De no haber sido por las fotocopias, difícilmente hubiera sobrevivido al gasto que me representaba comprar libros originales para estudiarlos previo a un examen o simplemente por el placer de leerlos. De igual manera, no hubiera escuchado a mis bandas preferidas ni visto las películas que marcaron mis años de estudiante en una universidad pública. Si no fuera por la piratería musical, editorial o cinematográfica, mi experiencia cultural hubiera sido muy pobre. Si bien actualmente puedo darme el gusto de comprar un libro original y muy rara vez un disco o película originales, cuando la ocasión lo amerita, no tengo reparos en comprar un libro pirata. Solamente cuando se trata de un autor o libro que me interesa conservar y al cual le tengo una merecida consideración, espero y busco el original. Por ello, estoy en la capacidad de afirmar que mis gustos por la piratería son, la mayoría de las veces, directamente proporcionales con mi valoración del contenido sobre todo cuando la oferta de originales, al menos en películas es tan pobre y desfasada que basta con revisar unos cuantos escaparates en Crisol para salir corriendo al frente en la calle y comprar una película al gusto.
No obstante, no procedo igual cuando se trata de música o películas. Acabo de ver en un reportaje de Utero TV que varios de los visitantes al Festival de Cine de Lima 2009 aprovecharon la oportunidad para ir a Polvos Azules y revisar las películas que tal vez en sus países de origen son escasas o muy caras. Varias amistades me cuentan que en un stand de Polvos Azules, muy conocido entre los cinéfilos limeños por ofrecer películas selectas, ha sido visto Francisco Lombardi y otros cineastas nacionales, lo cual no me escandaliza. ¿Sería justo, entonces, llamarlos delincuentes como pretende convencernos la absurda campaña antipiratería previa a la proyección de una película?
Sobre este y otros asunto discute el cineasta peruano Alberto Durant en su reciente libro ¿Dónde está el pirata? Este libro constituye una crítica frontal contra la política antipiratería que se viene aplicando en nuestro país, la cual no es más que un reflejo de lo que sucede en EEUU y Europa, salvo que con resultados totalmente adversos. Durant sostiene que la piratería en realidad no lesiona los ingresos ni la propiedad intelectual del artista, escritor, o director, sino que atenta directamente contra los intereses económicos de las megacorporaciones de la industrial musical, editorial y cinematográfica quienes son los que realmente se benefician por los derechos adquiridos sobre la propiedad intelectual de los creadores.
Durant analiza los cambios que se suscitaron en el consumo de películas desde la aparición del Betamax de Sony hasta los recientes DVD, Blue Ray, Youtube y las descargas vía Internet, sobre todo enfocándolo en la realidad social peruana. El autor menciona el juicio que los principales estudios de Hollywood iniciaron contra Sony para impedir la comercialización del Betamax, luego de ocho años, en 1984 el tribunal supremo de los EEUU falla a favor de Sony (ya se lo venía comercializando desde antes) y a Hollywood no le quedó otra que adaptarse al nuevo escenario, lo que dio lugar a la renta de videos. Durant precisa que desde mediados de los ochenta cuando el Betamax se hizo masivo, era común encontrar copias piratas en establecimientos formales como Wong, Monterrey u otros, sin que nadie se escandalizara. Y es que el concepto de video original, a decir del autor, no existía. El VHS desplazó al Betamax y potenció aún más la cultura del consumo de home video con mayores ventajas para los consumidores: mayor cantidad de horas de grabación y notables mejoras en las reproductoras. Sin embargo, las casas de alquiler de video que habían proliferado como “la tienda de la esquina” gozaban de buena salud, pero tenían las horas contadas.
A mediados de los 90, poco a poco se instaló un nuevo concepto que justificaría el combate contra la piratería institucionalizada, consumida y preferida por los consumidores de películas que durante casi dos décadas disfrutaron sin reparos de sus películas preferidas: ahora tendrían que acostumbrarse a que se los llame delincuentes porque no consumían un producto original. Durant resalta el papel que desempeñaron las instituciones estatales y la presión ejercida desde la Embajada de los EEUU para fortalecer la lucha antipiratería, no tanto por un espíritu principista, sino para allanar el camino a Blockbuster. Y así fue; las casas de alquiler desaparecieron como los dinosaurios, los supermercados retiraron las copias de video, a la vez que los cines emblemáticos en Lima y provincias empezarían a agonizara ante la llegada de los multicines. Blockbuster en Lima consolidaba su monopolio.
A medida que pasaban los años, la tecnología jugaba en contra de los intereses económicos de las corporaciones cinematográficas. Ya bien entrados los 90 y próximo al segundo milenio, el DVD llegó para quedarse y de un zarpazo desplazó a la cinta VHS y de paso a las casas de alquiler de videos y a los cines tradicionales. Pero esta vez la furiosa revancha del consumidor fue letal porque tuvo como aliado a la tecnología que le facilitaba la copia casera de videos original y la descarga gratuita desde Internet de música y películas. El resultado fue que Blockbuster cerró sus tiendas en Perú e hizo maletas para nunca más volver. Es así que hoy tenemos El Hueco, Polvos Azules, Polvos Rosados y una variopinta oferta de películas piratas por doquier, muchas de ellas con una calidad de imagen tan nítida como el original, puesto que la tecnología digital del DVD lo permite. Salvo aquellas copias que se obtienen directamente capturando la imagen en el cine que son muy frecuentes, es posible hallar buenos videos.
El libro de Durant continúa luego desarrollando el tema de Internet y la piratería, y las componendas entre los productores de contenidos y los creadores de tecnología para no perjudicarse mutuamente. El escenario actual ha cambiado notablemente y obliga a unos y a otros a reajustar sus paradigmas para sobrevivir. El hecho de que actualmente estemos experimentando un “boom” de conciertos no es casual. En Europa algunas bandas regalan sus discos o autorizan la descarga gratuita como medio de publicidad, porque ello asegura una masiva asistencia al concierto donde realmente la disquera, producción y demás involucrados obtendrán jugosas ganancias.
Me agradó mucho de este libro el registro del lenguaje utilizado que, aunque se deja leer con mucha facilidad, no pierde en profundidad y claridad cuando desarrolla los temas propuestos. Durant no se queda en el mero diagnóstico de la realidad o en el balance y el dato estadístico, sino que asume una postura clara frente a la interrogante planteada como título: ¿quién es realmente el pirata? ¿quién nos ha conminado por décadas a consumir lo que no queremos? ¿quién se opone a que el consumidor ejecute plenamente su libertad de elección? ¿quién se beneficia o perjudica verdaderamente con la piratería? El autor las desarrolla con propiedad. Personalmente, considero que la respuesta a estas preguntas nos conducen a un solo lugar: el libre mercado lo es solo en la medida que los que controlan los medios y los modos de producción, incluida la industria cultural, aseguren sus ganacias. Su libertad de mercado consiste en condicionar lo que se compra y lo que se vende.
Sin embargo, la lección que nos dejan los consumidores, y que es recogida por Durant, es que tarde o temprano el consumidor puede sorprender al sistema desestabilizándolo desde adentro con los recursos que este ofrece. La tecnología brinda la facilidad de disponer de variedad información en tiempo real. ¿Vamos limitar tales ventajas?Está implícita entre las conclusiones de su investigación que solo la participación organizada de los consumidores podrá generar cambios que impidan la limitación de su esfera de decisión. Y es una idea con la que estoy plenamente de acuerdo porque la participación ciudadana es un aspecto fundamental de la democracia, tan venido a menos y tan malinterpretado como un acto de desobediencia, subversión o retorno al colectivismo.
Este es, a mi opinión, el aporte más importante del libro de Alberto Durant: el verdadero libre mercado es aquel en donde el consumidor tiene pleno derecho a elegir dónde, cómo y qué producto comprar. Asimismo, celebro su espíritu consecuente con el discurso que predica: este libro está colgado para que cualquier persona lo baje de Internet. Ahora solo falta que los inquisidores antipiratas censuren este libro como apología a la piratería. Gran favor que le harían a Durant. Al respecto, ¿habrán pensado los editores del libro de Abimael Guzmán aprovechar de Internet para llegar donde no podrán Aurelio Pastor ni los sabuesos aprofujiderechistas? Quién sabe; todo es posible en la dimensión desconocida.
A visitar el pasaje 18 de Polvos Azules!!!
ENTREVISTA A ALBERTO DURANT