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REFLEJOS DE NOVELISTA

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A diferencia de la poesía, la novela en Arequipa ha sido históricamente un género muy poco cultivado. Si bien hay varios escritores arequipeños dedicados a la narrativa, dentro y fuera de la Ciudad Blanca, aún no tenemos una novela que dé cuenta de nuestra cotidianeidad, que recoja los relatos fundacionales o contemporáneos que hasta el presente subsisten en el imaginario colectivo local y regional. Sin embargo, el boom editorial de la última década contiene varias propuestas orientadas hacia los relatos de largo aliento. La editorial arequipeña Cascahuesos, a mi modo de ver, la que posee el catálogo más amplio de publicaciones literarias de los últimos diez años en Arequipa y la región sur, publicó en diciembre de 2010 la novela Espejos de humo de Gregorio Torres Santillana dentro de una serie dedicada a la narrativa.

Tuve la oportunidad de conocer al autor durante mis años de estudiante de Literatura en San Agustín y aunque no llegué a cursar ninguna materia con él, la impresión que me dejó fue la de un crítico e investigador muy agudo. Goyo, como le decíamos en confianza, había regresado de Lima luego de culminar la maestría en Literatura Latinoamericana en San Marcos y se incorporó como docente en la Escuela de Literatura de la UNSA. Los comentarios de los estudiantes siempre fueron favorables. Goyo le imprimió una saludable dosis de energía y motivación a quienes veían los estudios literarios como un objetivo académico posible, a pesar de que el grueso de los estudiantes de la escuela se empeñaba en mostrar al mundo entero que su destino era convertirse en poetas malditos, por lo cual veían la crítica literaria como quien observa un páramo agreste e infértil.

Goyo ha alternado la docencia con la creación y la crítica literaria. Su primer libro de cuentos El amor después del amor (2002) y el ensayo Polifonía del silencio (2006), del cual es coautor, me parecen lo más logrado de su producción. Su último libro, Espejos de humo no solo agrega una nueva publicación a su trayectoria como escritor de ficciones, sino que aporta a la literatura local y nacional una incursión en la novela, género que al menos en los linderos de Arequipa, no ha capturado la atención de los escritores como sí ocurre con la poesía y el cuento.

La novela está dividida en tres secciones. La primera “El equipo de la biblioteca” presenta el marco referencial de la historia, a través del narrador protagonista, el profesor Alonso, un catedrático de historia cuyo tren de vida es alterado cuando se le encomienda la restauración de la biblioteca del Convento de la Recoleta. Lo más destacado de los primeros capítulos es el ritmo de la prosa y los recursos del estilo como las descripciones algunas objetivas y detalladas propias de un cronista de oficio (“El edificio del convento es una bella pieza arquitectónica de sillar, madera y tejas de color ocre. La capilla del complejo tiene una sola torre de tres niveles que acaba en aguja como todas las de su género; las campanas ocupan el primer nivel; en el segundo destaca una reloj que siempre marca las tres en punto”), y otras metafóricas, más cercanas al artesano de las palabras (“Un moscardón azul vuela dejando una línea etérea con el zumbido. Se posa en el cristal de la ventana. Camina. Se mueve a control remoto”). Muestra también a los integrantes que conforman el equipo de restauración. Estudiantes universitarios con los que el profesor Alonso mantiene regular contacto fuera de las aulas y a los que eligió en virtud de sus cualidades académicas y por la confianza de una amistad fluida. Lo esencial de esta parte es que se anticipa el motivo de la caída en desgracia de todo el equipo de investigación: el hallazgo de un legajo cuyos documentos demuestran que en Arequipa se urdió una conspiración para asesinar al libertador Simón Bolívar.

En la siguiente sección, “El legajo encontrado”, se exponen los documentos en mención: el diario íntimo de la ejecutora del magnicidio, correspondencia entre los conspiradores y una serie de documentos oficiales (testimonios, declaraciones, comunicados, resoluciones, etc.) que ratifican y a la vez niegan la veracidad de la conspiración con la finalidad de proteger la institucionalidad de la naciente república. Es la parte más extensa de la novela donde se revelan los entretelones de la conspiración para asesinar a Bolívar y otros aspectos de la intimidad de Eva Medina San Miguel, quien llevaría a cabo la misión. La lectura de los documentos permite suplir la narración de todos los detalles históricos y cotidianos de la época que de otra manera habría sido muy complejo de contar desde una focalización narrativa presente, siguiendo el tiempo predominante en la primera parte. Por ese lado, la decisión de colocar los documentos para que estos hablen por sí mismo fue acertada. Sin embargo, el registro textual de los diarios de Eva Medina San Miguel no resulta verosímil, como sí lo son el estilo de las cartas dirigidas a los conspiradores y el de los documentos oficiales. El estilo de los diarios de la señora San Miguel (o señor según la identidad asumida para la misión) es demasiado contemporáneo y carente de los giros estilísticos y tópicos característicos de las memorias personales, sobre todo cuando se trata de los sujetos femeninos. Sus pasajes cautivan y refrescan el tedio de la revisión documental sobre todo cuando le añade cierta dosis de realismo maravilloso a sus confesiones de diario: la construcción de un barco en el río Chili, ordenada por el prefecto de Arequipa, Antonio Gutiérrez, para ganarse las buena fe de Bolívar; el éxtasis sexual en el que cayeron los hombres ante los aromas excitantes e irresistibles de una adolescente; y la aventura aérea de su hijo Paquito, quien desapareciera al pie de las montañas sin saberse nunca más de él.

Mis mayores reparos con la novela los encuentro en “Esquizofrenia”, la parte final. Me da la sensación que la historia hubiera sido recortada por lo apretado y sucinto de la narración. Noto una inusitada prisa por explicar de inmediato las terribles secuelas del hallazgo y difusión del legajo. Aquí la novela pierde en profundidad. Los protagonistas caen en desgracia mucho más rápido de lo que se explican los hechos. La brevedad de los capítulos juega en contra del desarrollo de la historia. La existencia de la Sociedad Sin Rostro no convence, no cuaja como elemento determinante en el desenlace de los personajes. Más allá de señalar que posee una gran red de poder e influencias, entre su aparición y el deterioro del equipo hay un trecho que de haberse narrado con mayor amplitud habría mantenido las expectativas del inicio: una novela histórica con trazos de narrativa policial.

Espejos de humo es una novela bien escrita, en una prosa funcional a la historia y a la caracterización de sus personajes; posee un despliegue acertado de técnicas narrativas y muestra un interesante trabajo de documentación que aporta verosimilitud al argumento. No obstante, lo ganado en el aspecto formal, particularmente la narración alternada, no favorece el desarrollo de la trama sino que más bien la diluye y fragmenta. La historia del descubrimiento de un legajo de documentos que revelan una conspiración para asesinar al libertador Simón Bolívar en Arequipa, de una oscura organización que protege ese secreto y del equipo de restauradores que lo halló es prometedora en tanto el narrador protagonista focaliza la historia o cuando se descentraliza en la perspectiva de otros personajes. Pero cuando el desarrollo ingresa a la tediosa revisión del legajo — la sección más extensa y por momentos más árida de todo la novela— la promesa de una novela policial plena de intrigas y conspiraciones se transforma en un relato que termina apurando su ritmo para dar coherencia a la historia. Los integrantes del equipo dirigido por el profesor Alonso no llegan a tomar vuelo propio. Su progresivo deterioro es demasiado abrupto. Merecían mayor protagonismo en función de las virtudes que los llevaron a conformar el equipo. El argumento exigía en el presente un desarrollo más detallado de las implicancias del revelador hallazgo. El giro final levanta las expectativas. Siembra dudas acerca de la veracidad de todo lo leído, por lo cual nos lleva a interrogarnos como lectores si es que el entusiasmo inicial de estar frente a una novela que se planteó el reto de contar la historia de una conspiración y sus secuelas doscientos años después no se cayó de las manos hacia final cuando nos enteramos que podría ser la elucubración de un insano mental.

Hay que reconocer el esfuerzo por ficcionalizar la Arequipa contemporánea alejándose de los tópicos recurrentes del sexo, drogas, licor y rock and roll. Me entusiasmaron los pasajes en los que se noveló la ciudad y sus espacios, y el trabajo de organización de la información histórica entremezclada con cierta dosis de ficción.

Espejos de humo prometía ser una lograda novela histórico-policial, pero al final se quedó como el juego escritural de un paciente internado en una clínica de rehabilitación mental. Pese a ello, su autor ha sentado un precedente que nos coloca ante el desafío de la novela en Arequipa: una novela de mayor aliento, sólida, amparada no sólo en la técnica sino también en la profundidad narrativa.

Lima, 22 de enero de 2012 Sigue leyendo