Las respuestas de la población.- La peste llegó en una época cuando no era común que la medicina afectase la vida cotidiana de las personas. Además, como no hubo uniformidad respecto al origen y contagio de la enfermedad, esto se tradujo en una diversidad de tratamientos, jabones y remedios producidos por farmacéuticos y charlatanes que eran vendidos como la salvación de la peste. Entre los más notables estuvieron el “Jabón Fénico”, que aludía al nombre de un ácido; “Tanglefoot”, que destruía a las moscas; “Fernet Branca”, un licor que se tomaba como aperitivo antes de la comida; y la “Legía Anti-bubónica” que, además de desinfectar, refrescaba el cutis, dejaba limpios los pisos de las habitaciones y mataba todo tipo de insectos (ver edición de El Comercio, 27 y 28 de mayo de 1903). La frecuente propaganda de estos “remedios” en los periódicos sugiere que fueron aceptados por parte de la población. Por último, la medicina doméstica y tradicional tenía sus propias explicaciones. Muchos consideraban a la peste como un ser maligno que no había que ofender ni obstaculizar.
Por su lado, los sueros y las vacunas promovidos por la Junta fueron objetos de polémicas. Se acusaba a los miembros de la Junta de sacar provecho de la situación porque eran caros e importados de Francia, y eran vendidos en la botica de uno de los inspectores de la Municipalidad. Otra razón que explica la resistencia a la vacuna fue la rudeza con que se trató a los enfermos. La búsqueda de casos escondidos por los familiares y el aislamiento forzoso, infringieron el límite entre lo público y lo privado. Las autoridades usurpaban algo tradicionalmente reservado para las familias: el cuidado de los enfermos. Este resentimiento se reflejó en un artículo de Manuel Gonzáles Prada: Nada más sagrado que el dormitorio; pero ni a él se le respeta. Al sólo indicio de infección pestosa, los agentes del Municipio asaltan un cuarto de dormir… examinan al dueño, para saber si en alguna de sus glándulas quieren asomar los infartos de la bubónica.
Otra resistencia fue a la incineración. Un caso emblemático fue el del Molino Milne, el foco de la epidemia. La noticia de la construcción de una zanja a su alrededor para preparar la incineración levantó la protesta de los accionistas ingleses del Molino y del cónsul inglés. Las protestas se extendieron a Chile, de donde venía buena parte del trigo y la harina de los molinos de Lima y Callao. Para impedir al medida, los interesados negaron la existencia de al peste y dijeron que los trabajadores del Molina habían muerto por intoxicación. A pesar de que la Junta ofreció pagar el justiprecio del local, la oposición creció. Los comerciantes temían la interrupción del comercio del trigo y perder el Molino, al que le habían hecho importantes mejoras. Finalmente, las presiones de los propietarios se impusieron y con el convincente argumento de que no tenía sentido incendiar un local cuando ya se había extendido al epidemia, impidieron que la medida se aplicara.
Las reacciones más comunes para resistir la intervención médica fueron individualñes y familiares como:
1. La negación de la enfermedad (ocultar a los enfermos)
2. La huida de los lugares afectados
3. La fuga de los lazaretos
4. Pequeñas revueltas
Otra imagen que alimentó el temor popular fue la de los lazaretos. El Lazareto de Guía se levantó en una pampa árida que existía en la entrada norte de Lima (a la altura de lo que es hoy San Martín de Porres). Construido de madera, estaba rodeado de vallas de alambres y de calaminas con varias cerraduras en las rejas y penetrado por una atmósfera de ácido fénico. Los médicos del Lazareto vestidos con camisa oscura de cuello alto, botas y gorro de hule, transmitían una imagen de autoridad y asepsia. El Lazareto contaba con dos pabellones para varones y dos para mujeres. Los enfermos debían tomar un purgante y mantener una rígida dieta de leche y agua de grama (una planta medicinal) y llegaban a la convalescencia muy débiles. Por ello, recuperarse de la peste era para muchos una antesala para caer víctima de otros males, como al tuberculosis que se ensañan con cuerpos debilitados. El temor popular al lazareto se incrementó por la mortandad entre sus “pacientes” que, entre 1903 y 1905, llegó al 52%.
Peste y racismo.- Como la mayoría de enfermos provenían de barrios pobres, la peste se convirtió en un mal considerado típico de la clase baja. Los enfermos eran albañiles, jornaleros, penes, lavanderas, domésticas, carniceros y otros vendedores de alimentos. Del total de casos, 252 fueron hombres y 134 mujeres. De las 386 que se atendieron en el lazareto de guía, 186 eran de raza india y 65 mestizos, es decir, un 65% del total. En realidad, ello no indica algún tipo de susceptibilidad racial sino que revela la relación entre bajos ingresos y escaso acceso a servicios médicos.
Los mismos nombres con que se denominaba a los pacientes (“pestosos” o “apestados”), aumentaron la connotación negativa y el estigma hacia al suciedad, la inmundicia y al enfermedad. Por ello, la negación de la peste fue una manera de diferenciarse de los grupos inferiores. Los médicos se lamentaban que en las familias pudientes ocultaban el mal, antes que admitir que habían caído víctimas de al peste. Los doctores del lazareto se quejaron de que a pesar de que existían pabellones especiales que podían recibir a personas de recursos, éstas preferían atenderse en sus domicilios y la mayoría de enfermos pagantes eran inmigrantes italianos y japoneses.
También se creyó que el origen de la peste se debía a los chinos. En el Callao, por ejemplo, a pesar de que el primer enfermo fue pedro Figueroa, sea tribuyó el inicio de la epidemia la cocinero chino Manuel Hubi, que en realidad fue la sexta víctima entre los trabajadores del Molino Milne. Fueron las condiciones miserables en que vivían los chinos lo que contribuyó a la asociación de raza y enfermedad. Uno de los callejones más célebres fue el de Otaiza, en el centro de Lima; sus habitantes eran en su mayoría chinos y el callejón fue quemado públicamente (hay fotos). La identificación entre chinos y peste provocó una serie de leyes y debates sobre la inmigración asiática. Cuando en octubre de 1904 llegó al Callao un grupo de trabajadores chinos se produjo una gran alarma porque se creyó que traían enfermedades. Un senador, incluso, quiso prohibir la inmigración de asiáticos al Perú. Una medida más extrema se tomó en 1905: se exigió “pasaporte sanitario” a los inmigrantes asiáticos.
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