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Crítica y sinopsis de películas

Poemas de Frank Otero Luque

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Frank Otero Luque
frankoteroluque@yahoo.com

[texto completo]

EL REAL MONARCA

Soy un Rey
en perpetuo jaque,
flanqueado por la Torre de tu orgullo,
por el Alfil desbocado de tu ira
y por la Reina
de tu indiferencia lacerante.

Soy un Rey loco, delirante,
que, poco a poco,
regresa a la caja de su empaque,
lejos del alcance de tu mira,
y renuncia
al juego y al barullo.

Soy un Rey, mas no soy tuyo.
Reptando y sin ahínco,
dejé al Caballo dar un brinco
y echarme del tablero;
al recuadro
sesenta y cinco.

Cual mal Peón, peor obrero,
frente al cuadro y al espejo,
con horror
a otro Rey venero:
Es un viejo.
Está acabado.

Descubro, en un momento,
que en minúsculas soy rey
ante la Parca.
¡Un esperpento!

Pido perdón.
Pisoteado el corazón,
he hallado al corazón…
¡El Real Monarca!

LAGARTIJA SIN COLA

Lagartija / con la cola cortada.
Botija embrujada / que nunca se llena.
Ola rompiendo / en marejada,
como ánima errante / y en pena.

Como cuarto menguante,
como sol eclipsado;
como queso mordido;
como sordo llamado,
como ahogado bramido.

Como beso volado,
como copa sin vino;
capitán sin destino
y navío perdido.

¡Cómo duele el olvido!

¡Cómo llena el pasado!

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EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVI-XIX

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Víctor Condori
Historiador

La importancia económica de la ciudad y región se iniciaron con la fundación española de la “muy noble y muy leal” ciudad de Arequipa, ocurrida un 15 de agosto, día de la Asunción de la virgen María, de 1540. A partir de ese momento, la futura Ciudad Blanca, comenzó a existir para la historia del Perú.

En los primeros años posteriores a su fundación, la ciudad de Arequipa tuvo una existencia marginal como muchas otras ciudades, frente a los principales centros urbanos: Lima, sede del gobierno virreinal y Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Así, ante la ausencia de grandes minas, abundantes tesoros y numerosas poblaciones indígenas que repartir y aprovechar, la principal fuente de riqueza radicó en la tierra y en los beneficios que de ella se podían extraer.

La explotación del suelo no fue una tarea difícil, pese a la aparente aridez de la región. Con algo de riego y un poco de paciencia los cultivos habrían de surgir prodigiosamente para proporcionar al labriego el producto de su esfuerzo.

Como era de esperarse, la nueva población española de gustos mediterráneos, prescindió de los cultivos autóctonos, es decir el maíz y la papa, a fin de favorecer a aquellos provenientes de la península como el trigo y la vid. De igual modo sucedió con la chicha, ancestral bebida americana, quedando limitada a los sectores indígenas y populares, mientras el vino se hacía imprescindible en las mesas de los vecinos y familias principales de la ciudad.

SIGLO XVI

a. Los inicios de la viticultura

En los primeros años de la ciudad, el abastecimiento de tan apreciado néctar se realizaba desde la península, importándose de la región española de Andalucía. Sin embargo, la irregularidad de los envíos y el alto costo de los mismos, impulsó a ciertos vecinos a experimentar con algunas parras en sus tierras solariegas y así, producir vino de manera domestica que, aunque en pequeñas cantidades, les permitió compensar su frecuente escasez en el mercado local.

Por los años de 1550, ya se podían hallar algunos viñedos plantados en los valles de Socabaya y Tiabaya, cuya producción progresivamente fue desplazando al irregular y costoso vino andaluz. No obstante ello, la producción vinatera debió haber sido todavía muy modesta, no solo por el carácter de su producción, sino, por lo reducido del mercado arequipeño. Así se infiere también de la crónica del observador y prolijo Pedro Cieza de León (1553), quien al referirse a Arequipa no hace ninguna mención al cultivo de la vid, sino más bien al trigo de quien dice “Dase en ella muy excellente trigo, del cual hacen pan bueno y sabroso”.

El descubrimiento del rico yacimiento de Potosí, en 1545 y la consecuente formación de un vasto circuito comercial en torno a este centro minero ubicado en el corazón de la actual Bolivia, generó grandes posibilidades de negocios para los encomenderos y vecinos arequipeños, sobre todo en la exportación de vinos. En este sentido, hacía 1557 el cabildo de Arequipa comisionó a Hernando Álvarez Carmona para investigar la Factibilidad de otorgar tierras en el cercano valle de Vítor, ubicado a un centenar de kilómetros de la ciudad; y en julio de ese año, se midieron numerosos terrenos los mismos que fueron rápidamente repartidos entre los principales vecinos de la ciudad. Aunque se trató de pequeñas propiedades, la tierra era muy buena y el clima, mejor.

A mediados de 1570, una gran parte de los terrenos en el valle de Vítor se hallaban sembrados con viñas y en creciente producción. Muy a pesar de los Edictos Reales que intentaban prohibir la fabricación de vinos en las colonias, para de este modo proteger a los vinateros peninsulares. Pero, como los comerciantes españoles nunca pudieron satisfacer completamente la demanda colonial, ni en cantidad ni en precio, la industria vinatera local siguió creciendo hasta convertirse en la base de la economía regional.

Para el año de 1580, el cultivo de la vid y por ende la elaboración de vinos se habían rápidamente extendido desde Vítor hacia los vecinos valles de Siguas, Majes y Tambo. Consecuentemente, la producción regional que hasta esos años no había pasado de unas cuantas botijas de vino al año, se elevó considerablemente hasta alcanzar las 100,000 botijas. Tan enormes volúmenes se obtuvieron muy a pesar del terremoto del 22 de enero de 1582 (X grados de intensidad), el primero en la historia de la ciudad y que según el padre Víctor M. Barriga “todos los vinos de los valles se perdieron con las vasijas y bodegas”.

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EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVI-XIX

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Víctor Condori
Historiador

La importancia económica de la ciudad y región se iniciaron con la fundación española de la “muy noble y muy leal” ciudad de Arequipa, ocurrida un 15 de agosto, día de la Asunción de la virgen María, de 1540. A partir de ese momento, la futura Ciudad Blanca, comenzó a existir para la historia del Perú.

En los primeros años posteriores a su fundación, la ciudad de Arequipa tuvo una existencia marginal como muchas otras ciudades, frente a los principales centros urbanos: Lima, sede del gobierno virreinal y Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Así, ante la ausencia de grandes minas, abundantes tesoros y numerosas poblaciones indígenas que repartir y aprovechar, la principal fuente de riqueza radicó en la tierra y en los beneficios que de ella se podían extraer.

La explotación del suelo no fue una tarea difícil, pese a la aparente aridez de la región. Con algo de riego y un poco de paciencia los cultivos habrían de surgir prodigiosamente para proporcionar al labriego el producto de su esfuerzo.

Como era de esperarse, la nueva población española de gustos mediterráneos, prescindió de los cultivos autóctonos, es decir el maíz y la papa, a fin de favorecer a aquellos provenientes de la península como el trigo y la vid. De igual modo sucedió con la chicha, ancestral bebida americana, quedando limitada a los sectores indígenas y populares, mientras el vino se hacía imprescindible en las mesas de los vecinos y familias principales de la ciudad.

SIGLO XVI

a. Los inicios de la viticultura

En los primeros años de la ciudad, el abastecimiento de tan apreciado néctar se realizaba desde la península, importándose de la región española de Andalucía. Sin embargo, la irregularidad de los envíos y el alto costo de los mismos, impulsó a ciertos vecinos a experimentar con algunas parras en sus tierras solariegas y así, producir vino de manera domestica que, aunque en pequeñas cantidades, les permitió compensar su frecuente escasez en el mercado local.

Por los años de 1550, ya se podían hallar algunos viñedos plantados en los valles de Socabaya y Tiabaya, cuya producción progresivamente fue desplazando al irregular y costoso vino andaluz. No obstante ello, la producción vinatera debió haber sido todavía muy modesta, no solo por el carácter de su producción, sino, por lo reducido del mercado arequipeño. Así se infiere también de la crónica del observador y prolijo Pedro Cieza de León (1553), quien al referirse a Arequipa no hace ninguna mención al cultivo de la vid, sino más bien al trigo de quien dice “Dase en ella muy excellente trigo, del cual hacen pan bueno y sabroso”.

El descubrimiento del rico yacimiento de Potosí, en 1545 y la consecuente formación de un vasto circuito comercial en torno a este centro minero ubicado en el corazón de la actual Bolivia, generó grandes posibilidades de negocios para los encomenderos y vecinos arequipeños, sobre todo en la exportación de vinos. En este sentido, hacía 1557 el cabildo de Arequipa comisionó a Hernando Álvarez Carmona para investigar la Factibilidad de otorgar tierras en el cercano valle de Vítor, ubicado a un centenar de kilómetros de la ciudad; y en julio de ese año, se midieron numerosos terrenos los mismos que fueron rápidamente repartidos entre los principales vecinos de la ciudad. Aunque se trató de pequeñas propiedades, la tierra era muy buena y el clima, mejor.

A mediados de 1570, una gran parte de los terrenos en el valle de Vítor se hallaban sembrados con viñas y en creciente producción. Muy a pesar de los Edictos Reales que intentaban prohibir la fabricación de vinos en las colonias, para de este modo proteger a los vinateros peninsulares. Pero, como los comerciantes españoles nunca pudieron satisfacer completamente la demanda colonial, ni en cantidad ni en precio, la industria vinatera local siguió creciendo hasta convertirse en la base de la economía regional.

Para el año de 1580, el cultivo de la vid y por ende la elaboración de vinos se habían rápidamente extendido desde Vítor hacia los vecinos valles de Siguas, Majes y Tambo. Consecuentemente, la producción regional que hasta esos años no había pasado de unas cuantas botijas de vino al año, se elevó considerablemente hasta alcanzar las 100,000 botijas. Tan enormes volúmenes se obtuvieron muy a pesar del terremoto del 22 de enero de 1582 (X grados de intensidad), el primero en la historia de la ciudad y que según el padre Víctor M. Barriga “todos los vinos de los valles se perdieron con las vasijas y bodegas”.

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Europa y la amenaza de las minorías culturales

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Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori

[fragmento]

Arturo Caballero

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica (2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria. Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha enseñado durante los últimos veinte años.

En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el multiculturalismo, partiendo de que la comprensión de ambos términos está sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y a la vez, diferenciar ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar, confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte, “Pluralismo y sociedad libre” trata sobre los límites que debe establecer una sociedad abierta para no verse socavada a sí misma por las excesivas concesiones otorgadas a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte, “Multiculturalismo y sociedad desmembrada” desarrolla el concepto de multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es por ello, que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que el pluralismo no es simplemente la existencia de variedad o diversidad, sino, además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros. También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a las ideologías del pensamiento único.

(…)

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a los que califica como “extraños”: “El inmigrante es, pues, distinto respecto a los distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad” (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción la de Sartori: “una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso”. Pero ¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro económico español, era común el adagio “África comienza al otro lado de los Pirineos”, lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas como el resto de naciones es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos. Pero al analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a Europa “como moscas a la miel” seducidos por la bonanza económica— y por la desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los migrantes actuales llegan a un continente rico pero escaso de oportunidades. Lo que olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación). Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia mediante el dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la supervivencia; en este caso, el término “migración” es un eufemismo de “huida” o “salvación”. En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental, propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales consideradas conflictivas: “… el hecho es que la integración se produce sólo a condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a integración sino a desintegración” (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto como una señal de resistencia a la integración, en contraste a los italianos que “se integraron a la perfección” (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los “extraños” para que sean menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de “ser europeos”. El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho, diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización de tinte neoliberal.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal punto que los extranjeros más “extraños” por la raza, lengua, costumbres y religión son considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación liberal.

Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de voto a los más extraños “este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris” (118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres, etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera, pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos— generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las causas del racismo ¡la tienen las víctimas! porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una convivencia armónica.

“Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería “racismo”? Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del que lo ha creado” (121).

Y más adelante agrega: “el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo” (122).
Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia? ¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los inmigrantes ilegales y por lo tanto resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana en el metro de Madrid o la de pandillas de skin heads contra estudiantes turcos en Alemania. Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales tiene como agravante el que sean “extraños” racial o culturalmente. Lo que Sartori no analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

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Europa y la amenaza de las minorías culturales

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Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori

[fragmento]

Arturo Caballero

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica (2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria. Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha enseñado durante los últimos veinte años.

En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el multiculturalismo, partiendo de que la comprensión de ambos términos está sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y a la vez, diferenciar ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar, confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte, “Pluralismo y sociedad libre” trata sobre los límites que debe establecer una sociedad abierta para no verse socavada a sí misma por las excesivas concesiones otorgadas a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte, “Multiculturalismo y sociedad desmembrada” desarrolla el concepto de multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es por ello, que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que el pluralismo no es simplemente la existencia de variedad o diversidad, sino, además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros. También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a las ideologías del pensamiento único.

(…)

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a los que califica como “extraños”: “El inmigrante es, pues, distinto respecto a los distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad” (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción la de Sartori: “una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso”. Pero ¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro económico español, era común el adagio “África comienza al otro lado de los Pirineos”, lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas como el resto de naciones es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos. Pero al analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a Europa “como moscas a la miel” seducidos por la bonanza económica— y por la desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los migrantes actuales llegan a un continente rico pero escaso de oportunidades. Lo que olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación). Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia mediante el dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la supervivencia; en este caso, el término “migración” es un eufemismo de “huida” o “salvación”. En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental, propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales consideradas conflictivas: “… el hecho es que la integración se produce sólo a condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a integración sino a desintegración” (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto como una señal de resistencia a la integración, en contraste a los italianos que “se integraron a la perfección” (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los “extraños” para que sean menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de “ser europeos”. El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho, diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización de tinte neoliberal.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal punto que los extranjeros más “extraños” por la raza, lengua, costumbres y religión son considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación liberal.

Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de voto a los más extraños “este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris” (118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres, etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera, pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos— generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las causas del racismo ¡la tienen las víctimas! porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una convivencia armónica.

“Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería “racismo”? Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del que lo ha creado” (121).

Y más adelante agrega: “el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo” (122).
Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia? ¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los inmigrantes ilegales y por lo tanto resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana en el metro de Madrid o la de pandillas de skin heads contra estudiantes turcos en Alemania. Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales tiene como agravante el que sean “extraños” racial o culturalmente. Lo que Sartori no analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

(lea la versión completa de este artículo en Letras del Sur)
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EL TRABAJO LITERARIO DE LA MUJER PERUANA

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Miguel González

Hoy en día, en nuestro país, la mujer goza de un prestigio social y cultural admirable. Cabe recordar que en un inicio sólo unas pocas mujeres resaltaron con su pluma. Tales son los casos de Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera y Angélica Palma, quien publicara sus novelas bajo seudónimos para que su padre, el gran tradicionalista don Ricardo Palma, no se molestara.

Si rastreamos, en los últimos cincuenta años, el inicio de la literatura femenina, dejando por supuesto de lado las obras escritas por hombres, diremos que el punto de partida se da en 1967, año en el que apareció la antología poética dirigida por Esther M. Allison. Escritora que publicó, en 1939, su poemario titulado “Alba Lírica”. Su participación literaria la hizo merecedora, al final de su producción, de varios reconocimientos. Este sería un caso aislado en las letras femeninas.

Posteriormente, marcando la década de los setentas en Lima, destacan ciertos grupos literarios como Hora Zero o la revista Estación Reunida, cuyos integrantes se sitúan en los más altos peldaños de la poesía peruana contemporánea. A Hora Zero se sumaron otros importantes grupos como La Tortuga Ecuestre, Cirle, Collage y Nueva Humanidad.

Toda esta generación de jóvenes escritores privilegió la importancia de la literatura peruana, en especial, la importancia de nuestra poesía. Dentro de los escritores que sobresalieron en esos años podemos mencionar a Rosina Valcárcel, Ana María García, Carmen Ollé y la joven María Emilia Cornejo, cuya poesía suelta fue reunida mucho después de su temprana muerte en el libro “En la mitad del camino recorrido” (1989). Podemos agregar a esta lista a Elvira Roca Rey, Sonia Luz Carrillo, Otilia Navarrete, Cecilia Bustamante y, según la crítica especializada reciente, a la poetisa Josefina Barrón.
En la década de 1980, estas poetisas publicaron obras de reconocido mérito literario. Durante esta década las escritoras tendrán un progreso significativo. Tal el caso de Carmen Ollé que publicó sus importantes poemarios “Todo Orgullo Humea la Noche” (1988) y “Noches de adrenalina” (1981). Tanto Santiesteban como Doris Moromisato fueron también fundamentales. Rocío Silva se inicia con el libro de poemas “Asuntos Circunstanciales” cuya calidad poética irá en ascenso hasta su más logrado poemario “Turbulencias”, a ellos se suman sus artículos periodísticos, ensayos y su libro de cuentos “Me Perturbas”. Doris Moromisato incursionó en la poesía con “Morada donde la luna perdió su palidez” (1988); en su producción se percibe la herencia cultural japonesa, en especial de Okinawa, lugar de donde provienen sus antepasados.

En la literatura peruana, la poetisa más sobresaliente es, sin lugar a dudas, Blanca Varela. Su carrera literaria se inicia en 1959 con la publicación de su poemario “Ese Puerto Existe”, y dentro de sus últimas producciones se cuentan “El libro de Barro” (1993) y “Concierto Animal” (1999). Su reconocimiento internacional llegó en 1986 cuando se editó una antología, “Canto Villano”, que incluyó lo mejor de su producción hasta entonces. El año pasado, por su impecable trayectoria literaria, se le concedió el premio Reina Sofía.

Pocas son las escritoras que se han dedicado a la novela. Podemos mencionar dos casos importantes: Carmen Ollé con “Las Dos Caras Del Deseo” (1994) y “la Pista Falsa” (1999); y Laura Riesco, quien escribió la mejor novela hecha por una mujer “Ximena De Dos Caminos” (1994).
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EL TRABAJO LITERARIO DE LA MUJER PERUANA

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Miguel González

Hoy en día, en nuestro país, la mujer goza de un prestigio social y cultural admirable. Cabe recordar que en un inicio sólo unas pocas mujeres resaltaron con su pluma. Tales son los casos de Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera y Angélica Palma, quien publicara sus novelas bajo seudónimos para que su padre, el gran tradicionalista don Ricardo Palma, no se molestara.

Si rastreamos, en los últimos cincuenta años, el inicio de la literatura femenina, dejando por supuesto de lado las obras escritas por hombres, diremos que el punto de partida se da en 1967, año en el que apareció la antología poética dirigida por Esther M. Allison. Escritora que publicó, en 1939, su poemario titulado “Alba Lírica”. Su participación literaria la hizo merecedora, al final de su producción, de varios reconocimientos. Este sería un caso aislado en las letras femeninas.

Posteriormente, marcando la década de los setentas en Lima, destacan ciertos grupos literarios como Hora Zero o la revista Estación Reunida, cuyos integrantes se sitúan en los más altos peldaños de la poesía peruana contemporánea. A Hora Zero se sumaron otros importantes grupos como La Tortuga Ecuestre, Cirle, Collage y Nueva Humanidad.

Toda esta generación de jóvenes escritores privilegió la importancia de la literatura peruana, en especial, la importancia de nuestra poesía. Dentro de los escritores que sobresalieron en esos años podemos mencionar a Rosina Valcárcel, Ana María García, Carmen Ollé y la joven María Emilia Cornejo, cuya poesía suelta fue reunida mucho después de su temprana muerte en el libro “En la mitad del camino recorrido” (1989). Podemos agregar a esta lista a Elvira Roca Rey, Sonia Luz Carrillo, Otilia Navarrete, Cecilia Bustamante y, según la crítica especializada reciente, a la poetisa Josefina Barrón.
En la década de 1980, estas poetisas publicaron obras de reconocido mérito literario. Durante esta década las escritoras tendrán un progreso significativo. Tal el caso de Carmen Ollé que publicó sus importantes poemarios “Todo Orgullo Humea la Noche” (1988) y “Noches de adrenalina” (1981). Tanto Santiesteban como Doris Moromisato fueron también fundamentales. Rocío Silva se inicia con el libro de poemas “Asuntos Circunstanciales” cuya calidad poética irá en ascenso hasta su más logrado poemario “Turbulencias”, a ellos se suman sus artículos periodísticos, ensayos y su libro de cuentos “Me Perturbas”. Doris Moromisato incursionó en la poesía con “Morada donde la luna perdió su palidez” (1988); en su producción se percibe la herencia cultural japonesa, en especial de Okinawa, lugar de donde provienen sus antepasados.

En la literatura peruana, la poetisa más sobresaliente es, sin lugar a dudas, Blanca Varela. Su carrera literaria se inicia en 1959 con la publicación de su poemario “Ese Puerto Existe”, y dentro de sus últimas producciones se cuentan “El libro de Barro” (1993) y “Concierto Animal” (1999). Su reconocimiento internacional llegó en 1986 cuando se editó una antología, “Canto Villano”, que incluyó lo mejor de su producción hasta entonces. El año pasado, por su impecable trayectoria literaria, se le concedió el premio Reina Sofía.

Pocas son las escritoras que se han dedicado a la novela. Podemos mencionar dos casos importantes: Carmen Ollé con “Las Dos Caras Del Deseo” (1994) y “la Pista Falsa” (1999); y Laura Riesco, quien escribió la mejor novela hecha por una mujer “Ximena De Dos Caminos” (1994).
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“TITÁN”

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Cuento [texto completo]

José Antonio Sotillo

No, no nos dejan ver televisión, y algo de música se puede escuchar, pero a escondidas…los niños en Titán parecen tristes, son tristes y sólo hay seis, dos niños y cuatro niñas…todos de casi la misma edad, entre siete y nueve años…sus padres trabajan algo de treinta y seis horas diarias y duermen por turnos de cuatro horas…las tardes son eternas y sólo viene un carguero de cuando en cuando…y ese cuando será dentro de 10 horas…Titán es una prisión…donde los terrícolas envían su basura humana—aquí se sobrevive…pero para los niños es injusto y ellos lo saben …si hubiera una forma de sacarlos…hace meses que lo planeo…pero el plan es peligroso…con algunos fragmentos de aquí y de allá he hecho una pistola de rayos…pero sólo tiene dos cargas…y ellos son seis guardias con armas de última generación, de detonación sónica, que en un solo segundo te hacen estallar…

Recuerdo el mar azul, allá en la ciudad…mi hogar…la tibia cama, el aroma a café recién pasado…su blanca piel y sus ojos claros mientras me abrazaba y me decía que me quería…no vayas a trabajar, hoy podemos quedarnos aquí, quédate conmigo papá y veamos aquellos dibujos antiguos del siglo XX…su voz se pierde en mi memoria, muerdo un trozo de pan, si se le puede llamar pan; pero aquí, en este infierno helado, es lo mejor que puedes conseguir después de ese almuerzo medio dulce salado que nos sostiene por diez horas, más el medio litro de agua diaria que nos dan…y es lo mismo con los niños…un día, uno de ellos me preguntó por el chocolate, que qué era…me quedé en silencio…lo habían visto en una vieja revista, no me atreví a contarles…

Después que los científicos entraron de lleno en la política y empezaron a manipular la procreación, genéticamente, para crear “seres perfectos”… algunos padres fuimos seleccionados para “el inicio”, veinte meses después de pruebas y otros deslindes burocráticos, nuestros bebés nacieron…los denominaron “seres alfas”, el mío se llamaba “alfa 5”…pero cariñosamente yo le decía “If”…desde el primer momento demostraron peculiaridades que cualquier ser humano normal no poseía; para cuando tenían 10 años de edad dominaban prácticamente todas las ciencias y escribían ensayos que el mismo Borges, Freud y Einstein, envidiarían; y sobre todos los temas…en especial política, escribieron sobre un nuevo orden, la moral; habían hecho un análisis de la historia y filosofías humanas y a su juicio el hombre debía de ser cambiado…eliminar el mal…tal vez fueron demasiado sinceros…su inteligencia, más que superior, no convino en lo que se aproximaba…y decidieron destruirlos…claro que yo me opuse, ni siquiera consideraron mis argumentos…así que “If”, mi hijo, tenía que morir…¡mejor ellos… que nosotros! Había dicho el consejo.

Tomé mi pequeña nave, cargué lo que pude en ella, y a mi pequeño que aún dormía, no sabía que debajo de su piel habían colocado un chip localizador…nos encontraron…y se lo llevaron…tengo la esperanza de que esté vivo…pero mi corazón dice que no…y a mí me mandaron a Titán como castigo a mi irreverencia…de esto hace ya quince años…

Faltan cinco horas para que llegue el carguero, mi arma está lista, sólo dos tiros…los niños y yo sabemos lo que tenemos que hacer…

Todo es confuso…el reloj en la pared…el aullido de un ser de las tormentas…siempre aúllan cuando una nave se acerca…

El comité de bienvenida se acerca a la explanada, donde yace la nave dando sus últimos rugidos…los ojos del capitán como que se sorprenden porque yo no debería de estar allí…uno de los niños se acerca con una nave de papel entre sus manos…se la muestra…entonces…son como imágenes difusas…ya no las recuerdo bien…el sonido de mi arma…el soldado cayendo…los gritos…la nave de papel haciendo un extraño círculo…los niños…más gritos…destellos…el último tiro de mi arma…el capitán yacía tendido en el suelo…ahora tengo dos armas sónicas…¡te arrepentirás! me dice uno de los caídos…pero ya no importa nada…los niños y yo vamos en un viaje que duraría ocho meses…

Nos sé cómo llamaremos a este nuevo mundo, en las Nubes de Magallanes estamos seguros…los niños ya no lo son…ahora tienen más de veinticinco años…son libres y los recursos de este lugar son abundantes…están creando una nueva sociedad…la que escribieron en sus ensayos los niños alfa, porque yo se los he contado…más allá de la genética, está la genética del corazón y hoy es un día especial porque Claudia ha dado a luz al primer bebé “sapiens” en Magallanes…en la última frontera… aunque los otros humanos que nos arrojaron no lo saben, ya quisieran estar aquí, beber esta nueva agua, montar en un “equs”, algo parecido a un caballo, pero más dócil y más veloz; comer una ”naria”, que me recuerda una manzana sabor a melón, o escuchar cantar a un “tidia”, como suaves y delicados cristales que se tocan y producen la música más hermosa que ningún ser humano haya escuchado…

A veces extraño mi mundo…veo a través del telescopio ínter espacial la Vía Láctea con sus dos brazos principales…antes los hombres creían que tenía cuatro…y busco la Tierra…pero parece que ya no está…sólo se ve una luna solitaria…

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“TITÁN”

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Cuento [texto completo]

José Antonio Sotillo

No, no nos dejan ver televisión, y algo de música se puede escuchar, pero a escondidas…los niños en Titán parecen tristes, son tristes y sólo hay seis, dos niños y cuatro niñas…todos de casi la misma edad, entre siete y nueve años…sus padres trabajan algo de treinta y seis horas diarias y duermen por turnos de cuatro horas…las tardes son eternas y sólo viene un carguero de cuando en cuando…y ese cuando será dentro de 10 horas…Titán es una prisión…donde los terrícolas envían su basura humana—aquí se sobrevive…pero para los niños es injusto y ellos lo saben …si hubiera una forma de sacarlos…hace meses que lo planeo…pero el plan es peligroso…con algunos fragmentos de aquí y de allá he hecho una pistola de rayos…pero sólo tiene dos cargas…y ellos son seis guardias con armas de última generación, de detonación sónica, que en un solo segundo te hacen estallar…

Recuerdo el mar azul, allá en la ciudad…mi hogar…la tibia cama, el aroma a café recién pasado…su blanca piel y sus ojos claros mientras me abrazaba y me decía que me quería…no vayas a trabajar, hoy podemos quedarnos aquí, quédate conmigo papá y veamos aquellos dibujos antiguos del siglo XX…su voz se pierde en mi memoria, muerdo un trozo de pan, si se le puede llamar pan; pero aquí, en este infierno helado, es lo mejor que puedes conseguir después de ese almuerzo medio dulce salado que nos sostiene por diez horas, más el medio litro de agua diaria que nos dan…y es lo mismo con los niños…un día, uno de ellos me preguntó por el chocolate, que qué era…me quedé en silencio…lo habían visto en una vieja revista, no me atreví a contarles…

Después que los científicos entraron de lleno en la política y empezaron a manipular la procreación, genéticamente, para crear “seres perfectos”… algunos padres fuimos seleccionados para “el inicio”, veinte meses después de pruebas y otros deslindes burocráticos, nuestros bebés nacieron…los denominaron “seres alfas”, el mío se llamaba “alfa 5”…pero cariñosamente yo le decía “If”…desde el primer momento demostraron peculiaridades que cualquier ser humano normal no poseía; para cuando tenían 10 años de edad dominaban prácticamente todas las ciencias y escribían ensayos que el mismo Borges, Freud y Einstein, envidiarían; y sobre todos los temas…en especial política, escribieron sobre un nuevo orden, la moral; habían hecho un análisis de la historia y filosofías humanas y a su juicio el hombre debía de ser cambiado…eliminar el mal…tal vez fueron demasiado sinceros…su inteligencia, más que superior, no convino en lo que se aproximaba…y decidieron destruirlos…claro que yo me opuse, ni siquiera consideraron mis argumentos…así que “If”, mi hijo, tenía que morir…¡mejor ellos… que nosotros! Había dicho el consejo.

Tomé mi pequeña nave, cargué lo que pude en ella, y a mi pequeño que aún dormía, no sabía que debajo de su piel habían colocado un chip localizador…nos encontraron…y se lo llevaron…tengo la esperanza de que esté vivo…pero mi corazón dice que no…y a mí me mandaron a Titán como castigo a mi irreverencia…de esto hace ya quince años…

Faltan cinco horas para que llegue el carguero, mi arma está lista, sólo dos tiros…los niños y yo sabemos lo que tenemos que hacer…

Todo es confuso…el reloj en la pared…el aullido de un ser de las tormentas…siempre aúllan cuando una nave se acerca…

El comité de bienvenida se acerca a la explanada, donde yace la nave dando sus últimos rugidos…los ojos del capitán como que se sorprenden porque yo no debería de estar allí…uno de los niños se acerca con una nave de papel entre sus manos…se la muestra…entonces…son como imágenes difusas…ya no las recuerdo bien…el sonido de mi arma…el soldado cayendo…los gritos…la nave de papel haciendo un extraño círculo…los niños…más gritos…destellos…el último tiro de mi arma…el capitán yacía tendido en el suelo…ahora tengo dos armas sónicas…¡te arrepentirás! me dice uno de los caídos…pero ya no importa nada…los niños y yo vamos en un viaje que duraría ocho meses…

Nos sé cómo llamaremos a este nuevo mundo, en las Nubes de Magallanes estamos seguros…los niños ya no lo son…ahora tienen más de veinticinco años…son libres y los recursos de este lugar son abundantes…están creando una nueva sociedad…la que escribieron en sus ensayos los niños alfa, porque yo se los he contado…más allá de la genética, está la genética del corazón y hoy es un día especial porque Claudia ha dado a luz al primer bebé “sapiens” en Magallanes…en la última frontera… aunque los otros humanos que nos arrojaron no lo saben, ya quisieran estar aquí, beber esta nueva agua, montar en un “equs”, algo parecido a un caballo, pero más dócil y más veloz; comer una ”naria”, que me recuerda una manzana sabor a melón, o escuchar cantar a un “tidia”, como suaves y delicados cristales que se tocan y producen la música más hermosa que ningún ser humano haya escuchado…

A veces extraño mi mundo…veo a través del telescopio ínter espacial la Vía Láctea con sus dos brazos principales…antes los hombres creían que tenía cuatro…y busco la Tierra…pero parece que ya no está…sólo se ve una luna solitaria…

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Jordán y el “Moqueguazo”

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El presidente García declaró ante los medios de comunicación que el general Jordán se entregó mansamente en Moquegua. Criticó que el contingente dirigido por el general PNP no estuviera provisto de armas disuasivas, lo cual permitió a los agitadores reducir con facilidad a los policías. El presidente tuvo algunas frases muy duras contra el general Jordán a quien, prácticamente y en vivo y en directo a todo el país, calificó de cobarde: “Una persona que tiene miedo físico es mejor que no se meta en estas cosas”.

Diversos analistas se manifestaron acerca de la ineptitud del ministro Alva Castro respecto al “moqueguazo”, lo que no es novedad, ya que en otros conflictos sociales similares (Ayacucho, Chimbote) brilló por su ausencia. Hace mucho tiempo que a Alva Castro el oficialismo y sus eventuales aliados fujimoristas y de Unidad Nacional le arrojan un salvavidas para evitar la vergüenza de la censura a un ministro aprista. Sin embargo, a medida que este blindaje aumenta, también se incrementa el descrédito del Congreso y la aprobación presidencial. Alva Castro representa un lastre muy pesado como para cargar con él gratuitamente, a sabiendas que no suma nada, en absoluto, a los logros económicos que viene obteniendo el Ejecutivo.

Pero lo sustancial aquí son las declaraciones del presidente en torno a las responsabilidades sobre el desborde popular en Moquegua. García volvió a salvar a su correligionario al enfilar sus baterías contra el general Jordán, como si este tuviera a su cargo la estrategia de prevención de conflictos sociales que, como el de Moquegua, eran previsibles. No, señor presidente, Alva Castro ha demostrado con creces que es un inútil en materia de seguridad interna y que está más interesado en otras carteras -publicar artículos sobre economía es una señal muy sutil- puesto que durante los momentos más críticos de la protesta en Moquegua, se escondió y no dio la cara, salvo para referirse a Fernando Rospigliosi con quien sostiene un diferendo de larga data.

Debemos agradecer a la “mansedumbre” del general Jordán que no tengamos muertos que lamentar. ¿Qué hubiera sucedido si, efectivamente, los policías enfrentaban con sus armas a los manifestantes? Simplemente una masacre similar a la del Frontón. Señor presidente, ¿acaso no aprendió usted las lecciones del pasado? ¿Cuál es la deuda que usted o el APRA tienen con Alva Castro? Los dos muertos en Ayacucho levantaron una andanada de críticas al procedimiento de que emplea la policía contra los manifestantes e hizo trastabillar al ministro del Interior, quien supo salir airoso como siempre.

Jordán brindó una lección de sensatez y prudencia a pesar de que el costo profesional para él mismo haya sido elevado. La represión con armas de fuego, los muertos regados a lo largo del puente Montalvo y los policías ajusticiados por la turba jamás podrían ser compensados por algún reconocimiento presidencial al valor. Pero la lección que deja a las fuerzas de orden: nada justifica el atropello a los derechos humanos ni la ley ni la fuerza de las armas. El diálogo debe imponerse hasta agotar todos los recursos. De no haber sido por la que sí fue una fallida intervención de la DINOES quienes dispararon bombas lacrimógenas durante el diálogo con los manifestantes, posiblemente, los policías no hubieran sido secuestrados. Si bien Jordán está asumiendo las consecuencias de su decisión, sabe que puede dormir tranquilo sin cargar en la conciencia con el peso de cientos de muertos, algo que dudamos, pueda hacer el presidente García.
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