Notas sobre los nombres de las calles del Cuzco

El Cuzco es una ciudad de extraordinaria tradición y sus calles, como era de esperar, se han encargado de perpetuarla. Nos referimos, sobre todo, a las viejas calles coloniales, cuyos nombres de sabor añejo se pueden agrupar así:

Marianas: Carmen Alto, Carmen Bajo, Loreto y Belén.

Santorales: San Cristóbal. San Juan de Dios, San Bernardo, San Agustín, San Andrés y Santo Domingo; Santa Teresa, Santa Clara, Santa Catalina y Santa Mónica; debiendo añadirse la Cuesta de San Blas, en el barrio de Tococachi, y la Cuesta de Santa Ana, en el barrio Carmenca.

Devocionales: Alabado, Triunfo, Cruz Verde, Tres Cruces, Tres Cruces de Oro, Recoleta, Romeritos, Angeles y Siete Angelilos.

Sísmicas: Ruinas, Afligidos, Desamparados, Ceniza, Ladrillos.

Tétricas: Ataúd, Purgatorio, Amargura , Desesperados, Cadenas, Cárcel, Crimen.

Pícaras: Abracitos, Miracalcetas, Resbalosa.

Artesanales: Plateros, Espaderos, Heladeros, Tocuyeros, Mantas y Herrerías.

Zoonominadas: Tigre, Siete Culebras, Pavitos, Tordo, Borreguitos.

Fitonominadas: Lechuga, Zetas, Romerito y Arrayán.

Aristocráticas: Marqués (de Valleumbroso) y Almirante.

Toponímicas: Granada y Córdova del Tucumán.

Variadas: Media, Teatro, Procuradores, Siete Cuartones, Beaterio, Máscaras, Vaquería, Nueva, Siete Ventanas, Fierro, Trinitarias, y Mesón de la Estrella.

Las calles con nombre mestizo son menos: Pampa del Castillo, Concebidayoc, Cabracancha, Ahuapinta, Carmen Quicllo, Coricalle, Collacalle, Lucrecalle, Arcopata, Arrayaniyoc, Tambo de Montero y Monjaspata.

Por todo lo expuesto, cuando se camina por las calles del Cuzco y se descubre una calle nueva, en realidad es muy vieja y, al encanto de su vista, debe añadirse la belleza de su nombre.

Asimismo abundan las calles con nombre quechua. Entre las principales estarían: Atoc, Cancahrian, Canchispata, Cocuichi, Cuitucata, Chihuanpata, Choquechaca, Huaranquilca, Hatun Rumiyoc, Humanchata, Huaynapata, Inticahuarina, Limacpampa, Malampata, Mutuchaca, Pumacurcu, Pantipata, Puluchapata, Puncu, Quiscapata, Saphi, Tullumayo, Tecsecocha y Tocto.

Siete Mascarones.- Ese es el nombre del tranquilo callejón ubicado entre Almudena y la parroquia de Santiago. Cuentan que allí vivió un fundador español apellidado Mascareñas, cuyos 6 hijos le ayudaban a moldear y fundir piezas de bronce convexas con cariátides, las que eran destinadas para las puertas de las iglesias, además de otras piezas como clavos para las puertas de calle, campanas, etc. Actualmente se encuentra muy descuidada pero aun así guarda parte de su historia.

Siete Ventanas.- Nombre que hasta hoy conserva la calle que hace esquina con la cuesta del Alabado y es continuación de la calle Ruinas. Cabe anotar que, antes de la destrucción del templo de San Agustín, hubo tras él una casa de estudios del convento, que tenía 4 ventanas grandes y 3 pequeñas de lo cual ha quedado el nombre. Actualmente se encuentra en contradicción con el número de ventanas de las casas modernas actuales.

Siete Cuartones.- Debe su nombre a 7 largueros de piedra en forma de cuartones alineados de trecho en trecho sobre el río Huatanay y se encontraban junto al puente de cal y piedra que mandó construir don Diego de Vargas y Carbajal al costado de la “ventana de las peticiones”. Actualmente solo se aprecia un larguero sobre la calle. Al parecer, el paso del tiempo se encargó de desaparecer dichos adornos.

Siete Borreguitos.- Nombre de la calle con pendiente por la cual solían bajar pobladores llevando sus bultos en animales de carga a lavar trapos y canastas en el río Tullumayu desde el final de la calle Pumaq-Kurkun (el nombre antiguo que aparece en el plano del Cuzco es Cchipu-Pata), que actualmente es llamada calle Palacios. Esta calle fue remodelada para una mejor transitabilidad y de vez en cuando se aprecia pasar una que otra manada de llamas.

Siete Diablitos.- Entre las calles más interesantes se encuentra esta que cuenta la historia que por esta calle estrecha y apartada se daban cita muchas parejas de enamorados que eran tentadas por el diablo, lo que dio origen al nombre, actualmente las parejas ya no se dan cita en esta calle las parejas pero si es bastante transitada por estas.

Siete Angelitos.- En contraposición con la calle anterior existe esta calle, llamada 7 Angelitos. Esta calle está a la derecha de Carmen alto, observando en el claro del tejado de una de las casas de la calle existen 7 figuras de angelitos , las cuales fueron pintadas allí por orden de Blas de Bobadilla, quien fue propietario de la casa además de ser de costumbres lujosos descansos para la procesión del Corpus de la parroquia, además de las 7 figurillas mencionadas se aprecian otras que son dignas de ser contempladas levantando la cabeza que usualmente pasan desapercibidas.

Siete Culebras.- Una de las calles más hermosas del Cusco llamada antes callejón Amaru Ccata en la época de los Incas, debido a que la plazoleta de las Nazarenas tenía el nombre de Amaru Ccatta por las 14 serpientes gravadas en relieve en la pared de piedra de la escuela del Yachay wasi, 7 a cada lado, de la que actualmente se dice llamar la casa de las Sirenas, las serpientes talladas en la piedra se aprecian con detenimiento y paciencia, suerte.

Calle del Medio.- Este nombre lo lleva desde el momento de la fundación de la ciudad. Al medio de la boca-calle y enfrentada a la Plaza Mayor, hubo una gran cruz de piedra con tallados en relieve, la que fue colocada allí a los tres días del terrible castigo de un perjuro (que juró en falso) de apellido López. Poco más arriba, en la pared derecha, y junto al umbral de la segunda ventana de una casa con balcón sobre el portal, se ve hoy una pequeña cruz de madera por la causa que indica la cruz titulada: “Tu lengua por mi honra”.

Calle de Loreto.- Este callejón tuvo el nombre de Amaru Kancha, porque frente a la casa llamada Acllawasi o “casa de las escogidas”, estuvo el palacio del inca Huayna Cápac, al que llamaban “Amaru Kancha” o “cercado de la serpiente” y que se extendía hasta el lugar que hoy ocupa la Iglesia de la Compañía. La puerta lateral de dicho palacio tiene en el dintel la figura de serpientes talladas en alto relieve. Hoy llaman callejón de Loreto al antiguo Amaru Kancha, por su cercanía a la capilla de nuestra señora de Loreto que fue construida por el jesuita Juan Ruiz con el nombre de Iglesia de Indios.

Calle Mantas.- Fue llamada “Calle de Cajonerías” o “Calle de Siete Cajones” por las tiendas estrechas que en ella se ubicaban, de cuyas mercaderías europeas, importadas por Diego de Sillerigo, solía abastecerse la aristocracia cuzqueña; dicen que las tiendas pertenecían a judíos y portugueses. Pero el comerciante Sillerigo puso en venta las famosas mantas de vapor de seda, mucho antes de que llegaran a Lima la moda de la saya y el manto (traje de la “tapada”). El nombre de “Calle de las Mantas” fue conocido desde 1744.   

Calle de la Coca.- Su primer nombre fue “Calle de los Castillo”, pues en la esquina tuvieron casa dos españoles así apellidados. Años después, las mujeres la llamaron “Calle de los Condenados”, por el terrible castigo narrado en la tradición de “Dos juramentos fatales”. Luego, desde 1744, según los Anales del Cuzco, fue llamada “Calle de Esquivel”, por las casas de que fue dueño un individuo de aquel apellido, frente a la casona de los Marqueses de Chacón y Becerra. En la esquina derecha está la casa de los Valverde, donde nació el cronista e historiador Garcilaso de la Vega.

Su nombre actual proviene de una “ramera” llamada Margarita Ginés, cuyo apodo era “Cocacc qqhintun” o “La flor de la coca”. Ella se casó en sonado matrimonio, cuya fiesta se desarrolló en la calle Procuradores. Pero ya viuda, en 1746, se mudó a la “Calle de Esquivel”, que ahora los transeúntes empezarían a llamarla “calle de la Coca”.

Calle del Marqués.- Su nombre data desde la época en que hizo construir su casa aquí don Diego de Esquivel y Jaraba, primer marqués de San Lorenzo de Valleumbroso, dueño de la hermosa hacienda “La Glorieta” (Quispicanchi), cerca del pueblo de Oropesa. El Marqués, además, explotaba las minas de oro y plata de “Yanantin”, y los informes cuentan que fue muy odiado por sus crueldades y avaricia.   

Vale la pena visitar la Casona del Marqués de Valleumbroso. De su portada nace de un hermoso muro incaico con vanos, dintel y sobredintel de piedra. Surge entre dos pilastras pétreas, teniendo otras dos en el segundo cuerpo que encuadran el balcón, encima del cual hay un triángulo isósceles que aprisiona el escudo marquesal.  Protege a esta portada un alero de tejas.  Se trata, juzgando en conjunto, de un paramento incaico y de una portada barroca con resabios renacentistas.  Tal como está, debió haberse hecho a fines del siglo XVII o comienzos del XVIII por Rodrigo de Esquivel y Zúñiga, su hijo Rodrigo de Esquivel y Cáceres o su nieto Diego de Esquivel y Járaba, que fue el primer Marqués de San Lorenzo de Valleumbroso en 1687. La casona posee un patio del que se conserva un lienzo antiguo con doce arcos y galería alta que los repite.  Los demás lienzos tienen arcos nuevos, balcón corrido con barandal de madera o un muro ventanado del que nace la escalera.  Esta, toda de piedra, tiene descanso y recodo, mostrándose muy cusqueña.

Calle del Tigre.- Su nombre data del gobierno del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo, quien tomó posesión de su sede en 1673, y la gobernó durante 25 años y 10 meses. Mollinedo dotó a la Catedral de coro y retablos tallados, óleos, imágenes y joyas que hasta hoy constituyen su riqueza; asimismo, hizo construir los templos de San Pedro y La Almudena, anexos al Hospital de Naturales y al convento de los Bethlemitas. Logró que el antiguo seminario San Antonio Abad fuera elevado a la categoría de Universidad (1692) y, finalmente, llevó a cabo una fecunda labor de restauración y ornato en iglesias y capillas de su jurisdicción.

Regresando al nombre de la calle, resulta que un aprendiz de pintor, que estuvo al servicio del famoso Diego Quispe Tito, y cuyos padres vivían en una de las casas de esta vía, tuvo el mal gusto de pintar en la pared la figura de un gato montés, con el fin de asustar a los chicos transeúntes. Desde entonces la llamaron “Calle del Gato”, nombre que derivó a “Calle del Tigre”.

Calle Purgatorio.- Fue llamada así debido a la superchería practicada por un alcabalero (cobrador de alcabalas, impuesto por la compra-venta de mercaderías), de apellido Colmenares, destituido de su cargo por el Cabildo cuzqueño. Cuenta la tradición que para obtener dinero sin trabajar, explotaba la fe, el miedo y la piedad de los transeúntes para reunir “limosnas”.

¿Cómo surge esta historia? Se cuenta que en la casa ubicada en la esquina de las calles Purgatorio y Huaynapata vivía una vieja “de malas pulgas, cascarrabias, camorrista y difamadora”. Tras su muerte, empezó a correr el rumor que el alma de la vieja penaba. De hecho, los vecinos oían golpear sus puertas a medianoche y escuchaban una voz extraña y dolorida que clamaba perdón y helaba la sangre en las venas.

Aprovechando estos sucesos, Colmenares, hijo de la difunta y alcabalero del barrio, se vestía con una túnica negra y un antifaz que imitaba una calavera y, sujetando una olla con trapos enmantecados que ardían, salía después de las nueve de la noche sobre zancos de madera y con una caja en la que decía: “Una limosna para las almas del Purgatorio”. Tal era el miedo que sentían los escasos transeúntes que de inmediato echaban monedas en la alcancía. Contento con el negocio, Colmenares se limitó en adelante a pintar una calavera sobre huesos cruzados en la esquina de su casa, colgando debajo la alcancía para que los asustados vecinos depositaran sus monedas. Fue así como la gente no tardó en llamar “Calle del Purgatorio” a este angosto callejón.

Cuesta de la Amargura.- Esta empinada y fatigante cuesta debería su nombre a que por allí los alarifes españoles hacían rodar las piedras que se sacaban de Sacsayhuamán (por orden de Francisco Pizarro) para emplearlas en la construcción de la Catedral del Cuzco. Los indios que se encargaban de esta dura labor muchas veces sufrían accidentes y por eso le habrían puesto a la calle el nombre de “Mucchuicata”, que traducido al español significa “Cuesta de la Amargura”. Cuenta Ángel Carreño, “las enormes piedras que rodaban por la cuesta eran contenidas a duras penas por decenas de indios armados de tranqueras, quedando muchos de ellos con los pies fracturados, porque los capataces españoles los hacían trabajar a palo y látigo desde la madrugada hasta el anochecer, dándoles un ardite de las lágrimas y sufrimientos de los infelices indios”.

Calle Palacio.- Esta calle debería su nombre a que las “viejas trotatemplos” de la época virreinal acostumbraban llamar “Palacio” a la casa contigua al seminario de San Antonio Abad, en la que residían los obispos rectores del seminario. Pero el nombre que los indios daban a la misma calle fue el de “Ñucchu-calle” porque en los días de “solemnidad religiosa” los seminaristas esperaban al Rector con un bonete rojo con borla que se parecía la flor del Ñucchu.

Calle Ceniza.- Esta calle no tuvo nombre  hasta la terrible peste de 1719, que causó más de 90 muertes diarias solo en la ciudad, sin que nadie pudiera precisar el nombre de la enfermedad (hoy sabemos que fue cólera o fiebre amarilla, “con dolor al vientre y cabeza, delirio y vómito de sangre, muriendo de disentería”, que desde Buenos Aires pasó hasta el Cuzco y otras ciudades de Sudamérica).

Dicen que una mujer medio “beata” y que vivía en esta calle aconsejó a los vecinos que pidieran a los sacristanes de los conventos los restos de la quemada de hostias pasadas, palmas del Domingo de Ramos y aceite consagrado en Jueves Santo, es decir, la mezcla que usaban los curas el miércoles de Ceniza, y que con ella hicieran dos cruces en cada puerta para liberarse del contagio de la peste. Su consejo fue practicado sin reparos por todo el vecindario que, “gracias a su fe”, quedó libre de la peste y el contagio. Además, cuenta la tradición, que diariamente echaban montones de ceniza sobre los charquillos de sangre que por boca y nariz arrojaban los transeúntes apestados, algunos de los cuales caían de bruces pidiendo socorro. Ese fue el origen del nombre de esta calle.

Calle de Suecia.- En realidad, en tiempos del Virreinato los cuzqueños la llamaban “Calle Sucia”, porque las vendedoras del mercado de la Plaza Mayor y los animales (acémilas y llamas) que portaban los comestibles hacían en ella un inmundo basural que era barrido en faena colectiva solo en la víspera del Corpus o Lunes Santo (realmente debió ser un muladar). De “Calle Sucia” derivó al impropio y raro nombre “Calle Suecia” o “Calle de Suecia”, quizá para ocultar su feo pasado. También se sabe que la calle fue trazada por el salesiano Francisco Paglia.

Calle Pampa del Castigo.- Se dice que a solicitud del obispo Fray Vicente de Valverde, el conquistador Francisco Pizarro hizo trasladar la horca plantada en la Plaza Mayor a esta pequeña plazuela que impropiamente ha sido llamada también “Pampa del Castillo” o “Pampa donde se llora”, esto último por los indios en la Colonia. La idea es que aquí se alzaba la horca, el poste al cual amarraban a los sentenciados a la pena de azotes y también el tronco sobre el cual eran cortadas las cabezas de los condenados a la pena máxima.

Dicen que al día siguiente de la toma del Cuzco por las tropas de Diego Centeno (conquistador español fiel a la Corona y enemigo de los encomenderos), el verdugo Juan Enríquez cortó en este sitio la cabeza del capitán Martín de Robles, y al otro día degolló por orden de Centeno, al compadre de este, un tal Francisco de Almendras. El último ahorcado en este lugar fue Francisco Chávez, quien robaba a los ricos para socorrer a los pobres.

Callejón Pierna de Calzón.- A la izquierda de la Pampa del castigo hubo en los años del Virreinato un callejón angosto, que no pasaba hasta la calle San Agustín, sino que formaba un codal en dirección oblicua, desembocando en mitad de la plazoleta Santo Domingo, de allí su nombre “Callejón Pierna de Calzón” (recordar que hace referencia a los calzones largos que se usaban antaño).

Calle de Afligidos.- Así llamaron los cuzqueños a esta pequeña calle ubicada entre la “Pampa del Castigo” y el Coricancha porque a lo largo del paredón opuesto a las casas eran alineados los cadáveres de los ajusticiados, cuyos deudos hacían demostraciones de dolor.

Calle Camino a Banco Pata.- en este lugar estuvo la Cárcel de la Inquisición, cuyos crueles carceleros, disfrazados con hábitos de frailes dominicos y con caretas, los cuzqueños llamaban en quechua “huanccocuna” (sordos). Tal apodo les caía bien a estos desalmados, porque eran sordos a los ruegos y lamentos de los parientes de los infelices que gemían desde los subterráneos de la cárcel, cuya entrada en caracol es visible aún hoy. El grotesco nombre de “Huanccopata” que los antiguos cuzqueños pusieron a este lugar, con el devenir del tiempo se convirtió en “Banco Pata”.

Cuesta Mira Calcetas.- Este es el nombre de la antigua, pequeña y mal empedrada cuesta, llamada así porque la persona que sube no solo ve calcetas o las medias de las “hijas de Adán” sino también sus pantorrillas.

Calle de los Desesperados.- Los curiosos que se apiñaban en la “Pampa del Castigo” antes de la ejecución de las sentencias, dieron este nombre a la estrecha y corta callejuela por las angustias, alaridos y desesperación de los deudos de los sentenciados, a quienes querían abrazar por última vez, siendo rechazados brutalmente por la soldadesca.

Calle de los Abrazos o Abracitos.- Su nombre hace alusión a los abrazos que recibió el licenciado Juan José Ricalde cuando hizo su entrada triunfal al Cuzco como nuevo Corregidor de al ciudad. La historia cuenta que cuando se acabaron las flores, dos señoras, Teresa Villafañe y Francisca Montes, le arrojaron, desde los balcones de sus casas, plata sellada y labrada. Fue la Montes quien, para darse más valía como acaudalada ante su rival, le rajó la cabeza al corregidor Ricalde con un pesado mediano de plata que le cayó y lo arrojó del caballo. Por tal motivo, sea apresuró a pedirle perdón abrazándolo en repetidas ocasiones. DE “Calle de los Abrazos” a pasado a llamarse “Calle de los Abracitos”.

NOTA.- Mucha de esta información ha sido recogida del libro de Ángel Carreño, El origen de los nombres de las calles del Cusco. Cusco: Municipalidad del Cusco, 1987, 59 p.

 

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