Julia Urquidi y MVLL en el Hotel Plaza de Madrid
No hay duda que el romance entre el todavía periodista y estudiante universitario, Mario Vargas Llosa, y Julia Urquidi, la famosa “Tía Julia”, con el del virrey Amat y la Perricholi, es el más desarrollado, con todos los detalles, en la literatura peruana. Ríos de tinta han corrido para retratar este idilio que, en su época, los años cincuenta del siglo XX, podría representar todo un escándalo, sobre todo, familiar. Basta revisar la novela La tía y el escribidor y el libro de memorias El pez en el agua de MVLL, o Lo que varguitas no dijo de Julia Urquidi (la versión “despechada” en la que ella se declara burlada y traicionada), o los múltiples ensayos de los estudiosos de literatura de MVLL para darnos cuenta de la magnitud del suceso y lo que pudo influir en la obra de nuestro primer novelista.
La historia comienza en 1955 en las calles de Miraflores. En mayo de ese año, el joven “escribidor” conoce a su tía política Julia Urquidi Illanes (hermana de Olga Urquidi, esposa del tío Lucho Llosa, que era hermano de la madre de Mario), y poco después entabla con ella una relación amorosa. Ella venía de Bolivia y estaba recién divorciada. La familia pensó que un viaje a la lejana Lima podía aliviar a Julia de los trances de la separación. Pero ocurrió todo lo contrario. La llama que encendió a la pareja y, sobre todo, la censura familiar a la relación, hace que ambos decidan casarse. En esos tiempos la ley peruana no permitía casarse a menores de 21 años: Mario tenía entonces diecinueve y Julia era diez años mayor (Julia, según indica en su libro Lo que Varguitas no dijo, nació en mayo de 1926. Por su parte, Mario, en sus propias memorias, dice que Julia era doce años mayor, y no diez.).
Tras falsificar la partida de nacimiento de Mario, se casaron furtivamente en Chincha, en el municipio de Grocio Prado en mayo de 1955, después de muchas aventuras en las que ningún alcalde de la comarca quería sellar el compromiso por la minoría de edad del novio. Además, fue una boda por la que el padre de Mario, al enterarse, prometió “matar” a su hijo: Julia se vio forzada a alejarse de su marido, viajando a Santiago de Chile. Raúl Porras Barrenechea, amigo y maestro de Mario, apaciguó al padre y lo hizo desistir de anular el matrimonio. Mario Vargas Llosa recrea la entrevista en El pez en el agua: “Después de todo, casarse es un acto de hombría, señor Vargas. Una afirmación de la virilidad. No es tan terrible, pues. Hubiera sido mucho peor que el muchacho le saliera un homosexual o un drogadicto, ¿no es cierto?”
Para mantener el matrimonio, el joven esposo tuvo que desempeñar simultáneamente siete empleos de tiempo parcial, a las que se referirá después como “trabajos alimenticios”: 1) Por intermedio de Porras, consigue un puesto de asistente de bibliotecario del Club Nacional (“mi trabajo consistía en pasar un par de horas, cada mañana, en los bellos salones de muebles ingleses y artesonados de caoba de la biblioteca, fichando las nuevas adquisiciones. Pero como las como las compras de libros eran escasas, podía dedicar ese par de horas a leer, estudiar o trabajar en mis artículos”). Allí leyó sobre todo literatura erótica, como Sade y Restif de la Bretonne: “el descubrimiento de la literatura erótica de calidad, que hice en los inesperados anaqueles del Club Nacional, ha tenido una influencia en mi obra y dejado un sedimento en lo que he escrito.” Por un tiempo, también fue 2) registrador de tumbas en el Cementerio General (también gracias a Porras), 3) redactor de noticias en Radio Central (hoy Radio Panamericana), donde conoce al autor de radioteatros Raúl Salmón, el futuro “Pedro Camacho” de La tía Julia y el escribidor, 4) articulista del suplemento dominical del diario El Comercio y en 5) las revistas Turismo y 6) Cultura Peruana (ambas desaparecidas), y 7) investigador con Raúl Porras Barrenechea en su casa de la calle Colina (hoy Instituto Raúl Porras). Y todavía le queda tiempo para participar en ediciones literarias, como Cuadernos de composición (1956-7) y la revista Literatura, que tuvo tres números (1958-9). Ambas revistas estuvieron al mando de Mario, Luis Loayza y Abelardo Oquendo. 1957 se convierte en un año memorable cuando Mario gana el premio de cuentos de la “Revue Française” gracias a su historia “El desafío” (publicado en Los jefes). El premio consiste en pasar dos semanas en París. Con algún dinero que había ahorrado, logra quedarse un mes.
En 1959, Mario hará su segundo viaje a Europa, acompañado por la “Tía Julia”, esta vez para quedarse. Julia fue su compañera en todas sus incursiones literarias hasta que el matrimonio llegó a su fin en 1964: “El matrimonio con la tía Julia fue realmente un éxito y duró bastante más de lo que todos los parientes, y hasta ella misma, habían temido, deseado o pronosticado: ocho años. En ese tiempo, gracias a mi obstinación y a su ayuda y entusiasmo, combinados con una buena dosis de buena suerte, otros pronósticos (sueños, apetitos) se hicieron realidad. Habíamos llegado a vivir en París y yo, mal que mal, me había hecho un escritor y publicado algunos libros” (La tía Julia y el escribidor, 1977, Capítulo XX).
Pero luego de su divorcio el “díscolo” Marito entabla otra relación sentimental, esta vez con su prima hermana. Otro escándalo en la familia, como él mimo lo confiesa: “Cuando la tía Julia y yo nos divorciamos hubo en mi dilatada familia copiosas lágrimas, porque todo el mundo (empezando por mi madre y mi padre, claro está) la adoraba. Y cuando, un año después, volví a casarme, esta vez con una prima (hija de la tía Olga y el tío Lucho, qué casualidad) el escándalo familiar fue menos ruidoso que la primera vez (consistió sobre todo en un hervor de chismes). Eso sí, hubo una conspiración perfecta sobre todo para obligarme a casar por la Iglesia, en la que estuvo involucrado hasta el arzobispo de Lima (era, por supuesto, pariente nuestro), quien se apresuró a formar las dispensas autorizando el enlace. Para entonces, la familia estaba ya curada de espanto y esperaba de mí (lo que equivalía a: me perdonaba de antemano) cualquier barbaridad” (La tía Julia y el escribidor, 1977. Capítulo XX).
A Julia Urquidi le preguntaban mucho sobre MVLL y simpre respondía que ya lo había contado todo en Lo que Varguitas no dijo. Allí confiesa que con Mario vivió “los años más felices de mi vida”, aunque “también los momentos de mayor tristeza”. Como recordaba ayer en su blog Edmundo Paz Soldán, en una de sus pocas entrevistas, al periódico El Deber (de Santa Cruz de la Sierra) a principios de la década pasada, afirmó: “Yo lo hice a él. El talento era de Mario, pero el sacrificio fue mío. Me costó mucho. Sin mi ayuda no hubiera sido escritor. El copiar sus borradores, el obligarlo a que se sentara a escribir. Bueno, fue algo mutuo, creo que los dos nos necesitábamos”. Figura memorable de la literatura peruana, Julia Urquidi falleció el miércoles 10 de marzo en su natal Bolivia.