Archivo por meses: junio 2008

Los años 20: el Centenario de la Independencia

La conmemoración del Primer Centenario de la Independencia (1921), al que siguió poco después los 100 años de la victoria de Ayacucho (1924), fueron utilizados por el leguiísmo como medio de propaganda política en el país y el extranjero. Pero fue el primero el que despertó el mayor interés y se celebró con el mayor despliegue posible.

Leguía fue quien personalmente supervisó los detalles del notable acontecimiento. La idea era hacer converger en Lima a representantes de todo el continente americano y de selectos países europeos. La invitación se extendió, en primer lugar, al aliado del régimen, los Estados Unidos, y también a los vecinos “conflictivos” como Brasil, Ecuador, Bolivia y Colombia. Quedó excluido Chile al no haberse resuelto aún el problema del plebiscito de Tacna y Arica. La Cancillería, a cargo de Alberto Salomón, dio a conocer la lista definitiva de invitados en octubre de 1920: confirmaron su asistencia 16 embajadas y 13 misiones especiales de todo el mundo. A España se le asignó un lugar de honor y al Secretario de la embajada del Perú en Madrid, Oscar Barrenechea, se le encomendó la invitación a Su Majestad Alfonso XIII, gestión que finalmente no llegó a buen término; en su lugar vino, presidiendo una nutrida delegación, Cipriano Muñoz y Manzano, Conde de la Viñaza y Grande de España, con la categoría de Embajador Extraordinario.

Con este detalle, Leguía intentaba una “conciliación histórica” entre el Perú y la Madre Patria al pronunciar, por ejemplo, las siguientes palabras en la Casa de Gobierno: Cuando un grupo de soldados españoles, alentado por antecesores gloriosos de Vuestra Majestad, vino a América e inmortalizó con sus épicas hazañas el genio de la raza hispana… A esta voz, que resuena en el inmenso mar centuplicada por el eco de la pétrea cordillera, se une la de mis compatriotas todos para proclamar la indestructibilidad de los lazos con que la tradición y el afecto han ligado para siempre el Perú y a la Madre Patria. Esta voluntad conciliadora se coronaría en 1927 con la inauguración de una capilla en honor del conquistador Francisco Pizarro en la Catedral de Lima.

Regresando al tema de las celebraciones, entre el 24 de julio y el 3 de agosto de 1921, Lima fue, como soñaba Leguía, la gran capital latinoamericana. Las colonias de extranjeros residentes en el Perú no se quedaron atrás y embellecieron la capital con valiosos obsequios: los alemanes regalaron la Torre del Reloj del Parque Universitario; los italianos el Museo de Arte Italiano; los ingleses el antiguo estadio de madera; los franceses una estatua a la Libertad; los españoles un Arco Morisco; los chinos una gran Fuente de Mármol; los belgas el monumento al Trabajo; los japoneses el monumento a Manco Cápac en el barrio de La Victoria; los norteamericanos un monumento a George Washington; y los mexicanos la efigie del Cura Hidalgo.

En 1924, para el Centenario de Ayacucho, se repitieron las invitaciones y llegaron embajadas de 30 países. Las ceremonias oficiales se completaron con actividades lúdicas y culturales. Entre las primeras, tenemos una corrida de toros en la Plaza de Acho con el matador Juan Belmonte como figura estelar; entre las segundas, podemos citar la participación del poeta José Santos Chocano –gran amigo del régimen- que dedicó un poema épico en homenaje a los próceres de la Independencia, y la representación en el Teatro Forero (hoy Municipal) de la obra dramática El Sol de Ayacucho, de Francisco de Villaespesa.

En esta ocasión, se inauguraron los monumentos al almirante Du Petit Thouars y al general Sucre; también el Museo Arqueológico, el Hospital Arzobispo Loayza, las salas Bolívar y San Martín en el Museo Bolivariano (hoy Nacional de Antropología e Historia), el Palacio Arzobispal y el Panteón de los Próceres. Y como si esto fuera poco, en un acto verdaderamente insólito, se plantó el “árbol del Centenario”.

Sigue leyendo

Los años 20: el progreso, según Leguía

¿Qué entendió Leguía por progreso? Para determinarlo, será indispensable recurrir a sus discursos. En ellos, notamos con claridad que las alusiones al progreso se refieren a su lado material, lo que lleva a identificarlo con el conjunto de obras públicas llevadas a cabo durante el Oncenio. Ello no significa, sin embargo, que su concepción del progreso fuese puramente material, ya que abarcó otros rubros (problema del indio, solución de problemas limítrofes, inversión norteamericana, etc.), pero es innegable que el peso de lo material fue mucho mayor.

La explicación de por qué durante el Oncenio se ligó el progreso tan estrechamente con lo material es que sirvió para justificar la Patria Nueva. Fue usado por el gobierno como medio publicitario y promotor de su gestión; por lo tanto, no podía quedarse en un concepto abstracto y se manifestó en un conjunto de obras públicas que buscaban convertirse en la mejor expresión real de dicho progreso. Esto mostraba un gobierno que no solo era útil sino también necesario, sobre todo si ello garantizaba su permanencia en el poder.

El afán por hacer del progreso algo visible y usarlo como propaganda lo podemos observar también en todo el conjunto de publicaciones favorables al gobierno con la intención de promover en la población la necesidad de reelegir a Leguía. Es justo, sin embargo, hacer notar que el progreso para Leguía no fue un simple argumento publicitario o demagógico. Creía firmemente en que el progreso era posible y que sólo él era capaz de llevarlo a cabo. Entendía el progreso en su sentido más amplio e incluso podríamos afirmar que su idea de él no se contradecía con la idea civilista del mismo. Lo que varía es el orden en que se debe realizar dicho progreso, y aquí es que se produce el cambio radical. Mientras el civilismo buscaba primero fortalecer la institucionalidad y las leyes así como desarrollar la educación, Leguía considera que todo esto deberá ser la consecuencia natural de un crecimiento económico sostenido y un progreso material sólido. En otras palabras, Leguía buscó el desarrollo integral propio de un estadista, pero el primer paso para lograrlo era llevar a cabo el progreso material.

¿Dentro de lo material, qué era lo prioritario para Leguía? Tal vez su obsesión más grande estuvo en el plan para irrigar la costa. Fue consciente de que la costa no era estéril sino árida y, por lo tanto, su adecuada irrigación permitiría extender las zonas de cultivo y mejorar la agricultura. Su realización era, para el país, el porvenir, la libertad: Comprendiendo que la agricultura sigue siendo la industria Madre de los pueblos, a ella dediqué mis mayores esfuerzos, protegiendo sus frutos, ensanchando sus campos por medio de las irrigaciones y el parcelamiento de sus latifundios, mejorando sus productos por medio de estaciones experimentales y asegurándole el empleo constante del guano… De todas estas obras permítanme decir que tienen capital importancia las relativas a la irrigación, y la tienen no sólo por sus presupuestos que exceden de cinco millones de libras y cuyos rendimientos superarán en un cercano porvenir a cincuenta millones de libras, sino también porque duplican las actuales zonas de cultivo en toda la costa del Perú y porque, en sí, constituyen una verdadera revolución…las irrigaciones… las hacen factibles, primero las posibilidades técnicas de la ingeniería moderna y, después mi voluntad que no cede ni cederá en su empeño de propulsarlas…los que hacemos obras de irrigación somos el porvenir, somos la libertad, y los que dudan de ello representan el pasado, el privilegio odioso e insostenible…

Como vemos, donde otros desconfiaban él creía sin reparos y en este sentido sí tuvo una importante percepción de lo que podía representar el progreso para el Perú: Mi experiencia de la vida y de los negocios hacía contraste con los títulos de mis adversarios. Y ¿por qué no decirlo? mientras casi todos dudaban, yo creía. Es que mi fe se opuso al pesimismo reinante. Al razonamiento de los que daban al país por arruinado, yo oponía mi confianza en las riquezas del Perú y en su resurgimiento.

La minería y el transporte fueron también parte medular de sus preocupaciones y a ellos alude constantemente: Somos el país minero por excelencia que, después de haber ofrecido aquella fantástica acumulación de oro del rescate del Inca y después de haber sufragado durante tres siglos los gastos cuantiosos de la administración colonial y del absolutismo monárquico, había perdido casi la tradición de sus riquezas del subsuelo. Y sin embargo los metales yacían inertes en el seno de la tierra. ¿Por qué? por la falta de capitales para extraerlos y porque no existían rutas de transporte. Pues bien, para que se trabajen y se exporten…mi gobierno atrajo al capital extranjero en proporciones aquí desconocidas y,…en el concepto de transportes que abarca las vías terrestres, las marítimas y las fluviales; mi gobierno… atendió al desarrollo de las unas y de las otras con igual interés

Es innegable que hubo una importante atención a todos estos rubros de la economía; no obstante, su costo fue muy alto para el país. Muchas se llevaron a cabo sin estudios previos y en medio de un ambiente de desconcierto y despilfarro; también se perdió tiempo y dinero (irrigaciones). Otras significaron importantes concesiones a las naciones extranjeras involucradas en su realización (ferrocarriles), y en todo caso representaron siempre el endeudamiento del Perú, comprometiendo su futuro.

Donde el “progreso material” se hizo realmente visible fue en las obras de saneamiento y embellecimiento urbano y, dentro de ellas, Lima destaca notoriamente: Este vasto plan de realizaciones se completa con las obras de saneamiento que se llevan a cabo en nuestras grandes y en nuestras pequeñas ciudades, dotándolas de agua y desagüe, a muchas de Pavimento y a algunas de edificios modernos. Es así como hemos embellecido Lima, antes refugiada como una sacerdotiza a la falda de sus montañas, asomada hoy como una diosa de los mares…es así como la hemos cruzado de avenidas que la unen a Chorrillos, Barranco, a Miraflores, a Magdalena, al Callao y a la Punta, y que unirán en breve a Chosica y a Ancón; y al margen de las cuales se levantarán las casas modernas en donde la luz, el aire, las flores y la amplitud formarán el ambiente en que han de crecer los futuros habitantes de ésta ciudad, optimistas y vigorosos.. Finalmente, una de sus ambiciones más altas en cuanto a progreso material fue el Terminal Marítimo del Callao que estaba en construcción para 1929.

Leguía fue sincero en casi todas las obras que emprendió y confiaba así alcanzar el progreso. El problema es que en el camino fue seducido por la fascinación que las obras ejercen sobre los gobernantes y perdió el equilibrio necesario para un progreso real y duradero. Así resumió Leguía, en 1929, el progreso: Señores, hemos protegido y desarrollado la agricultura, la minería, las industrias manufactureras; hemos construido las vías de comunicación y estamos levantando frente al Mar un puerto que bien merece el calificativo de estupendo. Yo creo pues, tener derecho para preguntar ¿Quién otro hizo obras de tal magnitud? ¿Quién otro relacionó unas obras con otras tan estrechamente para que obedecieran a un plan lógico y sistemático? Si ahora sorprenden los exponentes aritméticos de nuestros adelantos… Yo digo, cuando se pongan en juego todos estos factores de mejoramiento que hemos creado, ¿en qué proporciones crecerá la producción nacional, la riqueza pública y privada, en una palabra señores, el Progreso del Perú?

Sigue leyendo

Los años 20: Leguía y la Patria Nueva

Augusto Bernardino Leguía y Salcedo nació en 1863 en el pueblo de Lambayeque. A los 13 años, fue enviado a Valparaíso, donde inició estudios mercantiles en un colegio inglés. Al estallar la guerra con Chile, se enroló en el ejército de reserva y participó en la defensa de Lima durante la batalla de Miraflores. Luego de la guerra, siguió dedicándose al comercio ingresando a la Compañía de Seguros “New York Life Insurance Company”. Cuando la empresa retiró sus negocios en el Perú, don Augusto se dedicó al comercio azucarero como representante de la Testamentería Swayne y celebró, en Londres, un contrato, en 1896, con la casa “Lockett” para formar la “British Sugar Company Limited”; esta entidad era propietaria de las más ricas plantaciones azucareras en los valles de Cañete y Nepeña. A su regreso, en 1900, formó la compañía de seguros “Sud América”.

Leguía no nació al interior de la oligarquía pero con el tiempo se ganó el ingreso a ella. Era un burgués halagado por la fortuna y con un sólido prestigio por su actividad financiera. No estudió en San Marcos ni ostentaba grados académicos. Su matrimonio con la aristocrática Julia Swayne y Mendoza y sus negocios agrícolas le abrieron las puertas de la oligarquía. Ingresó al Partido Civil y formó parte del exclusivo grupo de los 24 amigos. Ya en el poder, entre 1908 y 1912, mostró una clara tendencia personalista y autoritaria que lo llevó a distanciarse del sector oligárquico; el pierolismo y el joven grupo de intelectuales de entonces (José de la Riva-Agüero, los hermanos Francisco y Ventura García Calderón y Víctor Andrés Belaúnde, entre otros) tampoco lo toleraron.

Poco después de culminar su primer gobierno, rompió con el civilismo. Fue desterrado por Billinghurst a Panamá; pasó luego a Estados Unidos y, finalmente, a Inglaterra. Vivió en Londres hasta 1918 dedicado a los negocios y retornó como candidato a la Presidencia enfrentándose al civilista Antero Aspíllaga. Su campaña electoral estuvo apoyada por los constitucionalistas de Cáceres y los estudiantes de San Marcos quienes lo proclamaron, en un arranque inusual, “Maestro de la Juventud”. De este modo, Leguía “interpretaba” los anhelos juveniles por cambiar las estructuras del país y aprovechaba el cansancio de muchos sectores ante el monopolio político que había ejercido el Partido Civil desde finales del siglo XIX.

Leguía demostró en todo momento ser un hombre pragmático, no un doctrinario. Vio a la política con mentalidad empresarial, tuvo una tendencia natural hacia el autoritarismo y supo aprovechar el desgaste de los viejos partidos políticos para vencer en 1919. Luego desmanteló políticamente al civilismo exiliando a sus principales líderes e intimidando sus órganos de prensa. Su preocupación central era el progreso material e iniciar la “democratización” del Estado. De esta forma, Leguía se presentaba como un Nuevo Mesías capaz de resolver todos los problemas del país, por ello en un discurso se le oyó decir: todo el tiempo que duró mi ausencia, el Perú se debatió en la angustia de sus crisis políticas, económicas y financieras, y cuando volví, sólo dos cosas eran visibles: la ruina que había dejado la incapacidad, a pesar del reguero de oro traído por la guerra mundial, y el entusiasmo del pueblo que me pedía remediarlo. Mi presencia del año 1919 es, por eso el acto de una voluntad que quiso obedecer al pueblo para realizar su salvación.

En las elecciones de 1919, Leguía fue el legítimo vencedor. Sin embargo, organizó un golpe de estado alegando que el presidente José Pardo y el civilismo trataban de impedir su llegada al poder, algo que nunca pudo demostrar. Luego, reunió a una Asamblea Nacional que lo proclamó Presidente de la República el 12 de octubre de 1919. Al régimen, que duraría once años, se le llamó la Patria Nueva e intentaba modernizar el país a través de un cambio de relaciones entre el Estado y la sociedad civil.

Leguía orientó su acción hacia los grupos medios y se vio obligado a justificar el poder por medio del éxito. Este reformismo dio origen a nuevas instituciones estatales y paraestatales, dejando decisiva huella en la estructura del Estado. Se esbozó la idea del Estado benefactor y ello se tradujo en el crecimiento de la administración pública. Todo esto eran instrumentos para alcanzar el tan ansiado “progreso”.

Esto suponía, en primer lugar una ruptura fundamental con el pasado, concretamente con los “partidos tradicionales” o con la oligarquía que, según Leguía, con sus errores o claudicaciones no había convertido al Perú en un país moderno. A partir de allí surge el problema. Dentro del rótulo “Patria Nueva” podríamos encontrar muchos significados: el protagonismo de la clase media en manos de un ex-civilista como Leguía aficionado a las carreras de caballos y a la influencia anglo-sajona; la realización milagrosa del progreso a través del dominio norteamericano; la necesidad de resolver los viejos problemas limítrofes; la urbanización, la irrigación de la costa y la construcción de carreteras; el establecimiento de un Estado fuerte que asegure la paz pública; la reincorporación del indio a la vida nacional; en fin, tantas ideas que terminan convirtiendo a la “Patria Nueva” en un proyecto casi hueco, sin una ideología coherente que lo respalde. Por eso, para muchos la Patria Nueva era simplemente Leguía, una suerte de superhombre capaz por sí mismo de inaugurar en el Perú un nuevo futuro.
Sigue leyendo

Los años 20: la vida social

El asenso social, como consecuencia del crecimiento económico, impulsado por el estado y el sector privado, se reflejó en varios aspectos, como las múltiples actividades públicas de los sectores altos y de la promocionada clase media. Fiestas, vida de club, obras de beneficencia, paseos al aire libre, temporadas en los balnearios durante los veranos o la vida en el hipódromo, tan impulsada por el propio Leguía, fueron el sello de la Patria Nueva. Respecto a los bailes de la época, el fox-trot y el charleston, de importación norteamericana, atrajeron el entusiasmo de los jóvenes. Ellos terminaron ganándole la competencia al tango argentino -que lograra difusión mundial en los días de la primera guerra- y al vals europeo, sobreviviente del siglo XIX. Según Basadre, una mayor franqueza, lindante a veces con la rudeza, se hizo notoria en la conversación.

Como sabemos, a nivel social, la antigua oligarquía (la clase alta), vinculada al Partido Civil, recibió un duro golpe político durante el “Oncenio” al ser desplazada del gobierno. Sin embargo, Leguía no afectó mayormente su influencia social y económica. El asunto fue que, durante los años 20, nuevas familias, que se enriquecieron bajo los negocios del leguiísmo, tocaron la puerta para ingresar a los círculos de la clase alta. Algunos de estos nuevos ricos fueron aceptados (en el Club Nacional, por ejemplo), otros no (se fueron al Club de la Unión).

De otro lado, si entre 1890 y 1920 nació la clase media, a partir del “Oncenio” se fue consolidando como grupo social. Puede decirse que Leguía la favoreció, pues, durante su gestión, muchos de sus integrantes accedieron a la burocracia estatal y alcanzaron su estabilidad económica. Pertenecían a la clase media los profesionales liberales (médicos, ingenieros y abogados), escritores, periodistas, artistas, profesores de todos los niveles, empleados del estado, pequeños comerciantes, sacerdotes y oficiales de las Fuerzas Armadas. Si bien el ejercicio de estas actividades difícilmente pudo llevar a la construcción de una fortuna, por lo menos les permitió gozar de cierta respetabilidad dentro de la sociedad. La clase media se consolida en las ciudades de la costa, especialmente en Lima, que fueron las que ofrecieron mayores perspectivas de desarrollo.

La clase media llegó a convertirse, además, en la clase pensante por su acceso cada vez mayor de los jóvenes de este grupo a la educación universitaria; fue un grupo más bien crítico. Recordemos que los principales políticos de este período (Víctor Raúl Haya de la Torre, José Carlos Mariátegui) así como los artistas e intelectuales más representativos (César Vallejo, Jorge Basadre, Luis Alberto Sánchez, José Gálvez, Raúl Porras Barrenechea, Martín Adán, José Sabogal, Jorge Guillermo Leguía) surgieron de familias de clase media. El acceso a la educación, por último, le permitió a estas familias una mejor organización de sus sistemas de vida, es decir, racionalizar sus gastos y desarrollar una apreciable capacidad de ahorro, formalizar mejor sus familias, utilizar todos los recursos que posee para aumentar sus ingresos y satisfacer mejor sus aspiraciones de acercamiento a los niveles sociales y económicos más altos. En Lima, por ejemplo, invirtieron en inmuebles y formaron barrios o distritos “mesocráticos” como Miraflores, San Isidro, Santa Beatriz, Jesús María, Lince o Magdalena del Mar.

La imagen corresponde a la celebración de los carnavales en Lima durante el Oncenio.

Sigue leyendo

Los años 20: los niños

El hecho de que niños, de muy corta edad, comiencen a aparecer en las revistas de principios del siglo XX es todo un cambio respecto a la mentalidad de los adultos frente a la infancia. En primer lugar, la paulatina disminución de la mortandad infantil, en los sectores altos y medios de la sociedad urbana, gracias a los avances de la medicina y la higiene, hace que se difunda una imagen idílica, feliz y optimista de la niñez. La sociedad quiere exhibir a sus niños bien vestidos, bien peinados, bien alimentados. Es todo un síntoma de que la infancia era merecedora de la atención de los adultos, fomentando la atención por el proceso de crecimiento y no solo por el resultado del mismo. La educación y la salud de los niños era parte del interés colectivo por el progreso, idea tan destacada por las elites de la época. De la mano del pensamiento de Rousseau, la crianza de los niños era un asunto prioritario de los padres. A las madres, en particular, se les invitaba a renunciar a los placeres mundanos para gozar de las alegrías que deparaba el cuidado de los hijos; y a los padres se les trataba de persuadir de que el jugar con los hijos pequeños y observar de cerca su desarrollo no atentaba contra su dignidad u hombría. Como sabemos, Rousseau partió de la idea de que los niños nacen buenos, con capacidad de razonar, y de que sus virtudes naturales solo necesitan ser desarrolladas.

También entre las clases medias y altas está el concepto del hogar como nido, el gran vivero de las virtudes. No aislar a los niños, como antes se hacía, en habitaciones apartadas sino dejar que padres e hijos formen un gran círculo compacto en los salones de la casa y en la cocina. Leer en voz alta, educar ellos mismos a los niños, dejarlos participar en las decisiones de la familia y fomentar el trabajo manual: se esperaba que los jóvenes así educados fueran buenas personas. La política de los padres es lograr que su hijo piense que el hogar es el lugar más feliz del mundo; imbuirles este precioso sentimiento es uno de los regalos más valiosos que el padre puede hacer. Una infancia feliz es la mejor preparación posible para la realidad y las penalidades del resto de la vida.

La imagen corresponde a la familia Ugarte (Cuzco, 1921) y pertenece al fotógrafo Martín Chambi.
Sigue leyendo

Los años 20: la mujer

Si revisamos las páginas de Mundial, hay una doble visión de la mujer propia de una época de transición, como fueron los años 20: entre su rol tradicional y los nuevos espacios donde, de manera minoritaria, empieza a desenvolverse. Por un lado, reivindica la imagen “ideal” de la mujer, cuyo ámbito de desenvolvimiento es la familia. Insiste en el reparto tradicional de funciones entre los sexos: a la parte masculina de la población la responsabilidad del mundo exterior, el sustento económico, la defensa de la sociedad, su dirección política; a la femenina, el interior del hogar, la familia y los hijos. Una división que responde a una serie de controles transmitidos de generación en generación a través de la costumbre, la ley y la religión. En este sentido, del ideal “mariano” había un modelo para cada etapa de la vida femenina. Las señoritas la imitarán en su vivir con gravedad y recato; las casadas, centrándose en el cuidado de su familia. Como es fácil colegir de lo anterior, los únicos estados concebidos para la mujer son los relacionados con el matrimonio. Su misión en la vida, única, exclusiva, excluyente, se cifra en crear una familia y cuidar del esposo e hijos. En el hogar, ella es el ama, hace y deshace a su gusto con amplios márgenes de actuación, sobre todo en los sectores altos donde, incluso, el servicio doméstico quedaba bajo su competencia. Además, eran depositarias del honor propio y del grupo, en razón, de nuevo, de su función maternal. La idea del honor nacía de ese vivir frente a frente familias y sociedad, garantizando las relaciones entre lo público y lo privado.

Pero en las secciones propias de la “vida social” de la época, las fotos de Mundial ya muestran el nacimiento de otro tipo de mujer, con gran influencia norteamericana. Las chicas flapper (zapatos de tacones altos, medias de nylon, cinturas estrechas, faldas cortas, cigarrillo en la mano) se van convirtiendo en el paradigma del nuevo tipo de mujer independiente y emancipada que la época parecía haber creado. Se nota la importancia, por ejemplo, de que para el desarrollo de la personalidad femenina, la mujer pudiera disponer de un ámbito propio. Practicar deporte, asistir a fiestas o ir a algún paseo parecían revelar que en la sociedad, o una parte de ella, quería instalarse en una visión de la vida entendida como placer y confort. Era una explicable afirmación de vitalismo.

Para Basadre, en los años 20, el automóvil y las avenidas hicieron más rápida y libre la vida en las ciudades. Debido a ello, las mujeres comenzaron a vivir con una independencia que a sus mayores hubiera escandalizado o angustiado. También se hicieron evidentes otros cambios en la figura y sicología femeninas. Apareció el uso generalizado del lápiz labial y los polvos de maquillaje haciendo crecer el negocio de los cosméticos y de los salones de belleza. Las mujeres ahora fumaban y bebían en público, y usaban trajes de baño de una pieza y ceñidos. También se inició el gusto por los vestidos femeninos sin mangas o con mangas cortas y con faldas altas; se trataba de la moda que desde París dictaba Coco Chanel y que se podía ver en las páginas de la revista Vogue. Las prendas de seda desplazaron casi por completo a las de algodón y el color de las medias quiso imitar el de la piel; los peinados cortos reemplazaron a la abundante cabellera de suaves ondulaciones. Por último, ya no fue común aquella apariencia opulenta de las damas de antaño sino la figura delgada con un aire juvenil que se convirtió en el ideal de toda jovencita o de quien pretendiera parecerlo. Las mujeres comenzaron a buscar trabajo en almacenes y en las oficinas públicas y, en algunos casos a tener tiendas propias, y su número creció en las universidades; no faltaron tampoco las que manejaron sus propios automóviles. Por último, empezó por ese entonces la costumbre de los concursos internacionales de belleza femenina. En el de 1929, celebrado en Miami, representó al Perú Emma Mc Bride Miller, nuestra primera “Miss Perú”. En agosto de 1930, se retrató en Palacio con el presidente Leguía Enriqueta Burgos Avila, proclamada “Miss Perú” para concurrir al concurso mundial en Río de Janeiro; la elección en Lima fue auspiciada por La Crónica y Variedades.

La imagen que presentamos corresponde al archivo Courret.

Sigue leyendo

Los años 20: sociedad y mentalidades

Podemos decir que los años 20 fueron de “resaca” y “recapitulación”. El mundo, tras haber experimentado el mayor conflicto nunca antes visto, la Gran Guerra (1914-1918), que había desmantelado no sólo buena parte de la economía europea sino diezmado su población, vio que la recuperación económica de esta década permitía augurar la llegada de “días felices”. Existía la ilusión, tanto en Europa y como en los Estados Unidos, de que un conflicto tan devastador no podría repetirse, y que la propia racionalidad occidental, plasmada en la Paz de Versalles (1919), sería capaz de establecer los mecanismos necesarios para ello. En el Perú, la caída de la República Aristocrática, acompañada por una serie de huelgas obreras y marchas estudiantiles, quedaba atrás con el advenimiento al poder del carismático Augusto Bernardino Leguía, también en 1919. Su discurso optimista, su énfasis en promover las exportaciones y su política de endeudamiento externo convencieron a muchos peruanos de que el país estaba encarrilado, por fin, al tren del progreso.

El crecimiento económico hizo que los sectores medios y altos, especialmente en Lima, comenzara a buscar fórmulas de escape y evasión, en la conciencia de que el placer y la diversión podían acompañar eternamente sus vidas. Los progresos técnicos (el fonógrafo, la radio o el automóvil) permitían vislumbrar un mundo dominado por el ocio y la carencia de problemas, al mismo tiempo que se era consciente de estar viviendo tiempos de apertura en muchos terrenos, sobre todo con respecto a una sociedad de la República Aristocrática que se percibía como menos permisiva. Por ejemplo, el cine y los deportes se convierten en espectáculos de masas, llenando los tiempos de las conversaciones y los intereses populares. Al mismo tiempo, parece llegada una época en la que poco a poco irán, si no desapareciendo, por lo menos aminorando las distancias sociales y económicas. Los pedidos del sufragio universal, la participación de las masas en la política, el acceso más o menos generalizado a un empleo (sobre todo en la creciente clase media) permitieron alcanzar un estado de confianza y relativo bienestar.

Sin embargo, buena parte de los intelectuales no comulgaron de ese optimismo. Haya de la Torre y José Carlos Mariátegui, asì como los escritores indigenistas, fueron muy críticos del modelo creado por la Patria Nueva. El malestar por un país (¿nación?) en crisis, reforzado e incrementado en 1929 con el crack económico, desveló la realidad de un país donde la miseria nunca dejó de estar presente.

Los años veinte registraron también una progresiva liberalización de costumbres y, sobre todo, de la sexualidad. Ello se reflejó, por ejemplo, en el cine, que desde pronto comenzó la fabricación de “sex symbols” (Rodolfo Valentino y Douglas Fairbanks crearon los primeros arquetipos cinematográficos del héroe romántico). Por su lado, las mujeres empezaron a fumar en público y a frecuentar -no acompañadas- bares y lugares similares. Se generalizó el empleo de maquillajes faciales y de lápices de labios; las faldas se acortaron hasta la rodilla; la ropa interior femenina se simplificó y estilizó; los trajes de baño se redujeron de forma notable; el cuerpo pasó a ser objeto de atención especial para lograr su mantenimiento esbelto y bello. En fin, la sociedad “descubrió” la sexualidad femenina. La llegada de las imágenes a través del cine -o las revistas- introdujeron nuevos comportamientos. Las nuevas actitudes amorosas, por ejemplo, que los peruanos pudieron ver en el cinematógrafo, afectaron profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Si hasta 1900 las mujeres llevaban vestidos muy largos y los hombres trajes muy pesados, poco a poco la gente se va a despojar de todo lo que es indumentaria inútil, inadecuada para establecer una mejor relación el tipo de clima de la costa. Se inicia una especie de racionalización de la vida cotidiana, es decir, la gente quiere comportarse de manera más práctica.

Pero a pesar de estos cambios, muy urbanos y mesocráticos, la moral seguía siendo sumamente tradicional. Una moral machista, donde el espacio público (la calle o la política) estaba reservado para los hombres; el espacio privado (la casa), en cambio, era el reino de la mujer. La mujer era una especie de “objeto sagrado” que se conservaba al interior de las paredes del hogar y representaba la virtud y la moral de una familia.

La imagen que publicamos corresponde a una postal de Lima hacia 1920 (cgi.ebay.es)
Sigue leyendo

Berlín renace (1946)

Berlin

Esta fotografía fue tomada en 1946, y pertenece al fotografo berlinés, de origen judío, Henry Ries, quien pudo escapar a tiempo de la persecución nazi y trabajar luego, como reportero, en el New York Times. Ries pudo volver a su ciudad inmediatamente después de la rendición nazi y captar imágenes como ésta. En ella se aprecia cómo, después de los terribles bombardeos, en medio de los escombros, lo que quedaba de la población berlinesa volvía a la vida (al fondo podemos observar lo que quedó del Palacio del Parlamento). Así renacía Berlín occidental, un trozo del mundo capitalista incrustado en lo que ya se perfilaba como la Europa soviética. Un puente aéreo, hace 60 años, la abastecía. Es sorprendente cómo el ser humano puede sobreponerse a las más duras tragedias. Por esos años, los alemanes ya tenían una idea más o menos clara de lo que había significado el régimen nazi; un año antes, por ejemplo, Europa “descubría” la verdad de los campos de concentración. En 1946 el Plan Marshalll aún ni se había planteado. Los berlineses debían emprender, en medio de la ruina, la reconstrucción de la capital histórica. Nada hacía presagiar el muy próximo “milagro alemán”. Por estos días, el Museo de Historia de Alemania exhibe 300 fotografías de Reis, fallecido en 2004.

Sigue leyendo

Una independencia, muchos caminos: el caso de Bolivia

una independencia, muchos caminos: el caso de Bolivia

En agosto de 2005, un grupo de historiadores (Manuel Chust, Jairo Gutiérrez, Armando Martínez, Juan Luis Orrego, Inés Quintero y María Luisa Soux) se reunió en Santa Cruz de la Sierra y decidió escribir un texto sobre la independencia de Bolivia desde una perspectiva iberoamericana; a este primer grupo, se unió otro de tres (Braz A. Brancato, Ana Frega e Ivana Frasquet). El resultado es este libro que, editado por la Universidad Jaime I de Castellón, acaba de salir a la luz en España.

Bolivia fue construida como estado-nación entre 1808 y 1826. Así, en este libro, la historia de Bolivia se ha escrito interpretando una historia política y social lejos de héroes mitológicos, de explicaciones maniqueas, de construcciones estrictamente nacionales y teleológicas, por nueve historiadores de “ambos hemisferios” que proponen un texto que explique la construcción de la nación y del estado boliviano desde una perspectiva diacrónica y espacial. El proceso que llevó a las provincias de la antigua Audiencia de Charcas a un nuevo estado-nación concitó varias posibilidades de existencia política en la circunstancia de la congregación de fuerzas armadas de diverso signo y variados actores en el altiplano andino de 1825. El desenlace, no planteado por ningún proyecto predeterminado, es la actual República de Bolivia. Sigue leyendo

La ilusión del progreso: los caminos hacia el estado-nación en el Perú y América Latina, 1820-1860

la ilusión del progreso

Mi libro (Lima: PUC, 2005) es un ensayo que busca ampliar la comprensión de la formación del Estado-nación en el Perú en el siglo XIX, a la luz de las experiencias de otros países de América Latina. El tema es complejo no sólo por el proceso histórico mismo (entre 1820 y 1860, luego de la “victoria política” de los insurrectos, se dio una serie de hechos que dramáticamente obstaculizaron la formación de la joven República peruana, pasando de un Estado revolucionario a un Estado republicano, también llamado “nacional”) sino porque, a nivel historiográfico, el tema podía plantearse desde diversas perspectivas y siempre generar debate.

Mi intención es demostrar que, en el periodo en cuestión, hubo en el Perú grupos políticos de diverso origen, ya sea por su ocupación (militares, civiles, intelectuales o empresarios) o por su orientación ideológica (“liberales”, conservadores, “nacionalistas” federalistas, centralistas, proteccionistas o librecambistas), que intentaron articular proyectos de ordenamiento o reestructuración del Estado con el fin de garantizar el orden interno y encaminar al país por la senda del “progreso”, término tan invocado por las elites decimonónicas. De estos grupos, escogí tres, relativamente articulados (el proyecto autoritario de Manuel Ignacio de Vivanco, el programa “liberal” del Club Progresista y la opción pragmática de Ramón Castilla), como también pude en parte abordar otros que operaron en el mismo periodo (el “panperuanista” con énfasis andino de Agustín Gamarra o el confederativo con vocación internacionalista de Andrés de Santa Cruz).

El trabajo, además, pretende ensayar una “historia comparada” recurriendo a otros escenarios históricos similares ocurridos en algunos países de América Latina. Dentro del abanico de posibilidades, elegí las experiencias de Chile, Argentina, Ecuador y México ya sea por ser escenarios análogos (Ecuador y México, con fuerte presencia de población indígena), marcadamente opuestos (Argentina, país “vacío” que se reinventa con la inmigración europea) o por intenso contacto político y comercial con nuestro país (Chile).

En resumen, el objetivo es presentar las ideas y objetivos que rodearon a estos tres movimientos (el vivanquismo, el Club Progresista o el castillismo), establecer qué grupos de presión o de interés los apoyaron, y escudriñar hasta qué punto esos proyectos eran viables teniendo en cuenta la compleja realidad peruana del siglo XIX. Este análisis se hace tomando en cuenta el discurso político del “vivanquismo” y del “Club Progresista” (a través de sus periódicos La Guardia Nacional y El Progreso, respectivamente) y de las medidas pragmáticas y clientelistas de Ramón Castilla.
Sigue leyendo