Crónica sobre la bohemia cultural puneña

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Por Vladimir Terbullino

A partir de dos hechos fortuitos tuve contacto con el ambiente de la bohemia cultural en Puno, en diciembre de 2005. Llegué sin conocer a nadie, excepto al terrible soroche, famoso a los 4 000 m.s.n.m., el cual me obligó a beber un mate de coca bien concentrado, como recomiendan los manuales de turismo, además de evitar perderme la noche postrado en cama. Como todo errabundo perdido, comencé a caminar sin ton ni son, buscando restaurantes baratos para comer y alguna curiosidad en las ferias artesanales. Eran vísperas de Navidad y la calle principal, avenida Lima, bullía de transeúntes, turistas y negociantes que ofrecían desde carnitas hasta chompas de vicuña. En medio de esa marabunda comercial, encontré un letrero que con letras parcas decía: “Biblioteca Municipal de Puno”. Era una noche fría y en el segundo piso encontré una raza de hombres que detestaban el “mundano ruido” y se refugiaban en las lecturas sobre mesas carcomidas por las polillas. Apenas unas bombillas alumbraban lúgubremente la sala, mientras dos señores proveían la bibliografía requerida.

La mayoría era jóvenes —muy jóvenes, incluso— y eso me causó una extraña alegría. En esa biblioteca a la que asistía Gamaliel Churata quien llegara ser director con solo sus estudios primarios —luego me enteré— pude conseguir todas las obras de mi poeta estudiado, Alejandro Peralta, que en Lima había padecido conseguir e incluso hurtado una copia de su poemario Ande en San Marcos. Este fue el primer suceso fortuito.

El segundo suceso ocurrió a continuación, luego de haber sido expectorado de la biblioteca, mientras caminaba con mi cansancio a cuestas por la misma avenida Lima. Me llamó la atención encontrar un puesto de periódicos a esas horas, que expendía, entre calatas y muertos de los diarios matutinos, revistas de literatura y libros de corte académico, algunos eran fotocopias de publicaciones locales “agotadas”, como anunciaba el vendedor, orgulloso de sus posesiones. Allí compré el Pez de oro, cuyo contenido variaba desde la creación poética hasta la crítica literaria. Me llamaron la atención, en primer lugar, la portada que tenía el dibujo de una calata con poderosas caderas, muy bella. Luego, que una revista de literatura tuviera tanta continuidad –era el doceavo número-. Y, finalmente, el título similar a la obra de Churata. Inmediatamente llamé a uno de los directores de la revista, Víctor Villegas, a quien pude conocer al día siguiente.

Al día siguiente y en el mismo puesto de periódicos, compré Apumarka, revista abundante de páginas que también trataba sobre crítica y creación literaria. Con el mismo método llamé al director, Jorge Flórez Aybar, quien, con voz seria, me citó para encontrarnos en el Centro Cultural Sur de Escritores Puneños. El lugar parecía un trozo de la casona de San Marcos, con sus escaleras de madera que crujían al pisarlas. En el segundo piso estaba este personaje con otros amigos que charlaban amenamente. La impresión fue estar en una de esas conversas de la Lima de los veinte, con un café humeante y la pasión por los libros. Era como hallar una de esas bohemias perdidas de la capital, que ahora degeneran en chupa pelada y trifulcas, sin otro fin que el ojo morado y la pose de poeta maldito. José nos recibió muy bien —a mí y a mi compañera—, me brindó datos importantes para mi tesis y de paso, nos regocijamos con la chismografía local: “Mamani ha hecho mucho daño a los Orkopata brindando información falsa”. “Créele a Tamayo Vargas, el verdadero lugar de reunión de Churata está en Caja de Aguas.” Allí también me informó que el vendedor de periódicos tan osado había estudiado una maestría en lingüística; sin embargo, se aferraba al oficio porque siempre lo había hecho y de ese modo era feliz. “A propósito, también ha publicado un artículo en Apumarka. Esa tarde, fui a conversar con este personaje, Prudencio Ramos, el cual me sorprendió con su cultura bibliográfica, la agenda cultural tanto de Puno como de otras regiones del Perú, incluyendo Lima, sus críticas a los libros que él vendía y el raje hacia la intelectualidad de biblioteca.

La noche del día siguiente fui al encuentro de mi amigo Víctor, en la plaza de la calle Lima. Me había prometido presentarme a “los jóvenes”, los cuales estaban muy enterados con respecto a la “bibliografía perdida” de los Orkopata. Sonaba sobre todo el nombre de José Luis Velásquez, quien a sus 25 años ya contaba con estudios de doctorado en Humanidades. Nunca encontré a Víctor, pero sí a Jorge Flórez Aybar, quien disertaba con un grupo de muchachos a los cuales me presentó de inmediato y me dejó a la vera con ellos, sin saber cómo afrontar el asunto. Al parecer, se mostraban desconfiados, pero poco a poco, cuando se enteraron sobre mi proyecto de estudiar a Peralta, me fueron prestando su confianza. Me invitaron a caminar hacia la casa de Henry Esteban —ya sabía que era un coleccionista bibliográfico sobre Puno, gracias a Víctor— para conversar con más comodidad y escapar del punzante frío altiplánico. Les invité un vino y eso me permitió tener acceso a una de las bibliotecas más fabulosas que he conocido. El cuarto de Henry era un amasijo de libros de publicaciones puneñas, en el cual tenían “inhallables” como la mítica revista Tea, donde Alejandro Peralta empezó a publicar sus primeros poemas modernistas. Entre sorbo y sorbo del vino y las anécdotas que me contaban y que yo intercalaba con noticias de Lima, fueron desenterrando, no sé cómo, publicaciones desde inicios del siglo XIX (el más antiguo era “El Constitucional de Puno” que databa de 1839), poemarios dados por perdidos de toda la tradición puneña, dibujos de Churata, fotografías de los Orkopata, libros que leyó Gamaliel (leía a Bergson, Nietzsche, Marx y Freud) y toda una guisa abrumadora de valiosa información. El clímax bibliográfico terminó en una incursión a un almacén donde se amontonaban hatos de periódicos y revistas antiguas, como si fueran costales de papas, todavía por clasificar, tarea que realizaban en sus tiempos libres con un esmero y pasión de bibliotecarios profesionales. Lamentablemente, no pude revisar toda la información que me interesaba. Al día siguiente era Navidad y mis amigos habían proyectado un merecido descanso cerca del mundano ruido. Por mi parte, aproveché para irme a la isla de Taquile antes de retornar a Lima.

Me impresionó positivamente el ambiente cultural puneño. Las reuniones en el parque El Pino, frente al colegio San Carlos donde estudiaron muchos de los Orkopata, representan lazos académicos entre todos los intelectuales puneños y una práctica exquisita de la bohemia, que incluye al “vendedor de periódicos”. Por otra parte, manejan información que no está restringida al ámbito regional. Como sus antecesores de los años 20, los nuevos intelectuales tienen información permanente con respecto a lo que sucede en Lima y a las otras provincias peruanas. Sin embargo, ellos sienten más empatía cultural con Bolivia que con la capital, debido a la cercanía geográfica y a la común tradición aymara. A Lima la ven con recelo y antipatía, como una ciudad que no se abre al interior y siempre tiene el rostro puesto hacia afuera. Lima sigue siendo la ciudad criolla, cuya cúpula intelectual muestra indiferencia hacia las provincias […] El encierro y la centralización de Lima es un reclamo permanente que muchas veces cuaja en proyectos políticos como el de Humala, cuya lógica es simplemente “voten por el candidato anti-Lima y pro-provincias”.

En este sentido, la tradición puneña se entronca en sus antecesores de Orkopata de los años veinte. Por eso existen tantos intentos por querer revalorar a sus integrantes, descubrir y redescubrir nuevos miembros, sepultar a otros que no dejaron legado escrito como a Inocencio Mamani, aunque Henry Esteban nos informó que había escrito teatro y poesía en quechua. Parte de este trabajo consiste también en la búsqueda bibliográfica que jóvenes como Henry o José Luis Velásquez realizan con esmero y paciencia; en contraparte, el manejo burocrático de la Biblioteca Municipal, de las autoridades o familiares descuidados de los Orkopata echan a perder joyas. Por ejemplo, José Luis Ayala, quien fuera director de esta biblioteca, denunció la pérdida de libros de poetas puneños que fueron destruidos porque se los consideraba en mal estado o muy viejos.

La revalorización de esta tradición representa una lucha constante por desmerecer la hegemonía cultural de la capital. En este sentido, ellos se apoyan en la cultura aymara boliviana y en los viajes que realizan a Buenos Aires, cuyo costo, afirman, es igual que viajar a Lima. La realización de encuentros entre escritores que comparten tradiciones periféricas tiene como objetivo insertarse dentro de la tradición literaria peruana. También se generan círculos dedicados al estudio de “literatura andina” como el Grupo Sur de Escritores Andinos que preside Jorge Flórez. Todos estos intelectuales sostienen una red de relaciones por correo e Internet por todo el Perú y el extranjero, aunque los canjes y trueques de libros o revistas es mínima comparada con lo que sucedió en los años 20.

A pesar de que existe un clima cultural bastante dinámico, no hay un adecuado rigor académico que permita revalorar esas tradiciones regionales. Hay algunas tesis sobre Churata o Alejandro Peralta en la Universidad de Puno que son puramente descriptivas o monográficas. Esto puede deberse a la carencia de herramientas teóricas novedosas que difícilmente llegan a Puno. Las dos revistas con más continuidad y prestigio, Apumarka y Pez de Oro, si bien tienen información muy importante, difícilmente cristalizan en artículos de análisis académicos serios. Además, hay bastante descuido con respecto a la redacción y ortografía.

Sospecho que esto tal vez se deba a una manera de transmitir que tiene una fuerte tradición oral. Por ejemplo, el que las bohemias se sostengan tan fuertemente y, sobre todo, que haya comunicación fluida entre todos los miembros y generaciones, supone un intercambio muy rico de información en el cual se superpone el discurso hablado al escrito. Transmitir un tipo de tradición —la aymara— que es oral, es una lucha permanente cuyo más épico caso es el de Gamaliel Churata. Esto representa todo un reto para los intelectuales de Puno por revalorar su tradición.

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