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Crítica literaria y reseña de libros

CANDELA QUEMA LUCEROS. TESTIMONIO, MEMORIA Y VIOLENCIA

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Arturo Caballero

Félix Huamán Cabrera (Pariamarca, Canta, 1943), al igual que muchos escritores en nuestro país, comparte la creación literaria con la docencia universitaria. Su labor novelística no es reciente. Así lo demuestran Por la nieve habían venido (1972), El pedregal de Yaname (1974), Agua encanta (1978), El toro que se perdió en la lluvia (1984), Candela quema luceros (1989), Noche de relámpagos (1994), Sierpe de acero y soles de oro (2000), En las espigas de junio (2001) y Ladraviento (2002). Su obra literaria es parte de un proceso de emergencia que desde el margen de la metrópoli limeña y provinciana revela un lamentable ninguneo hacia las publicaciones que no satisfacen a la crítica oficial, a las editoriales transnacionales, a los medios de comunicación y a los escritores consagrados, más aún si provienen, como acabo de señalar, de los márgenes del circuito oficial.

Candela quema luceros va por su cuarta edición (San Marcos, 2009) y según testimonio de su autor ha superado los 12.000 ejemplares. Marcel Velásquez, en su análisis sobre el centro y los márgenes en la narrativa peruana contemporánea, comenta que fue gracias a la investigación de Mark R. Cox sobre la novela peruana de la violencia política que esta novela capturó el interés de críticos en los Estados Unidos antes que en el Perú. Y así como ella, muchas otras novelas son verdaderos éxitos editoriales en sus regiones o en circuitos reducidos de la capital, pero invisibles para el gran público hasta que tengan la fortuna de ser descubiertas por la crítica especializada o los medios de comunicación hegemónicos.

Esta novela cuenta, a modo de un extenso monólogo en segunda persona, la historia de la masacre de la comunidad de Yawarhuaita cometida por la acción represiva de las fuerzas del orden. Cirilo, único sobreviviente y testigo de la devastación de su pueblo, se niega a aceptar la muerte de sus compoblanos, por lo cual se empeña en reanimarlos exigiendo a sus cuerpos yacentes que se levanten para retomar sus labores cotidianas. Este monólogo es alternado con la narración en tercera persona de sucesos previos y posteriores a la masacre y por el relato en primera persona del testimonio de Gelacho, un abigeo que profanó el altar de la niña Sarapalacha al interior de una cueva, a quien la comunidad de Yawarhuaita le rendía especial veneración. El resultado de esta ofensa según los comuneros será el advenimiento de tragedias para el pueblo, por lo que acuerdan castigar al culpable recurriendo en primera instancia a las autoridades de la localidad.

Ante la falta de interés del juez y la policía, la comunidad decidió hacer justicia por sus propias manos de acuerdo a sus tradiciones, para lo cual aprehendieron al culpable luego de que fuera liberado. Los principales de la comunidad se quejaron ante el juez por este hecho, pero solo provocaron su disgusto, pues la supuesta niña asesinada por Gelacho para las autoridades no era más que unos pedruscos mal apilados al interior de una cueva. Los principales fueron arrestados y después liberados a la fuerza por una indignada turba de comuneros. La respuesta fue una violenta incursión armada contra Yawarhuaita para «sofocar la desobediencia, y controlar la situación y hacer respetar las leyes». Al término de la refriega, Cirilo sale de su refugio y contempla la comunidad devastada: no quedó sobreviviente alguno. Una comisión investigadora lo encuentra en el preciso instante en que inútilmente conmina a los comuneros asesinados a que se reincorporen, por lo cual es tomado como un demente incapaz de informar sobre lo acontecido en el lugar.

El animismo y el pensamiento mítico están muy presentes en esta novela. La estrecha relación entre el hombre andino y la naturaleza es una constante desde las palabras iniciales dirigidas a José María Arguedas. Más adelante, Cirilo y el narrador en segunda persona que lo interpela evocan la veneración de los comuneros hacia los animales y la tierra, los cuales son dotados de humanidad, pues son susceptibles de padecer las desgracias que afectan a los hombres. De igual modo, las cualidades más despreciables se transfieren a las serpientes, los pumas y los cuervos para reforzar su semejanza con los autores de la masacre. De otro lado, las montañas y los cerros cumplen deseos pero a cambio exigen respeto, de lo contrario causan desastres. Asimismo, hay una explicación mítica sobre el origen de la violencia: la profanación del altar de la niña Sarapalacha por parte de Gelacho. La violenta represión armada contra el pueblo se explica como consecuencia de esa profanación. Esto evidencia que la cosmovisión andina racionaliza míticamente la realidad del momento de acuerdo a cómo se presenta, planteando una explicación-interpretación propia, alterna a la que se construye desde la ciudad letrada.

El valor de lo testimonial para la conservación de la memoria y la construcción de una verdad histórica es un aspecto muy importante en esta novela. Gelacho muerto explica cuál fue la verdad de los hechos que lo involucran como causante de las desgracias que sobrevinieron contra Yawarhuaita. Es un muerto que da testimonio, desea que le crean; por eso brinda detalles. Gelacho comparte con Cirilo su testimonio para que se conozca «su» verdad. Necesita de una voz intermediaria que acredite su discurso. Detrás de la imposibilidad de comunicarse, pues aquel está muerto y este vivo, y del empeño de Cirilo por reanimar a los muertos hay dos demandas que luchan conjuntamente por revelarse: la verdad y la memoria. Por ello es que para reanimarlos Cirilo les recuerda qué hacían, cómo eran cada uno, y lo grato de la vida comunal en el pasado. Los trata como si estuvieran vivos y les exige volver a trabajar. En su condición de sobreviviente, siente que le corresponde desenterrar los cadáveres de quienes no descansarán hasta que se escuchen o descubran sus testimonios con el fin que complementen las versiones predominantes en el presente, o las modifiquen radicalmente.

Cirilo es la voz de los muertos: habla y recuerda por ellos. En otros apartados lo hace el narrador en segunda persona que se dirige a él. Por otro lado, Cirilo y Gelacho mantienen un diálogo trunco en el que existe simultaneidad, pero no interacción. Cirilo no obtiene respuesta de los muertos y Gelacho tampoco logra ser escuchado por Cirilo. Pese a ello, se interrogan y reclaman mutuamente, se lamentan y arrepienten y no se dan por vencidos en sus propósitos: mantener vivo el recuerdo de los comuneros y revelar su propia versión de los hechos. Aquí es muy importante evaluar la actitud de Gelacho en su afán de trascender su verdad más allá de la muerte, lo cual junto al esfuerzo de Cirilo hacen de esta historia una metáfora de la lucha contra el olvido.

Lo anterior tiene relación con que las víctimas sean testimonio silencioso de un pasado violento. Aun muertos, revelan información que complementa la versión que de su historia trágica predomina en el presente. Quieren ser escuchados, que no se los olvide. Están muertos pero existen en tanto tienen mucho que decir. Lo único que los haría desaparecer es el olvido y con ello sus testimonios. El esfuerzo de Cirilo es el de mantenerlos vivos mediante la evocación de la memoria personal y colectiva: hablándoles sobre cómo eran cada uno de los muertos reconstruye la historia de la comunidad hasta las vísperas de la masacre. En buena cuenta, su memoria es lo que mantiene vivos a los comuneros masacrados.

Al igual que en Retablo hay un desencanto por lo que ofrece la ciudad: el progreso y el conocimiento no compensan la decadencia moral en la cual la urbe sumerge al migrante andino, a quien corrompe, o en el mejor de los casos, lo estabiliza económicamente pero a costa del desarraigo. Gelacho no solo se aculturó en la ciudad sino que sus defectos se acentuaron; prueba de ello es su degradación moral y la falta de respeto a las creencias de la comunidad que posteriormente desestima, ya que considera estar fuera del alcance del castigo de las divinidades porque ya conoció otras realidades donde ello no funciona así. Si bien su experiencia con la urbe fue marginal, pues solo llegó a los linderos, bastó ese leve contacto para «contagiarse» de su influjo.

Otro aspecto importante es la relación entre las instituciones y la comunidad. Gelacho fue forzado mediante tortura a confesar que mató a una «niña». De nada le sirvió explicar el mito, porque no le creyeron. Al tomarle declaración, solo quedó claro que confesó un crimen, cuyos detalles o aclaraciones sobre el mito de la Sarapalacha fueron irrelevantes para las autoridades hasta el momento en que verificaron que Gelacho no asesinó a una niña real sino que profanó la cueva de Quipani donde para los comuneros de Yawarhuaita habitaba una divinidad benefactora de la comunidad. Las autoridades menospreciaron el valor de ese lugar sagrado al no mostrarse dispuestos a comprender la importancia que tenía para los comuneros ni la gravedad del acto cometido por Gelacho. El agresor fue liberado luego que las autoridades desestimaran la acusación, ya que para el juez se trató de una burla. El desprecio por la causa de la comunidad manifestado por los representantes de las instituciones del Estado encargados de impartir justicia evidencia que la cultura hegemónica amparada en la institucionalidad solo hace extensivos sus alcances a los sujetos que comparten una idea excluyente de nación donde respeto mutuo de los valores culturales no tiene lugar sino la jerarquización de la diferencia cultural es desmedro de los más vulnerables.

Esta situación determinó que la ley de la comunidad entre en confrontación con la ley del Estado al igual que las instituciones comunales respecto a las judiciales y policiales. Para la comunidad de Yawarhuaita las instituciones del Estado perdieron legitimidad en el momento que restaron importancia a su demanda de justicia. Mientras el juez no vio en el acto de Gelacho una falta que ameritara su detención, los comuneros exigían un castigo ejemplar que al no poder obtenerlo dentro del sistema previsto por las instituciones del Estado, no les quedó más remedio que recurrir a sus propias instituciones comunales por una cuestión de representatividad real.

En este punto es muy nítida la impronta del caso Uchuraccay. La interpretación de la comisión que tuvo a su cargo la investigación de la masacre de los periodistas fue que se trató de un malentendido producto del atraso cultural en el que subsistían algunas comunidades de los andes respecto al resto de la nación. Se sostuvo que los periodistas fueron asesinados de acuerdo a un ritual ancestral destinado para combatir a seres demoníacos. El abandono en el que estas comunidades permanecieron, visible por el desconocimiento de las leyes e instituciones del Estado y, por el contrario, su fidelidad a prácticas ancestrales para la regulación de la vida social también se expusieron como explicaciones de la conducta violenta atribuida a los comuneros de Uchuraccay. Por esta razón es muy significativo que al final del relato una comisión se haga presente, interrogue a Cirilo y luego concluya que en Yawarhuaita no ha quedado nadie sino un demente incapaz de informar algo.

A pesar que el sujeto andino queda fijado dentro de un estereotipo muy trajinado en la narrativa indigenista —el colectivismo, el animismo y el aislamiento cultural— el mayor acierto de Candela quema luceros está en el valor que le otorga al testimonio, como una demanda que trasciende el silencio y que es consecuencia de la necesidad de las víctimas por compartir su verdad. También destaca por la reflexión que suscita acerca de la dificultad de construir una memoria colectiva dentro de una nación heterogénea, socioculturalmente jerarquizada y consecuentemente plena de tensiones entre el Estado y las identidades culturales, y entre las instituciones nacionales y las instituciones marginales no reconocidas por el establishment pero que son más significativas para sus miembros que las primeras. Y finalmente por constituirse en un relato que simboliza la lucha contra el olvido, el mayor asesino de la memoria.

Arequipa, 9 de marzo de 2012 Sigue leyendo

ENTREVISTA A JULIÁN PÉREZ, AUTOR DE RETABLO (2004)

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Por Arturo Caballero

AC: En los últimos años, se observa un creciente interés de narradores, críticos y editoriales en el discurso del conflicto armado interno o violencia política. ¿En tu opinión, se trata de un interés espontáneo o está condicionado por otras variables?

De hecho que está condicionado por diversas variables. Supongo que cualquier motivación es válida para escribir una obra con una referencia tan llamativa; pero es preciso señalar que cada interés trae a colación una obra. Creo yo que hay tres variables importantes entre otras que pueden señalarse: el afán por vender el tema y pretender acceder al canon de la literatura peruana por esa vía; responder a la preocupación por negar toda posibilidad de razón estructural al tema de la violencia habida en las décadas del 80 y del 90, que estaría atada a un afán de lanzamiento editorial; y, finalmente, por reflexionar y explicar las motivaciones históricas y estructurales de hechos tan dramáticos que costó tantas vidas y marcó a toda una generación. Aunque es posible que las fronteras no sean tan rígidas entre una y otra variable.

AC: De acuerdo a ello, entonces, ¿podemos hablar de una narrativa de la violencia política en el Perú o se trata de un condicionamiento editorial y/o de la crítica especializada como manifestó Miguel Ángel Huamán en su polémica con Gustavo Faverón?

Creo que se trata de ambas cosas. No tengo la suerte de conocer a Faverón ni he leído sus opiniones; pero sí a Miguel Ángel Huamán, un académico especializado en los estudios literarios y del discurso en general que va renovando su aparato teórico de modo permanente; me parece que sus afirmaciones al respeto del tema de la violencia son acertadas e importantes, aun cuando decir que la aparición de tantas obras que tematizan la violencia política se debe sólo a la exigencia editorial o de la crítica no es del todo acertado.

AC: De las diversas investigaciones o antologías de relatos sobre la violencia política, ¿cuáles son las que te parecen más reveladoras y frente a cuáles tienes tus mayores reparos?

Creo yo que el estudio más importante es el de Miguel Gutiérrez; también son importantes los estudios de Miguel Ángel Huamán, de Santiago López Maguiña, de Juan Carlos Ubilluz y de Víctor Vich; así como los trabajos críticos de Ricardo González Vigil, sobre todo por la amplitud de su mirada en la incorporación de textos de diversas perspectivas en cuanto a la referencia de la violencia política. Lo de Gutiérrez tiene la particularidad de proponer aspectos reflexivos en los que no necesita arrojar al territorio del mal puro al sujeto subversivo para explicar sus excesos y su performance; ni se deja avasallar, en mi concepto, con la abrumadora parafernalia discursiva construida por los medios de comunicación de la hegemonía, en los que al sujeto subversivo se le ha vaciado de toda capacidad humana en un afán de convertirlo en un mero homo sacer y dejarlo sin ningún argumento. Además, articula sus propuestas en las márgenes de la intelectualidad académica, desde espacios más o menos libres de control y manipulación mental.

AC: Acerca de Retablo. Es una novela que ha obtenido muy buenos comentarios tanto del público lector como de la crítica. Particularmente, me parece muy sólida en varios aspectos: el enfoque narrativo, las líneas argumentales, el lenguaje y el amplio repertorio de variables sociales, culturales, políticas, ideológicas y económicas que permiten comprender más que sentenciar el proceso de la violencia política en el Perú. ¿Algún propósito en especial orientó la escritura de Retablo?

No puedo afirmar de una motivación expresa. Tal vez podría hablarse de una necesidad. Tuve una idea que me perturbaba antes de iniciar la escritura de Retablo: comprender y explicarme el porqué de los acontecimientos tan dramáticos que a fin de cuentas es lo que abunda en la historia de los hombres aunque queramos usar la estrategia del avestruz y pretendamos engañarnos con que la violencia social y política es el invento de un loco, que las violentas diferencias jerárquicas entre los grupos humanos es un invento del marxismo, que todo aquel que se atreve contra la mansedumbre es un totalitario. Leer novelas u otras obras literarias es, en la mayoría de los casos, sumergirse en un mar de violencia a veces inusitada y tan dramática que perturba y desafía la razón; leer La Biblia, por muy sagrada que parezca, la Iliada, Guerra y Paz, incluso la carnavalesca Gargantúa y Pantagruel, Los miserables, hasta saltarnos a Las benévolas, por citar ejemplos cumbres, es atravesar un campo sembrado de violencia, dramatismo y dolor que proviene del enfrentamiento de grupos humanos que no tienen nada que envidiar a los animales salvajes. Creo que Retablo intenta dar una respuesta a esta necesidad existencial de su autor.

AC: ¿Lo autobiográfico fue el insumo principal para escribir esta novela?

No tanto, pero sí, como en la ejecución de cualquier obra novelística siempre hay algún aprovechamiento de aspectos autobiográficos. Hay en la novela modelos reales, pero hay más la existencia de seres ficticios, de espacios inventados aunque todo eso esté teñido por lo vivido y lo amado o lo sufrido. Aun cuando puede haber ese insumo lo fundamental es que mi trabajo se orienta a la reflexión y la búsqueda de una explicación de la vida de los personajes; de sus posturas, de su performance frente a lo que le plantea la sociedad peruana.

AC: Un elemento que adquiere mucha importancia en la novela es el empeño de Néstor y Escola, padres de Manuel Jesús, porque sus hijos estudien en la escuela y la universidad, así como la influencia ejercida por el saber letrado en la expansión de la ideología de los alzados en armas, sobre todo en los jóvenes estudiantes hijos de campesinos. También se observa que el grado de apasionamiento por el saber fue en algunos casos proporcional a la intensidad con la cual jóvenes como Grimaldo se plegaron a la lucha armada ¿Acaso las humanidades y las ciencias sociales en vez de humanizar deshumanizaron a quienes buscaban una explicación racional de la realidad y de su propia historia?

Más allá de las fantasías culturales que gobiernan la vida de los hombres, la verdad es una para todos. Ocurre que, en efecto, hay un saber letrado opuesto, de algún modo, al saber letrado hegemónico, que a veces se tiñe de ciertos aspectos acontecimentales, articula un suplemento en la situación y desgarra las fantasías que años de dominio cultural hegemónico nos hicieron (y nos hacen) creer como verdades indubitables. Cuando los jóvenes alto andinos se apropiaron del saber letrado articulado por la cultura de la resistencia, comprendieron que, por ejemplo, las grandes diferencias sociales no son una disposición de Dios sino un producto meramente histórico; de manera que la supuesta búsqueda de humanización del saber letrado hegemónico (Peter Sloterdijk afirma que las ciencias humanas no son sino un recurso para domesticar a los hombres) sólo busca hacer del hombre un tranquilo animal sufriente y resignado; en cambio el saber letrado de la resistencia desestabiliza lo anterior, de manera que los jóvenes andinos, como los personajes de Retablo, al racionalizar la historia de los hombres y su propia historia se convirtieron en sujetos “deshumanizados”.

AC: En Retablo no se encuentra un lenguaje pleno de quechuismos, salvo los que identifican la toponimia o a personajes de la región; tampoco hay una supervaloración de lo indígena andino ni extensas evocaciones de lo mágico-mítico-religioso del pensamiento andino. Observo, más bien, que se expone el mundo andino bastante permeable —y no menos conflictivo— con la modernidad, lo cual me parece un punto de quiebre respecto a otras novelas que abordan la violencia política. ¿Cuál es tu apreciación al respecto?

Creo que Retablo observa el mundo andino atravesado de modernidad; no lo ancla en un instante pre-moderno, atrapado por el fantasma de la nación cercada como sí lo hacen otras novelas según afirma Juan Carlos Ubilluz en su valioso estudio Contra el sueño de los justos. Creo que Retablo toma en cuenta el desenvolvimiento del mundo andino dentro de la dinámica de las relaciones culturales del mundo actual. Quisiera hacer aquí una atingencia: si validamos una obra supuestamente andina por la referencia que trae no podemos perder esta perspectiva; muchas de las novelas supuestamente andinas y que traen el tema de la violencia presentan un referente andino en los niveles culturales, sociales y económicos esencialmente premodernos, donde los cholitos y las cholitas siguen, por decir, vistiendo poncho y pollera cuando observamos que aun en los puntos más lejanos de las zonas andinas el poblador de la actualidad usa vaquero y gorro, además de llevar sus bultos ya no en llikllas y costalillos sino en mochilas. Leo con asombro cómo obras supuestamente andinas lo que crean es la imagen del poblador andino como lo quiere el otro cultural occidentalizado, que casi nada ha cambiado con respecto al “indio que asoma de su rústica mansión”. Pero no sólo eso, sino que hay “críticos” que sobrevaloran dichas obras porque según ellos nos hablan del Ande, de su cultura, de sus mitos y representa su “racionalidad”; sospecho que lo que quieren estos críticos es también vender la imagen del sujeto andino como lo quiere la hegemonía cultural a cambio de su autoafirmación como intelectuales y la aceptación de sí mismos por la cultura hegemónica. En este afán, estos últimos, se han reinventado la importancia de Churata o de Arguedas y lo han convertido en tótems sagrados, en dioses de la “racionalidad” del “runa”.

AC: En el enfoque notablemente realista de tu narrativa debieron influir algunos autores que te formaron como lector. ¿A qué escritores sueles retornar regularmente o consideras que influyeron decisivamente en tu oficio de novelista?

De hecho que hay una implícita o explícita relación intertextual con obras diversas que han sido parte de mi formación literaria. Admiro incluso hasta ahora a Guy de Maupassant, el gran cuentista francés del siglo XIX, a los grandes clásicos Como Cervantes, Proust, Joyce o Kafka; a los latinoamericanos como Rulfo, Guimaraes Rosa, Roa Bastos, Onetti; a los nuestros como Vallejo, Alegría, Arguedas entre otros. Con ellos me inicié en el ejercicio de la lectura y de la escritura literaria y, desde luego, tuvieron que ver en mí como escritor y como sujeto cultural. No puedo dejar de mencionar el papel que jugaron mis padres en mi formación literaria, como agentes que me incorporaron al maravilloso mundo de la tradición oral. Recuerdo que con ellos teníamos asegurado el deleite de asistir a los relatos orales, en nuestra lejana niñez y en las noches mágicas y algo góticas del pueblito ayacuchano de Espite. Cada uno de ellos tenía un repertorio inacabable de relatos orales que me hacía pensar que esa afición y no otra fue la que les unió hasta la tumba.

AC: ¿Cuál fue el mayor desafío que enfrentaste al escribir Retablo?

Instalar una voz marginal, periférica, que de alguna manera articule una perspectiva nueva, diversa o distinta al tomar como referente principalmente los eventos dramáticos de la década del 80. Pero no sólo eso sino darle voz al verdadero sujeto singular; sin embargo, una cosa son los buenos deseos y otra muy distinta es haber logrado lo que se ha querido.

AC: Diferentes científicos sociales han señalado la violencia estructural, resultante de la pobreza, discriminación, aislamiento y abandono históricos a lo que estuvo expuesta la región de Ayacucho, como la causa de que la ideología del PCP-SL tuviera acogida en algunos sectores de la población. Desde la literatura, ¿opinas que Retablo apoyaría esta explicación?

Creo que va por allí, en tanto que diversos críticos apuntan logros en la novela que van más allá de la simple representación de una referencia.

AC: El indigenismo dominó gran parte de las investigaciones en ciencias sociales y humanidades, así como la creación en artes y letras. ¿Tienes alguna lectura particular del indigenismo hoy en el contexto del centenario de Arguedas y del auge de la narrativa de la violencia política?

Mira, a mi no me interesa mucho la paja; seguramente hay mucha razón en lo que dicen de Arguedas pero yo lo que tengo claro es que sus personajes no son sujetos que atraviesan el desafío del acto ético como sí lo hacen, por ejemplo, los personajes de Ciro Alegría. Lo del indigenismo me interesó más bien como propuesta política y cultural en un momento dado de la historia del Perú; pero, andando los años, se ha convertido en una suerte de discurso anacrónico aun en muchos de los escritores andinos actuales. No sólo me importa el dolor de los habitantes de las pequeñas aldeas andinos sino también lo que pasa en la aldea global.

AC: En lo personal, cada vez me convenzo más de que la novela es un género en el cual se demuestran hipótesis acerca de la realidad, pero bajo un registro diferente al académico. En ciertos casos, esta cualidad es más evidente que en otras. Incluso, es posible que el autor no sea consciente de tal hipótesis novelística. Si tuvieras que enunciarlo de alguna manera, ¿Existe tal cosa en tu novela? ¿Cuál sería la “tesis” que sostiene Retablo?

No tengo duda con respecto a que la literatura y el arte, en general, son formas de conocimiento especiales. El discurso literario no sólo es deleite, ejercicio lúdico, trabajo de la forma, elección de contenidos, sino reflexión, sugerencias y propuestas no sólo para comprender la historia sino la subjetividad y la intersubjetividad humana. Escritores como Palma, Vallejo, Arguedas, Alegría, entre los más notables, expresan en sus obras incluso un implícito proyecto de nación peruana.

AC: ¿En tus próximos proyectos de novela seguirás explorando el tema de la violencia política? ¿Podrías adelantarnos algo de tu próximo trabajo?

Tengo dos novelas casi concluidas; estoy por definir el título de cada una de ellas. Aunque el referente ya no es específicamente la década del 80, estas novelas siguen indagando por otros temas afines a las relaciones humanas.

Pueblo Libre, Lima, 7 de febrero de 2012 Sigue leyendo

RETABLO Y LAS COORDENADAS DE LA VIOLENCIA

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Novela escrita bajo un registro testimonial, narrada a manera de una indagación en la memoria personal y colectiva de una comunidad, cuyos individuos constituyen una red fundamental en la historia de Manuel Jesús Medina, protagonista principal. El regreso a Pumaranra lo confronta con su pasado, su historia y su memoria. Este viaje hacia su pueblo inicia un proceso de reactivación de la memoria que implica desentrañar, hallar y revelar una explicación acerca de su tragedia personal y la de sus compoblanos. Todo apunta hacia la violencia armada que asoló la región en los 80, cuyos orígenes, sin embargo, se remontan mucho tiempo atrás. Esta búsqueda en el pasado determinará el momento en que se inició la violencia, las causas y circunstancias en que se produjo, y las secuelas que aún se prolongan hasta el presente. De este modo, la vuelta al pasado se propone como un medio para la reparación del presente, un presente insatisfactorio, incompleto, carente de sentido. La comprensión del porqué, cuándo y cómo sucedieron los hechos de la violencia le permitirán a Manuel Jesús evaluar con mayor perspectiva su propio presente y el accionar de los actores: victimarios, víctimas y cómplices.

Retablo (Lima, 2004) sitúa las coordenadas del origen de la violencia en las confrontaciones entre los «uquis» notables de Pumaranra, terratenientes y autoridades, y los indios «chutos», pobladores desclasados y desposeídos, en particular entre el linaje de los Amorín y el clan de los Medina. También, en la rivalidad histórica entre las comunidades de Lucanamarca y Pumaranra. La perdurabilidad de esta violencia subsistente a lo largo del tiempo fue acumulando una reserva de resentimiento en las víctimas, pues muchos jóvenes de la región, así como Grimaldo, el hermano de Manuel Jesús enrolado en las huestes de los subversivos, hallaron en su propia historia familiar y comunal las justificaciones para revertir esta situación mediante una lucha armada contra el poder que los oprimía: el de los notables de Pumaranra y Lucanamarca, y el de las autoridades políticas que los apoyaban. En ese preciso momento, la violencia social de alcance cotidiano (odios personales, venganzas, asesinatos, agravios y abusos reiterados, y la ambición de los lucanamarquinos por las minas de sal de Pumaranra) desbordó cuando lo ideológico-político apuntaló una respuesta violenta contra una historia de agresiones igualmente violentas. En consecuencia, cuando la cotidianeidad de la violencia social se institucionalizó, es decir, cuando formó parte de las prácticas que regulan las relaciones entre los miembros de una comunidad, donde un grupo social actúa en perjuicio de otro sin posibilidad de cambio para los más vulnerables, debido a que el poder político es cómplice de tal situación, dicha violencia acumulada explicaría el origen y desarrollo de la violencia política.

De este modo, el discurso de la lucha armada contra el Estado, sus instituciones y autoridades surgió como reacción ante el abuso de poder cometido por quienes se coludieron («uquis» de Pumaranra y Lucanamarca) contra una población a la cual no se consideró como ciudadanos sino como siervos. El resentimiento acumulado en las generaciones posteriores se articuló con la ideología revolucionaria del marxismo-leninismo-maoísmo que ofrecía a los desposeídos un camino de liberación y reivindicación. La falsa promesa del progreso y su materialización excluyente acentuó más esta reacción violenta.

La indagación en el origen de la violencia, línea argumental que articula la novela, se sostiene, en buena parte, en la historia de Grimaldo Medina desde su infancia hasta su abatimiento por las fuerzas de orden. En el presente, durante la búsqueda del cuerpo, Manuel Jesús ensaya una explicación para el desenlace fatal de su hermano a partir del legado paterno de rebeldía y de su inquietud intelectual. Grimaldo creció viendo a su padre como un hombre siempre dispuesto a dirigir a la comunidad para resistir los embates de quienes deseaban someterlos. El ejemplo de su padre Néstor fue el de un líder opuesto al poder opresor pero que carecía de la solvencia del saber letrado y la educación superior. Por esta razón, Néstor se empeñó en que sus hijos sepan leer, escribir, estudien en la escuela y sigan una carrera universitaria, pues consideró que de esa manera podrían defender mejor sus derechos, es decir, que serían menos vulnerables que quienes permanecen iletrados. La confianza de Néstor en el saber letrado como herramienta para defender sus derechos tuvo como contraparte la tendencia a la crítica de lo establecido que a Grimaldo lo condujo hacia la lucha armada. Esta violencia tuvo como uno de sus pilares la difusión ideológica a través del discurso letrado en las aulas universitarias. El saber letrado no necesariamente nos inmuniza contra la violencia, eventualmente, puede ser su motivador.

Si bien la memoria permite el reencuentro con el pasado, en el caso de Retablo no se trata solo de una evocación psíquica sino que exige al protagonista reinstalarse en los lugares de la memoria, de manera análoga al trabajo documental del cronista o del historiador para recabar fuentes que corroboren o desmientan una versión predominante de la historia. Manuel Jesús se siente inconforme con la lectura que tiene de su vida hasta ese momento. Esta es la principal motivación que posee para emprender el viaje de regreso en búsqueda de una explicación si bien no más satisfactoria que la actual, al menos diferente y sobre todo esclarecedora. Esta necesidad de reinterpretar su historia personal mediante la reconstrucción del pasado hace necesario reinstalarse en el lugar donde aconteció la violencia y buscar a los sujetos de la memoria, quienes también poseen distintas versiones de la historia colectiva y de la historia del protagonista. El contraste entre estos relatos y la versión inicial que trae Manuel Jesús contribuirá a la elaboración de un relato integral que dará cuenta de aspectos complementarios ausentes en los relatos previos. La permanencia de relatos fragmentados y dispersos impide que los individuos y la colectividad comprendan las secuelas de la violencia en el otro. En cambio, la elaboración de un gran relato sobre la violencia a partir de los relatos aislados que se van recogiendo en el lugar de los hechos demuestra la existencia de una compleja red donde se articula lo público y lo privado, lo individual y lo colectivo. Al evocar la memoria colectiva, también se es portavoz de los otros, se sienta un precedente para que los demás inicien su proceso de recuperación de la memoria personal y lo contrasten entre sí. En este sentido, el emprendimiento de Manuel Jesús constituye un acto ejemplar para todos los sujetos de la memoria.

Esta novela representa un esfuerzo por la recuperación de la memoria personal a partir de hechos cotidianos de diversa índole. Durante el proceso de reconstrucción de su memoria, Manuel Jesús hallará las claves para explicarse el presente. Por eso regresa a su pueblo natal, para ubicar el momento en que se echó a perder su vida. Manuel Jesús descubre que la clave de su tragedia personal está en la violenta historia de Pumaranra, en la historia de agresiones contra su familia y su padre, y en el desenlace fatal de su hermano Grimaldo, quien lideró una columna de subversivos. La reconstrucción, en un solo relato de la memoria, de estas historias dispersas es posible gracias a que su evocación les da continuidad y sentido integral. Ello se evidencia en el tono usado por el personaje principal y los narradores complementarios en algunos capítulos: no hay un ánimo de sentenciar, sino un esfuerzo por comprender.

Solo de esta manera, y luego de un balance del pasado, podría situar ese momento crítico y trabajar en su reparación después de comprender las circunstancias que lo produjeron. La reparación se realiza en el presente pero hurgando con transparencia en el pasado. Entiéndase el término «reparación» como un giro de sentido, una reinterpretación de los acontecimientos, una relectura de la historia o una sustitución de significados, todo ello producto del enjuiciamiento de los relatos que sobre la violencia ha logrado conocer y que han modificado su relato personal.

Es también la recuperación de la memoria colectiva de otros sujetos de la comunidad, a través de los recuerdos del protagonista principal. Así, un solo hombre encierra la historia de muchos hombres, lo cual destaca nuevamente los vínculos entre lo individual y lo colectivo. Retablo nos demuestra que «no solo se vive una vez» porque la memoria actualiza infinitamente el pasado, como refugio y evasión, pero también como un medio para iniciar un proceso de reparación del presente.
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REFLEJOS DE NOVELISTA

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A diferencia de la poesía, la novela en Arequipa ha sido históricamente un género muy poco cultivado. Si bien hay varios escritores arequipeños dedicados a la narrativa, dentro y fuera de la Ciudad Blanca, aún no tenemos una novela que dé cuenta de nuestra cotidianeidad, que recoja los relatos fundacionales o contemporáneos que hasta el presente subsisten en el imaginario colectivo local y regional. Sin embargo, el boom editorial de la última década contiene varias propuestas orientadas hacia los relatos de largo aliento. La editorial arequipeña Cascahuesos, a mi modo de ver, la que posee el catálogo más amplio de publicaciones literarias de los últimos diez años en Arequipa y la región sur, publicó en diciembre de 2010 la novela Espejos de humo de Gregorio Torres Santillana dentro de una serie dedicada a la narrativa.

Tuve la oportunidad de conocer al autor durante mis años de estudiante de Literatura en San Agustín y aunque no llegué a cursar ninguna materia con él, la impresión que me dejó fue la de un crítico e investigador muy agudo. Goyo, como le decíamos en confianza, había regresado de Lima luego de culminar la maestría en Literatura Latinoamericana en San Marcos y se incorporó como docente en la Escuela de Literatura de la UNSA. Los comentarios de los estudiantes siempre fueron favorables. Goyo le imprimió una saludable dosis de energía y motivación a quienes veían los estudios literarios como un objetivo académico posible, a pesar de que el grueso de los estudiantes de la escuela se empeñaba en mostrar al mundo entero que su destino era convertirse en poetas malditos, por lo cual veían la crítica literaria como quien observa un páramo agreste e infértil.

Goyo ha alternado la docencia con la creación y la crítica literaria. Su primer libro de cuentos El amor después del amor (2002) y el ensayo Polifonía del silencio (2006), del cual es coautor, me parecen lo más logrado de su producción. Su último libro, Espejos de humo no solo agrega una nueva publicación a su trayectoria como escritor de ficciones, sino que aporta a la literatura local y nacional una incursión en la novela, género que al menos en los linderos de Arequipa, no ha capturado la atención de los escritores como sí ocurre con la poesía y el cuento.

La novela está dividida en tres secciones. La primera “El equipo de la biblioteca” presenta el marco referencial de la historia, a través del narrador protagonista, el profesor Alonso, un catedrático de historia cuyo tren de vida es alterado cuando se le encomienda la restauración de la biblioteca del Convento de la Recoleta. Lo más destacado de los primeros capítulos es el ritmo de la prosa y los recursos del estilo como las descripciones algunas objetivas y detalladas propias de un cronista de oficio (“El edificio del convento es una bella pieza arquitectónica de sillar, madera y tejas de color ocre. La capilla del complejo tiene una sola torre de tres niveles que acaba en aguja como todas las de su género; las campanas ocupan el primer nivel; en el segundo destaca una reloj que siempre marca las tres en punto”), y otras metafóricas, más cercanas al artesano de las palabras (“Un moscardón azul vuela dejando una línea etérea con el zumbido. Se posa en el cristal de la ventana. Camina. Se mueve a control remoto”). Muestra también a los integrantes que conforman el equipo de restauración. Estudiantes universitarios con los que el profesor Alonso mantiene regular contacto fuera de las aulas y a los que eligió en virtud de sus cualidades académicas y por la confianza de una amistad fluida. Lo esencial de esta parte es que se anticipa el motivo de la caída en desgracia de todo el equipo de investigación: el hallazgo de un legajo cuyos documentos demuestran que en Arequipa se urdió una conspiración para asesinar al libertador Simón Bolívar.

En la siguiente sección, “El legajo encontrado”, se exponen los documentos en mención: el diario íntimo de la ejecutora del magnicidio, correspondencia entre los conspiradores y una serie de documentos oficiales (testimonios, declaraciones, comunicados, resoluciones, etc.) que ratifican y a la vez niegan la veracidad de la conspiración con la finalidad de proteger la institucionalidad de la naciente república. Es la parte más extensa de la novela donde se revelan los entretelones de la conspiración para asesinar a Bolívar y otros aspectos de la intimidad de Eva Medina San Miguel, quien llevaría a cabo la misión. La lectura de los documentos permite suplir la narración de todos los detalles históricos y cotidianos de la época que de otra manera habría sido muy complejo de contar desde una focalización narrativa presente, siguiendo el tiempo predominante en la primera parte. Por ese lado, la decisión de colocar los documentos para que estos hablen por sí mismo fue acertada. Sin embargo, el registro textual de los diarios de Eva Medina San Miguel no resulta verosímil, como sí lo son el estilo de las cartas dirigidas a los conspiradores y el de los documentos oficiales. El estilo de los diarios de la señora San Miguel (o señor según la identidad asumida para la misión) es demasiado contemporáneo y carente de los giros estilísticos y tópicos característicos de las memorias personales, sobre todo cuando se trata de los sujetos femeninos. Sus pasajes cautivan y refrescan el tedio de la revisión documental sobre todo cuando le añade cierta dosis de realismo maravilloso a sus confesiones de diario: la construcción de un barco en el río Chili, ordenada por el prefecto de Arequipa, Antonio Gutiérrez, para ganarse las buena fe de Bolívar; el éxtasis sexual en el que cayeron los hombres ante los aromas excitantes e irresistibles de una adolescente; y la aventura aérea de su hijo Paquito, quien desapareciera al pie de las montañas sin saberse nunca más de él.

Mis mayores reparos con la novela los encuentro en “Esquizofrenia”, la parte final. Me da la sensación que la historia hubiera sido recortada por lo apretado y sucinto de la narración. Noto una inusitada prisa por explicar de inmediato las terribles secuelas del hallazgo y difusión del legajo. Aquí la novela pierde en profundidad. Los protagonistas caen en desgracia mucho más rápido de lo que se explican los hechos. La brevedad de los capítulos juega en contra del desarrollo de la historia. La existencia de la Sociedad Sin Rostro no convence, no cuaja como elemento determinante en el desenlace de los personajes. Más allá de señalar que posee una gran red de poder e influencias, entre su aparición y el deterioro del equipo hay un trecho que de haberse narrado con mayor amplitud habría mantenido las expectativas del inicio: una novela histórica con trazos de narrativa policial.

Espejos de humo es una novela bien escrita, en una prosa funcional a la historia y a la caracterización de sus personajes; posee un despliegue acertado de técnicas narrativas y muestra un interesante trabajo de documentación que aporta verosimilitud al argumento. No obstante, lo ganado en el aspecto formal, particularmente la narración alternada, no favorece el desarrollo de la trama sino que más bien la diluye y fragmenta. La historia del descubrimiento de un legajo de documentos que revelan una conspiración para asesinar al libertador Simón Bolívar en Arequipa, de una oscura organización que protege ese secreto y del equipo de restauradores que lo halló es prometedora en tanto el narrador protagonista focaliza la historia o cuando se descentraliza en la perspectiva de otros personajes. Pero cuando el desarrollo ingresa a la tediosa revisión del legajo — la sección más extensa y por momentos más árida de todo la novela— la promesa de una novela policial plena de intrigas y conspiraciones se transforma en un relato que termina apurando su ritmo para dar coherencia a la historia. Los integrantes del equipo dirigido por el profesor Alonso no llegan a tomar vuelo propio. Su progresivo deterioro es demasiado abrupto. Merecían mayor protagonismo en función de las virtudes que los llevaron a conformar el equipo. El argumento exigía en el presente un desarrollo más detallado de las implicancias del revelador hallazgo. El giro final levanta las expectativas. Siembra dudas acerca de la veracidad de todo lo leído, por lo cual nos lleva a interrogarnos como lectores si es que el entusiasmo inicial de estar frente a una novela que se planteó el reto de contar la historia de una conspiración y sus secuelas doscientos años después no se cayó de las manos hacia final cuando nos enteramos que podría ser la elucubración de un insano mental.

Hay que reconocer el esfuerzo por ficcionalizar la Arequipa contemporánea alejándose de los tópicos recurrentes del sexo, drogas, licor y rock and roll. Me entusiasmaron los pasajes en los que se noveló la ciudad y sus espacios, y el trabajo de organización de la información histórica entremezclada con cierta dosis de ficción.

Espejos de humo prometía ser una lograda novela histórico-policial, pero al final se quedó como el juego escritural de un paciente internado en una clínica de rehabilitación mental. Pese a ello, su autor ha sentado un precedente que nos coloca ante el desafío de la novela en Arequipa: una novela de mayor aliento, sólida, amparada no sólo en la técnica sino también en la profundidad narrativa.

Lima, 22 de enero de 2012 Sigue leyendo

EL ALIENISTA DE LA CASA VERDE

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Las letras brasileras también tienen su «Casa Verde». El responsable de esta coincidencia es el escritor Machado de Assis. Sin embargo, a diferencia de la noctámbula, itinerante y endeble casa de don Anselmo y la Chunga, que congregaba a los Inconquistables y todo tipo de vagos y vividores, la Casa Verde del Dr. Simão Bacamarte no desborda de sensualidad, placer ni bullicio y muchos menos recibe de buen grado a parroquianos de ocasión. Todo lo contrario: nadie en su sano juicio iría por voluntad propia a su Casa Verde. Asimismo, los escenarios son distintos. No es el árido desierto piurano bañado por las cálidas aguas del Pacífico ecuatorial sino la densa floresta atlántica de Itaguaí en el estado de Río de Janeiro; y también la época, pues del Perú republicano de los años 40, nos trasladamos al periodo imperial del Brasil a mediados del siglo XIX. De igual modo, las personalidades de los protagonistas son absolutamente disímiles. El oportunismo picaresco de don Anselmo contrasta con la pasión intelectual del Dr. Bacamarte, por lo cual aquel sería recluido sin duda alguna en la Casa Verde el eminente médico de Itaguaí. Comparten, sí, el rechazo del pueblo donde se ubican y un estado de constante zozobra ante las amenazas de quienes desean desaparecerlas. Pero las que se ciernen sobre esta casa no son de índole religiosa, mas no por ello, menos fanáticas. Esta es la realidad que rodea la Casa Verde de El alienista (1882), tal como la concibió su autor.

Joaquin Maria Machado de Assis nació en el Morro do Livramento, en Río de Janeiro, el 21 de junio de 1839. Vivió sus primeros años en una modesta vivienda de una granja propiedad de su madrina, doña Maria José de Mendonça Barroso. Su infancia estuvo marcada por una frágil salud y un carácter tímido, a consecuencia de los periódicos ataques de epilepsia que padecía. En la adolescencia, trabajó como tipógrafo aprendiz en la Imprenta Nacional donde su amistad con el director Manuel Antônio de Almeida fue fundamental para su formación e ingreso a la escena literaria local. A partir de la publicación de sus poemas en «La Marmota», adquirió reconocimiento y frecuentó círculos literarios y periodísticos. Posteriormente, su trabajo como servidor público en el Ministerio de Viacão y su matrimonio con Carolina Augusta Xavier de Iovais —una cultivada señora portuguesa quien le brindó la estabilidad de una vida conyugal apacible y afectuosa, evitando que la epilepsia frustrase su carrera literaria— aseguraron que pudiera dedicarse plenamente a escribir. Ello explica el porqué la muerte de su esposa lo sumió en tan profunda depresión al punto que contaba los días para reencontrarse. Su deseo se cumplió en 1908 cuando el «Brujo de Cosme Velho», llamado así porque residía en el barrio de Cosme Velho, partió al encuentro de Carolina.

Es autor de Memórias Póstumas de Brás Cubas (1881), quizá su obra más famosa, Quincas Borba (1891) y Dom Casmurro (1899), entre una variedad de piezas narrativas, poéticas y teatrales. El alienista es un relato muy peculiar. Este cuento largo, casi una novela plantea una interrogación sobre la frontera entre la normalidad y la locura, colocándonos ante una cuestión desafiante: ¿quién está loco?, lo que, a su vez, implica una crítica al cientificismo positivista de fines de siglo XIX. Es una magnífica obra humorística sobre la locura y la sanidad. La trama pone de relieve la cuestión del poder. Se le considera el primer cuento realista de la literatura brasilera.

Cuenta la historia del eminente Dr. Simão Bacamarte, médico dedicado al estudio de la mente humana, quien decide construir la «Casa Verde», un hospicio para tratar a enfermos mentales en la pequeña ciudad de Itaguaí. En un estilo realista y fantástico al mismo tiempo, Machado de Assis desarrolla una historia sorprendente en la que se muestra al lector que todo es relativo, que la normalidad no siempre es aquello que la ciencia y los hechos pueden revelar de forma absoluta. El mayor acierto del relato es la combinación armónica entre humor, realismo y subjetividad.

En El alienista está muy presente el espíritu de la época, la total confianza en que la ciencia y la razón explicarían y solucionarían todos los problemas humanos, y la observación como método científico predilecto capaz de desentrañar los fenómenos más complejos de la naturaleza y la mente humana. Las ciencias humanas, en particular la psicología, no escaparon a este influjo. La idea de nación en las jóvenes repúblicas americanas estuvo apoyada fuertemente en el cientificismo positivista: progreso, desarrollo, civilización, ilustración, modernidad, racionalidad, etc. Este proyecto inclusive es posible rastrearlo en el caso del Brasil, desde el periodo imperial.

Machado de Assis le tomó el pulso al pensamiento ilustrado de la época con especial énfasis en el impacto que tuvo en las sociedades urbanas periféricas a las metrópolis coloniales como lo es Itaguaí respecto a Río de Janeiro a mediados del siglo XIX. En aquel momento, el cientificismo se presentó como un discurso posicionado en un grado cero de observación desde el cual cualquier sujeto adecuadamente formado en tal o cual disciplina lograría imponer una explicación precisa de los fenómenos de la naturaleza en virtud del prestigio que gozaba el saber científico y las credenciales académicas obtenidas en las mejores escuelas y universidades de la Colonia o de Europa. De esta manera, la explicación científica de los fenómenos físicos se trasladó sin más al estudio de los fenómenos de la mente humana, de modo que el margen de la interpretación propio de las ciencias del espíritu como las llamó Dilthey, fue tomado como una señal que inducía a indeterminaciones y subjetividades espúreas condenadas a eliminarse de toda investigación rigurosa que aspirase a ser considerada científica. El alienista retrata muy bien esta situación a través del Dr. Bacamarte y su obsesión por descubrir las causas de la locura, de su minuciosa observación de la conducta de los habitantes de Itaguaí y en las grandes facilidades que obtuvo por parte de las autoridades imperiales para proceder con sus investigaciones.

En la segunda mitad del siglo XIX, Europa atravesaba por una serie de transformaciones económicas, científicas e ideológicas que determinaron el surgimiento de una estética antirromántica. La nueva revolución industrial, animada por el cambio tecnológico y el progreso científico, no sólo modificó los procesos de producción, sino también la estructura económica, haciendo surgir una rica burguesía urbana, lujosa, poderosa y muy interesada en sintonizar con el espíritu de la época, es decir, con la modernidad y su punta de lanza, la ciencia, motor del progreso. Machado de Assis procedió a analizar su realidad a la luz de las nuevas teorías y corrientes filosóficas. Y es que el Realismo era una tendencia que respondía a esa necesidad, caracterizándose por la objetividad, impersonalidad, realismo, racionalismo, análisis psicológico de los individuos, verosimilitud, contemporaneidad y pesimismo al abordar la complejidad de la vida humana.

En este sentido, el aspecto más logrado de El alienista es el enfoque del narrador. Dispuesto como una voz en off neutral, externa, distante, pero a la vez objetiva y omnisciente, dosifica poco a poco la trama de la historia sin mayores requiebros ni artificios técnicos deslumbrantes. Este cuento-novela está diseñado con la precisión de un mecanismo que se echa a andar solo una vez que se activa. El narrador funge como un cronista que ha obtenido información sobre los sucesos que acontecieron en Itaguaí tiempo atrás y de la figura del Dr. Bacamarte y sus allegados mediante fuentes y documentos sobre los cuales manifiesta al lector que no puede garantizar su absoluta fidelidad y además que existen pasajes no muy claros que complementa con información oral, pero que hará el esfuerzo por estructurar una versión lo más fidedigna a los hechos reales. Esta confesión de parte del narrador es muy significativa porque sugiere la idea de que la fidelidad histórica es un ideal inalcanzable pese a la existencia de documentos, ya que las fuentes dan cuenta de datos contradictorios y diversos. La literatura, concretamente la novela, se ubica, por consiguiente, en una posición desde la cual subvierte la propuesta cientificista de que la realidad, en este caso un hecho histórico, pueda revelarse en toda su complejidad y, además, de que la magnitud del acontecimiento deba necesariamente justificar su narratividad. La obsesión científica del Dr. Bacamarte deja el plano individual para convertirse en un asunto de interés social por cuanto altera el curso de la cotidianeidad de la gente de Itaguaí, un pequeño poblado marginal en contraste a la metrópoli de Río de Janeiro.

¿Acaso la obsesión científica no es también pasible de calificarse como insania mental? ¿Es la razón es único medio para lograr la comprensión de la realidad y la explicación a todos los problemas humanos? La lectura de El alienista nos confronta con esta y otras interrogantes dentro de las cuales la más evidente es: ¿quién es el loco de Itaguaí? Sigue leyendo

PIGLIA Y LA NOVELA HOY

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Carlos Arturo Caballero

Ricardo Piglia es uno de los escritores latinoamericanos más influyentes en la actualidad, y reconocido además por la crítica como uno de los más notables cultores del género policial en la Argentina y Latinoamérica. Respiración artificial (1980), La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997) y Blanco nocturno (2010) figuran entre sus novelas más destacadas. Dentro de su producción ensayística, Crítica y ficción (1986), La Argentina en pedazos (1993) y El último lector (2005) resaltan por sus originales apreciaciones acerca de la crítica literaria, el oficio de escribir y la política.

Piglia ha sido merecidamente distinguido por la Universidad Nacional de Córdoba con el Premio Universitario de Cultura 400 años. Ante un auditorio repleto de estudiantes, profesores, periodistas y sobre todo de sus entusiastas lectores, manifestó que hacía muchos años no visitaba la ciudad, pero que tenía muy presente la tradición de la primera casa de estudios de la Argentina, donde en 1918 tuvo lugar la Reforma Universitaria, cuya influencia se extendió por todas las universidades del país y el continente. La intelectualidad argentina, precisó, se formó en la educación pública, una educación libre, laica y gratuita.

Su conferencia tuvo como tema central la situación de la novela hoy. Según Piglia, la novela fundamenta su existencia sobre la base de la tensión entre la realidad y la ficción, la verdad y la falsedad. Estas dualidades o dicotomías serían las que definieron durante mucho tiempo la novela. Por ejemplo, el protagonista de la primera novela moderna, El Quijote, se encuentra atrapado entre una realidad hostil y la ficción de los libros de caballería. Madame Bovary quisiera rendirse ante un amante real que estuviera a la altura de los que habitan en las novelas románticas que lee con denodada pasión. Y para Balzac la novela es la historia privada de las naciones. Verdad/falsedad, realidad/ficción: la dicotomía constituyente de la novela.

Otra característica que Piglia atribuye a la novela es su historicidad. La novela sería una forma histórica de narración que no existió siempre, pese a que existían narraciones. La vida está hecha de relatos que contamos y que nos cuentan. Por ello, relatar es una actividad cotidiana. De algún modo u otro, afirma Piglia, todos somos expertos narradores. En este sentido, la novela trabaja con una realidad ya narrada, ya que los novelistas capturan las narraciones que circulan en la realidad. Por ende, siempre hay un testigo de las historias, las cuales muestran algo sin decirlo abiertamente. Esto convierte a la novela en un archivo de las narraciones que circulan o circularon dentro de una sociedad, un «registro de la memoria social». De acuerdo a esto, se desprende que la novela encierra un discurso paralelo y metafórico al de la historia oficial, por lo cual sería posible abordarla como un documento de la época.
Pero ¿qué es una buena historia para Piglia? Es un relato que interese a quien lo cuenta como a quien lo escucha. En consecuencia, aquel que aspira a ser novelista debe plantearse la siguiente cuestión: ¿soy capaz de transmitir a mi lector la emoción que la historia produjo en mí? ¿Puedo narrarle con la misma intensidad esa historia a mi lector? Por los temas e historia no habría que preocuparse. La realidad está repleta de ellas, circulan continuamente alrededor de nosotros.

No obstante, si lo anterior ha caracterizado a la novela moderna ¿no nos encontramos próximos a su fin? La dicotomía que hoy define a la novela es la oposición entre texto vs. imagen, acuñada dentro de la frase «una imagen vale más que mil palabras». Piglia reconoce que la temporalidad ha sido un factor fundamental en el desplazamiento de las tensiones constituyentes de la novela. El tiempo de la interpretación de la imagen es instantáneo, mientras que en la lectura está mucho más mediatizado. El lenguaje exige mayor temporalidad para descifrarlo. Piglia acierta al señalar que el desafío de la novela hoy es la falta de tiempo y la sobreabundancia de imágenes. No es que haya menos lectores, es todo lo contrario, lo que ocurre es que no hay tiempo para leer como antes, es decir con la pausa necesaria para procesar el relato, interiorizarlo y convertirlo en una experiencia personal inigualable como otras que nos suceden en la vida real. Prueba de ello es que cada vez más la lectura masiva se concentra en objetivos utilitarios, lo cual el mercado satisface con creces a través de manuales de autoayuda o de introducción básica a temas de actualidad mundial.

Piglia rastrea el giro de esta tensión novelística frente a la modernidad desde Kafka y Joyce. Ambos son los paradigmas mediante los que explica el modelo de novelista tradicional y el moderno. Los kafkianos requieren de y aislamiento. Su receta para crear es no ser interrumpido. Sin embargo, hoy luchamos contra la invasión de nuestra privacidad y seguidamente, contra la interrupción. Ambas han socavado el modelo de novelista kafkiano sobre todo durante las últimas tres décadas. De otro lado, los joyceanos se mueven leyendo por la ciudad. Incorporan la interrupción a su habitus, conviven con ella. Leen en el autobús, en el metro, en el avión, con un Ipod, en un bar o en el ordenador a la vez que navegan por Internet o revisan sus correos electrónicos.

Si este es el panorama actual, no es muy auspicioso para el tipo de novela contemplada por Piglia: una novela testimonial que le tome el pulso a la historia y que registre la memoria social. La imagen seduce, manipula e influye mucho más que la palabra oral o escrita. La experiencia lectora en la actualidad se ha fragmentado y reducido a un ámbito de costo-beneficio (¿cuánto me sirve?). La novela no ha permanecido inmune al mercado ni a las nuevas exigencias de la sociedad posmoderna, en la cual lo efímero y lo liviano son cualidades muy apreciadas.

La conclusión que Piglia no llegó a señalar fue que, si bien la novela podrá persistir como una forma de conocimiento alterno de la realidad, está transformándose del mismo modo que la pintura frente al cine, el cine frente a la televisión o la televisión frente a Internet. La distancia que el cine independiente mundial y el europeo en particular tomaron de Hollywood sirvió para cultivar una esteticidad de culto autónoma frente al gusto popular y al de las grandes corporaciones cinematográficas. El desafío de la novela es el de los novelistas: conservar su autonomía creadora sin perjuicio de lo que la época le exija. La atemporalidad histórica es un derecho conquistado por los creadores de ficciones que vale la pena defender.

Córdoba, Argentina, 9 de noviembre de 2011
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Sobre la teoría y los críticos literarios

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A Laura Fandiño por la charla

Carlos Arturo Caballero

En diversas oportunidades, desde mi época de estudiante universitario hasta el presente, he observado con frecuencia a ponentes demotrar que conocían muy bien el marco teórico que sustentaba su investigación; pero, paralelamente, evidenciar muy poca capacidad de análisis e interpretación del objeto de estudio planteado para la ocasión. En los casos más extremos, se exhibía una profunda erudición teórica de conceptos y categorías que desfilaban de principio a fin pero que no justificaban su evocación. A ello se agregaba un manejo riguroso y malabaresco de cierta jerga particular que revestía de autoridad al ponente, quien bien podría denominarse o ser denominado “especialista” luego de sucesivas presentaciones, ya que pocos podrían, como él, comprender en su total dimensión lo vertido en la ponencia. Ese lenguaje especializado utilizado ante un auditorio no necesariamente de especialistas sino de entusiastas, curiosos, interesados y demás individuos ávidos de claridad y no de oscuridad provee la seguridad de evitarse incómodas réplicas o inoportunas rectificaciones; detrás de ese blindaje verbal cualquier “especialista” puede sentirse seguro.

Otras veces utilizan la teoría como un lente o plantilla aplicable a cualquier objeto de estudio sin mayor dificultad y sin consideración alguna de las particularidades del mismo que exigirían un replanteamiento de los postulados teóricos a aplicar. Es por frecuente oír sobre lecturas feministas de la poesía de Sor Juana, psicoanálisis lacaniano de Guamán Poma de Ayala o deconstrucción de la poesía andina. De este modo, y si hacemos un minucioso seguimiento de tal o cual ponente, nos daremos cuenta que lo único que cambia en sus exposiciones es el autor o la obra analizada, pero la “jerga”, las ideas y las conclusiones suelen ser las mismas. No quiero decir que no sea posible aplicar retroactivamente un enfoque teórico, pues finalmente, siempre interpretamos desde algún lugar y una época; lo que sucede es que se presume que la teoría en sí misma resolverá el misterio de la interpretación con solo aplicarla como quien lo hace con una receta de cocina.

El cuadro se completa cuando a lo anterior se suma la lectura cansona de un texto que alterna la redacción personal con frases del tipo “inicio de cita” y “fin de cita”. La cantidad de veces que esto se repite tiende a extraviar a los asistentes y a concentrarlos en identificar nombres de autores, términos y frases y no en lo que los congregó para la ocasión. En consecuencia, ante la dificultad de comprender, solo queda, por parte de la asistencia, admirar a quien sí lo puede hacer y más aún si es que posee grados y títulos otorgados en el extranjero o labora en alguna institución académica prestigiosa como investigador calificado.

Para el asistente curioso o medianamente interesado en el autor, obra o tema motivo de la ponencia, dicha intervención puede resultar cautivadora, enigmática, estimulante, compleja o profunda, pero nunca clara; no le deja certidumbre alguna sino más dudas de las que poseía; evitará preguntar para no lucir como alguien que no comprendió “lo obvio”. Y si las formula, lo hará con mucha cautela sobre cuestiones generales o tangenciales al tema en discusión. Al final de la sesión, el ponente obtendrá el reconocimiento del auditorio sobre la base de los saberes que eficientemente administra, pero la claridad, comprensión y utilidad de los mismos brillarán por su ausencia. En quienes asistieron con gran expectativa, reinará una profunda desazón.

Yo también en mis inicios seguí el mismo procedimiento. Era comprensible pues actuamos de acuerdo a los referentes que nos rodean y a los hábitos que observamos en quienes admiramos. Sin embargo, hubo una ocasión hace algunos años que me llevó a cambiar la manera de presentar la teoría ante un público variado. Fue en Puno con motivo del II Encuentro Nacional de Escritores Manuel J. Baquerizo. Había leído una ponencia sobre la poesía de César Moro teniendo como marco conceptual al psicoanálisis. Al término de mi ponencia, muchos asistentes se me acercaron para felicitarme e incluso pedirme una copia del texto leído, lo cual fue inmensamente gratificante para mí. No obstante, Federico Latorre Ormachea, poeta y narrador abanquino, me hizo una certera observación que hasta el día de hoy la conservo con mucho aprecio: “lo felicito, su ponencia estuvo muy interesante, pero no entendí nada. Por favor, facilíteme una copia de su trabajo para revisarlo con mis estudiantes”.

En adelante, tuve muy presente este indirecto consejo, manifestado con cordial sinceridad, por lo cual me esforzaba por escribir un texto mediante el cual quien fuera que me leyera o escuche me comprendiera con suficiencia. Procuraba, y aún lo hago, que quien me lea distinga claramente cuál es mi propuesta por más audaz o banal que fuera, pero que sea a mí a quien lea y con quien dialogue posteriormente y no con toda la recatafila de conceptos y autores que me llevaron a tal y cual conclusión. La honestidad intelectual no pasa por exhibir cuanto se sabe, sino cuánto se puede hacer con aquello que se sabe, cómo hacer que otro elabore sus propias ideas sobre la base de algunas ideas adquiridas o compartidas. En ese sentido, la labor de la teoría es desafiarnos a pensar de una manera diferente a la habitual, sin perder autonomía ni distancia crítica, pues nos apropiamos de ella, la digerimos y luego devolvemos un producto original e híbrido a la vez. La honestidad intelectual no solo consiste en consignar con rigurosidad un sistema de citas actualizado a la fecha, también es ser consecuente con el pensamiento de aquellos a quienes invocamos como respaldo de nuestras afirmaciones. No se trata de legitimar un culto intelectual ni de erigirse en el auténtico intérprete de lo que aquel pensador dijo en su momento, sino de someterlo a discusión. En suma, ser menos monográfico y más ensayista; menos sacerdote y más profeta.

Muchos colegas consideran que preparar una ponencia para que sea comprendida por cualquier interesado en el tema implica una pérdida profundidad en el análisis, “bajar el nivel”, porque, según ellos, es responsabilidad del asistente esforzarse por estar a la altura del conocimiento impartido. Confunden groseramente claridad con superficialidad. Asumen que ser claro en una exposición es algo sencillo cuando en realidad es todo un desafío para quienes están acostumbrados a divagar en la estratósfera, a dialogar con mortales de vez en cuando y a navegar en el topus uranus platónico. Percibo en ellos cierta displicencia y menosprecio por el didactismo y la pedagogía intelectual, y mucha admiración por la oscuridad del lenguaje, actitud heredada de aquellos maestros que los formaron y a quienes siguen denodadamente por los pasillos de la universidad, a la cafetería, a su oficina, a su casa y a quienes en algún momento aspiran a reemplazar en alguna cátedra o cargo administrativo. El apelativo de “maestro” les sale a flor de piel, es el espontáneo título que el aprendiz otorga al sujeto en quien se refleja. Lamentablemente, la devoción, el culto, la cuota de poder y el amiguismo son el pan de cada día dentro de nuestra comunidad académica nacional. En lugar de que la teoría y la crítica confronten al poder, sus usuarios más preclaros se están encargando de colocarlas al servicio del poder.

En Después de la teoría, Terry Eagleton señala la crisis de la intelectualidad occidental al contrastar a los grandes intelectuales de los 60 y 70 con sus herederos de las últimas décadas. Mientras aquellos estaban preocupados por articular el pensamiento con la acción, estos suelen satisfacerse con obtener un grado académico en alguna universidad europea o norteamericana y adscribirse a la agenda de la comunidad académica que los acoge y desde allí formular sesudas interpretaciones sobre la realidad de su comunidad de origen. El financiamiento, el tiempo y la información que requiere un investigador están más que cubiertos, de ello no se preocupan. Hoy es más importante instalarse en el medio, acreditarse y participar de la industria intelectual transacadémica que indagar en la agenda local que reclama hace mucho tiempo un espacio de discusión a gran escala. Buena parte de nuestros críticos se dedican a prologar antologías, a compendiar poemas, a reforzar idolatrías literarias o a condenar a quienes no son de su agrado en sus aulas o en sus columnas o conferencias. Muy pocos son los que observan más allá de lo que Lima puede ofrecer. Como lo dijo Miguel Ángel Huamán: “nuestra crítica se ha vuelto acrítica”.

Cuando asisto a un evento académico, escucho atentamente al expositor y me complace en algunas ocasiones, apreciar, aunque haya divergencias, un pensamiento propio reforzado inteligentemente por un aparato teórico al servicio de la interpretación y no exclusivamente como una credencial intelectual. La solvencia intelectual no la certifica una corriente teórica, sino la audacia de sostener una postura personal, la contundencia de los argumentos que la defienden y el nivel de confrontación contra el poder hegemónico. Es un asunto de especialistas, sí, y también de sujetos comprometidos con lo que profesan. La teoría vendría a ser como la ausente presencia de un narrador cinematográfico: todos sabemos que está ahí, pero nadie lo ve. Este es tipo de crítica que modestamente aspiro practicar.
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Arguedas y el escritor profesional

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“Necesidad” y “profesionalización” son conceptos que poseen connotaciones psicológicas y económicas. Toda necesidad exige ser satisfecha; es un imperativo impostergable porque a nivel psicológico la insatisfacción de una necesidad genera ansiedad, lo cual repercute en el plano socioeconómico: si el individuo satisface eficientemente sus necesidades básicas, puede proyectarse a la consecución de otras menos vitales. Jacques Lacan define necesidad como la demanda de un objeto que el sujeto articula a través del lenguaje . La necesidad es una tensión permanente que tiene origen biológico y que se muestra en una acción específica; la acción que satisface la necesidad, como por ejemplo beber, comer, fumar, escribir, etc. Dicha acción es la única prueba disponible para comprobar que la necesidad está siendo cubierta. El acto de satisfacción es inseparable de la necesidad, pues aquel es la materialización de esta, es decir, su concreción.

Las necesidades generan acciones. Motivan la conducta. El sujeto se mueve por la inconformidad de su situación. Su conducta va a estar motivada por la búsqueda de una solución al conflicto que lo angustia. Cubrir una necesidad implica armonizar temporalmente con demandas sociales, culturales, psicológicas y económicas, porque en esencia una necesidad es inagotable: su resolución es siempre temporal; tiene que existir como una constante porque le da sentido a la existencia del sujeto. A pesar de que es una falta, —y precisamente por ello— condena al sujeto a una eterna búsqueda de satisfacción.

“Cabe preguntarse lo siguiente: si las necesidades son inevitables ¿cuáles son reales y cuáles ficticias? ¿cuáles son generadas por el entorno y cuáles parten de inquietudes personales? Tal vez en el fondo hablamos de lo mismo porque el entorno siembra la falta y luego el sujeto crea sus propios fantasmas. Hay entre sujeto y entorno mutua retroalimentación.

Para Arguedas la escritura fue una necesidad vital: “Porque yo si no escribo y publico, me pego un tiro ”. Esta declaración exhibe desde el inicio una falta: ha comenzado un proyecto narrativo que está fragmentado en fondo y forma; el ánimo no le ayuda escribir una novela de manera fluida, se hace necesario interrumpir la novela con los diarios, cuya escritura resulta más dinámica porque no obedece a un plan estructural o técnico; surge más bien por una necesidad de sentirse mejor, de lograr el equilibrio requerido para continuar con la novela.

“Escribo estas páginas porque se me ha dicho hasta la saciedad que si logro escribir recuperaré mi sanidad. Pero como no he podido escribir sobre los temas elegidos, elaborados, pequeños o muy ambiciosos, voy a escribir sobre el único que me atrae: esto de cómo no pude matarme …”.

En una carta dirigida a Mario Vargas Llosa, Arguedas expresa algo relacionado con la necesidad de escribir: “…he concluido de escribir, en seis meses continuos, una novela empezada hace ocho años. Es extensa y he pretendido mostrar una especie de corte transversal de nuestro país. Se llama, por eso, Todas las sangres y ojalá que sea tan verdadera como me parece ”. Y en otra carta escribió: “Eso que no ocurre en la vida biológica puede ocurrir en el trabajo de creación. Mi nuevo relato, novela, se llamará definitivamente El zorro de arriba y el zorro de abajo, tomado de los mitos de Huarochirí […]”

Los diarios que conforman la novela póstuma de Arguedas funcionan como una parada, un descanso para ordenar las ideas y darle nuevo aliento a la novela. Si bien la escritura de los diarios es más fluida, no es por eso, menos dramática. Por momentos se le nota exaltado e iracundo. Cuando el narrador de los diarios se ha dado cuenta de que ha excedido sus límites, se avergüenza: “Perdónenme, amigos Cortázar, Fuentes, tú mismo Mario, que estás en Londres. Creo que estoy desvariando, pretendiendo lo mismo que ustedes, eso mismo contra lo que me siento como irritado ”. En estas líneas se entrevé que Arguedas reconoce la intención de querer convertirse en el tipo de escritor que a la vez él mismo rechaza: un escritor profesional. Esta lectura se apoya en que líneas más arriba expresó: “si no escribo y publico…” y porque a pesar de que escribe “por terapéutica ” no deja de pensar en que sus líneas “podrán ser leídas”.

En el “Primer diario”, Arguedas menciona que hay escritores que comienzan a escribir “cuando la vida los apera”, y hay otros que escriben por oficio, y tal vez estos últimos tengan mayor mérito. Mérito que radicaría en la capacidad de escribir ya no en base a lo que las experiencias de la vida proveen, sino en base a la genialidad del artista para crear, aun sin tener experiencias que le provean el material de sus obras. A estos escritores “de oficio” Arguedas los considera artificiales, poco auténticos porque no escriben de lo que han vivido, por lo cual no tendrían la necesidad de escribir para cubrir una falta de tipo emocional o vital, sino más bien, su escritura les garantizaría un bienestar económico; pero a la vez, desde su punto de vista, una renuncia al compromiso vital del artista y una dependencia infame del arte frente al trabajo. Refiriéndose a Carlos Fuentes escribe que lo encontró “escribiendo como un albañil que trabaja a destajo ” y a Balzac y Dostoievsky los declara como pobres víctimas de una desgracia, cuyo oficio de escritores lo ejercieron “no como una condición de la que se enorgullecieran”.

Sobre la situación del escritor latinoamericano, Vargas Llosa y García Márquez intercambiaron algunas ideas en un encuentro realizado en Lima, en el año de 1967. Vargas Llosa reflexionaba sobre el hecho de que los lectores latinoamericanos tenían un prejuicio respecto a los escritores latinoamericanos previos al “boom” por considerarlos malos escritores a diferencia de los europeos, de quienes asumían a priori que eran notables. García Márquez comentó que los escritores latinoamericanos previos al “boom” escribían como una actividad paralela a sus quehaceres cotidianos. “Escribían cansados, es decir, después de haber trabajado en otra cosa, se ponían a escribir literatura, y estaban cansados. Tú lo sabes perfectamente que un hombre cansado no puede escribir… Las mejores horas, las horas más descansadas hay que dedicárselas a la literatura, que es lo más importante ”. Para García Márquez el “boom” fue un fenómeno de lectores, los cuales aparecieron cuando los escritores pudieron dedicarse por completo a escribir prescindiendo de otras actividades, cuando decidieron “que lo más importante es seguir nuestra vocación de escritores y que los lectores se han dado cuenta de ello. En el momento en que los libros eran realmente buenos, aparecieron los lectores ”.

Los tres elementos que conformaron el éxito del llamado “boom” de la novela latinoamericana fueron los escritores, editoriales y lectores, los tres interrelacionados en torno a la obra. Pero también es cierto que el “boom” tuvo mucho de fenómeno de mercado y de la industria editorial, como una construcción del modelo del nuevo escritor latinoamericano, que tuvo la experiencia europea, que la mantenía, y que conservaba su condición de escritor cosmopolita. Para Julio Roldán, el “boom” de la novela latinoamericana “fue (…) un fenómeno entre político y publicitario”, refiriéndose a la atención que recibieron los intelectuales de izquierda en América Latina luego de la Revolución Cubana, y a todo el aparato editorial que puso en marcha las publicaciones de los escritores más consagrados de la época. Combinar la técnica narrativa más depurada al estilo de las mejores novelas de los escritores norteamericanos como Hemingway, Faulkner, Dos Passos o Steinbeck, con temas como la miseria de los pueblos latinoamericanos y la historia del continente, produjo como resultado, un tipo de obra híbrida “síntesis de lo universal y lo particular, de la realidad y la fantasía, del pasado y del futuro (…) de la imaginación más desenfrenada y la técnica mejor cultivada ”.

Por aquellos años, Arguedas estaba siendo testigo de cambios sociales que le costaba asimilar: la teología de la liberación y el “Dios de los pobres”, del padre Gustavo Gutiérrez, doctrina que reclama la participación de la Iglesia en la política; el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, proceso conducido en su primera fase por el general Juan Velasco Alvarado , (¿qué le sucedía a los militares que tradicionalmente apoyaron a la derecha?); el “boom” de la novela latinoamericana, cuyos escritores, como mencionamos antes, ahora se dedicaban por completo a escribir no solo por simple pasión o satisfacción personal sino como un medio de subsistencia económica, aparte de la subsecuente fama y reconocimiento y la consolidación como “escritor profesional”, y de su cosmopolitismo; y finalmente, la crisis del indigenismo como movimiento que pudiera dar cuenta, a partir de los años 50 o 60, de los nuevos cambios sociales que estaban ocurriendo en América Latina, en un momento en que los nuevos escritores tenían puesta su mirada más en Europa que en temas regionales o locales. Había en muchos de ellos, como Cortázar, la necesidad de comprender mejor América Latina, desde Europa, uno de los temas de la polémica entre el escritor argentino y Arguedas. Cortázar condujo a Arguedas al debate entre el provincialismo y cosmopolitismo, en el cual Arguedas, se presentaba como un escritor que a pesar de su falta de erudición, en comparación con su interlocutor, se enorgullecía de haber accedido a la cultura universal.

Así somos los escritores de provincias, estos que de haber sido comidos por los piojos, llegamos a entender a Shakespeare, a Rimbaud, a Poe, a Quevedo, pero no el Ulises (…) Todos somos provincianos, don Julio (Cortázar). Provinciano de las naciones y provincianos de los supranacional que es, también, una esfera, un estrato bien cerrado (…)”.

Arguedas intuitivamente deconstruyó la oposición planteada por Cortázar: no es que aquel esté ciega y radicalmente empeñado en no salir del indigenismo o de la burbuja de la provincia para negarse a la cultura rechazando el cosmopolitismo, sino que más bien aboga por el reconocimiento de la diversidad cultural, la interculturalidad y la transculturación, esta última en el sentido desarrollado por Ángel Rama . Decir que o somos provincianos y por ello retrógrados, o cosmopolitas y por ello progresistas es muy maniqueo: “¿no es natural que nos irritemos cuando alguien proclama que la profesionalización del novelista es un signo de progreso, de mayor perfección? ”. La oposición provinciano/cosmopolita se diluye cuando Arguedas plantea que todos somos provincianos respecto a lo supranacional, porque siempre habrá un universo mayor donde estar comprendidos. Su propuesta es más integradora de lo que habría supuesto Cortázar, pero la crisis emocional que vivía Arguedas no le permitió elaborar mejor sus argumentos sino hasta que escribe el “Primer diario”, donde en algunos pasajes como el anterior, trasciende la dualidad propuesta por Cortázar. Mario Vargas Llosa, mencionado por ambos escritores durante su polémica, tampoco entendió la propuesta de Arguedas a quien califica como un conservador cultural. Vargas Llosa solo ve oposición allí donde Arguedas propone síntesis, transculturación, integración; lo que sí se evidencia en el narrador indigenista es que dicha síntesis no iba a ser sencilla por las condiciones estructurales en las que se desenvolvía la cultura indígena, sometida a otra cultura hegemónica como la occidental. En este punto está el conflicto: cómo integrar ambos universos, pero no en cómo resistir a la integración.

El tema del progreso y la cultura quedó muy bien ilustrado en el discurso “No soy un aculturado”, donde expuso claramente, con menos apasionamiento y mayor coherencia su posición transculturadora. Se siente un “quechua moderno que, gracias a la conciencia que tenía del valor de su cultura, pudo ampliarla y enriquecerla con el conocimiento, la asimilación del arte creado por otros pueblos que dispusieron de medios más vastos para expresarse ”. Resalta el hecho que, a pesar de la postración, explotación y marginación en la cual ha estado sumida la cultura indígena frente a la occidental, aquella ha sobrevivido precisamente resistiendo la aculturación con la transculturación, es decir, lo indígena ha sobrevivido mimetizándose con la cultura occidental. Muestra de ello es que la creatividad indígena sigue activa: “Dentro del muro aislante y opresor, el pueblo indígena quechua, bastante arcaizado y defendiéndose con el disimulo, seguía concibiendo ideas, creando cantos y mitos”. Él mismo se pone como ejemplo del sujeto que ha traspasado esos muros y se ha acoplado a aquella cultura occidental, su formación académica en San Marcos, sus lecturas de Mariátegui y Lenin, y su conocimiento del socialismo, que en otro ejemplo de deconstrucción de los opuestos explica que “no mató en mí [él] lo mágico”.

Propio de la modernidad es la fugacidad y la moda . Los cambios acelerados no dejan tiempo para que se establezcan paradigmas estéticos, políticos o económicos, porque se vive en un estado de constante innovación. Arguedas debió sentir que había que adecuarse a los nuevos cambios tanto en lo estético (su concepción sobre la obra de arte y el artista) como en lo político (el compromiso del escritor con una ideología política).

Comprender la situación del escritor comprometido con una causa social por encima de los intereses personales lleva a aproximarse a una explicación sobre los efectos del consumo en la cultura. El capitalismo como sistema económico y como fenómeno cultural alienta: a) el individualismo, b) el consumo, c) la propiedad privada, y d) la especialización del trabajo, llamémosle, profesionalización. Estos aspectos son opuestos a los planteamientos de una cultura ancestral como la andina: a) solidaridad, b) armonía con la naturaleza, c) propiedad comunitaria, y d) trabajo comunal.

Abordaré a continuación lo relativo a las necesidades y el consumo desde la perspectiva del capitalismo como condición para el análisis de la situación de migrante andino en Chimbote. Para Terry Eagleton, el capitalismo genera la ficción de la libertad porque, a la vez que promueve la libertad individual y la propiedad privada, alienta el consumo a niveles cada vez mayores que demandan de parte del sujeto una proporcional dedicación. En consecuencia, aparece la angustia por el consumo insatisfecho. Entonces, tenemos que detrás de la aparente libertad para elegir, de la variedad ilimitada de objetos que podrían satisfacer al sujeto, existe un sometimiento al consumo, equivalente al de las necesidades, con la diferencia de que el consumo impone demandas que van más allá de las posibilidades del sujeto, mientras que las necesidades surgieron, inicialmente, de las demandas de un individuo para mantener el equilibrio interno del organismo en relación con el entorno. Otra diferencia es que si bien tanto el consumo como las necesidades generan angustia y solo son resueltos temporalmente, el consumo tiene más a desequilibrar al sujeto porque la angustia por la falta aumenta no porque escaseen los objetos de consumo sino por: a) los medios para conseguirlo y b) la multiplicidad de opciones que dificultan una decisión definitiva y segura. En resumen, el consumo alentado por el capitalismo ha creado necesidades al sujeto, sometiéndolo tras la apariencia de la libre elección.

Respecto a la profesionalización. La producción cultural dentro del capitalismo, se inserta como un elemento que se somete a las leyes del mercado: oferta y demanda. El impacto mediático determina una valoración de la obra de arte superior a la de la crítica especializada, porque su influencia en el consumidor es mayor y más efectiva.

En este contexto, el dilema ético y estético que enfrenta el artista es la resistencia o aceptación del hecho de que su obra se convierta en un “producto” y él en un “obrero”. El escritor profesional entiende que su oficio es como cualquier otro, que requiere de un tiempo fijo, dedicación exclusiva, disciplina, compromisos, contratos que cumplir, giras, artículos de opinión, etc. He aquí otro dilema para Arguedas: cómo sobrevivir como escritor en un contexto que favorecía a) el despliegue innovador de técnicas narrativas, b) el arte como objeto de consumo, y c) la profesionalización del escritor. Muchas cuestiones para ser resueltas al mismo tiempo en un estado de angustia tal que, de perdurar, bloqueaba cualquier intento de creación.

El zorro de arriba y el zorro de abajo es una tentativa de solución a este dilema. Por un lado, a) escribir por la necesidad de darle un sentido a la existencia y en lo que respecta al tema del escritor profesional, b) ensayar un proyecto de novela experimental motivado no por la exhibición de técnicas narrativas, sino sobretodo, por el conflicto vivencial de un escritor que dramatiza su propia muerte. En este sentido, los diarios de El zorro de arriba y el zorro de abajo son letra viva que sangra.
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BELLATÍN Y SUS FLORES DEL MAL

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La seguridad de una vida feliz sin sobresaltos es cuestionable si tomamos en cuenta la cantidad de desgracias que amenazan al ser humano en la vida moderna. Esta bien podría ser la síntesis de Flores (2002) de Mario Bellatín que trata el tema de la tragedia personal. Los personajes de esta novela lidian con un drama vivencial y al mismo tiempo aprenden a convivir con él: las malformaciones, la muerte, la piratería farmacéutica, la falta de amor de un padre hacia su hijo, el descubrimiento de la sexualidad y la religión están presentes a lo largo de la historia. Lo trágico es tratado con exageración en todos los relatos, lo que amplifica el desasosiego frente a la vida y a la supuesta seguridad que en cualquier momento podría desvanecerse.

En «Pensamientos», se narra acerca del nacimiento de un escritor, cuya madre dio a luz a dos niños que nacieron con deformidades físicas. A uno de ellos le faltaba una pierna y al otro, ambos brazos. El padre, al enterarse de ello, no pudo sobreponerse al impacto de la noticia que le dio el médico. Entonces, se retiró con el pretexto de que salía a tomar un poco de aire; sin embargo, aquella fue la última vez que se le vio. En «Azahares», se cuenta la historia de los gemelos Kuhn, varón y mujer, quienes nacieron producto de una relación incestuosa. Eran hijos de una pareja de hermanos portadores de una enfermedad genética: sus cuerpos estaban llenos de lunares. Cuando los llevaron al médico, luego examinarlos, advirtió a los padres que fueran preparando a los hermanos para que se casen cuando llegue el momento, ya que solo la unión carnal entre ambos eliminaría la enfermedad.

La novela está escrita en un lenguaje sencillo. Los relatos no están vinculados entre sí directamente ni siguen una linealidad. Lo que les da cohesión es la vivencia de una tragedia y las situaciones límite derivadas de su aparición. Los personajes aparecen repentinamente y manifiestan una actitud solitaria. El empleo de nombres propios es muy escaso, lo que brinda a la historia un mayor misterio y complejidad. Asimismo, Bellatín reitera una fórmula que tiende a convertirse en el sello distintivo de su narrativa y la de su generación: la desterritorialización. En ningún momento, se hace referencia al espacio geográfico en el que se desarrolla la acción de los personajes, tal como sucede en otras novelas suyas como Salón de belleza (1994).

Flores ratifica su gusto por los aspectos más sórdidos y decadentes del ser humano sin llegar a regodearse en la miseria por la miseria misma, sino que matiza dicha tendencia con un lenguaje minimalista, pero contundente. Esta novela ratifica a Bellatín como uno de los escritores latinoamericanos más cautivantes en la actualidad. Sigue leyendo

ELOGIO DE LA ESCRITURA CREATIVA

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Carlos Arturo Caballero
acaballerom@pucp.edu.pe

Hace dos años que dirijo un Taller de Escritura Creativa y desde que comencé esta satisfactoria labor constantemente desafío mi propia creatividad al momento de diseñar los ejercicios que considero más idóneos para combatir la temible página en blanco o el indeseable bloqueo. Vista en perspectiva, me doy cuenta de que esta tarea ha ido progresando, pues los alumnos vienen respondiendo a las propuestas planteadas y se manifiestan interesados por adquirir o desarrollar sus habilidades para la creación literaria. Prueba de ello es que, actualmente, me encuentro trabajando en la edición de una antología que reúne los “mejores textos” (si cabe el término) obtenidos en el taller.

¿Y cómo calificar la producción de un taller de escritura creativa? Si bien el reglamento de la universidad exige colocar una nota a los participantes, soy muy consciente de que en este caso mucho más que en otros, dicha nota es referencial, pues ¿cómo reprobar a un tallerista cuya aspiración es aprender a escribir o simplemente disfrutar de la escritura? ¿es posible identificar la obtención de un logro a través de un poema, un cuento o un crónica? El principal criterio que he venido utilizando ha sido la disposición de los participantes a corregir sus textos y a desarrollar una rigurosa noción de lo que significa examinar una creación propia sin menospreciarla por completo o sobrevalorarla en extremo. Finalmente, lo que más aprecio en ellos es la paciencia y la actitud para corregir y recibir críticas o sugerencias tanto mías como de sus compañeros.

El rescate de la corrección como una actitud fundamental para quien se inicia en la escritura es corroborado por Marcelo Di Marco (Buenos Aires, 1957) escritor, editor, ensayista y docente de literatura creativa en el Taller de Literatura Fantástica en la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dentro de la amplia producción literaria de Di Marco, me interesa destacar la importancia de «Taller de Corte y Corrección», un libro que constituye una guía de gran utilidad para todos aquellos que se inician en la tarea de la escritura creativa. Su propuesta es clara y directa: no se puede enseñar a escribir, pero sí a corregir. De acuerdo a ello, el autor ha diseñado diversas actividades de manera no lineal sino más bien aleatoria, es decir, los apartados del libro no están ordenados a manera de capítulos que inician o terminan temas como requisitos para el avance posterior, sino de notas numeradas que facilitan el retorno o el salto cuando se las necesite. De este modo, el tallerista retroalimenta constantemente su aprendizaje, ya que todas las actividades están interrelacionadas sobre la base de un eje central: el corte y la corrección.

Di Marco no promete lo que no va a cumplir. No desarrolla teorizaciones eruditas sobre la creación literaria ni expone información paraliteraria como biografías de autores, corrientes literarias o contextos histórico-sociales que sobrevuelen el texto literario sin profundizar en la naturaleza o comprensión de la creatividad literaria. En cambio, destaca por ofrecernos una variedad de ejercicios y consejos cuya aplicación resulta útil porque facilita, mediante la práctica, la comprensión y adquisición de habilidades escriturales sin la necesidad de incorporar formatos que limiten la creatividad.

Otra cualidad del libro es su espontaneidad. Se nota que los ejercicios propuestos son resultado del avance del taller y de la experiencia acumulada por el autor. Ello permite que cualquier interesado en la escritura creativa no se intimide por la densidad o complejidad de los contenidos ni por requerir conceptos previos o especializados sobre narratología o teoría literaria. A ello se agrega un estilo ameno, dosis motivadoras de humor, breves entrevistas a escritores y directores de talleres literarios, e inteligentes referencias al cine y la literatura universal como ingredientes para despertar y conservar el interés.

El libro cierra con un apéndice que reúne ejercicios para aplicar las principales operaciones de corte y corrección desarrolladas a lo largo del libro. La idea es reafirmar la tesis central del autor: evitar la verborragia y cultivar el hábito de la corrección.

De lo anterior no debe deducirse que la abundancia verbal sea perjudicial en sí misma. Varios alumnos me preguntaban visiblemente confundidos si mi recomendación por soltar la pluma no se contradecía con el mandato de escribir frases claras y concisas y evitar hacerse el artista. De ninguna manera. Di Marco precisa que es el contexto el que establece el criterio para decidir cuándo la exuberancia o el adornamiento verbal resultan útiles. Lo que sí es preciso comentar es que este manual será de mucha utilidad para aquellos interesados en la narrativa, ya sea cuento, novela, crónica o relato en general, mas no para quienes escriben poesía, ya que este género posee una dinámica distinta. Sin embargo, algunas de las notas acopiadas por Di Marco apelan a textos poéticos para ilustrar algunas de sus propuestas.

Recomiendo Taller de Corte y Corrección a todos los interesados en la escritura creativa, pero con la siguiente salvedad: no existen fórmulas ni esquemas ni recetarios ni estrategias que aseguren el éxito en la escritura. Lo fundamental es mantener la “pluma caliente” para que el fuego creativo no se extinga, pero, a la vez, cultivar el hábito de la corrección y la rigurosidad sin llegar al punto de la hipercorrección. La verborragia inútil puede dar lugar a un Frankenstein literario y la obsesión perfeccionista podría terminar consumiendo nuestra creatividad. Sigue leyendo