Durante el siglo XVIII, la Corona hispana, ahora bajo el reinado de los borbones, introdujo una serie de cambios para restaurar la autoridad del Estado, disminuir el poder de la aristocracia, devolverle a España su poderío militar en Europa y recuperar el dominio en sus colonias americanas. Era un plan ambicioso que requería, en primer lugar, aumentar los recursos. Las reformas cobraron gran auge bajo el gobierno de Carlos III, el máximo exponente del despotismo ilustrado español. En el proceso España logró aumentar notablemente sus ingresos, pero perdió un Imperio. A la presión tributaria se sumó el desplazamiento de los criollos de la administración pública en beneficio de los peninsulares. El camino estaba allanado para pensar en la independencia.
Las reformas atacaron, en primer lugar, a la administración pública. Se crearon nuevos virreinatos (Nueva Granada y Río de la Plata), se reorganizó la defensa militar (establecimiento de las capitanías de Venezuela y Chile) y se implantaron las intendencias que reemplazarían a los corruptos corregimientos. Luego, en el plano religioso, se expulsó del Imperio a los jesuitas y el Estado asumió el control de la educación. Finalmente, el problema económico fue el que despertó mayor interés. Era prioritario elevar los impuestos y ampliar la base tributaria; también se debía estimular la producción minera para aumentar el flujo de metales hacia España, controlar el contrabando y estimular el libre comercio entre la Península y América.
La aplicación de las reformas en América fue a través de visitas generales. Al Perú fue enviado el “visitador” José Antonio de Areche. Rápidamente atacó el problema fiscal y elevó la alcabala a un 6%. Estableció las aduanas interiores para elevar la recaudación y tuvo que hacer frente al descontento de casi toda la población, especialmente cuando se rebeló en 1780 el curaca Túpac Amaru II, descendiente de los incas.
Las rebeliones indígenas del siglo XVIII, que pasaron de un centenar en el territorio del virreinato, tuvieron como marco la recuperación de la cultura andina, especialmente el mesianismo en la mentalidad popular: el retorno del inca generaría un futuro mejor. Esta idea se vio claramente en el levantamiento de Juan Santos Atahualpa en la selva central (1742), quien sublevó a los indios campas contra las misiones franciscanas de la zona.
El movimiento de Túpac Amaru II, que contó con el apoyo de muchos curacas (como los hermanos Catari), fue más complejo. No solo porque movilizó una cantidad mucho mayor de indios, sino porque incluyó en su programa de reivindicaciones a población no andina: criollos, mestizos y negros. Su base social fue más amplia porque la rebelión coincidió con el descontento general ante las medidas borbónicas. Los impuestos se elevaban y el comercio con el mercado de Potosí se vio afectado al crearse el virreinato de Río de la Plata (1776), que incluía al famoso centro minero. Por ello el territorio de la rebelión fue más amplio: abarcó todo el sur andino y el Alto Perú.
Túpac Amaru se rebeló contra el mal gobierno pero no necesariamente contra el Rey. Al final fue ajusticiado y ejecutado en la plaza del Cuzco (1781), sin embargo las consecuencias de su rebelión tuvieron largo alcance. La Corona tuvo que crear una audiencia en el Cuzco, una demanda de Túpac Amaru, abolir los repartos y los corregimientos y acelerar el establecimiento de las intendencias. De otro lado tuvo suprimió los curacazgos y prohibió la lectura de los Comentarios Reales de Garcilaso para no despertar la reivindicación incaica entre la población.
Finalmente el intento de Túpac Amaru por incluir en su rebelión a criollos no dio resultado, pues estos tuvieron temor ante la posibilidad de conceder excesivas reivindicaciones a los sectores populares. La imposibilidad de compaginar los intereses entre criollos e indios le restó al movimiento la capacidad de tornarse en separatista.
El siglo XVIII no trajo buenos resultados al Perú. Su virreinato perdió importancia al verse amputado su amplio territorio. Asimismo, al eliminarse el monopolio comercial del Callao, su aristocracia mercantil ya no dominaba todo el mercado del Pacífico sur. Finalmente, tras el estallido de numerosas rebeliones indígenas, quedaba una secuela de recelos y odios difíciles de borrar en el tiempo, claves para entender el futuro movimiento independentista.
TÚPAC AMARU ANTES DE LA REBELIÓN
SURIMANA.- Nuestra Señora de la Purificación de Surimana es uno de los pueblos más hermosos de la serranía cuzqueña. “Surimana” es voz del quechua suri (ave) y manam (de ninguna parte). Ubicado en el distrito de Tinta (provincia de Canchis), está enclavado en una repisa de los Andes, sobre un desfiladero que sirve de paso al río Apurímac. Lo más pintoresco es su pueblo, con una iglesia de barro, plaza de guijas blancas (piedras peladas y pequeñas) y casas con tejas. Se llega al pueblo bordeando un acantilado.
Su plaza es hundida, de trazo rectangular. La iglesia, con su torre y atrio, por su lado, duplican el encanto de Surimana. La cruz del atrio dividía al pueblo en hurin y hanan, y marcaba el ingreso al templo. Por un lado ingresaba el Cabildo de Indios (los varayocs y sus regidores) y por el otro las Cofradías (con sus mayordomos y priostes). El interior de la iglesia era de extraña luminosidad: estaba pintado de color arcilla; su techo era tijeral y el piso de gruesos ladrillos; y tenía una sola nave. Su altar mayor data del XVII pero fue reformado el XVIII; es bien labrado, cubierto en pan de oro (supuestamente tiene una escultura de la Virgen de la Candelaria y un lienzo de la Virgen con el Niño en brazos). El púlpito es barroco, data del siglo XVIII y no legó a dorarse: es de madera color natural. Es muy probable que la advocación del pueblo de Surimana haya sido la Virgen de la Candelaria, cuya fiesta se denomina la “Purificación de la Virgen”.
José Gabriel Condorcanqui Noguera nació en marzo de 1738, entre los días 8 y 24, en la casa curacal de sus padres, en el barrio de Arco Punco, en la parte hurin Callca, a la que pertenecían los Condorcanqui. Según la tradición, vino al mundo en el ala derecha de la casa, en uno de los dormitorios, posiblemente el primero. Esta casa no solo fue su morada natal sino también su morada bautismal, pues allí recibió el primer sacramento (por necesidad: quizá el infante nació con algún mal) por el fraile agustino Miguel Severiche. Era época del año con mucho frío y lluvias. Le impusieron el nombre del patriarca san José (19 de marzo), seguido por el del Arcángel san Gabriel (24 de marzo), por las cercanías calendáricas de su nacimiento.
Posteriormente el niño, ya curado de su mal, fue llevado a Tungasuca, en cuya iglesia parroquial de San Felipe, el 1 de mayo del mismo año (1738), recibió del cura Santiago López, el óleo y la crisma. Fue entonces que se le llamó formalmente José y se le inscribió como hijo legítimo de Miguel Túpac Amaru y de María Rosa Noguera, vecinos de Surimana.
Según José Antonio del Busto, el niño “creció en el pueblo que lo vio nacer. El primer escenario de sus juegos infantiles fue sin duda el patio de su casa, empedrado y húmedo, salpicado de hierba. Desde allí aprendería a ver el sol paseando por el cielo azul de la sierra con su cortejo de nubes, como un pastor de oro seguido por sus alpacas blancas. Posteriormente saldría el niño a la calle, acompañado por los criados indios a traer agua del puquio o, tal vez, con una india vieja, a recoger plantas curativas junto a la capilleja de la Santa Cruz…. Luego vendrían las salidas de aventura, sin criados ni testigos, pasando debajo del Arco a la carrera para seguir a la plaza y subir al atrio de la iglesia. Apreciaría entonces por la Calle Alta el salir de los pastores con sus rebaños balantes o el llegar de los llameros con sus rumiantes altivos. Las mujeres, con los hijos a la espalda, hilarían hacendosas, y los viejos, sentados en el suelo, tejerían cestos o fabricarían sogas mientras los niños, grupo aparte, se ocupaban de desgranar mazorcas de maíz. Todos hacían algo, no había gente ociosa en el pueblo. Alguna tarde –con compañeros de su edad- descendería hasta el río, miraba de cerca sus aguas, arrojaría pedrezuelas a su cauce. Correría liberado entre cañas, visitaría las pequeñas cuevas de la orilla y se detendría finalmente, con sus emociones calmadas, para ver caer, frente a él, ese manantial de plata que desde lo alto se precipitaba ofrendoso al Señor de los Ríos Habladores”.
CURACA DE TUNGASUCA, SURIMANA Y PAMPAMARCA.- La familia de José Gabriel descendía de los Incas del Cuzco. Esto hizo que sus miembros pudieran llamarse por igual Condorcanqui (apellido curacal) que Túpac Amaru (apellido imperial), o lo que es lo mismo, tener derecho a usar dos apellidos por separado. Condorcanqui se traducía “eres cóndor” (apellido mágico, casi mesiánico), mientras que Túpac Amaru significaba “Real Señor de la Gran Serpiente”, apellido mitológico y ordenador. Los Condorcanqui, al firmar también Túpac Amaru, actuaban como nobles castellanos, con apellido y título. Esta noble ascendencia quecha iba a gravitar en la mentalidad infantil de José Gabriel, en especial en lo que se refería a la sangre de los Incas.
LA EDUCACIÓN.- El niño creció a la sombra de la estirpe de los Incas, se sabía descendiente de una estirpe imperial. Pero su formación o carácter no solo se la debió a su sangre incaica. Se sabe que sus primeros preceptores fueron Carlos Rodríguez de Ávila (nacido en Guayaquil y cura de Yanaoca) y Antonio López de Sosa (nacido en Panamá y cura de Pampamarca). Ellos le enseñaron a leer, a hacer sus primeros grabados con la pluma y las bases de la fe cristiana. Junto a sus padres, ambos curas cincelaron su incipiente personalidad, los jesuitas harían el resto.
En efecto, alrededor de 1748, a los 10 años, su padre lo llevó a la ciudad del Cuzco y lo matriculó en el Colegio de Caciques de San Francisco de Borja, regentado por los padres de la Compañía de Jesús. Este plantel fue creado para educar a los hijos de los caciques o curacas que algún día sucederían a sus padres. Lo fundó el Virrey Francisco de Borja y Aragón, Príncipe de Esquilache, el 16 de setiembre de 1620 y desde un primer momento se confió a los jesuitas, quienes lo regentaron hasta 1767, año de su expulsión del Perú. La mayor gloria del local es que dentro de sus muros vivió y se educó el gran José Gabriel Condorcanqui. Hoy, del viejo plantel, no queda casi nada, salvo su ubicación en la plazoleta que hace esquina en las calles Ataúd y Córdoba del Tucumán, así como un viejo escudo de piedra con las armas de Castilla y de León en su portada.
Para la matrícula, su padre, don Miguel, debió presentar la partida de bautismo del niño, que aseguraba haber nacido en Surimana, diócesis del Cuzco, y un certificado firmado por el corregidor de Tinta y el cura de Pampamarca, asegurando que José Gabriel era futuro Curaca.
El niño tuvo que adaptarse a las rígidas normas del plantel y a la formación jesuita: “Los colegiales se levantaban a las seis de la mañana a son de campana, pasaban a meditar a la Capilla un cuarto de hora y luego asistían a una misa que dos de ellos acolitaban. Tomaban el desayuno (que entonces se nombraba almuerzo) y seguían dos horas de estudio que gastaban en aprender a leer, escribir y contar, más tarde restarían, multiplicarían y dividirían., pero siempre se les enseñaba la doctrina cristiana, lecciones de ética y algo de derecho natural. Cuando era menester, s eles enseñaba pluma, papel y tinta. En otros momentos se les enseñaba pintura y música… A las once y media de la mañana almorzaban (que entonces se decía comer), haciéndolo en el refectorio todos juntos y con mucho orden, sirviéndose los unos a los otros, mientras el colegial de turno leía en voz alta la vida del santo del día. Esta comida consistió, en el siglo XVIII, en un pan de a dos por medio y dos platos con viandas que podían ser españolas o indias; en los días festivos había otro plato más, también dulce y fruta. Nunca se servían leche, por ser los naturales prejuiciosos de ella; en cambio, sí maíz tostado o cocido, asimismo papas… El recreo duraba hasta las dos de la tarde y a partir de entonces seguían tres horas de estudio. Otro descanso, esta vez corto, era seguido por el toque de oración, acudiendo todos nuevamente a la Capilla para rezar el rosario. Después de esto jugaban. Alguna vez, por 1754, se les puso a los caciques una mesa de trucos, una cancha de bolas y otros juegos. En todo momento se exigía a los muchachos tratarse de Vuestra Merced, vale decir, el tratamiento de hidalgos, para que se vayan enseñando cómo han de tratar con los demás cuando salgan del Colegio… Un cuarto de hora antes de la comida (que todavía se nombraba cena) rezaban las Letanías Marianas, y los domingos y fiestas las cantaban. Después de cenar había tiempo libre hasta que la campana llamaba a examen de conciencia. Al cabo de él los colegiales se acostaban en un dormitorio común: a un extremo estaba la habitación del Padre Rector del Colegio, al otro la del Hermano Maestro” (José A. del Busto).
Otros datos de su estancia escolar:
- Los colegiales ingresaban a los 10 años y salían antes de cumplir los 18.
- Los alumnos llevaban el cabello cortado hasta los hombros.
- Para salir a la calle, vestían el uniforme del plantel: medias, pantaloncillo, camiseta y manto corto, todo de lana verde, zapatos y sombrero negros, más una banda que cruzaba el pecho que contenía un escudo de plata con las armas de Castilla y León y el emblema del colegio.
- Los paseos escolares, bajo la atenta mirada de un jesuita, eran ala fortaleza de Sacsayhuamán, al pueblo de San Sebastián (en cuya iglesia estaban los lienzos de Diego Quispe Tito) y al Colcampata, el palacio de Manco Cápac.
- Es posible que en el colegio haya leído los Comentarios Reales del Garcilaso, que le idealizó el recuerdo del Imperio, un mundo de perfección que no le pareció imposible alcanzar.
- Fue aquí que recibió la noticia de la muerte de su padre, el 29 de abril de 1750, ocurrido en Surimana.
- Salió del colegio en 1758 y volvió a Surimana a relevar a su padre, que estaba siendo reemplazado por los tíos José Noguera y Marcos Condorcanqui.
PAMPAMARCA: MICAELA BASTIDAS.- El antiguo pueblo de la Asunción de Pampamarca es hoy un distrito (creado en 1834 por el presidente Orbegoso) de la provincia de Canas. Cuando yo fui, el pueblo carecía de veredas y sus calles de empedrado, pero había casas de dos pisos con pintorescos balconcillos y una Plaza Mayor muy amplia, aunque ya había perdido sus arcos. Es notable su iglesia parroquial, rodeada por un atrio cercado, con una Cruz y muro de ventanas; todo el conjunto es de color blanco. Este fue el pueblo de los Puyucahua(familia importante de la zona), donde nació (1742) y creció Micaela Bastidas Puyucahua, y en este templo rezó. Fue hija natural del “español” Manuel Bastidas (y parece falsa la versión que haya sido cura este señor). Visitar el lago del pueblo, llamado Pomacanchi, muy bello.
No se sabe nada de su infancia. Debió crecer con sus padres y sus hermanos, Antonio y Miguel. Dicen que tuvo porte distinguido y una extraña belleza (intuimos que su belleza no era estrictamente andina, sino que también influía su sangre africana, por lo que posteriormente sus enemigos la llamaron “zamba”). Antes de los 20 años la pretendió José Gabriel, que debió conocerla a través de su tío carnal Marcos Túpac Amaru, cuya suegra era una Puyucahua.
Formalizada la relación, Micalela se mudó con sus padres a Surimana. La boda se realizó en la iglesia de Surimana el 25 de mayo de 1760, y ofició el sacramento el cura Antonio López de Sosa, antiguo preceptor de José Gabriel y amigo de la familia (cuando fuimos, los indios de Surimana guardaban las alfombras que, supuestamente, Túpac Amaru regaló a la novia con motivo del enlace).
Del matrimonio nacieron tres hijos:
- Hipólito, nacido en Surimana en 1761, señalado para la sucesión curacal.
- Mariano, nacido en Tungasuca en 1762
- Fernando, nacido en Tungasuca en 1766
Se sabe que fue un matrimonio feliz. Ella lo llamaba cariñosamente Chepe (abreviatura de Jusephe) y él a ella Mica o Micaco (diminutivo afectuoso de Micaela).
TUNGASUCA.- Visita a la comunidad y al pueblo de Tungasuca, donde hay una laguna muy hermosa. En la plaza mayor de Tungasuca tenía otra casa curacal José Gabriel, esta vez de dos pisos, con portón y balconcillo de baluastres, ventanas altas y bajas, propiedad que ocupa la parte norte de la plazuela, y llegaba hasta la esquina del este. Desde Tungasuca, José Gabriel debió surtir a Pampamarca y Surimana, sus otros dos pueblos de gobernación, ya que aquí había algo que Tinta no poseía: una feria.
La feria de Tungasuca (del 8 de septiembre al 4 de octubre) fue muy importante en el XVIII. Se realizaba frente a la casa de José Gabriel y, debido al gran movimiento comercial, las demás casas de la plaza mostraban una fisonomía particular: casi todas tenían su primera habitación, la de la fachada, sin muro exterior, reemplazándolo una pilastra de piedra que sostenía el techo; de esta forma, la habitación era una tienda abierta a los visitantes. Esto no se ve en otro pueblo del Perú. En la feria se celebraba al Señor de Tungasuca, el Cristo de los Arrieros, que hoy guarda la iglesia del pueblo.
El templo de Tungasuca, paralelo a la plaza, estaba advocado a San Felipe y era hermoso. Su retablo mayor tenía tres cuerpos, era barroco y dorado; al altar contenía cuatro Arcángeles en lienzo, uno de ellos san Gabriel, el patrono del Curaca, y el otro san Miguel, el patrono de su difunto padre. El púlpito, también barroco, era azul y oro.
Fue en la plaza de Tungasuca donde fue ajusticiado el corregidor Antonio de Arriaga el 10 de noviembre de 1780 (de esto hablaremos en el segundo programa).
VIAJE A LIMA.- Diego Felipe Betancourt, un rico mestizo del Cuzco, presentó una demanda ante el Corregidor del Cuzco tratando de probar que era descendiente (cuarto nieto) de Don Felipe Túpac Amaru, ajusticiado en la plaza imperial por el virrey Toledo en 1572. Denuncian que José Gabriel era un impostor, que no debía usar el apellido real ni su cargo de cacique. La acusación escandalizó a muchos, José Gabriel se indignó, presentó una contra-demanda pero, sabedor de la influencia de los Betancourt en el Cuzco, decidió viajar a Lima ante la Real Audiencia y, de ser posible, hasta España a defender sus títulos.
En abril de 1777 llegó a la Ciudad de los Reyes y se alojó en una casa de la calle de la Concepción (cuadra 5 del jirón Huallaga), frente al monasterio del mismo nombre, al este de la ciudad, a dos cuadras de la Plaza de Armas. Se descuenta que José Gabriel recorrió todo lo que pudo la Lima de entonces. Su mayor contacto fue Miguel Montiel y Surco, mestizo de Oropesa, que fue su apoderado; era “cajonero en la calle Judíos y gran lector de los Comentarios Reales. A la sombra de la Catedral limense y de su torre, el Curaca de Tungasuca y el mercader debieron conversar de todos los temas: la situación de los mestizos del Cuzco, sus antepasados comunes, el linaje de los Incas, entre otros. José Gabriel también venía a Lima a denunciar el maltrato de los indios mitayos de Tinta que morían en las minas de Potosí.
Dato: El lugar donde se alojó Túpac Amaru vendría a estar al lado de la Casa Salinas; hoy vemos allí un edificio, en el que hay una tienda de cristalería y menaje. Una curiosidad es que a un lado de una columna existió una placa de bronce, la que tenía escrita la información del hospedaje del Curaca de Tungasuca, y que desapareció misteriosamente en los años 90, aproximadamente. Sin embargo, hasta el día de hoy, podemos observar la marca de la placa y una pequeña pestaña de bronce de la placa. |
EL MARQUESADO DE OROPESA.- José Gabriel luchó por su derecho a obtener este título nobiliario vacante, que también era pretendido por la familia Betancourt. El Marquesado de Oropesa había sido propiedad del Inca Felipe Túpac Amaru. De salir ganando los Betancourt, José Gabriel perdería el apellido Túpac Amaru, el marquesado de Oropesa e incluso los curacazgos de Surimana, Pampamarca y Tungasuca. Para ello tuvo que exhibir sus probanzas genealógicas y demostrar su ascendencia real, exponiendo que su línea familiar no tenía errores ni vacíos, como la presentada por los Betancourt. Los oidores de la Audiencia de Lima se dieron por convencidos: José Gabriel era descendiente de los Incas de Vilcabamba. Los papeles de los Betancourt eran fraudulentos.
OROPESA.- Visita a este pueblo y visitar sus famosas panaderías y, especialmente su iglesia virreinal, la que conoció el propio Túpac Amaru. Fue fundado por el virrey Francisco de Toledo, segundo hijo del Marqués de Oropesa, de allí el nombre de este pueblo que funcionó como “reducción” de indios. Desde 1825, por orden de Simón Bolívar, es distrito de la provincia de Quispicanchi.
La iglesia de San Salvador de Oropesa es toda de piedra, con techumbre de tijeral y espadaña de seis arquillos. Sobre el arco de medio punto hay un balcón con balaustres verdes de madera; la fachada tiene hornacinas pintadas con figuras de Papas, obispos y Doctores de la Iglesia; en algún lugar se lee: “Alabado sea el Santísimo Sacramento”. Su altar mayor es barroco, tallado y orificado, de tres cuerpos y cinco calles, todas con imágenes antiguas o pinturas en lienzo. Destaca de modo peculiar su frontal de plata labrada con motivos ornamentales. El púlpito es barroco, de color nogal, con cátedra de cinco paneles cuyos nichos alojaron a los Evangelistas y probablemente a la Virgen (pues hay dos imágenes desaparecidas) separando a los paneles columnillas salomónicas. A esta cátedra la sostienen tres tenantes -tres barbados y tres lampiños- terminando ella en un florón. El tínoano es la puerta del púlpito y tiene la efigie de un santo, al parecer Apóstol, con un libro en la mano izquierda y que debió tener una pluma en la derecha. El sombrero o tornavoz luce bien trabajado, tiene cresterías crispadas, linterna o templete, y un Cristo Salvador predicando. Los altares laterales son cuatro y renacentistas, igual que un retablillo con un lienzo del crucificado frente al púlpito y otro pintado en el muro de la epístola. Hay frisos altos y bajos, pintura decorativa que se esmera en correr a lo largo de la iglesia, especialmente en el coro alto, sotacoro y baptisterio. Es templo que merece visitarse con detenimiento en razón de sus antigüedades y obras de arte.
EL ARRIERAJE.- Además de ser indio noble, Túpac Amaru era hombre de trabajo, y su principal negocio era ser dueño de una recua de 600 mulas (solo de su padre heredó unas 350). Ello no significaba ser arriero, sino ser administrador del mejor negocio de transporte terrestre que existió en tiempos del Virreinato.
Tinta era uno de los principales centros del arrieraje en el Cuzco; las mulas se “importaban” de varios lugares, especialmente desde Salta y Tucumán, en el norte de la actual Argentina. Con estos animales, que se adaptaron perfectamente a la geografía andina, Túpac Amaru repartía mercancías en el camino que unía Lima, Cuzco, Potosí y Buenos Aires.
La recua tenía una singular composición. Delante iba la mula madrina con un cencerro al pescuezo: era el anuncio para los pueblos y la guía de sus congéneres. Luego venía el hato, compuesto por mulas de carga y silla, esto es para bultos y viajeros. Finalmente, marchaban las mulas de relevo, libres de alforjas, acompañadas por muletos y mulillas que de esta manera se iban acostumbrando a la dificultad de los caminos. Según Concolorcorvo, los mejores arrieros eran los de las inmediaciones del Cuzco: eran hombres recios y de hablar borrascoso, tenían fama de peleadores pero también de cumplir sus compromisos. Eran, finalmente, supersticiosos en extremo cuando viajaban de noche: creían que los seguía el Chujchu, duende de los caminos que era señor del paludismo y las tercianas.
TÚPAC AMARU Y LA REBELIÓN
La rebelión se inicia en Tinta el sábado 4 de noviembre de 1780, día de San Carlos Borromeo, con el apresamiento del corregidor de Tinta, Antonio de Arriaga, y su posterior ejecución en la plaza de Tungasuca.
¿Qué ocurrió ese día sábado? En Yanacea, según Carlos Daniel Valcárcel, a tres leguas de Tinta, el cura Carlos Rodríguez ofrecía una comida con el fin de celebrar su cumpleaños y el natalicio del rey Carlos III. Ente los comensales estaba el párroco de Pampamarca, Antonio López de Sosa, y el cacique Túpac Amaru. Procedente de los pueblos “altos” llegó el corregidor Arriaga. Comió y conversó “hasta las cuatro de la tarde”, hora en que se despedía para volver a Tinta urgido por despachar el correo. Con insistencia y cortesanía, Túpac Amaru ofreció escoltar al Corregidor. Este reiteró sus agradecimientos y no quería aceptar tanto comedimiento. Pero Arriaga terminó por acceder. Túpac Amaru mandó permanecer en el pueblo a un grupo de vecinos de Yanaoca, que porfiaban por formar la escolta. Ya en el camino, el Curaca propuso al Corregidor pasar a Tungasuca. Este se negó, alegando urgencia de llegar a Tinta. En estas insistencias, al “salir de una cuesta, lo rodearon” gente apostada por Túpac Amaru. Arriaga huyó y logró esconderse, siendo descubierto por una india. Atontado por una pedrada en la cabeza, cayó al suelo. De inmediato “lo trincaron y puesto en un sillón de mujer” fue escondido en un cerro cercano y, al anochecer, conducido hasta Tungasuca. El secretario del caudillo afirmó durante el proceso que el grito iba a producirse el 2 de octubre, aunque quedó aplazado en espera de mejor ocasión.
TINTA.- La plaza principal de Tinta es amplia y empedrada, en ella destacan los monumentos a Diego Cristóbal Túpac Amaru, Micaela Bastidas, Hipólito Túpac Amaru, el coronel Mamani y Túpac Amaru II, en cuya base aparece escrito “En esta población el 4 de noviembre de 1580 José Gabriel Túpac Amaru dio el grito de insurrección que repercutió en todo el continente”. Una pileta adorna el centro de la gran plaza, la cual se haya rodeada por una serie de construcciones de una planta, de típica construcción en adobe y techos a dos aguas con ventanas enrejadas.
Aún se puede distinguir la casa de Túpac Amaru, y entre las otras, tal vez entre la más grande del lado oriental se encontraría la del corregidor Arriaga, quien gobernaba la localidad en tiempos de Túpac Amaru. Es de recordar que este funcionario español recibió el corregimiento en mérito a su trabajo marítimo en el extremo sur del continente, pero una vez llegado a la región no supo tratar adecuadamente a los lugareños desatando la histórica rebelión que tal repercusión tendría en la historia de la emancipación americana.
Cerrando la plaza se encuentra la iglesia de San Bartolomé y la sencilla capilla de Nuestra Señora de las Nieves las cuales comparten un atrio cercado. La iglesia de Tinta, por su lado, está ubicada de modo lateral a la plaza. Construida de piedra y barro, en su interior destaca el altar mayor, de pan de oro, sus retablos y los lienzos de la escuela local y marcos dorados. La estructura de la iglesia es del siglo XVII y en ella destaca la torre del campanario de gruesa mole dividida en tres cuerpos, con cuatro campanas de melodiosa voz bajo el chapitel rodeado de pináculos. En el siglo XIX se añadió la capilla lateral.
El pueblo tiene sus fiestas de San Isidro Labrador (15 de mayo), que simula la siembra, y la fiesta de la Virgen de las Nieves, el 5 de Agosto, donde aparece la Quillancada, que es una especie de diablada. Fiesta de San Bartolomé del 22 al 26 de agosto, en honor del patrón de Tinta, su día principal es el 24. Hay también una fiesta agropecuaria. Fiesta de San Francisco de Asís el 4 de octubre. También está el carnaval en febrero donde se danza en llamado carnaval de Tinta donde las jóvenes cantan y tiran hondas a sus galanes declarándoles su amor, también rinden culto al rey del carnaval. Se puede probar en la feria artesanal el cuy, el asado y el timpu.
La iglesia de Tinta.- El templo de San Bartolomé de Tinta en antiguo. Su retablo mayor es barroco, tallado y dorado, de dos cuerpos y tres calles, teniendo la central un cuerpo más. En torno al tabernáculo hay espejerías, el nicho central pertenece a la imagen de una Virgen, siendo el frontal, el sagrario y las gradillas de plata, también, aunque modernas las puestas del tabernáculo. La techumbre de tijeral ha sido reconstruida totalmente y esta sin pintar, habiéndose perdido su decoración colonial. En el presbiterio de Caín y Abel, los Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), Moisés y de los pasajes tocantes a los Evangelios de los Domingos de Pascua con el Señor Resucitado; hay también seis lienzos de la Vida de San Juan Bautista; once de la Vida de la Virgen; y nueve sobre los Apóstoles (pues faltan tres) del pincel de Diego de la Puente. El púlpito es barroco, tabaco y oro, con cátedra de circo de paneles (los cuatro Evangelistas y san Bartolomé al centro) entre columnillas salomónicas pareadas y sobre cada santo un medallón, terminando inferiormente en seis cresterías bajas que corren sobre el cuerpo escamado y mueren en un perillón; el tímpano es una puerta con monograma mariano; y el tornavoz, de siete cresterías con dos pináculos cada una, culmina en linterna sin cimera. Los fileteados dorados dan mucha vida ha este púlpito. El piso del templo es de tabla, el sotacoro decoro a pincel y lo mismo el intradís de la entrada lateral. Hay en el sotacoro seis lienzos de la Vida de San Antonio de Padua. Es de notar, volviendo a la serie de los Apóstoles, las ejecución de San Bartolomé, desollado vivo atado a un árbol, y seguidamente el de Santo Tomás, muerto por los “indios” de la india oriental presentados como “indios” de las Indias Occidentales.
SANGARARÁ.- Las tropas tupamaristas obtuvieron su primera, y temprana, victoria en la batalla de Sangarará. La provincia de Acomayo comprende la zona ubicada entre el río Apurímac y la cumbre de la Cadena Central, desde la laguna de Pascococha hasta el río Kehuar. Tiene siete distritos, ellos son Acomayo, Acopía, Acos, Mosoc, Lacta, Pomacanchi, Rondocán y Sangarará. Su capital es Acomayo, población ubicada sobre la margen izquierda del río del mismo nombre y a una altitud de 3,3600 metros del nivel del mar. Sus habitantes se dedican, básicamente, a la producción de maíz, cebada y trigo, así como al pastoreo de ovinos y camélidos. Su clima es seco y frío; para llegar a ella es necesario hacer un largo viaje desde el Cusco por carretera.
Sangarará está ubicada en una pampa extensa, a 3,700 msnm y su clima es frígido. Es un pueblo dedicado a la agricultura y está dividido en cuatro parcialidades: Ilave, Manacollanayoc, Sulcabep, Alalia y Supamarca. Aquí, el 18 de noviembre de 1780, después de 6 horas de duro combate, las fuerzas rebeldes vencieron a las tropas realistas, comandadas por Fernando Cabrera y Tiburcio Landa, corregidores de Quispicanchi y Paucartambo. Lluvias de piedras y fuego graneado de fusilería caía sobre los combatientes de ambos bandos. Los sitiados ya llevaban la peor parte cuando estalló el polvorín que tenían en la iglesia. Se desplomaron el techo y una de las paredes. Un terrible incendio envolvió a muchos realistas causando gran mortandad en el templo. Entre los setecientos realistas caídos estaban el corregidor Cabrera, el gobernador Tiburcio Landa y el cacique Pedro Sawaraura. De los rebeldes murieron menos de veinte. Pero el caudillo rebelde no supo aprovechar su victoria y retrocedió a Tungasucaa pesar de tener vía libre para tomar la ciudad del Cuzco. Se cuenta que al terminar la batalla, el Inca respetó la vida de los prisioneros, mandó curar a los heridos y ordenó la reconstrucción de la iglesia de Sangarará, muy sencilla, de color claro.
CHECACUPE.- Es un pueblo de la provincia de Canchis, notable por su iglesia y por haberse desarrollado, en sus inmediaciones, la derrota de las tropas tupamaristas el 6 de abril de 1781. La batalla se dio, exactamente en Puyca, y los realistas estuvieron bajo el mando del general José del Valle.
Respecto al hermoso templo de Checacupe, su altar mayor es churrigeresco y dorado, de tres cuerpos y tres calles, con varias columnas salomónicas una imagen de la Inmaculada al centro y en lo alto una Piedad en lienzo. Las demás imágenes, todas viejas con San Joaquín y Santa Ana, San José y el Niño así como un San Jerónimo y un San Juan Precursor en lienzo. El altar, tiene, además, el frontal y el sagrario de plata labrada.
El comulgatorio es caso único. Contiene a los doce Apóstoles tallados, carnados, policromados y dorados dentro de arcos separados entre sí por amorcillos. Es una verdadera joya, obra de excepción. El púlpito es de color nogal con cinco paneles que sostienen a la Inmaculada y a cuatro Doctores de la Iglesia, rematándose la cátedra en su parte baja confluyentes en un florón; el tímpano es un Apóstol no identificado, acaso el Evangelista, con un libro en la mano izquierda y la pluma en la diestra; el tornavoz de siete cresterías tiene linterna y a San Pablo en la cimera. Hay dos altares renacentistas -uno de la Virgen coronada y al frente, en el muro epístolas, otro de la Virgen del Carmelo- ambos inmediatos al presbiterio. En lo alto de ambos muros está la Vida de Jesús, de no excelente pincel más sí en soberbios marcos dorados, y debajo de esta serie otra de la Vida del Alma o del Amor Divino. En el sotacoro hay expresivas pinturas murales de rayana antigüedad que se refieren a San Sebastián asaeteado, San Antonio Abad, san Pablo Ermitaño, Santiago Matamoros y San Lorenzo mártir.
El baptisterio con fuente de piedra blanca de amorcillos en el cuello, guarda el tabernáculo del primer altar mayor renacentista, obra de bello trabajo, y un mural sobre el Bautismo de Jesús en el Jordán, cargado en tarzos oscuros, en lo alto de la habitación. Volviendo al templo tuvo decoración en sus muros que simula colgaduras, variando el motivo en el intradós del arco de la portada lateral, donde predominan las líneas curvas y los colores vivos. Sobre el presbiterio son también muy bellos los faldones y el harneruelo.
En el coro alto, en friso de murales, aparecen las santas Victoria, Inés y Cecilia, más una cuarta desconocida o difícil de identificar. Hay también en este coro varios lienzos menores e imágenes de vestir. En el muro del Evangelio finalmente, hay restos de un muro incaico y de una hornacina grande con la imagen pintada de San Cristobal, apareciendo en los vanos, asimismo a pincel, la Virgen y San Juan Evangelista. La iglesia de Checacupe es de una sola nave y torre muy gruesa con chapitel tejado.
LANGUI.- En este distrito de la provincia de Canas, a 168 kilómetros del Cuzco, ubicado en la ribera norte de la laguna de Langui-Layo, fue capturado Túpac Amaru. Derrotado en Checacupe, el rebelde pudo reorganizar sus fuerzas en Combapata, pero vio frustrada su postrera intentona de atacar por sorpresa a los realistas. Entonces, el caudillo cruzó a nado el río Vilcamayo y siguió a Langui a prepararse a resistir. En este pueblo fue traicionado por su compadre Francisco Santa Cruz y el cura Antonio Martínez, quienes lo entregaron con toda su familia al visitador Antonio de Areche.
Hoy este pueblo es conocido en la región por la celebración de la fiesta de la Virgen de Asunta (15 de agosto) con misa, procesión y los bailes de los “abanderados” y los “turcos”. Se cree que el nombre del distrito viene del quechua llanqui, que significa “ligoso” o “pegajoso”. Su altitud es de 3,850 metros del nivel del mar y las visitas son recomendables de mayo a octubre. Su templo colonial fue construido en el siglo XVII. Es de una sola nave, en el frontis destacan arquerías, su interior guarda hermosos lienzos y sus altares están retocados en pan de oro. Es interesante, además, su puente colonial, una joya arquitectónica. Tiene 8 metros de largo, presenta tres arcos que permiten la solidez de la infraestructura, está construido de cal y canto y por su estructura desfogan las aguas de la hermosa laguna, punto interesante para el ecoturismo de la zona (tiene criaderos de trucha y pejerrey; se ven gaviotas y patos silvestres).
LA EJECUCIÓN DE TÚPAC AMARU II (viernes 18 de mayo de 1781).- Sometido a tormento, al punto que le descoyuntaron un brazo, Túpac Amaru fue condenado a morir. Sacado a la Plaza Mayor del Cuzco, fue obligado a presenciar el ajusticiamiento de sus más fieles seguidores. Entre ellos fue ahorcado su joven hijo Hipólito, a quien se le cortó la lengua antes de subir a la horca. Luego pisó el cadalso Micaela Bastidas, acusada de haber ayudado a su marido en la lucha. Se le puso en el garrote para que muriese asfixiada, pero por tener el cuello muy delgado el torno no funcionó; para acabar con ella, los verdugos le echaron sogas al cuello y la mataron a puntapiés en el vientre.
Túpac Amaru, sin pronunciar palabras, vio estas muertes y otras más. Entonces le tocó a él. Maniatado como estaba y con esa entereza tan suya, dejó que el verdugo se acercara y le cortara la lengua. Los españoles decían que esto se había hecho porque habló contra el Rey, pero todos sabían que era por no haber delatado a sus amigos. Acto seguido lo derribaron en tierra y, atándole las extremidades a cuatro caballos, se pretendió descuartizarlo; los brutos partieron fustigados por sus jinetes, pero no pudieron continuar con su carrera, siendo frenados por la fortaleza física del héroe. Acorde con esta robustez corporal estaba su gran robustez moral; sangrándole la boca y mirando al cielo, sin lanzar un quejido de dolor, entendía perfectamente que moría por defender a los suyos. Suspendido por las cuerdas tensas estaba como una gran araña en su tela. Impresionados los españoles por esta monstruosa grandiosidad del espectáculo, se les hizo difícil seguir soportándolo. El Visitador General, José Antonio de Areche, venido desde Lima en representación del Virrey, hizo una seña y los caballos fueron desenganchados. El cuerpo descoyuntado del Curaca mestizo fue arrastrado hasta la horca y arrojado sobre el tabladillo. Allí, a otra orden de Areche, se acercó el verdugo, quien acomodó el cuello del sentenciado sobre un grueso madero. Entonces fue que levantó el hacha y, dejándola caer, le cercenó la cabeza. Su cabeza fue colocada en una lanza exhibida en Cuzco y Tinta, sus brazos en Tungasuca y Carabaya, sus piernas en Livitaca (actual Provincia de Chumbivilcas) y en Santa Rosa (actual Provincia de Melgar, Puno).
Un testigo anónimo describe la muerte del cacique revolucionario indio [Túpac Amaru II]: “Se le sacó a media plaza: allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo: atáronle a las manos y pies cuatro lazos, y asido éstos a la cincha de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamas se había visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos ni fuesen muy fuertes, o el indio en realidad fuese de fierro, no puedieron absolutamente dividirlo, despues de un largo rato lo tuvieron tironeando, de modo que le tenían en el aire, en un estado que parecía una araña. Tanto que el Visitador, movido de compasión, porque no padeciese más aquel infeliz despachó de la Compañía una órden, mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde le sacaron los brazos y los pies… Este día concurrió un crecido número de gente, de que entre tanto concurso no se veían indios, á los menos en el traje mismo que ellos usan, y si hubo algunos, estarían disfrazados con capas ó ponchos. Suceden algunas cosas que parece que el diabolo las trama y dispone, para confirmar á estos abusos, agüero y supersticiones. Digolo porque, habiendo hecho un tiempo muy seco, y días muy serenos, aquel amaneció tan toldado, que no se le vió la cara al sol, amenazando por todas partes á llover; y á hora de las 12, en que estaban los caballos estirando al indio, se levantó un fuerte refregón de viento, y tras este aguacero, que hizo que toda la gente, y aun las guardias se retirasen á toda prisa. Esto ha sido causa de que los indios se hayan puesto á decir, que el cielo y los elementos sintieron la muerte del Inca, que los españoles inhumanos é impíos estaban matando con tanta crueldad. …De este modo acab[ó] José Gabriel Túpac Amaru […]”.
Sigue leyendo →