Las nuevas andanzas de Flores.- Al fracasar sus planes en Europa, Flores inicia un largo camino de desterrado político. Llegó a Washington donde el presidente James Polk se negó a recibirlo. Luego pasó a Cuba, Jamaica y Caracas en diciembre de 1847. Allí fue recibido por antiguos amigos de armas que le confirieron el título de General en Jefe y un sueldo vitalicio.
Mientras tanto, la vida política en Ecuador se tornaba un tanto anárquica. En 1849, al dejar el mando el presidente Roca, ningún candidato alcanzó la mayoría requerida. Toma el poder el coronel Manuel de Ascábuzi apoyado por el notable hombre público Benigno Malo. Pero en 1850 se subleva el general Urbina quien pone en la presidencia a Diego Noboa al que luego derrocó y exilió en 1851.
Pero Noboa como presidente había brindado algunas concesiones a los partidarios de Flores, entre ellas la reinscripción de 52 militares floreanos e incluso dispuso una pensión a la esposa de Flores. No es difícil suponer que esta coyuntura fue interpretada por Flores como el momento oportuno de recuperar el poder perdido 6 años antes.
Fue así que el 17 de junio de 1851, al mando del bergantín Almirante Blanco, intentó desembarcar en Paita siendo impedido por el prefecto de Piura. Luego con la misma nave se dirigió al Callao donde logró desembarcar el 8 de julio. Por esos días era ya presidente del Perú el general José Rufino Echenique, hombre de posturas conservadoras afines a las de Flores. Digamos que Castilla nunca habría permitido un desembarco de Flores en el litoral peruano.
Echenique sostiene que autorizó el desembarco de Flores bajo la firme promesa de no conspirar contra el gobierno ecuatoriano: nada, por cierto, hubo que hiciera reprochable su conducta, a lo menos que llegara a mi conocimiento y tal vez sus propósitos eran verdaderos cuando me los hizo. Pero, sagaz y agradable en su trato, con el prestigio de su nombre por los servicios que había prestado a la causa americana y con sobrada capacidad, logró bien pronto captarse el aprecio y consideración de la parte notable del país, principalmente de propietarios pudientes y de militares de alta clase que lo trataban con intimidad y confianza, quienes, por lo visto, después debieron lisonjear su ambición ofreciéndole medios y cooperación para recuperar el poder de que había sido despojado; y como, a la vez de esto, también de su país, según me lo demostró, le hacían grandes promesas de cooperación y le ofrecían las mayores facilidades asegurándole que aun el ejército, estaba por él, de deducirse es que todo esto lo sedujera y decidiese a obrar. Como anécdota, cuenta Basadre que en Lima se hizo pronto de grandes amigos en el mundo social y llegó a ser famoso por los espolines de oro que se ponía para ir de visita. Publicaciones de la época afirman que podía dársele el título re “rey de la noche”.
Lo que iba sucediendo en el Ecuador abonaba los planes de Flores en el Perú. El general Urbina, de tendencia liberal, derrocaba a Noboa en julio de 1851. Urvina decretó la abolición progresiva de la esclavitud, la expulsión de los jesuitas y prácticamente suspendió el tributo indígena. Flores entonces logró convencer a Echenique del peligro liberal que representaba Urbina quien contaba, además, con el respaldo del presidente colombiano López. Flores lograba de este modo la tolerancia de Echenique: insistió en que sólo necesitaba mi desentendencia y, ofreciéndosela, se despidió de mí. Repito que fue una debilidad mía y acaso la única falta de mi administración que en mi conciencia reconozco haber cometido.
Sin embargo, en su manifiesto de 1858, confesó que de su propio bolsillo dio dinero a Flores para comprar el vapor “Chile” junto con otras personas de categoría, comerciantes y hacendados del país. Fue notorio, por ejemplo, el apoyo de los generales Gutiérrez de la Fuente y de Alejandro Déustua, este último gobernador del Callao. Con el apoyo velado del gobierno de Echenique, Flores reinicia su aprestos militares. Reclutó algunos voluntarios ecuatorianos y colombianos, y mercenarios enganchados en las costas de Perú y Chile, algunos engañados con la promesa de ir a California. También adquirió el vapor Chile a una compañía británica y fletó el bergantín Almirante Blanco y tres goletas más.
Estos preparativos fueron conocidos en Ecuador, Venezuela y Colombia, quienes se armaron y prepararon ante una eventual invasión. Es necesario anotar, además, que el ministro de Ecuador en el Perú, el general Antonio Elizalde, advirtió a la cancillería de Lima lo que estaba ocurriendo. También hizo lo mismo el ministro de Colombia, Mariano Arosemena. Ambos, como es lógico, alertaron a sus respectivas cancillerías.
Lo cierto es que Flores zarpó con su expedición y aguardó durante meses en la aguas del río Guayas sin atacar Guayaquil. Luego sus tropas se instalaron en la isla Puná por varios meses sin conseguir el apoyo de los guayaquileños ni de otras poblaciones menores. Según Félix Denegri pese a los consejos enviados desde Lima, Flores bombardeó el puerto el 4 de julio de 1852, pasando luego a Machala, población que ocupó muy brevemente.
Pero todas estas peripecias y la poca acogida que había tenido Flores en Ecuador enfriaron a los peruanos y extranjeros que lo habían apoyado: la aventura había fracasado. Sus tropas se dispersaron. Según el historiador ecuatoriano Pedro Moncayo algunos de sus seguidores fueron tentados económicamente por Urbina y terminaron entregando los buques de la expedición dejando a Flores y unos 150 mercenarios en Zarumilla. Incluso en Paita fueron apresados algunas de las naves con sus armas y municiones. Cuentan, además, que el propio Flores apareció de incógnito en Piura con algunos fugitivos de su expedición; otro grupo llegó al Callao. El gobierno de Echenique, finalmente, se negó a brindar asilo al fracasado Flores; por su lado, los peruanos y domiciliados en el país que colaboraron en la expedición fueron sometidos a diversos juicios.
Es necesario aclarar que si bien es cierto que algunos conservadores en el Perú vieron con buenos ojos las aventuras de Flores, un buen grupo de personajes influyentes, encabezados por Castilla, criticaron el apoyo velado que Echenique le había dado al caudillo ecuatoriano. Como anota Pedro Moncayo: Lima censuraba abiertamente la conducta del Gobierno. Muchas personas notables manifestaban su desagrado y sentían que el Perú mandase una expedición con Flores para turbar la paz y la tranquilidad de un pueblo hermano que había dado en todo tiempo muestras de simpatía al Perú. Pero el Ministerio [del Interior y de Relaciones Exteriores] se mantenía firme y combatía los escrúpulos del Presidente [Echenique], que comenzaba a temer las fatales consecuencias de esta empresa.
La actitud del gobierno de Echenique trajo problemas al Perú con otros países como Colombia, aliada con Ecuador. El congreso de aquel país había aprobado ir a la guerra con cualquier país que apoyara a Flores. Por ello el Perú tuvo que enviar a Santiago Távara a Bogotá donde firmó, en octubre de 1852, un convenio por el cual se acordó cancelar las deudas de la independencia y prohibir el ingreso de Flores en territorio peruano.
Finalmente, los gobiernos del Perú y Ecuador lograron un acuerdo más amplio 5 meses después. En Lima se reunieron el canciller José Manuel Tirado y el plenipotenciario ecuatoriano Pedro Moncayo. Ellos firmaron a principios de 1853 un convenio de paz y exclusión del general Flores del Perú. Asimismo pusieron bajo el arbitraje de Chile los buques y demás pertrechos que habían sido tomados a la expedición floreana, mientras el Perú se comprometía a no permitir que en su territorio se hicieran preparativos bélicos contra Ecuador. Si bien el presidente Echenique ratificó la convención, ésta nunca fue sometida formalmente al congreso para su aprobación.
Flores nuevamente en el Perú.- Insólitamente, y pese a las protestas del Ecuador, el presidente Castilla recibe a Flores en 1855; llegó incluso a asignarle una pensión. En esta ocasión el plenipotenciario ecuatoriano Francisco J. Aguirre reclamó en función de la convención de 1853. El canciller peruano, Toribio Ureta, repuso que el documento aludido no estaba vigente pues no había obtenido la aprobación del congreso. El plenipotenciario Aguirre se retiró del país y las relaciones entre ambos países se suspendieron hasta la firma en Santiago del pacto de unión Americana de 1856.
Aparentemente, Flores vivía tranquilo en Lima sin planear ninguna revolución contra el gobierno de su país. En diciembre de 1859, cuando fue inaugurado en la plaza de la Inquisición el monumento a Bolívar, hizo uso de la palabra en su condición de haber sido uno de sus generales. El texto del discurso esta reproducido en el diario “El Peruano” en su edición del 14 de diciembre.
En 1860 Flores retornaría finalmente a su país, como jefe del ejército, llamado por el conservador García Moreno. Su misión era vencer al gobierno del general Guillermo Franco que contaba con el apoyo de Castilla por haber firmado el tratado de Mapasingue. En 1861 preside el congreso constituyente de su país. No es casualidad que ese mismo año el Perú denunciara internacionalmente a García Moreno quien había solicitado el protectorado primero de España y luego de Francia. La circunstancia de estar a la cabeza del ejército ecuatoriano el general Flores le daba un cariz grave al asunto.
Flores muere en 1864 cuando dirigía una campaña contra el general Urbina, quien pretendía invadir Ecuador con el velado apoyo de Ramón Castilla. García Moreno colmó de honores su memoria. Su cadáver fue llevado de Guayaquil a Quito en hombros de los soldados que lo idolatraban. Hoy sus restos se hallan enterrados en la Catedral de Quito.
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