Archivo de la etiqueta: Cuento

DECIR MÁS QUE CONTAR

[Visto: 1051 veces]

Sombras en el agua
Jorge Monteza
Cascahuesos,
Arequipa, 2011

Jorge Monteza publicó Sombras en el agua (Cascahuesos, 2011), libro que reúne diez relatos, algunos de los cuales han sido premiados a nivel local y nacional. Mi impresión general es que en los cuentos de este libro prevalece el “decir” sobre el “narrar”. Cuentos como “Illa”, “El hombre de oscuro sueño”, “El sueño” o “El parque de Joel” no seducen por la historia narrada, sino por el lenguaje y la estructura. Precisamente, las historias de Sombras en el agua se diluyen en el lenguaje y en la técnica narrativa, paradójicamente, debido a un eficiente manejo del autor sobre estos recursos. No obstante, cuando el lenguaje y la técnica desbordan la historia, el lector tiene la sensación de que la narración está ausente, que frente a él transcurren escenas inmóviles o de que el tiempo narrativo, el conflicto y o el desenlace pasan inadvertidos. Sin embargo, sería muy mezquino señalar que se trata de puro artificio.

El cuento, en comparación con la poesía y la novela, es un género que ha experimentado cambios menos drásticos. A pesar de las innovaciones, el componente fundamental del cuento es la concreción de la historia, lo cual facilita al lector identificarla sin mayor dificultad. Sombras en el agua nos muestra relatos con historias que son ampliamente “dichas”, enunciadas, manifestadas, puestas en escena, pero escasamente desarrolladas, contadas, narradas. No es la acción o el desenlace del conflicto los aspectos más relevantes de los cuentos allí reunidos, sino el despliegue de un lenguaje que en varios pasajes opaca la historia. No se entienda por ello un lenguaje preciosista, retocado o evasivo por la carga metafórica, más bien es un lenguaje como herramienta para la representación de una poética personal.

Ahora, más que señalar esto como una deficiencia me interesa comprenderlo como síntoma de una poética del cuento por la cual apuesta Jorge Monteza. La influencia de Julio Cortázar —(“El sueño” es un guiño a “Continuidad de los parques”)— explica en parte lo mencionado anteriormente. Del autor de Rayuela, se reconoce la introspección analítica en los personajes por parte de ellos mismos o de un eventual narrador omnisciente; la elección de personajes envueltos no en tragedias colectivas sino en dramas muy íntimos; y los finales suspendidos o abiertos a la reflexión de los personajes; pero sobre todo un lenguaje propio de un narrador con ganas de trascender la historia narrada.

El cuento que ejemplifica el determinismo del lenguaje sobre la realidad es “Muchacha de espejos rotos”. Si los nombres no son solo sonidos vacíos sino portadores de un sentido fundamental no debería extrañar que el objeto o el sujeto nombrado adquieran las cualidades del concepto que lo nombra. “Es que todos los nombres tienen su porqué. El agua se llama agua porque es transparente y suelta (…) la piedra, porque es pesada, y tan dura como esa «dra» (…) Rocío es gordita y bonita, la alegría brilla en sus ojos (…) Leticia es la más aseada y ordenada, sus trenzas, bien sujetadas, y sus cintas, bien blancas (…)”. El lenguaje como modelador de la realidad y de la subjetividad a manera de una cárcel, como lo sostuviera Frederic Jameson, es una de las representaciones más sugerentes que reconozco en este cuento así como en “El Sol”: “Pasó toda la noche sentado a su escritorio carraspeando frases que tachaba y volvía a escribir con el fervor de quien cree que las palabras pueden salvar o condenar”.

Parte de esta poética del cuento se relaciona con el lenguaje y la técnica narrativa, pero también con los símbolos a partir de los cuales se tejen algunos de los cuentos. Los motivos más recurrentes son el sueño, la sombra, la oscuridad y la luz. En “Illa”, la historia transcurre en un escenario nocturno y lunar. Un niño cuenta las impresiones que le suscitan el paisaje nocturno y las visiones espectrales que le sugieren las sombras lunares. Las sombras lo intimidan, lo seducen y lo animan a meditar sobre la naturaleza de estas y de su relación con las personas: “Yo sé que las sombras están al lado de uno, pero éstas, a la luz de la luna no tienen por qué estar así, pues son fantasmas (…) Si uno se queda mirándolas, el mundo desaparece en una oscuridad total y no hay cómo saber si se está penando en el limbo o si se está en la tierra como demente o demonio”. En este cuento, como en “Nos iremos” y “El Sol”, la oscuridad es un lugar seguro para los personajes, es el lugar donde se resguarda la subjetividad y el más apropiado para la introspección.

Al respecto, lo más destacado de Sombras en el agua es la representación de la subjetividad de los personajes, cualidad reforzada por la adecuada elección del narrador omnisciente en la mayoría de los relatos. En “Illa” el niño que contempla la luna y las sombras expone su intimidad, sus temores, nostalgias, e insatisfacciones; recuerda, presencia y anticipa. Algo similar ocurre en “El hombre de oscuro sueño”: el trajín laboral del día a día impide al protagonista recordar sus sueños. El deseo de detenerse a recordar lo soñado la noche anterior se opone a la tendencia mayoritaria de quienes están apresurados por llegar a tiempo a sus trabajos. Pausa vs. movimiento, reflexión vs. pragmatismo. Detenerse equivale a escapar de lo que la mayoría hace: vivir en un continuo presente sin mayor cuestionamiento y avasallar a quienes de salgan del curso general: “Quiso detenerse un momento para tomar fuerzas, pero estorba al copioso fluir de los pasos y algunos descuidadamente lo topaban (…) Nadie se detenía, nadie siquiera lo miraba. Inexplicablemente, ahora, sin que él intentara ya recordar, aparecieron imágenes del sueño”.

Jorge Monteza se muestra como un narrador seguro de una idea sobre el cuento. Es un debut auspicioso en un medio local como el de Arequipa donde la tentación de escribir confesionalmente sobre sexo, licor, drogas, rock and roll o decepciones amorosas es moneda corriente en la narrativa joven y mucho más en la poesía local reciente. Finalmente, lo que más llamó mi atención fue la manera como el lenguaje puede no sólo ser vehículo de una historia sino también representación de una poética paralela a los objetivos de la narración, o sea, alterna o distante del propósito de contar algo. Esta es la mejor lección que Cortázar y Rulfo le han legado al autor de Sombras en el agua, cuyos relatos dicen más de la idea de cuento a la que apunta Jorge Monteza que de temas o historias cautivantes por lo narrado. Sigue leyendo

LOS INCOMPLETOS (CUENTO)

[Visto: 1632 veces]

Comparto este cuento de Wilber Frisancho del Carpio.

Suicidarse, piensa, no es un acto valiente ni cobarde, sino natural y silencioso.

Es un adolescente alto y delgado, que odia a la soledad pero teme la compañía. Clava su mirada en el techo de su habitación, apoyando su espalda en la pared. A pesar del oceánico silencio que requiere su plan, el volumen de la radio es muy alto, y el croquis que estaba diseñando se ha convertido rápidamente en una maraña de garabatos desperdigados en un cuaderno anillado y grueso.

Sus padres interpretan una utopía íntima. Su madre se coloca todos los días una almohada debajo de la bata celeste antes de iniciar su día. Se levanta con una pesadez simulada, se dirige a la cocina y busca en el refrigerador cualquier comida que alcance la categoría de “antojo”. Por otro lado, su padre está alargando su jornada ordinaria de trabajo para complacer, más de lo debido, a sus jefes más inmediatos (desde la ventana de su oficina, observa a la masa desempleada, varios de ellos tienen su edad). De regreso a casa, lleva pañuelos, sonajas o cualquier juego infantil para un hijo imaginado que, sin duda alguna, sustenta la existencia de su compañera y justifica su matrimonio.

Todavía no ilumina su habitación y baja, lentamente, el volumen del aparato. Sin embargo siente la necesidad de sacudir el aletargado ambiente con una fuerte actividad: camina en círculos, de forma rápida y torpe, por la habitación chocando sus rodillas contra los cajones del escritorio y los pies de la cama. También busca pañuelos para secar el sudor que desciende por su frente, a sabiendas que no los usa.

Hoy es domingo, su padre podrá realizar sus ejercicios matutinos, sin apuro; revisará oficios o memorandos inconclusos de 10 a 12; regresará a casa y dará un pequeño paseo con su madre.

Sus piernas flaquean y siente demasiado cansancio. Ya echado sobre su cama, soporta el ardor en sus ojos. Trata de descansar pero los gritos de sus padres lo despiertan, avisándole que darán un paseo corto por las afueras de la ciudad. Él sólo da respuestas cortas que calman la inquietud de sus padres. Segundos después, cree sentir el encendido del motor. Decide abrir las persianas y despedirlos, pero se detiene.

Se equivocó. Sus padres todavía no han salido del edificio porque se encuentran totalmente absortos contemplando cómo la vecina del piso inferior reclama al vigilante más cuidado con las cosas; éste simplemente asiente con la cabeza, de forma pasiva, pero ella persiste. Ellos se acercan y tratan de calmarla, pero esta iracunda mujer los mira con reproche y se retira. Ansiosos por una explicación abordan al vigilante con miradas hoscas. Este levanta la cabeza y dice: “La señora peleaba demasiado con su esposo e hijos quienes decidieron tomar todas sus cosas e irse” .Un poco anonadados por la repuesta, retoman su camino y se disponen a abordar el auto, el vigilante los alcanza y con la mano derecha les señala su apartamento; intenta decir algo pero solo emite balbuceos. Se desesperan y deciden volver. Primero imaginan un robo, luego descartan la idea. Suben las escaleras, él más rápido que ella y observa a su hijo con las manos apoyadas en la baranda con varios hilos de sangre que salen de sus antebrazos.

Ocurrió lo más esperado y menos deseado a la vez: un suicidio pomposo y torpe, concluye. Sigue leyendo

EL ALIENISTA DE LA CASA VERDE

[Visto: 3291 veces]

Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Las letras brasileras también tienen su «Casa Verde». El responsable de esta coincidencia es el escritor Machado de Assis. Sin embargo, a diferencia de la noctámbula, itinerante y endeble casa de don Anselmo y la Chunga, que congregaba a los Inconquistables y todo tipo de vagos y vividores, la Casa Verde del Dr. Simão Bacamarte no desborda de sensualidad, placer ni bullicio y muchos menos recibe de buen grado a parroquianos de ocasión. Todo lo contrario: nadie en su sano juicio iría por voluntad propia a su Casa Verde. Asimismo, los escenarios son distintos. No es el árido desierto piurano bañado por las cálidas aguas del Pacífico ecuatorial sino la densa floresta atlántica de Itaguaí en el estado de Río de Janeiro; y también la época, pues del Perú republicano de los años 40, nos trasladamos al periodo imperial del Brasil a mediados del siglo XIX. De igual modo, las personalidades de los protagonistas son absolutamente disímiles. El oportunismo picaresco de don Anselmo contrasta con la pasión intelectual del Dr. Bacamarte, por lo cual aquel sería recluido sin duda alguna en la Casa Verde el eminente médico de Itaguaí. Comparten, sí, el rechazo del pueblo donde se ubican y un estado de constante zozobra ante las amenazas de quienes desean desaparecerlas. Pero las que se ciernen sobre esta casa no son de índole religiosa, mas no por ello, menos fanáticas. Esta es la realidad que rodea la Casa Verde de El alienista (1882), tal como la concibió su autor.

Joaquin Maria Machado de Assis nació en el Morro do Livramento, en Río de Janeiro, el 21 de junio de 1839. Vivió sus primeros años en una modesta vivienda de una granja propiedad de su madrina, doña Maria José de Mendonça Barroso. Su infancia estuvo marcada por una frágil salud y un carácter tímido, a consecuencia de los periódicos ataques de epilepsia que padecía. En la adolescencia, trabajó como tipógrafo aprendiz en la Imprenta Nacional donde su amistad con el director Manuel Antônio de Almeida fue fundamental para su formación e ingreso a la escena literaria local. A partir de la publicación de sus poemas en «La Marmota», adquirió reconocimiento y frecuentó círculos literarios y periodísticos. Posteriormente, su trabajo como servidor público en el Ministerio de Viacão y su matrimonio con Carolina Augusta Xavier de Iovais —una cultivada señora portuguesa quien le brindó la estabilidad de una vida conyugal apacible y afectuosa, evitando que la epilepsia frustrase su carrera literaria— aseguraron que pudiera dedicarse plenamente a escribir. Ello explica el porqué la muerte de su esposa lo sumió en tan profunda depresión al punto que contaba los días para reencontrarse. Su deseo se cumplió en 1908 cuando el «Brujo de Cosme Velho», llamado así porque residía en el barrio de Cosme Velho, partió al encuentro de Carolina.

Es autor de Memórias Póstumas de Brás Cubas (1881), quizá su obra más famosa, Quincas Borba (1891) y Dom Casmurro (1899), entre una variedad de piezas narrativas, poéticas y teatrales. El alienista es un relato muy peculiar. Este cuento largo, casi una novela plantea una interrogación sobre la frontera entre la normalidad y la locura, colocándonos ante una cuestión desafiante: ¿quién está loco?, lo que, a su vez, implica una crítica al cientificismo positivista de fines de siglo XIX. Es una magnífica obra humorística sobre la locura y la sanidad. La trama pone de relieve la cuestión del poder. Se le considera el primer cuento realista de la literatura brasilera.

Cuenta la historia del eminente Dr. Simão Bacamarte, médico dedicado al estudio de la mente humana, quien decide construir la «Casa Verde», un hospicio para tratar a enfermos mentales en la pequeña ciudad de Itaguaí. En un estilo realista y fantástico al mismo tiempo, Machado de Assis desarrolla una historia sorprendente en la que se muestra al lector que todo es relativo, que la normalidad no siempre es aquello que la ciencia y los hechos pueden revelar de forma absoluta. El mayor acierto del relato es la combinación armónica entre humor, realismo y subjetividad.

En El alienista está muy presente el espíritu de la época, la total confianza en que la ciencia y la razón explicarían y solucionarían todos los problemas humanos, y la observación como método científico predilecto capaz de desentrañar los fenómenos más complejos de la naturaleza y la mente humana. Las ciencias humanas, en particular la psicología, no escaparon a este influjo. La idea de nación en las jóvenes repúblicas americanas estuvo apoyada fuertemente en el cientificismo positivista: progreso, desarrollo, civilización, ilustración, modernidad, racionalidad, etc. Este proyecto inclusive es posible rastrearlo en el caso del Brasil, desde el periodo imperial.

Machado de Assis le tomó el pulso al pensamiento ilustrado de la época con especial énfasis en el impacto que tuvo en las sociedades urbanas periféricas a las metrópolis coloniales como lo es Itaguaí respecto a Río de Janeiro a mediados del siglo XIX. En aquel momento, el cientificismo se presentó como un discurso posicionado en un grado cero de observación desde el cual cualquier sujeto adecuadamente formado en tal o cual disciplina lograría imponer una explicación precisa de los fenómenos de la naturaleza en virtud del prestigio que gozaba el saber científico y las credenciales académicas obtenidas en las mejores escuelas y universidades de la Colonia o de Europa. De esta manera, la explicación científica de los fenómenos físicos se trasladó sin más al estudio de los fenómenos de la mente humana, de modo que el margen de la interpretación propio de las ciencias del espíritu como las llamó Dilthey, fue tomado como una señal que inducía a indeterminaciones y subjetividades espúreas condenadas a eliminarse de toda investigación rigurosa que aspirase a ser considerada científica. El alienista retrata muy bien esta situación a través del Dr. Bacamarte y su obsesión por descubrir las causas de la locura, de su minuciosa observación de la conducta de los habitantes de Itaguaí y en las grandes facilidades que obtuvo por parte de las autoridades imperiales para proceder con sus investigaciones.

En la segunda mitad del siglo XIX, Europa atravesaba por una serie de transformaciones económicas, científicas e ideológicas que determinaron el surgimiento de una estética antirromántica. La nueva revolución industrial, animada por el cambio tecnológico y el progreso científico, no sólo modificó los procesos de producción, sino también la estructura económica, haciendo surgir una rica burguesía urbana, lujosa, poderosa y muy interesada en sintonizar con el espíritu de la época, es decir, con la modernidad y su punta de lanza, la ciencia, motor del progreso. Machado de Assis procedió a analizar su realidad a la luz de las nuevas teorías y corrientes filosóficas. Y es que el Realismo era una tendencia que respondía a esa necesidad, caracterizándose por la objetividad, impersonalidad, realismo, racionalismo, análisis psicológico de los individuos, verosimilitud, contemporaneidad y pesimismo al abordar la complejidad de la vida humana.

En este sentido, el aspecto más logrado de El alienista es el enfoque del narrador. Dispuesto como una voz en off neutral, externa, distante, pero a la vez objetiva y omnisciente, dosifica poco a poco la trama de la historia sin mayores requiebros ni artificios técnicos deslumbrantes. Este cuento-novela está diseñado con la precisión de un mecanismo que se echa a andar solo una vez que se activa. El narrador funge como un cronista que ha obtenido información sobre los sucesos que acontecieron en Itaguaí tiempo atrás y de la figura del Dr. Bacamarte y sus allegados mediante fuentes y documentos sobre los cuales manifiesta al lector que no puede garantizar su absoluta fidelidad y además que existen pasajes no muy claros que complementa con información oral, pero que hará el esfuerzo por estructurar una versión lo más fidedigna a los hechos reales. Esta confesión de parte del narrador es muy significativa porque sugiere la idea de que la fidelidad histórica es un ideal inalcanzable pese a la existencia de documentos, ya que las fuentes dan cuenta de datos contradictorios y diversos. La literatura, concretamente la novela, se ubica, por consiguiente, en una posición desde la cual subvierte la propuesta cientificista de que la realidad, en este caso un hecho histórico, pueda revelarse en toda su complejidad y, además, de que la magnitud del acontecimiento deba necesariamente justificar su narratividad. La obsesión científica del Dr. Bacamarte deja el plano individual para convertirse en un asunto de interés social por cuanto altera el curso de la cotidianeidad de la gente de Itaguaí, un pequeño poblado marginal en contraste a la metrópoli de Río de Janeiro.

¿Acaso la obsesión científica no es también pasible de calificarse como insania mental? ¿Es la razón es único medio para lograr la comprensión de la realidad y la explicación a todos los problemas humanos? La lectura de El alienista nos confronta con esta y otras interrogantes dentro de las cuales la más evidente es: ¿quién es el loco de Itaguaí? Sigue leyendo

La decisión del escritor

[Visto: 1818 veces]

Ser escritor en el Perú, para quien se inicia en esta aventura, es una decisión que enfrenta muchas dificultades: la económica, publicar para un escritor que se inicia en este oficio significa, en primer lugar, autofinanciarse; si logra publicar, aparece un segundo desafío, que consiste en difundir el libro, es decir, su distribución, y en tanto no tenga el respaldo de una editorial que asegure la colocación del libro, éste se pierde en el anonimato o circula entre amigos o allegados del autor, porque la publicación no termina con el libro impreso: el círculo se cierra cuando el lector toma contacto con el libro, cuando lo conoce, al menos de oídas, o a través de notas en diarios o suplementos culturales.

Si el gran público no lo conoce, simplemente el libro (y el autor) no existen. En este momento, surge otra dificultad: ¿en qué medios puede circular la obra? ¿Dónde podría ser reseñada? ¿Qué escritor reconocido tendrá la disposición y el tiempo para leer la obra? A estas inquietudes se agrega la recepción de la crítica. Y no me refiero exclusivamente a la crítica especializada, que condena o consagra a un escritor, sino también a la feroz crítica de quienes desean publicar un libro, porque creen contar con el talento para hacerlo, pero que no pueden concretar dicho proyecto por diversas circunstancias; o de los individuos vinculados al mundillo cultural local, aquellos que siempre frecuentan las galerías de moda, presentaciones de libros, recitales, ferias y demás eventos, quienes, posiblemente, no han publicado libro alguno, pero cuando aparece alguna nueva publicación local, no escatiman esfuerzos en señalar los desaciertos de la obra o la osada precocidad del autor por publicar.

Creo no equivocarme en afirmar que los críticos más duros son los que conforman el entorno de un escritor, sobre todo cuando este se inicia. La crítica académica rara vez coloca su mirada sobre aquello que se produce en los márgenes de su área de influencia. Muchos críticos prefieren comentar a autores consagrados o a los nuevos escritores prefabricados por colecciones editoriales. Si en algún momento, la crítica especializada presta atención a una publicación marginal, sea para reconocerla o denostarla, ello no debiera desanimar al joven escritor, más bien debería incentivarlo, pues se trata de una señal de su existencia literaria más allá de los linderos amicales, estudiantiles o familiares.

El respaldo de un prólogo hecho por un escritor de reconocida trayectoria o de alguna personalidad importante de las letras en su comunidad puede ayudar a quien se inicia en la aventura de escribir. Una vez que el autor ya se ha abierto un espacio, puede aspirar a quedar en la memoria colectiva de su comunidad literaria, hecho que se verá favorecido por las circunstancias del momento, ya sea por tratar un tema controvertido (la homosexualidad en la farándula), de actualidad política (el fujimontesinismo, el terrorismo), o la autoayuda y los libros de fortalecimiento espiritual (Deepak Chopra, Cuauhtemoc Sánchez, etc.), y tantos otros temas que por su necesidad práctica y fácil digestión, aseguran al autor y antes que nada a la editorial, un éxito de ventas.

Las revistas literarias cumplen una importante labor al difundir lo que se escribe en los círculos literarios universitarios. Las hay de todo tipo, pero también afrontan su propia problemática: su continuidad depende de lo económico, sus aspiraciones se ven limitadas además por la permanencia de sus integrantes fundadores, otras veces no pasan de ser una inquietud pasajera. De todas formas, la importancia de una revista literaria radica en su propuesta colectiva y en la apertura de espacios para aquellos que desean ver sus poemas o cuentos publicados.

Pero escribir y publicar son decisiones totalmente distintas. La publicación no asegura el “ser leído”, y si el escritor “no es leído” su reconocimiento como tal por el lector es imposible. El compromiso del escritor profesional es, en primer lugar, con su obra, es decir, intentar asegurar su continuidad, su permanencia en la memoria de los lectores.

Es dentro de este panorama que Henry Rivas presenta su primer libro. a mayoría de los relatos de Amor suspendido entre la nostalgia y el olvido transitan entre el mundo nostálgico de los últimos años de la adolescencia, donde los dilemas y cuestionamientos, ajenos y propios, se hacen más intensos, y el paso hacia la primera juventud, plena de anécdotas propias de un estudiante universitario que recién se acomoda a esa nueva etapa de su vida.

En el primer relato “Kathie”, un muchacho recuerda religiosamente todos los viernes diecisiete de cada año el encuentro que tuvo en un bar con una joven que “llegó con un atardecer delicioso (porque ella lo hacía delicioso), con el aire más juvenil y coqueto del mundo”. No podía faltar el humor y la ironía. “La ciudad de la furia”, cuento en el que parafraseando la canción del grupo argentino Soda Stereo, se nos relata la aventura de Sergio, un supuesto hermano de Gustavo Cerati que es llevado en un aventón por las carreteras peruanas en el camión de Ryan, quien poco a poco descubre la demencia detrás de las palabras y acciones de Sergio. Los amores y desamores que rememoran la adolescencia, son vivenciados por Paul en el cuento que da título al libro “Amor suspendido entre la nostalgia y el olvido” y “Hablando solo”. A este personaje lo marca la desazón, la pérdida, la ausencia y a la vez la presencia fugaz amor, que si bien no está encarnado en la mujer ideal, es precisamente ese antimodelo lo que cautiva a Paul: Claudia, Rosalie, no son arquetipos de la mujer hacendosa y sumisa, ese es su principal atractivo. “En las puertas del infierno” explora los límites del chantaje emocional, la amistad, la infidelidad, y el arrepentimiento. Narrado en primera persona, se inicia con una retrospección del narrador enfocado en la muerte de Matías Roveggiano, quien ciego de furia, “irrumpió por la parte trasera de la clase del instituto en que yo estudiaba inglés, con un revólver en la mano, y ante mi asombro y el de mis compañeros, de un tiro en la cabeza asesinó a un adolescente de nombre Daniel Belzú. “ El narrador sucumbe ante su propio juego al ser llevado al extremo por Lelia, quien azuzada por él, obtenía favores y dinero de Matías, locamente enamorado de Lelia.

Particularmente, percibo un trabajo más ambicioso y experimental en los últimos relatos. En “Jesús el Anticristo” sorprende con un narrador distinto a los anteriores. Es un monólogo interior en el cual desmitificando la imagen divina de Jesús, revela una oscura verdad más humana en este ser: Luzbel, el ángel caído, es el hijo de Dios que se rebeló y tuvo otra oportunidad en la tierra para redimirse: “Yo no me revelé por ambición como dicen las falsas escrituras. Para la literatura de los hombres mi primer nombre fue Luzbel, el hermoso rey de los ángeles. Mi supuesta rebelión no fue sino un acto de justicia. Mi padre está acostumbrado a jugar con sus creaciones, su soberbia y vanidad le impulsan a rodearlos de tentaciones para ufanarse de su poder. Yo protesté contra todas esas cosas, no sólo por el hombre sino también por los demás seres, incluso por mis hermanos, los ángeles”. Pero la rebeldía de Luzbel, ahora Jesús, no ha terminado. Ha aceptado la misión encomendada por su padre, pero lejos de la divinidad, se compadece y se pone del lado del hombre porque “La iglesia que fundé ha fracasado, el hombre siempre se aproximará a la maldad, gracias a mi padre, y él no entiende eso y sólo, guiado por su egolatría, me echa la culpa de todo”.

El tiempo circular y sus paradójicas coincidencias son aspectos importantes en “He yacido en esta fosa”. Paul Shelley (otra vez Paul) ya muerto, narra la confabulación de la que fue víctima por parte del capitán Villaescusa. Shelley, quien a diferencia de otro Paul, Paul Gaughin encontró su paraíso terrenal y a un amor igualmente paradisíaco y exótico en Barrica, una exuberante nativa de la Isla Isabel La Católica. Los paraísos parecieran solo destinados al cielo, puesto que “la felicidad esta hecha para recordarla y extrañarla. El Capitán Villaescusa, jefe de la isla, se enteró que los españoles ya sabían que la nave había sido tomada por la fuerza, de una manera ilegal, indigna. Fue allí donde comenzó la cacería que involucró de una manera salvaje a los naturales; a quienes manipularon para una lucha sangrienta fratricida. Yo sabía que el Capitán Villaescusa deseaba a Batrica, y me procuré tenerla siempre alejada de él. Pero yo sólo era un médico y no sabía pelear”.

Amor suspendido entre la nostalgia y el olvido es un libro apasionado y, en tanto pasión, está pleno de una vehemencia que induce al narrador de cada historia a sobredimensionar su ingenuidad. Satisface comprobar que hacia el final es posible encontrarnos con un narrador mucho más ambicioso, tanto en el manejo del lenguaje, como en la técnica y en el desarrollo de la trama. Por esta razón, considero que este libro merece una segunda oportunidad de parte de su autor, pues, luego de algunos años, sería injusto avalar la convivencia del furor adolescente con el misticismo y la ironía de Jesús, el Anticristo: un cuento para tenerlo presente.
Sigue leyendo

Un cuento borgiano

[Visto: 3020 veces]

Estimados lectores, a continuación publico un fragmento del cuento que escribí y que fue premiado en un concurso reciente. Es excesivamente deudor de los cuentos de Borges, pero júzguenlo ustedes.


BERGEN

“Where the curtain of light becomes darkness
Sigfried waits a second opportunity to retaliate”

Kjimlson Däel. Valkyria, I, 234-235.

La ventana dejaba ingresar una tornasolada ráfaga de luz que iluminaba la habitación en penumbras, como un brazo de sol que se abre paso entre las húmedas paredes de una caverna cincelada por el viento y el sol de mediodía. Strindberg, Ibsen, Kierkgäard, entre otros, reposaban sobre el escritorio de Alejandro Alencastre, primogénito de la familia Alencastre Sarmiento, hijo don Manuel Alejandro Alencastre, juez de primera instancia de la comuna de San Francisco.

El joven Alencastre, a sus escasos 13 años, contaba en su inventario de lecturas con libros de asombroso calibre como El viaje imaginario de Sir Warthon Wallace, de Frederick Southampton, escritor proscrito durante la Inglaterra victoriana debido a sus deliberados excesos en materia de astronomía náutica. Southampton había anunciado la llegada de Hercólubus, el planeta rojo, el Ajenjo del Apocalipsis de San Juan, basado en cálculos de dudosa credibilidad para la época, lo cual le mereció la encarcelación y la vergüenza pública de la retractación. El joven Alencastre había llegado a él por medio de una cita de Magno Tracio en su tratado Supranaturalis, donde el cartógrafo escocés daba cuenta del viaje realizado por Sir Warthon Wallace — caballero de la orden de Majorbrigde y natural de Dundalk, Irlanda— en el año de 1425. El diario de viajes de Wallace indicaba que más allá del Círculo Polar Ártico existía un camino que conducía a las profundidades descritas por Dante casi dos siglos antes en su famosa Commedia. También hubo leído el magnífico relato de Roric —el vikingo que atravesó el Atlántico norte siguiendo la ruta inconclusa de sus antepasados, quienes daban cuenta de “unas tierras más allá de Kalaallit Nunaat”— en versión de Därsen Pollack, erudito filólogo de la Universidad de Bergen. Pollack se tomó la licencia de titular el diario del vikingo rojo como La Odisea Normanda.

Pero lo que más llamaba la atención era la fruición con la que el joven Alencastre se dedicaba a estos menesteres ajenos a los muchachos de su edad: provisto de libros sobre la historia de los pueblos normandos, las leyendas de las sagas islandesas y uno que otro dato obtenido en la biblioteca de la comuna de San Francisco, era usual verlo rodeado de notas, pisapapeles, mapas y cartas de condiscípulos que, como él, compartían la devoción por los relatos de viajes. Even Underlid Sandvik, asistente del profesor Pollack, mantenía una fluida correspondencia con Alencastre, toda vez que lo noticiaba de los últimos avances en la investigación del notable filólogo que recientemente se embarcó en la empresa de confirmar que los vikingos llegaron a Newfoundland en Norteamérica, 500 años antes de que Colón descubriera las Indias Occidentales.

En estos afanes, transcurría la adolescencia de Alencastre cuando, a fines del invierno de 1943, la guerra en Europa dio un giro radical a sus investigaciones. Todos los jóvenes en edad de portar un arma y servir a la nación fueron reclutados para combatir contra los nazis. Su padre le entregó el comunicado después de la navidad. Debía estar en Puerto Varas en dos semanas con más equipaje que su uniforme de soldado. Esto no cambió en absoluto sus objetivos, ya que con beneplácito recibió la orden de que, en cuanto llegase al puerto de El Havre en Francia, tenía que dirigirse de inmediato a Stavanger, punto de penetración aliada en el frente noruego. Alemania violó la neutralidad de Noruega y Dinamarca, y, luego del desembarco en Normandía, había que asegurar que los nazis se replegaran de los territorios ocupados.

Hacia julio de 1944 Alencastre ingresó con la tercera división aerotransportada al puerto de Stavanger, completamente devastado por los bombardeos aliados y la táctica de tierra arrasada que los nazis pusieran también en práctica cuando se retiraron de Rusia. La tenaz resistencia del ejército alemán retrasó en tres semanas su llegada a Bergen, punto clave en la liberación de Noruega, puesto que allí se encontraba el último reducto nazi a doblegar en aquellas gélidas tierras del norte de Europa. La correspondencia con Even se había interrumpido desde el inicio de la invasión alemana, debido a que toda comunicación fue intervenida a pesar de que las cartas entre estos apasionados por los vikingos no representaban amenaza alguna para el ejército del Tercer Reich. Igualmente, corrieron la misma suerte que todas las cartas interceptadas y, al comprobar que contenían papeluchos incomprensibles y datos sobre viajes, fueron echadas al fuego sin pensarlo dos veces (no faltó algún oficial alemán que viera en tales cartas un mensaje cifrado que revelara su posible ubicación a los aliados, lo que alarmó a los superiores quienes decidieron en el acto incinerar toda correspondencia sospechosa, cuando no, ubicar al remitente de la carta para someterlo a interrogatorio).

El desembarco de las fuerzas aliadas en Bergen era inminente. Durante los tres días de viaje a bordo del acorazado Plymouth, Alencastre planeó detalladamente las actividades que ocuparían su tiempo en la ciudad al término de los combates. Ubicar la casa de Even en primer lugar, después visitar al profesor Pollack, y, finalmente, consultar toda la documentación posible acerca de los viajes vikingos en la biblioteca principal de la Universidad de Bergen. Echado en su litera, imaginaba lo que sería estar presente en aquella ciudad de la cual había conocido tanto por medio de Even; es más, sentía como que ya la conociera y esta visita fuera tan solo un viaje de reconocimiento o una especie de premio a su dedicación. Cualquier cosa menos una invasión armada lejos de su país, de su pupitre, de sus libros… El ánimo de Alencastre se distinguía del resto de jóvenes soldados en que para él, el miedo no provenía de las balas del enemigo, sino de la posible inutilidad del viaje si es que moría antes de llegar a Bergen.

La madrugada del 23 de agosto de 1944 los aliados tomaron por asalto las costas de Bergen. El apoyo aéreo fue decisivo para preparar el terreno y poco pudieron hacer las baterías antiaéreas alemanas frente a los bombarderos aliados. La población también colaboró días antes señalizando lugares estratégicos para el aterrizaje de paracaidistas y despejando las zonas que serían blanco de los bombardeos. En cuestión de una semana, Bergen fue tomada y la liberación de Noruega siguió su curso regular. La división de Alencastre recibió órdenes de permanecer en el puerto contrariamente a lo planificado antes. Lástima, porque se quedaría con las ganas de conocer Oslo.

Durante la reconstrucción de la ciudad, Alencastre apoyó en todo momento a los lugareños con los cuales intercambiaba breves palabras en noruego aprendidas a la distancia por medio de los libros y notas que Even le escribía. Las correrías de la guerra no le habían permitido buscar la dirección de su amigo y del profesor, pero una vez terminada la toma del puerto, lo primero que hizo fue buscarlos a ambos. A pesar de la alegría que embargaba a los pobladores de Bergen, lo cierto era que no todo era como para sonreír. Muchos ciudadanos fueron torturados, desaparecidos o asesinados, acusados de complotadores o espías. Tales prácticas se acentuaron durante los días previos al ataque aliado; en consecuencia, casi todos los habitantes lamentaban la pérdida de al menos un familiar cercano, amigo o vecino. No fue difícil ubicar la vivienda de la familia Underlid Sandvik; Elrond Underlid era el mejor sastre de la ciudad y todos en Bergen habían acudido a sus servicios al menos una vez. La angustia aceleraba los latidos del joven Alencastre mientras, a paso lento como cuando se cruza un campo minado, se acercaba cautelosamente a la vivienda de los Underlid. Nadie respondió a sus llamados, ni siquiera cuando gritó “hola” en la lengua local. Abrió la falsa portezuela que cubría la puerta principal y giró la manilla ingresando luego de ver a través del vidrio que la casa estaba completamente deshabitada. Había señales de violencia como estantes venidos abajo, floreros rotos, muebles rasgados, mesas con las patas arriba… todo era un desastre y parecía que no hacía mucho de esta barbarie. La decoración era sobria, pero de buen gusto; daba la impresión de que la señora Underlid dejaba notar su presencia allí donde se le necesita a una mujer. “Como mi madre”, pensó el joven Alencastre. Vio un portarretrato familiar en el suelo y enseguida reconoció a Even, aunque nunca lo hubo visto antes. Tal como lo imaginaba, Even Underlid Sandvik era joven, alto y espigado; cabello rubio, ojos azules y nariz afilada, con un semblante de muchacho triste y a la vez juguetón. Lo peor era de esperarse. Abriéndose paso entre los muebles y mesas destrozadas, llegó a la escritorio donde supuso que Even realizaba sus investigaciones y, por qué no, redactaba las cartas que le llegaban tres o cuatro semanas después. Era el ambiente dedicado a la lectura; una amplia biblioteca, en ese instante salvajemente saqueada. De seguro que fue consultada para informar al joven Alencastre de los asuntos que eran de su interés. Tomó asiento en la silla del escritorio y comenzó a hojear los documentos desperdigados en toda la mesa. Debajo de aquella montaña de papeles encontró un mapa antiguo en cuya parte inferior se dejaba leer un código de biblioteca. Apartó los papeles e intentó imaginar a Even sentado allí por última vez.

La patrulla hizo su ingreso intempestivamente derribando la puerta principal en medio de gritos, súplicas y resistencia. El oficial a cargo preguntó por Even a lo que la familia entera respondió con un silencio cómplice. El primero en ser asesinado fue Hermann, el menor de los Underlid; luego su hermana y su madre. Even se encontraba en el sótano sin poder ver lo que sucedía, solamente podía oír los disparos y los gritos que cada vez eran menos audibles. Un cuarto disparo terminó con la vida de Elrond, y en ese instante, Even comprendió que salir para entregarse era demasiado tarde. Tuvo que soportar en la oscuridad el asesinato de su familia, el destrozo de sus pertenencias y los gritos que dibujaban una cercana imagen de lo que estaba aconteciendo allá arriba. Luego de que los nazis se marcharan, Even comprendió la dimensión de las pérdidas al contemplar a su familia rendida en la alfombra de la sala que minutos antes los congregara para cenar. El resto son suposiciones, conjeturas sin respaldo alguno más que la intuición y el buen sentido común. Sin pérdida de tiempo, Even se sentaría a escribir una última carta a sabiendas de que los alemanes la interceptarían. El contenido de dicha carta está aún en cuestión, tal vez contendría algún tipo de información sobre la ubicación del ejército aliado, la posible zona de desembarco o el número unidades aliadas disponibles alevosamente incrementado. Seguidamente, redactaría otra carta dirigida a Alencastre donde lo pondría al tanto de los últimos acontecimientos en Noruega y que, pese a todo, había que colocar a buen recaudo todo el material que tenían reunido. “El profesor Pollack fue interrogado y al no poder obtener nada de él también fue ejecutado”, alcanzó a escribir en las últimas líneas. “Por ello es importante que vayas a la biblioteca de la universidad y recojas toda la documentación posible antes de que los nazis la quemen. Imposible será tener contacto nuevamente. Ninguna muerte más justifica que conservemos inútilmente esta información. Tú eres el único capaz de valorar este esfuerzo. Saludos cordiales, Even”.

En cuanto terminó de leer la carta, salió de la casa rumbo a la universidad. Reunió toda la información que pudo y se aprestó a repasar, minuciosamente, cada una de las fuentes. La tristeza por la desaparición de Even dio paso a una súbita emoción por el hallazgo de las notas del profesor Pollack. Fueron días muy intensos los de la primera semana setiembre de 1944; Alencastre se las ingenió para darse el tiempo de revisar los apuntes del profesor con ayuda de algunos estudiantes que voluntariamente colaboraban con la reconstrucción de la universidad. Ninguno de ellos sabía del paradero de Even. “Dicen que era espía de los nazis y que huyó con ellos cuando llegaron los aliados”. Alencastre no dio crédito a estas versiones y se abocó a traducir los manuscritos de Pollack; tenía en sus manos aquello que ni en sueños hubiera podido imaginar.

Los pasajes nebulosos de esta historia se completaron en las siguientes décadas. La OSS norteamericana desclasificó los archivos de sus colaboradores europeos informando de los detalles de la operación “Nibelungo”. Muchos años después, en la memoria de Alejandro Alencastre, Even continuaría siendo el diligente estudiante noruego que encontró una muerte fatal producto de un malentendido. Ignoraría que Even se transfiguraba por las noches en “Sigfried”, el legendario héroe de la saga nibelunga que a la distancia informaba a los aliados acerca de las posiciones alemanas y a quien le debían el éxito de la campaña noruega. Para la mayoría de sus compatriotas, el nombre de Even Underlid era sinónimo de traición; tuvieron que pasar casi 50 años para que los noruegos comprendieran y aceptaran la realidad sobre su sacrificio. Conspiró en su contra la forma en que desapareció sin dar explicaciones; durante mucho tiempo, se extendió la versión de que Even —y no los nazis— fue quien ejecutó a su propia familia y que huyó hacia Alemania donde seguramente fue asesinado. Justo final para un traidor a la patria y a la familia. Nada más lejos de la verdad; Sigfried antepuso la libertad de Noruega a su bienestar y el de los suyos; de haberse entregado en aquella fatídica noche de agosto de 1944, habría muerto en vano. Gracias al joven Underlid los aliados anticiparon la invasión y Noruega quedó libre de los nazis. Su cuerpo nunca fue hallado, pero se presume que los servicios secretos norteamericanos e ingleses borraron toda posible evidencia sobre su paradero. Fue buscado donde no podría ser encontrado; esa fue la verdadera muerte de Even Underlid: transformarse irreversiblemente en Sigfried Köepke, un modesto agricultor de hortalizas en el norte de Irlanda.

A su retorno, Alejandro Alencastre recibió de manos del alcalde de San Francisco la medalla de honor en nombre de la comuna, y lo declaró hijo predilecto ante la emoción de sus padres y la efervescencia de los pobladores que nunca habían oído de un país llamado Noruega ni de los vikingos ni mucho menos entendían la importancia de la hazaña del joven Underlid. A la muerte de Alencastre, los documentos pasaron a formar parte del patrimonio bibliográfico de la universidad local, según lo indicado en su testamento. Las últimas noticias que tuve de Alencastre fueron tres meses después de nuestra entrevista; enfermo, agotado y ciego se dio tiempo de atenderme en su casa de la región de los lagos. Atento a cada detalle de su exposición, pude reconstruir su memoria y la de Even. Cuando concluí con mi parte del relato sobre su antiguo condiscípulo, agriamente me contestó, “ya lo sabía”.

A mí, Thomas Underlid Mehren, simplemente, me tocó la misión de contar, 63 años más tarde, la verdadera historia de mi abuelo Even Underlid.

Sigue leyendo