Bayly contra Bozzo: ¿apología o crítica a la miseria televisiva?

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Arturo Caballero Medina

Cuando en alguna oportunidad leo los titulares de diarios como El Men o El Chino, me pregunto ilusamente si, en realidad, a los directivos de estos diarios les importa la situación de las jovencitas que se encuentran atrapadas en redes de prostitución clandestina. Por supuesto que no. Porque de ninguna manera el lector que consume ese tipo de noticias se halla interesado por la eliminación de la prostitución, sino que lee aquella nota motivado por el morbo que despierta la noticia de que “menores de edad venden cucú a 20 soles en centro de Lima”. Esto no es una denuncia, es, simplemente, apología de la miseria periodística que impera en gran parte de los medios de comunicación en nuestro país.

Algo similar ocurre en El francotirador de Jaime Bayly. Estoy convencido que, en absoluto, al autor de No se lo digas a nadie no le interesa en lo más mínimo la vergüenza a la que se expusieron los panelistas falsos de Laura Bozzo (reforzada y amplificada en su programa dominical) ni los contenidos vergonzosos a los que nos tiene acostumbrados la autodenominada “abogada de los pobres”. El oportunismo mediático de los programas de la televisión peruana justifica explotar la coyuntura al máximo, sobre todo si de sintonía e ingresos por publicidad se trata.

Si a Jaime Bayly le interesara de verdad desentrañar lo que ocurre detrás del programa de la Bozzo, prepararía una investigación seria basada no solo en los testimonios de los panelistas falsos, sino en pruebas y en los antecedentes que ya existen en otros talk shows. Y este es, precisamente, el punto débil de su argumentación. Cuando Bayly entrevistó a Freddy Palacios, ex investigador del programa de Laura Bozzo, al conductor se le notó predispuesto a condicionar las respuestas del entrevistado y al no obtener las respuestas que esperaba, lo interrumpía. Con esto no quiero decir que avalo lo que hace Laura Bozzo, sino que pecaríamos de ingenuos al considerar a Bayly como el abanderado de la verdad. ¿Qué seriedad le brindó al caso? ¿Qué fuentes contrastó? ¿Acaso hizo un balance o un recuento de los excesos cometidos por Laura Bozzo en los peores momentos de la dictudura de Fujimori? No. Lo que hizo fue forzar a los panelistas a que se autoflagelaran ante el público, hacer escarnio de su propia vergüenza conminándolos a que se arrepientan. Flaco favor el que le hace Bayly a los detractores de la televisión basura.

Pero esto es lo aparente. No debemos perder de vista que lo que está en juego es la credibilidad de la que se jactan ambos conductores quienes no cesan de afirmar que es en el programa del otro donde de engaña. Lo irónico radica en cómo funciona la ficción televisiva; el engaño sirve de cobertor a la verdad: Bayly y Bozzo trafican con la desgracia ajena. El engaño no se asume como facultad propia sino como defecto ineludible del otro. Es también el caso de los panelistas falsos: lo hacían por necesidad. Laura Bozzo dice “ayudo a los pobres”, “confié en sus testimonios”, y Bayly terminará la canción con el estribillo “Laura miente y se enriquece con los más necesitados”. Pero ninguno asumirá su corresponsabilidad en la generación y la amplificación de la mentira y la vergüenza. Mientras tanto, continuará la apología a la miseria televisiva, reflejo de la miseria ética de Jaime Bayly y Laura Bozzo.

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El complejo edípico en La Luna de Bernardo Bertolucci

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Arturo Caballero Medina

La luna (1979), de Bernardo Bertolucci, narra la historia de una relación crecientemente incestuosa entre una exitosa cantante estadounidense de ópera y su hijo adolescente que, conflictuado por la ausencia de su padre, se va haciendo adicto a la heroína. En esta nota, analizaré el complejo de Edipo a través de Joe, personaje que desarrolla una relación incestuosa con Catherina, su madre.

Durante la trama de la película, asistimos a la exposición del drama edípico que protagonizan Joe, la madre y el padre, éste último ausente la mayor parte del tiempo. Pero este drama edípico tiene una evolución: aparición, desarrollo y desenlace o superación que culmina con la ubicación ,en el lugar que le corresponde, a Joe, personaje que protagoniza este drama; ubicación que le es puesta de manera violenta por el padre (de un cachetazo). Pero veamos cuáles son los momentos de la evolución del drama edípico puestos en escena en la cinta La luna.

La primera etapa corresponde a la infancia del sujeto con la madre. El sujeto entra en contacto con la realidad circundante (objetos, ambiente, personas) de la cual tiene una imagen difusa; etapa a la cual Lacan denomina estadio del espejo (6 a 18 meses), caracterizada por esta visión fragmentada de la realidad que tiene el sujeto antes de la aparición de este estadio. El niño tiene como primer objeto de deseo a su madre, la tiene cerca, pero la figura del padre surge como rival. Él es quien se la arrebata. El trauma que provoca en el niño contemplar las relaciones sexuales de sus padres, las cuales interpreta como lucha, son representadas en la cinta como el baile al ritmo de twist, el padre con el cuchillo y el pescado; el niño siente que su madre sufre y llora. Se refugia en la abuela y debe dejar a su propia madre disfrutar del padre rival. Aparece el drama edípico en su fase inicial.

La segunda etapa corresponde a la muerte del padre. Joe está en la edad de transición entre la pubertad y la adolescencia. En este periodo el sujeto ve acentuadas sus contradicciones, conflictos de identificación y busca acercarse efectivamente y sin enfrentamientos tanto al padre como a la madre. Ella, en tanto objeto de deseo, ya no está tan cerca como en la infancia; padre y madre se deben mutuas obligaciones y Joe intenta encajar en ellas: viajar con la madre, reemplazar al padre en sus actividades de manera eficiente, etc., con lo cual obtiene la negativa de la madre. Explicación importante: el padre es insutituible en su función, el hijo no puede aspiara a usurpar ese lugar. El camino hacia la segunda muerte del madre es duro. La desaparición del padre no ayuda a Joe a superar el drama, sino que lo lleva a una intensa búsqueda de la imagen paterna, tormentosa hasta derivar en la adicción a la heroína y a relaciones incestuosas debido a su vacío existencial.

La tercera etapa se podría llamar de unión con la madre. El padre difunto ya no es obstáculo para Joe quien tiene el campo libre y, en ese propósito, la madre lo eleva de categoría. Es la etapa más sustancial de la películo donde tienen lugar las experiencias más interesantes y radicales, por no decir, inesperadas. La madre quiere hacer de Joe un hombre, pero Joe es un niño-hombre u hombre-niño amorfo que sigue en intensa búsqueda de su referente paterno. Tenemos desde el consumo de drogas, el asentimiento de la madre ante la impotencia de no poder evitarlo, el hijo-padre que no encuentra su lugar y que los quiere encontrar reemplazando al padre, lo cual lo conduce a una relación incestuosa con su madre: ésta lo cela cual pareja de enamorados y obtiene la confirmación de su propósito con la reacción de Joe quien golpea los platos con los cubiertos, actitud infantil, el niño cree mandar con solo gritar. Esto significa una regresión hacia los estadios donde disfrutaba de la madre. Pero el desengaño es inevitable porque Catherina no puede hacer de Joe un hombre ya que él es aún un niño-hombre a la deriva.

La última etapa es la del descubrimiento del padre o superación del complejo de Edipo. Joe descubre a su verdadero padre e increpa el porqué su madre se lo había ocultado. Está cerca del padre que siempre buscó y obtiene de él una actitud que nunca había recibido. Es el padre verdadero, el padre nunca deja de ser padre, autoridad, quien devuelve de un cachetazo a Joe al lugar que le corresponde, y éste lejos de rechazarlo, pareciera que se lo agradeciera. Él nunca tuvo el referente masculino de autoridad y determinación de límites; por el contrario, lo único que obtuvo de su madre fueron contemplaciones, permisividad, que finalmente no lo ayudaron a superar su problema.

Esto en cuanto a las partes claves en el desarrollo de la película. Explicaré a continuación el simbolismo de la luna. Luna y madre son, a mi parecer, aquí símbolos análogos, cumplen los mismo roles, más allá de los significados que histórica y antropológicamente poseen. La película abre y cierra con la luna; ésta es funcionalmente como la madre que primero es la mujer maternal (Joe bebé y su madre paseando en bicicleta a la luz de la luna); la madre inquisidora (Joe y Ariadna en el cine, el techo se abre y ven la luna; Joe se tiene que retirar); y finalmente, la madre reveladora del padre o la madre que une (escena final, padre, madre e hijo y sobre ellos la luna).

Tales son, entonces, las posibles conclusiones respecto a la cinta de Bertolucci que, de manera muy explícita, nos muestra el drama edípico acentuado por la ausencia del padre y la analogía del simbolismo lunar con la madre.

Video completo de La Luna (1979) de Bernardo Bertolucci


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El complejo edípico en La Luna de Bernardo Bertolucci

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Arturo Caballero Medina

La luna (1979), de Bernardo Bertolucci, narra la historia de una relación crecientemente incestuosa entre una exitosa cantante estadounidense de ópera y su hijo adolescente que, conflictuado por la ausencia de su padre, se va haciendo adicto a la heroína. En esta nota, analizaré el complejo de Edipo a través de Joe, personaje que desarrolla una relación incestuosa con Catherina, su madre.

Durante la trama de la película, asistimos a la exposición del drama edípico que protagonizan Joe, la madre y el padre, éste último ausente la mayor parte del tiempo. Pero este drama edípico tiene una evolución: aparición, desarrollo y desenlace o superación que culmina con la ubicación ,en el lugar que le corresponde, a Joe, personaje que protagoniza este drama; ubicación que le es puesta de manera violenta por el padre (de un cachetazo). Pero veamos cuáles son los momentos de la evolución del drama edípico puestos en escena en la cinta La luna.

La primera etapa corresponde a la infancia del sujeto con la madre. El sujeto entra en contacto con la realidad circundante (objetos, ambiente, personas) de la cual tiene una imagen difusa; etapa a la cual Lacan denomina estadio del espejo (6 a 18 meses), caracterizada por esta visión fragmentada de la realidad que tiene el sujeto antes de la aparición de este estadio. El niño tiene como primer objeto de deseo a su madre, la tiene cerca, pero la figura del padre surge como rival. Él es quien se la arrebata. El trauma que provoca en el niño contemplar las relaciones sexuales de sus padres, las cuales interpreta como lucha, son representadas en la cinta como el baile al ritmo de twist, el padre con el cuchillo y el pescado; el niño siente que su madre sufre y llora. Se refugia en la abuela y debe dejar a su propia madre disfrutar del padre rival. Aparece el drama edípico en su fase inicial.

La segunda etapa corresponde a la muerte del padre. Joe está en la edad de transición entre la pubertad y la adolescencia. En este periodo el sujeto ve acentuadas sus contradicciones, conflictos de identificación y busca acercarse efectivamente y sin enfrentamientos tanto al padre como a la madre. Ella, en tanto objeto de deseo, ya no está tan cerca como en la infancia; padre y madre se deben mutuas obligaciones y Joe intenta encajar en ellas: viajar con la madre, reemplazar al padre en sus actividades de manera eficiente, etc., con lo cual obtiene la negativa de la madre. Explicación importante: el padre es insutituible en su función, el hijo no puede aspiara a usurpar ese lugar. El camino hacia la segunda muerte del madre es duro. La desaparición del padre no ayuda a Joe a superar el drama, sino que lo lleva a una intensa búsqueda de la imagen paterna, tormentosa hasta derivar en la adicción a la heroína y a relaciones incestuosas debido a su vacío existencial.

La tercera etapa se podría llamar de unión con la madre. El padre difunto ya no es obstáculo para Joe quien tiene el campo libre y, en ese propósito, la madre lo eleva de categoría. Es la etapa más sustancial de la películo donde tienen lugar las experiencias más interesantes y radicales, por no decir, inesperadas. La madre quiere hacer de Joe un hombre, pero Joe es un niño-hombre u hombre-niño amorfo que sigue en intensa búsqueda de su referente paterno. Tenemos desde el consumo de drogas, el asentimiento de la madre ante la impotencia de no poder evitarlo, el hijo-padre que no encuentra su lugar y que los quiere encontrar reemplazando al padre, lo cual lo conduce a una relación incestuosa con su madre: ésta lo cela cual pareja de enamorados y obtiene la confirmación de su propósito con la reacción de Joe quien golpea los platos con los cubiertos, actitud infantil, el niño cree mandar con solo gritar. Esto significa una regresión hacia los estadios donde disfrutaba de la madre. Pero el desengaño es inevitable porque Catherina no puede hacer de Joe un hombre ya que él es aún un niño-hombre a la deriva.

La última etapa es la del descubrimiento del padre o superación del complejo de Edipo. Joe descubre a su verdadero padre e increpa el porqué su madre se lo había ocultado. Está cerca del padre que siempre buscó y obtiene de él una actitud que nunca había recibido. Es el padre verdadero, el padre nunca deja de ser padre, autoridad, quien devuelve de un cachetazo a Joe al lugar que le corresponde, y éste lejos de rechazarlo, pareciera que se lo agradeciera. Él nunca tuvo el referente masculino de autoridad y determinación de límites; por el contrario, lo único que obtuvo de su madre fueron contemplaciones, permisividad, que finalmente no lo ayudaron a superar su problema.

Esto en cuanto a las partes claves en el desarrollo de la película. Explicaré a continuación el simbolismo de la luna. Luna y madre son, a mi parecer, aquí símbolos análogos, cumplen los mismo roles, más allá de los significados que histórica y antropológicamente poseen. La película abre y cierra con la luna; ésta es funcionalmente como la madre que primero es la mujer maternal (Joe bebé y su madre paseando en bicicleta a la luz de la luna); la madre inquisidora (Joe y Ariadna en el cine, el techo se abre y ven la luna; Joe se tiene que retirar); y finalmente, la madre reveladora del padre o la madre que une (escena final, padre, madre e hijo y sobre ellos la luna).

Tales son, entonces, las posibles conclusiones respecto a la cinta de Bertolucci que, de manera muy explícita, nos muestra el drama edípico acentuado por la ausencia del padre y la analogía del simbolismo lunar con la madre.

Video completo de La Luna (1979) de Bernardo Bertolucci


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Mario Vargas Llosa y el arte contemporáneo

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Claudia Uribe Chinen

En medio de una multitud de matices y de toda una gama de expresiones, podemos definir al arte como el vivo reflejo de la capacidad creadora del hombre. Por medio del arte es posible entablar una especie comunicación indirecta con el creador, captando su imaginación y, de alguna manera, lo que nos quiere transmitir, además de que nos permite experimentar sensaciones que de ningún otro modo podríamos canalizar. A propósito de ello, el arte está expuesto a toda clase de opiniones, que por supuesto, pueden abarcar desde las más halagadoras hasta las más intransigentes. Esta última se podría ejemplificar con el texto publicado por Vargas Llosa, en el cual se declara como enemigo acérrimo del arte contemporáneo, tras una visita a la muestra “Sensación” en la Royal Academy of Arts de Londres, Inglaterra. En el artículo titulado “Caca de elefante”, Vargas Llosa deja notar que las obras expuestas en aquella galería no cubrieron sus expectativas. Sin embargo, ¿era necesario recriminar de semejante forma al arte moderno tan solo por un disgusto personal? Al parecer se excedió con sus críticas referentes a la pérdida de la esencia del arte.

Cuando Vargas Llosa visitó la exposición en Londres, convirtió en objetos de crítica a las obras de arte moderno que pudo contemplar: cuadros en los que aparecía la Virgen María rodeada de fotos pornográficas y niños andróginos cuyas caras eran falos erectos, o el impacto de bala en un cerebro humano, que en realidad asemejaba una vagina y una vulva. Dicho de otro modo, se vio inmerso en una dimensión donde primaba la “obsesión
genital”, como él mismo lo denomina, al momento de argumentar que aquello constituía la principal motivación de los jóvenes artistas. Los límites del arte se van expandiendo con el paso del tiempo, ello implica cambios en las tendencias y variaciones en los gustos. En cierto modo, el juicio de Vargas Llosa es muy apresurado al calificar como “obsesión genital” la tendencia predominante en las obras de arte moderno de los jóvenes. Tal vez se trate tan solo de una “moda”, o sencillamente, una tendencia, una corriente artística efímera, así como tantas otras que se manifestaron a lo largo de la historia del arte. No debe culparla de degradar la esencia del arte. ¿Acaso no habría sucedido algo similar durante el renacimiento en sus inicios, por ejemplo? Representar en las obras a mujeres u hombres desnudos suscitó revuelo alguna vez en su época, sin embargo, hoy en día se admiran las manifestaciones del Renacimiento por su naturaleza innovadora. En tanto que la cruda advertencia de que “algo anda podrido en el mundo del arte”, por parte del escritor, es demasiado generalizante. El hecho de que tales obras contemporáneas no sean de su agrada, se reduce únicamente a cuestiones de gusto.
Por otro lado, afirma que ya no existe criterio objetivo que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, debido a que tal posibilidad se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. Asimismo, que en la actualidad “todo” puede ser arte y “nada” lo es, según el soberano capricho de los espectadores que opinan al respecto al nivel de jueces que antaño detentaban solo ciertos críticos. La diversidad de estilos contrasta con la infinidad de calificativos que giran en torno a ellos, así cada quien puede libremente jerarquizar las expresiones del arte según sus gustos y preferencias. No es necesario ser un renombrado crítico para estar en la posibilidad de opinar respecto al arte. Es más, no siempre todas las personas convergen con los mismo gustos de patrones estéticos, pues el arte no va en busca de agentes homogeneizadores de preferencias. Además, podemos decir que lo atractivo de las revoluciones artísticas radica en el espíritu innovador. En
efecto, nos apoyamos en la respuesta que dio Juan Antonio Ramírez a Vargas Llosa: “Los artistas de nuestro siglo han abierto un inmenso universo de posibilidades creativas, explorando vías desconocidas para las otras ramas de la creación, incrementando así nuestro conocimiento del mundo, con invitaciones a disfrutar de la nida con mayor intensidad”.
Según Vargas Llosa, el modelo a seguir de los jóvenes artistas de nuestros días es Seurat. Correcto, él lo elogia por su extraordinaria y breve carrera artística. Pero olvida que ése es su punto de vista, obviando la aprobación de muchos otros que pueden opinar lo contrario. Sin olvidar que recalcó que los artistas son sobornables para hacerse acreedores del éxito tan anhelado. La preferencia que él tiene por ciertos patrones estéticos del arte, que encuentra en Seurat, no justifica que desacredite la labor e imaginación de otros, a quienes considera sobornables. Quién sabe si quizás hayan personas “que se tapan la nariz” al presenciar los cuadros de Seurat.
El arte no está hecho para complacer a toda clase de público, los gustos dependen de cada quien, independientemente. Sin lugar a dudas, habrá obras que sean de nuestro agrado como también de las que no lo son. Cada tendencia ha demarcado determinados caracteres que conllevaron al reconocimiento de los artistas, merced de su talento y creatividad; ni Picasso, ni Dalí tuvieron que empinarse en una “montaña de mierda paquidérmica” para ser admirados a nivel mundial. Por lo tanto, es preciso señalar que Vargas Llosa debió medir sus palabras al opinar acerca del arte contemporáneo porque al parecer, quiere imponer sus puntos de vista para degradar a su objeto de crítica. Todos poseen preferencias propias y esto es en general, no solo en el arte; además como se suele decir “zapatero a su zapato”, o sino habría que preguntarle a Humala qué opina de “No se lo digas a nadie”.
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Mario Vargas Llosa y el arte contemporáneo

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Claudia Uribe Chinen

En medio de una multitud de matices y de toda una gama de expresiones, podemos definir al arte como el vivo reflejo de la capacidad creadora del hombre. Por medio del arte es posible entablar una especie comunicación indirecta con el creador, captando su imaginación y, de alguna manera, lo que nos quiere transmitir, además de que nos permite experimentar sensaciones que de ningún otro modo podríamos canalizar. A propósito de ello, el arte está expuesto a toda clase de opiniones, que por supuesto, pueden abarcar desde las más halagadoras hasta las más intransigentes. Esta última se podría ejemplificar con el texto publicado por Vargas Llosa, en el cual se declara como enemigo acérrimo del arte contemporáneo, tras una visita a la muestra “Sensación” en la Royal Academy of Arts de Londres, Inglaterra. En el artículo titulado “Caca de elefante”, Vargas Llosa deja notar que las obras expuestas en aquella galería no cubrieron sus expectativas. Sin embargo, ¿era necesario recriminar de semejante forma al arte moderno tan solo por un disgusto personal? Al parecer se excedió con sus críticas referentes a la pérdida de la esencia del arte.

Cuando Vargas Llosa visitó la exposición en Londres, convirtió en objetos de crítica a las obras de arte moderno que pudo contemplar: cuadros en los que aparecía la Virgen María rodeada de fotos pornográficas y niños andróginos cuyas caras eran falos erectos, o el impacto de bala en un cerebro humano, que en realidad asemejaba una vagina y una vulva. Dicho de otro modo, se vio inmerso en una dimensión donde primaba la “obsesión
genital”, como él mismo lo denomina, al momento de argumentar que aquello constituía la principal motivación de los jóvenes artistas. Los límites del arte se van expandiendo con el paso del tiempo, ello implica cambios en las tendencias y variaciones en los gustos. En cierto modo, el juicio de Vargas Llosa es muy apresurado al calificar como “obsesión genital” la tendencia predominante en las obras de arte moderno de los jóvenes. Tal vez se trate tan solo de una “moda”, o sencillamente, una tendencia, una corriente artística efímera, así como tantas otras que se manifestaron a lo largo de la historia del arte. No debe culparla de degradar la esencia del arte. ¿Acaso no habría sucedido algo similar durante el renacimiento en sus inicios, por ejemplo? Representar en las obras a mujeres u hombres desnudos suscitó revuelo alguna vez en su época, sin embargo, hoy en día se admiran las manifestaciones del Renacimiento por su naturaleza innovadora. En tanto que la cruda advertencia de que “algo anda podrido en el mundo del arte”, por parte del escritor, es demasiado generalizante. El hecho de que tales obras contemporáneas no sean de su agrada, se reduce únicamente a cuestiones de gusto.
Por otro lado, afirma que ya no existe criterio objetivo que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, debido a que tal posibilidad se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. Asimismo, que en la actualidad “todo” puede ser arte y “nada” lo es, según el soberano capricho de los espectadores que opinan al respecto al nivel de jueces que antaño detentaban solo ciertos críticos. La diversidad de estilos contrasta con la infinidad de calificativos que giran en torno a ellos, así cada quien puede libremente jerarquizar las expresiones del arte según sus gustos y preferencias. No es necesario ser un renombrado crítico para estar en la posibilidad de opinar respecto al arte. Es más, no siempre todas las personas convergen con los mismo gustos de patrones estéticos, pues el arte no va en busca de agentes homogeneizadores de preferencias. Además, podemos decir que lo atractivo de las revoluciones artísticas radica en el espíritu innovador. En
efecto, nos apoyamos en la respuesta que dio Juan Antonio Ramírez a Vargas Llosa: “Los artistas de nuestro siglo han abierto un inmenso universo de posibilidades creativas, explorando vías desconocidas para las otras ramas de la creación, incrementando así nuestro conocimiento del mundo, con invitaciones a disfrutar de la nida con mayor intensidad”.
Según Vargas Llosa, el modelo a seguir de los jóvenes artistas de nuestros días es Seurat. Correcto, él lo elogia por su extraordinaria y breve carrera artística. Pero olvida que ése es su punto de vista, obviando la aprobación de muchos otros que pueden opinar lo contrario. Sin olvidar que recalcó que los artistas son sobornables para hacerse acreedores del éxito tan anhelado. La preferencia que él tiene por ciertos patrones estéticos del arte, que encuentra en Seurat, no justifica que desacredite la labor e imaginación de otros, a quienes considera sobornables. Quién sabe si quizás hayan personas “que se tapan la nariz” al presenciar los cuadros de Seurat.
El arte no está hecho para complacer a toda clase de público, los gustos dependen de cada quien, independientemente. Sin lugar a dudas, habrá obras que sean de nuestro agrado como también de las que no lo son. Cada tendencia ha demarcado determinados caracteres que conllevaron al reconocimiento de los artistas, merced de su talento y creatividad; ni Picasso, ni Dalí tuvieron que empinarse en una “montaña de mierda paquidérmica” para ser admirados a nivel mundial. Por lo tanto, es preciso señalar que Vargas Llosa debió medir sus palabras al opinar acerca del arte contemporáneo porque al parecer, quiere imponer sus puntos de vista para degradar a su objeto de crítica. Todos poseen preferencias propias y esto es en general, no solo en el arte; además como se suele decir “zapatero a su zapato”, o sino habría que preguntarle a Humala qué opina de “No se lo digas a nadie”.
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Crónica sobre la bohemia cultural puneña

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Por Vladimir Terbullino

A partir de dos hechos fortuitos tuve contacto con el ambiente de la bohemia cultural en Puno, en diciembre de 2005. Llegué sin conocer a nadie, excepto al terrible soroche, famoso a los 4 000 m.s.n.m., el cual me obligó a beber un mate de coca bien concentrado, como recomiendan los manuales de turismo, además de evitar perderme la noche postrado en cama. Como todo errabundo perdido, comencé a caminar sin ton ni son, buscando restaurantes baratos para comer y alguna curiosidad en las ferias artesanales. Eran vísperas de Navidad y la calle principal, avenida Lima, bullía de transeúntes, turistas y negociantes que ofrecían desde carnitas hasta chompas de vicuña. En medio de esa marabunda comercial, encontré un letrero que con letras parcas decía: “Biblioteca Municipal de Puno”. Era una noche fría y en el segundo piso encontré una raza de hombres que detestaban el “mundano ruido” y se refugiaban en las lecturas sobre mesas carcomidas por las polillas. Apenas unas bombillas alumbraban lúgubremente la sala, mientras dos señores proveían la bibliografía requerida.

La mayoría era jóvenes —muy jóvenes, incluso— y eso me causó una extraña alegría. En esa biblioteca a la que asistía Gamaliel Churata quien llegara ser director con solo sus estudios primarios —luego me enteré— pude conseguir todas las obras de mi poeta estudiado, Alejandro Peralta, que en Lima había padecido conseguir e incluso hurtado una copia de su poemario Ande en San Marcos. Este fue el primer suceso fortuito.

El segundo suceso ocurrió a continuación, luego de haber sido expectorado de la biblioteca, mientras caminaba con mi cansancio a cuestas por la misma avenida Lima. Me llamó la atención encontrar un puesto de periódicos a esas horas, que expendía, entre calatas y muertos de los diarios matutinos, revistas de literatura y libros de corte académico, algunos eran fotocopias de publicaciones locales “agotadas”, como anunciaba el vendedor, orgulloso de sus posesiones. Allí compré el Pez de oro, cuyo contenido variaba desde la creación poética hasta la crítica literaria. Me llamaron la atención, en primer lugar, la portada que tenía el dibujo de una calata con poderosas caderas, muy bella. Luego, que una revista de literatura tuviera tanta continuidad –era el doceavo número-. Y, finalmente, el título similar a la obra de Churata. Inmediatamente llamé a uno de los directores de la revista, Víctor Villegas, a quien pude conocer al día siguiente.

Al día siguiente y en el mismo puesto de periódicos, compré Apumarka, revista abundante de páginas que también trataba sobre crítica y creación literaria. Con el mismo método llamé al director, Jorge Flórez Aybar, quien, con voz seria, me citó para encontrarnos en el Centro Cultural Sur de Escritores Puneños. El lugar parecía un trozo de la casona de San Marcos, con sus escaleras de madera que crujían al pisarlas. En el segundo piso estaba este personaje con otros amigos que charlaban amenamente. La impresión fue estar en una de esas conversas de la Lima de los veinte, con un café humeante y la pasión por los libros. Era como hallar una de esas bohemias perdidas de la capital, que ahora degeneran en chupa pelada y trifulcas, sin otro fin que el ojo morado y la pose de poeta maldito. José nos recibió muy bien —a mí y a mi compañera—, me brindó datos importantes para mi tesis y de paso, nos regocijamos con la chismografía local: “Mamani ha hecho mucho daño a los Orkopata brindando información falsa”. “Créele a Tamayo Vargas, el verdadero lugar de reunión de Churata está en Caja de Aguas.” Allí también me informó que el vendedor de periódicos tan osado había estudiado una maestría en lingüística; sin embargo, se aferraba al oficio porque siempre lo había hecho y de ese modo era feliz. “A propósito, también ha publicado un artículo en Apumarka. Esa tarde, fui a conversar con este personaje, Prudencio Ramos, el cual me sorprendió con su cultura bibliográfica, la agenda cultural tanto de Puno como de otras regiones del Perú, incluyendo Lima, sus críticas a los libros que él vendía y el raje hacia la intelectualidad de biblioteca.

La noche del día siguiente fui al encuentro de mi amigo Víctor, en la plaza de la calle Lima. Me había prometido presentarme a “los jóvenes”, los cuales estaban muy enterados con respecto a la “bibliografía perdida” de los Orkopata. Sonaba sobre todo el nombre de José Luis Velásquez, quien a sus 25 años ya contaba con estudios de doctorado en Humanidades. Nunca encontré a Víctor, pero sí a Jorge Flórez Aybar, quien disertaba con un grupo de muchachos a los cuales me presentó de inmediato y me dejó a la vera con ellos, sin saber cómo afrontar el asunto. Al parecer, se mostraban desconfiados, pero poco a poco, cuando se enteraron sobre mi proyecto de estudiar a Peralta, me fueron prestando su confianza. Me invitaron a caminar hacia la casa de Henry Esteban —ya sabía que era un coleccionista bibliográfico sobre Puno, gracias a Víctor— para conversar con más comodidad y escapar del punzante frío altiplánico. Les invité un vino y eso me permitió tener acceso a una de las bibliotecas más fabulosas que he conocido. El cuarto de Henry era un amasijo de libros de publicaciones puneñas, en el cual tenían “inhallables” como la mítica revista Tea, donde Alejandro Peralta empezó a publicar sus primeros poemas modernistas. Entre sorbo y sorbo del vino y las anécdotas que me contaban y que yo intercalaba con noticias de Lima, fueron desenterrando, no sé cómo, publicaciones desde inicios del siglo XIX (el más antiguo era “El Constitucional de Puno” que databa de 1839), poemarios dados por perdidos de toda la tradición puneña, dibujos de Churata, fotografías de los Orkopata, libros que leyó Gamaliel (leía a Bergson, Nietzsche, Marx y Freud) y toda una guisa abrumadora de valiosa información. El clímax bibliográfico terminó en una incursión a un almacén donde se amontonaban hatos de periódicos y revistas antiguas, como si fueran costales de papas, todavía por clasificar, tarea que realizaban en sus tiempos libres con un esmero y pasión de bibliotecarios profesionales. Lamentablemente, no pude revisar toda la información que me interesaba. Al día siguiente era Navidad y mis amigos habían proyectado un merecido descanso cerca del mundano ruido. Por mi parte, aproveché para irme a la isla de Taquile antes de retornar a Lima.

Me impresionó positivamente el ambiente cultural puneño. Las reuniones en el parque El Pino, frente al colegio San Carlos donde estudiaron muchos de los Orkopata, representan lazos académicos entre todos los intelectuales puneños y una práctica exquisita de la bohemia, que incluye al “vendedor de periódicos”. Por otra parte, manejan información que no está restringida al ámbito regional. Como sus antecesores de los años 20, los nuevos intelectuales tienen información permanente con respecto a lo que sucede en Lima y a las otras provincias peruanas. Sin embargo, ellos sienten más empatía cultural con Bolivia que con la capital, debido a la cercanía geográfica y a la común tradición aymara. A Lima la ven con recelo y antipatía, como una ciudad que no se abre al interior y siempre tiene el rostro puesto hacia afuera. Lima sigue siendo la ciudad criolla, cuya cúpula intelectual muestra indiferencia hacia las provincias […] El encierro y la centralización de Lima es un reclamo permanente que muchas veces cuaja en proyectos políticos como el de Humala, cuya lógica es simplemente “voten por el candidato anti-Lima y pro-provincias”.

En este sentido, la tradición puneña se entronca en sus antecesores de Orkopata de los años veinte. Por eso existen tantos intentos por querer revalorar a sus integrantes, descubrir y redescubrir nuevos miembros, sepultar a otros que no dejaron legado escrito como a Inocencio Mamani, aunque Henry Esteban nos informó que había escrito teatro y poesía en quechua. Parte de este trabajo consiste también en la búsqueda bibliográfica que jóvenes como Henry o José Luis Velásquez realizan con esmero y paciencia; en contraparte, el manejo burocrático de la Biblioteca Municipal, de las autoridades o familiares descuidados de los Orkopata echan a perder joyas. Por ejemplo, José Luis Ayala, quien fuera director de esta biblioteca, denunció la pérdida de libros de poetas puneños que fueron destruidos porque se los consideraba en mal estado o muy viejos.

La revalorización de esta tradición representa una lucha constante por desmerecer la hegemonía cultural de la capital. En este sentido, ellos se apoyan en la cultura aymara boliviana y en los viajes que realizan a Buenos Aires, cuyo costo, afirman, es igual que viajar a Lima. La realización de encuentros entre escritores que comparten tradiciones periféricas tiene como objetivo insertarse dentro de la tradición literaria peruana. También se generan círculos dedicados al estudio de “literatura andina” como el Grupo Sur de Escritores Andinos que preside Jorge Flórez. Todos estos intelectuales sostienen una red de relaciones por correo e Internet por todo el Perú y el extranjero, aunque los canjes y trueques de libros o revistas es mínima comparada con lo que sucedió en los años 20.

A pesar de que existe un clima cultural bastante dinámico, no hay un adecuado rigor académico que permita revalorar esas tradiciones regionales. Hay algunas tesis sobre Churata o Alejandro Peralta en la Universidad de Puno que son puramente descriptivas o monográficas. Esto puede deberse a la carencia de herramientas teóricas novedosas que difícilmente llegan a Puno. Las dos revistas con más continuidad y prestigio, Apumarka y Pez de Oro, si bien tienen información muy importante, difícilmente cristalizan en artículos de análisis académicos serios. Además, hay bastante descuido con respecto a la redacción y ortografía.

Sospecho que esto tal vez se deba a una manera de transmitir que tiene una fuerte tradición oral. Por ejemplo, el que las bohemias se sostengan tan fuertemente y, sobre todo, que haya comunicación fluida entre todos los miembros y generaciones, supone un intercambio muy rico de información en el cual se superpone el discurso hablado al escrito. Transmitir un tipo de tradición —la aymara— que es oral, es una lucha permanente cuyo más épico caso es el de Gamaliel Churata. Esto representa todo un reto para los intelectuales de Puno por revalorar su tradición.
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Crónica sobre la bohemia cultural puneña

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Por Vladimir Terbullino

A partir de dos hechos fortuitos tuve contacto con el ambiente de la bohemia cultural en Puno, en diciembre de 2005. Llegué sin conocer a nadie, excepto al terrible soroche, famoso a los 4 000 m.s.n.m., el cual me obligó a beber un mate de coca bien concentrado, como recomiendan los manuales de turismo, además de evitar perderme la noche postrado en cama. Como todo errabundo perdido, comencé a caminar sin ton ni son, buscando restaurantes baratos para comer y alguna curiosidad en las ferias artesanales. Eran vísperas de Navidad y la calle principal, avenida Lima, bullía de transeúntes, turistas y negociantes que ofrecían desde carnitas hasta chompas de vicuña. En medio de esa marabunda comercial, encontré un letrero que con letras parcas decía: “Biblioteca Municipal de Puno”. Era una noche fría y en el segundo piso encontré una raza de hombres que detestaban el “mundano ruido” y se refugiaban en las lecturas sobre mesas carcomidas por las polillas. Apenas unas bombillas alumbraban lúgubremente la sala, mientras dos señores proveían la bibliografía requerida.

La mayoría era jóvenes —muy jóvenes, incluso— y eso me causó una extraña alegría. En esa biblioteca a la que asistía Gamaliel Churata quien llegara ser director con solo sus estudios primarios —luego me enteré— pude conseguir todas las obras de mi poeta estudiado, Alejandro Peralta, que en Lima había padecido conseguir e incluso hurtado una copia de su poemario Ande en San Marcos. Este fue el primer suceso fortuito.

El segundo suceso ocurrió a continuación, luego de haber sido expectorado de la biblioteca, mientras caminaba con mi cansancio a cuestas por la misma avenida Lima. Me llamó la atención encontrar un puesto de periódicos a esas horas, que expendía, entre calatas y muertos de los diarios matutinos, revistas de literatura y libros de corte académico, algunos eran fotocopias de publicaciones locales “agotadas”, como anunciaba el vendedor, orgulloso de sus posesiones. Allí compré el Pez de oro, cuyo contenido variaba desde la creación poética hasta la crítica literaria. Me llamaron la atención, en primer lugar, la portada que tenía el dibujo de una calata con poderosas caderas, muy bella. Luego, que una revista de literatura tuviera tanta continuidad –era el doceavo número-. Y, finalmente, el título similar a la obra de Churata. Inmediatamente llamé a uno de los directores de la revista, Víctor Villegas, a quien pude conocer al día siguiente.

Al día siguiente y en el mismo puesto de periódicos, compré Apumarka, revista abundante de páginas que también trataba sobre crítica y creación literaria. Con el mismo método llamé al director, Jorge Flórez Aybar, quien, con voz seria, me citó para encontrarnos en el Centro Cultural Sur de Escritores Puneños. El lugar parecía un trozo de la casona de San Marcos, con sus escaleras de madera que crujían al pisarlas. En el segundo piso estaba este personaje con otros amigos que charlaban amenamente. La impresión fue estar en una de esas conversas de la Lima de los veinte, con un café humeante y la pasión por los libros. Era como hallar una de esas bohemias perdidas de la capital, que ahora degeneran en chupa pelada y trifulcas, sin otro fin que el ojo morado y la pose de poeta maldito. José nos recibió muy bien —a mí y a mi compañera—, me brindó datos importantes para mi tesis y de paso, nos regocijamos con la chismografía local: “Mamani ha hecho mucho daño a los Orkopata brindando información falsa”. “Créele a Tamayo Vargas, el verdadero lugar de reunión de Churata está en Caja de Aguas.” Allí también me informó que el vendedor de periódicos tan osado había estudiado una maestría en lingüística; sin embargo, se aferraba al oficio porque siempre lo había hecho y de ese modo era feliz. “A propósito, también ha publicado un artículo en Apumarka. Esa tarde, fui a conversar con este personaje, Prudencio Ramos, el cual me sorprendió con su cultura bibliográfica, la agenda cultural tanto de Puno como de otras regiones del Perú, incluyendo Lima, sus críticas a los libros que él vendía y el raje hacia la intelectualidad de biblioteca.

La noche del día siguiente fui al encuentro de mi amigo Víctor, en la plaza de la calle Lima. Me había prometido presentarme a “los jóvenes”, los cuales estaban muy enterados con respecto a la “bibliografía perdida” de los Orkopata. Sonaba sobre todo el nombre de José Luis Velásquez, quien a sus 25 años ya contaba con estudios de doctorado en Humanidades. Nunca encontré a Víctor, pero sí a Jorge Flórez Aybar, quien disertaba con un grupo de muchachos a los cuales me presentó de inmediato y me dejó a la vera con ellos, sin saber cómo afrontar el asunto. Al parecer, se mostraban desconfiados, pero poco a poco, cuando se enteraron sobre mi proyecto de estudiar a Peralta, me fueron prestando su confianza. Me invitaron a caminar hacia la casa de Henry Esteban —ya sabía que era un coleccionista bibliográfico sobre Puno, gracias a Víctor— para conversar con más comodidad y escapar del punzante frío altiplánico. Les invité un vino y eso me permitió tener acceso a una de las bibliotecas más fabulosas que he conocido. El cuarto de Henry era un amasijo de libros de publicaciones puneñas, en el cual tenían “inhallables” como la mítica revista Tea, donde Alejandro Peralta empezó a publicar sus primeros poemas modernistas. Entre sorbo y sorbo del vino y las anécdotas que me contaban y que yo intercalaba con noticias de Lima, fueron desenterrando, no sé cómo, publicaciones desde inicios del siglo XIX (el más antiguo era “El Constitucional de Puno” que databa de 1839), poemarios dados por perdidos de toda la tradición puneña, dibujos de Churata, fotografías de los Orkopata, libros que leyó Gamaliel (leía a Bergson, Nietzsche, Marx y Freud) y toda una guisa abrumadora de valiosa información. El clímax bibliográfico terminó en una incursión a un almacén donde se amontonaban hatos de periódicos y revistas antiguas, como si fueran costales de papas, todavía por clasificar, tarea que realizaban en sus tiempos libres con un esmero y pasión de bibliotecarios profesionales. Lamentablemente, no pude revisar toda la información que me interesaba. Al día siguiente era Navidad y mis amigos habían proyectado un merecido descanso cerca del mundano ruido. Por mi parte, aproveché para irme a la isla de Taquile antes de retornar a Lima.

Me impresionó positivamente el ambiente cultural puneño. Las reuniones en el parque El Pino, frente al colegio San Carlos donde estudiaron muchos de los Orkopata, representan lazos académicos entre todos los intelectuales puneños y una práctica exquisita de la bohemia, que incluye al “vendedor de periódicos”. Por otra parte, manejan información que no está restringida al ámbito regional. Como sus antecesores de los años 20, los nuevos intelectuales tienen información permanente con respecto a lo que sucede en Lima y a las otras provincias peruanas. Sin embargo, ellos sienten más empatía cultural con Bolivia que con la capital, debido a la cercanía geográfica y a la común tradición aymara. A Lima la ven con recelo y antipatía, como una ciudad que no se abre al interior y siempre tiene el rostro puesto hacia afuera. Lima sigue siendo la ciudad criolla, cuya cúpula intelectual muestra indiferencia hacia las provincias […] El encierro y la centralización de Lima es un reclamo permanente que muchas veces cuaja en proyectos políticos como el de Humala, cuya lógica es simplemente “voten por el candidato anti-Lima y pro-provincias”.

En este sentido, la tradición puneña se entronca en sus antecesores de Orkopata de los años veinte. Por eso existen tantos intentos por querer revalorar a sus integrantes, descubrir y redescubrir nuevos miembros, sepultar a otros que no dejaron legado escrito como a Inocencio Mamani, aunque Henry Esteban nos informó que había escrito teatro y poesía en quechua. Parte de este trabajo consiste también en la búsqueda bibliográfica que jóvenes como Henry o José Luis Velásquez realizan con esmero y paciencia; en contraparte, el manejo burocrático de la Biblioteca Municipal, de las autoridades o familiares descuidados de los Orkopata echan a perder joyas. Por ejemplo, José Luis Ayala, quien fuera director de esta biblioteca, denunció la pérdida de libros de poetas puneños que fueron destruidos porque se los consideraba en mal estado o muy viejos.

La revalorización de esta tradición representa una lucha constante por desmerecer la hegemonía cultural de la capital. En este sentido, ellos se apoyan en la cultura aymara boliviana y en los viajes que realizan a Buenos Aires, cuyo costo, afirman, es igual que viajar a Lima. La realización de encuentros entre escritores que comparten tradiciones periféricas tiene como objetivo insertarse dentro de la tradición literaria peruana. También se generan círculos dedicados al estudio de “literatura andina” como el Grupo Sur de Escritores Andinos que preside Jorge Flórez. Todos estos intelectuales sostienen una red de relaciones por correo e Internet por todo el Perú y el extranjero, aunque los canjes y trueques de libros o revistas es mínima comparada con lo que sucedió en los años 20.

A pesar de que existe un clima cultural bastante dinámico, no hay un adecuado rigor académico que permita revalorar esas tradiciones regionales. Hay algunas tesis sobre Churata o Alejandro Peralta en la Universidad de Puno que son puramente descriptivas o monográficas. Esto puede deberse a la carencia de herramientas teóricas novedosas que difícilmente llegan a Puno. Las dos revistas con más continuidad y prestigio, Apumarka y Pez de Oro, si bien tienen información muy importante, difícilmente cristalizan en artículos de análisis académicos serios. Además, hay bastante descuido con respecto a la redacción y ortografía.

Sospecho que esto tal vez se deba a una manera de transmitir que tiene una fuerte tradición oral. Por ejemplo, el que las bohemias se sostengan tan fuertemente y, sobre todo, que haya comunicación fluida entre todos los miembros y generaciones, supone un intercambio muy rico de información en el cual se superpone el discurso hablado al escrito. Transmitir un tipo de tradición —la aymara— que es oral, es una lucha permanente cuyo más épico caso es el de Gamaliel Churata. Esto representa todo un reto para los intelectuales de Puno por revalorar su tradición.
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Ilapso de Virgina Medina Rivera

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Por Arturo Caballero Medina

La poesía, a diferencia del ensayo o la narrativa, pareciera en la actualidad haber retrocedido en cuanto a su consumo por parte del lector. La novela y el cuento suelen llegar con mayor facilidad al lector masivo. Existen condiciones que favorecen este fenómeno: el aparato mediático y comercial que envuelve a la novela (o, específicamente, a los novelistas), la promocion de instituciones para la edición y difusión de dichas obras, además de los notables incentivos económicos que avalan las premiaciones literarias en narrativa.

No estamos en los 900, años de la rimbombante poesía musical y declamatoria de los modernistas, con poetas que destacaban por ser personajes públicos y grandes oradores que rompieron los esquemas establecidos y que sentaron las bases de la poesía peruana actual.

Asistimos en estas últimas décadas, creo yo, a la contemplación del fenómeno del poeta silencioso y marginal (vislumbrado y desde Eguren) y de un mismo tipo de lector que, respectivamente, producen y consumen la poesía en espacios reducidos de creación y discusión. En estas circunstancias, el poeta contemporáneo -al menos en nuestro medio- se ve obligado a recurrir a publicaciones colectivas en revistas de regular circulación, al intercambio de plaquetas o trifoliados en encuentros literarios o a publicar en breves ediciones autofinanciadas. Las revistas literarias logran satisfacer en algo la demanda de publicación pero, usualmente y salvo honrosas excepciones, terminan en el anonimato así como el poeta. El esfuerzo por rescatar a esos escritores es un reto planteado ya hace mucho, reto que debe ser asumido por la comunidad literaria en general.

Leyendo Ilapso y dialogando con su autora, me doy cuenta de la vasta producción literaria que se publica en Arequipa y que, a pesar de estar aquí a nuestro alcance, la desconocemos, o lo que es peor, conociéndola la ignoramos.

Es Virginia Medina Rivera una escritora -el género es lo de menos, importa el arte- que luego de un silencio de cuatro años (En pos del encuentro, 1999) nos brinda una poesía de meditada reflexión y agudo intimismo.

No pretendo agotar en este prólogo todas las impresiones de mi lectura acerca de Ilapso, pero sí adelantar a los futuros lectores, una semblanza de los poemas aquí contenidos.

Un tema recurrente es el misticismo. En el poema “Medianoche”, “campos postrados en religiosa meditación”, nos presenta una aguda visión del desarraigo existencial del ser humano en su vida cotidiana y mecanicista:

“inverosímiles húmeros
se suman al enredo
sin rodeos
inician macabra danza
danza de la muerte
danza de la muerte que al final nos ofrece un sembrío de rosas desgarradas “

Es el mismo tópico en “Santuario artificial”:
Hundidos en un cielo de cartón
cientos de ángeles desmoronan
las clavadas espinas
de cuadrados ojos
donde depositan su abandono

En “Tierra de Caín”, la muerte, soledad, el desarraigo y sobretodo, el tema del fratricidio resultan evidentes:

“cadáveres humanos
regaron las calles
y los ojos
amanecidas flores
se llevaron
el espanto
Ayacucho —decían—
Tierra de Caín”

Por otro lado, la increpación a Dios en “Presagiados vuelos”:

“Señor, señor
rabioso el látigo de las sombras
se levanta y truena
como noche inacabable
¿somos tu creación?”

Se dirige a Dios la pregunta cuestionadota e inquisitiva sobre el remordimiento divino acerca de la creación del hombre, ya que éste, en nombre de Dios ha cometido grandes atrocidades.

“Señor, estos pequeños
audaces diosillos
terrícola clonación
de Baal y Luzbell
se ufanan de su mortífera alma y entre las sombras van
demoliendo vientos”

Ilapso: éxtasis contemplativo de la realidad, visión existencial de la vida humana; es un llamado a la toma de conciencia social, a la sensibilidad con el otro desconocido, tan venida a menos en nuestra época de frialdad tecnológica y automatización de la vida. Pero va más allá de la simple contemplación, es un llamado a la acción, al compromiso con el otro, a trascender el pesimismo y a subvertir el estado imperante de las cosas.

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Ilapso de Virgina Medina Rivera

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Por Arturo Caballero Medina

La poesía, a diferencia del ensayo o la narrativa, pareciera en la actualidad haber retrocedido en cuanto a su consumo por parte del lector. La novela y el cuento suelen llegar con mayor facilidad al lector masivo. Existen condiciones que favorecen este fenómeno: el aparato mediático y comercial que envuelve a la novela (o, específicamente, a los novelistas), la promocion de instituciones para la edición y difusión de dichas obras, además de los notables incentivos económicos que avalan las premiaciones literarias en narrativa.

No estamos en los 900, años de la rimbombante poesía musical y declamatoria de los modernistas, con poetas que destacaban por ser personajes públicos y grandes oradores que rompieron los esquemas establecidos y que sentaron las bases de la poesía peruana actual.

Asistimos en estas últimas décadas, creo yo, a la contemplación del fenómeno del poeta silencioso y marginal (vislumbrado y desde Eguren) y de un mismo tipo de lector que, respectivamente, producen y consumen la poesía en espacios reducidos de creación y discusión. En estas circunstancias, el poeta contemporáneo -al menos en nuestro medio- se ve obligado a recurrir a publicaciones colectivas en revistas de regular circulación, al intercambio de plaquetas o trifoliados en encuentros literarios o a publicar en breves ediciones autofinanciadas. Las revistas literarias logran satisfacer en algo la demanda de publicación pero, usualmente y salvo honrosas excepciones, terminan en el anonimato así como el poeta. El esfuerzo por rescatar a esos escritores es un reto planteado ya hace mucho, reto que debe ser asumido por la comunidad literaria en general.

Leyendo Ilapso y dialogando con su autora, me doy cuenta de la vasta producción literaria que se publica en Arequipa y que, a pesar de estar aquí a nuestro alcance, la desconocemos, o lo que es peor, conociéndola la ignoramos.

Es Virginia Medina Rivera una escritora -el género es lo de menos, importa el arte- que luego de un silencio de cuatro años (En pos del encuentro, 1999) nos brinda una poesía de meditada reflexión y agudo intimismo.

No pretendo agotar en este prólogo todas las impresiones de mi lectura acerca de Ilapso, pero sí adelantar a los futuros lectores, una semblanza de los poemas aquí contenidos.

Un tema recurrente es el misticismo. En el poema “Medianoche”, “campos postrados en religiosa meditación”, nos presenta una aguda visión del desarraigo existencial del ser humano en su vida cotidiana y mecanicista:

“inverosímiles húmeros
se suman al enredo
sin rodeos
inician macabra danza
danza de la muerte
danza de la muerte que al final nos ofrece un sembrío de rosas desgarradas “

Es el mismo tópico en “Santuario artificial”:
Hundidos en un cielo de cartón
cientos de ángeles desmoronan
las clavadas espinas
de cuadrados ojos
donde depositan su abandono

En “Tierra de Caín”, la muerte, soledad, el desarraigo y sobretodo, el tema del fratricidio resultan evidentes:

“cadáveres humanos
regaron las calles
y los ojos
amanecidas flores
se llevaron
el espanto
Ayacucho —decían—
Tierra de Caín”

Por otro lado, la increpación a Dios en “Presagiados vuelos”:

“Señor, señor
rabioso el látigo de las sombras
se levanta y truena
como noche inacabable
¿somos tu creación?”

Se dirige a Dios la pregunta cuestionadota e inquisitiva sobre el remordimiento divino acerca de la creación del hombre, ya que éste, en nombre de Dios ha cometido grandes atrocidades.

“Señor, estos pequeños
audaces diosillos
terrícola clonación
de Baal y Luzbell
se ufanan de su mortífera alma y entre las sombras van
demoliendo vientos”

Ilapso: éxtasis contemplativo de la realidad, visión existencial de la vida humana; es un llamado a la toma de conciencia social, a la sensibilidad con el otro desconocido, tan venida a menos en nuestra época de frialdad tecnológica y automatización de la vida. Pero va más allá de la simple contemplación, es un llamado a la acción, al compromiso con el otro, a trascender el pesimismo y a subvertir el estado imperante de las cosas.

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CAYÓ EL HOMBRE

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Henry Cesar Rivas Sucari
henryrivas2001@yahoo.es

El proceso político que los latinoamericanos estamos viviendo es la versión final de las películas sobre gangster ítaloamericanos, pero nuestros gangster en este caso son políticos. Los dictadores en Latinoamérica generalmente o eran derrocados por otros parecidos a ellos, o vivían finalmente con impunidad. Pero pretender hacerles un juicio, o que paguen por sus atrocidades parecía solo digno de una película norteamericana sobre bribones.

Las discusiones en Latinoamérica nos han llevado a políticas de derecha y de izquierda. Ambas corruptas y pésimamente ejecutadas. Pinochet llegó a ser detenido por orden del juez de la Audiencia Nacional española; Baltasar Garzón en Londres, y permaneció dieciséis meses bajo arresto; si bien fue devuelto a su país, sus últimos años fueron abrumados por sus crímenes y latrocinios. Esa es la herencia que le ha dejado a su familia. Fujimori, el dictador que fugó del Perú con pasaporte japonés, volvió para ser extraditado y enjuiciado. Y ahora, el mayor de todos, el Premio Nóbel de los dictadores, Fidel Castro, después de casi 50 años en el poder; renunció a la presidencia de su país, enfermo y aún lúcido.

Se abren las puertas para elecciones libres y juicios internacionales. Si Fidel ya no es jefe de estado puede ser juzgado por sus crímenes, y muchos países piden ese derecho. La Audiencia Nacional española, tribunal que en los últimos años ha rechazado varias querellas contra él por la inmunidad que, según el derecho internacional, le otorgaba ese cargo, ahora tiene la oportunidad y la situación será distinta. Castro con su maltrecha salud, podría enfrentar juicios y pedidos de extradiciones.

Mientras tanto los norteamericanos no perdieron el tiempo; John Negroponte, subsecretario de Estado norteamericano; anunció que Estados Unidos no levantará el embargo a corto plazo. Un error, considerando que La ONU, en más de una vez recomendó a este país a dejar sin efecto dicha medida; además una medida torpe que dura tantas décadas y cuyo único logro ha sido el desprestigio de Estados Unidos y la razón para el régimen de Fidel Castro, como víctima del imperio.

Esperemos también, ya que la mano de la justicia debe alcanzar a todos, un esclarecimiento e investigación, sobre los intentos de asesinato organizados por la CIA, y por lo tanto, del gobierno norteamericano; hacia presidentes y líderes de otros países, entre ellos, Fidel Castro. Porque si Castro debe pagar por las tres mil muertes de su país. Bush también tiene una deuda con el mundo, por los asesinados civiles en Irak.

Los latinoamericanos no queremos apagar el televisor, hay película para rato.
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