Monjas de clausura de las Carmelitas Descalzas
Uno de los temas recurrentes en los informes enviados por las autoridades virreinales a España fue la alusión al excesivo número de conventos construidos en Lima, tanto de órdenes masculinas como femeninas. Casi un tercio de la población limeña estaba formada por curas y monjas, por lo que la historia de nuestra ciudad, en los años del Virreinato, estuvo muy ligada a lo que ocurría dentro y fuera de los muros de estas casas religiosas.
¿Qué estatus tuvo una monja durante el Virreinato? Recordemos que hubo una efervescencia de la religiosidad en el Perú entre fines del XVI y mediados del XVII. En 1700 solo en Lima había 13 monasterios de monjas y 6 beaterios o recogimientos que, según Margarita Suárez, representaban la quinta parte del espacio físico de la ciudad y una fracción similar de la población femenina. Bernad Lavallé establece que el 18,8% de las mujeres limeñas de origen europeo habitaba en los conventos (820 religiosas de 4.359 españolas, sean peninsulares o criollas). A ello habría que sumar el número de sirvientas y esclavas que vivían al interior del claustro y que en muchos casos superaba el número total de monjas.
Si el matrimonio era visto como un estado que permitía la integración social de los géneros, el estado religioso no significaba menos que ello. En teoría, las mujeres adquirían en los conventos una posición social superior a la de una mujer soltera o viuda y equiparable a la de una mujer casada (recordemos que muchas viudas terminaron recluyéndose en estos monasterios para redefinir o “mejorar” su papel en la sociedad).
En 1560 se fundó, formalmente, el primer convento de monjas: Nuestra Señora de la Encarnación. Dos años atrás, era un humilde beaterio y las relaciones entre las fundadoras y la orden de los agustinos (que las protegían) fueron armoniosas, pero, al poco tiempo, estalló entre ambas partes un grave conflicto que aceleró la fundación del convento. ¿Qué ocurrió? Dos hijas mestizas del mariscal Alonso de Alvarado solicitaron se admitiese su ingreso en el futuro convento, para lo que ofrecieron una dote de 20 mil pesos y el compromiso de legar al convento sus herencias. En vista de que la norma prohibía la profesión de monjas de velo negro a todas aquellas que no fuesen hijas de padre y madre españoles, los agustinos ordenaron que se despojase a ambas del hábito y se les devolviese la dote. Hábilmente, las religiosas utilizaron una estrategia eficaz: acudieron al Arzobispo de Lima quien prohibió cualquier tipo de discriminación y el nuevo Monasterio se “independizó” de los agustinos y pasó a depender de la autoridad del Arzobispado. Todo por velar su patrimonio. En adelante, así sería el estatuto de los demás monasterios femeninos que se fundaron en Lima.
El modelo religioso de femineidad se difundió a través de las obras de Luis Vives y fray Luis de León (siglo XVI) y de fray Antonio de Herrera (siglo XVII). Todos partían de la suposición que la mujer tenía un papel esencial en la familia y la sociedad que merecía una cuidadosa atención. El modelo de buena monja difundido por estos moralistas incluía las cualidades deseables en toda mujer: obediente, devota, modesta, discreta, vergonzosa, silenciosa, grave, etc., pero en grado sumo.
Los conventos de monjas adquirieron mucho prestigio y poder. Además, fue el espacio ideal para que estas mujeres ejercieran un manejo efectivo de sus vidas, sortearan la tutela masculina e incluso compitan con los hombres (se podían enfrentar al Virrey, al Arzobispo y a las órdenes masculinas). Como nos recuerda Pedro Guibovich, el poder de estas casas religiosas se notaba cuando había elecciones para votar por la nueva abadesa. Se formaban facciones, había discusión interna y toda la ciudad estaba pendiente del proceso; incluidas sus autoridades. Los conventos fueron unos de los pocos espacios donde hubo libertad de sufragio.
¿De qué vivían estos monasterios? A lo largo de su existencia, recibían dotes, herencias y diversas ayudas, tanto en dinero como en otro tipo de bienes. Casi todas las familias importantes de la ciudad tenían a uno de sus miembros allí. Un monasterio no solo tenía su local sino podía ser propietario de más inmuebles o, incluso, huertos, chacras o haciendas. Lima estaba rodeada de estas unidades agrícolas y muchas pertenecían a estos conventos. Lo producido allí no solo servía para el sustento de las monjas y sus criadas sino también para el comercio. No hay que descuidar, por último, que estas monjas producían y vendían dulces, panes y otros artículos artesanales como ropa o vestidos.
Debido a que estas mujeres se consagraban a Dios (y, por lo tanto, eludían los rigores del matrimonio, la maternidad, la lactancia o cualquier labor doméstica o manual), su expectativa de vida era mayor a la de las demás mujeres. Algunas llegaban a vivir más de 80 o 90 años, edad impensable para una mujer que tuvo que parir media docena de hijos, lactarlos y criarlos.
Actualmente, en la Arquidiócesis de Lima, hay 10 Monasterios de vida contemplativa, con casi 300 monjas consagradas al servicio de Dios; en su mayoría, estas casas religiosas tienen origen colonial. Sigue leyendo →