Agua Control

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Escapado de casa, entre mucho movimiento, entre mucha sobrevivencia y ahorro, entre estantes de ropa y gradas mecánicas, en ese momento, en un momento sentí tu aroma, repentinamente y fugazmente, aspiré y aspiré cada partícula de ti, y no te volví a sentir más, y cuando ya no te sentía más, cuando miraba en todas las direcciones, me pregunté si ya me habría acostumbrado a ti, si por eso ya te había perdido, y traté de describirte en mi mente, a ti y a tu aroma, traté de darte una explicación, sí, pero me fue imposible, eres tan familiar, tan íntima pero tan transparente, tan finita, qué hiciste Midas para tener tantos amigos y que ninguno de esos sea yo, qué hiciste para cambiar tanto sin haberte movido de tu lugar, qué hiciste cangrejo que no nos advertiste que te estaban robando de tu lugar, te veo tras el vidrio, el reflejo tapa tu rostro, tapa la líneas, solo tomo tus alas y las arranco, me voy con ellas a codearme con buitres y águilas pero son tuyas, a veces lo olvido, te confundo en los esfuerzos, por recordar esos pequeños tres meses, de una vereda a la otra, no te atreves a gritar, yo sé muy bien que estas ahí pero no quiero voltear, solo te identifico de reojo por la bufanda, sé que te veré más tarde chica de las seis de la tarde, chica del pollo con piña, te veré más tarde y nos miraremos, y me mentirás y construiremos descuidadamente ese dolor por separarnos, hasta caer sin fuerzas con un último vano esfuerzo de fortaleza.

Pero por un momento abro la puerta a ese mundo. Me asomo para mirar cómo es que interactuamos, en esa orilla opuesta del lago, con mucha precaución me acomodo los binoculares y nos observo:

Estamos ahí bajo la lluvia, apenas al salir del supermercado. Después de colocar aquella casaca negra sobre nuestras cabezas y descubrir que no tenía caso cuando empieza la granizada, regresamos a refugiarnos pegados a un parapeto del supermercado de Tupac Amaru. Te jalé hasta allá para comprar una botella de miel de maple. Tengo pensado coaccionar a alguien en casa para que mañana prepare unos panqueques. Sin embargo, con todo lo que te he hablado de esta miel, olvidé pensar que te morirías por probarla, eres tan predecible -miento-, aunque sea untada en un soso pan huaro, te mueres por probar la miel de maple y me exiges ir hacia tu casa. Así que, aun no completamente convencido de realmente invitarte un poco, decidimos que al diablo con el agua y empezamos a caminar hacia tu casa, en medio del chaparrón. Me pongo la casaca y la mochila, te calzas la capucha y tu morral, y salimos a caminar caminar nadar. Realmente el agua es inocua, especialmente a nuestra edad, caminamos con despreocupación procurando no caernos de la línea de cemento que separa la pista del pasto en la avenida Infancia. Las gotas son gruesas, salpican al caer, tratamos de recordar qué significa eso para las cosechas, pero no lo logramos, no logramos siquiera mantenernos en esa misma conversación. Cómo hacerlo, si te veo saltar graciosamente el río, mientras este último arrastra pacíficamente a un Tico. Con unas ganas inmensas de rodar por las hierbas, descendemos por una de esas gradas que bajan de Progreso hacia La Florida. En La Florida todavía está tu casa. Somos agua, vestimos agua, así que le prestamos poca atención a nuestra ropa mientras te haces de un pan y un cuchillo a la espera de que saque la botella de mi mochila. Oie cómo no me vas a invitar un poquito, ok chica, solo un poquito, y untamos un par de panes con la miel. Esta sensación sí que es nueva para ti, no está nada mal, y eso que no la probaste en panqueques. Afuera ha parado de llover, se siente el sonido de las llantas de los autos, se siente el aroma de la tierra mojada. Por fin, nos ocupamos de nuestra ropa y de nosotros.

Un Café de Colores

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Cuando pasamos corriendo al lado de Le Plomb du Cantal, observo al vuelo un plato delicioso: pato. Recuerdo que ya es mediodía y que no estaría nada mal comer un mejor plato que el brioche que tomamos de desayuno. ¡Qué rico es el brioche! Desperté con una llamada del amigo de mi papá. Por más de que acomodé la voz para sonar como en el ajetreo del día, inevitablemente me recriminó por estar dios mío reaccionando a la vida recién a las once de la mañana. En todo caso, la llamada fue simplemente para acordar comer pato mañana, muchas gracias. Se me ocurre que quizás sea uno de esos patos en salsa glaseada como el que está servido en este plato que observo ahora. Pero ¡camina Pato! no hay tiempo para pensar en eso:¡La Fanciulla del West! La presentación comenzará en unos veinte o treinta minutos. Es solo la línea ocho con dirección a Créteil, unas tres o cuatro paradas hasta Bastille. En el tren nos miro en el reflejo de la ventana con esta ropa formal, pienso que no se ve nada mal, nada mal, por supuesto tú te ves fascinante, me da curiosidad pensar en cómo te verás cuando coloques detrás de tu oreja esa pluma negra que compraste en el Palais Garnier. En Bastille, como siempre, salimos a la superficie desorientados, siempre tú más que yo, y buscamos con ansias el edificio. Dónde, dónde. Está al otro lado del monumento. Cruzamos toda la plaza hasta estar delante del edificio, no hay gente entrando, solo algunos señores sabatinos sentados en las escalinatas. Buscamos una entrada o la boletería pero no hay ni uno ni otro. Vemos pasar a un joven con un violín en su estuche y decidimos seguirlo. Da la vuelta hacia la Rue de Lyon y entra por una puerta lateral. El joven debe haber venido para algún ensayo cualquiera, no es ahí la presentación. Ya ha comenzado hace 5 minutos. Me doy por vencido. Creo que no será hoy que escuchemos a Puccini. Rendidos nos miramos y pensamos el desastre que hacemos al despertar a estas horas. Decidimos hacer lo que mejor hacemos: ir a comer algo. Yo propongo ir al Léon de Bruxelles de la Place de la République, me gusta el pato, pero prefiero mil novecientos ochenta y nueve veces las moules-frites. Te parece perfecto porque tú además quieres ir a buscar esas Prada en el Grand Optical de la plaza y obligarme a comprar esos Tom Ford que nos gustaron tanto. Sin nada más que hacer y consumidos por el consumismo, vamos para allá. Vamos con todo el tiempo del mundo, caminamos y descaminamos, conversando y descrifrando: ¿Cuál diablos es el origen del éxito de Ukhu Pacha? Nos desviamos un poco, para quizás pasar unos momentos por el Canal Saint Martin y lanzar unas piedritas, esas que guardas en tu cartera para estos propósitos desde el pasado sábado que vimos la película. Pero a mitad de camino del canal nos detengo unos momentos a descansar por favor a la sombra de los árboles, tal vez debamos buscar una estación después de todo, la vida ya no está para estos trotes. ¿De dónde sacas tú fuerzas para caminar como si nada? Levanto la cabeza para buscar alguna M y no veo ninguna. Solo veo un café llamativo, en un edificio de tres pisos con más colores que los usuales. Está en la esquina del Boulevard Voltaire y el pasaje Saint-Pierre Amelot. No logro ver el nombre detrás de los árboles. Dos segundos después ya he olvidado la existencia de ese local mientras me tomas de la mano para seguir caminando, ocioso!

Crónica del pájaro que da cuerda al mundo

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Terminé el pájaro-que-da-cuerda, pensé que debía decírtelo. Al fin y al cabo, tú me lo compartiste. No puedo dejar de vincular mi historia y, como ya te dije, nuestra historia con ésta y las demás historias que él ha escrito. Pienso en eso cada vez que voy a comer solo a algún lugar. Especialmente cuando pido una cerveza o me siento en una barra. Felizmente tenemos a una ciudad tan profunda como Tokyo.

Bueno, y si tienes un minuto, pienso que el pájaro-que-da-cuerda era él mismo. Era un contraste intencional ese de asignarle la tarea de dar cuerda al mundo a una persona aparentemente mediocre y desempleada. Al final del día, no se trata, pues, de una persona común y corriente. Se trata de alguien tan poderoso que podría bien equipararse al líder de la secta de las alturas de Yamanashi. En su mente tenía la capacidad de conjeturar lo suficiente como para descubrir el secreto más profundo de las personas. A través de su historia se había dotado para ello de herramientas que, aunque circunstanciales, eran vitales para poder penetrar en el mundo paralelo de la prisión en que se encuentran esas personas, atrapadas por Noboru Wataya. Por eso pienso que Ushikawa lo admiraba sinceramente, Ushikawa siempre fue un tipo sincero en ese tipo de temas, no podía ocultar su impresión aún frente a sus enemigos asignados. Y creo que fue justamente Noboru Wataya el que, al mismo tiempo, lo subestimaba al extremo y le mantenía un miedo profundo de que le partiera la cabeza con un batazo. De algún modo, la conspiración de Noboru Wataya lo obligó a adentrarse en esa vocación, empujándolo a ir descubriendo esas herramientas, especialmente el pozo, e ir perfeccionando esa técnica de penetración de mentes. Como es obvio, si podía penetrar mentes desde tan lejos, solo adentrándose en un pozo, por supuesto que podía hacerlo, con mayor efectividad colocando sus dedos en las sienes de esas señoras platudas. Por otro lado, las historias del Teniente Mamiya y el padre de Nutmeg eran una suerte de convencimiento, apelando a anteriores avatars, de que él era realmente el pájaro lector, que da cuerda al mundo, el llamado a librar a ese su mundo personal de Noboru Wataya, el sofista. Finalmente, las hermanas Kanoo hacen las veces de heraldos que le comunican su entrada en esta etapa de descubrimiento personal de lo sobrenatural de sus habilidades. Por eso es que ellas están vinculadas a ambos extremos de la mesa, conocen o han conocido a Noboru Wataya y Tooru. Y antes de que me olvide, May Kasahara, posiblemente la mitad que unida, fusionada con Kumiko, forman esa persona que eres tú, de acuerdo a esta mi interpretación personal de la historia, muerte y falta de remordimiento, seguridad para rechazar y espontaneidad para escapar. Todo ello como un lugar desconocido en lo alto hacia donde mira anhelante ese pájaro estático condenado a darle cuerda a su propio mundo. Kumiko.

Lee conmigo esta dedicatoria a las ranas que responden tan inmediatamente con un no a mis preguntas introductorias:

“¿O no será, tal vez, que en el mundo hay diferentes tipos de personas y que para unos la vida y el mundo son coherentes al estilo chawan-mushi mientras que para los otros todo va al buen tuntún a la manera de los macarrones gratinados? Yo no lo acabo de entender. Pero imagino que si las ranas de mis padres pusieran chawan-mushi instantáneo en el microondas y, al hacer “tin”, saliesen macarrones gratinados, se dirían: “Nos hemos equivocado. Lo que habíamos puesto eran macarrones gratinados”, o quizá sacaran macarrones gratinados y se dijeran a sí mismos intentando convencerse, “No, no, esto, a simple vista, tal vez parezca un plato de macarrones gratinados, pero en realidad esto es chawan-mushi”. Y, por más que les explicara con toda amabilidad: “A veces, aunque pongamos chawan-mushi instantáneo en el microondas, salen macarrones gratinados”, este tipo de personas seguro que no se lo creerían, sino que, por el contrario, se enfadaría mucho. Señor pájaro-que-da-cuerda, ¿entiendes lo que te estoy queriendo decir?”

Los Portadores de Estetoscopios

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Los entendidos recomiendan el regreso a las actividades cotidianas como distracción contra la tristeza. Los aludidos manifiestan que lo cotidiano no representa reemplazo alguno de los ausentes (precisando en este punto que las tristezas están íntimamente definidas como ausencias) y que la vuelta a dichas actividades se trata más que usualmente de un puro cumplimiento del deber. Los entendidos replican que nunca quisieron hablar de reemplazo, sino que se limitaron a mencionar un mecanismo de pasajera distracción. Los entendidos y los aludidos llegan a un punto de encuentro. Ahí y en ese momento es que los suscritos nos hemos dado cuenta que los entendidos no solo dan en el clavo, sino que lo hacen por casualidad, o cuando mucho inductivamente, quizás muy en el fondo encontrando una reconexión de un conocimiento personal, en carne propia, más que el de un mero observador neutral. Esto porque incluso los entendidos al referirse a los aludidos, por poca alusión que crean hacer hacia ellos, son personas mortales e hijos de personas mortales, y esa alusión que, en sinceridad, ronda silenciosa entre nosotros, les espera más cerca o más lejos, pero siempre con certeza. Y a pesar de ello, se colocan su estetoscopio y salen a trabajar de entendidos, distrayéndose al máximo de la tristeza, viviendo su vida con un rotundo estado de negación, al lado de los aludidos tan afirmativos. Bien dicen los portadores de estetoscopios que el origen evolutivo de la etapa de negación en la psicología de respuestas, es la necesidad de ignorar lo finible de la vida propia y de la de los que nos rodean, práctica tan permanente y necesaria como la de respirar.

El Viaje de Ocicat (I)

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Mis instrucciones me dicen que debo hacer cambio de trenes en Kröpcke, así que bajo del número seis con dirección a Nordhafen y subo al número cuatro con dirección a Garbsen o al número cinco con dirección a Stöcken. Tuve suerte de toparme con un chico llamado Cristoph al llegar al Hauptbahnhof, la estación central. El con paciencia delineó un mapa e instrucciones manuscritas en la palma de mi mano. Me indicó que era preciso que me bajara en Königsworther Platz. Así lo hago. En esta estación, observo el ascensor para las personas discapacitadas al fondo. El descanso que hay en las gradas que suben al nivel de la calle. Cada cosa me recuerda el terrible viaje que acabo de hacer, pero también a los entrañables amigos que he hecho en él. Salgo del subterráneo y sigo el sendero sin todavía ver persona alguna. Me voy acercando al colosal edificio que llaman Conti-Campus, no hay nadie en la portería, pienso en estos instantes que nunca había reparado en si en esa caseta había alguien normalmente. Ingreso al Erdgeschoss y tomo el ascensor de la izquierda, presionó el botón del piso 15. Roland Schwarze y Christian Wolff deben encontrarse en el 1501 y 1507 respectivamente. Si no ellos, al menos sus anaqueles de libros y mapas. Tengo que salir de este nostálgico lugar.

José Carlos Mariátegui

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Cualquier problema peruano puede resumirse en ese único predicamento: el problema del indio. Es ése el problema de la eterna invasión que antecede al crecimiento de una ciudad. Es ése el problema detrás de la intriga que se reproduce en la discusión de cualquier proyecto de inversión en las provincias del país. Y, más transversalmente, ése es el problema de la manera en que un peruano se ve en el sitio que ocupa en la geografía mundial. El peruano se pregunta sobre sí mismo, y ese su preguntar es el problema del indio. Mariátegui dedicó todo su capítulo sobre el problema del indio a demostrar que no se trataba de un problema de índole moral, educacional o religioso. Y centraba esta discusión en un aspecto más materialista y concreto, sacudido de atavismos abstractos o románticos, como era la perspectiva económica y social del problema del indio: el problema de la tierra. Y aunque no le faltaba razón, pienso que ese particular acento en su enfoque respondía a la concatenación de toda su línea de pensamientos. La conquista de la tierra, el más viejo de los factores era la meca de los logros que el socialismo podía aspirar. Tal vez respondía también al escaso desarrollo de la revalorización del indio en esos días. Pero pienso que hoy día es clarísimo que el problema ha dejado largamente de ser el de la tierra, de ser un problema económico. Hoy es un problema de identidad, un problema antropológico, social, psicológico. La inseguridad de los ciudadanos, las instituciones y el cuestionamiento que minuto a minuto sale a flote de nuestra manera “occidental” o “andina/autóctona” de responder a cualquier pregunta compleja o simple que se nos haga. La respuesta, más que en Cuba o en la Revolución de Octubre, está actualmente en el poder que amasan los Cuauhtémoc o Guzmanes de Culiacán que con su mexicanísimo poder económico orgullosos amenazan de muerte al yanqui racista y, aunque con mayores reservas, en la enferma búsqueda de hacer bien las cosas de los japoneses que siempre sabrán levantarse de cualquier desastre para ir al karaoke en la noche con los amigos del trabajo. A lo mejor la respuesta al problema se encuentre en esa suerte de comunitarismo indio, esa cercanía e informalismo para tratar la vida, la formación de instituciones más familiares y menos rígidas, que seguramente no deba dedicarse a la tecnología, sino a la bienvenida de turistas, a la gastronomía, a la ganadería o a la botánica. Tal vez ahí se encuentre nuestra mina de oro y no lo sepamos, tal como sucede con un niño prodigio que nunca tuvo la oportunidad de tocar el piano.

La Revolución de las Moscas Muertas

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Nosotras no creemos en el rock presente, solo en el rock pasado, y pesado. Y cuando nos invitan a una fiesta por nuestro tamaño la capucha llega hasta nuestra mismísima nariz, es una suerte de impertinencia al vestirse y telón que oculta el espectaculito. Le tememos a los músculos, a los dedos y naturalmente a los matamoscas, especialmente a los matamoscas con tantos dólares en los bolsillos, no, más bien a los matamoscas que tienen un parlante donde debería ir la boca. Mira mi bufanda, mira estas botas y este abrigo, alguien todavía cree que somos de carne y hueso? Es el problema de usar demasiado la mente, eeeeso genera un comezón interno, que requiere de una varita para colocarla en un recipiente. Otro punto importante: el cabello desordenado. Pasar todo el día volando no le permite a uno mantener esa línea perfecta, más aún cuando hay momentos, créeme, en que nos entra una desesperación brutal, que nos sacudimos, levantamos los brazos y saltamos suicidas desde el sofá en que estábamos en posición de yoga. Finalmente, está la intranquilidad, no poder estar contento con un solo objeto, los compro todos! Y la plata y la vida nos quedan cortos, nunca nunca he durado más de cinco minutos en la mitad del camino. Es nuestra lógica interna al fin y al cabo. Y, con todo, el mundo nos escoge y tú me escoges a mí. Ya maduro, ya con millas y estaciones encima, incluso con frases repetidas porque el primero en llegar es el que tuvo todo el idioma a su disposición. Así tan débil tú me escoges. Y yo escondo mi pancarta de “vive la France”.

La Reina de Plomo

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A rastras subiendo cada escalón, sintiendo mi realidad rozar ese moho inmisericorde de tercer mundo y mala suerte. Golpeo con un puño cada que recuerdo los minutos previos y solo por una fuerza absurda sigo dando pasos hacia adelante, hacia arriba, hacia la luz superior. El aire que se siente al levantar mi cabeza es un motor pero a la vez un recuerdo de la civilización mortalmente alejada. El pensamiento del presente que siempre será presente, el desánimo de saber que estamos lejos del futuro y la complementaria seguridad de que ese futuro no podrá dejar de llegar. Me lleno de barro y de cansancio, encuentro justificación a la lentitud y quietud en saber que hoy es en vano llegar, es el sábado de los matrimonios y las celebraciones,  no reciben mendigos de alegría, por más excedentes que dejen caer de sus bolsillos. Oh, Reina de Plomo, sentada desde antaño en tu trono de la palma de mi mano, tú me presentaste mi realidad y ellos, sombras de las seis de la tarde, se pusieron a desfilar en homenaje. Solo te veo como una líder bondadosa de manada, y al acercarme aún más con una atenta lupa, te veo, angelito, apoyar la marcha con un menudo batir de alas.

Colegio Garcilazo

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Solo estabas, sin atender al porvenir ni a tu agujeta suelta. Solo atendiendo a la gota de moco que estuvo por deslizarse, antes de ser arrastrada por la manga de tu cuello de tortuga. Era una calle de arena, hecha para los autos, pero tomada por la gente para caminar, sí, los autos les respetaban. Habías escogido esos zapatos negros escolares, no por lindura ni comodidad, simplemente porque desde él podías lanzar mejor al jugar las canicas. En ese tiempo no sentías frío y, eso sí, como hoy día, adorabas la lluvia y los resbalones, el barro que se formaba en esa precisa vía. Sabías también que había un hueco abierto por un maleante en esa reja. Uno que llevaba al Colegio Garcilazo, directamente al estadio y su gras verde, cuidado como ninguno en esa tu ciudad. Te arrastrabas por ese matorral, hasta sentir tu rostro picante con el roce de las hierbas. Y esperabas el timbre de salida del turno mañana.

Mudanza Atribulada

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Caminar embarrado, y de ti y de ellos, por calles empedradas, bodega e inca, siempre en sonidos amplificados, dicen ellos al sintetizar, expandir aquí y allá, clausurado de o sin misericordia, dios de las diapositivas sermones, tabladillo y hangar, quiero decir toldo remendado, a la italiana, vida nocturna y esperanza de escuchar a cada pregunta que sí asistirás, aunque falten 3, 2, 1, minutos, estás, te alimentas de las distancias, de las diferencias económicas, de las decisiones difíciles, de aquellas que nos diferencian del inerte elefante de la mesa de centro, una mesita, y una imagen a la que corriste para ver al otro lado del espejo, podré respirar? me dejarás transpirar? totalidad de tiempo y nulidad de ruedas, para poder servirte y entregarte una bandita que dice “espera con paciencia a que no pase el tiempo”, la frase china que nunca será un consejo, pero que siempre llevaré en mi billetera de personalidad y cuerina. Un bufalo central, como el tiempo en el que se tomó la decisión y la necesidad de conseguir un sucedáneo de la bendición del señor de Huanca.