Trujillo en los tiempos prehispánicos: Chan Chan

Fue la sorprendente capital de los chimú y residencia de sus señores, los chimo cápac. Se levantó entre los que es hoy Trujillo y Huanchaco, es toda de adobe y está considerada la ciudad de adobe más grande del mundo prehispánico. Dicen que llegó a medir 18 kilómetros cuadrados y que llegó a albergar casi 80 mil habitantes. Chan Chan significaría “Gran Ciudad Soleada” (literalmente Sol-Sol) y se habría comenzado a construir hacia 1250, habiendo sido destruida alrededor de 1470 cuando el inca Túpac Yupanqui la sitió con su ejército, rindiendo a Minchacaman, último Chimo Cápac. Desde entonces está deshabitada. Hoy exhibe su desolazada grandeza y parece una ciudad momificada.

Aunque la urbe constituye una unidad, está dividida en 10 ciudadelas. Se cree que cada una de ellas era un palacio amurallado que giraba alrededor de la tumba de un monarca, a partir de Tacaynamo y antes de Minchacaman. El sucesor construía su propia ciudadela, quedando la anterior deshabitada. Según el arqueólogo Roger Ravines, las mismas ciudadelas que servían como palacio y residencia durante la vida del gobernante, a su muerte se convertían en mausoleo. El pueblo vivía en terrenos eriazos, en casas pequeñas de adobe o quincha, hacia el lado oeste de la ciudad, en sus extramuros. Eran, en cierto modo, asentamientos similares a las barriadas que hoy se encuentran en la costa.

Entonces, lo que vemos hoy de Chan Chan son las ciudadelas de cada gobernante y su corte; las viviendas del pueblo, ubicadas en los extramuros de Chan Chan, han desaparecido con el tiempo. Según la tradición oral, además, a la muerte de un soberano su sucesor heredaba la posición del señor, pero no sus bienes, tierras ni tesoros, que quedaban en manos de sus parientes cercanos, responsables de conservar y venerar su memoria. Por lo tanto, el nuevo gobernante estaba obligado a construir su propio palacio y a buscar nuevos ingresos para el manejo del reino. Para este fin, contaba como único recurso con el control de miles de campesinos. Las excavaciones arqueológicas, por último, han revelado que los componentes de la corte del Chimo Cápac tenían rangos específicos, como “trompetero o tañedor de caracoles”, “preparador del baño”, “maestro de literas y trono” y un oficial encargado de “derramar polvo de conchas marinas en la tierra que había que pisar”.

Uno de los recintos más espectaculares de Cha Chan es su Gran Plaza Ceremonial, de casi 6 mil metros cuadrados y con capacidad para miles de personas. En esta Plaza se llevaban a cabo multitudinarias reuniones de tipo ritual y festiva, por ejemplo, las procesiones de las momias de los gobernantes por sus herederos (como también ocurría en la plaza del Cuzco con las momias de los incas). Había cantores y poetas que rememoraban las hazañas de los antiguos gobernantes. También se observa la rampa en el fondo de la Plaza que llevaba al sitial del personaje principal que, de esta forma, aparecía, como en un escenario, rodeado de lujo. También hay que observar los muros del recinto, revestidos con listones horizontales de barro y en algún punto se deja ver un friso de ardillas con las colas elevadas, una obra notable de estuco.

Mucho se ha hablado del sitio de Chan Chan por parte de los incas y de la rendición de la ciudad que, a la larga, significó el fin del reino de Chimú. La tradición oral dice que el sitio duró meses hasta que la población, ya sin alimentos ni agua, no tuvo otro remedio que capitular, con Minchacaman a la cabeza. Hay quien dice, además, que el asedio inca coincidió con un Fenómeno del Niño, que hizo vulnerables a los campesinos chimúes. Más allá de estas explicaciones, lo cierto es que el Señorío de Chimú siempre fue vulnerable a los ataques externos. ¿La razón? Las grandes obras de regadío (de adobe y barro) en los valles de la costa norte eran fácilmente destruidas por un ejército invasor. Además, ningún gobernante tuvo el poder suficiente para lograr fortificar totalmente sus fronteras (con excepción de Paramonga, ninguna ciudadela Chimú estuvo bien defendida).

También los chumúes fueron vulnerables respecto al almacenamiento y conservación de alimentos y otros productos. Sus obras de irrigación les permitieron, a lo sumo, productos suficientes de conservar durante una o dos estaciones, pero nunca un ciclo de sequías prolongadas. Como si esto fuera poco, las tierras irrigadas del desierto estaban expuestas a salinización, lo que las inutilizaba para la agricultura, con una considerable disminución de las cosechas, lo que efectivamente ocurrió cuando aumentó notablemente la población, justo en la coyuntura de la conquista de los incas hacia la década de 1470.

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