En «Ese extraño señor Alan Pauls», Roberto Bolaño mostró su sentida admiración por el escritor argentino, a quien elogió «como uno de los mejores escritores latinoamericanos vivos», atributo que, entre muy pocos, Bolaño se enorgullecía de haberlo advertido. Los halagadores comentarios de Bolaño sobre Alan Pauls contrastan con sus ácidas declaraciones acerca de otros escritores latinoamericanos. Pero si un relato, «El caso Berciani», y una novela, Wasabi, fueron suficientes para que el autor de Los detectives salvajes leyera fervorosamente a Pauls, solo un testimonio de parte en tanto lectores podría confirmar o desestimar el entusiasmo de Bolaño.
Alan Pauls (Buenos Aires, 1959) ha sido profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Buenos Aires, además de guionista y crítico de cine. Como periodista ha colaborado en el suplemento cultural del diario porteño Página/12. Su obra novelística comprende El pudor del pornógrafo (1984), El coloquio (1990), Wasabi (1994), El pasado (Premio Herralde de novela 2003), y una trilogía sobre la Argentina de los años setenta: Historia del llanto (2007), Historia del pelo (2010) e Historia del dinero (2013). También ha publicado ensayos de crítica literaria, entre los que destacan Manuel Puig. La traición de Rita Hayworth (1986) y El factor Borges (1996). Asimismo escribió el guión de La era del ñandú, de Carlos Sorín (1987), Sinfín, de Cristian Pauls (1988) y Vidas privadas, de Fito Páez (2001).
En el ensayo «Las malas lenguas», Pauls toma postura a favor de la hibridez de la lengua y en contra de toda concepción prescriptiva que la torne rígida, de modo que considerar Wasabi como una antinovela tiene fundamento en el modo cómo el lenguaje adquiere protagonismo por encima de la historia. En Wasabi no se narra una «gran historia» en el sentido de un magno relato trascendental; la novela no se apoya sobre una línea argumental complejamente entramada; es más, cuesta definir por momentos cuál es el argumento, pues más allá del propósito del protagonista de asesinar a Pierre Klosowski y el drama personal que supone el crecimiento de un quiste sebáceo en la base de la nuca, los acontecimientos se van sucediendo uno tras otro sin que el lector pueda advertir qué importancia posterior cobrarán el quiste y el asesinato planeado. No obstante, la complejidad del argumento radica en una cualidad frecuentemente írrita para quienes aprecian la experimentación estructural en la narrativa: extensas digresiones sobre asuntos intrascendentes que no revisten importancia para el «argumento», al menos el que explicita el narrador protagonista, y súbitos giros que si bien están encadenados tampoco conducen el relato hacia un desarrollo coherente del argumento.
Un lector poco o nada habituado a un estilo narrativo donde la historia sea desplazada por el lenguaje abandonará la novela en cuestión sin reparos, pues su habitus como lector lo condiciona a identificar ciertos elementos cuya presencia no es negociable en una novela, como la coherencia estructural de los acontecimientos narrados a favor de una línea argumental explícita. Sin embargo, Wasabi cautiva precisamente por aquellas razones que un lector tradicional podría abandonarla.
Publicada en 1994 por Alfaguara y reeditada en 2005 por Anagrama, la génesis de Wasabi obedece a una solicitud muy peculiar. Fue escrita a partir de una invitación de la Maison des Écrivains Étrangerset Traducteurs (MEET) a Alan Pauls para una estadía de unos meses en Saint-Nazaire, en la costa noroeste de Francia. A cambio, Pauls se comprometía a escribir un texto de ficción breve que aludiera al contexto donde había sido escrito. Por ello el relato se ambienta en Saint-Nazaire y es narrado en primera persona por un escritor argentino del cual se desconoce su nombre. Este compromiso de escritura agrega una variable indispensable para la interpretación de la novela, no por el condicionamiento autorreferencial de relatar ficcionalmente un hecho real, sino porque la escritura misma funciona como un recurso para evadir la demanda que recae sobre el escritor.
La respuesta más convencional a la petición del MEET habría sido escribir una novela cuyo argumento fuera correlato ficcional inspirado en sus condiciones de producción. Así, leída en clave referencial, ya fuera porque se haya aproximado o distanciado de la realidad, la historia narrada tendría sentido en tanto su argumento remitiera al contexto de su escritura. Pero lo que encontramos en Wasabi es que el lenguaje se repliega sobre sí mismo a tal punto que dificulta la narración de una historia colocando en primer plano la facultad del lenguaje para rehuir la determinación referencial impuesta sobre el escritor. Es decir, que en lugar de escribir una novela con arreglo a un argumento que la organice, Pauls escribió una antinovela que se lee como una reflexión del escritor sobre la imposibilidad de escribir una novela por encargo. En todo caso, si un escritor decidiera llevar adelante ese proyecto, lo único que podría obtener siendo honesto sería una antinovela: un relato donde el lenguaje se rehúsa a cumplir una función referencial bajo mandato explícito, por lo cual la sucesión continua de los acontecimientos narrados en Wasabi no nos cuentan una historia, por el contrario, la evaden, señal de cómo la escritura se subleva contra el determinismo referencial.
Una dolencia aparentemente insignificante da inicio al relato: un quiste en la base de su cuello va creciendo hasta formar una monstruosa joroba en Saint-Nazaire. Tellas, su mujer, y el narrador descubren por casualidad los efectos no previstos de una pomada prescrita por una homeópata para tratar su quiste. Luego, el narrador intenta asesinar a Pierre Klossowski, una idea surgida después de un ataque de narcolepsia, plan que fracasa además de que pierde sus pertenencias en un robo donde es brutalmente golpeado. Por su parte, Tellas, cansada de París y los franceses, se ha marchado a Londres donde descubre que está embarazada. Un bizarro encuentro sexual con una prostituta cierra la novela.
Pese a que es una novela corta, hay pasajes sumamente densos y agotadores que dan la sensación de experimentar la misma desorientación del narrador personaje, un sujeto hipocondriaco, paranoico y atacado por súbitos trances de narcolepsia, cuya mayor preocupación es un quiste que le está creciendo tras la nuca, el cual llega a alcanzar la pronunciada forma de un espolón, «una saliente ósea, como la hoja irregular de unos de esos puñales hechos con un fémur tallado», y que su mujer, con sorna y cariño, llama «mi percherito».
Wasabi, una antinovela cuya escritura nos deja un extraño sabor, intenso y evanescente, como la desazón que nos embarga al viajar muy lejos y sentir que no hemos llegado a ninguna parte.