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CRIBA Y LOS TRABAJOS DE LA MEMORIA

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Publicado en Noticias, Arequipa, Perú, miércoles 14 de enero de 2015, p.17

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Distante de las tendencias novelísticas que confinaban al sujeto subversivo al reducto del mal puro y del sentido común que exigía condenar sin comprender, en Retablo (2004), Julián Pérez Huarancca hizo visible la violencia estructural, es decir, las razones históricas y endémicas que explican la emergencia de Sendero Luminoso, un «antimovimiento social», en palabras de Carlos Iván Degregori.

Diez años después, en Criba (2014), Premio Copé de Oro de Novela 2013, Pérez Huarancca continúa explorando  el conflicto armado interno. El argumento se desarrolla sobre la base de tres historias: por un lado, el encuentro festivo de un grupo de amigos —los hermanos Laura, Fabián Narváez, Fidencio Molina y Hermenegildo Sulca— quienes la víspera de los carnavales evocan su juventud en una cantina de Huamanga donde asoma el recuerdo de  una bella muchacha, la Musa (Evangelina Delgadillo), enamorada de un pampino (Manuel Bajalqui), quien luego se unió a los alzados en armas y del cual no se supo más nada; por otro lado, las remembranzas de la antropóloga Evangelina Delgadillo, quien a partir del manuscrito incompleto de Manuel Bajalqui, su amor de juventud, rebate, mediante un peculiar trabajo de la memoria, la acusación de una comisión investigadora que atribuyó a su ex pareja la autoría de una masacre; y asimismo, el relato, a modo de Bildungsroman, de Manuel Bajalqui, historia de vida forjada en gran parte por su abuelo Gerardo.

El tono y el registro del lenguaje establecen contrastes entre estas líneas argumentales. Los diálogos de la parte festiva —donde la chanza, el jolgorio y las fanfarronadas sexuales en boca de Hermenegildo Sulca y sus amigos remiten enseguida a la reunión de los Inconquistables en La casa verde (1966) de Vargas Llosa— capturan con verosimilitud los giros musicales del castellano andino y el cariz altisonante de la variedad costeña. En cambio, las reflexiones introspectivas de Evangelina van a tono con la lectura que despliega sobre el manuscrito de Manuel. Aquí las notas  antropológicas, socioculturales y de la crítica poscolonial que acompañan el relato de Evangelina despiertan interés en tanto funcionan como intertexto que suscita relecturas de categorías como «sujeto subalterno» —ampliamente discutida a partir del célebre ensayo de Gayatri Spivak «¿Can the Subaltern speak?»—; u homo saccer —revisitada por Giorgio Agamben—  sobre todo si se aplican al contexto andino. Aparte hay referencias a Paul Ricoeur sobre la memoria, la historia y el olvido, al psicoanálisis lacaniano y los «sublimes objetos» de Slavoj Žižek. La novela gana en profundidad cuando estos apuntes enjuician el discurso que cancela la discusión sobre la naturaleza del sujeto subversivo y del hombre o la mujer andina, pero pierden consistencia cuando llaman la atención al margen de la historia narrada. De otro lado, salvo algunos pasajes donde parece irrumpir un narrador masculino, la voz de Evangelina es coherente con el personaje. En el apartado de Manuel Bajalqui el tono narrativo es nostálgico, confesional y muy emotivo.

El tratamiento del erotismo oscila entre la procacidad machista de cantina; el pudor de Evangelina, quien solo expone una mirada panorámica de su sexualidad; y su progresivo descubrimiento por parte de Manuel, fascinado por las hazañas amatorias de su abuelo Gerardo. En este punto la novela desvirtúa la imagen que tradicionalmente representa a la mujer y el hombre andinos como torpes e inexpertos en el sexo.

Un tema medular es el «trabajo de la memoria» emprendido por los protagonistas en cada relato. Sobre este concepto, Elizabeth Jelin (2002) señala que se basa en incorporar memorias en lugar de revivir y actualizar recuerdos dolorosos con el objetivo de irse desprendiendo de una experiencia traumática rememorada o conmemorada sin contemplar que ello supone un enorme  sufrimiento que es posible evitar sin acudir al olvido. Esto se aprecia en la performance de Hermenegildo Sulca, el cual asegura que la Musa fue su mujer, lo que introduce dudas acerca de su testimonio y la identidad de este sujeto lenguaraz y fanfarrón. Constantemente, Sulca contradice y provoca a sus pares magnificando su versión y desestimando las de ellos, lo cual puede interpretarse como el contrapunto entre el abordaje frívolo de las conmemoraciones colectivas —a veces refrendadas por los mismos sujetos que padecieron la violencia y confían haberla superado— y un discurso aparentemente banal pero en realidad cargado de una gran potencia desestabilizadora, ya que el trabajo de la memoria de Hermenegildo consiste en transformar recuerdos consensuados colectivamente en un relato gozoso que en estimule su evocación. Mientras los hermanos Laura, Fidencio Molina y Fabián Narváez comparan sus recuerdos a fin de reconstruir un gran relato sobre sus años de juventud, Hermenegildo rememora con placer. Si bien los demás también se regodean en sus propias remembranzas, este misterioso amigo de la infancia se deleita con mayor fruición cuando altera de inmediato el tono grave o lastimero introducido por alguno de los presentes, los cuales gozan porque reviven el pasado en y desde el presente; por el contrario, Hermenegildo Sulca goza a través de su propia reelaboración de la memoria mucho más anclada en el ahora. La función discursiva predominante aquí es el hablar.

En la parte de Evangelina, el trabajo de la memoria está organizado por el acto de leer. Ella realiza un trabajo de la memoria que sabotea la versión oficial de la Comisión de la Verdad Verdadera —trasunto literario de la Comisión de la Verdad y Reconciliación— y lo hace añadiendo una interpretación del relato de vida escrito por Manuel que, a diferencia de las cuestionables fuentes empleadas por la comisión, parte de una singular aproximación académica y afectiva que además discute la perspectiva de científicos sociales y escritores que en opinión de Evangelina han usufructuado oportunistamente la cuestión de la guerra interna. No obstante, ello no le alcanza para superar satisfactoriamente el duelo sino que agrava más su ligazón a Manuel, el sublime objeto de su memoria.

En el caso de Manuel, la escritura dispone el orden de sus memorias. En manos de Evangelina, constituye un documento primordial para resarcir la memoria de su amante. Su trabajo de la memoria reescribe el relato convencional del combatiente que solo ofrece justificaciones ideológico-políticas de su incorporación a la guerrilla o que protagoniza heroicas escenas de combate. En lugar de ello, asistimos a un alegato testimonial que historiza la experiencia no del combatiente subversivo, sino del ser humano que ama, sufre y odia, de modo que le restituye la humanidad suspendida por los que definen al sujeto subversivo como un homo saccer, un desecho, alguien con quien no valdría la pena dialogar y mucho menos comprender, y cuya aniquilación no ameritaría discusión alguna.

A pesar que Criba no alcanza la dimensión épica de Retablo, la reciente novela de Julián Pérez manifiesta el carácter opaco y elusivo de la memoria.

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ENTREVISTA A JULIÁN PÉREZ, AUTOR DE RETABLO (2004)

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Por Arturo Caballero

AC: En los últimos años, se observa un creciente interés de narradores, críticos y editoriales en el discurso del conflicto armado interno o violencia política. ¿En tu opinión, se trata de un interés espontáneo o está condicionado por otras variables?

De hecho que está condicionado por diversas variables. Supongo que cualquier motivación es válida para escribir una obra con una referencia tan llamativa; pero es preciso señalar que cada interés trae a colación una obra. Creo yo que hay tres variables importantes entre otras que pueden señalarse: el afán por vender el tema y pretender acceder al canon de la literatura peruana por esa vía; responder a la preocupación por negar toda posibilidad de razón estructural al tema de la violencia habida en las décadas del 80 y del 90, que estaría atada a un afán de lanzamiento editorial; y, finalmente, por reflexionar y explicar las motivaciones históricas y estructurales de hechos tan dramáticos que costó tantas vidas y marcó a toda una generación. Aunque es posible que las fronteras no sean tan rígidas entre una y otra variable.

AC: De acuerdo a ello, entonces, ¿podemos hablar de una narrativa de la violencia política en el Perú o se trata de un condicionamiento editorial y/o de la crítica especializada como manifestó Miguel Ángel Huamán en su polémica con Gustavo Faverón?

Creo que se trata de ambas cosas. No tengo la suerte de conocer a Faverón ni he leído sus opiniones; pero sí a Miguel Ángel Huamán, un académico especializado en los estudios literarios y del discurso en general que va renovando su aparato teórico de modo permanente; me parece que sus afirmaciones al respeto del tema de la violencia son acertadas e importantes, aun cuando decir que la aparición de tantas obras que tematizan la violencia política se debe sólo a la exigencia editorial o de la crítica no es del todo acertado.

AC: De las diversas investigaciones o antologías de relatos sobre la violencia política, ¿cuáles son las que te parecen más reveladoras y frente a cuáles tienes tus mayores reparos?

Creo yo que el estudio más importante es el de Miguel Gutiérrez; también son importantes los estudios de Miguel Ángel Huamán, de Santiago López Maguiña, de Juan Carlos Ubilluz y de Víctor Vich; así como los trabajos críticos de Ricardo González Vigil, sobre todo por la amplitud de su mirada en la incorporación de textos de diversas perspectivas en cuanto a la referencia de la violencia política. Lo de Gutiérrez tiene la particularidad de proponer aspectos reflexivos en los que no necesita arrojar al territorio del mal puro al sujeto subversivo para explicar sus excesos y su performance; ni se deja avasallar, en mi concepto, con la abrumadora parafernalia discursiva construida por los medios de comunicación de la hegemonía, en los que al sujeto subversivo se le ha vaciado de toda capacidad humana en un afán de convertirlo en un mero homo sacer y dejarlo sin ningún argumento. Además, articula sus propuestas en las márgenes de la intelectualidad académica, desde espacios más o menos libres de control y manipulación mental.

AC: Acerca de Retablo. Es una novela que ha obtenido muy buenos comentarios tanto del público lector como de la crítica. Particularmente, me parece muy sólida en varios aspectos: el enfoque narrativo, las líneas argumentales, el lenguaje y el amplio repertorio de variables sociales, culturales, políticas, ideológicas y económicas que permiten comprender más que sentenciar el proceso de la violencia política en el Perú. ¿Algún propósito en especial orientó la escritura de Retablo?

No puedo afirmar de una motivación expresa. Tal vez podría hablarse de una necesidad. Tuve una idea que me perturbaba antes de iniciar la escritura de Retablo: comprender y explicarme el porqué de los acontecimientos tan dramáticos que a fin de cuentas es lo que abunda en la historia de los hombres aunque queramos usar la estrategia del avestruz y pretendamos engañarnos con que la violencia social y política es el invento de un loco, que las violentas diferencias jerárquicas entre los grupos humanos es un invento del marxismo, que todo aquel que se atreve contra la mansedumbre es un totalitario. Leer novelas u otras obras literarias es, en la mayoría de los casos, sumergirse en un mar de violencia a veces inusitada y tan dramática que perturba y desafía la razón; leer La Biblia, por muy sagrada que parezca, la Iliada, Guerra y Paz, incluso la carnavalesca Gargantúa y Pantagruel, Los miserables, hasta saltarnos a Las benévolas, por citar ejemplos cumbres, es atravesar un campo sembrado de violencia, dramatismo y dolor que proviene del enfrentamiento de grupos humanos que no tienen nada que envidiar a los animales salvajes. Creo que Retablo intenta dar una respuesta a esta necesidad existencial de su autor.

AC: ¿Lo autobiográfico fue el insumo principal para escribir esta novela?

No tanto, pero sí, como en la ejecución de cualquier obra novelística siempre hay algún aprovechamiento de aspectos autobiográficos. Hay en la novela modelos reales, pero hay más la existencia de seres ficticios, de espacios inventados aunque todo eso esté teñido por lo vivido y lo amado o lo sufrido. Aun cuando puede haber ese insumo lo fundamental es que mi trabajo se orienta a la reflexión y la búsqueda de una explicación de la vida de los personajes; de sus posturas, de su performance frente a lo que le plantea la sociedad peruana.

AC: Un elemento que adquiere mucha importancia en la novela es el empeño de Néstor y Escola, padres de Manuel Jesús, porque sus hijos estudien en la escuela y la universidad, así como la influencia ejercida por el saber letrado en la expansión de la ideología de los alzados en armas, sobre todo en los jóvenes estudiantes hijos de campesinos. También se observa que el grado de apasionamiento por el saber fue en algunos casos proporcional a la intensidad con la cual jóvenes como Grimaldo se plegaron a la lucha armada ¿Acaso las humanidades y las ciencias sociales en vez de humanizar deshumanizaron a quienes buscaban una explicación racional de la realidad y de su propia historia?

Más allá de las fantasías culturales que gobiernan la vida de los hombres, la verdad es una para todos. Ocurre que, en efecto, hay un saber letrado opuesto, de algún modo, al saber letrado hegemónico, que a veces se tiñe de ciertos aspectos acontecimentales, articula un suplemento en la situación y desgarra las fantasías que años de dominio cultural hegemónico nos hicieron (y nos hacen) creer como verdades indubitables. Cuando los jóvenes alto andinos se apropiaron del saber letrado articulado por la cultura de la resistencia, comprendieron que, por ejemplo, las grandes diferencias sociales no son una disposición de Dios sino un producto meramente histórico; de manera que la supuesta búsqueda de humanización del saber letrado hegemónico (Peter Sloterdijk afirma que las ciencias humanas no son sino un recurso para domesticar a los hombres) sólo busca hacer del hombre un tranquilo animal sufriente y resignado; en cambio el saber letrado de la resistencia desestabiliza lo anterior, de manera que los jóvenes andinos, como los personajes de Retablo, al racionalizar la historia de los hombres y su propia historia se convirtieron en sujetos “deshumanizados”.

AC: En Retablo no se encuentra un lenguaje pleno de quechuismos, salvo los que identifican la toponimia o a personajes de la región; tampoco hay una supervaloración de lo indígena andino ni extensas evocaciones de lo mágico-mítico-religioso del pensamiento andino. Observo, más bien, que se expone el mundo andino bastante permeable —y no menos conflictivo— con la modernidad, lo cual me parece un punto de quiebre respecto a otras novelas que abordan la violencia política. ¿Cuál es tu apreciación al respecto?

Creo que Retablo observa el mundo andino atravesado de modernidad; no lo ancla en un instante pre-moderno, atrapado por el fantasma de la nación cercada como sí lo hacen otras novelas según afirma Juan Carlos Ubilluz en su valioso estudio Contra el sueño de los justos. Creo que Retablo toma en cuenta el desenvolvimiento del mundo andino dentro de la dinámica de las relaciones culturales del mundo actual. Quisiera hacer aquí una atingencia: si validamos una obra supuestamente andina por la referencia que trae no podemos perder esta perspectiva; muchas de las novelas supuestamente andinas y que traen el tema de la violencia presentan un referente andino en los niveles culturales, sociales y económicos esencialmente premodernos, donde los cholitos y las cholitas siguen, por decir, vistiendo poncho y pollera cuando observamos que aun en los puntos más lejanos de las zonas andinas el poblador de la actualidad usa vaquero y gorro, además de llevar sus bultos ya no en llikllas y costalillos sino en mochilas. Leo con asombro cómo obras supuestamente andinas lo que crean es la imagen del poblador andino como lo quiere el otro cultural occidentalizado, que casi nada ha cambiado con respecto al “indio que asoma de su rústica mansión”. Pero no sólo eso, sino que hay “críticos” que sobrevaloran dichas obras porque según ellos nos hablan del Ande, de su cultura, de sus mitos y representa su “racionalidad”; sospecho que lo que quieren estos críticos es también vender la imagen del sujeto andino como lo quiere la hegemonía cultural a cambio de su autoafirmación como intelectuales y la aceptación de sí mismos por la cultura hegemónica. En este afán, estos últimos, se han reinventado la importancia de Churata o de Arguedas y lo han convertido en tótems sagrados, en dioses de la “racionalidad” del “runa”.

AC: En el enfoque notablemente realista de tu narrativa debieron influir algunos autores que te formaron como lector. ¿A qué escritores sueles retornar regularmente o consideras que influyeron decisivamente en tu oficio de novelista?

De hecho que hay una implícita o explícita relación intertextual con obras diversas que han sido parte de mi formación literaria. Admiro incluso hasta ahora a Guy de Maupassant, el gran cuentista francés del siglo XIX, a los grandes clásicos Como Cervantes, Proust, Joyce o Kafka; a los latinoamericanos como Rulfo, Guimaraes Rosa, Roa Bastos, Onetti; a los nuestros como Vallejo, Alegría, Arguedas entre otros. Con ellos me inicié en el ejercicio de la lectura y de la escritura literaria y, desde luego, tuvieron que ver en mí como escritor y como sujeto cultural. No puedo dejar de mencionar el papel que jugaron mis padres en mi formación literaria, como agentes que me incorporaron al maravilloso mundo de la tradición oral. Recuerdo que con ellos teníamos asegurado el deleite de asistir a los relatos orales, en nuestra lejana niñez y en las noches mágicas y algo góticas del pueblito ayacuchano de Espite. Cada uno de ellos tenía un repertorio inacabable de relatos orales que me hacía pensar que esa afición y no otra fue la que les unió hasta la tumba.

AC: ¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste al escribir Retablo?

Instalar una voz marginal, periférica, que de alguna manera articule una perspectiva nueva, diversa o distinta al tomar como referente principalmente los eventos dramáticos de la década del 80. Pero no sólo eso sino darle voz al verdadero sujeto singular; sin embargo, una cosa son los buenos deseos y otra muy distinta es haber logrado lo que se ha querido.

AC: Diferentes científicos sociales han señalado la violencia estructural, resultante de la pobreza, discriminación, aislamiento y abandono históricos a lo que estuvo expuesta la región de Ayacucho, como la causa de que la ideología del PCP-SL tuviera acogida en algunos sectores de la población. Desde la literatura, ¿opinas que Retablo apoyaría esta explicación?

Creo que va por allí, en tanto que diversos críticos apuntan logros en la novela que van más allá de la simple representación de una referencia.

AC: El indigenismo dominó gran parte de las investigaciones en ciencias sociales y humanidades, así como la creación en artes y letras. ¿Tienes alguna lectura particular del indigenismo hoy en el contexto del centenario de Arguedas y del auge de la narrativa de la violencia política?

Mira, a mi no me interesa mucho la paja; seguramente hay mucha razón en lo que dicen de Arguedas pero yo lo que tengo claro es que sus personajes no son sujetos que atraviesan el desafío del acto ético como sí lo hacen, por ejemplo, los personajes de Ciro Alegría. Lo del indigenismo me interesó más bien como propuesta política y cultural en un momento dado de la historia del Perú; pero, andando los años, se ha convertido en una suerte de discurso anacrónico aun en muchos de los escritores andinos actuales. No sólo me importa el dolor de los habitantes de las pequeñas aldeas andinos sino también lo que pasa en la aldea global.

AC: En lo personal, cada vez me convenzo más de que la novela es un género en el cual se demuestran hipótesis acerca de la realidad, pero bajo un registro diferente al académico. En ciertos casos, esta cualidad es más evidente que en otras. Incluso, es posible que el autor no sea consciente de tal hipótesis novelística. Si tuvieras que enunciarlo de alguna manera, ¿Existe tal cosa en tu novela? ¿Cuál sería la “tesis” que sostiene Retablo?

No tengo duda con respecto a que la literatura y el arte, en general, son formas de conocimiento especiales. El discurso literario no sólo es deleite, ejercicio lúdico, trabajo de la forma, elección de contenidos, sino reflexión, sugerencias y propuestas no sólo para comprender la historia sino la subjetividad y la intersubjetividad humana. Escritores como Palma, Vallejo, Arguedas, Alegría, entre los más notables, expresan en sus obras incluso un implícito proyecto de nación peruana.

AC: ¿En tus próximos proyectos de novela seguirás explorando el tema de la violencia política? ¿Podrías adelantarnos algo de tu próximo trabajo?

Tengo dos novelas casi concluidas; estoy por definir el título de cada una de ellas. Aunque el referente ya no es específicamente la década del 80, estas novelas siguen indagando por otros temas afines a las relaciones humanas.

Pueblo Libre, Lima, 7 de febrero de 2012 Sigue leyendo