Archivo por meses: mayo 2012

RELATOS DE GUERRA

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La guerra de las Malvinas estableció un punto de inflexión en relación a temas como el exilio y los desaparecidos, sobre los que se escribió hasta el 80 y 81. Malvinas potenció la crítica contra la dictadura y produjo hasta hoy una vasta bibliografía literaria, histórica, periodística y política tan abundante y compleja como la que existe sobre la dictadura. Durante el lapso de la guerra Rodolfo Fogwill escribió Los pichiciegos que circuló entre periodistas y escritores argentinos y brasileños ya en su versión final antes del término de la guerra. La crítica reconoce esta novela como el relato mejor logrado sobre la guerra de Malvinas. En 1998 aparece Las islas de Carlos Gamberro, una extensa novela de ciencia ficción, la primera respuesta literaria a Los pichiciegos, novela breve y eminentemente realista. En ella se propone una nueva mirada sobre la posguerra situándose en la Argentina del menemismo. Su protagonista dice: «No es verdad que hubo sobrevivientes. En el corazón de cada uno hay dos pedazos arrancados, y cada mordisco tiene la forma exacta de las islas».En 2000 Edgardo Russo publicó Guerra conyugal, libro que mezcla poemas, secuencias narrativas, cartas, testimonios, citas, autobiografía. Esta novela muestra el impacto de la guerra en las provincias del interior recreando irónicamente a un escritor que intenta escribir una novela sobre Malvinas.

Una puta mierda (2007) de Patricio Pron transcurre en la guerra de trincheras donde unos soldados novatos ven la guerra como algo sumamente extraño y cuya experiencia bélica es semejante a lo que exporta Hollywood. Aporta humor, parodia y lo absurdo a la tradición de novelas sobre Malvinas, recursos que utiliza para ridiculiza y así criticar a todos los participantes de la guerra: periodistas, soldados, altos oficiales, políticos y a la ciudadanía. Patricia Ratto publicó Trasfondo (2012) novela inserta en la línea realista de Fogwill. Narra las aventuras de unos marinos en su submarino durante «treinta y nueve días de patrulla y ochocientas setenta y cuatro horas de inmersión», tiempo en el que están al acecho de un enemigo invisible al que intentan atacar pero siempre fallan por los desperfectos de sus torpedos y controles. Un escenario de guerra lejano a la guerra de trincheras, las incursiones aéreas y de la marina. Algunas fechas históricas como el hundimiento del Belgrano y del Sheffield están incluidas en la trama. Martín Kohan se refiere a la novela de Ratto como «una arraigada costumbre cultural nos habituó a pensar que en todo trasfondo se oculta siempre una verdad: la parte más sincera de la realidad del mundo. Pero Patricia Ratto se aparta de esa convención y explora una alternativa menos usual y más estimulante: en el trasfondo, en Trasfondo, aparecen las falsificaciones, el engaño, irreal (…) Acaso sea, en definitiva, la mejor manera de encarar un relato de guerra. Sobre todo si esa guerra es la guerra de Malvinas, en la que nada resultó tan verdadero como la falsificación, el engaño, la ficción, la irrealidad».

Federico Lorenz y Sebastián Basualdo presentan diferentes enfoques a la guerra de Malvinas. En Fantasmas de Malvinas (2008), Federico Lorenz el autor elabora una panorámica de la guerra mediante testimonios y el análisis crítico de la historia oficial y periodística de lo que fueron, a su modo de ver, de las tres guerras: el conflicto bélico en las islas, la incertidumbre por un ataque continental a la Patagonia y la guerra de los medios en Buenos Aires y todas la nación. No es una novela, sino una crónica novelada que incluye reflexiones sobre la idea de nación en la Argentina a partir de la guerra de Malvinas. Cuando te vi caer (2008), de Basualdo, gira en torno a la mirada de un personaje cuya madre tiene una pareja que fue combatiente. Es la primera novela que indaga en la vida de los ex combatientes. Bajo esta perspectiva, analiza la exclusión y aprovechamiento que la sociedad y el gobierno hicieron de los ex combatientes durante la posterior democracia.

Los pichiciegos (Rodolfo Fogwill, 1983)

Esta novela tiene el mérito no solo de ser la primera sobre la guerra de Malvinas, sino el de haber sido escrita durante el conflicto bélico y terminada poco antes de su fin. Al inicio, comenta Fogwill, ninguna editorial la quiso publicar, pero ya circulaban varias copias entre periodistas y amigos del autor hasta que en 1983 Ediciones De La Flor publicó la primera edición. Narra la historia de un grupo de desertores del ejército argentino refugiados en un cubículo subterráneo en el que esperan el desenlace de la guerra. Han armado una red clandestina de tráfico de mercaderías y colaboran con los ingleses brindando información sobre las bases argentinas a cambio de provisiones. Cada vez hay más desertores que llegan al refugio, lo cual complica la situación del grupo. «Algunos calcularon que había más pichis por la isla (…) Todos quisieran encontrarse con otros pichis de otros lugares. Si había más pichis, sería útil que entre ellos se conociesen».

A los «pichis» no les interesa tanto la victoria argentina o británica como el término de la guerra en el plazo más breve. Incluso, preferirían una victoria del enemigo para volver a casa como prisioneros rendidos, pues de lo contrario, les espera un severo castigo por haber desertado. «—Que ganen ellos, que los fusilen a todos, y que a nosotros nos lleven de vuelta a Buenos Aires en avión».

La novela traduce el desencanto de los combatientes frente a la guerra por la manera en que sus superiores la venían conduciendo. Contrariamente al sentir de la población, a la cual se le mostraba una versión triunfalista, que se desbarató a pedazos a medida que se conocía la verdad, los combatientes conocieron la decepción mucho más pronto y en carne propia: estaqueos, hambre y abandono generalizado.

Los pichis provienen de todos los rincones de la nación. A través de los diálogos se reconoce al personaje, sus costumbres, procedencia y los estereotipos que sobre ellos imperan en el imaginario nacional: un uruguayo naturalizado argentino, un santiagueño, un bahiense, varios porteños, la tonada cordobesa, los tucumanos, etc. Por esta razón, los diálogos son el aspecto más sólido de la novela, pues revelan indirectamente el sentir de los personajes, sus miedos, ansiedades, dudas y expectativas mediante un lenguaje para nada artificioso, sino más bien bastante llano, pero muy efectivo al momento de transmitir sensaciones sobre los personajes y la situación que los rodea.

Un permanente estado de zozobra es lo que se advierte a lo largo de la novela. Con la llegada de nuevos pichis, la convivencia es cada vez más difícil; algunos pichis fueron asesinados al ser descubiertos por sus pares argentinos; también temen que los ingleses los delaten cuando ya no les sean útiles o que algún pichi desesperado los entregue a los oficiales argentinos. En la mente de los pichis, la traición incomoda pero la sobrellevan conversando sobre lo que hacían antes de la guerra y sus planes luego de volver. Al respecto, Beatriz Sarlo dice que Fogwill muestra que la identidad nacional es lo primero que se disuelve cuando sus hipotéticos portadores han sido jugados como peones en una escena donde la debilidad de los principios unificadores se potencia con la proximidad de la muerte».

Los pichiciegos es un ataque directo al nacionalismo oportunista que se vale de los más vulnerables para emprender sus campañas, las cuales, en la mayoría de casos, nada tienen que ver con los intereses de la nación, sino con las aspiraciones más egoístas de una élite ansiosa de perpetuarse en el poder. Sigue leyendo

LAS CUENTAS DE MARTÍN

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Con Ciencias morales, Premio Herralde de Novela 2007, Martín Kohan (Buenos Aires, 1967) confirmó una sólida trayectoria como novelista iniciada con La pérdida de Laura (1993), pasando por Los cautivos (2000), Dos veces junio (2002), Segundos afuera (2005) Museo de la revolución (2006), Cuentas pendientes (2010) y que se prolonga hasta la muy reciente Bahía Blanca (2012), conjunto de obras que convierten a Kohan en un escritor imprescindible de la literatura argentina actual.

Cuentas pendientes es una historia sobre la desolación individual, sobre la vida penosa y apagada de Lito Giménez, un anciano que vive sin pena ni gloria una vejez decadente en un departamento alquilado. Su mujer, de quien se ha separado años atrás, pero con la cual aún por momentos interpreta el rol matrimonial, vive en un departamento vecino y depende de la exigua pensión que Giménez le proporciona; quien, además, está apremiado por las deudas en especial por el alquiler atrasado de un par de meses. Giménez es un apocado, un tipo a quien la gloria le ha sido esquiva y que tampoco se ha esforzado por perseguirla denodadamente. “Ya no espera más de la vida, se conforma con que no lo jodan”.

Lo primero que como lector se advierte en la novela, y una de sus cualidades más logradas, es la atmósfera del relato: un viejo apartamento en un edificio ruinoso, “y si no fuera por el patiecito, no recibiría nada de luz”, sugieren un escenario sombrío, austero, casi menesteroso, semejante a la vivienda del coronel y su esposa en la célebre novela corta de Gabriel García Márquez, sensaciones reforzadas por la caracterización de los personajes, pues todos se hallan muy lejos de vivir una existencia satisfactoria o brillante, sino que más bien es opaca, apagada y deslucida.

La descripción de la rutina de Giménez y los personajes que lo rodean destacan la monotonía de unas vidas resignadas al curso que les tocó vivir. Lito subsiste consultando oportunidades de negocio en los avisos clasificados que interesan a un amigo suyo quien lo compensa con unos pocos billetes al mes; Elvira, “su señora”, se la pasa atendiendo a su madre, quien está postrada en cama, enferma, casi paralizada; su hija Inés atraviesa una seria crisis matrimonial que se suma a los pesares cotidianos de Giménez y su mujer; y el dueño, quien aparentemente lleva una vida resuelta y sin contratiempos, poco a poco revela sus propias fisuras existenciales.

El enfoque narrativo de los primeros capítulos hasta casi la mitad pareciera ser de un narrador testigo que conoce los hábitos de Giménez al detalle, pero a partir de la intervención directa del dueño, un profesor universitario de lengua que ha publicado algunas novelas, nos percatamos de que este era el narrador que nos introdujo a la historia y que no tuvo piedad al juzgar al protagonista; su ensañamiento desmesurado y las oportunas dosis de humor que vierte sobre ese entorno sórdido contrastan con su propio drama revelado hacia el final.

Lo mejor de la mitad de la novela hacia adelante son los diálogos entre Giménez y el dueño, donde la novela gana en profundidad y matiza la visión decadente del personaje principal, construida por el narrador desde el inicio, con la picardía como estrategia para evadir los emplazamientos del dueño que exige el pago de la renta atrasada. Estos son sin duda los mejores momentos de Giménez, porque el humor lo salva de asumir una responsabilidad que lo aqueja.

Cuentas pendientes nos sumerge en una sordidez amena, cómplice con la cotidianidad de una vida que no espera nada más que una oportunidad para cobrarse una revancha que, posiblemente, nunca llegue.
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BORGES, WALSH Y PIGLIA

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Los escritores argentinos y la dictadura militar

El proceso de renovación de la literatura argentina a inicios de los setenta, cuya principal cualidad era la progresiva emancipación de los escritores respecto a Borges, fue interrumpido por la dictadura militar. La represión de la dictadura impactó en la literatura, pues también setradujo en represión sobre textos considerados subversivos del nuevo orden deseado por la Junta Militar para la nación. Un abordaje de la novela argentina de las últimas tres décadas desde los estudios literarios complementa lo que desde las ciencias sociales se ha venido produciendo. Cabe señalar que la literatura en general y la novela en particular rehúyen a las determinaciones políticas o sociales en el sentido que sobrepasan el significado al que estas podrían reducirla. La narrativa especialmente tiene la facultad de registrar los discursos sociales que navegan a su alrededor, pero no los reproduce fielmente sino que los refracta en discursos simultáneos y muy diversos.

En 1976, en el prólogo a La moneda de hierro , Borges escribió «Sé que éste libro misceláneo que el azar fue dejándome a lo largo de 1976, en el yermo universitario de East Lansing y en mi recobrado país […]». Los poemas de este libro evocan el pasado familiar, de la patria, sus símbolos fundacionales, los héroes militares de las guerras de independencia entre otros asuntos. Es singular la importancia del «recobrado país» al que se refiere en el prólogo. Borges siempre se abstuvo de pronunciarse abiertamente sobre política, pese a que le sobraban motivos para afirmar que «Los peronistas no son ni buenos, ni malos; son incorregibles» o que «La peor desdicha es que lo derrote a uno gente despreciada:…, los peronistas a nosotros». Afiliado al Partido Demócrata Conservador, frecuentemente insistía en calificar al gobierno de Juan Domingo Perón como «los años de oprobio».

El 19 de mayo de 1976, Videla se reunió en la Casa Rosada con Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato y otros escritores quienes le manifestaron su preocupación por los intelectuales que estaban siendo procesados por el Poder Judicial. Según la versión de La Prensa del 20 de mayo de 1976 Borges declaró: «Le agradecí personalmente (a Videla) el golpe de Estado del 24 de Marzo que salvó al país de la ignominia y le manifesté mi simpatía por haber enfrentado la responsabilidad del Gobierno […]». Posteriormente, Sábato fue uno de los tantos intelectuales que censuraron la adhesión de Jorge Luis Borges al nuevo gobierno y presidió la comisión que elaboró el informe Nunca más.

Cinco años después, Borges cambió de actitud. El 30 de marzo de 1981 firmó una «Solicitada sobre los desaparecidos » junto a Adolfo Pérez Esquivel, Ernesto Sábato y los obispos Miguel Hesayne y Jorge Novak. El autor de El aleph comentó la visita de las madres y abuelas de Plaza de Mayo, quienes le pidieron que se pronuncie.

Una tarde vinieron a casa las madres y abuelas de Plaza de Mayo a contarme lo que pasaba. Algunas serían histriónicas, pero yo sentí que muchas venían llorando sinceramente, porque uno siente la veracidad. ¡Pobres mujeres tan desdichadas! Eso no quiere decir que sus hijos fueran invariablemente inocentes, pero no importa. Todo acusado tiene derecho al menos a un fiscal, para no hablar de un defensor. Todo acusado tiene derecho a ser juzgado. Cuando me enteré de todo este asunto de los desaparecidos me sentí terriblemente mal. Me dijeron que un general había comentado que si entre cien personas secuestradas, cinco eran culpables, estaba justificada la matanza de las noventa y cinco restantes. ¡Debió ofrecerse él para ser secuestrado, torturado y muerto para probar esa teoría, para dar validez a su argumento! La guerrilla y el terrorismo existieron, desde luego, pero, al mismo tiempo, no creo que sean modelos aconsejables.

No pretendo urdir una diatriba contra Borges como escritor sino que intento contextualizar el sentido de su «recobrado país» tomando en cuenta: a) que es una frase inscrita en el prólogo donde el sujeto de la enunciación es el propio Borges y no un yo poético; b) la temática de los poemas; y c) sus declaraciones acerca de la Junta Militar. En los poemas dedicados a la esencia de la patria y a los valores tradicionales y más conservadores de la nación (véase «Elegía de la patria») opera una conversión de lo ideológico devenido en retórica literaria, donde los militares son herederos de una épica histórica. Y aunque no podemos afirmar que sus textos celebran a los militares golpistas, recordemos que Borges no sufrió la censura ni la feroz persecución de la que fueron víctimas cientos de escritores entre 1976 y 1982. También es justo señalar que condenó la guerra de las Malvinas a la que calificó como un emprendimiento de los militares para perpetuarse en el poder. En 1985 hizo referencia a la guerra en Los conjurados , en el poema «Juan López y John Ward».

López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward, en las afueras de la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer el Quijote. El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en una aula de la calle Viamonte.
Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.
Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.
El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Rodolfo Walsh representa la otra orilla. La lenta reacción de Borges contrasta con la inmediata reacción de Walsh ante las tropelías de los militares golpistas tanto por sus intervenciones escritas como por su trágica desaparición. El 24 de marzo de 1977 publicó su Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar , la última palabra pública del escritor militante Rodolfo Walsh, y al día siguiente un pelotón especializado lo emboscó en calles de Buenos Aires con el objetivo de aprehenderlo vivo. Walsh se resistió y fue herido de muerte. Su cuerpo nunca apareció. Otras versiones señalan que fue fusilado en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de donde provenía el grupo de tareas que lo intervino.

Entre 1976 y 1979, periodo en el que la represión alcanzó su ápice más siniestro, los escritores argentinos asumieron dos actitudes frente a la dictadura: la adhesión y la confrontación. Hacia 1979 empieza a asomar una literatura de adhesión a la dictadura o que al menos circulaba dentro de la esfera de su tolerancia. Al caso de Borges se suman Bioy Casares y Manuel Mujica Lainez. La literatura más explícita sobre el tema se publicaba fuera del país. Julio Cortázar radicaba desde varios años atrás en Europa, pero solía participar de las manifestaciones junto a organizaciones de exiliados para protestar contra el gobierno militar. En México, país que acogió a la mayor parte de exiliados por la represión, Cortázar apareció públicamente en varias oportunidades en las que dejó sentado su discrepancia con lo que sucedía en la Argentina. Como en otras ocasiones, no dejó de pronunciarse una y otra vez con la verdad y contra el genocidio y el olvido.

En febrero de 1981, demostró una profunda sensibilidad al discurso político de las Madres: «La desaparición ha reemplazado ventajosamente el asesinato en plena calle o al descubrimiento de los cadáveres de incontables víctimas; los Gobiernos de Chile y de Argentina, y los comandos paralelos que los apoyan, han puesto a punto una técnica que, por un lado, les permite fingir ignorancia sobre el destino de los desaparecidos, y por otro lado prolonga, de la manera más horrible, la inútil esperanza de parientes y amigos ». Ese año se nacionalizó francés, como protesta contra la dictadura.

En 1980, Ricardo Piglia publica su primera novela Respiración artificial en Argentina, cuatro años después del golpe militar. Las enormes restricciones a la actividad cultural lo condujeron a desarrollar un estilo que sin renunciar al cuestionamiento del régimen reflejara la situación represiva y que al mismo tiempo permitiera evadir la censura. Tal estrategia fue utilizada por novelistas y en particular por músicos y dramaturgos cuya obra difundida dentro del país poco a poco captaba el interés del gran público en reductos muy concretos. Este lenguaje alternativo fue un recurso para oponerse al régimen que sustentaba «el monopolio del saber, del poder y de la palabra ». A partir de la novela de Piglia, se hicieron más patentes los cuestionamientos a la dictadura y la explicitación de su tratamiento desde la literatura que trascendieron la denuncia desde el testimonio, la memoria o la autobiografía para proponer otra representación más híbrida que oscilaba entre lo realista y lo fantástico.

La próxima semana comentaremos las novelas de la guerra de Malvinas. Sigue leyendo

El GENOCIDIO CULTURAL

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Desde que Néstor Kirchner asumió la presidencia en 2003, el gobierno argentino asumió los Derechos Humanos como una política de Estado con miras a examinar lo que significó la dictadura militar. Casi en todos los espacios de discusión sobre este tema, hay el consenso de llamar «terrorismo de Estado», de manera frontal y sin atenuantes, a la acción represiva aplicada por la Junta Militar contra la población civil. Una de las medidas más emblemáticas fue la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, promulgadas durante el gobierno de Carlos Saúl Menem, por las cuales se amnistió a los altos mandos militares involucrados en procesos por violación de derechos humanos. En seguida, fueron puestos a disposición del Poder Judicial y varios de ellos han sido sentenciados. La gestión de Cristina Fernández de Kirchner ha continuado con el proceso de recuperación de la memoria estableciendo políticas que integran a los colectivos de la sociedad civil y a las instituciones del Estado y las provincias en un esfuerzo conjunto para revisar este penoso episodio de su historia reciente.

Muy diferente es la situación en el Perú post Fujimori y post conflicto armado interno. Hasta ahora ninguno de los gobiernos que sucedieron al fujimorato asumió los Derechos Humanos como una política de Estado sostenible; por el contrario, durante el gobierno aprista los procesos judiciales contra la corrupción fujimorista y los militares acusado de violar los derechos humanos cayeron en un letargo cuyo único saldo favorable fue la sentencia a Alberto Fujimori y la posterior ratificación de la misma, aunque el fantasma del indulto sigue sobrevolando los predios de la DINOES. Inclusive, varios funcionarios del Ejecutivo como Rafael Rey y Ántero Flórez-Araoz cuando tuvieron a su cargo el Ministerio de Defensa se mostraron hostiles frente a la IF CVR y a las ONGs pro derechos humanos.

La literatura no es ajena a la violencia política; ha registrado, pero de un modo diferente a las ciencias sociales, los discursos que sobre la dictadura militar y la guerra de las Malvinas circulan en el imaginario argentino en las últimas décadas. Los medios de comunicación son el lugar donde se observa con claridad cómo la Junta Militar procedía ante los textos que consideró una amenaza. Con frecuencia, aparecían comunicados oficiales a los que debía brindarse una gran cobertura en todos los diarios de la nación. En ellos se informaba de las acciones que el gobierno realizaba para combatir la subversión. Especial atención merecieron las obras literarias y los textos de humanidades y ciencias sociales.

Los militares encargados de la censura tenían una forma peculiar de distinguir la literatura inofensiva y tolerable a su criterio de aquella que consideraban propaganda subversiva. A esta última, la condición de libro no se la otorgaban fácilmente y muy a menudo ensayaban términos para jerarquizar la diferencia entre una y otra. Por ejemplo, al notificar el allanamiento de alguna vivienda o establecimiento, exhibían los libros ante los medios junto con el armamento requisado y la propaganda, pero evitaban lo más posible llamar libro a esos textos. En su lugar, los denominaban materiales, documentos o propaganda. La posesión excesiva de ejemplares de ciertos libros fue calificada como prueba incriminatoria de subversión, militancia o apología. La «abundante bibliografía subversiva» a los ojos de estos censores —que me recuerdan a los bomberos incendiarios de Fahrenheit 451 de Truffaut— era una medida muy vaga y extremadamente subjetiva.

Escritores y obras fueron criminalizados a partir de una interpretación sesgada de los contenidos. Ni siquiera la literatura infantil pudo evadir el agujero negro de la censura militar que engullía todo lo que salía a su paso, salvo si los autores se disciplinaban y seguían a pie puntillas los comunicados de la Junta Militar. Si un libro era catalogado como subversivo, ello se extendía al autor y a la editorial que lo puso en circulación. El criterio para la extirpación de obras y autores írritos para la dictadura fue el contenido de ideologías adversas a los valores más preciados de la nación: el catolicismo, la familia, la patria y la juventud , a su entender, estaban amenazados por el comunismo internacional. Marx y Freud fueron algunos de los pensadores que encabezaron las listas que los censores pesquisaban en las bibliotecas de todo el país. La depuración culminaba con el confinamiento en algún almacén pero a menudo eran incinerados en actos a los que se convocaba a todos los medios para asegurar una gran cobertura.

En 1976, se requisaron 600 libros de biblioteca de la Universidad Nacional de Río Cuarto; al año siguiente hubo una gran quema de libros de la editorial EUDEBA de la Universidad de Buenos Aires, dos años después, en Sarandí, Buenos Aires, se quemaron 1 millón de libros. Como señalé anteriormente, todos estas quemas de libros tuvieron una gran cobertura mediática. Esta fue la utilidad que la Junta Militar halló en los medios de comunicación: una vía para legitimar su accionar contra la subversión del ERP y Montoneros frente a la opinión pública, depurando la información incómoda para el régimen y magnificando sus intervenciones en pro de lo que entendían era por el bien de la nación. La persecución, secuestro y quema de libros fue el correlato de lo que sucedía con las voces disidentes. Durante el gobierno de la Junta Militar, el Estado ya no tuvo «como prioridad producir verosimilitud, sino terror ».

Los libros, en tanto corpus, fueron cuerpos reprimidos por la dictadura militar. Pero como veremos más adelante, algunos escritores convivieron armónicamente con el régimen y otros que desde la novela representaron el horror que los primeros se negaban a observar.

(Próximo artículo La dictadura en la novela argentina) Sigue leyendo