Archivo por meses: marzo 2010

El valle del Rímac: Chosica

Su nombre viene del quechua chussic y del aymara chusica; ambos significan “lechuza”. Desde el siglo XIX, se convirtió en un puente entre Lima y la sierra, pues provee fuerza de trabajo y canaliza algunos productos hacia Lima. Es también puente del proceso migratorio y una puerta de entrada a la ciudad. Pero también es una salida de la ciudad y, dentro de su perímetro, viven comerciantes y transportistas que trabajan en las rutas del Valle del Rímac hacia la sierra central. Chosica es una ciudad con un asentamiento muy diferenciado. El primer núcleo se originó en la ribera izquierda a finales del siglo XIX. Después se formó la parte que se llamó Chosica Nueva, que ahora es la más expandida, y que con el tiempo se fue diferenciando socialmente (tipo de urbanizaciones y de urbanización). Así, la ciudad ha quedado dividida en dos grandes áreas: Chosica Baja, constituida fundamentalmente por urbanizaciones residenciales en el sector sur-oeste (La Cantuta, California, y Santa María hasta el Puente Los Ángeles), donde están ubicados muchos centros privados de esparcimiento. En Chosica Alta viven los sectores populares. Estos empezaron ocupando al zona de Moyopampa para luego expandirse en las laderas de los escarpados de la margen izquierda y derecha, y en los conos de deyección de dos quebradas muy peligrosas, expuestas a los huaicos: Quirio y el Pedregal.

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De Ancón a ‘Eishia’

Hoy les presento el artículo publicado hoy en el diario Correo por César Hildebrandt, en el que hace una cruda diferencia entre la burguesía limeña de los años cincuenta -que veraneaba en Ancón- y la nueva, que pasa sus vaciones de verano en las playas privadas del sur, zona conocida genéricamente como Asia. Estoy casi totalmente de acuerdo con las opiniones del conocido periodista.

“Antes, en los tiempos del Antipasto Gagá, Ancón era el epicentro de los mambos, Anakaona la princesa del “Pigalle”, Malena Prado la diosa de la socialité, Marianito Prado la plenitud en saco blanco y los luaus del Club Esmeralda lo más hula-hula del contoneo.

Era esa una burguesía que venía de las varias derrotas y los muchos saqueos pero también –hay que reconocerlo- de una cierta sofisticación.

Sus padres habían pasado un buen tiempo en Europa, y de allí se habían traído bibelós, idiomas, relaciones, juegos de té azulmarinados, algo de Salzburgo, un poco de los Uffizi, una pinta de la Orangerie, una sazón de Liguria.

Eran los tiempos en que Oscar Miró Quesada de la Guerra (Racso) era respetado y los cuadros de Hernández o Sabogal se disputaban y Sérvulo era un acontecimiento y ser más o menos culto no daba vergüenza y ser zafio sí daba y ser Crousillat era para los bragueteros.

Hoy la burguesía de “Eisha”, en cambio, baila con Tongo, bate palmas con “El grupo 5”, disfruta en Punta Cana, lee lo que Gisela Valcárcel lee, no sabe quién fue Racso, podría creer que Salzburgo es un antiácido y que Tagore es un laboratorio de Bombay y, en general, broncea su vulgaridad sin remordimientos y eructa mirando a las nanas de uniforme.

Algo tendrá que ver con todo ello el hecho de que la burguesía de “Eisha” viene, como por un tubo, de la podredumbre Fujimorista y va hacia el continuismo alano-castañedista (o alanokourista, o alanokeikista, da lo mismo). O sea que hay vasos comunicantes de los miasmas.

Con las excepciones del caso, esta es una burguesía que cree que la Música clásica da sueño y que no lee nada interesante ni escucha a nadie que la incomode y que sólo quiere la plata rápida, los divorcios económicos y la basura televisiva en versión de domingos por la noche.

De allí que no extrañe que las actuales páginas sociales de “Eisha” se parezcan poco a las de Guido Monteverde y mucho, en cambio, a las de Coco Salazar, especialista que fuera de sordideces.

Ya no es que la cocaína esté arrasando con el neuronaje de “Eisha” ni que muchas de sus niñitas usen el diafragma antes de LA PRIMERA regla. Esos son, al fin y al cabo, asuntos privados y decadencias íntimas.

Lo que pasa es que “Ei-sha” se está volviendo tan violenta como cualquier pollada barriobravera.

Hace unos días, por ejemplo, el ciudadano peruano Víctor Aspíllaga, campeón sudamericano de remo que iba a competir en los Juegos Odesur, salió a las 4:30 de la madrugada de una discoteca de “Eisha” y fue atacado por un grupo de vándalos que le rompieron una ceja y lo patearon a su gusto en el suelo.

El asunto es que esos vándalos no procedían de algún cono ni de ninguna república de esteras.

Esos asaltantes de a.m. y combo, de mancha y cobardía, fueron identificados plenamente por el señor Víctor Aspíllaga y son -se diría- naturales de “Eisha”, nativos de “Cosas” y admiradores de Bayly.

¿Sus nombres? Pues son estos, según el testimonio televisado del señor Aspíllaga y según consta en la denuncia formal de los sucesos:

Alfredo Neuhaus Rodríguez Larraín;

Carlitos Neuhaus Rodríguez Larraín;

Rafael Roselló Drago.

Los dos primeros son hermanos de la señorita María Isabel Neuhaus, quien estuvo saliendo con el señor Aspíllaga hasta hace unos meses.

El señor Aspíllaga dice que se encontró en la pista de baile de la discoteca con su ex amiga. La señorita Neuhaus, que se divertía con su actual enamorado, dice que el señor Aspíllaga, el que también iba adjunto a una damita, la empujó dos veces y, en un confuso accidente, le echó parte de un vaso de cerveza fingiendo que se le volcaba.

Añade la señorita Neuhaus que ella buscó a sus hermanos para que la defendieran y que no sabe qué pasó después.

“Aspíllaga me acosaba por la red enviándome correos electrónicos amenazantes”, ha dicho la señorita Neuhaus. Y ha detallado la naturaleza de su relación con la víctima de la paliza empleando las siguientes palabras, típicas de “Eisha”:

“Sí, salí con él en varias oportunidades, pero no estuve con él: esto quiero dejarlo claro: no estuve con él”.

Aspíllaga, que ya no podrá competir en Odesur por las lesiones sufridas, ha dicho que sí fue enamorado de la señorita María Isabel y que durante su emparejamiento los hermanos de la susodicha siempre se opusieron a la relación.

La señorita Neuhaus, por su parte, contó que, pocos días antes del inicidente de “Eisha”, encontró algo que describió como un presagio de escalofrío. ¿De qué se trataba?

“Me pusieron un peluchito ahorcado en mi limpiaparabrisas”, dijo ella. Y añadió: “A mí, Víctor Aspíllaga me daba pavor”.

Digamos que los tiempos han pasado, las aguas corrido, las fortunas cambiado de mano. Digamos también que de Racso sólo queda Foncho y de los solemnes y encumbrados Neuhaus este tumulto playero mucho más siciliano que alemán”.
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El valle del Rímac: la energía hidroeléctrica


Primera Central Hidroeléctrica “Santa Rosa” (Chosica, Yanacoto, 1945)

En realidad, las fuentes hídricas que alimentan a las centrales hidroeléctricas, al servicio de agua potable y a los canales de regadío de la gran Lima, no solo hay que buscarlas en los flancos de la Cordillera (entre los 4 y 5 mil metros de altitud) sino al otro lado de las cumbres, “corrigiendo” la geografía para lograr que las aguas que normalmente iban al Atlántico, discurran por el río Rímac y desemboquen en el Pacífico.

Ha sido una labor paciente de varias décadas, impulsada por ingenieros peruanos. Así, por ejemplo, el río Rímac está relacionado con la generación de energía eléctrica a nuestra ciudad a través de cinco centrales hidtroeléctricas: Huampaní, Matucana, Huinco, Barbablanca, y Juan Carosio. La de Matucana (también llamada Pablo Bonner) es de acceso restringido, pero tiene áreas de esparcimiento como salas de recreación, canchas de fulbito, bungalows, juegos para niños, extensas áreas verdes y, su mayor atractivo, un funicular único en Lima. Por su lado, Huinco (a 65 kilómetros de Lima, en el valle de Santa Eulalia, provincia de Huarochirí, cerca del pueblo de Huinco a 1850 msnm, construida con la forma de caverna y con 4 generadores de elctricidad) es la principal central hidroeléctrica de Lima. Su producción es de 262 Mw a través de 4 generadores. La cuenca hídrica que abastece a Huinco es recogida de las lagunas de Marcapomacocha y Antacoto a 5 mil m.s.n.m. Las aguas son derivadas a través de una caída neta de 1.245 m para ser absorbidas por 8 turbinas Pelton. Fue puesta en operación en 1965. Sigue leyendo

Sobre las corridas de toros: un buso arrogante

Por Fernando Savater (El País, 04/03/2010)


La lidia, según grabado de Goya

Hace muchos años, porque estas disputas vienen de lejos, participé en una discusión en el País Vasco sobre si las corridas de toros eran admisibles o rechazables. Se manejaron primero los habituales argumentos: el placer de la crueldad, la tortura de animales indefensos, etcétera… Uno de los adversarios de la fiesta, identificado con posturas de nacionalismo radical, denunció además que se trataba de una imposición española y de la España de la pandereta y el folclore agitanado, por más señas, ajena al terruño vasco. Apunté que al menos ese aspecto era discutible, porque el toreo a pié parece haber comenzado en Navarra, democratizando así la lidia a caballo propia de las regiones situadas más al sur. No estoy muy seguro de la fiabilidad histórica del dato, pero su efecto en el debate fue muy revelador: los oponentes más nacionalistas de la corrida, al suponerla de raigambre vasca, comenzaron a matizar su antagonismo y a encontrarle ciertos valores populares y antiaristocráticos nada desdeñables. Los aspectos más moralizantes del litigio pasaron a segundo plano.

A partir de entonces, soy algo escéptico respecto a la eficacia de los esfuerzos dialécticos que enfrentan a taurófilos y taurófobos, como el por otra parte muy interesante que tiene lugar ahora en el Parlamento catalán. Desde luego, soy contrario a la postura prohibicionista pero me cuesta identificarme con los planteamientos más telúricos que remiten la excelencia de la fiesta a la entraña ancestral de nuestro país o a una ilustre genealogía que se remonta a la Creta de Minos y Pasífae. También dudo del peso resolutorio de los elogios meramente estéticos, porque estoy acostumbrado a ver en otras demostraciones plásticas que lo que unos ponderan como expresión del más elevado interés artístico otros lo tienen por una mamarrachada que puede pintar cualquier niño de siete años. ¡Son tan variados los criterios del gusto y el disgusto!

Otros, en cambio, me parecen menos dudosos. Para empezar, no creo que la suerte del toro de lidia sea la más digna de compasión… al menos entre quienes comemos carne de vacas, cerdos o aves de corral y gastamos zapatos y bolsos de piel. Me parece que la vida de los toros y hasta su cuarto de hora final de batalla dolorosa sería envidiada por muchos de los animales que están a nuestro servicio… si pudieran conocerla. Puede que los toros o los caballos de carreras merezcan también una lágrima, pero como el resto de los seres vivos, especialmente nosotros y nuestros hijos. Y tampoco me parece aceptable determinar inapelablemente que el gozo que la corrida produce a los aficionados no sea más que una expresión de regodeo cruel y sanguinario. No es lo mismo disfrutar viendo luchar que disfrutar viendo sufrir: hay códigos de honor y celebraciones simbólicas que pueden no compartirse pero que nadie puede arrogarse la autoridad moral para descalificar sin más.

A fin de cuentas y lo más importante: se trata de una cuestión de libertad. La asistencia a las corridas de toros es voluntaria y el aprecio que merecen optativo para cada cual. Comprendo perfectamente que haya quienes sientan rechazo y disgusto ante ellas, como a los demás nos pasa ante tantos otros espectáculos, hábitos y demostraciones culturales. Pero que eso faculte a las autoridades de ningún sitio para decidir desde la prepotencia moral institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía resulta un abuso arrogante.

Prohibir un juego de indudable raigambre literaria y artística, codificado y estilizado rigurosamente a lo largo de siglos, del que disfrutan muchas personas y que garantiza una forma de vida y un tipo de desarrollo económico, ligado al paisaje y a la ganadería, exige algo más que un respetable pero no universalizable remilgo de ciertas sensibilidades. Salvo que lo que esté en juego sea otro tipo de consideraciones políticas, en las cuales prefiero no entrar.

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El valle del Rímac: importancia agrícola


Una fotografía aérea de 1930 muestra el valle del Rímac y sus campos de cultivo (fuente: George R. Johnson, Peru From The Air)

Como vimos ayer, la historia de Lima no comienza con su fundación española en 1535. El valle del Rímac formaba de una red de señoríos costeños y un complejo agrícola muy productivo que, en el siglo XVI, pertenecía a los Taullichusco. Cuando Pizarro buscaba lugar apropiado para fundar la capital de su Gobernación, las condiciones se presentaron propicias en el valle del Rímac. Entre otros requerimientos, necesitaba mucha leña que entonces se hallaba en abundancia en sus contornos, gracias a la gran cantidad de guarangos. Antes de la llegada de los españoles, ya los indios utilizaban la madera de algarrobos y guarangos en al construcción de sus casas, tumbas y santuarios; los techos, por ejemplo, eran sostenidos por este tipo de madera. El verdor del valle de Lima también se debía a los árboles frutales. Hay numerosas referencias que las frutas no solo se comían frescas, sino también se deshidrataban. Los españoles encontraron árboles de lúcuma, pacae o guayabo. A este paisaje, los españoles fueron añadiendo, paulatinamente, sus árboles, sus frutos y sus flores. Las casas y sobre todo los conventos se llenaron de jardines y huertos. Quizá esto fue lo que inició la leyenda de Lima como “ciudad jardín”.

A partir del siglo XVI, el paisaje del valle se iría transformando y acogería a diversas reducciones o pueblos indígenas rurales y a muchas haciendas regadas por los canales o “acequias” que salían del Rímac, como:

1. El llamado “río” Magdalena, cuya toma se encontraba detrás de la actual ubicación del Palacio de Gobierno, que regaba la zona nor oeste del valle.

2. El llamado “río” Huatica, derivado del Rímac la altura del espolón nor este del Cerro San Cristóbal.

3. El llamado “río” Surco, el más caudaloso de los tres canales y que se originaba frente a la antigua población de Lati, el actual Vitarte. Después de un largo recorrido, regaba todo el antiguo Surco, desde Limatambo, hasta las estribaciones de los cerros de Lurín, o sea el área correspondiente a los actuales distritos de Miraflores, Barranco y Chorrillos.

Hasta el siglo XIX, cuando aún estaban las murallas, en los “extramuros” de Lima había una infinidad de propiedades rurales entre haciendas, fundos, chacras, establos y huertas. Sin exagerar, unas 800 que, a “grosso modo”, representaban unas 8 mil hectáreas. Esa era la verdadera “despensa” de Lima. Como sabemos, ya en el siglo XX, todas aquellas propiedades fueron desapareciendo, absorbidas por el cemento, símbolo de la “modernidad”, y Lima empezó a depender del abastecimiento de otras “despensas” como la sierra central.
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El valle del Rímac: notas sobre su historia prehispánica


Restos de Maranga, cultura Lima (sumaclick.com)

La presencia humana en este valle es muy antigua y se remonta a unos 15 mil años, entre fines del Pleistoceno e inicios del Holoceno, cuando aparecieron los primeros cazadores y recolectores, quienes sumaron a sus actividades la pesca del mar, pero sin dejar su territorio interior. Luego, estas poblaciones evolucionaron a ser semi nómades, con la adopción de los primeros cultivos y la formación de los primeros ayllus o curacazgos, dando origen a aldeas que se convirtieron en centros ceremoniales, como se puede observar en los restos arqueológicos de Moyopampa, Huachipa, Jicamarca, Garayar, Cajamarquilla y Puruchuco, entre otros.

Pero la historia prehispánica del valle que ocupa hoy nuestra capital empezó a tener perfil propio con la aparición de la Cultura Lima (200 a.C.-600 d.C.). Se trató de un Estado Teocrático en la costa central que logró integrar bajo su gobierno a los valles de Chillón, Rímac y Lurín. Posiblemente se extendió también hasta el valle de Chancay por el Norte y las serranías adyacentes por el Este. Toda una red de canales articularon económicamente los valles: los canales de Copacabana, Carabayllo, Huacoy, Infantas, Naranjal y Chuquitanta (Chillón) y los de Carapongo, Nievería, Huachipa, Ate, Surco, Huatica y Maranga (Rímac).

Esta cultura se organizó sobre una red de centros administrativos gobernados desde el centro urbano de Maranga, una suerte de capital política y cultural. Se integraban a ella centros administrativos menores como Copacabana Playa Grande, Culebras y La Uva en el Chillón; Pucllana, Melgarejo, Santa Felicia, Vista Alegre y Cajamarquilla en el valle del Rímac y Pachacamac en Lurín. Junto con ellos aparecen otros centros de tercer orden (plataformas) y una multitud de aldeas de agricultores que pueblan tanto el valle bajo (entre cultivos, pequeños eriazos y a la vera de canales y caminos), como en el valle medio (en las laderas bajas de los cerros y pequeños espolones junto a fuentes de agua).

La “capital” Maranga estuvo compuesta por pirámides truncas escalonadas, grandes cercos, palacios, depósitos, amplias plazas públicas y sectores de viviendas. La arquitectura Lima se caracteriza por el uso masivo de pequeños adobitos paralelepípedos dispuestos verticalmente, en una técnica denominada coloquialmente “en forma de librero”. Ella se empleó tanto en muros como en rellenos constructivos. Para elevar las pirámides se construían recintos cuadrangulares, aglutinados como celdas, que eran luego rellenadas. En algunos casos existen muestras de arquitectura en tapia o restos de murales policromos elaborados sobre la base de diseños geométricos representando monstruos marinos y peces o serpientes entrelazadas. Para ello, se combinaron los colores rojo, negro y blanco. Muchos de los diseños murales son recurrentes en la cerámica, la textilería y talla en madera.

Luego vendría lo que los arqueólogos e historiadores han llamado la Cultura Ichma que, en su fase inicial, corresponde al periodo entre los años 600 y 1000 d.C. Esta etapa corresponde a la expansión de Wari en la costa central. Los wari (originarios de Ayacucho) desarrollaron un Estado comercial que alcanzó carácter Imperial. Hay presencia de sacerdotes, especialistas, guerreros y artesanos muy bien organizados que salieron a buscar nuevos mercados y materias primas. Para ello, crearon una red caminera (qapac ñan), tecnología contable (quipus) y un conjunto de ciudades enclave o emporios comerciales desde los cuales se organizó la producción artesanal y se centralizó el comercio a lo largo de la mayor parte de los andes centrales. Se inicia así un nuevo proceso de integración, esta vez, económico-comercial, y religioso.

En este contexto, las sociedades de la costa central fueron integradas en una red comercial ampliada, sin embargo, mantuvieron su independencia política y continuaron desarrollando una cultura propia. Si bien la presencia Wari no fue de dominio físico, efectivo, generó un gran impacto en el modo de vida de las poblaciones. Para el caso de la costa central se aprecian cambios en la calidad de vida de la gente con la incorporación de nuevas especies agrícolas (maíz, frejoles y algodón), el uso de tejidos de lana, algodón y tintes policromos, el empleo del cobre y metales casi masivo en la elaboración de adornos y herramientas. Se incorporan nuevos elementos iconográficos y símbolos religiosos relacionados con el “Dios de los Báculos” (Wiracocha) de Wari y Tiawanaco.

En el valle del Rímac, este fenómeno se asocia con la aparición de la cultura Ichma en su etapa inicial (el vocablo ichma, según María Rostworowski, significa “color de fruto que nace en capullo”). Los habitantes de este valle transformaron su modo de vida y cultura material. Las grandes pirámides truncas y escalonadas gobernadas por sacerdotes son paulatinamente abandonadas para dar paso a un uso más “civil” de los espacios. Al parecer el comercio ampliado genera nueva riqueza y con ella una “nueva clase social” de señores y artesanos especializados (tejedores, tintoreros, ceramistas y orfebres).

Un hecho importante corresponde al cambio en el patrón de enterramiento de la población. Se relegan los entierros extendidos simples (cultura Lima) y se da paso a suntuosos “fardos funerarios con falsa cabeza”, como los encontrados en Ancón, Huallamarca, Cajamarquilla, Huampaní y Pachacamac, entre otros. Parte de la población siguió ocupando los antiguos centros urbanos como Maranga, Cajamarquilla y Pachacamac; otra parte de la población dirigida, por un curaca, fundó nuevos pueblos como Huaycán, Mateo Salado o Limatambo.

La desintegración del gran Estado Wari trae como consecuencia la centralización del poder político y económico en manos de una nueva clase de gobernantes; ahora, la autoridad pasa a los grandes curacas. Es la del Señorío de Ichma (1000-1470 d.C.) que integraba los valles del Rímac y Lurín, y se hallaba compuesto por un conjunto de curacazgos enlazados y subordinados a un Señor Principal, el Curaca de Pachacamac.

Los límites entre curacazgos estaban definidos por el curso de los canales de regadío, y su gobierno estaba en relación con la administración de los sistemas de infraestructura hidráulica. Los canales principales drenan los ríos y hacen circular el agua necesaria para los cultivos por varios kilómetros. La regulación de los volúmenes de agua, los tiempos de riego, el control de bocatomas y su mantenimiento, requirió la presencia de un poder centralizado y de una gradación de administradores y especialistas. Aparecen nuevos asentamientos y se edifican palacios, edificios administrativos, templos y poblados enteros. Junto con la arquitectura pública y civil de elite aparecen construcciones más modestas como barriadas hechas en quincha con cimientos en piedra.

Ahora los edificios públicos de carácter administrativo son piramidales con rampa. Se caracterizan por tener una plataforma cuadrangular baja con un patio rectangular cercado en su frente Norte, ambas se articulan mediante una rampa central. La plataforma posee en la cúspide una suerte de atrio o audiencia abierto en forma de U, con recintos techados en los laterales. En la parte posterior se solían ubicar espaciosos depósitos y en áreas anexas amplios patios, secaderos y zonas de laboreo. Este tipo de arquitectura se evidencia en Pachacamac, Santa Cruz y Armatambo, entre otros restos. Ahora, la ciudad de Maranga decae brevemente y se continúan ocupando espacios y edificios de la época anterior, pero en la zona colindante aparece una importante cantidad de plataformas y palacios administrativos como las huacas La Luz, Pando, Palomino, Culebras o Panteón Chino. En vez de Maringa, surge el imponente centro urbano de Mateo Salado.

La conquista inca de la costa central ocurre en 1470 por obra de Túpac Inca Yupanqui. Los incas crearon la “provincia” de Pachacamac, que comprendía por los valles de Chillón, Rímac y Lurín. A su vez, esta provincia fue subdividida en tres Hunus o Sayas, que para el caso fueron las de Surco-Pachacamac, Maranga y Carabayllo. Cada Saya fue a su vez dividida en Guarangas y cada Guaranga en Pachacas y Ayllus.

A la cabeza de cada Hunu se construyó una ciudad principal, destacando la ciudad de Maranga (Rímac) y la de Armatambo (Surco y Turín). Junto a estas “urbes” aparecieron muchos centros administrativos menores y palacios curacales como elementos de penetración en el tejido social local. Los curacas de Lima fueron aliados de los incas y así mantuvieron sus antiguos privilegios. Desde sus palacios –dispersos por el valle– los curacas continuaron administrado la producción y distribución regional, pero esta vez, bajo la estructura política del Tahuantinsuyo.

Como ciudades principales sobresalen Maranga, en el que destaca un gran palacio, luego la ciudadela de Armatambo y el Santuario de Pachacamac en el Valle de Lurín. Junto con ellos se pueden apreciar muchas de las “huacas” (centros administrativos menores) que ahora vemos por las calles de nuestra ciudad: Mateo Salado, Limatambo, Mangomarca y Huaycán. En un tercer nivel jerárquico aparecen Puruchuco, Mayorazgo, Santa Felicia, San Borja, Santa Cruz, Panteón Chino, Palomino, Corpus, Pando, La Luz, Culebras, Huantille, Huantinamarca, Huaca Rosada y muchas más.
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El valle del Rímac: el nombre, el origen y el recorrido


El Rímac a su paso por Chosica a inicios del siglo XX

Recordemos que el término rímac proviene del quechua, y quiere decir hablar, expresar, decir, lo que implica sonar, bramar, “fenómenos” que se producen en épocas de lluvias con el incremento de su caudales, arrastrando, además, muchas piedras que se convierten en los famosos “cantos rodados”.

El río Rímac nace en la cordillera de los Andes, a más de 5 mil metros sobre el nivel del mar, a la altura de Ticlio (nevado de Paca), así como de las filtraciones de numerosas lagunas naturales Morococha, conformadas en las alturas de San Mateo y Casapalca. En su curso superior forma el cañón del Infiernillo, río arriba de San Mateo. Recorre 130 kilómetros hasta reunirse con el río Santa Eulalia. Ya en la costa, forma un gran valle en forma de abanico o delta, donde se levanta la ciudad de Lima, que es atravesada por sus aguas hasta la desembocadura en el Océano Pacífico, en la Provincia del Callao. En su camino, tiene algunos afluentes, como el río Santa Eulalia, que recibe aguas de la laguna de Marcapomacocha, que sirven para impulsar varias centrales eléctricas y alimentar a Lima, previo tratamiento de la planta de potabilización de la Atarjea. En la parte central del valle del Rímac se ubican diversas poblaciones como Matucana, Ricardo Palma, Chosica, Chaclacayo y Vitarte, pequeñas ciudades que funcionan como puntos estratégicos entre la costa y sierra central del Perú.

A la altura de Surco, el valle del Rímac se abre y, a la altura de Vitarte, se inicia la gran llanura que llega hasta el Océano. El valle tiene una superficie de 3,700 kilómetros cuadrados, aproximadamente. Como sabemos, esta cuenca tiene gran importancia económica e industrial para la costa central del país, por la potencia de generación de energía hidroeléctrica instalada. Actualmente, se viene librado una ardua batalla, para la conservación ecológica del río que, lamentablemente, se ha convertido en depositario de basura y residuos de todo tipo.

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