El antiguo parque principal de Miraflores
Hacia el año 500 d.C. la zona que hoy ocupa el distrito de Miraflores era dominada por un imponente centro ceremonial y administrativo que hoy llamamos Huaca Pucllana (antes, “Juliana”). Pero lo que vemos hoy es sólo un fragmento (5 hectáreas) de su antiguo esplendor pues se trataba de un sitio que abarcaba una extensión mayor a las 15 hectáreas, y llegaba a lo que es hoy la Bajada Balta. La Huaca Pucllana fue uno de los centros más importantes de la Cultura Lima y dependía del complejo principal de Maranga.
Es importante mencionar que “pucllana” es un vocablo quechua que deriva de pucllay y significa “lugar de juego” que probablemente tenga relación con los juegos rituales o ceremonias religiosas que realizaron los antiguos habitantes de Miraflores en este antiguo adoratorio. Por lo tanto, Pucllana no fue técnicamente una ciudadela sino un centro ceremonial donde residía una elite sacerdotal. Desde allí, esta elite ejercía poder hacia la zona del valle que le correspondía. El recinto está hoy bien conservado y puesto en valor por un Patronato y la municipalidad del distrito (donde incluso se celebran espectáculos culturales y funciona un conocido restaurante).
Posee dos zonas bien diferenciadas: la Gran Pirámide escalonada de 22 metros de altura y sus plazas (que servía como lugar de culto) y una parte baja formada por plazas con banquetas (reservada para actividades cotidianas o al trato directo con los ayllus circundantes). El conjunto arqueológico cuenta con un museo de sitio y una zona de talleres y seminarios. Tras 20 años de excavaciones, los arqueólogos han recuperado textiles, cerámica decorada con diversos colores y restos de maíz, frijol, pallar, chirimoya, pacae, alpacas, llamas, cuyes, patos, peces y moluscos de nuestro litoral. Últimamente, la arqueóloga Isabel Flores dio a conocer el hallazgo de una momia sin cabeza; con el fardo, se hallaron tejidos en buen estado de conservación. Uno de los mayores ataques que recibió esta huaca ocurrió el 5 de enero de 1855 cuando se celebró, a sus pies, la batalla de La Palma entre los entre los ejércitos seguidores de Castilla y Echenique, en el contexto de la guerra civil entre liberales y conservadores.
Miraflores durante el Virreinato: mercedarios y dominicos.- La historia de Miraflores, durante los años del Virreinato, está muy ligada a la Orden de La Merced. Los mercedarios recibieron las tierras de San Miguel de Surquillo, ocupadas por los indios yaucas, quienes inicialmente estuvieron encomendados a Antonio Solar. Los frailes convirtieron estos territorios, bañados por el río Surco, en pueblo-doctrina y luego en viceparroquia que dependió, primero, de Surco, y, luego, de Magdalena.
Con el tiempo, las tierras de San Miguel de Surquillo se dividieron entre Surquillo y Miraflores. El límite, al parecer, era la “guerta de Zurquillo”, ubicada en lo que es hoy el cruce de la avenida Alfredo Benavides y Paseo de la República. Los mercedarios, al parecer, se desprendieron de las tierras de Miraflores a inicios del siglo XVIII cuando, en una operación que no ha quedado clara, la propiedad pasó al Sargento Mayor don Manuel Fernández Dávila, vecino de Lima pero nacido en Toledo (España). Se sabe que este militar era benefactor no solo del Convento de La Merced sino de hospitales, monasterios y gente menesterosa. Es probable que por estas “operaciones” se viera beneficiado con las tierras de Miraflores. Lo cierto es que Fernández Dávila amplió el área cultivable de Miraflores y la orientó hacia los acantilados.
De otro lado, los indios del lugar habían alcanzado una relativa autonomía porque compartían el agua con la familia Fernández Dávila. En lo sucesivo, los indios se irían desprendiendo poco a poco de sus chacras en favor de particulares, proceso que duraría entre finales del XVIII e inicios del XIX cuando aparecieron nuevos dueños en la zona. Fue así que llegaron el los comerciantes Francisco de Ocharán y Mollinedo y Francisco de Armendáriz y Pita, y el alto burócrata Juan José Leuro y Carfanger; todos formaron sus chacras o fundos.
La otra orden religiosa vinculada a lo que es hoy Miraflores fue la de Santo Domingo. A los dominicos se les entregó una parte de los indios del Santiago de Surco, los que moraban en la parte más occidental y noroeste del valle de Surco. De allí surge la hacienda Santa Cruz, con límites aún imprecisos porque llegaban hasta el acantilado, donde desembocaba el río Huatica, hoy a la altura de Marbella. Luego, a esta propiedad se le agregó la diminuta hacienda de La Chacarilla, ubicada donde hoy está parte del distrito hoy parte de San Isidro. Así nació la extensa propiedad Chacarilla de Santa Cruz o Santa Cruz y Chacarilla, regada por las aguas del río Huatica, que dieron, luego, origen al barrio de Santa Cruz, hoy en Miraflores. En 1806, fue comprada por José Antonio de Lavalle y Cortés, para su hijo Simón, al colegio Santo Tomás de Aquino de la Orden dominica. Su principal cultivo eran los cañaverales, con mano de obra esclava. Durante el siglo XIX, la hacienda pasó por diversos propietarios hasta que llegó a manos de Adriano Bielich, quien tuvo que entregar parte del terreno a la Empresa del Transporte Eléctrico de Lima y Chorrillos para la construcción del tranvía, en la actual Vía Expresa. Luego pasó a los hermanos Gutiérrez, y, en la década de 1920, como parte del distrito de Miraflores, se empezó a urbanizar en lo que son hoy las avenidas Dos de Mayo, Comandante Espinar y José Pardo para la “alta” mesocracia; la zona más “popular” quedó para lo que hoy son las avenidas Mendiburu y La Mar. Otra zona netamente residencial fue la que hoy corresponde a Dasso, Cavenecia, Pardo y Aliaga y la zona donde hoy está la Clínica Angloamericana y el Óvalo Gutiérrez.
La Independencia y el siglo XIX.- Cuando llegaron los años difíciles de la guerra por la emancipación de España, a la altura de lo que es hoy el “Óvalo”, se reunieron los representantes del virrey Joaquín de la Pezuela y del libertador José San Martín para discutir la posibilidad de declarar la independencia del Perú: la “Conferencia de Miraflores”. Luego de culminada la guerra con los realistas, durante la temprana República, Miraflores se fue convirtiendo en un pueblo con una iglesia “pequeña pero vistosa” y un vecindario compuesto, en 1839, por 18 blancos y/o mestizos y 121 indios que se dedicaban a la agricultura.
El 2 de enero de 1857, el presidente Ramón Castilla promulgó la ley aprobada la formación del Registro Cívico. Es así como, en conformidad con la Ley Orgánica de Noviembre de 1856, Miraflores nace como distrito, quedando bajo su jurisdicción los fundos de Balconcillo, Barboncito, La Palma, Conde San Isidro, Lince, Limatambo, Santa Cruz, Chacarilla y Armendáriz, así como las tierras de Leuro y Ocharán y las chacritas de San Francisco y Mengoa. Sus extensas tierras rurales se desplegaban en torno a un pueblo todavía pequeño pero cargado de tradición. Eran años tranquilos que no se alteraron con la construcción del ferrocarril de Lima a Chorrillos, inaugurado un año antes de la creación del distrito. Otra vía de acceso a Miraflores era el camino antiguo, donde hoy está la avenida Arequipa. Por aquí se entraba a la villa, un lugar tranquilo de jardines y grandes huertas. Cuando se ingresaba, se veían los ranchos típicos del XIX, como el del gran mariscal Mariano Necochea y el de la condesa de Fuentes Rosales, hoy lamentablemente desaparecidos. Miraflores tenía apenas tres grandes calles; la que más destacaba era la Alameda (hoy avenida Ricardo Palma), con hermosos jardines y grandes ficus. En 1873 se refaccionó la antigua iglesia. Toda esa quietud se acabó en 1881, cuando sus escasos pobladores tuvieron que tomar el fusil para defenderse del ataque chileno.
La guerra con Chile y la batalla de Miraflores.- Tras la derrota de San Juan y el incendio de Chorrillos vino la batalla de Miraflores el 15 de enero de 1881, último intento de frenar el avance chileno sobre la Capital. Sin embargo, una vez más, un cúmulo de errores y de incapacidades en el mando político y militar condujeron a la derrota: tropas inexpertas, armadas con fusiles y municiones de diversos calibres. Nuevamente en Miraflores se hicieron patentes los claroscuros del Perú en la guerra. Junto a gallardos y ejemplares actos de arrojo, coraje y patriotismo, hubo grupos en los que el desorden y el desaliento hicieron presa. Frente a abogados, médicos, artesanos, ingenieros, alumnos de San Marcos, bomberos, vecinos de Miraflores e inclusive niños (como el héroe Manuel Bonilla), que lucharon estoicamente hasta empuñar la última bayoneta, no hubo una autoridad que supiera ordenar, disponer o dar ejemplo. Es triste decirlo, pero esa fue la verdad. Varias calles o avenidas del distrito llevan el nombre de los que cayeron o lucharon heroicamente defendiendo no solo Miraflores sino el Perú: Manuel Fernando Bonilla, Ramón Ribeyro, Narciso de la Colina, Juan Fanning, diego Ferré, Belisario Suárez. Para esta batalla, hubo varios reductos, desde el mar hasta Monterrico, pero sólo tres, el que se ubicaba en el malecón (Reducto Nº 1), el de Miraflores (Reducto Nº 2) y el situado en el fundo La Palma (Reducto Nº 3, hoy Surquillo), fueron los que llevaron el peso del ataque chileno.
El Parque Reducto.- El Reducto Nº 2, considerado santuario histórico, ubicado en la cuadra 9 de la avenida Benavides, es hoy un parque de 20 mil metros cuadrados, declarado monumento nacional en 1944 por iniciativa del entonces alcalde de Miraflores, Carlos Alzamora. Fue uno de los bastiones desde donde los vecinos miraflorinos, armados como soldados, defendieron su cuidad. Hoy se aprecia el baluarte revestido con canto rodado y dos cañones de la época. También están los bustos de los combatientes Carlos Arrieta, Pedro Silva, Juan Fanning y Ramón Vargas Machuca, y un monumento al general Andrés A. Cáceres.
Asimismo, se ha levantado un Museo de Sitio (inaugurado en 1994) en el que se aprecian uniformes y armas de la guerra con Chile. Se trata de una casona copia fiel de la antigua estación de tren que existió en Miraflores, a la altura de lo que es hoy el cruce de la Vía Expresa con Ricardo Palma. El tren y el vagón que vemos afuera datan de principios del siglo XX y fueron traídos desde Cusco. En la primera planta funcionan las oficinas administrativas y una sala para exposiciones temporales; en la segunda, hay un par de salas, una dedicada a muestras temporales y otra que guarda lo más significativo del Museo de Sitio. Son las reliquias de la guerra: el uniforme original con el que combatieron nuestros soldados y armas peruanas y chilenas usadas durante la batalla, como espadas, rifles y revólveres Smith & Wesson; también se aprecia fotografías de los principales héroes de Miraflores. Citamos, finalmente, una maqueta que muestra la disposición de ambos ejércitos durante la batalla.
Creemos que lo más significativo de este parque es que ha trascendido su significado histórico y hoy se ha convertido en un interesante espacio vivo de esparcimiento y cultura. Los miraflorinos van de paseo, los turistas toman fotos, hay cursos de vacaciones útiles en los meses de verano para lo niños y adolescentes, hay actividades de relajación para adultos mayores (tai chi) y una feria de productos ecológicos u orgánicos los fines de semana.
Miraflores entre el siglo XIX y el XX.- Luego del conflicto, llegan a Miraflores más propietarios como los italianos Domenico Porta y Francesco Priamo. A finales del siglo XIX, su estrecho territorio urbano lindaba, por el Norte, con los terrenos del Fundo Surquillo y, por el Poniente, con la calle Bellavista; al Oriente con los rieles del ferrocarril a Lima y, al Sur, apenas aparecían las dos primeras cuadras de Larco y Porta. El Municipio, por su lado, se esforzaba en urbanizar las tierras colindantes a la Alameda. No había aumentado mucho la población, pues según un censo de 1898, era de 636 habitantes. La playa, por su lado, estaba unida al pueblo por la pintoresca bajada Balta, y para llegar a Barranco había una gran alameda de ficus.
El gran cambio se anunció a inicios del siglo XX cuando se abrió la avenida Leguía, proyectada por el arquitecto Augusto Benavides en tiempos de la Presidencia de José Pardo, e inaugurada por el líder de la Patria Nueva en 1921, con motivo del Centenario de la Independencia. La apertura de este nuevo camino atrajo a muchos vecinos de Lima a esta ciudad, buscando casa propia y un nuevo estilo de vida. De otro lado, por la avenida de la Magdalena (hoy Pérez Araníbar), que enlazaba con la avenida del Ejército a través de las tierras del fundo Santa Cruz, la gente acudía con vehículos motorizados a Miraflores. El tranvía, por su lado, era otro nexo entre Miraflores y la Capital. Otro factor que impulsó el urbanismo en Miraflores es que, entre 1903 y 1905, el Municipio emprendió obras de saneamiento u ornato; por ejemplo,
Miraflores ya contaba con instalación del agua potable y desagüe, alumbrado con gas incandescente, aceras pavimentadas locetones de cemento, jardines públicos bien arreglados. Pronto vendrían un nuevo mercado, una comisaría urbana, la prolongación hacia el mar de la Alameda, la plantación árboles en la avenida Colina (hoy Alfredo Benavides) y la ornamentación del Malecón.
Cuando se instaló el tranvía eléctrico (1908), el distrito alcanzaba una población de 1,258 habitantes; 10 años después, unos 5,400; y 24,500 a mediados de la década de 1920. Cuando llegó 1930, año en que cayó el presidente Leguía, Miraflores ya era una ciudad que había cobrado gran protagonismo a raíz de la expansión urbana de Lima y a la modernización del transporte durante los años de la Patria Nueva. La culminación de la avenida Leguía, hoy Arequipa (1928), y la venta de terrenos inmobiliarios sobre la base de las antiguas haciendas de la zona, hicieron que la antigua “villa” se transformara en una ciudad moderna, con casi 50 mil habitantes. A esto también ayudó la apertura de la avenida José A. Larco en su prolongación hasta los límites urbanos del Sur, en la quebrada de Armendáriz, lo que significó una nueva etapa en su urbanismo.
Cuando asumió la Presidencia de la República el coronel Luis M. Sánchez Cerro, éste pasaba los fines de semana en una casa que le habían prestado unos amigos en la avenida “28 de Julio”: Todos los domingos, el Presidente asistía a la misa dominical en la antigua Iglesia Matriz del Parque de Miraflores. Fue por ello que Miraflores cobró notoriedad nacional cuando el domingo 6 de marzo de 1932, al mediodía, el presidente Sánchez Cerro sufrió un ataque contra su vida en la puerta Iglesia Matriz. Herido el Presidente, rápidamente fue conducido a la Clínica Delgado, ubicada en la avenida Angamos, para recibir atención médica urgente que pudo salvarle la vida.
Cabe destacar que la creación del distrito de La Victoria (1920) redujo sus límites al desagregarse el fundo Balconcillo. Luego, en 1931, el pujante barrio de San Isidro, restó un nuevo segmento a su jurisdicción, y, en 1949, el barrio de Surquillo se independizó de su gobierno municipal. Respecto a los famosos ranchos miraflorinos, que nos quedan muy pocos, Héctor Velarde comentaba hace algunos años: “Como monumento histórico-artístico Miraflores no presenta sino algunas residencias de su época romántica, caracterizadas por las finezas de sus líneas y su espíritu campestre; pórticos centrales y esbeltas columnillas de madera con cuerpos laterales simétricos, cerrados y de ligeras proporciones”. Otra de las características arquitectónicas de Miraflores son sus históricas y pintorescas quintas entre las que podemos citar las que se ubican a lo largo de la avenida 28 de Julio, en la antigua urbanización Leuro: Quinta Bustos (cuadra 5), Quinta Prado (cuadra 6) y, especialmente, la Quinta Luero (cuadra 8), declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
El parque Salazar.- Digan lo que digan, con la construcción del centro comercial “Larcomar”, los miraflorinos perdieron este parque, pues hoy, este tradicional espacio, se ha alterado radicalmente. Fue construido en honor al alférez FAP Alfredo Salazar Southwell (Lima 1913-1937), quien a los 24 años se inmoló en los cielos de Miraflores al preferir enrumbar su avión con dirección al mar, donde hoy se encuentra el parque, para evitar la tragedia que hubiera causado su avión en llamas al estrellarse contra las viviendas de la ciudad. Todo ocurrió, irónicamente, en la mañana del 14 de septiembre de 1937, durante un ensayo previo al desfile aéreo por el Día de la Aviación e inauguración del monumento a Jorge Chávez, en Santa Beatriz, por el presidente Benavides. En 1953 se inauguró el parque y se colocó un monumento a su memoria; la obra fue del escultor húngaro Lajos D’Ebneth. Se trata de una cabeza estilizada de cóndor de 3 metros de altura. La pieza fue trabajada en mármol travertino rosado traído de la sierra central del país, y que es inalterable a las condiciones del aire marino, del sol y del calor. La escultura corona una base de rocas naturales.
La bajada de Armendariz.- El nombre de este emblemático lugar miraflorino, camino casi obligado a la Costa Verde, no viene por el virrey José de Armendáriz, Marqués de Castelfuerte, o por el obispo del Cuzco José Pérez Armendáriz, precursor de la independencia del Perú. Su nombre está asociado a un fundo o chacra que estaba por sus inmediaciones. Hasta hace un siglo se le llamaba “Quebrada de Armendáriz” o “Quebrada de las parras”, por los sembríos de vid de este fundo, colindante con Surco. El extenso fundo “Armendáriz” comprendió también parte de los terrenos de “Ocharán”, “Leuro” y “Hueso”, ubicados en el actual Miraflores, y su historia se remonta al siglo XVIII cuando, en 1766, don Mateo Ninavilca y don Mariano Morales, mayordomos de la Cofradía de la Parroquia del Cercado, cedieron la propiedad a José García Urbanega. Éste, a su vez, en 1780, legó el fundo a don Francisco Armendáriz (comerciante español de origen vasco, recién llegado al Perú), de allí el nombre de la propiedad. Por testamento, el señor Armendáriz legó, en 1808, la propiedad a su hija doña Josefa Armendáriz. Así, el fundo pasó por algunos propietarios más hasta que, a mediados del siglo XIX, llegó a manos de la familia Porta, siendo su última propietaria, antes de que estos terrenos empezaran a urbanizarse, doña María Adriana Porta y Rescio (1897).
El Palacio Municipal.- Su construcción se inició el 31 de diciembre de 1941, a un costo de 536 mil soles de la época, y fue diseñado por el arquitecto Luis Miro Quesada Garland. Es de estilo neo colonial y, como símbolo de unión nacional, el edificio presenta, en lo alto de su fachada, 24 escudos grabados que representan los departamentos del país. Manuel Prado y Ugarteche, presidente de entonces, colocó la primera piedra, y fue inaugurado el 28 de julio de 1944, durante el mandato del alcalde Carlos Alzamora. Tiene cuatro pisos en los que funcionan las oficinas administrativas y otros espacios de atención al público. En la rotonda central del segundo piso, por ejemplo, hay murales de pintores peruanos, como Teodoro Núñez Ureta y Juan Manuel Ugarte Eléspuru, que testimonian la historia del distrito. Asimismo, cuenta con un auditorio y Salón de Actos, que posee óleos de Vinatea Reynoso, Sabino Springett y Alejandro Gonzáles Trujillo. El edificio fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación por resolución del antiguo INC en el año 2000.
La Iglesia Matriz Virgen Milagrosa.- Ubicada en el Parque Central del distrito, fue construida sobre la base de la antigua iglesia y parroquia, llamada San Miguel de Miraflores. Es de estilo neocolonial, su diseño corresponde al arquitecto polaco Ricardo Malachowski y fue culminada en 1939, gracias a los paortes de distinguidas familias miraflorinas como Gildemeister, León, Wells, Álvarez Calderón y Benavides. Aparte de su amplia y estilizada bóveda, su interior cuenta con vitrales que presentan escenas de la vida de Jesús y de algunos paajes bíblicos, fabricados por la conocida casa Gustave-Pierre Dagrant de Francia (la misma que se encargó de los vitarles del Hall de los Pasos Perdidos del Congreso de la República); asimismo tiene imágenes de los santos peruanos Rosa de Lima y Martín de Porres; de Marcelino Champagnat, San José y San Vicente de Paul; finalmente, luce lienzos de del Señor de los Milagros, la Virgen del Carmen y Santa Teresita del Niño Jesús. Al igual que el Palacio Municipal, el templo fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación por el antiguo INC en el año 2000.
El puente Villena.- Su construcción se inició en 1967, cuando era alcalde Mario Cabrejos, en homenaje al ex alcalde Eduardo Villena Rey, quien ocupó el sillón municipal del distrito en 1934, 1937, 1938 y 1939. Su costo total de 8 millones de soles de la época y fue inaugurado en 1968 por el presidente Fernando Belaunde Terry y el alcalde Rafael Sánchez Aizcorbe. Su longitud es de 104 metros y, durante varios años fue lugar favorito en la ciudad para practicar deportes de riesgo (como el puenting), pero también, por desgracia, algunos lo usaban para quitarse la vida. Por ello, hace pocos años, para evitar los suicidios, fue remodelado. A su estructura de concreto se le añadieron 160 planchas trasparentes de policarbonato con protección ultravioleta.
Casa del tradicionalista Ricardo Palma (calle General Suárez 189).- A esta sencilla casona se mudó, en 1913, el tradicionalista con su familia buscando, según dice su biografía, un lugar económico y apacible para residir. Actualmente, gracias fundación “Ricardo Palma” y a la Municipalidad de Miraflores, el visitante puede darse una idea no solo de cómo vivió nuestro famoso escritor sino una familia de clase media miraflorina de principios del XX. No siempre este inmueble fue Casa-Museo, pues hasta 1960, por ejemplo, funcionó aquí una escuela fiscal. Afortunadamente, hoy podemos apreciar cómo se han recreado los ambientes respetando, en la medida de lo posible, el aspecto que tuvo cuando el autor de Tradiciones peruanas residía aquí. Está el cuarto donde falleció, su sencillos muebles y algunas de sus objetos íntimos; incluso, hay enmarcada en una pared la radiografía de una de las manos del escritor, fechada en 1899. También se ha reconstruido el estudio de Palma: está su escritorio y los implementos que utilizó cuando dirigía la Biblioteca Nacional. Otras curiosidades son las fotografías y cuadros que decoran las paredes, como el lienzo original de Teófilo Castillo con la clásica imagen de Ricardo Palma y algunos cuadros de su hija, Renée Palma. Finalmente, la Casa Museo exhibe recortes de diarios, distinciones de Palma y una selección de ejemplares de las Tradiciones peruanas traducidas a distintos idiomas. El inmueble ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación.
Casa del arqueólogo Julio C. Tello (calle O’Donovan 115).- Singular casona, con rasgos prehispánicos, construida en 1930 por el “padre de la arqueología peruana”, descubridor de las culturas Chavín y Paracas. Ha sido restaurada y hoy funciona allí un Hotel Boutique de 15 habitaciones. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
Casa del arquitecto Emilio Hart-Terre (avenida de la Aviación 500).- Diseñada por el famoso arquitecto, entre 1946-1947, es de estilo neo inca y produce la sensación de una fortaleza prehispánica; sin embargo, cunado uno ingresa, cambia radicalmente y se convierte en un convento español, con pileta al centro y arquerías a la manera de portales. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
Casa del historiador Raúl Porras Barrenechea (calle Narciso de la Colina 368-398 esquina con Alfonso Ugarte).- Es una Casa-Museo en la que se conserva, en custodia y exhibición permanente, tal como lo dispusiera el maestro Porras, todas su mobiliario, pinturas, esculturas, fotografías, recuerdos familiares y personales. Asimismo, se guardan, sus papeles personales, ficheros de investigación, cartas, papeletas, cuadernos y libretas de notas y apuntes, así como publicaciones y textos originales de su producción escrita; también se conservan el Archivo Melitón Porras y parte del Archivo José Gálvez, entregado por sus herederos. La Casa-Museo, finalmente, alberga en su local al Instituto Raúl Porras Barrenechea, al Archivo Porras y al Museo de los Escritores Peruanos y es un polo de la actividad cultural no solo de Miraflores sino de la Capital peruana. Ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación.
El Miraflores de Mario Vargas Llosa.- Cuando uno lee Los Cahorros, La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral, La tía Julia y el escribidor o El pez en el agua, muchas de sus páginas nos llevan a Miraflores, el “barrio alegre” de nuestro Premio Nobel. El Parque Salazar, el las calles Diego Ferré y Colón o los viejos cines, como “Leuro” o “Ricardo Palma”, fueron “el corazón mismo del barrio”, como alguna vez escribió Vargas Llosa. En este recorrido, no podemos dejar de entrar a la pequeña quinta “Los duendes”, ubicada en la primera cuadra de la calle Porta, donde fueron a vivir Zavalita y Anita, su esposa. Salvo las inevitables remodelaciones, en líneas generales, la quinta sigue igual a como la describe el escritor “Ahí estaba: la fachada rojiza, las casitas pigmeas alineadas en torno al pequeño rectángulo de grava, sus ventanitas con rejas y sus voladizos y sus matas de geranios”. Cabe indicar que en esta quinta realmente vivieron Vargas Llosa y Julia Urquidi cuando, a fines de los años cincuenta, contrajeron matrimonio. El episodio narrado en el primer capítulo de Conversación en la Catedral, en que el camión de la perrera se lleva a “Batuque”, el perro de Zavalita y Anita, está basado en un hecho similar que le ocurrió al escritor, cuando junto a su esposa vivían en esa Quinta y tenían un pequeño perro del mismo nombre. La pareja de recién casados ocupó el Departamento “D” (entrando el tercero de la derecha). Hoy la Quinta está rodeada de bares y merece que la Municipalidad la ponga en valor.
El barrio de Santa Cruz.- Su historia empieza en 1913, cuando fallece Adrián Bielich, dueño de la Hacienda Santa Cruz. Sus hijos se reparten las tierras y comienzan los primeros trazos de lo que sería la futura urbanización. Un año antes se abría el Camino de la Magdalena, hoy avenida del Ejército. Luego, en la década de 1930, una familia negra, descendiente de peones que trabajaban en la hacienda, dejan la chacra que tenían en lo que ahora es la esquina de Mendiburu y José de la Torre Ugarte y compran otros terrenos cercanos, los cuales, poco a poco, van vendiendo, y se empiezan a construir quintas y corralones que terminarían siendo viviendas de obreros y artesanos, contrastando con los ranchos de los migrantes europeos y algunas familias de clase media miraflorina. En todo este proceso de urbanización se derrumban varias huacas, para construir calles como 8 de Octubre o Manuel Tovar.
El doctor Eduardo Portocarrero, historiador del barrio, que llegó con su familia desde Arequipa en 1937, recuerda: “En el año 37 aquí no había agua potable. El ex presidente Leguía tenía cinco propiedades en las primeras cuadras de la avenida del Ejército. Mi padre gestionó para que de ahí podamos hacer una conexión hasta nuestra casa. Los ranchos tenían pozos y quien no tenía pozos compraba la lata de agua por 5 centavos”. Otro vecino antiguo, el profesor Alfredo Fernández, que vivió desde 1946 en la avenida General Córdova, recuerda que esta arteria tenía, por aquellos años, un camino de tierra por la que pasaba un canal, que ahora está sepultado por el asfalto.
Lo cierto es que en Santa Cruz el proceso de urbanización en esta zona fue lento, en comparación con otras zonas de Miraflores, como San Antonio o el centro del distrito, y la zona era a considerada un “barrio obrero” y de gente humilde, sin oficio conocido y hasta peligrosa: “Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas” (Julio Ramón Ribeyro). Así empieza uno de los cuentos más emblemáticos y crudos de la literatura peruana. Por ello es que caminando por las calles de Santa Cruz, uno se imagina de dónde salían esos “gallinazos sin plumas” que recogían basura de la calle o de la playa para darle de comer al cerdo de su abuelo. El relato de Ribeyro nos demuestra que Santa Cruz era la otra cara de Miraflores, no el barrio pituco de “hijitos de papá” que narró Vargas Llosa, sino la zona de quintas viejas, callejones, laberintos y corralones que sirvió de inspiración al autor de La palabra del mudo, su vecino más destacado, para crear esos personajes condenados al fracaso, que deambulaban por sus calles, una suerte de gueto entre San Isidro y Miraflores.
Los límites “naturales” de Santa Cruz abarcan desde el último óvalo de Pardo, siguiendo toda la avenida de El Ejército hasta el cuartel San Martín. Su longitud la marcan tres avenidas paralelas (Ejército, La Mar y Mendiburu) con una serie de callecitas viejas que las cruzan. Cuando uno llega a la avenida Córdova, se nota una frontera irónica: edificios muy modernos y otros por construir frente a quintas tugurizadas; asimismo, la avenida del Ejército marca otro contraste con los modernos edificios con vista al mar. Un estudio realizado por Cecilia Montenegro arrojaba que, hasta el año 1991, existían 41 quintas, 80 corralones y 20 callejones, con más de 10 mil personas hacinadas; muchas no tenían agua potable ni desagüe. La delincuencia, producto natural de la necesidad, era uno de los rasgos negativos, junto con el progresivo deterioro de la zona, que contrastaba notablemente con la renovación del resto de Miraflores. Incluso, hasta 1996, en un acantilado existía un pueblo joven de pescadores llamado “El Chaparral”. La Municipalidad los reubicó y los mandó a Ventanilla y en su lugar se construyó el parque “María Reiche”. Otro rasgo que lo distingue como “barrio bravo” son sus pintas o grafittis de algunas barras como “Santa Cruz Grone”, “Miraflores Extascis” o “Los Falcos”. La avenida La Mar, por su lado, siempre se caracterizó por estar llena de talleres de carros. En algunas esquinas, se ubicaban vendedoras de salchipapas, arroz chaufa con alita o papa rellena.
Sin embargo, desde que hace medio siglo Ribeyro retratara a Santa Cruz en sus cuentos, en los últimos diez años el barrio ha cambiado. Muchos callejones han sido demolidos para dar paso a edificios más modernos, mientras que algunas de las quintas han sido remodeladas. En algunas cuadras es común encontrar un edificio “clasemediero” al costado de una casa en ruinas. Restaurantes finos se han ido instalando en la avenida La Mar y doña Grimanesa Vargas con sus anticuchos se ha trasladado desde su tradicional esquina de Enrique Palacios a la tercera cuadra de la calle 8 de Octubre.
Santa Cruz no tiene museos centros comerciales ni galerías de arte, pero su principal atractivo turístico es el boom de restaurantes gourmets en La Mar. Otro aspecto que puede alterar su antiguo perfil es la venta del Cuartel San Martín y el proyecto de crear allí un lujoso hotel (adaptado de Fernando Pinzás, “Miraflores bravo” en diario La Primera, 23 de octubre de 2010).
La iglesia y parroquia de Fátima.- En la década de 1930, los jesuitas adquirieron un extenso terreno casi llegando a la Bajada de Armendariz donde instalaron una residencia y una casa de ejercicios. El 5 de Setiembre de 1955, inauguraron la Iglesia de Fátima, con toques de estilo neocolonial. Su diseño correspondió al ingeniero Guillermo Payet. Su planta es de tipo basilical, la nave central es más elevada que las laterales y, en el coro, destacan las esculturas en relieve de la Asunción de la Virgen realizada por Julián Alangua. Tiene 7 pinturas murales, concebidas por el pintor español Eusebio Roa. La imagen de la Virgen fue traída de Portugal y fue realizada por el escultor José Ferreira Thedin, quien trabajó, hasta 1952, todas las imágenes de la Virgen Fátima de Portugal. Recién el 7 de mayo de 1965, el cardenal Juan Landázuri Ricketts autorizó la creación de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima. Su primer párroco fue el padre José María Izuzquiza Herranz, y tenía como vicarios a los padres Martín Urrutia, Felipe de Benito y José Luis Maldonado. Este último fue nombrado párroco el 7 de mayo de 1966, y tuvo como vicarios a los padres Martín Urrutia y Felipe de Benito. El 7 de julio de 1965, el padre inició la escuela parroquial, cuya primera directora fue Carmen Aza. Correspondió al padre José Antonio Eguilior construir el atrio y el primer salón parroquial en 1967.