Con la conquista española de los Andes y la caída del Tahuantinsuyo, se inició una serie de transformaciones que llevó a la conformación del Perú moderno. El reemplazo del Estado Inca por la administración virreinal solo fue el cambio más superficial, aunque de indudables repercusiones políticas al establecerse un sistema centralista y autoritario. Lo importante fueron los cambios demográficos, la mezcla racial y el nuevo orden de la sociedad bajo criterios de raza y estamento; en el ámbito económico la introducción de una economía de mercado, el uso de la moneda y una nueva concepción de la riqueza y la pobreza; a nivel ideológico se desmoronaron muchas formas de pensamiento andinas que fueron reemplazados por una visión occidental del mundo y donde jugó un papel decisivo la evangelización impulsada por la Iglesia Católica. En suma, el territorio que hoy ocupa el Perú y sus habitantes ingresaron a la historia de Occidente o a la Historia Universal.
En un principio, entre 1532 y 1541, el Perú fue la Gobernación de Nueva Castilla, presidida por Francisco Pizarro gracias a la Capitulación de Toledo (1529). Se trató de una época turbulenta por los mismos efectos de la invasión; la Corona tenía escasa presencia y el poder, de hecho, lo ejercían los encomenderos. Con las leyes Nuevas de 1542 se creó el Virreinato del Perú y se estableció formalmente la administración que, con algunas reformas, tuvo vigencia hasta los tiempos de la Independencia en 1821 o 1824. Fueron casi 300 años de dominio español, que contrastan con los 180 de nuestra historia independiente. El Perú fue conquistado cuando España era la dueña de Europa bajo la batuta de Carlos V. Hacia 1820 la realidad de la Península era muy distinta; ahora España era una potencia de tercer orden y se encontraba bajo el reinado de Fernando VII. Los Habsburgo la gobernaron en los siglos XVI y XVII, dos siglos marcados por la grandeza y el declive. Los Borbones llegaron en el XVIII y sus reformas no pudieron reanimar el antiguo poderío español.
A lo largo de estos tres siglos el Perú presenta tres etapas bien definidas. La primera, entre 1530 y 1560, es la de la invasión y el saqueo de los tesoros incaicos; el territorio se abría a Occidente como un espacio promisorio para la explotación de metales preciosos. El “apogeo” se inició con el descubrimiento de las minas de plata de Potosí (hoy Bolivia); el territorio del Virreinato, además, abarcaba desde Panamá hasta la Tierra del Fuego (con excepción de Brasil, colonia portuguesa). Lima era el centro político, económico y cultural de ese vasto espacio. Su élite, gracias al monopolio comercial, era la primera de Sudamérica. Un funcionario que venía al Perú consideraba el hecho como un “ascenso”. Los criollos, por su lado, ocupaban cargos expectantes en la administración y en los negocios. Este “apogeo” duró todo el siglo XVII y entró en decadencia a mediados del siglo XVIII con las reformas borbónicas. Ellas le amputaron su inmenso territorio, abolieron el monopolio que beneficiaba a su élite comercial, desplazaron a los criollos de los cargos públicos e incrementaron la presión fiscal. Esto ocasionó gran descontento que llegó hasta la abierta rebelión. Por último, abrieron un camino poco adecuado a la futura independencia.
LA INVASIÓN ESPAÑOLA.- Hacia la década de 1520, Francisco Pizarro y sus socios, Diego de Almagro y Hernando de Luque, planearon expediciones al sur de Panamá. Luego de dos viajes detectaron el Tahuantinsuyo y lo reconocieron como un espacio con una población más numerosa, mejor organizada y con evidentes signos de riqueza. En 1529 Pizarro viajó a España y firmó con la Corona la Capitulación de Toledo que formalizó las condiciones de la conquista. En el tercer y definitivo viaje, Pizarro, con poco más de un centenar de soldados españoles, ocupó Cajamarca y capturó al inca Atahualpa (noviembre de 1532). Allí se repartió el producto del primer saqueo de los tesoros, básicamente en oro. El 26 de julio de 1533 Atahualpa fue ajusticiado en Cajamarca y allí terminó el primer momento de la invasión.
Con la llegada de refuerzos provenientes de Panamá la hueste creció y Pizarro pudo avanzar hasta el Cuzco, donde se repartió el segundo gran botín, y ocupar otras zonas. Un hecho paralelo fue la fundación de las primeras ciudades: Piura, Cuzco, Jauja y, en 1535, Los Reyes (Lima), que sería después la capital virreinal. Luego vinieron Trujillo, Chachapoyas, Huamanga, Huánuco y Arequipa. Otro hecho paralelo fue el reparto de la población nativa entre los españoles “encomenderos”. Cada encomienda tenía un número de indios y su titular disponía de su trabajo (servicio personal) y cobraba un tributo de ellos; a cambio los indios recibían “protección” y evangelización. De esta manera las ciudades tenían encomenderos como “vecinos” y este grupo se convirtió en la primera élite del Perú colonial. Gozaron de gran poder económico y político y controlaron instituciones claves como los cabildos.
La crisis de los encomenderos se inició cuando la Corona planeó limitar sus privilegios a través de las Leyes Nuevas (1542). En ellas se prohibía el servicio personal y la condición hereditaria de las encomiendas. La rebelión no tardó en estallar. Ya antes se había desatado la violencia cuando las huestes pizarristas y almagristas se disputaron la posesión del Cuzco. Los partidarios de Almagro asesinaron a Pizarro en 1541 luego de que los hermanos Pizarro vencieron y ejecutaron a Diego de Almagro en la primera guerra civil. La rebelión de los encomenderos se desató con la llegada del primer virrey, Blasco Núñez Vela, en 1544. El caudillo fue Gonzalo Pizarro quien en la batalla de Iñaquito logró ejecutar al propio virrey. Ante el caos, la Corona envió al clérigo Pedro de La Gasca a pacificar el Perú. Gonzalo Pizarro se negó a capitular y fue vencido en Jaquijahuana (1548). Derrotados los encomenderos La Gasca, como presidente de la Audiencia de Lima, pudo dar comienzo a la organización del virreinato.
El rápido derrumbe del Tahuantinsuyo no puede explicarse por la superioridad de las armas de los españoles o porque la población andina se confundió inicialmente al ver a estos nuevos hombres como dioses. Los españoles pudieron aprovechar dos circunstancias claves. En primer lugar la crisis política derivada de la pugna por el poder entre las élites cuzqueña y quiteña: la guerra entre Huáscar y Atahualpa. En segundo lugar, los invasores contaron con el apoyo de numerosos grupos étnicos que no aceptaban el dominio incaico; el “colaboracionismo” de amplios sectores de la población (huancas y chancas) contribuyó notablemente en el “éxito” de las huestes españolas.
Todos estos acontecimientos fueron narrados por los cronistas. Luego de darnos unas versiones deficientes o confusas, terminaron esbozando una imagen distorsionada del Tahuantinsuyo al tratar de comprenderlo bajo sus categorías mentales. Casi todos justificaron la conquista y los actos que siguieron afirmando que Atahualpa era ilegítimo y tirano, dando la imagen de una guerra justa. Luego los cronistas extendieron la ilegitimidad a todos los incas, que resultaron tiranos y usurpadores, una versión que llegó hasta el siglo XVII con la obra del cronista indio Felipe Guamán Poma de Ayala. Un caso aparte fue la obra del inca Garcilaso de la Vega donde se configuró una versión idílica y romántica del Tahuantinsuyo. Fieles a su tradición occidental y cristiana, los cronistas compararon al País de los Incas con el Imperio Romano y vieron en la guerra con los indios la continuación de la que mantuvieron con los árabes (La Reconquista), es decir, contra los infieles.
LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD ANDINA.- Para la población andina los invasores eran seres extraños por su apariencia física y tenían poderes similares a los del rayo y el trueno con sus armas de fuego. Venían, además, acompañados de un animal desconocido, el caballo, y hablaban en una lengua diferente. Por ello al principio fueron vistos como dioses. Al final, la conquista significó para los indios un cambio en el orden del mundo. Los españoles dieron muerte a los Incas, soberanos de origen divino, y tomaron el Cuzco, centro sagrado del Tahuantinsuyo. También saquearon sus templos robando los objetos de culto. En este sentido, la conquista fue percibida como la victoria del dios cristiano dentro de una concepción cíclica del tiempo.
Pero la conquista trajo otros cambios. El más dramático, quizás, fue el colapso demográfico. La población andina disminuyó en un 80% debido, básicamente, a los virus traídos por los españoles que se transformaron en epidemias. Enfermedades como la gripe, el tifus, la peste o el sarampión, inéditas en los Andes, hicieron estragos entre los indios. Las plantas y los animales traídos desde Europa también contagiaron sus virus a los recursos nativos alterando la dieta de los indios. A los virus se sumaron las muertes por la misma guerra de conquista, los trabajos forzados (la mita) y el “desgano vital”. En este sentido aumentaron los suicidios colectivos, abortos e infanticidios pues los indios perdieron las ganas de vivir debido a la caída de su mundo.
Sistemas tradicionales como el ayllu y el control de pisos ecológicos se vieron seriamente afectados e incluso desaparecieron. A medida que el gobierno virreinal establecía las reducciones en la sierra, a la gente se le desarraigaba de sus pacarinas, se rompía la unidad del ayllu y sus formas de trabajo comunal, y se afectó el acceso a recursos en los distintos pisos ecológicos. También desapareció la figura del Inca y la redistribución estatal, la mita fue desvirtuada en provecho de la economía española y el culto cristiano se impuso sobre las huacas y los dioses nativos. La evangelización trató sistemáticamente de satanizar el culto prehispánico.
Luego de muchas discusiones sobre la condición humana de los indios y si debían ser esclavizados o no (polémica entre Bartolomé de las Casas y Ginés de Sepúlveda, por ejemplo), fueron considerados legalmente vasallos libres del Rey de España en condición de menores de edad. Quedaron bajo la protección de la Corona y por ello debieron pagar un tributo. Asimismo quedaron bajo la autoridad de sus curacas (llamados “caciques” por los españoles), los únicos que conservaron sus cargos tras la conquista. Ellos fueron los intermediarios entre las autoridades coloniales y los indios. Continuaron con sus obligaciones ancestrales frente a sus subordinados y asumieron otras como defenderlos y conseguir dinero, a través de sus negocios particulares, para cumplir con el pago del tributo. De esta manera la mayoría de los curacas conservaron su liderazgo y legitimidad frente a sus indios hasta que sus cargos fueron abolidos luego de la rebelión de Túpac Amaru II.
Los españoles introdujeron lentamente la economía de mercado en los Andes. Apareció la moneda, las nuevas ciudades se poblaron de mercaderes y los caminos de transportistas de mercancías o “arrieros”. Los indios, especialmente los curacas, tuvieron que aprender a ser comerciantes y algunos empezaron a formar una suerte de burguesía nativa, muy occidentalizada que terminó arruinada por las reformas del siglo XVIII. De otro lado se modificó la justicia. Antes los conflictos se solucionaban al interior del ayllu con la mediación del curaca. Ahora se administraba fuera del grupo de parentesco y estaba a cargo de un juez que la dictaba en base a una ley escrita, también ajena al ayllu. Los indios tuvieron que entablar una infinidad de pleitos judiciales para defender sus derechos.
Finalmente habría que añadir que con la conquista se introdujeron nuevas plantas y animales que cambiaron el paisaje andino. También muchos elementos de la tecnología occidental (rueda, vidrio, hierro, arado a tracción animal y nuevos métodos arquitectónicos, por ejemplo). Los indios, sin embargo, nunca abandonaron totalmente su antigua tecnología (andenes, chaquitaclla), sus cultivos tradicionales (tubérculos, maíz), el pastoreo de auquénidos o sus formas de trabajo colectivo (ayni o minca).
EL ESTADO VIRREINAL.- En un inicio el Perú (Nueva Castilla) fue una Gobernación, encabezada por Pizarro, y se organizó internamente bajo el poder local de los encomenderos. Con la aplicación de las Leyes Nuevas se creó el Virreinato del Perú y su territorio estuvo gobernado por un funcionario que representaba al Rey: el Virrey. Esto dio inicio a la burocracia virreinal que tenía por objetivo terminar con los apetitos señoriales de los encomenderos. En Lima se instaló la Real Audiencia e internamente el territorio se dividió en jurisdicciones denominadas corregimientos. El sistema funcionó hasta la década de 1570 cuando el virrey Toledo modificó las pautas de la administración.
Luego de realizar la primera Visita General que conoció el Perú, Toledo modificó el tributo indígena y organizó el sistema de la mita para abastecer de mano de obra a los centros mineros. También culminó el establecimiento de “reducciones” o pueblos de indios. Se trató de un sistema que tenía como fin controlar a la población nativa para cobrarle el tributo, enviarla a las mitas y evangelizarla. De esta manera quedó seriamente afectado el sistema de control de pisos ecológicos y se rompió la unidad de los ayllu cuyos miembros pasaron a vivir en distintos pueblos. Su gobierno, finalmente, ejecutó a Túpac Amaru I, último representante de la élite cuzqueña rebelde de Vilcabamba. En síntesis, si bien las reformas toledanas alentaron el auge minero y fortalecieron la burocracia colonial, afectaron profundamente los patrones económicos y sociales de la población andina.
El orden diseñado por Toledo entró en crisis en el siglo XVII cuando los indios burlaron el sistema de reducciones: aumentó el número de indios “forasteros” y disminuyó el ingreso del tributo. Esto se agravó cuando a partir de 1640 la producción minera de Potosí entró en “crisis”. La administración tardó en reaccionar. En la década de 1680 el virrey Duque de la Palata realizó otra Visita General. En ella no sólo se amplió el cobro del tributo a los forasteros, sino también a los mestizos y negros libres. Como es lógico, no tardó en crecer el malestar en la población.
Como vemos el mundo virreinal no fue tan estático, es decir, la administración nunca funcionó a la perfección. La población siempre creó mecanismos para burlar la presión, sobre todo fiscal, que ejercía el gobierno. Los indios trataron de evadir sus obligaciones con el tributo y la mita; los mestizos nunca quisieron pagar el tributo; los mineros “escondían” la producción real de la plata. Por ello hasta qué punto podríamos hablar de una “crisis” en el siglo XVII, como tantas veces se ha planteado. Lo cierto es que a la administración de los Austrias siempre le faltó la suficiente rapidez para corregir los errores. Ello explica el ímpetu de los borbones en el siglo XVIII por reformar el sistema de gobierno en América.
La administración virreinal reposó sobre tres instituciones fundamentales:
El Virrey.- Fue el representante del rey y tenía todos los poderes. Era el responsable de la administración de gobierno, de los fondos de los tesoros públicos, de la defensa del territorio y de los asuntos espirituales o religiosos. Era también el presidente de la Audiencia lo que le daba la suprema autoridad en temas judiciales. Generalmente los virreyes venían por períodos de cinco años y podían ser ratificados por más tiempo. Entre 1544 y 1824 el Perú fue gobernado por 40 virreyes.
La Audiencia.- Tenía su sede en Lima y al estar presidida por el Virrey se denominaba Real Audiencia. De ella dependieron, durante los siglos XVI y XVII, las audiencias de Panamá, Santa Fe, Quito, Charcas, Buenos Aires y Santiago. Era el máximo tribunal de justicia, legislaba con el Virrey y gobernaba en ausencia de éste. Sus miembros fueron los oidores.
Los corregimientos.- El virreinato estuvo dividido en 78 provincias o corregimientos. Estaban bajo la autoridad del corregidor, funcionario que representaba al Virrey en el ámbito local. Velaban por la buena administración de su jurisdicción y eran autoridades judiciales en primera instancia. Cobraban el tributo y enviaban a los indios a la mita. Muchos de ellos terminaron explotando a los indios al obligarlos a comprar mercaderías a precios muy altos a través del “reparto”. En 1784 fueron reemplazados por las intendencias.
LA VIDA ECONÓMICA.- A partir del siglo XVI el Perú empezó a formar parte del mercado mundial exportando los tesoros incaicos saqueados por los conquistadores. También se abrieron vínculos comerciales con España y México. Las exportaciones consistían en productos provenientes del tributo en especies (textiles) y creció la importación de artículos europeos. En un primer momento fueron los encomenderos y algunos funcionarios los que se beneficiaron de este tráfico comercial.
En 1545 se descubrieron las minas de plata de Potosí y el Perú se convirtió en uno de los más grandes exportadores de este metal en el mundo. También se abrieron otros yacimientos mineros y el comercio se generalizó en torno a las ciudades fundadas por mineros y funcionarios. De esta forma se configuraron varios circuitos comerciales siendo el más importante el área cuyas rutas convergieron en el centro minero de Potosí: Arequipa-Cuzco-Puno-Charcas-Potosí. Durante tres siglos se configuró el espacio “sur andino” que movilizó grandes recursos y sustentó la economía de la población de esta región.
En 1563 se descubrieron las minas de mercurio (azogue) de Huancavelica y el método de purificación de la plata fue sustituido por el de la amalgama. Esto favoreció el crecimiento de la producción a lo que habría que añadir el establecimiento de la mita, un sistema de trabajo obligatorio y por turnos en el que los indios acudían a trabajar a las minas. El apogeo minero de Potosí duró hasta mediados del XVII, época en que se fueron agotando las vetas de Potosí y se terminó el azoque de Huancavelica; la mano de obra también escaseó a medida que los indios intentaban burlar la mita. Afortunadamente para la Corona en el XVIII se descubrieron nuevos yacimientos de plata en Cerro de Pasco y Hualgayoc (Cajamarca). La producción se recuperó aunque nunca alcanzó los niveles de los mejores tiempos del Cerro Rico de Potosí.
Si bien la minería fue la actividad clave de la economía virreinal, el comercio debía ser también impulsado para generar ingresos a las Caja Real. Hasta el XVIII funcionó el monopolio comercial que benefició al gremio de comerciantes de Lima (Tribunal del Consulado). El Callao era el único puerto que podía recibir las mercancías traídas por los galeones desde España y de Lima ser repartían a todo el territorio virreinal. Esto consolidó el poder político y económico de la élite de la Ciudad de los Reyes. El apogeo llegó a su fin en 1778 cuando los borbones permitieron el libre comercio y se abrieron más puertos en América para comerciar con la Península. Esto marcó la decadencia del Callao y el auge de nuevos puertos como Buenos Aires.
Otros centros de producción fueron los obrajes donde laboraban los indios mitayos. La Corona trató en vano de frenar su expansión, pero debido al deficiente abastecimiento derivado del monopolio su producción cubrió la demanda del mercado local. Con el auge comercial en el siglo XVIII, debido a las reformas borbónicas, se inició la decadencia de la producción obrajera.
La agricultura presentó contrastes según las regiones. En las haciendas de la costa se cultivaron la caña de azúcar, el algodón, la vid y el olivo; la mano de obra era básicamente esclava. En la sierra los cultivos fueron más diversificados: trigo, tubérculos y panllevar; además tenemos la presencia de haciendas ganaderas (auquénidos y ovinos). La mano de obra también varió: mita agrícola, indios yanaconas y peones libres.
Los ingresos de la Corona provenían de una serie de impuestos siendo los principales el quinto real (20% de la producción minera al año); el tributo indígena (todos los indios entre 18 y 50 años debían pagar este impuesto en dinero); y la alcabala (gravó la compra y venta de bienes y varió del 2% al 6%). Otras contribuciones fueron el almojarifazgo (impuesto aduanero), las averías (al comercio marítimo) y las anatas (venta de cargos públicos). También había impuestos especiales al consumo de tabaco, bebidas alcohólicas o naipes. Cabe destacar que la Iglesia gozó de gran poder económico al no estar sujeta a ninguna contribución y beneficiarse de impuestos (diezmos y primicias) y muchas donaciones. Finalmente, en 1565 se creó en Lima la Real Casa de Moneda; el principal signo monetario fue el peso (dividido en 8 reales).
LA VIDA SOCIAL.- La sociedad virreinal estuvo dividida teóricamente en dos repúblicas paralelas y complementarias: españoles e indios debían estar separados con sus propias leyes, autoridades, derechos y obligaciones. La división era también espacial: los españoles debían vivir en ciudades y los indios en sus pueblos o “reducciones”. Pero esta división, aparentemente tan rígida, fue desvaneciéndose poco a poco con la aparición de los mestizos y de otras mezclas raciales (castas). De este modo, junto al criterio estamental (linaje) coexistieron otros como nivel de fortuna, formación cultural o color de piel. Un mismo personaje podía estar emplazado de una u otra manera según el criterio que se adoptase: podía ocupar determinado lugar por su casta (color de piel) y otro por sus ingresos.
En este orden jerárquico estaban, a la cabeza, los españoles. Ellos podían ser peninsulares (“chapetones”) o sus descendientes nacidos en América, los criollos. En este grupo estaban los nobles, la alta burocracia, los hacendados, los mineros, los curas, los intelectuales y los grandes comerciantes. Eran la élite de la sociedad virreinal y vivían en las ciudades. Sin embargo su condición de blancos no les garantizaba un lugar dentro de la aristocracia. Un blanco pobre (artesano, pequeño comerciante o chacarero) era considerado plebeyo. A partir del siglo XVII los criollos se adueñaron del virreinato copando los cargos públicos y las actividades económicas más lucrativas. Las reformas borbónicas del XVIII revirtieron esta situación causando gran malestar entre ellos al tratar la Corona de centralizar el poder en manos de peninsulares recién llegados.
La “república de indios” quedó dividida en los indios nobles (descendientes de la nobleza inca y los curacas) y los indios del común. Los primeros se educaban en los colegios de curacas (“El Príncipe” en Lima y “San Francisco de Borja” en el Cuzco) y estaban exonerados de ir a la mita y de pagar tributo. Eran los intermediarios entre el mundo español y el andino. En el siglo XVIII lideraron las rebeliones indígenas y sus cargos quedaron abolidos luego la ejecución de Túpac Amaru II. Los indios del común debían vivir en sus “reducciones”, acudir a la mita y tributar. Eran la mayoría de la población y quedaron básicamente ligados al mundo rural.
En un nivel intermedio quedaron las castas, producto de la mezcla de españoles, indios y negros. En esta mixtura racial estaban los mestizos (hijos de español e indio), zambos (cruce del negro con el indio) y mulatos (surgido del español y del negro). Las clasificaciones terminaron siendo muy complicadas cuando se fueron incrementando los tipos de cruce. Los mestizos nacieron con la conquista, se vieron desubicados y pasaron a cumplir papeles menores. Se les tachó de ilegítimos o peligrosos, y muchos terminaron sus vidas entre gente de mal vivir. Con respecto a los indios gozaron de estar exonerados de mitar y tributar, sin embargo, no podían acceder a cargos públicos importantes y su educación era elemental. Esta situación ambigua se debió a que el sistema de “repúblicas” no contempló legislación sobre su status.
Según la ideología virreinal los negros no debieron ser considerados dentro del orden social pues era vistos como objetos o mercancías. Sin embargo la sociedad supo desarrollar una gran sensibilidad hacia ellos y mucha gente los consideró perfectamente humanos, aunque nacidos para servir. La gran mayoría de negros vivió en la costa desempeñando múltiples labores que iban desde el laboreo en las plantaciones hasta el trabajo doméstico en alguna casa limeña. En este sentido la suerte del esclavo era variada. Si trabajaba en la ciudad, mantenía cierto trato con sus dueños que, si eran comprensivos, podían otorgarles la libertad; si era destinado a una hacienda estaba a merced de los excesos del capataz y no podía juntar dinero para obtener su libertad. El bozal era el negro recién llegado del África y no sabía el español; el ladino era el acriollado nacido en América; el manumiso era el negro que había obtenido legalmente su libertad; y el cimarrón era el esclavo fugitivo que vivía con otros de su condición en los palenques.
LA VIDA RELIGIOSA.- La evangelización de los indios se dio desde el mismo momento de la conquista. Al principio fue obra casi exclusiva de frailes dominicos y franciscanos quienes, desde conventos rurales, predicaron muy influidos por ideas mesiánicas surgidas en la mentalidad popular europea. Ello explica la idea del retorno del Inca en la mitología andina surgida en la colonia.
La política evangelizadora cambió cuando la Iglesia introdujo las ideas del Concilio de Trento. Ahora la empresa estaba en manos de parroquias dependientes del obispo. La llegada del arzobispo de Lima, Toribio de Mogrovejo, y de los jesuitas, fue clave en este sentido. El Tercer Concilio Limense (1783) mandó quemar los catecismos bilingües que los frailes habían elaborado y los reemplazó con la Doctrina Cristiana, primer libro impreso en Virreinato. Elaborada por el padre jesuita José de Acosta, estuvo escrita en español, quechua y aymara; de esta manera se demostraba el carácter multiligüista de la evangelización andina. A finales del XVI estaban formalmente bautizados casi todos los indios.
En el XVII, tras una denuncia formulada desde Huarochirí de que los indios mantenían culto a sus dioses tradicionales (1607), el Arzobispado inició varias campañas de extirpación de idolatrías. La idea era destruir cualquier rezago de la religión andina: huacas o ídolos. De todos modos, la aceptación del catolicismo por parte de los indios nunca implicó la total renuncia a sus creencias ancestrales: hoy en día pueden verse en muchas lugares ritos a la pachamama y a los apus.
A nivel urbano el catolicismo tuvo rasgos particulares. Habría que mencionar al Tribunal de la Inquisición, instalado en Lima en 1570, que terminó siendo un eficiente agente del poder monárquico. Mediante la censura fue el encargado de reprimir cualquier controversia doctrinal y perseguir toda literatura “peligrosa” para la fe y el orden político. El Tribunal fue suprimido por las Cortes de Cádiz en 1812 pero, al restaurarse el absolutismo con Fernando VII, siguió funcionando en Lima hasta 1820.
Una circunstancia notable fue el surgimiento, entre fines del XVI y comienzos del XVII, de algunos personajes virtuosos que terminaron elevados a los altares. Ese fue el caso de los españoles santo Toribio de Mogrovejo, Arzobispo de Lima, san Juan Masías y san Francisco Solano; y de los peruanos San Martín de Porres e Isabel Flores de Oliva, conocida como santa Rosa de Lima. Todos vivieron en Lima.
Respecto a las fiestas religiosas, las más concurridas fueron Navidad y Semana Santa. También fue muy difundido el culto al Corpus Christi y que hoy goza de tanta popularidad en Cuzco y Cajamarca. Por ello, a diferencia de otras regiones de América, en el Perú los cultos populares más difundidos están dedicados a Cristo. Entre todos los “cristos” coloniales destaca, sin duda, el Señor de los Milagros que, desde hace más de tres siglos, recorre en procesión las calles de Lima. Hoy es la procesión católica más grande del mundo; incluso los peruanos emigrados recrean la procesión en las calles de Chicago, Nueva York o Santiago de Chile. Junto al Cristo moreno, pintado por un esclavo negro, tenemos al Señor Cautivo de Ayabaca (Piura), al Señor del Mar (Callao), al Señor de los Temblores (Cuzco), al Señor de Muruhuay (Tarma) y al Señor de Luren (Ica), entre muchos más.
También se multiplicaron las cofradías y las hermandades. Fueron agrupaciones de fieles de toda condición racial y de ocupación congregadas en torno a una imagen de Cristo, una advocación a la Virgen o un santo. Su función era la veneración y culto del patrono común, la ayuda mutua entre sus miembros y la salida en procesión durante la festividades. Dependieron de las iglesias o monasterios en los que se hallaban las imágenes de su devoción.
Las muestras de piedad femenina más importante se dieron en la vida conventual. Allí aparecieron las beatas y las mujeres que llevaban una vida apartada en forma individual o comunitaria. Los monasterios femeninos se diseñaron como ciudades dentro de la ciudad virreinal. Cada uno tenía su propio gobierno que recaía sobre la priora o abadesa. Entre los más importantes tenemos La Encarnación (Lima), Santa Clara (Cuzco) y Santa Catalina (Arequipa).
LA VIDA CULTURAL Y ARTÍSTICA.- La educación estuvo bajo el control del clero y abarcó tres fases: primeras letras, estudios menores y estudios mayores. No existieron límites claros para el paso de un nivel a otro y todo dependió de los recursos, la inteligencia y esfuerzo de los alumnos. Los estudiantes, blancos y en algunos casos mestizos, iniciaban su formación con las primeras letras, los rudimentos en números y el catecismo para llegar, a los 7 u 8 años, a los estudios menores en los que se aprendía retórica, música, humanidades y latín. Los hijos de indios nobles y curacas recibían una formación intermedia entre las primeras letras y los estudios menores. Se les impartía conocimientos en lectura, escritura, cálculo, canto, catecismo y algo de derecho natural.
La educación superior se impartió en los colegios mayores donde había cursos de filosofía, artes, leyes o medicina. Los más reputados estuvieron en las ciudades de Lima y Cuzco. En la primera los más destacados fueron los de San Felipe, San Martín y el seminario de Santo Toribio para la formación de presbíteros; en la segunda el San Antonio Abad y el San Bernardo. Tras la expulsión de los jesuitas (1767) se fundó en Lima el Real Convictorio de San Carlos. Los estudios universitarios no estaban destinados únicamente a la formación de abogados, médico o teólogos; también cultivaban la formación humanística. La principal universidad era la Mayor de San Marcos en Lima (1551) y, durante el siglo XVII, se fundaron otras en el Cuzco, Quito, Chuquisaca y Huamanga.
El desarrollo artístico contempló todos los niveles. La pintura limeña asimiló las técnicas renacentistas con la llegada en el siglo XVI de artistas italianos (Bitti, Medoro y Pérez D’Alesio). Pero esta tendencia limeña por la imitación tuvo su contraste con un pintura más libre y auténtica en las ciudades del interior. Quito y Cuzco fueron los centros de una escuela pictórica mestiza, pues asimilaron las técnicas europeas con motivos andinos; la pintura paisajista, los arcángeles arcabuceros, los retratos de la Virgen y las distintas versiones de Cristo son claros ejemplos. En el Cuzco, las obras de Diego Quispe Tito son las más reconocidas.
La escultura se desarrolló básicamente en la talla de madera para decorar los templos: altares, púlpitos y sillerías de coro. Caso aparte fue la proliferación de retablos o altares portátiles. En Huamanga destacó la escultura en piedra de alabastro y en Arequipa las obras en piedra volcánica (sillar). Los escultores más célebres fueron el mestizo Baltasar Gavilán, autor de La Muerte, y el español Pedro Noguera, quien talló la sillería del coro de la Catedral de Lima.
La arquitectura, que en el siglo XVI fue renacentista y mudéjar (influencia arabesca), se consolidó en barroca durante el XVII y el XVIII. El “churrigueresco” o barroco español quedó plasmado en las portadas de casi todas las iglesias. Los ejemplos más notables son los templos de San Agustín y La Merced (Lima) y el de La Compañía (Cuzco). El rococó, de influencia francesa, asomó en la segunda mitad del XVIII y se demuestra en el Paseo de Aguas, la Plaza de Acho, el Palacio de Torre Tagle, la Alameda de los Descalzos y la Quinta de Presa en Lima. Finalmente en primeros años del XIX apareció el neoclásico. Las torres del campanario y el altar mayor de la Catedral de Lima y el Cementerio General de Lima, ambos del presbítero Matías Maestro, son los ejemplos más sobresalientes.
La literatura, fiel imitadora de los estilos europeos, tuvo al erudito Pedro Peralta y Barnuevo, Juan Espinoza Medrano y Juan del Valle y Caviedes sus máximos exponentes. En música destacó la ópera “La púrpura de la rosa”, obra del maestro Tomás Torrejón de Velasco. El teatro tuvo especial importancia en la representación de autos sacramentales, obras de fondo religioso y moralizador.
La imprenta fue traída por el italiano Antonio Ricardo; en 1584 editó la Doctrina Christiana y Catecismo, primer libro impreso en el Perú y en América del Sur. De otro lado, el primer periódico que se publicó fue la Gazeta de Lima (1743), sin embargo, el que alcanzó mayor notoriedad y celebridad fue el Mercurio Peruano, publicado entre 1791 y 1795 por la Sociedad de Amantes del País.
EL SIGLO XVIII: REFORMAS BORBÓNICAS Y REBELIONES INDÍGENAS.- Durante este siglo la Corona española, ahora bajo el reinado de los borbones, introdujo una serie de cambios para restaurar la autoridad del Estado, disminuir el poder de la aristocracia, devolverle a España su poderío militar en Europa y recuperar el dominio en sus colonias americanas. Era un plan ambicioso que requería, en primer lugar, aumentar los recursos. Las reformas cobraron gran auge bajo el gobierno de Carlos III, el máximo exponente del despotismo ilustrado español. En el proceso España logró aumentar notablemente sus ingresos, pero perdió un Imperio. A la presión tributaria se sumó el desplazamiento de los criollos de la administración pública en beneficio de los peninsulares. El camino estaba allanado para pensar en la independencia.
Las reformas atacaron, en primer lugar, a la administración pública. Se crearon nuevos virreinatos (Nueva Granada y Río de la Plata), se reorganizó la defensa militar (establecimiento de las capitanías de Venezuela y Chile) y se implantaron las intendencias que reemplazarían a los corruptos corregimientos. Luego, en el plano religioso, se expulsó del Imperio a los jesuitas y el Estado asumió el control de la educación. Finalmente, el problema económico fue el que despertó mayor interés. Era prioritario elevar los impuestos y ampliar la base tributaria; también se debía estimular la producción minera para aumentar el flujo de metales hacia España, controlar el contrabando y estimular el libre comercio entre la Península y América.
La aplicación de las reformas en América fue a través de visitas generales. Al Perú fue enviado el “visitador” José Antonio de Areche. Rápidamente atacó el problema fiscal y elevó la alcabala a un 6%. Estableció las aduanas interiores para elevar la recaudación y tuvo que hacer frente al descontento de casi toda la población, especialmente cuando se rebeló en 1780 el curaca Túpac Amaru II, descendiente de los incas.
Las rebeliones indígenas del siglo XVIII, que pasaron de un centenar en el territorio del virreinato, tuvieron como marco la recuperación de la cultura andina, especialmente el mesianismo en la mentalidad popular: el retorno del inca generaría un futuro mejor. Esta idea se vio claramente en el levantamiento de Juan Santos Atahualpa en la selva central (1742), quien sublevó a los indios campas contra las misiones franciscanas de la zona.
El movimiento de Túpac Amaru II, que contó con el apoyo de muchos curacas como los hermanos Catari, fue más complejo. No solo porque movilizó una cantidad mucho mayor de indios, sino porque incluyó en su programa de reivindicaciones a población no andina: criollos, mestizos y negros. Su base social fue más amplia porque la rebelión coincidió con el descontento general ante las medidas borbónicas. Los impuestos se elevaban y el comercio con el mercado de Potosí se vio afectado al crearse el virreinato de Río de la Plata (1776), que incluía al famoso centro minero. Por ello el territorio de la rebelión fue más amplio: abarcó todo el sur andino y el Alto Perú.
Túpac Amaru se rebeló contra el mal gobierno pero no necesariamente contra el Rey. Al final fue ajusticiado y ejecutado en la plaza del Cuzco (1781), sin embargo las consecuencias de su rebelión tuvieron largo alcance. La Corona tuvo que crear una audiencia en el Cuzco, una demanda de Túpac Amaru, abolir los repartos y los corregimientos y acelerar el establecimiento de las intendencias. De otro lado tuvo suprimió los curacazgos y prohibió la lectura de los Comentarios Reales de Garcilaso para no despertar la reivindicación incaica entre la población.
Finalmente el intento de Túpac Amaru por incluir en su rebelión a criollos no dio resultado, pues estos tuvieron temor ante la posibilidad de conceder excesivas reivindicaciones a los sectores populares. La imposibilidad de compaginar los intereses entre criollos e indios le restó al movimiento la capacidad de tornarse en separatista.
El siglo XVIII no trajo buenos resultados al Perú. Su virreinato perdió importancia al verse amputado su amplio territorio. Asimismo, al eliminarse el monopolio comercial del Callao, su aristocracia mercantil ya no dominaba todo el mercado del Pacífico sur. Finalmente, tras el estallido de numerosas rebeliones indígenas, quedaba una secuela de recelos y odios difíciles de borrar en el tiempo, claves para entender el futuro movimiento independentista.
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