Archivo del Autor: Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Acerca de Carlos Arturo Caballero Medina (Charlie)

Magíster en Literatura Hispanoamericana por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Aspirante al Doctorado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Nacional de Córdoba Integrante del equipo de investigación "Cartografías literarias del Cono Sur" y del Centro de Investigaciones de la Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba

ENTRE EL RÍO Y LA FLORESTA

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Gracias a la invitación de Socorro Simões, coordinadora del Programa de Estudios Geo-Bioculturales de la Amazonía, me encuentro en la ciudad de Belém, capital del estado de Pará, participando del IFNOPAP, un congreso internacional que reúne a especialistas de diversas áreas sobre temas de la Amazonía. Este año se realiza la decimosexta edición y la sexta en la modalidad de campus fluctuante. Anteriormente, mis visitas al Brasil se limitaron São Paulo y Río de Janeiro, pero hacía tiempo atrás me interesaba conocer el nordeste: Recife, Fortaleza, Natal y las playas de Olinda que por lo que oí y leí son realmente maravillosas. Sin embargo, la invitación a IFNOPAP me llevó mucho más al norte, oportunidad que aproveché para conocer por primera vez la Amazonía.

A diferencia de otros viajes académicos en los que llegaba justo para la inauguración y en cuanto terminaba la clausura ya estaba con las maletas rumbo al aeropuerto, decidí que mi estadía en Belém no podía limitarse a los 9 días del congreso, sino que debía darme el tiempo suficiente para explorar esta antigua ciudad, puerta de entrada a la Amazonía, donde alguna vez Roger Casement ejerció funciones diplomáticas poco antes de ser comisionado para investigar las actividades de la Peruvian Amazon Company de Julio C. Arana en el Putumayo. Así que llegué con varios días de anticipación para conocer con calma un poco más sobre su historia y su gente.

Belém tiene dos climas definidos: calor y más calor, mucha lluvia y poca lluvia. Y es que se ubica en la zona tropical donde abunda una tupida floresta amazónica y una intricada red de canales fluviales que en el pasado le habían ganado el apelativo de la «Venecia del Amazonas». Entre finales del siglo XIX e inicios del XX, los canales de la ciudad fueron drenados y otros cubiertos para aprovechar espacio a favor de construcciones más sólidas. Desde el aire la vista es impresionante. Senderos acuáticos serpentean en todas las direcciones confluyendo unos con otros hasta formar un río tan ancho que en algunos tramos no se observa la otra orilla (y no me refiero al río Amazonas). La duda que me acompañaba desde que llegué era si Belém se ubicaba a orillas del Amazonas cerca a su desembocadura. Los mapas dan la impresión que uno de los brazuelos del coloso fluvial sudamericano pasa por Belém. Sin embargo, las oportunas explicaciones de una profesora de geografía, luego de su conferencia magistral, me aclararon el panorama. El río que pasa por Belém es independiente del sistema hidrográfico del Amazonas. No obstante, algunos guías fluviales con total desparpajo anuncian a los turistas que están navegando por el Amazonas. «No pude resistirme y en privado le dije que eso no era verdad», me comentó la profesora Carmina. Al parecer, ese joven guía persiste en su propósito, pues varios turistas regresan convencidos de que, efectivamente, navegaron por el Amazonas.

Lo que sí es cierto es que durante su época de esplendor, Belém fue una ciudad muy importante para la corona portuguesa, el imperio del Brasil y la república. Así como sucedió con Iquitos, Belém mantenía mayor contacto con Nueva York, Londres, Liverpool y París que con São Paulo o Río de Janeiro, los centros político-económicos desde donde se dirigía la colonia, el imperio y la república. El eje Belém-Manaus-Iquitos fue fundamental para el comercio del látex entre 1884 y 1914, periodo que duró el «boom» del caucho. Durante la Primera Guerra Mundial, las potencias aliadas se aseguraron que los Estados que proveían de esta materia prima se declarasen en contra de Alemania y así garantizaron una provisión constante de látex para emplearlos en la industria militar. Pero después de la caída del precio internacional del caucho, a raíz de que se transplantaron semillas de la Amazonía a Singapur y Malasia, lo que derivó en la quiebra del monopolio amazónico y africano, Belém y sus pares Manaus e Iquitos fueron sumergidas en el olvido.

Como testimonio de aquella época queda el Theatro da Paz en la Praça da República, en el centro de la ciudad, construido con materiales importados desde Francia e Inglaterra y bajo la influencia arquitectónica de la Bélle Époque. En las paredes y pisos de las iglesias de Belém y de las ciudades que la circundan como Vigías o Bragança, todavía se conservan los azulejos portugueses que también, como se narra en El sueño del celta de Mario Vargas Llosa, adornan las casas más distinguidas del centro de Iquitos.

La historia cuenta que Pará fue hasta el final una región leal a la corona portuguesa, que opuso resistencia al republicanismo carioca y paulista. Y se comprende porque la presencia europea fue determinante en el modo de vida de sus habitantes. Al contrario de lo que se puede encontrar en Recife o Bahía, donde los cultos africanos como el candomble, la santería, los orixás y sus derivados umbanda y quimbanda, Belém mantuvo una fuerte impronta católica. Esta ciudad albergó en el pasado a una variopinta población conformada por ingleses, franceses, portugueses y holandeses, además de la africana y la indígena local.

Pará es una región no muy difundida a nivel internacional como punto de visita para los turistas. El Brasil es un país tan grande y diverso que los propios brasileños ignoran mucho de los modos de vida existentes más allá de su localidad. Los paraenses que conocí lo confirman: el resto del país considera que ellos siguen viviendo en palafitos, caminan descalzos, comen yacarés, se alimentan de la pródiga naturaleza que les ofrece sus frutos, duermen todo el día en hamacas y gustan de bailar en cuanta ocasión se presente o beber ingentes cantidades de cerveza para aplacar el calor.

Pero la realidad es muy diferente. Desde el aire se observa un cúmulo de altos edificios que flanquean el centro de Belém, la mayoría condominios residenciales, edificios federales y centros comerciales. El porcentaje que Pará aporta al PBI nacional es el tercero del país. Esta región es la primera exportadora de leche y carne de res. La Universidad Federal do Pará tiene el segundo campus más grande del Brasil y es la primera universidad con mayor cantidad de alumnos matriculados. Antes de venir a Belém, tenía la idea de que São Paulo y Río de Janeiro eran las ciudades más caras del Brasil. Y lo son en muchos sentidos, pues me había enterado de que el metro cuadrado más caro del Brasil y Latinoamérica estaba en el exclusivo barrio de Leblon. Pero un profesor comentaba durante un receso que un departamento en Las Docas, una de las zonas más elegantes de Belém, costaba alrededor de 3 millones de reales, o sea, 1 millón y medio de dólares. Y lo decía enfatizando que era el precio más modesto. Los centros comerciales de Belém no tienen nada que envidiar a los de la metrópoli carioca. «Boulevard Belém», recientemente inaugurado en el barrio de Las Docas, es el más concurrido.

Para hacerse una idea de lo que esta ciudad fue durante el «boom» cauchero, hay que visitar la Estação das Docas, antigua zona portuaria ahora convertida en un boulevard gastronómico con una inigualable vista al río Guajará. El boulevard fue restaurado para albergar comercios, restaurantes y un pequeño museo donde se exhiben fotografías, mapas y piezas de los navíos que surcaban estos ríos allá por mediados del siglo XIX. Al atardecer hay una inmejorable vista de la puesta del sol sobre el río y la floresta. Y si se tiene la oportunidad de contemplar un cielo despejado con luna llena, el espectáculo es incomparable. No deje de probar la cerveza artesanal producida ahí mismo por la Cervejaria Amazon Beer, recomiendo las variedades «Forest» y «Red», como alternativa a la caipirinha o caipivodka de rigor que todo turista llegado al Brasil es animado a probar.

Frente a la estación algunas empresas que ofrecen paseos en barco alrededor de la bahía de Marajó. Desde aquí hasta la isla Marajó son aproximadamente 3 horas. Por su margen izquierda sí discurre el Amazonas en su tramo final hacia el Atlántico, desembocando en varios brazos a manera de un delta. Los navíos salen con regular frecuencia en cuanto completan el cupo de pasajeros necesario. Se trata de un paseo imprescindible si se visitan parajes como los que rodean Belém.

Una vez a bordo, se tiene la sensación momentánea de estar remontando el río Mississippi descrito magistralmente por William Faulkner en Las palmeras salvajes, o el Magdalena de El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez. En mi caso, aprovecho para tomar notas de las novelas en las que Mario Vargas Llosa narró la Amazonía, ya que en unos días, cuando visitemos la ciudad de Bragança, tendré a mi cargo la conferencia inaugural de IFNOPAP. Releyendo El sueño del celta, procuro imaginar cómo fue la Belém en la que Roger Casement permaneció unos cuantos meses y me pregunto si en su viaje a Iquitos navegó por estos rumbos en los que ahora, al momento que escribo estas líneas, descanso la mirada en el horizonte, navegando entre el río y la floresta.

Belém do Pará, 10 de agosto de 2012 Sigue leyendo

REYNOSO A FLOR DE PIEL

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La trayectoria de Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) no precisa de mayor preámbulo. Posiblemente, no se trate de un escritor cuyas obras frecuenten a menudo las listas de los libros más vendidos en las grandes cadenas de librerías de la capital. No obstante, Los inocentes (1961) concitó la atención de los medios y la opinión pública por la obra del escritor arequipeño, y aunque posteriormente sus obras no hayan reeditado con la misma intensidad el suceso de aquel libro de relatos, Reynoso no requiere de tales recursos para obtener el reconocimiento de los lectores, porque quienes lo celebran prefieren dejar de lado esa injusta medida que el mercado editorial suele imponer, como la cantidad de premios u obras vendidas para evaluar la trascendencia de un escritor.

Inclusive es probable que los medios de comunicación atiendan más a Reynoso cuando interviene sobre política que cuando publica algún libro, para beneplácito de cierto sector de la prensa que aprovecha la oportunidad para descalificar a un artista en vista de sus opiniones políticas. Al respecto, Reynoso nunca ha edulcorado su postura. En cuanta oportunidad le ha sido posible, siempre manifestó abiertamente su postura sobre la violencia política, Sendero Luminoso, la CVR, etc., tomando distancia de lo políticamente correcto y asumiendo consecuentemente sus propias convicciones, lo cual le ha merecido no pocas sino numerosas réplicas adversas.

Reynoso acaba de publicar En busca de la sonrisa encontrada (Arequipa, Cascahuesos, 2012), libro que reúne una serie de relatos escritos a manera de notas, crónicas, retratos, semblanzas que lo perfilan como un conjunto de memorias de la adolescencia, juventud y madurez. No hay un riguroso orden cronológico en la disposición de los textos, por lo cual pueden ser leídos aleatoriamente. A diferencia de las memorias de muchos escritores que evocan con minuciosidad y amplitud diferentes circunstancias, amistades y lugares, Reynoso ha preferido un formato textual más cercano a la estampa o la fotografía, donde las escenas destacan sobre todo por el detalle particular más que por la visión de conjunto. Se trata de prosas muy breves algunas, pinceladas anecdóticas, trazos textuales que en cortos párrafos delinean una circunstancia concreta: el primer contacto con el mar, la contemplación de la belleza juvenil, los amigos entrañables, las amenas tertulias de bar, el paisaje, la naturaleza y las ciudades.

Los nombres de los lugares donde se sitúan los recuerdos dan título a los relatos: Mollendo, Pucallpa, San Pedro de Lloc, Cusco, La Unión, San Felipe, Huanchaco son algunos de los escenarios en los que el autor explora su pasado remoto y reciente. En la mayoría las ciudades no pasan de ser un marco, una circunstancial ocasional, a veces fugazmente comentadas. Se rescata mucho más lo que el lugar aportó como vivencia para el autor a través de la gente con la que tuvo contacto. Por ello los títulos adelantan muy poco, casi nada, del contenido de los textos, sobre los cuales tengo la impresión que fueron escritos no hace mucho tiempo por el tono predominante que sitúa la voz narrativa en el mismo presente referencial.

Los personajes más importantes de estas memorias son los jóvenes, cuya atracción es descrita con refinado y discreto erotismo: “Y sus hermosos cuerpos broncíneos destellaban en gotitas blancas de espuma y de límpido sudor en esa tarde de sol y de mar”. En tal sentido, el epígrafe elegido en el prólogo por Orlando Mazeyra Guillén, quien evoca un emotivo pasaje de La muerte en Venecia —el cual mantiene muchas correspondencias con otros con el libro de Reynoso— no pudo ser más adecuado. El joven efebo Tadzio está muy presente en la figura de los jóvenes contemplados por el autor de En busca de la sonrisa encontrada: “(…) fue una delicia el encontrarme en el cuarto de ese hotelucho de La Parada, pues solo sentía el angelical azufre dulcemente salado del aroma del cuerpo de Nacho (…) y había derrotado para siempre a la muerte y había también encontrado, en el goce del destello de la mirada de Nacho y de su sonrisa terrenal, mis propias raíces milenarias”.

Es la vitalidad, la intensidad con la que viven, las ansias de buscar cada vez más, de emular a quien admiran, lo que cautiva al autor de estas memorias cada vez que comenta las charlas de bar con los muchachos que lo rodean. Algunas reflexiones me resultan bastante maniqueas, en lo que concierne a la naturaleza de los jóvenes “pitucos” y los “cholos”. Los primeros son presentados indefectiblemente como frívolos por su condición privilegiada, por el color de su piel; los segundos lucen más sufridos, realistas, auténticos, necesariamente merecedores de mayor conmiseración ante la mirada del observador. Reiteradamente, finaliza varios de los textos destacando los “vestigios de una cultura milenaria” que brota de la apariencia sensual de los jóvenes a los que contempla, una forma residual de ancestralidad cuya huella palpita en sus miradas, sonrisas y piel. Esta insistencia en rematar el final de ese modo vuelve la lectura monótona y predecible.

Las líneas más logradas son aquellas en las que el autor se aleja de prejuicios sociológicos y nos entrega un lenguaje pleno de sensualidad, cuando nos hace partícipes de su intimidad mediante ese tono confesional característico de las memorias y cuando afloran sus lecturas, escritores y amigos más apreciados, como Martín Adán o Eleodoro Vargas Vicuña. Pero ni bien el lector se hace cómplice del autor, nos encontramos con el final. Las memorias individualmente pueden ser menudas, mas el conjunto que las recopila no debiera serlo, porque de lo contrario tendremos al frente un collage de remembranzas cuyo volumen no da cuenta de la dimensión vital del escritor que se representa en ellas. (La experiencia en China ameritaría por sí sola un extenso capítulo, cuando no un libro entero). Esta me parece que es una de las limitaciones de este libro.

Reynoso se muestra a través de sus prosas tal cual como es. Sincero, abierto y cordial. Nada mezquino frente a quien se le acerca; muy distante de la solemnidad y el protocolo. Observador atento de los paisajes corporales y admirador extasiado de la vitalidad juvenil. Sigue leyendo

UN AMANTE TRÁGICO

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Javier Bernal (Arequipa, 1973) acaba de publicar en Lima su primer libro de poesía Exégesis trágica de un amante, el cual tuve el placer de presentar en la Casa de Literatura Peruana junto al crítico Jim Anchante. Con Javier me une una gran amistad de larga data, desde el colegio La Salle de Arequipa, pasando por las aulas agustinas en la escuela de Literatura, la creación musical en algunas bandas de rock acústico y nueva trova que infructuosamente intentamos llevar adelante, la revista de Artes y Letras Náufrago, y la aventura limeña hasta hace algunos años. Actualmente, Javier Bernal ejerce la docencia superior en diversas universidades de Lima. Pero este año decidió publicar un conjunto de poemas escritos recientemente, lo cual, al parecer, fue un indicio de que desde su concepción, estos versos presionaron al autor para ver la luz no mucho después de ser escritos en el papel o en la pantalla del ordenador como es habitual hoy en día.

Exégesis trágica de un amante nos propone una poesía concebida sobre la base de la experiencia, particularmente, la desazón amorosa. Nada nuevo hay en decir que la experiencia brinda material para la creación artística o que no siempre aquella resulta determinante para el eventual creador. Sin embargo, la experiencia no es el hecho en sí del cual somos testigos, sino la interpretación por la cual en tanto sujetos lo convertimos en vivencia, es decir que nos apropiamos parcialmente de un acontecimiento, como no puede ser de otra manera, pues el lenguaje en general, y la poesía en especial, nos demuestran que no es posible capturar la realidad en toda su dimensión. En consecuencia, no solo hay hechos aislados, sino sobre todo, vivencias, interpretaciones siempre tendenciosas, algunas satisfactorias, y otras, más bien, desgarradoras.

El tema de la experiencia como fuente para la creación se observa desde el título que anuncia una interpretación inevitablemente trágica de lo que no pueden ser más que una serie de vivencias (de antemano, toda experiencia es ya una interpretación). Ese adjetivo anticipa ya una situación adversa cuyo estado no ha sido casual, sino resultado de su condición de amante. Y es que la tragedia solo puede ser evaluada en su desenlace al compararse con el inicio de la aventura emprendida por el protagonista. Es trágica la exégesis del amante porque en contraste con un pasado dichoso, pleno y feliz, el presente es agreste, triste y desdichado. En consecuencias, la exégesis del yo poético es un esfuerzo de autoanálisis, una introspección en la memoria para hallar ese momento crítico en el que todo se echó a perder.

Esta exploración tiene como incentivo la nostalgia, como medio la memoria, y como remedio y adversario, a la vez, al olvido. La nostalgia por un pasado en el cual el placer vivido fue muy intenso. El placer residual del presente es tan solo un remoto indicio de lo que en algún momento significó la plenitud amorosa, de la cual solo toma consciencia retrospectivamente. El placer actual es directamente proporcional al tiempo transcurrido: mientras más lejos de remonta en sus recuerdos, el amante se siente más dichoso. En cambio, mientras más próximos, la vida amorosa luce menos satisfactoria. Como si el hallazgo del momento en que todo se echó a perder fuese la piedra de toque que le reveló la cadena de fracasos sentimentales que estarían por venir.

La memoria permite al amante indagar y retener momentáneamente su pasado, a evocar los buenos y los malos momentos. Visto así, es una forma de subvertir el tiempo, de recuperar la experiencia subjetiva mediante la introspección en la memoria personal. La literatura entendida como creación artística implica indaga en nuestra propia subjetividad, una subjetividad interpelada por discursos diferentes y contradictorios. Y al respecto Exégesis trágica de un amante muestra un esfuerzo por conciliar las interpretaciones dolorosas y/o placenteras que desde el presente pugnan por dominar una versión de su propia historia amorosa, la cual es sin duda trágica por el desenlace. Porque la interpretación devenida tragedia solo fue posible luego de una exploración autocrítica de su propia historia, a través de la cual el amante traza una genealogía que transita tanto por los grandes como los, aparentemente, pequeños o intrascendentes encuentros amorosos.

El olvido es temido y también invocado como remedio contra el dolor. Porque no hay situación más dramática para el amante dentro de su exégesis que quedar sumergido en el olvido. Prefiere olvidar antes que ser olvidado. En este sentido, olvidar es un legítimo derecho para el amante al cual solo le queda este recurso para liberarse y emprender nuevas experiencias amatorias, pero es una facultad que solo se la reserva para sí, pues desearía ser una perpetua presencia en la memoria de la mujer amada.

De otro lado, en algunos pasajes, los versos reiteran temas y frases que dan la impresión de leer el mismo poema en momentos diferentes. Por esta razón, ciertos poemas que hacen ganar en intensidad al libro son opacados por otros que repiten motivos y fragmentos a manera de frases hechas. Aparte de ello, el lenguaje elegido apoya muy poco las imágenes sugerentes o atrevidas, de esas que al lector de poesía lo conducen a especular sobre los sentidos o a trasladarle los propios a lo que se descubre en el poema. Asimismo, se aprecia notable influencia de la poesía vanguardista en la organización visual de varios poemas que juegan con la tipografía y el espacio en blanco. Sin embargo, escasea la aventura vanguardista de arriesgar por un lenguaje donde la metáfora sea protagonista.

Ninguna experiencia es totalmente traducible como lenguaje. Siempre quedará un saldo no representable esperando por la palabra más idónea para salir del anonimato, pero no para ser identificada sin mayor dificultad, sino por el contrario, para despertar nuevas sensaciones y abrir nuevos caminos para la representación de ese residuo evasivo a la palabra. Ese es en suma el trabajo del poeta. Buscar el mejor lenguaje para manifestar lo incomprensible de la experiencia. Javier Bernal acaba de dar el primer paso. Sigue leyendo

MILKY WAY

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Llevo un minucioso registro de tus pasos, tu giros
y el perfil de todos tu ángulos observables
pues desde aquí
es posible cubrir la total magnitud de tu presencia
y la severa trayectoria de tu cuerpo cuando transitas alrededor de esta mesa
severa y rectilínea trayectoria que escapa al influjo de mi gravedad,
pues aún permaneces fuera de mi órbita
aún…
cómo atraerte?
cómo lograr que mis campos magnéticos alteren tu curso
y que no gires sobre ti misma?
Cómo vulnerar tu atmósfera enrarecida y aterrizar en tu superficie sin fragmentarme en pedazos?
cómo inclinar tu eje a mi favor con tan solo un impacto profundo
cómo disolverte en mi tormenta
y dejar intacta tu maravillosa existencia?
cuidarme de proyectar mi eclíptica sombra sobre tu luminosa existencia
o reposar sobre tu corona solar…

Mis pronósticos fallan, mis cartas no logran descifrar tus coordenadas
porque tu errático movimiento en la bóveda celeste
traza una órbita excéntrica que sobrepasa todo cálculo, toda lógica
o todo posible intento de aproximación.

Por ello, cada cierto tiempo, desde la recóndita oscuridad de mi observatorio, al otro extremo de occidente, en los confines del espacio estelar, tranquilo, espero tu llegada y, a la vez, procuro no imaginar tu partida. Sigue leyendo

EL ARTE DE VIGILAR Y CASTIGAR

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María Teresa es preceptora en el emblemático Colegio Nacional de Buenos Aires, antiguo Colegio de Ciencias Morales, fundado por Bartolomé Mitre, en cuyas aulas se formaron algunas de las personalidades más ilustres de la nación argentina como Manuel Belgrano, creador de la bandera nacional, o el escritor tucumano Juan Alberto Alberdi. Los preceptores tienen el deber de supervisar la conducta de los alumnos, hasta en el más mínimo detalle, dentro y fuera del colegio. María Teresa se esfuerza por hacer bien su trabajo; por ello sigue a pie puntillas el reglamento y está atenta a cualquier transgresión, inclusive sus pesquisas la llevan a indagar en los lugares más insospechados del colegio con la finalidad de atrapar «in fraganti» a quien o quienes se reúnen a fumar en los baños de varones. Confía en que si atrapa al infractor, obtendrá el reconocimiento de sus superiores, en especial del jefe de preceptores Carlos Biasutto. Sin embargo, esta obsesiva persecución la embarca en una experiencia que la hará transgredir sus propias limitaciones morales en un contexto en que la dictadura militar, empeñada en perpetuarse en el poder, apela al nacionalismo para justificar su permanencia.

Martín Kohan obtuvo el Premio Herralde de Novela 2007 con Ciencias morales, una novela cuya temática la sitúa en el cruce de la novela de dictadura y la novela sobre la guerra de Malvinas. Si bien ambos temas no son explorados en profundidad, ofrecen el contexto que permite comprender el modelo de nación que la Junta Militar tenía pensado para la Argentina y el paulatino resquebrajamiento de tal modelo a partir de quienes debían asegurarse de su correcto funcionamiento. Así, el Colegio Nacional de Buenos Aires es una muestra representativa de la nación argentina. Los alumnos y alumnas son sometidos a una férrea disciplina académica, corporal y moral, amparada en el prestigio de las mentes más renombradas que egresaron de sus claustros. Llama la atención que los personajes más sobresalientes de la novela no sean precisamente los profesores, sino las autoridades políticas, por así decirlo, aquellas directamente vinculadas al ejercicio del poder: los preceptores, el jefe de preceptores, el Prefecto y el vicerrector que ha asumido la rectoría del colegio.

Que las autoridades políticas tengan mayor protagonismo que los profesores no es un hecho casual. Es posible que Kohan haya previsto ello para contrastar el discurso disciplinario imperante con el repliegue de cualquier saber transgresor. A diferencia de las autoridades, quienes en sus diferentes niveles son activos porque controlan a otros e incluso en la jerarquía más baja poseen autoridad, iniciativa y cierta autonomía, como los preceptores frente a los alumnos, los profesores son personajes anodinos, parcos, sumisos, en el mejor de los casos, cumplidores, responsables (algunos prefieren asistir a clase a pesar de estar enfermos o a mitad de un duelo familiar), pero no brillan por las inquietudes que podrían sembrar sus saberes. Lo mismo ocurre con los estudiantes. A través del narrador son presentados más como una amenaza en tanto hagan lo que quieran con sus cuerpos, más que por lo que sus ideas pudieran sugerir. En ningún momento se narran sanciones a estudiantes cuyas ideas se salieran de lo aceptable por la institución, tomando en cuenta el momento político que vivía la nación: dictadura militar y guerra de Malvinas. Sí se alude a cierto pasado reciente en el que hubo que tomar drásticas medidas para erradicar la subversión del colegio, tal como hicieron los militares en el resto de la nación.

Kohan insiste en colocar como protagonista principal a personajes atribulados por sus temores. María Teresa antecede a Lito Giménez, de Cuentas pendientes y Mario Novoa, de Bahía Blanca, en lo concerniente al tipo de vida que les tocó vivir. Nada grandioso ni espectacular, nada sobresaliente. Ninguna expectativa de mejora es aprovechada para cambiar su situación y cuando alguna se presenta, fracasan en el intento. En el caso de María Teresa, el narrador la perfila como un personaje al límite de la disciplina, que lucha por mantenerse dentro del encuadre asignado a su función. Lucha en medio de la tensión entre la resistencia y la entrega a lo prohibido, entre el ejercicio de la autoridad y la sumisión silenciosa ante sus superiores a quienes no se atreve a cuestionar en absoluto ni siquiera en el terreno de su moral personal.

Su sobreexposición a la transgresión ha producido en ella un olfato especial a tal punto que se siente atraída por el placer que le provoca detectarla y sancionarla. No obstante, poco a poco, el placer se incrementará solo con la vigilancia, porque así puede contemplar lo prohibido desde un lugar privilegiado de autoridad y ejercer eventual dominio sobre el transgresor. La sanción conduciría al repliegue de lo prohibido, lo cual no desea; por el contrario, desea que se manifieste. La oportunidad de pillar al alumno que fuma en los baños nunca se presentó, en cambio lo que María Teresa encontró allí fue el revés de todo lo que tenía previsto. Se vio posicionada en el lugar del infractor, indefensa, humillada y aparentemente reconocida por su labor, pero a un costo que sí está dispuesta a pagar porque además, lo disfruta.

En algún momento me gustaría preguntarle a Kohan qué tan influyente ha sido Foucault en la elaboración de Ciencias morales, pues pienso que Vigilar y castigar tiene mucha relación con la manera en que se ejerce la biopolítica a nivel del microgrupo, la disciplinariedad sobre los cuerpos, el control sobre las actividades de los sujetos dentro de las instalaciones, las jerarquías de las autoridades políticas, la obsesión por hallar transgresores y castigarlos ejemplarmente, la observación disimulada pero atenta de los preceptores (ese «mirar sin ver» que recuerda al panóptico).

El erotismo es una de las tantas transgresiones que en el colegio se busca disciplinar. Desde el inicio, el narrador muestra a María Teresa concentrada en identificar la menor inconducta siendo que en un colegio mixto se amplían las posibilidades a diferencia de lo que sucede en un colegio solo de varones o de mujeres: «Alguna vez este colegio, el Colegio Nacional fue solamente de varones (…) Entonces con toda seguridad las actividades transcurrían de manera más sosegada», eso es lo que piensa María Teresa. Las situaciones que el narrador describe con mayor detalle son aquellas relacionadas con el contacto de los cuerpos. La novata preceptora observa e interpreta, pero le falta la evidencia. Hombres y mujeres tienen contactos ocasionales, rutinarios, sin embargo, la línea divisoria entre lo permitido y lo prohibido no siempre es muy nítida. Más cuando la mirada de un alumno la intimida. Su sola presencia la perturba y le hace pensar que intencionalmente ese muchacho busca la oportunidad para mortificarla. Pero no tiene la evidencia.

María Teresa es más eficiente en disciplinar las inconductas de los alumnos que en disciplinar su cuerpo y sus pensamientos. Me atrevería a afirmar que el verdadero protagonista de esta novela es el cuerpo. Ciencias morales nos propone un discurso sobre el cuerpo, sobre los mecanismos que institucionalmente lo disciplinan. De esta manera, queda claro por qué el erotismo es perseguido, pues su materia significante es el cuerpo. Paralelamente, los sujetos se las ingenian para sabotear la disciplina que constriñe sus cuerpos. Los censores, en el fondo, envidian lo que prohíben, quisieran experimentar esa otredad que se afanan por controlar. No les está permitido poseerla sino solo sancionarla, pero la exposición continua produce un relajamiento de la disciplina a favor del placer. Esa es la razón por la cual lo prohibido sabotea la disciplina de los preceptores. María Teresa y su jefe inmediato, Carlos Biasutto, hallan la manera en que sus cuerpos puedan dar cabida a lo que cotidianamente censurarían en sus alumnos, y lo encuentran no fuera sino dentro del colegio, en un espacio como los baños, reservado a la intimidad corporal más solitaria. Los preceptores terminan siendo los mayores transgresores de su propio discurso sobre el cuerpo.

Si el erotismo es un discurso subversivo de enorme poder, lo es entre otras razones porque los sujetos quieren hacer con él lo que les plazca. Constantemente, el narrador contrasta el cuerpo masculino con el femenino; su omnisciencia nos expone las emociones de María Teresa cuando observa el contacto entre varones y mujeres o cuando imagina el sexo masculino de los estudiantes que orinan en los mingitorios mientras ella vigila al interior de un cubículo del baño a la espera de atrapar al supuesto fumador. El baño es el único reducto del colegio en el cual los alumnos y alumnas pueden manipular su cuerpo a su antojo, por lo cual se explica que María Teresa y Biasutto, aunque muy torpemente, hayan elegido tal lugar para emular esa autonomía corporal.

En Ciencias morales, la represión no se dirige a los saberes, sino a los cuerpos y a sus experiencias. Son los cuerpos engenerados, es decir, identificados con un género que asume una correspondencia con el sexo biológico, los que literalmente partieron el colegio en dos, ya que cuando era solo de varones la supervisión era más sencilla. Ahora que hay mujeres, los esfuerzos deben multiplicarse. Paradójicamente, el narrador comenta que la inspección del cuerpo femenino en lo referente a la vestimenta y la presentación personal no es tan compleja como en el caso de los varones, cuya exploración exige una mayor indagación en los cuerpos: cabello, calcetines, posturas, gestos, miradas, todo ello ha de ser disciplinado.

El enfoque del narrador es sobresaliente. Se trata de una voz incisiva, prolija, aséptica y minuciosa en sus descripciones; en especial las más sórdidas y repulsivas o las más erotizadas son atenuadas por los eufemismos de un lenguaje bastante pacato por momentos, pero no por ello inexpresivo. Penetrante y agudo en sus reflexiones, enjuicia el accionar de María Teresa y otros personajes, y transmite acertadamente las sensaciones que ella experimenta en circunstancias de intensa perturbación.
El único reparo que tengo son los finales suspendidos o la falta de un cierre que satisfaga el clímax acumulado durante el desarrollo de la historia, a lo que nos tiene acostumbrados Kohan en sus tres últimas novelas. Me parece que le resta intensidad a la novela de manera muy abrupta. Si bien plantea giros inesperados, desvanecen la trama principal lo cual da la impresión que la novela terminó mucho antes del final de la lectura.

Definitivamente, Martín Kohan es un escritor argentino al cual no debemos perder de vista, por la penetración psicológica y los dramas existenciales de sus personajes, así como por su prosa sencilla, firme y cautivante. Sigue leyendo

DECIR MÁS QUE CONTAR

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Sombras en el agua
Jorge Monteza
Cascahuesos,
Arequipa, 2011

Jorge Monteza publicó Sombras en el agua (Cascahuesos, 2011), libro que reúne diez relatos, algunos de los cuales han sido premiados a nivel local y nacional. Mi impresión general es que en los cuentos de este libro prevalece el “decir” sobre el “narrar”. Cuentos como “Illa”, “El hombre de oscuro sueño”, “El sueño” o “El parque de Joel” no seducen por la historia narrada, sino por el lenguaje y la estructura. Precisamente, las historias de Sombras en el agua se diluyen en el lenguaje y en la técnica narrativa, paradójicamente, debido a un eficiente manejo del autor sobre estos recursos. No obstante, cuando el lenguaje y la técnica desbordan la historia, el lector tiene la sensación de que la narración está ausente, que frente a él transcurren escenas inmóviles o de que el tiempo narrativo, el conflicto y o el desenlace pasan inadvertidos. Sin embargo, sería muy mezquino señalar que se trata de puro artificio.

El cuento, en comparación con la poesía y la novela, es un género que ha experimentado cambios menos drásticos. A pesar de las innovaciones, el componente fundamental del cuento es la concreción de la historia, lo cual facilita al lector identificarla sin mayor dificultad. Sombras en el agua nos muestra relatos con historias que son ampliamente “dichas”, enunciadas, manifestadas, puestas en escena, pero escasamente desarrolladas, contadas, narradas. No es la acción o el desenlace del conflicto los aspectos más relevantes de los cuentos allí reunidos, sino el despliegue de un lenguaje que en varios pasajes opaca la historia. No se entienda por ello un lenguaje preciosista, retocado o evasivo por la carga metafórica, más bien es un lenguaje como herramienta para la representación de una poética personal.

Ahora, más que señalar esto como una deficiencia me interesa comprenderlo como síntoma de una poética del cuento por la cual apuesta Jorge Monteza. La influencia de Julio Cortázar —(“El sueño” es un guiño a “Continuidad de los parques”)— explica en parte lo mencionado anteriormente. Del autor de Rayuela, se reconoce la introspección analítica en los personajes por parte de ellos mismos o de un eventual narrador omnisciente; la elección de personajes envueltos no en tragedias colectivas sino en dramas muy íntimos; y los finales suspendidos o abiertos a la reflexión de los personajes; pero sobre todo un lenguaje propio de un narrador con ganas de trascender la historia narrada.

El cuento que ejemplifica el determinismo del lenguaje sobre la realidad es “Muchacha de espejos rotos”. Si los nombres no son solo sonidos vacíos sino portadores de un sentido fundamental no debería extrañar que el objeto o el sujeto nombrado adquieran las cualidades del concepto que lo nombra. “Es que todos los nombres tienen su porqué. El agua se llama agua porque es transparente y suelta (…) la piedra, porque es pesada, y tan dura como esa «dra» (…) Rocío es gordita y bonita, la alegría brilla en sus ojos (…) Leticia es la más aseada y ordenada, sus trenzas, bien sujetadas, y sus cintas, bien blancas (…)”. El lenguaje como modelador de la realidad y de la subjetividad a manera de una cárcel, como lo sostuviera Frederic Jameson, es una de las representaciones más sugerentes que reconozco en este cuento así como en “El Sol”: “Pasó toda la noche sentado a su escritorio carraspeando frases que tachaba y volvía a escribir con el fervor de quien cree que las palabras pueden salvar o condenar”.

Parte de esta poética del cuento se relaciona con el lenguaje y la técnica narrativa, pero también con los símbolos a partir de los cuales se tejen algunos de los cuentos. Los motivos más recurrentes son el sueño, la sombra, la oscuridad y la luz. En “Illa”, la historia transcurre en un escenario nocturno y lunar. Un niño cuenta las impresiones que le suscitan el paisaje nocturno y las visiones espectrales que le sugieren las sombras lunares. Las sombras lo intimidan, lo seducen y lo animan a meditar sobre la naturaleza de estas y de su relación con las personas: “Yo sé que las sombras están al lado de uno, pero éstas, a la luz de la luna no tienen por qué estar así, pues son fantasmas (…) Si uno se queda mirándolas, el mundo desaparece en una oscuridad total y no hay cómo saber si se está penando en el limbo o si se está en la tierra como demente o demonio”. En este cuento, como en “Nos iremos” y “El Sol”, la oscuridad es un lugar seguro para los personajes, es el lugar donde se resguarda la subjetividad y el más apropiado para la introspección.

Al respecto, lo más destacado de Sombras en el agua es la representación de la subjetividad de los personajes, cualidad reforzada por la adecuada elección del narrador omnisciente en la mayoría de los relatos. En “Illa” el niño que contempla la luna y las sombras expone su intimidad, sus temores, nostalgias, e insatisfacciones; recuerda, presencia y anticipa. Algo similar ocurre en “El hombre de oscuro sueño”: el trajín laboral del día a día impide al protagonista recordar sus sueños. El deseo de detenerse a recordar lo soñado la noche anterior se opone a la tendencia mayoritaria de quienes están apresurados por llegar a tiempo a sus trabajos. Pausa vs. movimiento, reflexión vs. pragmatismo. Detenerse equivale a escapar de lo que la mayoría hace: vivir en un continuo presente sin mayor cuestionamiento y avasallar a quienes de salgan del curso general: “Quiso detenerse un momento para tomar fuerzas, pero estorba al copioso fluir de los pasos y algunos descuidadamente lo topaban (…) Nadie se detenía, nadie siquiera lo miraba. Inexplicablemente, ahora, sin que él intentara ya recordar, aparecieron imágenes del sueño”.

Jorge Monteza se muestra como un narrador seguro de una idea sobre el cuento. Es un debut auspicioso en un medio local como el de Arequipa donde la tentación de escribir confesionalmente sobre sexo, licor, drogas, rock and roll o decepciones amorosas es moneda corriente en la narrativa joven y mucho más en la poesía local reciente. Finalmente, lo que más llamó mi atención fue la manera como el lenguaje puede no sólo ser vehículo de una historia sino también representación de una poética paralela a los objetivos de la narración, o sea, alterna o distante del propósito de contar algo. Esta es la mejor lección que Cortázar y Rulfo le han legado al autor de Sombras en el agua, cuyos relatos dicen más de la idea de cuento a la que apunta Jorge Monteza que de temas o historias cautivantes por lo narrado. Sigue leyendo

LA CIUDAD DE LA FURIA

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Después de 25 años, estoy nuevamente en Buenos Aires, pero esta vez en un momento muy especial para la ciudad, sus habitantes y la nación en general. Se cumple una década de las protestas sociales por la crisis económica que el 19 y 20 de diciembre de 2001 alcanzaron su mayor intensidad. Los principales diarios, revistas y medios de la capital y del país han rememorado aquellos momentos en que la consigna popular de los argentinos de todas las clases sociales era “que se vayan todos”, demanda que los coloca como los primeros indignados “del lado de acá” en los albores del siglo XXI.

La crisis institucional fue de tal magnitud que en dos semanas desfilaron seis presidentes por la Casa Rosada. La represión policial no logró disuadir a las masas sino que atizó aun más la rabia contra un gobierno que hizo poco por corregir la política económica del menemismo precedente, basada en una paridad ilusoria entre el peso y el dólar. El famoso “corralito”, del cual todos los argentinos conservan fresca memoria, fue la chispa que incendió Buenos Aires hasta convertirla en la ciudad de la furia. De un día para otro, miles de ahorristas veían impotentes cómo se pulverizaban sus ahorros en pesos, pues sólo se les permitía retirar una cantidad que en nada paliaba la situación. Y si no fuera suficiente con ello, los que tenían ahorros en dólares tampoco escaparon a la debacle financiera, porque sus cuentas fueron pesificadas. “Yo era dueño de un taller en Burzaco. En el peor momento de la crisis me dije que había que deshacerse de todo así que vendí cuanto pude. Prácticamente, regalé mi taller”, me comentó el taxista que me condujo del aeropuerto Jorge Newberry, más conocido como Aeroparque, al centro de Buenos Aires. “Ahora estamos mejor, pero igual todo sigue subiendo”.

El mundo entero vio cómo Fernando De La Rúa abandonaba la Casa Rosada en helicóptero para regocijo de los miles de manifestantes apostados en Plaza de Mayo y en los alrededores de la casa de gobierno. Ni en el peor de sus cálculos, De La Rúa imaginó en una situación semejante. Sin embargo, algunos meses más fueron necesarios para aplacar la furia de una nación.

Eduardo Duhalde fue el encargado de conducir la transición, no sin menos dificultades. Su gestión se vio empañada por la masacre del Puente Pueyrredón donde la policía intentó dispersar a un enorme piquete de manifestantes que bloqueaba la vía. (El piquetero, el cartonero y el cacerolazo se constituyeron como los emblemas de la furia colectiva. Para buena parte de los habitantes de la metrópoli, la incursión de los piqueteros y de los organismos de base del conurbano bonaerense fue un verdadero descubrimiento. A los piquetes, inicialmente conformados en su mayoría por gente de las villas miseria, se sumaron sindicatos, estudiantes y ciudadanos de todos los estratos sociales). Algunos opinan que fue Duhalde, no Kirchner, el verdadero artífice de la superación de la crisis. Otros consideran que Kirchner devolvió la esperanza a la nación argentina en su momento más grave, cuando más lo necesitaban. Oí decir que prefería tomar notas en un cuaderno que cargar con una laptop. Nuevamente, el peronismo viraba radicalmente desde un extremo político al otro. El peronismo es tan dúctil que fue capaz de cobijar a la Alianza Anticomunista Argentina de López Rega, a Montoneros, al neoliberalismo de Menem y al reformismo socialista de los Kirchner, que la izquierda hubiera querido ejecutar si llegaba al poder. De nuevo el peronismo le ganó por puesta de mano.

***

Bajé en Leandro N. Alem y me dejé conducir por mi intuición. Evité preguntar por las calles en las que hacía casi dos décadas atrás, cuando era un adolescente igual de curioso que ahora, me desmarcaba de la vigilancia parental y emprendía la aventura de caminar por las calles, peatonales, plazas y parques que rodeaban nuestro hotel. Mientras más incierto el destino, me decía, mejor. Y ahora que transito por Lavalle, Florida, Esmeralda, Suipacha y tomo la Carlos Pellegrini hasta llegar al obelisco en el cruce de la 9 de julio con Corrientes me doy cuenta que sigo siendo el mismo.

Sigo Corrientes hasta Uruguay y me doy con una grata sorpresa que me conduce a la adolescencia cuando el canal 8 de Arequipa a fines de los 80 e inicios de los 90 pasaba cada el ciclo de cine pícaro todos los sábados a las 22 horas donde las estrellas eran el flaco Olmedo y el gordo Porcel, escoltados por Moria Casán y Susana Giménez. El negro Olmedo como cariñosamente lo llamaba la gente, ese rosarino entrañable que me hacía desternillar de risa con su chispa, estaba allí “sentado” junto a Javier Portales, otro grosso del humor argentino. Pero me extrañó que fuera este y no Porcel, con quien hizo una dupla legendaria, su compañía, sentados en un sillón, cruzados de piernas y con las sonrisas pícaras que les imprimían a sus personajes, de espaldas al Obelisco, con una perspectiva inmejorable para las fotos y con un espacio entre ambos para que cualquiera pueda terciar en la charla imaginaria entre estos dos capos de la comedia argentina. La escultura está a unas cuadras de otro monumento que homenajea a Olmedo casi en la esquina de Callao, en la vereda del teatro Alfil. Verlos en Corrientes y Uruguay, a partir de ahora, servirá para recordarlos actuando. Me tomo la foto de rigor.

Buenos Aires cambió, y mucho en la última década. Los paseos de Lavalle y Florida están abarrotados de vendedores y cómicos ambulantes. Los escaparates de las tiendas comerciales compiten con las ofertas de los “manteros” quienes se han apoderado del microcentro, me dicen, hace ya buen tiempo. Por momentos me recuerda al centro de Lima de los noventas. No es difícil reconocer a algunos compatriotas ganándose la vida en esta ciudad. Los más afortunados son prósperos empresarios que a base de esfuerzo se hicieron de un lugar en el paladar bonaerense, poco afecto al ají o al rocoto, insustituibles para nosotros. No es nada difícil encontrar un restaurant peruano por esta zona: arroz chaufa, seco de cordero, cebiche, papa a la huancaína, lomo saltado, arroz con pato (pollo en realidad), entre otros, son platillos de bandera, los más solicitados por la colonia peruana que de alguna manera así se mantiene vinculada con su patria a través de la comida. Incluso el mozo de la parrilla donde almorcé me confesó que regularmente come seco de cordero.

No falta por ahí, en alguna esquina muy transitada, parejas milongueras impecablemente ataviadas, dispuestas a exhibir su talento a cambio de unas monedas; pequeños conjuntos de música folklórica, tal vez integrados por peruanos o bolivianos. Casas de cambio, ciber-cafés, pollerías a la brasa, agencias para envío de remesas al exterior, buena parte de ellos, propiedad de peruanos como en Santiago de Chile. Son fáciles de reconocer por su nombre, afiches, música, imágenes y demás motivos que ambientan sus interiores: el Señor de los Milagros, Santa Rosa de Lima, la beata Melchorita, Sarita Colonia, Armonía 10, Hermanos Yaipén, Grupo 5, Macchupicchu, etc., son los más evocados por nuestros compatriotas en la capital del Plata.

Terminado el café, hago tiempo en las librerías que me salen al encuentro. El Ateneo es la más impresionante por la infraestructura y el catálogo que poseen, no obstante, no encontré lo que buscaba. Cada cierto trecho veo un afiche conmemorativo de los sucesos del 2001. Pero ya fue suficiente para mí. Esto de que “las paredes son la imprenta del pueblo”, como leí en el frontis del Banco Nación, me resulta de muy mal gusto. Prefiero pensar que las calles son el teatro del pueblo. Por estas en las que hace unas horas acabo de caminar, tuvieron lugar las mayores protestas contra un gobierno democrático en la Argentina, como no se registraba desde el final de la dictadura militar. Al mirar el obelisco, imagino la mezcla de rabia, impotencia y júbilo de la población volcada en las calles, los cacelorazos, los cánticos futboleros adaptados a la ocasión, las súbitas incursiones de los piqueteros, la arremetida de la policía, la huida de De La Rúa y la esperanza depositada en Néstor Kirchner.

Me aventuro a tomar un colectivo rumbo a Aeroparque. Mientras tanto, la noticia del momento es la operación a la tiroides de Cristina Fernández de Kirchner. Hugo Chávez aprovecha para difundir al mundo que existe una conspiración contra los gobiernos de izquierda latinoamericanos opuestos a la política de los Estados Unidos. El cáncer de Lula, Lugo, Cristina, y el suyo son las evidencias de la delirante teoría conspirativa del mandatario venezolano.

De lo último que me entero es que los muchachos de La Cámpora se preparan para una vigilia en la previa al internamiento de la presidenta argentina. Doy el último vistazo a estas notas hasta que el anuncio del vuelo a Lima me dice que ya es hora de partir. Hasta pronto, Buenos Aires, me verás volver. Sigue leyendo

BLANCA, PERVERSA E IMPASIBLE

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Bahía Blanca
Martín Kohan
Buenos Aires, Anagrama, 2012

Para Antonella Gómez

Los dos novelistas argentinos que en estos instantes han capturado mi atención son Alan Pauls y Martín Kohan. Al primero, llegué gracias a la recomendación de mi buen amigo Wilbert Frisancho, inagotable y acucioso lector de Pauls; al segundo, por esos azares que nos depara la lectura de un libro que no escogemos, sino que nos escoge. En la edición del mes pasado, comenté Cuentas pendientes (2010), de Kohan. Ahora, prosigo con el mismo autor, pues no puedo dejar de compartir la muy grata impresión que me deja su última novela, Bahía Blanca (2012).

Entre las ciudades que me interesaba conocer durante mi permanencia en la Argentina, Bahía Blanca revestía un particular interés. Poco antes de llegar a Córdoba, una amiga de Lima me aconsejó visitarla, pues en algunas temporadas se suele avistar ballenas mar adentro. Lo más curioso es que una de mis primeras amistades al llegar fue una joven bahiense estudiante de radiología. El hecho definitivo que me condujo a Kohan primero y a sus novelas después fue la invitación que la Facultad de Lenguas le hizo para un congreso sobre los lenguajes de la memoria, cuyo equipo de investigación integro. La lista de invitados estaba divida entre escritores y críticos; falsa dicotomía, de alguna manera, porque Kohan es tanto novelista como profesor de teoría literaria. Me interesé de inmediato por saber quiénes eran los escritores invitados para planificar una posible entrevista y tener el tiempo necesario para leer sus obras. Las notas que difundían los principales suplementos culturales señalaban a Kohan como uno de los escritores argentinos imprescindibles de hoy, lo cual terminó por redondear un encuentro inevitable con sus novelas.

Bahía Blanca está narrada a manera de un diario en el que Mario Novoa, profesor universitario, viaja a Bahía Blanca para recopilar datos sobre el escritor Ezequiel Martínez Estrada, motivo de su investigación. El inesperado encuentro con Ernesto Sidi, un amigo del cual se alejó por mutuas desavenencias, reedita viejas rivalidades que desembocan en una tensa atmósfera. La forma en que Ernesto trajo a colación a Patricia -ex esposa de Mario, cuyo marido fuera asesinado meses atrás y a quien introduce en la charla como «el marido de tu mujer»- convence a Mario de que nada entre ellos ha cambiado sustancialmente. El secreto que este confiesa a Ernesto poco antes de despedirse abre una nueva historia que hasta ese momento no se advertía, ya que todas las digresiones de Novoa giran en torno a la ciudad, la gente, y a sus propias manías y prejuicios. Esta confesión supone un giro radical a la historia que se seguía hasta ese momento. Este primer paso fugaz por la ciudad portuaria más importante de Argentina adquiere sentido a aun más cuando luego de un reencuentro con su ex esposa, nada casual sino muy planificado, Mario la conduce en auto hasta allí desde Buenos Aires. Después de las rotundas negativas de Patricia a retomar una relación de pareja con él, a Mario no le queda más que contemplar su partida nada afectada, sin pena ni gloria.

Kohan apuesta por la descripción psicológica de sus personajes a través de los diálogos y de las extensas reflexiones introspectivas del protagonista. Las referencias a Raskólnikov de Crimen y Castigo son más que un guiño intertextual: refuerzan la filiación existente entre Mario Novoa y el emblemático personaje de Dostoievski en lo que concierne a una existencia atribulada por la combinación de obsesiones, desesperación, indolencia y rechazo. Asimismo, en la introspección, la paranoia, la obsesión, el instinto criminal y el gusto por el arte de Mario, asoma la figura de Juan Pablo Castel de El túnel como una presencia constante, pese a que no es mencionado explícitamente. De otra parte, Patricia no reúne el perfil abnegado de Sonia, pero se aproxima más María Iribarne como objeto de deseo que no puede ser poseído, o reposeído en el caso de Mario Novoa.

Entre el dueño del vetusto departamento alquilado a Giménez, de Cuentas pendientes, y el personaje principal de la última novela de Kohan, se mantiene cierta continuidad. Nuevamente, coloca como protagonista a un profesor universitario de letras. En cierto sentido, en la segunda mitad de Cuentas pendientes -focalizada en el profesor de castellano que publica novelas, su esposa Luciana y el deterioro de su relación- se advierte el pasado de Mario y Patricia, y la tendencia a la introspección analítica. La acertada elección del formato de diario facilita una mayor penetración en la intimidad de Mario Novoa.

Bahía Blanca es el lugar donde la esperanza y la desesperanza, el miedo y el arrojo, la memoria y el olvido, el resentimiento y el perdón luchan por imponerse, lucha que atormenta al protagonista y lo obliga a una resolución definitiva pero brutal que no lo aqueja, sino, muestra su lado más impasible y a la vez, perverso. Sigue leyendo

LA HERENCIA DE LA CULPA

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La hora azul
Alonso Cueto
2005. Lima. Peisa / Anagrama

La hora azul (2005) y Abril rojo (2006) y son, sin temor a equivocarme, las novelas de la violencia política que han recibido las críticas más lapidarias, provenientes de un amplio sector de los escritores denominados andinos, provincianos o telúricos. Su mayor objeción es la falta de adecuación de las novelas a la realidad histórica producto del desconocimiento del tema relatado tanto documental como vivencial. Efectivamente, una de las deficiencias que señalan es que Santiago Roncagliolo y Alonso Cueto carecen de una experiencia directa de la violencia política, lo cual les dificulta escribir sobre estos acontecimientos, en contraste con los escritores que sí fueron testigos directos o posiblemente protagonistas de la violencia. En relación a esto, añaden que los autores de ambas novelas escriben de una posición de clase, en el sentido marxista del término, que los condiciona a un punto de vista burgués que, indefectiblemente, se vuelca en sus novelas, perspectiva a la que a priori consideran deleznable en sí misma porque no daría cuenta, nuevamente, de la realidad de aquellos sujetos cuya historia se pretende relatar. Además, manifiestan que son novelas de baja calidad literaria, pero que gozan de una amplia cobertura mediática y editorial que los posiciona en un lugar privilegiado del circuito de consumo, ventaja con la que, insisten, no cuentan, los mencionados escritores andinos. Personalmente, discrepo de estas afirmaciones porque no permiten indagar en una cuestión primordial. Se detienen en la interpretación del texto y luego lo ubican en una escala de valor en tanto se acerca o distancia del modelo de buena o mala literatura que poseen, pero no se preguntan por las condiciones que hacen posible estas novelas yendo más allá de los autores que las escribieron.

Sin embargo, a todos los que hemos transitado por las vías de la crítica literaria, de alguna forma, nos cuesta desvincular al autor de su texto y más aún, repartir censuras o aprobaciones. La primera vez que leí La hora azul me dejó la sensación de una novela cumplidora, óptima, de una tarea bien hecha aunque no sobresaliente. La misma impresión tuve de El tigre blanco (1985), El vuelo de la ceniza (1995), Grandes miradas (2003); en cambio, fue mucho más gratificante leer Demonio del mediodía (1999), una muestra del modus vivendi de la clase media limeña de fines de los ochentas. Me exasperaba la serena frialdad de los narradores diseñados por Alonso Cueto; el lenguaje ponderado y nada vibrante de sus relatos me hacía pensar que al autor le faltaba osadía para conmover a su hipotético lector. Algunos años después me siento en el deber de reelaborar estas apreciaciones.

Discutir sobre los modelos de mundo que favorecen la reproducción de ciertos discursos que pugnan por ser hegemónicos en un espacio-tiempo es más relevante que insistir en la grandeza o pequeñez del autor y de sus obras. Por ello los términos «buena» o «mala» literatura son tan elusivos y opacos que pretendiendo abarcar la totalidad de una obra literaria terminan diluyéndose en el vacío de la amplitud que desean comprender. Si fuera inevitable para la teoría y la crítica literaria asignar valores a un texto literario, estos tendrían que provenir no de la elección de uno de los tantos sentidos elegidos por el crítico sino por la magnitud del impacto del o los discursos comprendidos en el texto literario que por su performatividad inciten a la consecución de acciones, algunas de ellas posiblemente conducentes a la hegemonía de un grupo en perjuicio de otros. Y aún así una «gran novela» o «mala novela» nada tiene que ver con el potencial de reproducción de modelos de mundo opresores. Una novela considerada «deficiente» podría ser mucho más reveladora de una ideología hegemónica que las más consagradas por la historiografía literaria. En tal sentido, me interesan más las implicancias ideológicas del discurso que propone la novela de Alonso Cueto y los aparatos sociales que la sostienen.

En La hora azul, la violencia política es un acontecimiento narrado desde la clase social más privilegiada de la metrópoli limeña. Adrián Ormache, narrador protagonista, es un exitoso abogado propietario en sociedad de un exclusivo estudio de abogados. Posee una familia ejemplar y una vida confortable, donde la imagen proyectada es mucho más gravitante que lo vivido interiormente. Al igual que Adrián, su madre Beatriz también fue partícipe de esa performance social. La ruptura de ese mundo aparentemente estable y perfecto ocurre en dos momentos: primero cuando Beatriz sufre una decepción matrimonial poco después de casarse, que la instala en una realidad más áspera y menos idílica (enfrentarse con el divorcio y el estigma social que ello representa); segundo, cuando Adrián se entera de los crímenes cometidos por Alberto, su padre, cuando este estuvo destacado en Ayacucho, y de la amante y el hijo que tuvo con esta. La irrupción de la violencia desestabilizó la burbuja en la que Beatriz y Adrián se encontraban cómodamente instalados. En el caso de Beatriz, el impacto público de la violencia conyugal, causa de su divorcio, fue atenuado con éxito, pues ella se reubicó estratégicamente ante su nueva situación: compensa el fracaso matrimonial y su soledad con actividades de caridad, las amigas, el club, sus hijos y el confort de una vida económicamente resuelta. Todo ello contribuyó en conjunto con su reubicación. Adrián no tuvo la misma suerte, porque en su caso la violencia involucraba a otros sujetos sobre cuyas reacciones no se podía tener control.

El estruendo de la violencia pasada resuena en el presente hasta quebrar la burbuja social en que la vive Adrián Ormache; y de esa clase social que se sentía al margen de la violencia, invulnerable o intocable, a la que le bastaba mirar hacia otro lado para evitarse la molestia de observar algo desagradable que les recordara que también son parte de esa realidad violenta. La hora azul confronta a esa clase social contra las secuelas de la violencia armada, de la cual no fue directa responsable, pero que por su indiferencia está condenada a padecerla, aunque bajo otro registro. Un aspecto a tomar en cuenta aquí es la imposibilidad de evadir y silenciar la violencia. Tanto Adrián como su madre evadían el pasado desagradable cuando este se manifestaba en el presente. En ambos se trata de una postura frente a la violencia de un mismo sujeto, padre o marido según la relación. Adrián continúa rechazando a su padre en el presente pero a través de la figura de su hermano Rubén, con quien, paradójicamente se siente unido. (La continuidad del parentesco es una razón por la cual rechaza en este otro una cualidad tal vez latente en sí mismo. ¿Pese al rechazo de la imagen paterna podría Adrián emular al padre en el presente? Ese temor se advierte en los capítulos iniciales). Adrián siente repugnancia ante su hermano alguien que le recuerda a un ser desagradable, su padre. Así, la violencia adquiere fisonomía humana: las descripciones de personajes como Rubén, Alberto y sus compañeros de armas, Chacho y Guayo —obesos, repulsivos, procaces, rudimentarios, agresivos, machistas— refrenda la idea de que existen sujetos más proclives a la violencia o, de otro modo, que la violencia modela el cuerpo de los sujetos, donde deja sus huellas.

Yo no apoyaría una lectura de La hora azul como una novela de clase que refuerza la hegemonía de la burguesía nacional ni como un relato sobre la frivolidad de la clase alta limeña, tampoco como una novela superficial sobre el conflicto armado interno. Todo lo contrario. Esta novela procede con la alta sociedad de un modo análogo al de Un mundo para Julius (1970), Conversación en La Catedral (1969) o No se lo digas a nadie (1994), es decir, saboteando el modelo de una clase social libre de aflicciones, influyente en la vida pública y líder en la construcción de una idea de nación. La hora azul nos coloca, aunque de una manera distinta a Retablo de Julián Pérez, ante el dilema de sentenciar o comprender. El interés de Adrián por conocer la verdad acerca de lo hecho por su padre lo lleva, una vez enterado de los detalles, a intentar comprender el contexto; el análisis de las circunstancias deviene como marco para juzgar las acciones de los victimarios. Este aspecto merece un desarrollo posterior, pero dejo constancia de que La hora azul propone una relectura del discurso de los victimarios en función de las circunstancias en las que ejercieron la violencia. De este modo se sitúa en el otro extremo de la novela de Julián Pérez que sugiere lo mismo, pero desde el lado de los insurgentes.

Si las víctimas de la violencia tienen legítimas razones para exigir que se escuchen sus testimonios, el discurso de los victimarios también merece audiencia. La hora azul nos invita a preguntarnos por un nuevo lugar de enunciación para comprender integralmente el proceso de la violencia política. Sigue leyendo

RELATOS DE GUERRA

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La guerra de las Malvinas estableció un punto de inflexión en relación a temas como el exilio y los desaparecidos, sobre los que se escribió hasta el 80 y 81. Malvinas potenció la crítica contra la dictadura y produjo hasta hoy una vasta bibliografía literaria, histórica, periodística y política tan abundante y compleja como la que existe sobre la dictadura. Durante el lapso de la guerra Rodolfo Fogwill escribió Los pichiciegos que circuló entre periodistas y escritores argentinos y brasileños ya en su versión final antes del término de la guerra. La crítica reconoce esta novela como el relato mejor logrado sobre la guerra de Malvinas. En 1998 aparece Las islas de Carlos Gamberro, una extensa novela de ciencia ficción, la primera respuesta literaria a Los pichiciegos, novela breve y eminentemente realista. En ella se propone una nueva mirada sobre la posguerra situándose en la Argentina del menemismo. Su protagonista dice: «No es verdad que hubo sobrevivientes. En el corazón de cada uno hay dos pedazos arrancados, y cada mordisco tiene la forma exacta de las islas».En 2000 Edgardo Russo publicó Guerra conyugal, libro que mezcla poemas, secuencias narrativas, cartas, testimonios, citas, autobiografía. Esta novela muestra el impacto de la guerra en las provincias del interior recreando irónicamente a un escritor que intenta escribir una novela sobre Malvinas.

Una puta mierda (2007) de Patricio Pron transcurre en la guerra de trincheras donde unos soldados novatos ven la guerra como algo sumamente extraño y cuya experiencia bélica es semejante a lo que exporta Hollywood. Aporta humor, parodia y lo absurdo a la tradición de novelas sobre Malvinas, recursos que utiliza para ridiculiza y así criticar a todos los participantes de la guerra: periodistas, soldados, altos oficiales, políticos y a la ciudadanía. Patricia Ratto publicó Trasfondo (2012) novela inserta en la línea realista de Fogwill. Narra las aventuras de unos marinos en su submarino durante «treinta y nueve días de patrulla y ochocientas setenta y cuatro horas de inmersión», tiempo en el que están al acecho de un enemigo invisible al que intentan atacar pero siempre fallan por los desperfectos de sus torpedos y controles. Un escenario de guerra lejano a la guerra de trincheras, las incursiones aéreas y de la marina. Algunas fechas históricas como el hundimiento del Belgrano y del Sheffield están incluidas en la trama. Martín Kohan se refiere a la novela de Ratto como «una arraigada costumbre cultural nos habituó a pensar que en todo trasfondo se oculta siempre una verdad: la parte más sincera de la realidad del mundo. Pero Patricia Ratto se aparta de esa convención y explora una alternativa menos usual y más estimulante: en el trasfondo, en Trasfondo, aparecen las falsificaciones, el engaño, irreal (…) Acaso sea, en definitiva, la mejor manera de encarar un relato de guerra. Sobre todo si esa guerra es la guerra de Malvinas, en la que nada resultó tan verdadero como la falsificación, el engaño, la ficción, la irrealidad».

Federico Lorenz y Sebastián Basualdo presentan diferentes enfoques a la guerra de Malvinas. En Fantasmas de Malvinas (2008), Federico Lorenz el autor elabora una panorámica de la guerra mediante testimonios y el análisis crítico de la historia oficial y periodística de lo que fueron, a su modo de ver, de las tres guerras: el conflicto bélico en las islas, la incertidumbre por un ataque continental a la Patagonia y la guerra de los medios en Buenos Aires y todas la nación. No es una novela, sino una crónica novelada que incluye reflexiones sobre la idea de nación en la Argentina a partir de la guerra de Malvinas. Cuando te vi caer (2008), de Basualdo, gira en torno a la mirada de un personaje cuya madre tiene una pareja que fue combatiente. Es la primera novela que indaga en la vida de los ex combatientes. Bajo esta perspectiva, analiza la exclusión y aprovechamiento que la sociedad y el gobierno hicieron de los ex combatientes durante la posterior democracia.

Los pichiciegos (Rodolfo Fogwill, 1983)

Esta novela tiene el mérito no solo de ser la primera sobre la guerra de Malvinas, sino el de haber sido escrita durante el conflicto bélico y terminada poco antes de su fin. Al inicio, comenta Fogwill, ninguna editorial la quiso publicar, pero ya circulaban varias copias entre periodistas y amigos del autor hasta que en 1983 Ediciones De La Flor publicó la primera edición. Narra la historia de un grupo de desertores del ejército argentino refugiados en un cubículo subterráneo en el que esperan el desenlace de la guerra. Han armado una red clandestina de tráfico de mercaderías y colaboran con los ingleses brindando información sobre las bases argentinas a cambio de provisiones. Cada vez hay más desertores que llegan al refugio, lo cual complica la situación del grupo. «Algunos calcularon que había más pichis por la isla (…) Todos quisieran encontrarse con otros pichis de otros lugares. Si había más pichis, sería útil que entre ellos se conociesen».

A los «pichis» no les interesa tanto la victoria argentina o británica como el término de la guerra en el plazo más breve. Incluso, preferirían una victoria del enemigo para volver a casa como prisioneros rendidos, pues de lo contrario, les espera un severo castigo por haber desertado. «—Que ganen ellos, que los fusilen a todos, y que a nosotros nos lleven de vuelta a Buenos Aires en avión».

La novela traduce el desencanto de los combatientes frente a la guerra por la manera en que sus superiores la venían conduciendo. Contrariamente al sentir de la población, a la cual se le mostraba una versión triunfalista, que se desbarató a pedazos a medida que se conocía la verdad, los combatientes conocieron la decepción mucho más pronto y en carne propia: estaqueos, hambre y abandono generalizado.

Los pichis provienen de todos los rincones de la nación. A través de los diálogos se reconoce al personaje, sus costumbres, procedencia y los estereotipos que sobre ellos imperan en el imaginario nacional: un uruguayo naturalizado argentino, un santiagueño, un bahiense, varios porteños, la tonada cordobesa, los tucumanos, etc. Por esta razón, los diálogos son el aspecto más sólido de la novela, pues revelan indirectamente el sentir de los personajes, sus miedos, ansiedades, dudas y expectativas mediante un lenguaje para nada artificioso, sino más bien bastante llano, pero muy efectivo al momento de transmitir sensaciones sobre los personajes y la situación que los rodea.

Un permanente estado de zozobra es lo que se advierte a lo largo de la novela. Con la llegada de nuevos pichis, la convivencia es cada vez más difícil; algunos pichis fueron asesinados al ser descubiertos por sus pares argentinos; también temen que los ingleses los delaten cuando ya no les sean útiles o que algún pichi desesperado los entregue a los oficiales argentinos. En la mente de los pichis, la traición incomoda pero la sobrellevan conversando sobre lo que hacían antes de la guerra y sus planes luego de volver. Al respecto, Beatriz Sarlo dice que Fogwill muestra que la identidad nacional es lo primero que se disuelve cuando sus hipotéticos portadores han sido jugados como peones en una escena donde la debilidad de los principios unificadores se potencia con la proximidad de la muerte».

Los pichiciegos es un ataque directo al nacionalismo oportunista que se vale de los más vulnerables para emprender sus campañas, las cuales, en la mayoría de casos, nada tienen que ver con los intereses de la nación, sino con las aspiraciones más egoístas de una élite ansiosa de perpetuarse en el poder. Sigue leyendo