Menor, va a ser clausurado debido al poco movimiento comercial que se daba en él como consecuencia de la construcción de la Carretera Panamericana sur que permitía la salida de los productos hacia el Callao y Pisco. Actualmente, es una caleta que es utilizada por los pescadores artesanales.

LUNAHUANÁ.- El distrito de Lunahuaná pertenece a la provincia de Cañete, tiene 500 kilómetros cuadrados y una población de 5 mil habitantes. En tiempos precolombinos, el Señorío de Lunahuaná comprendía también los distritos de Pacarán y Zúñiga, y era una ruta de penetración a la sierra central y al Cuzco. Fue seguramente el camino que emplearon las tropas incas cuando conquistaron lo que hoy es la provincia de Cañete. La palabra lunahuaná proviene del quechua y significa “el que hace escarmentar a la gente”. Los anexos que existen en la actualidad en el distrito serían rezagos de los antiguos ayllus. El 4 de agosto de 1821, durante el Protectorado de San Martín, se convirtió en distrito y, desde 1885, ha tenido 42 alcaldes. Hoy es el distrito con más flujo turístico de Cañete y está conformado por 11 anexos: Cercado de Lunahuaná, Socsi, Lúcumo, Paullo, San Jerónimo, Langla, Jita, Condoray, Uchupampa, Catapalla y Ramadilla. De acuerdo a los censos de los años 1993 y 2005, la población de 15 años a más ha tenido un incremento de 70% a 75%.

El nacimiento del turismo se inició en los años setenta, con la construcción del primer hotel (Embassy). Su impulsor fue Luis Castro Capurro, dueño del hotel y alcalde de la localidad. Entre fines de los setenta e inicios de los ochenta, se instaló, poco a poco, la luz eléctrica y fue recién, en los noventa, que todo el distrito gozó no solo de luz sino de una carretera asfaltada.

El clima de la zona y la abundancia de recursos naturales impulsaron el turismo. Esto hizo que se multiplicaran los hoteles, restaurantes, los servicios de canotaje, la venta de vinos y piscos, así como de variedades de dulces. Eso hizo que también aparecieran los festivales del níspero, del pisco, del vino y del canotaje. Esto sin mencionar de ser una zona muy rica en dos recursos hidrobiológicos: el camarón y la trucha (en los años 80, se creó la Asociación de Camaroneros para proteger la especie y declarar las vedas). Además, su cercanía a Lima y la necesidad de las clases medias capitalinas en buscar actividades recreativas convirtieron a Lunahuaná en un interesante foco de desarrollo turístico. Sus principales fiestas, de naturaleza costumbrista, se realizan en enero (Señor de los Milagros), marzo (uva, vino, pisco y camarón) y octubre (Festival del Níspero). Sus platos típicos son la sopa seca y los camarones, y sus cultivos permanentes son la uva, la manzana, el níspero y otras variedades de frutas. La oferta turística es variada: zonas arqueológicas (Incahuasi y Catapalla), monumentales (Puente colgante de Catapalla, Plaza de Armas y El Mirador) y naturales (río Cañete).

Puente colgante de Catapalla.- Tiene más de 90 años y, en un principio, era la única forma de ingresar a la ciudad. Debido a los constantes huaycos se le ha reforzado con cemento y ahora está más seguro. A un kilómetro se ha construido un puente por donde pueden ingresar los vehículos. El anexo de Catapalla (cata: Mujer y palla: bella) es la primera zona productora de uvas de Lunahuaná. Fue fundada el 30 de julio de 1935 por Gumercindo González del Valle.

PEDRO PABLO UNANUE CARRILLO, un héroe afroperuano.- Bautizado por fray Manuel Valdiviezo el 29 de junio de 1859, en la iglesia de San Vicente de Cañete, fue un marinero que murió en la campaña marítima de la Guerra con Chile. Fue hijo natural de Francisco Unanue y de Mónica Carrillo, y tuvo por padrinos a Pedro Celestino Cabrera y a Manuel Paine. Fue alumno de la Escuela de Grumetes desde 1872 y se distinguió por su buena conducta; al año siguiente, pasó a la cañonera “Chanchamayo”. Siguió en la Marina y, en octubre de 1879, perdió la vida a los veinte años en el glorioso monitor Huáscar. Pedro Gárezon, último comandante de la nave de Grau, expresó, el 1 de febrero de 1880, que el joven Unanue, lúcido aún, pronunció estas palabras: “Muero con gusto porque muero por mi patria, que importa que yo muera cuando quedan tantos valientes”; y agregó Gárezon: “Hacía honor a la Escuela de Grumetes, donde fue educado”.

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Comentarios

  1. DAVID TABOADA escribió:

    Soy cañetano y me permito opinar sobre este documento, que si bien es un resumen, es uno de los más completos que evoca con historicismo todo lo relacionado con el pueblo de Cañete. Quizás faltó mencionar los hijos ilustres de esta provincia, que hay muchos en diversas áreas del conocimiento humano, no solamente en el arte sino también en tras áreas también trascendentes,, y que le pueden dar mayor relevancia histórica a este valle.

  2. Jose CAmpos escribió:

    Bueno, pero hay que corregir cosas como lo de la Hacienda Arona y Castillo Unanue, son lugares diferentes y existen hasta la actualidad, en mal estado pero existen.

  3. Miguel Delgado escribió:

    Interesante artículo, me sería de mucha ayuda si me pudiese alcanzar algo de bibliografía para comprender el tema referido a la historia de Cerro Azul. Gracias de antemano por su ayuda.

  4. Iván Mercado R. escribió:

    Saludos :

    Importante referencia histórica sobre Cañete. Soy limeño de madre y abuela cañetanas.

    Tengo mucho interés en conseguir más información sobre la "Casona de la Colonia China" Calle Comercio s/n Distrito de San Luis-Cañete.

    Justo en estos días estoy tramitando en el Ministerio de Cultura con sede en Lima (octubre 2014). Una inspección ocular, para que levanten informe técnico, para lograr su restauración. Tarea titánica y de conjunto.

    Les agradeceré cualquier información o ayuda.

  5. chris escribió:

    Con respecto a Lunahuaná! El dueno del hotel Embassy era Isidoro Castro Capurro, y le decian Lucho. Fue alcalde de Lunahuaná, mucho después de ya haber construido su hotel y haber convertido a Lunahuana como un destino turístico por excelencia.

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