BORGES Y SCHOPENHAUER

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Una interpretación apresurada del escepticismo filosófico lo reduciría a una actitud inocua frente al conocimiento. Sin embargo, la lectura de Jorge Luis Borges nos induce a pensar que lo más valioso del escepticismo es la prudencia de no sostener una respuesta definitiva ante las grandes cuestiones humanas, a modo de un saludable antídoto contra el fundamentalismo. 

En el caso de la interpretación literaria, se ha supuesto durante mucho tiempo, y aún sigue siendo un preconcepto muy arraigado, que un texto sustenta “una posición”, o que encierra “un significado”,  o lo que es más grave, que debe tenerlos. La historia de la ciencia en general y de los estudios literarios en particular demuestra que durante el influjo del positivismo existió una gran preocupación por establecer métodos que garanticen seguridad a quienes los aplicaran diligentemente. Los primeros movimientos históricos de vanguardia a inicios del siglo XX colocaron en entredicho los presupuestos de la modernidad (la razón, el progreso, la idea de sujeto cartesiano, etc.) entre los cuales la determinación de un sentido fijo sobre el texto literario es problematizada al extremo de que se dificultaba hallar el tema, el mensaje, el argumento, la postura o identificar el género de alguna obra vanguardista. La erudición de los artistas vanguardistas se alimentó de la tradición humanística europea que hacia mediados y fines del XIX se debatía a favor del racionalismo francés y abandonaba progresivamente los fundamentos de la filosofía alemana, que en diversos modos se sentía la legítima heredera del pensamiento griego. En cierto modo, el giro vanguardista es una consecuencia no prevista del racionalismo francés dispuesto a cuestionar cuanto saber le saliera al frente, aunque solo fuera para perpetuar un nuevo modo de entender la realidad. No obstante, Schopenhauer y Nietzsche mostraron una gran apertura hacia la filosofía y letras francesas e inglesas. 

La obra de Borges está atravesada por múltiples referencias intertextuales a la historia, religión, literatura y filosofía, donde el pensamiento de Schopenhauer reviste singular importancia en lo concerniente a la supremacía de la voluntad sobre la razón. En El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer sostuvo que la razón estaba sujeta a la voluntad, por lo cual la elaboración de argumentos a favor de una tesis no hace más que demostrar cuan comprometida está una causa con nuestra representación de la realidad, más que aportar razones que demuestren la verdad o falsedad de una proposición. Schopenhauer reflexiona en torno a lo que considera es una escisión entre la voluntad y la representación. Diría que así como hay quienes piensan que la salvación es intelectual (se salva el que conoce), otros consideran que la salvación es estética (el que crea belleza se salva).

El mundo como representación es una ilusión, señala Schopenhauer, por lo cual consideraba que no tenemos un conocimiento racional de la realidad en sí mismas, sino que está intermediado por nuestras representaciones. Si llevamos esta afirmación al terreno de la creación y la crítica literaria, tenemos que leer es hacer frente a una alteridad, que no solo es interpelada por nosotros sino que también nos interpela. Una lectura literal no tiene cabida salvo en un horizonte fundamentalista donde prevalezca la demanda por hallar el sentido último del texto. En tal sentido, la obra de Borges constantemente nos invita a reflexión sobre el arte de la lectura en relación a la no resolución final de un tema y en su lugar, admitir la perplejidad y el escepticismo.

¿Qué le interesó a Borges de Schopenhauer? Esto lo podemos apreciar en el cuento “Guayaquil”, incluido en el libro El informe de Brodie. Este relato propone una valoración de la historia como ilusión y pone de relieve la primacía de la voluntad de un modo similar al cuento “Tema del traidor y del héroe”, en el cual se concluye que la historia es una forma más de literatura y que ambas tienen como sustrato común la ficción, pues del mismo modo en que un historiador escribe la historia con arreglo a sus intereses, un biógrafo hace lo propio con los personajes que le son gratos o nefastos.

Descorrer la biblioteca de un escritor es una forma de lectura intertextual que requiere salir temporalmente del texto para explorar sus vínculos con otras lecturas y luego volver provisto de un panorama más amplio. Borges no leyó a Schopenhauer aisladamente sino dentro de una totalidad de pensadores que configuraron su narrativa, razón por la cual la obra del escritor argentino merece ser confrontada con el universo de sus lecturas.

“Guayaquil” narra el encuentro contemporáneo entre dos historiadores interesados en la entrevista que sostuvieron Simón Bolívar y José de San Martín en la ciudad de Guayaquil, a partir del descubrimiento de unas cartas de Bolívar que revelarían datos sobre dicha reunión. La trama se enmarca en la versión de Bartolomé Mitre cuya  Historia de San Martín y la emancipación sudamericana señala que el general argentino declinó continuar la empresa libertadora luego de la reunión en Guayaquil debido a que lo animaban ideales más grandes que la manifiesta ambición de Bolívar, de tal modo que en la declinación de San Martín, Mitre observa una renuncia abnegada que daría de su grandeza moral. El cuento enfoca la confrontación entre dos historiadores argentinos, quienes desean acceder a un preciado documento que esclarecería el misterio de la histórica entrevista entre los libertadores, conflicto que actualiza lo sucedido entre Bolívar y San Martín. También se recrea la idea de la recurrencia cíclica en la historia a través de los motivos en conflicto: la ambición desmedida vs. la renuncia desinteresada. Tatiana Bubnova sostiene que este relato formula una interpretación que lleva a Borges a participar de un debate histórico acerca de la identidad argentina, sugiriendo que la identidad es un discurso reelaborable a partir de otros discursos sociales, entre los cuales destaca el literario.

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Una referencia del narrador-personaje, uno de los historiadores en pugna por las cartas de Bolívar, acerca de un tal doctor Avellanos, de José Korzeniovski, historiador de una república del Caribe, nos remite en seguida a la novela Nostromo de Joseph Conrad. El doctor José Avellanos es un personaje de esta novela ambientada en la ficticia república de Costaguana en cuya capital Sulaco, sumida en una revolución, se urden intrigas por el poder y se anticipa una inminente división del territorio. El origen del conflicto es la posesión de unas minas, la lucha por los trofeos de la nación y la riqueza de nuevas repúblicas en formación. Edward Said, cuya tesis doctoral dedicó a la obra de Joseph Conrad, afirma que en Nostromo, el novelista inglés aludió a Simón Bolívar y que tanto en esta novela como en El corazón de las tinieblas, se representa la pura voluntad schopenhaueriana. Said anota en su estudio que Conrad fue un denodado lector de Flaubert y Schopenhauer, y coloca a Conrad como el mayor crítico del imperialismo a la vez que progresista y reaccionario.

Una muestra de la presencia de Schopenhauer en Borges es que ambos desconfiaban profundamente de la historia (aquel es mencionado brevísimamente en “Guayaquil” como un escéptico ante la historia) y la convicción de que si alguien se impone a otro no sería tanto por los argumentos (intelecto) como por su voluntad. Para Schopenhauer las reflexiones de la voluntad sobre el futuro no son acciones, solo existe decisión a partir de la acción, pues un acto de voluntad es un acto del cuerpo. De acuerdo a esto, lo que estuvo en juego en la entrevista de Guayaquil y en el encuentro entre los historiadores fue la confrontación de voluntades que definen dos modos distintos primero, de ser (la identidad), y segundo de entender esa identidad en su curso histórico: «Dos hombres se enfrentaron en Guayaquil; si uno se impuso, fue por su mayor voluntad, no por juegos dialécticos. Como usted ve, no he olvidado a mi Schopenhauer», dice Zimmerman. Y más adelante: Nuestro maestro, nuestro común maestro, conjeturaba que ningún acto es involuntario. Si usted se queda en esta casa, en esta airosa casa patricia, es porque íntimamente quiere quedarse. Acato y agradezco su voluntad». Es muy significativo que el historiador que termina imponiéndose sea Zimmerman quien «lleva la historia en la sangre», a quien según su adversario solo «le basta oír con atención esa voz recóndita», lo cual este lamenta pues a él solo le queda examinar documentos; es decir, ambos ponen en escena la confrontación entre voluntad e intelecto, reflexión a la cual Schopenhauer dedicó una vida entera. 

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ARTÍCULOS ACADÉMICOS PUBLICADOS ENTRE 2010-2013

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Algunos artículos están disponibles en línea. Los publicados en el diario Noticias de Arequipa son publicados con leves variaciones en este blog y en Letras del Sur
– “Marxismos literarios” [en línea]. Crítica.cl. Revista Latinoamericana de Ensayo. Año XVI. Mayo, Santiago de Chile, 2013. Disponible en http://critica.cl/literatura/marxismos-literarios
–   “La violencia que vendrá” [en línea]. Letralia. Tierra de Letras. Número 282, 22 de abril de 2013, Aragua, Venezuela. Disponible en http://letralia.com/282/articulo06.htm
– “La violencia que vendrá” [en línea]. Crítica.cl. Revista Latinoamericana de Ensayo. Año XVI. Abril, Santiago de Chile, 2013. Disponible en http://critica.cl/literatura/la-violencia-que-vendra
–    “El arte de vigilar y castigar”.[en línea]. Crítica.cl. Revista Latinoamericana de Ensayo. Año XVI. Febrero, Santiago de Chile, 2013. Disponible en http://critica.cl/literatura/el-arte-de-vigilar-y-castigar
–  “¿Qué es el simplismo?” [en línea]. Pacarina del Sur, año 4, núm. 14, enero-marzo, México D.F.,2013. Disponible en www.pacarinadelsur.com/home/figuras-e-ideas/608-que-es-el-simplismo
–   “La novela de la violencia política en el Perú”. El caso de Retablo (2004). Actas del VIII Congreso Internacional Orbis Tertius de Teoría y Crítica Literaria. Diciembre, La Plata, 2012. Disponible en http://citclot.fahce.unlp.edu.ar/viii-congreso
– “Poder e ideología en Historias para ser contadas de Osvaldo Dragún”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 12, julio-septiembre, México D.F., 2012. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/home/pielago-de-imagenes/497–poder-e-ideologia-en-historias-para-ser-contadas-de-osvaldo-dragun
–  “Mario Vargas Llosa, crítico de José María Arguedas”. Cultura Sur N°3. Agosto, 2012. Universidad Científica del Sur, pp. 17-22. Lima, Perú.
–  “Retablo y las coordenadas de la violencia” (2012). En Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm. 11, abril-junio, 28 de mayo de 2012. Disponible en Internet: www.pacarinadelsur.com/home/senas-y-resenas/448-retablo-y-las-coordenadas-de-la-violencia
–  “Promesa y descontento de la modernidad. Estudios literarios y culturales en América Latina, de Raúl Bueno” (Reseña).  Lexis. Revista de Lingüística y Literatura. Vol. 36, N°1. Agosto. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú,  2012.
– “Teoría de la novela y pensamiento político de Mario Vargas Llosa”. En Rivera, Carlos (ed.) Arequipa y el escribidor. Homenaje a Mario Vargas Llosa. Premio Nobel de Literatura 2010. Arequipa: Gobierno Regional de Arequipa, 2011, pp. 13-42.
– “¿Existen los vicios idiomáticos?” Espiral. N° 2. Arequipa: Escuela de Literatura y Lingüística. Universidad Nacional de San Agustín. Arequipa.
–  “Hayek, Popper y Berlin. Fuentes del pensamiento político liberal de Mario Vargas Llosa”. Actas de las IX Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana. Niterói: Instituto de Letras – Universidade Federal Fluminense, 2011, pp.335-341. Disponible en http://www.proppi.uff.br/jalla/sites/default/files/Anais_do_Jalla_Brasil_2010.pdf

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Y QUÉ IMPORTA EL AUTOR… (III)

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Saludo las coincidencias. Voy a las discrepancias.

Señalaste esto anteriormente: «[…] la virtud de una obra publicada es independiente de la conducta de su autor juzgada desde la moral o desde cualquier otra contemplación. Sin embargo, eso no significa que la biografía del autor o su conducta, paralelos a la producción de su obra, no sean importantes para llegar a esta última en el sentido de acercarse al sentido: el de la obra al ser creada». Lo que consideras importante allí para explicar el sentido de una obra es la biografía del autor o su conducta. Tal importancia otorgada a estos aspectos para identificar el sentido de una obra fue el fundamento de la crítica biográfica. No es que lo consideres importante para cualquier cosa, lo consideras importante para llegar al sentido. Lo que torna «fundamental» tu consideración «importante» es la finalidad que le atribuyes: llegar al sentido. No es que sea importante para varias determinaciones,  es importante para una sola: llegar al sentido. (Incluso el hecho de prever que llegar «al sentido» no tiene cabida alguna dentro de la crítica literaria. No existe tal cosa como «el sentido» sino una tensión de sentidos, un libre juego, diría Derrida; un plus-de-jouir, Lacan).

Transformaste lo importante en fundamental al momento de considerar la vida como un medio para llegar al sentido, lo cual no es cualquier afirmación, sino como mencioné, el punto central de la crítica biográfica: obtener el sentido mediante la biografía. Y si bien coincides conmigo en que la crítica biográfica no va, te distancias de esa saludable coincidencia crítica al considerar la biografía o la conducta del autor como importante para definir el sentido de una obra, como en el caso del poema de Vallejo. Lo importante de ja de ser solo complementario o accesorio si se lo coloca como protagonista de un acto como es hallar el sentido de un texto. De otro lado, pese a que tu aclaración, nuevamente, los ejemplos que presentas están anclados en la perspectiva biográfica que no hace sino reafirmar la dependencia del texto literario respecto a las intenciones del autor, o sea, la conocida «falacia intencional».

Apelar a la vida para llegar al sentido del texto: ello lo refuerzas con el ejemplo que diste para comprender el sentido de unos versos de Vallejo. Acudiste a un comentario de Haya de la Torre que evoca una circunstancia por la cual se explicaría ese pasaje de Trilce. Y añades poco después: «Sin ese dato del autor, estrictamente vivencial, para nadie sería lo mismo una lectura de Trilce». (Para nadie es lo mismo leer un texto y ello no depende del conocimiento de la vida del autor, desconociéndola, los textos siguen significando muchas cosas distintas). Es decir, sin apelar a la vida del autor, la lectura de Trilce no sería lo mismo, señalas. En el marco de tu postura (la biografía o la conducta son importantes para llegar al sentido) ese “no es lo mismo” significa que hay una lectura diferenciada si acudimos a la vida o si prescindimos de ella. Diferente porque mediante una de ellas, la biográfica, se llega al sentido y por la otra no.

Entiendo el matiz que distingue importante de fundamental (y lo suscribo, tampoco pretendo tirar al agua sucia con el bebé); lo que dificulta el desarrollo de tu distinción son los ejemplos que utilizas: anécdotas para identificar el sentido de un poema de Vallejo.

Cualquier estudiante de teoría literaria de primer ciclo que haya transitado idóneamente desde los formalistas rusos, pasando por el estructuralismo, recalando en Derrida, Paul De Man, Barthes y prosiguiendo con Lacan hasta el presente tiene bien claro que la vida del autor (biografía) o su conducta (cómo se comportaba) no le ayudarán en absoluto a elaborar un paper digno de ser evaluado para una revista académica, salvo en las secciones misceláneas, semblanzas, notas, etc. Un jurado de facultad medianamente calificado no podría validar una lectura de Vallejo sostenida en anécdotas cuya finalidad sea, mediante la vida o la conducta, llegar al sentido. Los críticos no proceden frente a la literatura como los contactos de Facebook o Twitter ante la publicación de un post o comentario.

Sobre el campo intelectual, una atenta lectura del texto de Bourdieu concluye que la noción de campo intelectual es una categoría para analizar las relaciones entre autor, obra y sociedad. Entonces, esta sociología de la literatura integra estos tres niveles. Así el sentido de una obra no está en la vida del autor ni solo en el texto, sino en el horizonte interpretativo de ideas que componen el campo intelectual. Es decir, se privilegian los modos de lectura dominantes y, como mencioné en mi anterior intervención,  se supera el dualismo autor-obra. De ahí que una pregunta que sumillaría ese texto es ¿qué hace que un escritor adquiera tal condición? Pregunta similar a la que considero subyace tras los comentarios a propósito de los poetas jóvenes arequipeños: ¿quién merece ser llamado  escritor, poeta o artista en Arequipa?

Emplear la noción de campo intelectual para analizar cómo se ha construido discursivamente la condición de escritor en Arequipa entre el 2000 y el presente sería una tarea muy reveladora, la cual exigiría estudiar la recepción de los textos, los mecanismos de reproducción discursiva, los discursos hegemónicos y marginales sobre la creación y la crítica, el posicionamiento de editoriales alternativas y la posición del escritor dentro de esa red. Y si ese estudio arrojase como resultado que la condición de escritor en la Ciudad Blanca se define más por la impostación, exabruptos, desmanes, atuendos y demás se confirmaría   en una instancia local aquello que viene sucediendo globalmente: que el ser-escritor es una condición establecida al margen del fuero literario, que el estudio de los textos no resulta relevante para un amplio sector de la comunidad literaria y que es más sencillo posicionarse mediante una publicación (la urgencia por publicar a una edad precoz es bastante sintomática) aderezada por la performance individual. La respuesta a tal diagnóstico debe ir en dirección contraria al malestar: devolverle el lugar que les corresponde al los textos y a los lectores.

En cuanto a que la obra de arte es «un acto de liberación que da perfección estética a una realidad imperfecta […]», si bien ideales de perfección pueden convivir con acciones execrables, o motivar un arte manifiestamente perverso, pese a la calidad artística, mi objeción no va a que exista esta posibilidad. Mi objeción es que de ese modo que indicas, el arte es reducido a un simple corrector de imperfecciones  estéticas (desde el punto de vista de quien evalúa lo perfecto o imperfecto). Tal apreciación está evaluando el arte solo en términos estéticos y no integralmente como un producto histórico-cultural donde lo estético es también historizado. Tu afirmación inserta al arte en un mundo autocontenido que equivale a decir que hay una esencia artística (la perfección estética) que libera, cuando en realidad no lo hace, sino que sujeta. No existe tal liberación. El arte no nos quita la condición de sujetos o sujetados.  Observo en tu afirmación algo rescatable: el impulso subversivo del arte frente a la realidad, pero más revelador si se lo desprendía de lo estético. El arte es la experiencia de cómo se ha naturalizado un significado en el mundo. El arte no emancipa, nos inserta en otros paradigmas más o menos liberadores frente al poder, pero no libera, reitero, sujeta.

La solidez de una crítica rigurosa no puede descansar en la doxa, en el sentido común, (eventualmente se apoya en ella para extender sus alcances, es cierto) sino que se ve en la necesidad de dialogar con el horizonte precedente y contemporáneo de la episteme que lo involucra. Es decir, exige a quien esté interesado documentarse sobre conceptos, categorías y las discusiones actuales del tema en cuestión. Esto no equivale cerrar la opinión solo a los especialistas, todos pueden opinar, pero no todas las opiniones pesan por igual, pues no todas ofrecen la misma solidez. Las objeciones no van tanto al acto de opinar como a las razones que sustentan la opinión.

La vida y conducta de los escritores son muy entretenidas; muchas de sus anécdotas proceden de sus allegados (Aurora Bernárdez, esposa de Cortázar, cuando funge de crítica, suelta cada barbaridad sobre la novelística del escritor argentino, se siente muy autorizada para hacerlo; por supuesto, considera que haber sido su esposa y haberlo acompañado varios años, conocer entretelones de su vida y su conducta sería suficiente) o son magnificadas por la veneración acrítica de sus más denodados lectores. Vida y conducta servirán para el regodeo de quienes acopian anécdotas o para los escritores-lectores-fans, no para quienes desean indagar en el análisis literario al modo que exige la crítica literaria. La prensa del corazón es el hábitat natural de esa vulgata. Si la rigurosidad no la acompaña, solo la insistencia o la pasión por saber podría dispensarla.

Pese a ello, este diálogo sigue siendo fructífero aún.

Un cordial abrazo,

Charlie

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Y QUÉ IMPORTA EL AUTOR… (II)

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Hola Carlos,

agradezco tu lectura y comentarlo de mi artículo. Escribo epistolarmente para agilizar mi respuesta a tu post.

Lo que no importa del autor para evaluar sus obras son las nimiedades de su vida personal: el atuendo o las actitudes que adopta en público; su carisma, gracia o simpatía no reviste importancia alguna para la crítica literaria. Son anecdóticas, sirven más para la biografía o la prensa de espectáculo. Veo que hasta allí estamos de acuerdo. Esto último de ningún modo resulta relevante para formular una crítica literaria rigurosa. Apreciaciones de este tipo perjudican la comprensión del discurso literario y relegan aún más la discusión de fondo: concentrarse en los textos, no en cuánto nos agradan o desagradan las actitudes públicas de un autor. No obstante, no concuerdo en que la vida o la conducta del autor sean importantes para determinar el sentido de la obra al ser creada. Precisamente, este fue el fundamento de la crítica biográfica.

Esta afirmación acude a un tópico ya abandonado por la teoría y la crítica literaria actual, pero que durante el siglo XIX ocupó el interés de críticos como Charles August Saint-Beauve; por el contrario, tal aseveración recupera la figura del genius. La estética romántica del siglo XVIII utilizaba el concepto de genio para referirse a la capacidad de producción e innovación necesarias para la creación de las obras de arte procedentes de un  sujeto creador soberano, autónomo. Este genius tuvo su origen en reflexiones socráticas y platónicas sobre el daimon, las cuales, a su vez, evolucionaron a través de la tradición renacentista-romántica. La crítica biográfica tiene una de sus fuentes en esa estética romántica y otra en el sujeto cartesiano de la Ilustración, pues fundamenta una interpretación sobre la base de la intención del autor y de sus experiencias vitales, confiando plenamente en que es posible acceder racionalmente a la conciencia creadora. «Falacia biográfica», según la cual el texto es un documento que es explicado y explica la vida de su autor, y «falacia intencional», que asocia el sentido de un texto con la intención del escritor.

La historia de la crítica literaria ha oscilado entre perspectivas que enfatizan al autor, al texto, al lector y al contexto; algunas proponen que la crítica literaria se limite al análisis textual, otras se apoyan en las humanidades y las ciencias sociales. Mientras más perspectivas pueda integrar el crítico sobre su objeto de estudio, podrá comprender con mayor amplitud las diferentes dimensiones del texto. Sin embargo, la crítica biográfica parte de presunciones que conducen a graves distorsiones hermenéuticas: que el sentido del texto es posible explicarlo acudiendo a la vida de su autor. Y no es así, porque ello supone que el autor asigna un sentido a su obra susceptible de ser hallado tal cual por sus lectores en cualquier época. El fundamento de la crítica biográfica descansa en la convicción de que el autor es el donador de sentido primordial, que el enigma hermenéutico sería resuelto mediante una entrevista al autor, y de no ser posible, desentrañando  los vericuetos de su intimidad. Las perniciosas consecuencias de este tipo de interpretación convirtieron la enseñanza de la literatura en un acopio de biografías y datos históricos, es decir, la literatura como un apéndice de la historia, bajo la ingenua convicción de que hurgando en la vida privada o pública de los escritores o reconstruyendo la época con ayuda de la historia bastaría para descifrar sus textos. La nefasta herencia del biografismo fue que la lectura de la vida de los autores terminó suplantando la lectura de sus obras. Tal es así que la tesis doctoral de Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez. Historia de un deicidio bien podría ser leída como una acertada biografía, una suerte de amplia exposición dóxica sobre la obra de un novelista, pero con muy poca sustancia crítica para aproximarnos a la poética del Nobel colombiano, es decir, con notables inconsistencias epistemológicas en su fundamentación. No es casual que esa tesis haya sido acogida durante una etapa en la cual el postestructuralismo era moneda corriente en el resto de Europa, mientras que la academia literaria española persistía obcecadamente en la filología y el biografismo. Difícilmente esa tesis doctoral habría sido acogida en Francia, Reino Unido y mucho menos en los Estados Unidos.

Otra objeción contra el biografismo es que pierde de vista al lector y los modos de lectura dominantes en cada época. Leemos un texto con toda la experiencia acumulada hasta ese momento y mediatizados por modos de lectura imperantes, y a pesar que las vicisitudes de la vida de un autor efectivamente lo hayan conducido a escribir sobre determinados temas (la influencia de la vida en la elección de ciertos temas no la pongo en discusión) los lectores obtienen nuevas y diversas interpretaciones prescindiendo de si Ribeyro contempló los muladares de la Costa Verde, si Vargas Llosa estudió en el Colegio Militar o si Scorza presenció los padecimientos de la comunidad de Rancas.  Por ello la ruta para analizar e interpretar, por ejemplo, los versos de Vallejo no pasa por tener su biografía, entrevistas o un anecdotario en una mano y Trilce en otra, sino, primero, por reconocer la dimensión elusiva y opaca del lenguaje, en especial, de la poesía.

Lo expuesto por Barthes y Foucault se complementa con los aportes de la teoría de la recepción: «[…] la literatura y el arte sólo se convierten en proceso histórico concreto cuando interviene la experiencia de los que reciben, disfrutan y juzgan las obras. […] llegando a formar tradiciones que pueden incluso, en no pequeña medida, asumir la función activa de contestar a una tradición, ya que ellos mismos producen nuevas obras». (Jauss, «El lector como instancia de una nueva historia de la literatura», 1987). El lector toma contacto con el texto literario acompañado de un bagaje experiencias y conocimientos previos, propios y compartidos con su espacio y su época. La estética de la recepción remarca la cualidad inconclusa del texto literario, cuyo sentido es completado durante la lectura, y reconociendo la polisemia del discurso literario evita las interpretaciones unívocas o unilaterales. En «El proceso de lectura: enfoque fenomenológico» (1987), Wolfgang Iser advierte que «La convergencia de texto y lector dota a la obra literaria de existencia, y esta convergencia nunca puede ser localizada con precisión, sino que debe permanecer virtual, ya que no ha de identificarse ni con la realidad del texto ni con la disposición individual del lector». Y luego añade que es el lector quien pone en marcha una obra. Iser sostiene que el significado no está exclusivamente en el texto sino que se genera durante el proceso de lectura; que el significado no es totalmente textual ni depende arbitrariamente del lector, sino que es resultado de una interacción; y además, que el lector participa en la producción de significados al completar una estructura abierta de sentido que es el texto literario, «al llenar vacíos o indeterminaciones en su estructura, completa la obra literaria» (Holub, «La teoría de la recepción. La escuela de Constanza», 2010). 

Luego, la crítica biográfica parte de la ilusión de que la vida explica al texto, pues aquella contendría las verdaderas motivaciones que desataron la creación. Pero olvida rápidamente que la biografía es una creación discursiva, que ni las autobiografías más polémicas las podemos considerar un documento fiel de lo que aconteció, ni siquiera los diarios. Este tipo de aproximación es deudora del positivismo y el historicismo, para los cuales era fundamental hallar evidencias concretas que permitieran formular leyes estables y predecir acontecimientos, en un momento que las ciencias sociales y las humanidades acogieron con grandes expectativas los métodos de las ciencias exactas para analizar sus objetos de estudio. La crítica literaria no fue la excepción. Poco a poco el autor concitó el interés de la crítica, suponiendo que lo escrito en sus obras depende en buena parte o se origina en la vida del artista.

A la crítica biográfica le resultaba complejo desligar la valoración moral sobre el autor de la apreciación de sus obras (los Retratos literarios de Saint-Beauve son una muestra de ello), ya que si la «gran literatura» es obra de «grandes hombres», su valor radicaría principalmente en que permite el acceso íntimo a su alma, no de cualquier hombre, sino de uno capaz de crear una «gran obra». El problema es que así la literatura se reduce a un tipo de autobiografía encubierta. Novelas, cuentos, poemas y piezas teatrales dejan de leerse como lo que son, literatura, leyéndose como accesorios que permiten conocer a quien las creó. Asimismo, sostener que las obras literarias son manifestaciones de la mente del autor, no ayuda mucho a discutir el sentido de «Los reyes rojos» o «Altazor». Aun en el hipotético caso que dispusiéramos de toda la información biográfica sobre Eguren, Huidobro y Vallejo para determinar el sentido de sus poemas ¿para qué emprender esa pesquisa si su vida está plasmada en sus textos?

Bourdieu es útil para comprender la dinámica de fuerzas que actúan sobre los escritores y que definitivamente estos no pueden ignorar. Al mismo tiempo, tenemos varios ejemplos en los que una tendencia artística marginal transgresora deviene hegemónica. Siguiendo a Bourdieu, aquella no llega a ser hegemónica en virtud solo de su ímpetu subversivo sino en renegociación con el campo intelectual dominante, o sea no es que se imponga y borre del mapa lo precedente, sino que adquiere las prácticas de reproducción del establisment sin las cuales no podría mantenerse en un lugar de hegemonía. El autor importa para Bourdieu, y allí también coincido, en un sentido absolutamente diferente. Con la categoría de campo intelectual Bourdieu va más allá, superando la dicotomía autor/obra —el determinismo de primero sobre la segunda— e instalando el campo intelectual como una interfaz entre autor, obra y sociedad. En consecuencia, de Campo de poder, campo intelectual no se sigue que haya que acudir al autor para establecer el sentido de sus obras antes, durante o después del proceso creativo, sino que a donde hay que acudir es al análisis del campo intelectual, ya que permitirá apreciar cómo se construye la función autor en relación con las obras y con la sociedad. En suma, el autor no es la instancia primordial del sentido para Bourdieu, reitero, ni antes ni durante ni después del proceso creativo. ¿El autor importa? Sí y no. Sí como uno de los elementos que configura el campo intelectual; no como fundamento para interpretar sus obras. Lo que definitivamente sobra, porque no suma, más bien resta, son los desplantes o la egolatría del autor, si bien útiles para semblanzas y perfiles, inservibles para el análisis e interpretación de textos.

También disiento de que una obra de arte sea resultado de una personalidad (¿están siempre los escritores en cabal posesión de lo que quieren expresar?), pues habría que asumir que el genio creador es responsable de una originalidad fundacional obviando que el sujeto creador lo es sobre la base de una tradición precedente; lo más adecuado es afirmar que una obra de arte es resultado de múltiples identidades en conflicto. Desde Marx, Nietzsche, Freud y Lacan, la confianza en un sujeto consciente al modo cartesiano ha cedido lugar a la idea de un sujeto escindido. De otro lado, el  paso que dio Julia Kristeva de la intertextualidad a la intersubjetividad explica que el abordaje unilateral del texto desde solo el sujeto autor o solo desde la inmanencia textual descuida que un texto es a la vez muchos textos y que nuestras representaciones de la realidad están mediatizadas por las representaciones de otros sujetos y del lenguaje. Ningún autor es propietario definitivo del discurso creador que vierte en una obra, ni su personalidad el fuero de donde proviene lo nuevo. Las técnicas de la novela moderna no se desplegaron por vez primera en el Ulises de Joyce, están presentes en La Odisea; Edipo Rey anticipó los motivos de la novela policial; y si colocamos los salmos del Antiguo Testamento en una antología de poesía vanguardista no se notaría la diferencia; contra lo que suele afirmar, la renovación de la literatura peruana no se dio con la generación del 50, La casa de cartón es un antecedente de Los cachorros, como lo es Duque respecto a No se lo digas a nadie.

Tampoco la obra de arte es «un acto de liberación que da perfección estética a una realidad imperfecta o que inventa una que no lo sea». Pese a nuestra profunda admiración por las bellas artes y las bellas letras, concuerdo con George Steiner en que las humanidades en sí mismas no humanizan al hombre: los mismos oficiales que escuchaban a Schubert y Wagner de noche amanecían dispuestos a torturar a un ser humano por la mañana.  La cultura filosófica, literaria y musical de alta perfección estética no logró impedir el Holocausto. Incluso los cuadros intermedios de Sendero Luminoso eran asiduos lectores de novelas decimonónicas, de aquellas llamadas novelas totales, las cuales eran leídas siempre en clave política. El Grupo Literario Nueva Crónica, que reúne a ex combatientes de Sendero Luminoso, testimonia que durante el presidio leyeron con acuciosidad el Antiguo Testamento en clave marxista-leninista. Hasta el nacionalismo encontró un lugar seguro en la novela, tal es así que Doris Sommer habla de ficciones fundacionales para referirse al modo como la novela en América Latina contribuyó, tanto como las ideas políticas, a la construcción simbólica de los Estados-nación. Así, los modos de lectura terminan siendo decisivos, no lo previsto por los autores.

El retorno al autor hoy dentro de la teoría y la crítica literaria es radicalmente distinto al del biografismo del siglo XIX. Es más bien un retorno a un yo situado dentro de una experiencia, como lo sugiere Seyla Benhabib, que no es simbolizada totalmente a través del lenguaje, pero que deja indicios en los cuerpos. Las reflexiones de Foucault sobre la disciplina y los cuerpos dóciles, Judith Butler y sus cuerpos que importan y la teoría queer dan cuenta de ese retorno.

Nuevamente, te agradezco este intercambio que es mucho más productivo y estimulante que discutir sobre la pose de los poetas arequipeños. Confío que en adelante los debates giren en torno a lo que ellos escriben, pues polemizar sobre cómo se comportan los poetas le compete a la prensa del corazón, no a la crítica literaria.

 Charlie

 

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LA VIOLENCIA QUE VENDRA

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Publicado en Letralia y Crítica.cl

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En su artículo  «¿Literatura de la violencia política o la política de violentar la literatura?» (2007), Miguel Ángel Huamán, profesor de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, advirtió la restringida noción de violencia política asumida por un amplio sector de la crítica literaria peruana, pues dejaba al margen discursos como el feminicidio, represión estudiantil y sindical, violencia familiar, discriminación racial, entre otros,  que también son manifestaciones de violencia política. 

En este sentido, El nido de la tempestad (Lima, 2012), primera novela de Yuri Vásquez (Arequipa, 1963) inaugura un nuevo enfoque sobre la violencia política en el Perú. Su breve pero consistente trayectoria de comprende además el libro de cuentos Cortometraje (Arequipa, 2010) y distinciones como el primer lugar en la VIII Bienal de Cuento Premio COPÉ 1994 con el relato «Cuando las últimas luces se hayan apagado». 

Esta novela narra varias historias paralelas que poco a poco se entrecruzan. La de Mauro Apaza Páucar, estudiante de Educación en la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y militante de una facción del Partido Comunista; la de Mariela Velarde Muñoz, hija de una distinguida familia arequipeña pero venida a menos durante su generación; la de su primo Marco Velarde Gómez, delincuente y renegado, dispuesto a enmendar su vida a toda costa;  la de Olga Zapana Mendoza, hermanastra de Mauro, atractiva, arribista e inescrupulosa, también dispuesta a todo a fin de ascender socialmente; y de sucesivas generaciones de una aristocrática familia arequipeña desde la Independencia hasta los años setenta en que se ubica el presente de la novela. El argumento central se articula en torno al drama de Mauro Apaza quien, luego de experimentar continuas y variadas formas de racismo, transforma su resignación en odio. 

La historia no se desarrolla en Ayacucho ni en Lima ni en la selva, típicos escenarios del conflicto armado interno, sino en Arequipa, donde la acción bélica del MRTA y Sendero Luminoso no fue trascendente. La Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, una de las más importantes universidades públicas del sur del Perú, fue centro de adoctrinamiento senderista, de confrontaciones ideológico-políticas entre diversas facciones de la izquierda y de una gran efervescencia estudiantil por el activismo político. Tampoco acontece en el periodo de mayor intensidad del conflicto armado interno, sino durante el último quinquenio del gobierno militar, iniciado por el general Juan Velasco Alvarado y luego concluido por el general Francisco Morales Bermúdez. Por ello, ejecuciones arbitrarias, juicios populares, torturas, violaciones, masacres de comunidades y confrontaciones bélicas entre subversivos y Fuerzas Armadas  están ausentes en la narración. 

Características que le imprimen a El nido tempestad una singularidad muy especial en comparación con el modo en que novelas precedentes como Lituma en los andes (1993), Rosa cuchillo (1997), Retablo (2004), La hora azul (2005), Abril rojo (2006) o El camino de regreso (2007) entre muchas otras, narraron la violencia política, porque se desmarca de una representación circunscrita a la insurrección armada de los movimientos subversivos o a la represión de las Fuerzas Armadas sobre la población civil atrapada en medio del conflicto. La novela de Yuri Vásquez expone un vasto panorama de las variables que componen la violencia política: racismo, desigualdad socioeconómica, autoritarismo, conservadurismo, machismo, violencia de género y pugnas ideológicas, todas estas superpuestas entre sí, las cuales fueron germinando históricamente la violencia demencial que irrumpió en los ochenta y noventa hasta un punto de no retorno, a partir del momento en que los más perjudicados por la violencia estructural decidieron subvertir las relaciones de poder mediante la violencia armada. 

Si en Conversación en la Catedral, Zavalita se preguntaba «¿En qué momento se había jodido el Perú?», la gran interrogante de Mauro Apaza que abre la novela es «¿Dónde está Basadre?». Pregunta que en la previa al inicio del conflicto armado interno desatado por Sendero Luminoso supone otras preguntas: ¿Podrían sobrevenir sucesos más violentos de los que la historia del Perú ha registrado hasta el momento? ¿La historia podría advertir lo que está por venir? ¿Somos conscientes de lo que estamos creando? ¿Dónde están hoy aquellos que nos ofrecieron un amplio panorama de la realidad nacional? ¿Está vigente su análisis?  A diferencia de la gran mayoría de novelas sobre el conflicto armado interno, El nido de la tempestad no es un balance sino una antelación, una puesta en escena de las condiciones que lo hicieron posible. 

La novela de Yuri Vásquez se aproxima a la célebre novela de Mario Vargas Llosa por la pretensión de totalidad. La narración indaga en los intersticios de la vida cotidiana de los personajes, en sus grandezas y miserias materiales y psicológicas. Ninguno de los personajes es invulnerable a la mirada introspectiva del narrador omnisciente que acompaña la mayor parte de la historia. Muy aparte de su condición social, cultural o económica, el advenimiento de una tragedia individual, familiar y generacional compromete a toda la sociedad. Así como en Conversación en la Catedral, la decadencia moral de la clase política y de la burguesía tiene como correlato el ascenso del autoritarismo, en El nido de la tempestad la decadencia moral marcha paralelamente al incremento de la microviolencia diversificada en los resquicios más íntimos de la vida social. 

Las tribulaciones de Mauro Apaza evocan el abatimiento de Raskolnikov en Crimen y castigo, pero con diferencias que matizan al personaje. Apaza estudia Educación, tiene inquietudes intelectuales, pero no es un alumno brillante, más bien es algo limitado en sus lecturas; es muy cercano a su madre, vive en un cuarto próximo a su casa, pero su hermanastra Olga dista mucho de ser sacrificada como Dunia. Sin embargo, la penetración psicológica del narrador sobre Mauro es semejante al enfoque de la novela de Dostoievski sobre Raskolnikov, con el agregado que en El nido de la tempestad tal indagación se distribuye entre los tres principales protagonistas: Mauro, Mariela y Marco. Mientras el protagonista de Crimen y castigo vive acongojado por el peso de un crimen, Mauro lo está por la discriminación racial y el resto de exclusiones que la acompañan. A diferencia de Raskolnikov, el gran «crimen» de Apaza está por venir. 

La técnica narrativa empleada despliega una variedad de recursos que ayudan al desarrollo de la historia. Flashbacks no muy distantes en tiempo, sino casi inmediatos y situados en el mismo lugar; anticipaciones que complementan información sobre el pasado; diálogos telescópicos unidos por un mismo tema; enfoque narrativo múltiple: narrador personaje en primera persona, segunda persona, tercera persona omnisciente, extensos monólogos interiores, y narraciones paralelas distantes en tiempo y espacio que progresivamente confluyen en el presente. Frecuentemente combinados en una misma secuencia, constituyen recursos que intensifican el ritmo de la narración. 

La historia de la familia Velarde es narrada mediante una escritura que incorpora la oralidad característica del hablar loncco. Este relato atraviesa la trama principal, hilvanando el resto de historias de los tres personajes principales, y sirviendo como telón de fondo para comprender el soporte histórico de la violencia política. La tradición —que para conservarse invoca el autoritarismo y una identidad impermeable al contacto cultural— es presentada como el mayor discurso generador de violencia y el más difícil de remover del imaginario local, paradójicamente, muy arraigado en los sujetos más perjudicados por la exclusión. El vínculo de este relato con el resto de la novela radica en que la conservación del tradicional habitus colonial, en lo que atañe al trato dispensado entre la aristocracia y las clases más bajas permite que subsista una sociedad estamental como Arequipa donde el racismo se mantiene como el mecanismo de dominación más efectivo, configurando así un escenario propicio para la violencia que vendrá. 

Al respecto, es muy significativo que el nombre de los tres protagonistas principales comience con «M». Esto puede sugerir que, a pesar de sus diferencias (culturales, intelectuales, sociales, económicas, ideológicas) no hay posibilidad de que escapen al influjo de la violencia en algunas de sus manifestaciones: racismo, violación sexual o desadaptación social. O tal vez establece la marca de un destino fatal que inexorablemente se cumplirá, pues las condiciones están dadas para ello. Mauro, Mariela y Marco son individuos atormentados de distinto modo. En consecuencia, cada uno busca una manera diferente para resolver sus conflictos; no obstante, los tres adoptan decisiones radicales. 

Hacia los tramos finales, la caracterización de dos personajes me motiva ciertos reparos.  El giro de Mariela —firme, segura y bastante desenvuelta al inicio, sin mediar mucho tiempo aparece luego apocada, insegura y temerosa— no luce muy verosímil. Asimismo, la explicación de cómo Marco se fue convirtiendo en un forajido no resulta convincente sino más bien ingenua. En este pasaje, la seductora prosa del comienzo declina ante otra contrastantemente reiterativa y poco audaz. 

El nido de la tempestad exige una atenta y urgente lectura, puesto que actualiza y discute el canon de la novela de la violencia política. Yuri Vásquez ha logrado lo que Ribeyro, Vargas Llosa, Bryce y los narradores de la generación del 50 con Lima, pero en su primer intento: construir un universo novelístico sobre Arequipa trazando una genealogía de la violencia desde la Independencia hasta bien avanzada la República. Esta genealogía nos sugiere que la respuesta a la pregunta por las causas de la violencia política se halla en la microviolencia, en la violencia al menudeo, esa que contemplamos a diario cada vez más sin mayor asombro, y de la cual somos partícipes y a veces agentes. Y nos recuerda que la hipótesis de la violencia estructural no habría que descartarla tan pronto. 

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Y QUÉ IMPORTA EL AUTOR…

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Publicado en Diario Noticias de Arequipa, lunes 22 de abril de 2013

En “¿Qué es un autor?”, Michel Foucault trazó una genealogía del concepto. Allí expuso que esta idea adquirió importancia no hace mucho en realidad, sino a partir del siglo XVIII como consecuencia de sancionar eventualmente al responsable de la escritura de un texto cuando el contenido se considerase peligroso para el poder.  Antes de ese periodo, no importaba mucho quién había producido un texto, salvo para refrendar el valor de un texto propio apelando a una figura de autoridad. Foucault sostiene que la función autor consiste en agrupar un corpus textual bajo la pertenencia a un sujeto, a quien se le atribuye la propiedad, creación y sentido del texto. Su aparición, explica, se debió a la necesidad de identificar al sujeto que produjo un texto cuyo contenido se considerase una amenaza, a fin de sancionarlo. Pero acota que no a todos los textos por igual se les asigna la función autor, pues en ello influyen «una serie de operaciones específicas y complejas». Es decir, que la importancia de saber quién es el autor de un texto se limita a satisfacer, primero, la pregunta por el origen del sentido textual, segundo, la eventual sanción si es que tal sentido constituyera una amenaza, y tercero, que la asignación de autoría es un proceso instaurado desde el poder. Asignar la pertenencia de uno o varios textos a un autor sirvió, entre otras cosas, para justificar cierta homogeneidad en el sentido y estilo, un aire de familiar sobre un cuerpo de textos. Foucault concluye que la función autor obstaculiza el análisis de los modos de enunciación de un discurso.

Foucault hace hincapié en el estatuto otorgado por la función autor. Digamos que Esquilo no fue un autor en el mismo sentido que lo fue Zola. Hubo algo a través de la historia que dio densidad a la función autor. Fue la convicción moderna de que la razón facultaba al ser humano de un conocimiento total de la realidad. Por ello no es casual que la función autor emergiera a finales del siglo XVIII y principios del XIX, durante el apogeo del Iluminismo. La crisis del Iluminismo y su confianza en que el ser humano dotado de razón podía conocerlo todo contribuyeron a que la apelación al autor para interpretar la obra fuera progresivamente sustituida a favor del texto, el contexto, el inconsciente, el lector, etc. De modo que la invocación al autor para explicar el sentido de un texto es un resabio de la fe perdida en la razón iluminista.

La polémica “andinos vs. criollos” suscitada hace un par de años durante el Encuentro de Narradores Peruanos en Madrid dejó un saldo nada favorable para los autores involucrados. Las que sí quedaron indemnes, felizmente, fueron sus obras. Incluso críticos como Julio Ortega, Alonso Alegría y José Miguel Oviedo ingresaron a la espiral de diatribas, dimes y diretes. Esa polémica evidenció una de las batallas discursivas más intensas en el campo intelectual contemporáneo: la condición de ser-escritor. Hay muchos autores, pero no todos son escritores. El estatuto otorgado al autor fue precisamente la condición de escritor. Esta condición, lejos de estar definida unilateralmente por el autor, es resultado de cierta demanda social que el aspirante a escritor no puede ignorar. En otras palabras, el modo cómo se valora al sujeto escritor revela más, mucho más, de la manera en que se organiza una sociedad en torno a la producción de saberes que del significado de sus obras. Revela, entre otros aspectos, que aún no se supera la fe en hallar un sentido primordial, en responsabilizar una falta, en corporeizar lo que se interpreta como transgresión o simplemente desagradable; en síntesis, los procedimientos que limitan el acceso al estatuto de escritor.

En Campo de poder, campo intelectual, Pierre Bourdieu desarrolla ampliamente la idea de que el autor no se conecta de modo directo a la sociedad, ni siquiera a su clase social de origen, sino que existe una interfaz, el campo intelectual, que funciona como mediador entre el autor y la sociedad. Y ese campo intelectual es la condición “autor-escritor”, como mencioné anteriormente, espacio donde se libran intensas confrontaciones que se resumen en “¿quién es (puede/merece) ser o no escritor?”.

Y Roland Barthes también aporta lo suyo. En “La muerte del autor”, anota que “la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe”. Luego de explicar que la noción de autor fue resultado del culto moderno al individuo, y de criticar su vigencia, propone que el que habla es el lenguaje y no el autor. No es el autor el que nos ofrece sus confidencias a través de la literatura, sino que cuando comienza a escribir “la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte […]”. “Darle a un texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la escritura”.

La pregunta por cómo se conducen los escritores en su vida pública o cuan modestos o petulantes son no reviste ninguna importancia —salvo anecdótica en cuyo caso biógrafos y cronistas disponen de un vasto material— para la crítica literaria. Los vicios o virtudes de un artista no deberían ser criterio para valorar sus obras. ¿Dejaremos de leer Ser y Tiempo de Martin Heidegger porque fue militante del partido Nazi y delator de colegas judíos en la universidad? ¿A Borges porque no emplazó con firmeza la dictadura de la Junta Militar en Argentina mientras desaparecían intelectuales disidentes? ¿A Céline por su antisemitismo? (Por lo menos en estos casos se suele descalificarlos por cuestiones muy serias y no por su vestimenta, carisma o antipatía). Quienes se dedican a la creación artística deberían tener bien claro que una vez puesta en circulación sus obras, en cierto sentido, dejan de pertenecerles y que el significado otorgado durante el proceso creativo no es cosa juzgada, porque será el lector o espectador quien con toda su experiencia acumulada renegociará el sentido de la obra.

Detrás de esa pregunta subyace otra: ¿quién merece ser llamado escritor? No obstante, la pregunta final de Carlos Rivera, “¿Y la poesía arequipeña cómo está?”, coloca la agenda crítica en un camino más fructífero que evaluar el atuendo de los poetas. Porque prolongar esta discusión postergará todavía más un diagnóstico urgente sobre la producción literaria surperuana que tiene en Arequipa uno de los centros editoriales más importantes de la región. Pero si, por el contrario, creadores y lectores se empecinan en superponer la figura del autor a su obra, la crítica se convertirá en una colección de agravios, chismes, y lo que es peor, en un intercambio sensiblero de moralina, ni siquiera sobre el texto, lo cual es ya bastante inocuo, sino sobre la conducta de su autor, es decir, el revés de la crítica.

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NO QUIEREN TANTO A MARIO

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El lunes pasado, Mario Vargas Llosa recibió el doctorado Honoris Causa otorgado por la Universidad Católica de Córdoba. Su visita a “La Docta” coincidió con la noticia del fallecimiento de Margaret Thatcher, en medio de una abierta guerra fría entre el gobierno de la Nación y la ciudad de Buenos Aires por la catástrofe que dejaron las inundaciones en la ciudad de La Plata, y previa al anuncio de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner acerca de la democratización de la justicia en la Argentina. El auditorio lucía repleto pero no desbordado, a diferencia de lo que podría suceder en Lima o Arequipa durante la antesala de una presentación de Mario Vargas Llosa.

Mario no leyó un discurso. Expuso una serie de temas recurrentes en sus últimas intervenciones: la literatura y su capacidad para enfrentar la falta de libertades, el potencial cuestionador de la literatura frente a la realidad que nos tocó vivir, la situación de la información en un contexto de intenso desarrollo tecnológico y la falta de referentes estables para evaluar el arte. La Universidad Católica de Córdoba, primera universidad privada de Argentina, ofrecía un marco bastante confortable para el novelista, no solo por la moderada asistencia sino porque no habría la posibilidad de que irrumpieran manifestantes para interrumpir la ceremonia, como sucedió semanas atrás en la Universidad de Lima, y porque ideológicamente, tampoco habría protestas estudiantiles ni de docentes repudiando su llegada, como posiblemente ocurriría en la Universidad Nacional de Córdoba.

Algunos de los principales medios de comunicación de la ciudad y el país, sobre todo los opositores, aprovecharon la ocasión para destacar la trayectoria de Mario Vargas Llosa a favor de la democracia y la libertad. Y es que el autor de La ciudad y los perros no es una figura desconocida para la política y la opinión pública argentina. En 1976, a siete meses del golpe militar, en calidad de presidente del PEN Club Internacional, fustigó severamente al gobierno de facto en su “Carta al General Jorge Rafael Videla”, donde lo instó a cesar la persecución contra escritores e intelectuales opuestos al régimen. Sus posteriores intervenciones sobre la realidad argentina adquirieron otro tono. En mayo de 2009, concedió una entrevista al diario italiano Corriere della Sera; allí declaró que “Cristina Fernández es un desastre total. Argentina está conociendo la peor forma de peronismo: populismo y anarquía. Temo que sea un país incurable”.

En 2011, pocos meses después de haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura, fue invitado a inaugurar la Feria Internacional del Libro en Buenos Aires. Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, dirigió una carta el presidente de la Cámara del Libro en la cual le solicitaba reconsiderar la invitación al flamante Premio Nobel sugiriendo que en su lugar se diera la oportunidad a algún escritor argentino “en condiciones de representar las diferentes corrientes artísticas y de ideas que se manifiestan hoy en la sociedad argentina”. Seguidamente, junto a otros intelectuales argentinos, buscó adherentes para impedir que Vargas Llosa inaugure la feria. La réplica de Vargas Llosa no se hizo esperar. “Piqueteros intelectuales” inicia saludando la decisión de la presidenta argentina aunque advierte que “obedientes, pero sin duda no convencidos, los intelectuales kirchneristas dieron marcha atrás”. Horacio González duplicó con “Largas a Vargas”, extenso artículo que saca a relucir la bronca de González luego de que Cristina Fernández le indicara retirar su carta más que mostrar razones atendibles para explicarla.

Finalmente, Vargas Llosa dio el discurso inaugural. “La libertad y los libros” se deja leer como un alegato a favor de la literatura como antídoto contra la censura: “Leer nos hace libres, a condición, claro está, de que podamos elegir los libros que queremos leer, y que los libros puedan escribirse e imprimirse sin inquisidores ni comisarios que los mutilen para que encajen dentro de las estrechas orejeras con que ellos aprisionan la vida. Defender el derecho de los libros a ser libres es defender nuestra libertad de ciudadanos”.

En abril de 2012 volvió a arremeter contra el gobierno de Cristina Fernández. “La guerra perdida” comenta negativamente la expropiación de la empresa YPF, antes propiedad del grupo Repsol, medida que calificó como una convalidación del chavismo, además de sostener que “Los males que padece ese gran país que fue Argentina se deben al peronismo”. Y en octubre del mismo año aclaró que “La identidad perdida”, aclara que el artículo que circula en Internet titulado “Sí, lloro por ti Argentina” no le pertenece sino que hábilmente redactado por alguien que recogió frases suyas acerca de los Kirchner y la situación actual de la Argentina. Sin embargo, reconoció que el texto “era infame, pero no estúpido”. El apócrifo pero contundente artículo incidía en lo inexplicable de la actual situación política, social y económica de la Argentina: “¿Cómo puede ser que sea el país empobrecido, caótico, subdesarrollado que es hoy? ¿Qué pasó? ¿Alguien lo invadió? ¿Estuvieron enfrascados en alguna guerra terrible? No, los argentinos se hicieron eso ellos mismos. Los argentinos eligieron a lo largo de medio siglo las peores opciones”.

Días después de la presentación en Córdoba, una multitud de activistas de izquierda protestaron frente al Teatro Colón en el centro de Buenos Aires contra la visita de Vargas Llosa, a quien incluyeron dentro de la conspiración golpista de la derecha internacional, acusación por demás exagerada y sin fundamento. La derecha peruana, latinoamericana y mundial no tiene claro si Vargas Llosa es su aliado o su adversario político. El autor de La casa verde desconcierta a izquierda y derecha, aunque en ocasiones sus declaraciones son funcionales al conservadurismo, particularmente en temas culturales.

Dediqué seis años a estudiar sus novelas y ensayos, investigación que culminó en una tesis sobre los vínculos entre su teoría de la novela y su pensamiento político. Por ello a menudo he discutido la postura de Vargas Llosa sobre literatura, cultura y política. Y así como celebro al escritor que recriminó severamente a Alan García por la masacre de los penales (“Una montaña de cadáveres”), que confrontó abiertamente al Cardenal Cipriani y enmendó la plana al que fuera ministro de Defensa, Ántero Flórez-Aráoz, (“El Perú no necesita museos”), que renunció a la comisión que tenía a su cargo la implementación del Museo de la Memoria cuando se urdía en el Congreso una amnistía para los miembros del grupo Colina y cuando el diario El Comercio decidió convertirse en vocero oficial de la candidatura de Keiko Fujimori desatando una campaña sucia contra Ollanta Humala;  disiento de su explicación sobre la Masacre de Uchuraccay, cuyo informe atribuye la muerte de los periodistas a una supuesta barbarie consustancial a los comuneros uchuraccaínos, de su infeliz análisis del “Baguazo”,  de su nostalgia por el retorno de viejos valores según él necesarios para distinguir el buen arte del arte decadente, por mencionar solo algunos casos que a los seguidores del novelista, ensayista, crítico y dramaturgo nos desconciertan, pero, a la vez, nos recuerdan que las obras trascienden a sus autores.

Vargas Llosa no dejará de criticar el populismo, las dictaduras militares o civiles, de izquierda o derecha, la censura contra los medios de comunicación, el caudillismo y cualquier otra amenaza contra lo que él considera la cultura de la libertad. Confío que con la misma denodada pasión, nos regale, hasta donde le permita la vida, esas ficciones que nos hacen vivir una existencia paralela negada por la realidad, esas mentiras verdaderas por las cuales queremos tanto a Mario.

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AMOR IMPASIBLE Y DOLOROSO

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Michael Haneke (Munich, 1942) es uno de los directores europeos más aclamados por la crítica y el gran público del viejo continente en la última década. La pianiste (La pianista, 2001), Caché (Escondido, 2005), Das Weiße Band (La cinta blanca, 2009) y la reciente Amour (Amor, 2012) han sido premiadas en los principales festivales de cine europeo —el Gran Premio del Jurado y la Palma de Oro en Cannes, FIPRESCI y el European Film Awards— además de los actores y actrices que las protagonizaron como Benoit Magimel, Isabelle Huppert, Juliette Binoche, Emmanuelle Riva y Jean-Louis Trintignant. En pocas palabras, «Europa ha declarado su amor a Haneke». Un cineasta que ha explorado la violencia, el prejuicio, el erotismo, la pérdida y el miedo de distintas maneras. Su premisa es impactar, pero asumiendo un serio compromiso con cuestiones fundamentales de la época que lo distancian de la gran mayoría de realizadores contemporáneos.

Amour cuenta el drama de Georges (Jean-Louis Trintignant), quien enfrenta el progresivo deterioro de su esposa Anne (Emmanuelle Riva) producto de una operación complicada que la dejó paralizada en la mitad lateral del cuerpo. Poco a poco Georges va perdiendo la paciencia y la esperanza, a lo cual se agregan los reclamos de su hija Eva (Isabelle Huppert) —atribulada por un matrimonio en crisis— quien le exige hacer algo más que cuidarla en casa.

El guion anticipa el desenlace motivando que el espectador se involucre de inmediato con la historia que luego es narrada de manera muy pausada pero sostenida. En realidad, la mayor parte de la historia es un flashback de la primera escena. La acción se desarrolla casi por completo en un apartamento de París, habitado por una pareja de ancianos profesores de música que viven apaciblemente en retiro. El reparto no es muy numeroso. Básicamente, se concentra en Georges, Anne, su hija Eva y las esporádicas intervenciones del conserje del edificio, y un par de efímeras enfermeras.

Ambas interpretaciones complementan de manera sobresaliente la historia y el concepto fílmico del director, quien los hizo lucir angelicales, de modo que no explicitaran rastros de la perversidad o capricho por parte de Anne, o el egoísmo y la crueldad en Georges. Una historia que conmueve tanto por lo aciago de la situación, como por el modo como la conducen Georges y Anne, aquel esforzándose por cuidarla y ella empeñada por complicar los cuidados que de por sí resultan penosos. Haneke esquiva las consabidas fórmulas melodramáticas que tanto fascinan a Hollywood, como en The Notebook (Diario de una pasión, 2004), ya que la mayor prueba de amor no solo puede ser acompañar el sufrimiento del ser amado, inclusive terminar con su dolor supone una cuota de sacrificio incomparable. ¿Quién más que uno mismo podría entender qué se siente contemplar a diario que todo esfuerzo por recuperar la salud del ser amado resulta inútil? Georges no es un marido entregado en cuerpo y alma al cuidado de su anciana esposa; tampoco exhibe una tristeza lacerante a flor de piel. Antes y después de la grave dolencia de Anne, Georges es casi el mismo, amable, impasible y de pocas palabras. Ni en los momentos más graves soltó alguna lágrima por su esposa. Su consternación se debate entre la tristeza y el fastidio por el cambio repentino de rutina. La primera sensación del espectador es que Georges desea pasar lo más pronto el trago amargo de la penosa convalecencia de Anne. Lo que se manifiesta posteriormente es su latente monstruosidad cada vez que ella dificulta las atenciones que recibe de él, razón por la cual Georges toma una decisión radical para liberar a Anne de su dolor y sobre todo liberarse él mismo. Emmanuelle Riva también le imprime a su personaje toda la carga emocional requerida para lograr una interpretación convincente. La expresión facial de Anne ante los primeros planos de la cámara conmueve tanto o más que su lamentable padecimiento. Lo mismo que algunas frases suyas en apariencia intrascendentes, pero que en realidad anuncian un desenlace inminente.

Haneke reitera con éxito algunas de sus recursos habituales como la profundidad de la fotografía. Amour está muy próxima a Caché en lo que concierne a la exploración visual de los espacios, en este caso, de interiores que permite al espectador adentrarse en la intimidad de los dos protagonistas y sus rituales diarios. Como si los espacios merecieran la misma atención que los personajes, la cámara se detiene varios segundos sobre la sala, la cocina o los pasillos explorando minuciosamente los lugares donde no están los personajes, lo cual acentúa una atmósfera de soledad anticipada por el prolongado detenimiento en los espacios vacíos del apartamento.

A diferencia de Funny Games, Code: Unknown, La pianiste, Caché y Das Weiße Band, cintas que intimidan y angustian emocionalmente, Amour se expone como un simple drama doméstico. La ternura entre Georges y Anne evoca películas como Away From Her (Lejos de ella, 2006) de Sarah Polley. Pero en Amour, conforme avanza la historia, la sospecha y el miedo que esa conmovedora relación va a desaparecer en cualquier momento es una sensación creciente. La tentación del sentimentalismo habría hecho sucumbir a otros realizadores, no a Haneke. En una escena Anne es aseada rudamente por una enfermera mientras Georges observa el cuerpo envejecido y desnudo de su esposa. La conmoción de Georges combina el impacto de ver el maltrato que recibía Anne y la triste contemplación de su cuerpo cada vez más deteriorado. Junto a la escena donde Georges decide terminar con la vida de Anne y la final, cuando Eva ingresa al desolado apartamento y la cámara toma un plano general del interior con ella sentada en la sala, Amour nos revela al mejor Haneke en su faceta realista.

Este filme nos muestra que el escepticismo, la incredulidad, la desazón no son actitudes exclusivas de una juventud al parecer carente de ideales sólidos, sino que se mantienen vigentes incluso para aquellos que ya no son jóvenes. Un filme que invierte la representación tradicional del amor: renuncia en vez de entrega, liberación antes que sacrificio.

TRAILER

Ficha técnica
Título: Amour
Año: 2012
País: Francia, Alemania, Austria
Director: Michael Haneke
Género: Drama
Reparto: Isabelle Huppert, Jean-Louis Trintignant, William Shimell, Emmanuelle Riva, Rita Blanco, Laurent Capelluto
Guión: Michael Haneke
Producción: Bayerischer Rundfunk (BR), Westdeutscher Rundfunk (WDR), Les Films du Losange, X-Filme Creative Pool, Wega Film, ARD Degeto Film Sigue leyendo

EL ARS EROTICA DE CRISTÓBAL ZAPATA

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En Historia de la sexualidad, Michel Foucault distingue ars erotica (concepción placentera de la sexualidad) de scientia sexualis (incorporación de una voluntad de saber y poder sobre el sexo). La hipótesis de Foucault es que en Occidente, a diferencia de Oriente, la scientia sexualis se impuso progresivamente a la ars erotica, de modo que la sexualidad se convirtió no solo en un objeto de estudio científico, sino que concitó la atención de los mecanismo de represión del poder que veían en ella una enorme capacidad de subversión de la disciplina. En La miel de la higuera, Cristóbal Zapata (Cuenca, Ecuador, 1968) desarrolla una poética muy próxima a la concepción del ars erotica.

Su obra poética comprende Corona de cuerpos (1992), Te perderá la carne (1999), Baja noche (2000), No hay naves para Lesbos (2004), Jardín de arena (2009) y La miel de la higuera (2012) recientemente, publicado por la editorial Cascahuesos.

En este último, el erotismo es un tema presente en la mayoría de los poemas. Lo sensual, lo sexual y la atracción entre los cuerpos son tres dimensiones del erotismo reconocibles en la poética propuesta por Cristóbal Zapata en La miel de la higuera cuyas imágenes sensoriales descansan sobre metáforas que establecen analogías entre la geografía corporal y natural: «Bajo el follaje de tu falda / mi mano busca el fruto oscuro y fragante […] / y tus muslos se abren complacientes / para que mis dedos lo hagan estallar / como a una granada vegetal».

Así lo evidencian los primeros poemas del libro —«La miel de la higuera», «El ciprés», «Eucaliptos» y «El árbol de la vida»— donde árboles y frutos simbolizan el deseo, esa fuerza de atracción que conmina el encuentro de los cuerpos: «De chicos penetrábamos por debajo / del ciprés que se erigía en el Parque Central / como si ingresáramos por una inmensa vulva / a la perfumada entraña del árbol», («El ciprés»). Otra parte la conforman breves y anecdóticos poemas de circunstancias desprovistos de la seducción sensorial de los que apuestan por un ars erotica como poética, a excepción de «En la Foch», que mantiene el tono de los poemas iniciales pero situando al yo poético en tradiciones urbanas locales e histórico-literarias y artísticas de carácter universal.

Algunas secciones están organizadas temáticamente. En «Tributos», Amy Winehouse y Marylin Monroe son personajes que inspiran admiración y compasión, cuerpos del deseo marcados por un destino trágico, dos formas antagónicas de belleza: «tú eras una belleza para paladear / para deletrear sílaba a sílaba como tu nombre […] / A –my Wine-house / belleza vocal, bucal / cruzando la noche del mundo / como un chorro de esperma / como un proyectil radiante y adictivo» («El apagón»). Mientras que «La carne y el espectro de Marylin Monroe», expone la sensualidad de un cuerpo que Al perecer, le sobraban unos centímetros en los senos y en las caderas».

Otros apartados reúnen poemas que trazan una semblanza sobre escritores en los que el yo poético reconoce cierta ascendencia. Es el caso de «Fernando de Herrera leyendo El Cortesano» o «Leyendo el Endimión de Keats en Playas de Villamil», este último, en mi opinión, el más logrado de todo el libro, pues combina las cualidades mencionadas al inicio, un registro coloquial semejante al del gran poeta romántico inglés, la inserción de lo contemporáneo en la tradición y un discreto tono confesional. La geografía urbana es incorporada en la sección titulada «Estancias», que evocan circunstancias cotidianas, de aparente intrascendencia, pero que al ser evocadas adquieren un sentido diferente: plazas, calles, residenciales, parajes abandonados y ciudades conforman el espacio poético de este apartado.

Los poemas de La miel de la higuera seducen en tanto no se alejan de la ars erotica que los articula. Prescinden de un lenguaje preciosista o de metáforas audaces y herméticas; más bien se inclinan hacia una expresión sencilla y coloquial que alcanza sus mejores momentos cuando explota la relación entre cuerpo y naturaleza, carne y vegetal, órgano sexual y fruto, hombre y árbol; que se dispersa al insertar el elemento anecdótico y que retoma aliento cuando se vuelca para retratar a personajes de la cultura de masas y de la tradición artística universal. No incurren en un abordaje desaforado, salvaje o visceral del sexo; por el contrario, apelan a un tono sosegado pero sin ceder en la carga pasional, motor del erotismo que invita al encuentro de los cuerpos. Tampoco recurre a descripciones explícitamente sexuales, sino que asume lo sexual como una dimensión natural reconocible en cualquier actividad humana donde el deseo tienda lazos entre los individuos: «Ella gira / se eleva / flota / nada / trota / se abre y se cierra / como un bandoneón» («Pareja de baile en Plaza Dorrego»).

Un poemario que propone al cuerpo como materia prima del deseo.
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VERDAD HISTÓRICA, MENTIRAS VERDADERAS

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Fuego secreto
Luis Enrique Tord
Editorial Universitaria. Universidad Ricardo Palma
Lima, 2005

La relación entre historia y literatura ha sido abordada desde diversas perspectivas según el punto de vista del investigador o del escritor. Borges consideraba que la historia es un relato tan ficcional como un cuento, puesto que la labor del historiador se confunde con la del escritor al momento de evocar hechos pasados y reacomodarlos en el presente con arreglo a una ideología particular o las circunstancias del momento. Mario Vargas Llosa sostiene que la literatura, específicamente la novela, no es un documento histórico por más realista que parezca, porque la esencia de la literatura, a su modo de ver, es transgredir una realidad nefasta para el escritor a fin de convertirla en un «mundo aparte» más satisfactorio. En este sentido, la novela subvierte la realidad; no desea imitarla, sino transformarla. En la mesa redonda sobre Todas las sangres, científicos sociales y críticos literarios sostuvieron un debate similar en torno a la obra de José María Arguedas: los científicos sociales insistieron en estudiar su obra como un documento histórico, sociológico y antropológico sin tomar en cuenta que el texto literario adquiere su realización mediante un registro representacional, ficcional, lo que Roland Barthes denominó «efecto de realidad». No es competencia de la crítica literaria evaluar la veracidad de la información histórica de un texto literario, pero sí analizar lo que este uso representa como estrategia de verosimilitud.

En Fuego secreto (2005), Luis Enrique Tord (Lima, 1942), reconocido historiador, narrador y antropólogo, nos entrega un conjunto de relatos que tratan este tema tan discutido, donde la voz de un narrador en primera persona nos revela sus acuciosas investigaciones sobre hechos históricos con sorprendente precisión de fechas y lugares. En el ámbito de la creación literaria ha obtenido en tres oportunidades el Premio COPE de Cuento, ocupando el primer lugar en 1987, y con el Premio Nacional de Novela 1998 convocado por la Universidad Nacional Federico Villarreal; el Premio Nacional de Cultura, Premio Jaime Bauzate y Meza y Premio Luis A. Eguiguren. Recientemente, reunió todos sus cuentos en un solo libro, Revelaciones. Relatos reunidos 1979-2011 (Prisa Ediciones, 2011).

De Fuego secreto me sorprendieron «Amarilis Indiana» y «Nueva Atlántida», porque, a diferencia del resto de cuentos, el narrador no abunda demasiado en datos referenciales que retrasan la fluidez de la narración (los cuales estarían plenamente justificados en un informe o pesquisa histórica). María de Rojas y Garay, protagonista de «Amarilis Indiana», es una distinguida joven huanuqueña desinteresada completamente por el matrimonio y dedicada sobre todo a las tertulias literarias y la lectura. En vista que su familia la conminó a casarse es que accedió a la petición del hidalgo don Gómez Ramírez de Quiñónez, lo cual no la alejó de la lectura de su autor predilecto: el dramaturgo español Lope de Vega. Al enviudar, María de Rojas y Garay decide ordenarse como monja y tiempo después, dejó una extensa carta dirigida a Lope de Vega, en la cual le manifiesta su admiración intelectual y su amor. Todos estos acontecimientos son expuestos por el narrador-investigador, quien testimonia haber hallado el manuscrito de dicha carta, la cual forma parte del intertexto del cuento. Como se puede apreciar, esta historia se aproxima a una de las hipótesis que explican la identidad de Amarilis, a quien se atribuye la autoría de la «Epístola a Belardo».

Pese a que los relatos están bien estructurados y exhiben una prosa seductora, limpia y abundante, el exceso de información documental —que a fin de cuentas no brindan necesariamente mayor o menor verosimilitud— fatiga al lector, pues por momentos, queda la sensación de estar leyendo un informe de investigación histórica; aparte de ello, Tord repite la misma estrategia en todos los cuentos: un investigador que a consecuencia de sus pesquisas decide contar una historia y revelar al lector la verificación de sus hipótesis o la desestimación de las investigaciones de otros historiadores.

Un conjunto de relatos cuya poética no problematiza la relación entre historia y literatura sino que apela a la erudición documental como estrategia de verosimilitud, recurso que, por el contrario, refuerza la falacia referencial, por la cual la realidad se toma como fuente incontrastable para ser representada fielmente desde la literatura. Sigue leyendo