Archivo por meses: junio 2008

La independencia del Perú: el Sesquicentenario (1971)

Esta conmemoración estuvo más politizada que la emprendida por Leguía en 1921, año del “Centenario”. El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, presidido por el general Juan Velasco Alvarado, estaba en la “apoteosis” de su plan revolucionario. Ya se había nacionalizado el petróleo, las empresas extranjeras estaban ya confiscadas, los medios de comunicación casi controlados y la Reforma Agraria se encontraba en plena aplicación. Al abolir el “orden oligárquico”, la dictadura militar asumía que estaba alcanzando la “segunda independencia del Perú”.

Esto quedó claro el 8 de septiembre de 1970 cuando se conmemoraron los 150 años del desembarco de San Martín. En un discurso, en la misma Bahía de Paracas, Velasco exhortó a los países latinoamericanos al logro de la segunda independencia, puntualizando que la revolución de hoy es, de este modo, heredera histórica de esa primera lucha por nuestra independencia… y señaló que así como los libertadores hace 150 años fueron capaces de vencer el poderío combinado de una alianza similar, así nosotros, los revolucionarios de hoy, seremos también capaces de hacer prevalecer la causa de la justicia latinoamericana en cada uno de nuestros pueblos. Recordemos que este discurso se dio en el contexto del triunfo electoral de Salvador Allende en Chile y las negociaciones para la creación del Pacto Andino.

El 28 de julio de 1971 se celebró el Sesquicentenario de la Independencia Nacional. El presidente Velasco, en su discurso a la Nación, sostuvo que su Revolución era continuadora de la gesta libertadora de hace 150 años y que nos llevaba a la segunda independencia; el Presidente precisó que el rumbo de su gobierno iba hacia la construcción de una sociedad igualitaria y de participación plena…. Con ocasión del Sesquicentenario, el semanario Oiga, a la pregunta sobre si consideraba consolidada la Revolución, Velasco respondió: Sí, en el sentido de que ya nadie duda de que ella es una verdadera transformación de las viejas estructuras políticas, económicas, sociales y culturales y no tan solo una etiqueta para encubrir su simple modernización.

Con ocasión del Sesquicentenario, obviando los actos académicos y protocolares, podemos citar las siguientes obras:

1. Se inauguró el obelisco en la Bahía de Paracas para conmemorar el desembarco de la Expedición Libertadora al mando de José de San Martín (8 de septiembre, 1820-1970).
2. Se inauguró el Parque o Monumento a los Precursores y Próceres de la Independencia en la avenida Salaverry (Jesús María) en un anexo de lo que antiguamente se llamaba el “Parque Matamula”. Este monumento lo que intenta destacar es el “aporte peruano” a la independencia; es decir, una posición nacionalista que deje un tanto de lado los aportes extranjeros (San Martín y Bolívar) a la independencia nacional.
3. Se refaccionó y se puso en valor (se reconstruyó el techo y varios ambientes) lo que ahora es el museo de Pueblo Libre, la casa de campo de La Magdalena, donde residieron por algún tiempo los libertadores San Martín y Bolívar.
4. Se publicó la monumental Colección Documental de la Independencia del Perú, con más de un centenar de volúmenes. Esta colección publicaba, prácticamente, todos los documentos relacionados a la independencia que se encontraban en los diferentes archivos del país. Académica y culturalmente, fue el principal aporte en esta conmemoración; una obra muy valiosa para los historiadores e investigadores.

Cabe destacar que el 15 de julio de 1971, en la Municipalidad de Lima, se conmemoraron los 150 años de la firma del Acta de la Independencia por el Cabildo de la ciudad (15 de julio de 1821). A la ceremonia asistió Velasco, y el discurso estuvo a cargo del alcalde de entonces, el ingeniero Eduardo “Chachi” Dibós Chapuis.
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La hacienda Higuereta

Los orígenes de esta hacienda se remontan al año 1539 cuando se crea la Doctrina del Pueblo de Surco que abarcaba hasta los terrenos de los actuales distritos de Chorrillos y Barranco. Se otorgaron en encomienda muchas villas y fueron los mercedarios los más favorecidos con huertas y chacras; la jurisdicción parroquial fue puesta bajo la advocación del Apóstol Santiago. Su cercanía al mar, buenos vientos, pasturas, remansos y acceso al panllevar, la convirtieron en una suerte de villa de descanso para los habitantes de Lima, desde Virreyes y oidores hasta funcionarios de toda clase. Los terrenos de la hacienda Higuereta (que debe su nombre a la próspera industria frutícola de la zona) y de la hacienda Vista Alegre fueron pasando por muchos propietarios, desde la Colonia hasta la República. Entre ellos destacaron la Orden de La Merced, don Manuel Martínez de Aparicio, Conde de Montecarmelo, para, finalmente, ser adquirida por un inmigrante italiano de apellido Venturo en los primeros años del siglo XX. Uno de sus hijos, don Pedro Venturo, la llevó a niveles serios de productividad frutícola, vitivinícola y otros derivados como el vinagre balsámico. Asimismo, como hacienda ganadera, destacó su actividad lechera y la crianza del caballo peruano de paso. La hacienda fue urbanizada hacia la década de 1960 y ocupa las actuales urbanizaciones de Higuereta, Chama, Leuro, La Calera, San Antonio y La Aurora. La casa-hacienda subsiste, pero no se tiene certeza de que haya sido este edificio el original; en todo caso, puede haber sido un anexo o una vivienda para el administrador de los fundos Higuereta y Vista Alegre. La casa se ubica en la avenida Simón Salguero, Chama, Surco.

Con la hacienda Higuereta culminamos nuestra serie de entregas sobre la historia “agrícola” de Lima. Queremos agradecer los comentarios recibidos, muchos de ellos con interesantes observaciones y sugerencias. Sigue leyendo

La hacienda Orbea (Pueblo Libre)

La antigua hacienda Orbea era vecina de San Miguel y Colmenares, hoy en pleno distrito de Pueblo Libre. En la segunda mitad del siglo XVIII, su propietario era el vasco Diego José de Orbea y Arandia. Durante la época de la emancipación, pasó a ser propietaria doña Micaela de la Puente y Querejazu y su esposo don Isidro Cortazar y Abarca, Conde de San Isidro, alcalde Lima en los días de la Independencia. Actualmente, esta casona es propiedad de la familia De la Puente. Como parte de su encanto interior, conserva una capilla de estilo barroco y ambientes con muebles y cuadros de alto valor histórico y artístico, además de un bello huerto adornado de pilares zoomorfos. Cuando funcionaba la hacienda, el primer piso estaba destinado a depósito y almacén; la vivienda familiar ocupaba la segunda planta.

El historiador José Agustín de la Puente Candamo, actual propietario de Orbea, recuerda así la casa en sus años de juventud: Y en este marco, con características análogas, está la casa de Orbea que el cariño y dedicación de mis padres conservó en una época de desdén frívolo frente a lo criollo, nuestro. Las amplias escalera, los patios en contorno, los corredores de los altos, la terraza para sacar semillas, la “galería”, el Oratorio, la bodega con las grandes tinajas enterradas para la “fábrica de aceite”, la huerta con árboles diversos, las “colcas”, la vivienda de los trabajadores con un ancho patio delantero. Y el estanque, y el pozo, y el establo inmediato y los gallineros. Los anchos muros de la planta baja fabricados con grandes piedras en los cimientos y con adobe ancho y más largo que el actual, la “quincha flexible” y funcional de nuestra costa, los techos altos, las puertas de varios paños, el ladrillo “pastelero” de uso habitual en interiores, los entablados con maderas de un ancho desusado hoy día y en otras piezas el “machihembrado”. Y la buganvilla, y la “bellísima”, y las tinajeras (citado de José A. de la Puente Candamo, Magdalena Vieja: recuerdos de una larga historia. Lima, 1986, p. 105-106).


Antigua foto de la casa-hacienda Orbea

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La hacienda San Isidro

De la antigua hacienda, hoy podemos apreciar la señorial casa-hacienda, propiedad de los Moreyra Paz-Soldán, que está provista de una hermosa capilla, un sótano y algunas catacumbas. En tiempos de la independencia, doña Rosa Gutierrez de Cossío, Condesa de San Isidro, entroncada en la más alta aristocracia de Lima virreinal, ofreció una recepción al Libertador, general don José de San Martín. Actualmente, esta residencia es utilizada, con gran parte de su mobiliario original, como restaurante de gran atractivo turístico.

Luego de una muy larga historia de las tierras que eventualmente conformaron la hacienda de San Isidro (que a fines del período pre-hispánico y primeras décadas de dominio español pertenecían aún al curacazgo de Guatica o Huatica, y luego fueron adquiridas por Antonio de Ribera en la segunda mitad del siglo XVI, quien fue el introductor de los olivos), la hacienda perteneció, en la segunda mitad del siglo XVIII, a doña Rosa de la Fuente y González de Argandoña, condesa de Villar de Fuentes. Esta señora vendió la hacienda, por esos años, a doña Rosa María Gutiérrez de Cossío y Fernández de Celis, III condesa de San Isidro por herencia de su padre, y a su segundo esposo (y primo hermano) don Isidro de Abarca y Gutiérrez de Cossío. Es por lo mismo que la hacienda habría recibido -en el último cuarto del siglo XVIII- el nombre por el que hoy conocemos al distrito, por la denominación del título condal de los dueños de dichas tierras en aquellos años, que pertinentemente recuerda al santo patrono de los labradores (San Isidro). La III condesa de San Isidro y su primer esposo don Jerónimo de Angulo tuvieron una sola hija, llamada doña María del Carmen de Angulo y Gutiérrez de Cossío. Al enviudar la madre y casar por segunda vez con su referido primo don Isidro de Abarca, al mismo tiempo casó a su hija adolescente con el hermano de aquel, llamado don Joaquín de Abarca y Gutiérrez de Cossío. Al morir doña Rosa María, la heredó como IV condesa de San Isidro -y propietaria de la hacienda- su mencionada hija María del Carmen de Angulo, quien al enviudar de su primer esposo (y tío) casó a comienzos del siglo XIX con don Luis Manuel de Albo y Cavada. No tuvo hijos con ninguno de sus dos esposos. Don Luis Manuel de Albo heredó la hacienda de San Isidro de su mujer y falleció antes de la Independencia, dejando la propiedad a su hermano don José Antonio de Albo y Cavada. La propiedad era un bien libre no atado al título condal de San Isidro, pero el mayorazgo de dichos condes tenía impuesto sobre ella un capital de 20,000 pesos colocados a censo (una especie de hipoteca).

El dueño de dicho censo fue el V conde de San Isidro, don Isidro de Cortázar y Abarca, que fue primo de la IV condesa y heredero de su título (trasmitido por derecho de sangre y no de matrimonio, como sí lo fue la hacienda). Fue alcalde de Lima en 1821, cuando se proclamó la Independencia del Perú. El V conde falleció en 1832 y los derechos a la referida los heredó su viuda, pues para entonces (en 1829) ya se había dado la “ley de desvinculación” que liberaba los bienes de la atadura legal de los mayorazgos, y podían ser heredados como bienes libres. La viuda era doña Micaela de la Puente y Querejazu, para entonces ex condesa de San Isidro (pues los títulos también habían sido abolidos) e hija de los V marqueses de Villafuerte. Doña Micaela no vivió nunca en la casa hacienda de San Isidro, y murió loca en su casa limeña en la calle de San Pedro, en 1834. El albacea (y al parecer en partes heredero) de dicha condesa fue su abogado, el doctor don Francisco Moreyra y Matute, casado con doña Mariana de Abellafuertes y Querejazu (prima hermana de la referida última condesa consorte de San Isidro). Moreyra hizo valer el importe del antiguo censo de los condes de San Isidro en un concurso de acreedores a los bienes de José Antonio de Albo y Cavada (hermano del segundo consorte de la IV condesa de San Isidro, doña María del Carmen de Angulo y Gutiérrez de Cossío) y de tal forma obtuvo la propiedad de la hacienda.

Más adelante, por diversas dificultades, Francisco Moreyra perdió la propiedad, que eventualmente pasó a los Paz-Soldán. Sin embargo, el casamiento de la heredera de éstos con un Moreyra, a fines del siglo XIX, devolvió San Isidro a esta última familia. Sería lotizada a partir de los años de 1920, cuando la apertura de la avenida Augusto B. Leguía (hoy Arequipa), se convirtió, con el tiempo, en uno de los mejores suburbios residenciales de la creciente Lima.

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La hacienda Barboncito

Era un fundo ubicado entre lo que es hoy San Isidro, Miraflores y Surquillo. Su casa-hacienda es una curiosidad que pocos advierten. Claro que está muy remodelada y hoy es sede del Ministerio de Justicia, ubicado en la calle Scipión Llona 350, Miraflores. La construcción es moderna, neo-clásica, pero tiene aún el patrón del antiguo cortijo español, primer referente de la casa-hacienda costeña colonial: entrada amplia en terraplén, grandes patios, arquerías interiores, mamparas grandes y ventanales en arco al estilo sevillano. La casa-hacienda original fue demolida.

El origen de esta hacienda se remonta a la cesión dada por el marqués don Francisco Pizarro a la Orden de La Merced, el 18 de mayo de 1541, de los terrenos que por ese entonces se conocían como “Chácara (sic) de Surquillo” o “chacra de Surquillo”, cuya extensión iba desde los barrancos hasta los linderos del actual distrito de Surco. Pero esta facultad de otorgar estos campos no se refería a la propiedad, razón por la cual el cacique de Surco, Tantachumbe, y el encomendero español Antonio del Solar las reclamaron. Sin embargo, el requerimiento no prosperó y se dejó la propiedad dividida entre el Monasterio de La Merced y estos dos socios particularmente originales (uno, el conquistado y el otro el conquistador, pero socios al fin y al cabo). En 1594, al hacerse el deslinde entre las tierras bajo jurisdicción mercedaria y aquellas de propiedad civil, se delimitó el terreno actual del fundo Barboncito.

Durante la Colonia y los primeros años de la República, el fundo se mantuvo como anexo de las grandes propiedades que tenían los Mercedarios en Surquillo, hasta que en 1814 don Juan José de Leuro lo toma en propiedad, anexándolo a un fundo más grande que sería conocido como Fundo Leuro. En 1852, pasa a manos de don Manuel Martínez de Aparicio, Conde de Montecarmelo, quien lo toma en enfiteusis (suerte de “leasing” de la época). Años antes, en 1849, este caballero tomó en propiedad varias chacras de la Orden de la Merced, entre ellas dos de las más importantes: Surquillo y La Calera de La Merced. Martínez de Aparicio entonces se hace dueño de varios fundos y chacras, desde Surquillo, La Calera, Leuro, pasando por Barboncito (actual Avenida Aramburu, hospital de la FAP y avenida Arequipa) y terminando en lo que es el actual centro de Miraflores (Av. Ricardo Palma, Porta, Esperanza, Paseo de La República, Alcanfores y Larco). A principios del siglo XX, don José Antonio Dapelo Melo, de origen italiano y portugués, y su esposa, doña Otilia Vargas Dulanto, hija de los Condes de Torreblanca (propietarios de la Hacienda Torreblanca en el Valle de Chancay y emparentados con los Condes de Montecarmelo, los Martínez de Aparicio), toman en propiedad el fundo Barboncito que iba desde la actual avenida Arequipa hasta la zona industrial del vigente distrito de Surquillo, dándole una carácter más agroindustrial al explotar en sus campos frutales y establos lecheros para el consumo urbano. El hijo, don José Antonio Dapelo Vargas, iniciaría en este fundo una línea genética de caballos peruanos de paso que (junto a los esfuerzos de don José Antonio de Lavalle, marqués de Premio Real), recuperarían la raza nacional. El fundo Barboncito subsistiría hasta la década de 1950 cuando, por iniciativa de Dapelo Vargas, se iniciaría el proyecto urbanizador como parte del plan de vivienda del general Manuel A. Odría. Así, se construyó, por ejemplo, la Unidad Vecinal Barboncito, el Hospital de la FAP y el Hogar de la Madre; también se lotizaron parcelas grandes para la construcción de villas al estilo mediterráneo, como la Casa Berckemeyer, entre las avenidas Arequipa y Petit Thoars.

Era costumbre en Barboncito, todos los 24 de junio, que se ensillasen los mejores caballos de paso de la hacienda, potros de ser posible; desde el Fundo Barboncito salían montados y bien aperados con monturas de cajón, chapeadas en plata, estribos de punteras y pellones sanpedranos: hacendados vecinos al fundo (San Isidro, Santa Cruz, La Merced, La Higuereta, Camacho, etc.), vestidos con ponchos de vicuña, sombreros de ala corta de jipi japa y espuelas de plata, enrumbaban por la Av. Arequipa, tomando el camino real de las haciendas Orrantia, Risso o Lince y Santa Beatriz y de ahí entraban por el fundo Chacra Ríos, luego por la Av. Alfonso Ugarte y, cruzando el Puente Santa Rosa, llegaban al Rímac, a la zona que se conoce como Pampa de Amancaes para las exhibiciones que solían hacer los hacendados limeños para conmemorar el Día de San Juan, costumbre muy limeña que databa de la Colonia y que la hacían perdurar los hombres de campo de Lima, sobre todo para mostrar los mejores ejemplares del caballo peruano de paso que se criaban en los distintos fundos que rodeaban la ciudad. Este es el origen, quizás, de los actuales concursos y cotejos de caballos peruanos de paso.

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La hacienda Limatambo (San Isidro-San Borja)

Durante el Virreinato, esta hacienda perteneció a la orden de los dominicos y la casa-hacienda original ya no existe. Cuando la familia Brescia la compró, a finales del XIX, construyó otra casa-hacienda, totalmente republicanizada y modernizada sucesivamente. Hoy la podemos ver entre las avenidas Javier Prado y Paseo de La República, y son las actuales oficinas del grupo empresarial Brescia. Sin embargo, como mencionaremos más abajo, ésta debió ser un anexo de la hacienda San Borja. Se desconoce dónde quedaba la casa-hacienda original pues el terremoto de 1940 destruyó las ruinas de ésta, no quedando documento alguno ni en la Municipalidad de Surco ni en la de Surquillo que confirme su ubicación. La casa-hacienda que actualmente subsiste es de estilo neo clásico, moderno y puede ser una construcción hecha sobre la original que se derrumbaría en el citado sismo.

En la Colonia, la hacienda Limatambo tenía rasgos propios, como haber sido uno de los centros religiosos prehispánicos más importantes en el Valle de Lima, después del adoratorio de Pachacamac. Asimismo, funcionaba en Limatambo un hospital de indios, donde acudía recurrentemente San Martín de Porres a atender a los indios yungas enfermos instalados en ese lugar. Los jesuitas sin embargo, no fueron los primeros propietarios. El primer encomendero de esta hacienda fue el secretario del marqués don Francisco Pizarro, Antonio Picado. Posterior a la muerte de éste funcionario en manos de los almagristas, la propiedad pasó a manos de la Real Audiencia, hasta que en el año de 1568 los terrenos de Limatambo y aledaños pasaron a ser operados por la Hacienda San Borja, de los jesuitas. Estos terrenos comprenden desde la avenida Paseo de La República, Corpac, San Borja hasta Chacarilla del Estanco o del Estanque. Como anexo debió aportar panllevar, pues el fundo San Borja ya consignaba un perfil agroindustrial y agroexportador importante. Posterior a la expulsión de los jesuitas de los dominios españoles, en 1767, la hacienda pasó a ser administrada por la Junta de Temporalidades la que derivó su venta a distintos propietarios quienes la administraron sin mucho éxito, reduciéndola a un fundo de panllevar, establo y huerta. Pero a finales del siglo XIX, una familia de origen italiano y de perfil altamente empresarial, los Brescia, toma el control de estos de estos terrenos. Un descendiente de este tronco familiar, Pedro Brescia decide iniciar durante la década de los 60 el proceso de urbanización de la hacienda, construyendo lo que a la postre sería el suburbio de San Borja, anexándolo a la Municipalidad de Surquillo en un inicio, hasta su escisión en 1983, creándose el actual Distrito de San Borja.

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La Hacienda Monterrico Grande (La Molina)

CASA-HACIENDA MONTERRICO GRANDE.- Esta propiedad y sus anexos –entre ellos, el fundo Mayorazgo- se convirtieron en un emporio agro-exportador de algodón y azúcar para los mercados emergentes de Europa entre finales del siglo XIX hasta bien entrado el XX. Fue, además, una de las primeras haciendas de Lima en incluir maquinarias modernas, incluso una locomotora (la “Chuquitanta”). Asimismo, procesaba las fibras de algodón que colocaba en las fábricas textiles que se establecieron en Vitarte. Hacia mediados de los años 60, seguía operando, pero el golpe militar y la reforma agraria, así como la migración y la expansión urbana de Lima, hizo que los terrenos de esta hacienda se convirtieran en zona residencial e industrial. Caso curioso, y poco frecuente, es que la casa-hacienda todavía existe y es ahora el restaurante “La Hacienda Monterrico Grande” en la avenida Los Constructores 951, La Molina.

Durante la colonia, esta hacienda tuvo distintos propietarios pero, hacia el año 1765, se distinguió don José Toribio Roman de Aulestia, primer marqués de Montealegre de Aulestia, quien fuera Rector de la Universidad de San Marcos, propietario de la hacienda Melgarejo en el valle de Ate y La Molina. Siendo el primogénito se le concedió el “mayorazgo”, fórmula legal que subsistió hasta bien entrada la República, en la que la herencia, tanto paterna como uterina -aunque hubiese mujeres que lo preceden-pasaba al primer hijo varón de la sucesión. El título pasó años más tarde a don José de la Riva Agüero y Osma; como descendiente por línea materna del primer marqués, recayó en él el mayorazgo. En 1906, la hacienda Monterrico Grande fue rentada por don César Soto en sociedad con don Tomasso o Tómas Valle empresario de origen Italiano y contaba con una extensión que ocupaban los fundos del Asesor, Mayorazgo, Cárdenas, Melgarejo, que pertenecían al Valle de Ate, hoy los distritos de Ate-Vitarte y La Molina.

Mañana hablaremos de la hacienda Limatambo.

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La Hacienda Cueva (Pueblo Libre)

CASA-HACIENDA CUEVA.- La casa es, hoy en día, la sede del Museo Larco (fundado por Rafael Larco Hoyle) y tiene algo muy curioso: fue construida sobre el terraplén de una huaca de la cultura Maranga (Intermedio Tardío), que convirtió la zona en un vasto centro religioso por la cantidad de huacas que encontraron los españoles en el siglo XVI. Pero la casa-hacienda original fue transformada casi en su totalidad por el fundador del museo y es lo que apreciamos hoy. Larco la reconstruyó siguiendo las normas arquitectónicas del siglo XVIII e incorporó rejas, puertas, columnas, vigas y cerrojos de la casa solariega de los marqueses de Herrera y Villahermosa en Trujillo. Cuando fue alcalde de Trujillo, don Rafael había intentado proteger la casa como monumento histórico pues era uno de los mejores ejemplos sobrevivientes de la arquitectura colonial. Más adelante, sin embargo, intereses políticos permitieron que se demoliera la casa, aunque estos pocos elementos dan al museo una apariencia colonial, en otros aspectos es moderna. Posee 6 salas de exhibición más un sótano para la exposición de objetos de oro y plata, 11 habitaciones de almacén, 4 oficinas que sirven de biblioteca, laboratorio y taller, un jardín, patio, terraza donde se exhiben los objetos más grandes de piedra. En los planes de la época en que Larco murió (1966) se incluía la incorporación de una sala de conferencias. Don Rafael estaba particularmente orgulloso del hecho que el museo con todas sus colecciones, sus publicaciones, el personal y los edificios habían sido desarrollados de manera privada, sin la ayuda directa o indirecta del gobierno.

la historia de la hacienda Cueva se remonta al 14 de agosto del 1557 cuando se creó la Doctrina de Santa María Magdalena, bajo jurisdicción de la Orden Franciscana. Los terrenos de esta jurisdicción doctrinal y parroquial fueron donados por don Gonzalo Cacique Taulichusco, hijo de Taulichusco el viejo. Al parecer, la Huerta de La Magdalena, como era conocida durante la Colonia y entrada la República, comprendía muchas rancherías y chacras. Entre ellas las más destacadas, hasta bien entrado en siglo XIX, eran Orbea y Cueva. Como anotamos más arriba, la casa-hacienda fue edificada sobre una huaca. Presumiblemente los primeros propietarios, los franciscanos, usaban este ardid como parte de su doctrina de extirpación de idolatrías: construyendo una edificación cristiana sobre una pagana. El terraplén que lleva a la casa-hacienda así lo demuestra, siendo éste un claro vestigio del origen pre-hispánico del edificio, donde opera actualmente el Museo Rafael Larco Hoyle.

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Haciendas en Lima

Antes de que empezara la expansión urbana de nuestra capital, cuando aún estaban las murallas, en los “extramuros” de Lima había una infinidad de propiedades rurales entre haciendas, fundos, chacras, establos y huertas. Sin exagerar, unas 800 que, a “grosso modo”, representaban unas 8 mil hectáreas de cultivo entre los valles del Chillón, del Rímac y de Lurín. Esa era la verdadera “despensa” de Lima. Cuando la ciudad empieza su expansión, ya en el siglo XX, todas aquellas propiedades fueron desapareciendo, absorbidas por el cemento, símbolo de la “modernidad”, y Lima empezó a depender del abastecimiento de otras “despensas” como la sierra central, el “Sur chico” o el “Norte chico”.

La mayoría de limeños no sabe que muchos de los distritos, barrios o zonas residenciales de la actual Lima conservan el nombre de algunos de aquellos fundos y haciendas. Así, hacia en Norte del “Cercado” teníamos Carabayllo, Bocanegra, Oquendo, Maranga, Pando, Orbea, Cueva, Chacra Colorada, Chacra Ríos; por el Sur, Santa Beatriz, Lince, Lobatón, Risso, Barboncito, San Isidro, Orrantia, San Borja, Limatambo, Surquillo, Higuereta, La Calera, San Juan de Villa; por el Este, Camacho, Chacarilla del Estanque, Monterrico Grande, Monterrico Chico, La Molina, Mayorazgo, etc.

Por ejemplo, la hacienda San Borja, en el siglo XVIII, pertenecía a la Compañía de Jesús; Chacarilla de Santa Cruz (fue de los dominicos y ya no queda casa-hacienda); Surquillo (de los mercedarios y no hay casa-hacienda); San Borja (de los jesuitas y luego de los condes de Casa Dávalos, amén de otras muchas manos en tiempos republicanos); Orrantia (de la familia del mismo nombre); Breña (de los Labiano y luego de los de Reyna y Arriz, los Nosiglia, etc.); Lobatón (de los Jiménez de Lobatón, hoy parte de Lince); Santa Beatriz (de los marqueses de Torre Tagle, luego de los Ortiz de Zevallos y luego de varios propietarios más); etc.

Actualmente, en el perímetro de Lima metropolitana, podemos observar muy pocas de las casas-hacienda de origen colonial o republicano. Prácticamente, son cinco: San Isidro, Orbea, Cueva, Monterrico Grande, Barboncito e Higuereta; todas, evidentemente, han sufrido transformaciones o, en todo caso, solo podemos observar fragmentos de las construcciones originales.

Antes de mencionar los ejemplos que vemos en Lima metropolitana, debemos decir que la casa hacienda no fue únicamente residencia de sus propietarios sino hasta tiempos recientes. En realidad, ella era una suerte de centro hacia el cual convergían todas lasa actividades de la finca –e, incluso, en ciertos casos, las de la comarca entera-, desde las propiamente económicas hasta las sociales, culturales y religiosas. Es por ello que tenía grandes dimensiones y los espacios que la componen son muy diversos. La casa hacienda, entonces, fue construida para controlar ese microcosmos sencillo en apariencia, pero complejo por los intereses, mentalidades y jerarquías que lo habitaban., y ese hecho se refleja en cada uno de sus aspectos.

Esto lo demuestra, por ejemplo, su ubicación. Debía ser en un lugar dominante, sea éste una colina, una huaca o la entrada al territorio de la hacienda. Naturalmente, la ubicación de la casa se determinaba por otros factores. Entre ellos, el más importante era el abastecimiento de agua. Esta podía venir de un manantial o de un pozo o llegar a través de una canalización.

Para el historiador José A. de la Puente Candamo, estas eran las características de la casa-hacienda limeña: Generalmente de dos plantas, de adobe y “quincha”, con techos altos, roble, cedro, caoba, luma, entre las maderas; patios en contorno; colca, establo, corrales, gallineros. Igualmente, vivienda para los trabajadores y “Oratorio” (citado de José A. de la Puente Candamo, Magdalena Vieja: recuerdos de una larga historia. Lima, 1986, p. 102).

A partir de hoy, iniciaremos un recorrido por las casas-hacienda de Lima, cuyos restos aún podemos encontrar en el perímetro metropolitano; cada día hablaremos de una de ellas. Debo agradecer la gentil ayuda de Eduardo Martín Recoba, gran estudioso y apasionado del tema; asimismo, mucha de esta información fue prorcionada al programa “A la vuelta de la esquina” (Canal 6), del cual soy asesor histórico. Sigue leyendo

Libro sobre Bolívar

Sin duda, un hombre polémico, avasallador, con gran genio, que dividía o desataba pasiones. Así era Bolívar. También es cierto que su presencia en el Perú dio inicio a la etapa más cruenta, dramática y destructora de esa guerra civil que fue la lucha por la Independencia. Fue la época en que se extendieron los cupos de guerra, los secuestros al patrimonio de los que no estaban al lado de la causa patriota y de la persecución o exilio de los opositores al Libertador (Riva-Agüero, Torre Tagle, Luna Pizarro, Guisse y muchos más).

De todo eso da cuenta, y con detalle, el reciente libro de Herbert Morote (“Bolívar. Libertador y enemigo número 1 del Perú”. Lima, 2007). Un libro, además, que busca capitalizar la actual coyuntura política de la región frente al discurso expansionista de Hugo Chávez. Ya desde el título, el autor, quien no es un historiador profesional, toma partido y rebusca en los cajones de la historia un conjunto de pruebas para demostrar lo supuestamente nefasta que resultó la influencia bolivariana en nuestro país y, sin decirlo abiertamente, las terribles consecuencias que podría generar esta nueva versión “bolivarianista” que ronda por América Latina.

El libro, sin embargo, no aborda la verdadera dimensión histórica de Bolívar y su relación con el presente. Y ya es hora que los historiadores, especialmente los peruanos, tomen nota de esto. Bolívar no vino al Perú a actuar como militar sino como político, como un hombre que está inmerso en la concepción de lo que es la civilidad. Hay que recordar que fue redactor -y crítico- de constituciones. Si hubo algún hombre que concibió siempre la espada dentro del código fue Bolívar, aunque a él le molestaban mucho los congresos porque le creaban dificultades para la manejar la guerra contra los realistas. Para Bolívar, la Independencia –como nos recuerda el notable historiador venezolano Germán Carrera Damas- es la creación de las condiciones para ejercer la libertad. Abolida la Monarquía se establece la República. Y la República es el ámbito de la libertad. El Libertador es conciente que la República, liberal y democrática, era una tarea mucho más difícil y prolongada que la Independencia misma, que podía, en última instancia, resolverse por medio de la fuerza. La libertad, en cambio, solo es posible por la vía de la evolución de la sociedad, y nosotros éramos profundamente monárquicos (no hay que olvidar que casi tres siglos habíamos vivido leales a un Rey). El único gobierno que los peruanos hemos defendido hasta el final, y con mucha sangre en el camino, fue el de Fernando VII. Convencer a los peruanos de que ellos representaban la fuente fundamental de la nacionalidad y, por consiguiente, de la legitimación del Poder Público, fue la tarea que hicieron Bolívar y sus colaboradores, hombres que lucharon por ese proyecto republicano (como Sánchez Carrión, por ejemplo). Pero ello tenía –y tiene- su costo, porque todavía hoy, en los niveles más íntimos del inconciente colectivo peruano, hay un poco de Fernando VII al acecho.

Por último, para salir de dudas, la retórica boliviariana actual, que descontextualiza, usa y manosea a su antojo la figura del Libertador, es una perversa trampa histórica cuyo objetivo global es la demolición de la República. En otras palabras, pretende hacer todo lo contrario de lo que ansiaba Bolívar: sustituir la República por un remedo de Monarquía.
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