Poemas de Alessandro Caviglia

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Fragmentos de Extinción iluminada del cuerpo

A Luis Hernández

La orilla de tu voz
lamiendo la arena ausente de mi alma;
el mar que ruge descuelga peces atormentados
mientras en otra orilla espero
distante
esa, tu voz,
tu luz apagada.

* * *

No estrechéis esa mano
(Cernuda).

Per tutti la morte ha uno sguardo
(Pavese)

Entre las sombras, los dedos,
la cerilla encendida,
entre el paso nocturno
se encuentra mi hálito, mi memoria,
andando parejos
sobre la sabbia en una noche de Agosto
cuando el aire lleva del arrabal a la encina
el beso helado, infinito.

No beses esos labios que se abren
para pronunciar tu nombre
que son como la muerte que llama
somnolienta
esperando por ti, por mí.

* * *
La vida es miserable, especialmente si se la pasa en los campos de Saint Louis y se es negro. Agotador resulta trabajar todo el día el tabaco o la caña, bajo él sol, yendo de lugar en lugar para ver si hay faena y dinero. La esclavitud terminó, pero la pobreza puede resultar un amo ineludible, si vives en el Memphis y eres negro. Gracias a Dios, después de la faena, caída la noche, existe el aguardiente y la guitarra, los amigos, y lamento

s que cantar. Pero en el cruce de caminos del Memphis, ya de vuelta a casa, uno puede encontrarse con el mismo demonio y su séquito, especialmente durante las noches de luna llena. En aquellos parajes cuentan atemorizados haberlo visto.

Dicen además que Robert Johnson, guitarrista, cantante y compositor de Blues, tuvo la compañía del Señor de los cruces nocturnos. Aquél encuentro fue tal que el demonio nunca lo abandonó. Con él derribó a varios reyes del Blues. Desde entonces se oyó, y aún hoy se puede oír, a ambos tocando al mismo tiempo la guitarra, que parece haber dos guitarras allí donde sólo se toca una y dos artistas donde, en apariencia, está sólo él.

* * *

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Jalla Santiago 2008

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Jalla Santiago 2008

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

La presente edición de Jalla 2008 ha congregado a diversos especialistas en los estudios literarios latinoamericanos de todo el mundo. Desde Perú llegaron Daniel Matthews (San Marcos),Carlos García Bedoya (San Marcos), Enrique Rosas Paravicino (UNSAAC) y Eduardo Huarag (PUCP). No llegaron Dorián Espezua, Yasmín Lopez Lenci, Marcel Velásquez (San Marcos) y Nécker Salazar (Villarreal). Sin embargo, llegaron ponentes peruanos provenientes de Canadá y EEUU, tales como Ricardo Montoya (Western Ontario), Augusto Voysest (Beloit College, EEUU) y quien escribe esta nota por la PUCP. La organización del evento recayó en el connotado crítico chileno Grinor Rojo quien asumió el reto de reivindicar a la ciudad anfitriona luego de que la edición anterior en Santiago no tuviera la acogida esperada.

Mi ponencia titulada “La democracia liberal, el Arequipazo y el rol de los intelectuales en el Perú” fue programada para el lunes 11 en la segunda mesa que trataría sobre “La democracia en América Latina”. La ponencia tuvo una buena recepción de parte del auditorio a pesar de que los sucesos del Arequipazo fueran totalmente desconocidos para los asistentes chilenos, venezolanos, argentinos y brasileños (estos últimos conformaron la delegación más numerosa). Esta distancia acerca del tema me obligó a contrastar los conflictos sociales peruanos con lo de Bolivia, Ecuador y Venezuela, lo cual surtió efecto ya que aproximó a los asistentes a un realidad compartida por todos los latinoamericanos: por qué en momentos de aparente auge económico en algunos países latinoamericanos susbsite la desigualdad y la pobreza y son más frecuentes los conflictos sociales. La ponencia que más que agradó sobre todo por su didactismo y amenidad fue “Poder político y saber académico” de Bernardo Subercasseaux (Universidad de Chile) que giró en torno a los contenidos de los seminarios sobre política y sociedad realizados en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Aquella dictadura no solo estuvo avalada por la fuerza sino por cierto discurso investido de academicismo que intentaba justificar la restricción de las libertades individuales, políticas y sociales, en aras del orden interno y la seguridad nacional. Subercasseaux explicó muy bien cómo ciertas nociones como la libertad de prensa y derechos humanos son desestimadas por los regímenes autoritarios al amparo de determinado saber académico que lo refrenda.

INCIDENCIAS DEL EVENTO

Luego de mi intervención y debido a una breve alusión que hice sobre los medios de comunicación en Venezuela, fue que la profesora Gabriela Iturriza (venezolana que cursa estudios de doctorado en Canadá) me preguntó acerca de la correlación de aquellos hechos con la realidad peruana. Acoté que los dictadores de hoy no son como los de antaño: ya no pretenden tomar el poder mediante un golpe de estado sino que llegan a él por las urnas. Y ya aprendieron también que tomando el control de los medios aseguran su influencia en la opinión pública. Solo que mientras algunos lo hicieron muy hábilmente como Fujimori y Montesinos, Chávez puso en movimiento todo un aparato estatal y mediático que internacionalmente lo desprestigió mucho y que, no obstante, generó toda una corriente de respaldo en los países cuyos gobernantes son próximos a Chávez como Ecuador, Bolivia y Nicaragua.

Devolviendo la atención prestada por la profesora Iturriza, asistí a su mesa al día siguiente cuya ponencia “Discurso presidencial, prensa caraqueña y reformas constitucionales” trató sobre el rol de los medios de comunicación en Venezuela en los momentos actuales de evidente intervención y presión del régimen chavista. Igualmente interesante estuvo la ponencia “El femicidio según los medios de comunicación chilenos: otra forma de violencia contra la mujer” de Claudia Lagos quien a través del análisis del discurso y de los estudios de género nos brindó un análisis de las noticias periodísticas vinculadas a crímenes contra mujeres. Claudia mostró cómo la gravedad del crimen se atenúa mediante determinados calificativos y cómo también se invisibiliza a la víctima, lo cual consiste en otra forma de violencia contra la mujer en la medida que no solo se desvirtúa la agresión contra ella, sino que se le imprime una mirada que imposibilita reconocer que existe dicha agresión.

Al iniciarse la ronda de preguntas, Gabriela Iturriza cedió la palabra a la profesora Daniuska González para que respondiera la inquietud que yo plantee acerca de si existía en Venezuela una resistencia intelectual o artística contra el poder chavista. La respuesta de Claudia fue contundente: no la hay, ni siquiera en los espacios que tradicionalmente mantuvieron una postura crítica frente a otros gobiernos, como es el caso de la UCV (Universidad Central de Venezuela). Agregó que el caso venezolano es muy peculiar ya que no puede ser catalogado como “dictadura” o “democracia”: ¿puede ser lo un gobierno que llegó al poder mediante las urnas y que goza de respaldo popular? Sin ánimo de avalar a Chávez, lo cierto es que desde afuera parece más sencillo etiquetar la realidad venezolana; sin embargo, Daniuska nos explicó detenidamente las razones por las que en Venezuela las cosas aun no están tan claras: no existe una teorización sobre el “socialismo del siglo XXI”, frecuentemente mencionado por Hugo Chávez para referirse al proceso revolucionario en su país. Esto pareciera ser más un esfuerzo gaseoso por darle forma o nombre a un proceso que nada tiene que ver con el nuevo socialismo del siglo XXI (socialdemócrata, moderadamente liberal y respetuoso de los derechos humanos e individuales).

Otra ponencia que me agradó fue la del profesor sanmarquino Carlos García-Bedoya titulada “Hacia un nuevo humanismo. Por una epistemología dialógica intercultural” en la que se cuestiona el frecuente ninguneo de parte de la academia norteamericana y europea por los estudios en ciencias sociales realizados en América Latina. A ello contribuyen, en parte, la gran cantidad de información disponible en inglés, lo que obliga a muchos investigadores europeos, asiáticos y latinoamericanos a escribir en la lengua de Shakespeare para asegurar mayor difusión a sus trabajos. Esto redunda en la progresiva marginación de los trabajos publicados en español y portugués que siendo igualmente valiosos, no llegan a ser integrados a las comunidades académicas con la misma velocidad de las publicaciones en inglés. Otro motivo consiste en la masiva cantidad de investigadores que consolidan sus trabajos en las universidades más prestigiosas de EEUU y Europa, pero que pierden distancia de la agenda de investigación de su localidad al insertarse en los planes establecidos por los departamentos académicos del primer mundo. Al preguntarle sobre la necesidad de una teoría literaria latinoamericana, el profesor García Bedoya se inclinó más por la constitución de un diálogo equilibrado entre lo que hacemos aquí y lo que se hace allá, puesto que mientras subsista el ninguneo, todo aquello que se produce en nuestras comunidades no circulará más allá de nuestras fronteras. No se trata entonces de buscar una esencia epistemológica latinoamericana, sino de enriquecernos con los aportes que provengan de afuera, pero sin perder de vista nuestra propia agenda de investigación.

En fin, dar cuenta de todas las ponencias a las que asistí no cabría en este espacio. Simplemente, debo resaltar que la organización del evento estuvo a la altura de las circunstancias y que la mejor de las mesas de Jalla, además de las mencionadas, estuvo en los intermedios, en el café y en el almuerzo, donde se puede compartir, sin el apretado protocolo de una disertación, experiencias, conocimientos e impresiones de realidades latinoamericanas distantes y distintas, pero, a la vez, unidas por la inquietud de querer saber quiénes somos y adónde vamos.

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Jalla Santiago 2008

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Jalla Santiago 2008

Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

La presente edición de Jalla 2008 ha congregado a diversos especialistas en los estudios literarios latinoamericanos de todo el mundo. Desde Perú llegaron Daniel Matthews (San Marcos),Carlos García Bedoya (San Marcos), Enrique Rosas Paravicino (UNSAAC) y Eduardo Huarag (PUCP). No llegaron Dorián Espezua, Yasmín Lopez Lenci, Marcel Velásquez (San Marcos) y Nécker Salazar (Villarreal). Sin embargo, llegaron ponentes peruanos provenientes de Canadá y EEUU, tales como Ricardo Montoya (Western Ontario), Augusto Voysest (Beloit College, EEUU) y quien escribe esta nota por la PUCP. La organización del evento recayó en el connotado crítico chileno Grinor Rojo quien asumió el reto de reivindicar a la ciudad anfitriona luego de que la edición anterior en Santiago no tuviera la acogida esperada.

Mi ponencia titulada “La democracia liberal, el Arequipazo y el rol de los intelectuales en el Perú” fue programada para el lunes 11 en la segunda mesa que trataría sobre “La democracia en América Latina”. La ponencia tuvo una buena recepción de parte del auditorio a pesar de que los sucesos del Arequipazo fueran totalmente desconocidos para los asistentes chilenos, venezolanos, argentinos y brasileños (estos últimos conformaron la delegación más numerosa). Esta distancia acerca del tema me obligó a contrastar los conflictos sociales peruanos con lo de Bolivia, Ecuador y Venezuela, lo cual surtió efecto ya que aproximó a los asistentes a un realidad compartida por todos los latinoamericanos: por qué en momentos de aparente auge económico en algunos países latinoamericanos susbsite la desigualdad y la pobreza y son más frecuentes los conflictos sociales. La ponencia que más que agradó sobre todo por su didactismo y amenidad fue “Poder político y saber académico” de Bernardo Subercasseaux (Universidad de Chile) que giró en torno a los contenidos de los seminarios sobre política y sociedad realizados en Chile durante la dictadura de Augusto Pinochet. Aquella dictadura no solo estuvo avalada por la fuerza sino por cierto discurso investido de academicismo que intentaba justificar la restricción de las libertades individuales, políticas y sociales, en aras del orden interno y la seguridad nacional. Subercasseaux explicó muy bien cómo ciertas nociones como la libertad de prensa y derechos humanos son desestimadas por los regímenes autoritarios al amparo de determinado saber académico que lo refrenda.

INCIDENCIAS DEL EVENTO

Luego de mi intervención y debido a una breve alusión que hice sobre los medios de comunicación en Venezuela, fue que la profesora Gabriela Iturriza (venezolana que cursa estudios de doctorado en Canadá) me preguntó acerca de la correlación de aquellos hechos con la realidad peruana. Acoté que los dictadores de hoy no son como los de antaño: ya no pretenden tomar el poder mediante un golpe de estado sino que llegan a él por las urnas. Y ya aprendieron también que tomando el control de los medios aseguran su influencia en la opinión pública. Solo que mientras algunos lo hicieron muy hábilmente como Fujimori y Montesinos, Chávez puso en movimiento todo un aparato estatal y mediático que internacionalmente lo desprestigió mucho y que, no obstante, generó toda una corriente de respaldo en los países cuyos gobernantes son próximos a Chávez como Ecuador, Bolivia y Nicaragua.

Devolviendo la atención prestada por la profesora Iturriza, asistí a su mesa al día siguiente cuya ponencia “Discurso presidencial, prensa caraqueña y reformas constitucionales” trató sobre el rol de los medios de comunicación en Venezuela en los momentos actuales de evidente intervención y presión del régimen chavista. Igualmente interesante estuvo la ponencia “El femicidio según los medios de comunicación chilenos: otra forma de violencia contra la mujer” de Claudia Lagos quien a través del análisis del discurso y de los estudios de género nos brindó un análisis de las noticias periodísticas vinculadas a crímenes contra mujeres. Claudia mostró cómo la gravedad del crimen se atenúa mediante determinados calificativos y cómo también se invisibiliza a la víctima, lo cual consiste en otra forma de violencia contra la mujer en la medida que no solo se desvirtúa la agresión contra ella, sino que se le imprime una mirada que imposibilita reconocer que existe dicha agresión.

Al iniciarse la ronda de preguntas, Gabriela Iturriza cedió la palabra a la profesora Daniuska González para que respondiera la inquietud que yo plantee acerca de si existía en Venezuela una resistencia intelectual o artística contra el poder chavista. La respuesta de Claudia fue contundente: no la hay, ni siquiera en los espacios que tradicionalmente mantuvieron una postura crítica frente a otros gobiernos, como es el caso de la UCV (Universidad Central de Venezuela). Agregó que el caso venezolano es muy peculiar ya que no puede ser catalogado como “dictadura” o “democracia”: ¿puede ser lo un gobierno que llegó al poder mediante las urnas y que goza de respaldo popular? Sin ánimo de avalar a Chávez, lo cierto es que desde afuera parece más sencillo etiquetar la realidad venezolana; sin embargo, Daniuska nos explicó detenidamente las razones por las que en Venezuela las cosas aun no están tan claras: no existe una teorización sobre el “socialismo del siglo XXI”, frecuentemente mencionado por Hugo Chávez para referirse al proceso revolucionario en su país. Esto pareciera ser más un esfuerzo gaseoso por darle forma o nombre a un proceso que nada tiene que ver con el nuevo socialismo del siglo XXI (socialdemócrata, moderadamente liberal y respetuoso de los derechos humanos e individuales).

Otra ponencia que me agradó fue la del profesor sanmarquino Carlos García-Bedoya titulada “Hacia un nuevo humanismo. Por una epistemología dialógica intercultural” en la que se cuestiona el frecuente ninguneo de parte de la academia norteamericana y europea por los estudios en ciencias sociales realizados en América Latina. A ello contribuyen, en parte, la gran cantidad de información disponible en inglés, lo que obliga a muchos investigadores europeos, asiáticos y latinoamericanos a escribir en la lengua de Shakespeare para asegurar mayor difusión a sus trabajos. Esto redunda en la progresiva marginación de los trabajos publicados en español y portugués que siendo igualmente valiosos, no llegan a ser integrados a las comunidades académicas con la misma velocidad de las publicaciones en inglés. Otro motivo consiste en la masiva cantidad de investigadores que consolidan sus trabajos en las universidades más prestigiosas de EEUU y Europa, pero que pierden distancia de la agenda de investigación de su localidad al insertarse en los planes establecidos por los departamentos académicos del primer mundo. Al preguntarle sobre la necesidad de una teoría literaria latinoamericana, el profesor García Bedoya se inclinó más por la constitución de un diálogo equilibrado entre lo que hacemos aquí y lo que se hace allá, puesto que mientras subsista el ninguneo, todo aquello que se produce en nuestras comunidades no circulará más allá de nuestras fronteras. No se trata entonces de buscar una esencia epistemológica latinoamericana, sino de enriquecernos con los aportes que provengan de afuera, pero sin perder de vista nuestra propia agenda de investigación.

En fin, dar cuenta de todas las ponencias a las que asistí no cabría en este espacio. Simplemente, debo resaltar que la organización del evento estuvo a la altura de las circunstancias y que la mejor de las mesas de Jalla, además de las mencionadas, estuvo en los intermedios, en el café y en el almuerzo, donde se puede compartir, sin el apretado protocolo de una disertación, experiencias, conocimientos e impresiones de realidades latinoamericanas distantes y distintas, pero, a la vez, unidas por la inquietud de querer saber quiénes somos y adónde vamos.

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Alonso Cueto y Jorge Edwards en la XIII Feria Internacional del Libro

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Arturo Caballero

El pasado jueves 24 de julio se inicio la 13ª edición de la Feria Internacional del Libro en Lima. En el marco de la feria, tienen lugar diversas presentaciones de libros y conversatorios. En la sala Ricardo Palma estuvieron el escritor peruano Alonso Cueto y el chileno Jorge Edwards. La sala congregó a una nutrida cantidad de asistentes que disfrutaron de las sabrosas anécdotas de Edwards en contraste con un más bien parco y anodino Cueto que se limitó a interrogar y soltar algunos comentarios sobre las opiniones vertidas por Edwards. Le faltó algo de ritmo a la conversación de Cueto y, de no ser por la chispa del autor de Persona non grata, de seguro la conferencia hubiera sido muy aburrida.

Como era de esperarse, Edwards brindó algunas semblanzas de los escritores que conoció a lo largo de su vasta trayectoria como escritor y diplomático. Mencionó que si bien Neruda era un gran lector de poesía no lo era así de novela contemporánea salvo la novela negra y policial. Recalcó el hecho de que Neruda, como indicaron otros escritores que lo conocieron, tenía un gusto exquisito para la comida, la bebida y las mujeres.

De otra parte, también aludió a la situación de los escritores latinoamericanos durante los años cincuenta y sesenta en comparación a la actual: a diferencia de lo que sucede hoy con la globalización de los mercados y el consumo en la que la industria editorial puede asegurar practicamente la cobertura mundial de un escritor, en aquellos años no se sabía lo que “sucedía a la vuelta de la esquina”. Los escritores estaban aislados y solo mantenían contacto epistolar a traves de congresos o esporádicos encuentros en eventos internacionales, pero el grueso de los escritores nuevos era totalmente desconocido para el lector latinoamericano común y corriente.

Otra ventaja de la que gozan los actuales escritores, indicó, es que la gran oferta de premio literarios incentiva la producción y la edición de libros a niveles que en los cincuenta era difícil imaginar. En este sentido, Edwards confirma lo que opinaba su compatriota José Donoso en su célebre Historia personal del boom respecto a lo conservadores que eran los editores latinoamericanos a la hora de publicar: no se arriesgaban por los escritores jóvenes ni por textos demasiado experimentales sino que apelaban a los clásicos latinoamericanos y europeos del siglo XIX y principios del XX. Asimismo, contrastó el hecho de que los jovenes escritores de su generación encontraban mayor satisfacción en recibir una buena crítica de los escritores mayores ya consagrados quienes, a pesar de gozar de ese status, no se encontraban tan distantes de los más noveles. A veces de buena otra de mala gana pero siempre tenían algo que decir sobre lo que recibian de aquellos que se iniciaban en el arte de escribir. Esto por ejemplo, hoy es inexistente: el exito editorial suele distanciar a los escritores de su entorno inmediato y dudo mucho que dispongan del tiempo y de las ganas para leer los borradores de los nuevos escritores.

Al final del conversatorio intercambié algunas breves impresiones con Edwards acerca de la necesidad de la experiencia europea para los actuales escritores latinoamericanos en comparación con los del boom. A su modo de ver, esto hoy ya no es un imperativo debido a la globalización de la industria editorial y al internet, las cuales no hacen indispensable la presencia del autor en el lugar salvo para promociones o giras. Sin embargo, indicó que siempre será un aliciente más para cualquier escritor tener la experiencia europea donde el mercado editorial es mucho más desarrollado que en nuestro continente.

La gente se iba agolpando cada vez más torno al escritor chileno quien decidió continuar la firma de sus libros en el stand de Chile, país invitado a la feria mientras este náufrago continuó explorando en los distintos stands en busca en algo interesante para leer. Mañana continuamos con más acerca de la FIL 2008.

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Alonso Cueto y Jorge Edwards en la XIII Feria Internacional del Libro

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Arturo Caballero

El pasado jueves 24 de julio se inicio la 13ª edición de la Feria Internacional del Libro en Lima. En el marco de la feria, tienen lugar diversas presentaciones de libros y conversatorios. En la sala Ricardo Palma estuvieron el escritor peruano Alonso Cueto y el chileno Jorge Edwards. La sala congregó a una nutrida cantidad de asistentes que disfrutaron de las sabrosas anécdotas de Edwards en contraste con un más bien parco y anodino Cueto que se limitó a interrogar y soltar algunos comentarios sobre las opiniones vertidas por Edwards. Le faltó algo de ritmo a la conversación de Cueto y, de no ser por la chispa del autor de Persona non grata, de seguro la conferencia hubiera sido muy aburrida.

Como era de esperarse, Edwards brindó algunas semblanzas de los escritores que conoció a lo largo de su vasta trayectoria como escritor y diplomático. Mencionó que si bien Neruda era un gran lector de poesía no lo era así de novela contemporánea salvo la novela negra y policial. Recalcó el hecho de que Neruda, como indicaron otros escritores que lo conocieron, tenía un gusto exquisito para la comida, la bebida y las mujeres.

De otra parte, también aludió a la situación de los escritores latinoamericanos durante los años cincuenta y sesenta en comparación a la actual: a diferencia de lo que sucede hoy con la globalización de los mercados y el consumo en la que la industria editorial puede asegurar practicamente la cobertura mundial de un escritor, en aquellos años no se sabía lo que “sucedía a la vuelta de la esquina”. Los escritores estaban aislados y solo mantenían contacto epistolar a traves de congresos o esporádicos encuentros en eventos internacionales, pero el grueso de los escritores nuevos era totalmente desconocido para el lector latinoamericano común y corriente.

Otra ventaja de la que gozan los actuales escritores, indicó, es que la gran oferta de premio literarios incentiva la producción y la edición de libros a niveles que en los cincuenta era difícil imaginar. En este sentido, Edwards confirma lo que opinaba su compatriota José Donoso en su célebre Historia personal del boom respecto a lo conservadores que eran los editores latinoamericanos a la hora de publicar: no se arriesgaban por los escritores jóvenes ni por textos demasiado experimentales sino que apelaban a los clásicos latinoamericanos y europeos del siglo XIX y principios del XX. Asimismo, contrastó el hecho de que los jovenes escritores de su generación encontraban mayor satisfacción en recibir una buena crítica de los escritores mayores ya consagrados quienes, a pesar de gozar de ese status, no se encontraban tan distantes de los más noveles. A veces de buena otra de mala gana pero siempre tenían algo que decir sobre lo que recibian de aquellos que se iniciaban en el arte de escribir. Esto por ejemplo, hoy es inexistente: el exito editorial suele distanciar a los escritores de su entorno inmediato y dudo mucho que dispongan del tiempo y de las ganas para leer los borradores de los nuevos escritores.

Al final del conversatorio intercambié algunas breves impresiones con Edwards acerca de la necesidad de la experiencia europea para los actuales escritores latinoamericanos en comparación con los del boom. A su modo de ver, esto hoy ya no es un imperativo debido a la globalización de la industria editorial y al internet, las cuales no hacen indispensable la presencia del autor en el lugar salvo para promociones o giras. Sin embargo, indicó que siempre será un aliciente más para cualquier escritor tener la experiencia europea donde el mercado editorial es mucho más desarrollado que en nuestro continente.

La gente se iba agolpando cada vez más torno al escritor chileno quien decidió continuar la firma de sus libros en el stand de Chile, país invitado a la feria mientras este náufrago continuó explorando en los distintos stands en busca en algo interesante para leer. Mañana continuamos con más acerca de la FIL 2008.

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Poemas de Frank Otero Luque

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Frank Otero Luque
frankoteroluque@yahoo.com

[texto completo]

EL REAL MONARCA

Soy un Rey
en perpetuo jaque,
flanqueado por la Torre de tu orgullo,
por el Alfil desbocado de tu ira
y por la Reina
de tu indiferencia lacerante.

Soy un Rey loco, delirante,
que, poco a poco,
regresa a la caja de su empaque,
lejos del alcance de tu mira,
y renuncia
al juego y al barullo.

Soy un Rey, mas no soy tuyo.
Reptando y sin ahínco,
dejé al Caballo dar un brinco
y echarme del tablero;
al recuadro
sesenta y cinco.

Cual mal Peón, peor obrero,
frente al cuadro y al espejo,
con horror
a otro Rey venero:
Es un viejo.
Está acabado.

Descubro, en un momento,
que en minúsculas soy rey
ante la Parca.
¡Un esperpento!

Pido perdón.
Pisoteado el corazón,
he hallado al corazón…
¡El Real Monarca!

LAGARTIJA SIN COLA

Lagartija / con la cola cortada.
Botija embrujada / que nunca se llena.
Ola rompiendo / en marejada,
como ánima errante / y en pena.

Como cuarto menguante,
como sol eclipsado;
como queso mordido;
como sordo llamado,
como ahogado bramido.

Como beso volado,
como copa sin vino;
capitán sin destino
y navío perdido.

¡Cómo duele el olvido!

¡Cómo llena el pasado!

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EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVI-XIX

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Víctor Condori
Historiador

La importancia económica de la ciudad y región se iniciaron con la fundación española de la “muy noble y muy leal” ciudad de Arequipa, ocurrida un 15 de agosto, día de la Asunción de la virgen María, de 1540. A partir de ese momento, la futura Ciudad Blanca, comenzó a existir para la historia del Perú.

En los primeros años posteriores a su fundación, la ciudad de Arequipa tuvo una existencia marginal como muchas otras ciudades, frente a los principales centros urbanos: Lima, sede del gobierno virreinal y Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Así, ante la ausencia de grandes minas, abundantes tesoros y numerosas poblaciones indígenas que repartir y aprovechar, la principal fuente de riqueza radicó en la tierra y en los beneficios que de ella se podían extraer.

La explotación del suelo no fue una tarea difícil, pese a la aparente aridez de la región. Con algo de riego y un poco de paciencia los cultivos habrían de surgir prodigiosamente para proporcionar al labriego el producto de su esfuerzo.

Como era de esperarse, la nueva población española de gustos mediterráneos, prescindió de los cultivos autóctonos, es decir el maíz y la papa, a fin de favorecer a aquellos provenientes de la península como el trigo y la vid. De igual modo sucedió con la chicha, ancestral bebida americana, quedando limitada a los sectores indígenas y populares, mientras el vino se hacía imprescindible en las mesas de los vecinos y familias principales de la ciudad.

SIGLO XVI

a. Los inicios de la viticultura

En los primeros años de la ciudad, el abastecimiento de tan apreciado néctar se realizaba desde la península, importándose de la región española de Andalucía. Sin embargo, la irregularidad de los envíos y el alto costo de los mismos, impulsó a ciertos vecinos a experimentar con algunas parras en sus tierras solariegas y así, producir vino de manera domestica que, aunque en pequeñas cantidades, les permitió compensar su frecuente escasez en el mercado local.

Por los años de 1550, ya se podían hallar algunos viñedos plantados en los valles de Socabaya y Tiabaya, cuya producción progresivamente fue desplazando al irregular y costoso vino andaluz. No obstante ello, la producción vinatera debió haber sido todavía muy modesta, no solo por el carácter de su producción, sino, por lo reducido del mercado arequipeño. Así se infiere también de la crónica del observador y prolijo Pedro Cieza de León (1553), quien al referirse a Arequipa no hace ninguna mención al cultivo de la vid, sino más bien al trigo de quien dice “Dase en ella muy excellente trigo, del cual hacen pan bueno y sabroso”.

El descubrimiento del rico yacimiento de Potosí, en 1545 y la consecuente formación de un vasto circuito comercial en torno a este centro minero ubicado en el corazón de la actual Bolivia, generó grandes posibilidades de negocios para los encomenderos y vecinos arequipeños, sobre todo en la exportación de vinos. En este sentido, hacía 1557 el cabildo de Arequipa comisionó a Hernando Álvarez Carmona para investigar la Factibilidad de otorgar tierras en el cercano valle de Vítor, ubicado a un centenar de kilómetros de la ciudad; y en julio de ese año, se midieron numerosos terrenos los mismos que fueron rápidamente repartidos entre los principales vecinos de la ciudad. Aunque se trató de pequeñas propiedades, la tierra era muy buena y el clima, mejor.

A mediados de 1570, una gran parte de los terrenos en el valle de Vítor se hallaban sembrados con viñas y en creciente producción. Muy a pesar de los Edictos Reales que intentaban prohibir la fabricación de vinos en las colonias, para de este modo proteger a los vinateros peninsulares. Pero, como los comerciantes españoles nunca pudieron satisfacer completamente la demanda colonial, ni en cantidad ni en precio, la industria vinatera local siguió creciendo hasta convertirse en la base de la economía regional.

Para el año de 1580, el cultivo de la vid y por ende la elaboración de vinos se habían rápidamente extendido desde Vítor hacia los vecinos valles de Siguas, Majes y Tambo. Consecuentemente, la producción regional que hasta esos años no había pasado de unas cuantas botijas de vino al año, se elevó considerablemente hasta alcanzar las 100,000 botijas. Tan enormes volúmenes se obtuvieron muy a pesar del terremoto del 22 de enero de 1582 (X grados de intensidad), el primero en la historia de la ciudad y que según el padre Víctor M. Barriga “todos los vinos de los valles se perdieron con las vasijas y bodegas”.

(Lea el artículo completo en Letras del Sur) Sigue leyendo

EL VINO Y AREQUIPA: Siglos XVI-XIX

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Víctor Condori
Historiador

La importancia económica de la ciudad y región se iniciaron con la fundación española de la “muy noble y muy leal” ciudad de Arequipa, ocurrida un 15 de agosto, día de la Asunción de la virgen María, de 1540. A partir de ese momento, la futura Ciudad Blanca, comenzó a existir para la historia del Perú.

En los primeros años posteriores a su fundación, la ciudad de Arequipa tuvo una existencia marginal como muchas otras ciudades, frente a los principales centros urbanos: Lima, sede del gobierno virreinal y Cuzco, la antigua capital del Imperio de los Incas. Así, ante la ausencia de grandes minas, abundantes tesoros y numerosas poblaciones indígenas que repartir y aprovechar, la principal fuente de riqueza radicó en la tierra y en los beneficios que de ella se podían extraer.

La explotación del suelo no fue una tarea difícil, pese a la aparente aridez de la región. Con algo de riego y un poco de paciencia los cultivos habrían de surgir prodigiosamente para proporcionar al labriego el producto de su esfuerzo.

Como era de esperarse, la nueva población española de gustos mediterráneos, prescindió de los cultivos autóctonos, es decir el maíz y la papa, a fin de favorecer a aquellos provenientes de la península como el trigo y la vid. De igual modo sucedió con la chicha, ancestral bebida americana, quedando limitada a los sectores indígenas y populares, mientras el vino se hacía imprescindible en las mesas de los vecinos y familias principales de la ciudad.

SIGLO XVI

a. Los inicios de la viticultura

En los primeros años de la ciudad, el abastecimiento de tan apreciado néctar se realizaba desde la península, importándose de la región española de Andalucía. Sin embargo, la irregularidad de los envíos y el alto costo de los mismos, impulsó a ciertos vecinos a experimentar con algunas parras en sus tierras solariegas y así, producir vino de manera domestica que, aunque en pequeñas cantidades, les permitió compensar su frecuente escasez en el mercado local.

Por los años de 1550, ya se podían hallar algunos viñedos plantados en los valles de Socabaya y Tiabaya, cuya producción progresivamente fue desplazando al irregular y costoso vino andaluz. No obstante ello, la producción vinatera debió haber sido todavía muy modesta, no solo por el carácter de su producción, sino, por lo reducido del mercado arequipeño. Así se infiere también de la crónica del observador y prolijo Pedro Cieza de León (1553), quien al referirse a Arequipa no hace ninguna mención al cultivo de la vid, sino más bien al trigo de quien dice “Dase en ella muy excellente trigo, del cual hacen pan bueno y sabroso”.

El descubrimiento del rico yacimiento de Potosí, en 1545 y la consecuente formación de un vasto circuito comercial en torno a este centro minero ubicado en el corazón de la actual Bolivia, generó grandes posibilidades de negocios para los encomenderos y vecinos arequipeños, sobre todo en la exportación de vinos. En este sentido, hacía 1557 el cabildo de Arequipa comisionó a Hernando Álvarez Carmona para investigar la Factibilidad de otorgar tierras en el cercano valle de Vítor, ubicado a un centenar de kilómetros de la ciudad; y en julio de ese año, se midieron numerosos terrenos los mismos que fueron rápidamente repartidos entre los principales vecinos de la ciudad. Aunque se trató de pequeñas propiedades, la tierra era muy buena y el clima, mejor.

A mediados de 1570, una gran parte de los terrenos en el valle de Vítor se hallaban sembrados con viñas y en creciente producción. Muy a pesar de los Edictos Reales que intentaban prohibir la fabricación de vinos en las colonias, para de este modo proteger a los vinateros peninsulares. Pero, como los comerciantes españoles nunca pudieron satisfacer completamente la demanda colonial, ni en cantidad ni en precio, la industria vinatera local siguió creciendo hasta convertirse en la base de la economía regional.

Para el año de 1580, el cultivo de la vid y por ende la elaboración de vinos se habían rápidamente extendido desde Vítor hacia los vecinos valles de Siguas, Majes y Tambo. Consecuentemente, la producción regional que hasta esos años no había pasado de unas cuantas botijas de vino al año, se elevó considerablemente hasta alcanzar las 100,000 botijas. Tan enormes volúmenes se obtuvieron muy a pesar del terremoto del 22 de enero de 1582 (X grados de intensidad), el primero en la historia de la ciudad y que según el padre Víctor M. Barriga “todos los vinos de los valles se perdieron con las vasijas y bodegas”.

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Europa y la amenaza de las minorías culturales

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Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori

[fragmento]

Arturo Caballero

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica (2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria. Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha enseñado durante los últimos veinte años.

En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el multiculturalismo, partiendo de que la comprensión de ambos términos está sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y a la vez, diferenciar ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar, confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte, “Pluralismo y sociedad libre” trata sobre los límites que debe establecer una sociedad abierta para no verse socavada a sí misma por las excesivas concesiones otorgadas a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte, “Multiculturalismo y sociedad desmembrada” desarrolla el concepto de multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es por ello, que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que el pluralismo no es simplemente la existencia de variedad o diversidad, sino, además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros. También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a las ideologías del pensamiento único.

(…)

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a los que califica como “extraños”: “El inmigrante es, pues, distinto respecto a los distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad” (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción la de Sartori: “una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso”. Pero ¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro económico español, era común el adagio “África comienza al otro lado de los Pirineos”, lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas como el resto de naciones es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos. Pero al analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a Europa “como moscas a la miel” seducidos por la bonanza económica— y por la desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los migrantes actuales llegan a un continente rico pero escaso de oportunidades. Lo que olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación). Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia mediante el dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la supervivencia; en este caso, el término “migración” es un eufemismo de “huida” o “salvación”. En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental, propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales consideradas conflictivas: “… el hecho es que la integración se produce sólo a condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a integración sino a desintegración” (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto como una señal de resistencia a la integración, en contraste a los italianos que “se integraron a la perfección” (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los “extraños” para que sean menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de “ser europeos”. El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho, diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización de tinte neoliberal.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal punto que los extranjeros más “extraños” por la raza, lengua, costumbres y religión son considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación liberal.

Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de voto a los más extraños “este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris” (118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres, etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera, pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos— generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las causas del racismo ¡la tienen las víctimas! porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una convivencia armónica.

“Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería “racismo”? Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del que lo ha creado” (121).

Y más adelante agrega: “el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo” (122).
Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia? ¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los inmigrantes ilegales y por lo tanto resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana en el metro de Madrid o la de pandillas de skin heads contra estudiantes turcos en Alemania. Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales tiene como agravante el que sean “extraños” racial o culturalmente. Lo que Sartori no analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

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Una recusación a La sociedad multiétnica de Giovanni Sartori

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Arturo Caballero

¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración?

En este sentido, cabe preguntarnos ¿Cuándo el multiculturalismo alienta la desintegración? Giovanni Sartori elabora una respuesta en La sociedad multiétnica (2001). Sartori es reconocido internacionalmente como un experto en los problemas de la democracia occidental. Entre sus trabajos más importantes se encuentran Ingeniería constitucional comparada (1994), ¿Qué es la democracia? (1997), Homo videns: La sociedad teledirigida (1998) y Política: lógica y método en las ciencias sociales (2007).

De otra parte, alterna la investigación política con la docencia universitaria. Actualmente, es profesor emérito de la Columbia University de Nueva York, donde ha enseñado durante los últimos veinte años.

En La sociedad multiétnica, Sartori aborda el tema del pluralismo y el multiculturalismo, partiendo de que la comprensión de ambos términos está sumergida en un profundo malentendido cuyo desenlace deriva en la acentuación de los conflictos culturales. El objetivo del ensayo consiste en definir y a la vez, diferenciar ambos conceptos para que quede claro el riesgo que implica, en primer lugar, confundirlos, y en segundo lugar, exaltar el multiculturalismo. La primera parte, “Pluralismo y sociedad libre” trata sobre los límites que debe establecer una sociedad abierta para no verse socavada a sí misma por las excesivas concesiones otorgadas a las minorías en favor de un pluralismo ilimitado. La segunda parte, “Multiculturalismo y sociedad desmembrada” desarrolla el concepto de multiculturalidad en directa oposición al de pluralismo con el objeto de diferenciarlos para luego destacar los peligros que entraña una sociedad multicultural: su desintegración.

Si bien la noción de pluralismo es difícil de precisar, ya que, a través del tiempo ha adquirido diversos significados, ello no debe ser pretexto para evadir su explicación. Es por ello, que Sartori pretende reconstruir el justo valor de este concepto. Considera que el pluralismo no es simplemente la existencia de variedad o diversidad, sino, además, de reconocimiento de los derechos propios como extensivos a los otros. También implica interacción entre los elementos diversos mediante la discrepancia. En relación con esto último, destaca que la democracia liberal se ha construido sobre la base del reconocimiento de la diversidad, en la cual se practica el disenso en oposición a las ideologías del pensamiento único.

(…)

Migrantes, extraños y desintegrados

Pero el punto más cuestionable de la tesis de Sartori tiene que ver con los inmigrantes a los que califica como “extraños”: “El inmigrante es, pues, distinto respecto a los distintos de casa, a los distintos a los que estamos acostumbrados, porque es un extraño distinto (…) En resumen, que el inmigrado posee (…) un plus de diversidad, un extra o un exceso de alteridad” (107). De entrada, sitúa a los inmigrantes en una posición de amenaza potencial per se contra la sociedad que los acoge. Tal extrañeza la atribuye a determinadas diferencias radicales (religión y etnia) respecto a otras superables (lengua y costumbres). Entonces, habría algunos más y otros menos distintos. Curiosa distinción la de Sartori: “una política de inmigración (…) que no sabe o que no quiere distinguir entre las distintas extrañezas es una política equivocada destinada al fracaso”. Pero ¿acaso no existe extrañeza entre europeos y, sin ir muy lejos, al interior de sus naciones? El ex candidato a la presidencia en Francia, Jean Marie Le Pen, manifestó no sentirse representado por su selección de fútbol en alusión a la cantidad de jugadores de raza negra. Antes del partido por la final de la Eurocopa 2008, catalanes y vascos hinchaban por el equipo rival de España. Los migrantes de Europa Oriental son un poco más reconocidos que los africanos, árabes o latinoamericanos, pero solo un poco porque también representan una buena parte de la mano de obra barata que realiza los trabajos que la mayoría de europeos occidentales no quiere realizar. Antes del milagro económico español, era común el adagio “África comienza al otro lado de los Pirineos”, lo cual evidencia que la aceptación de que España y Portugal son tan europeas como el resto de naciones es reciente.

Cuando evalúa las causas de la migración europea hacia América, las justifica en tanto Europa exportaba migrantes hacia tierras despobladas y acogedoras en momentos que la explosión demográfica generaba una gran crisis. A ello cabría agregar las oleadas de refugiados por las guerras mundiales y la persecución a los judíos. Pero al analizar la migración hacia Europa concluye que las causas principales radican en la riqueza de las naciones europeas —es decir, los migrantes del Tercer Mundo llegan a Europa “como moscas a la miel” seducidos por la bonanza económica— y por la desidia de los europeos ante trabajos de menor jerarquía, los cuales son asumidos en gran parte por los migrantes. De esto se desprende que los europeos llegaron a un continente americano pobre, pero abundante en oportunidades, mientras que los migrantes actuales llegan a un continente rico pero escaso de oportunidades. Lo que olvida mencionar es el estado de devastación en que las antiguas potencias dejaron a sus colonias. Salvo las naciones integrantes de la Commonwealth, después de obtener la independencia, las naciones descolonizadas se debatieron en luchas intestinas por el poder entre caudillos que eran alentados según los intereses de la antigua metrópoli colonialista. Tampoco dice que las empresas transnacionales instaladas en los países subdesarrollados difícilmente aseguran el bienestar económico de la población local. (Las empresas europeas que extraen pescado del lago Victoria en África centroriental proveen ingentes cantidades de este alimento a los mercados europeos; sin embargo, el panorama alrededor de ellas es desolador: miseria, hambre y explotación). Ni de los regímenes totalitarios apoyados por gobiernos que perpetúan su influencia mediante el dictador de turno.

Dentro de este panorama nada auspicioso, es lógico que la migración no solo sea una vía para lograr una calidad de vida mejor, sino, sobre todo, una lucha por la supervivencia; en este caso, el término “migración” es un eufemismo de “huida” o “salvación”. En resumidas cuentas, tanto los europeos como los africanos y latinoamericanos migraron porque en sus tierras de origen no existían posibilidades de desarrollo: muy aparte de que el lugar de destino fuera próspero o miserable, la invasión del paraíso ajeno resultaba mejor que la conservación del infierno propio.

Respecto a la cesión de ciudadanía a los inmigrantes, opina que no garantiza en absoluto su integración a la sociedad que los acoge. Y en vista que los conflictos culturales tienden a agravarse en Europa debido a que los inmigrantes insisten en conservar sus costumbres, muchas de las cuales entran en conflicto con la sociedad occidental, propone que se restrinja la ciudadanía europea a los inmigrantes a condición de que se integren. Aunque no lo dice abiertamente, de este planteamiento se deduce que la integración de los inmigrantes pasa por renunciar a manifestaciones culturales consideradas conflictivas: “… el hecho es que la integración se produce sólo a condición de que los que se integran la acepten y la consideren deseable. Si no, no. La verdad banal es, entonces, que la integración se produce entre integrables y, por consiguiente, que la ciudadanía concedida a inmigrantes inintegrables no lleva a integración sino a desintegración” (114). El temor de Sartori es que los inmigrantes se conviertan en ciudadanos diferenciados debido a que no se sienten obligados a integrarse pese a que fueron beneficiados por la ciudadanía. Cita como ejemplo a los latinos que prefieren votar por sus similares durante las elecciones e interpreta esto como una señal de resistencia a la integración, en contraste a los italianos que “se integraron a la perfección” (115).

A continuación, mis observaciones. En primer lugar, define la integrabilidad según el grado de retribución del inmigrado para con la sociedad que le otorga ciudadanía; de ello se implica que esta es para Sartori una especie de bendición para el inmigrante o letra en blanco mediante la cual empeña su identidad a cambio de determinadas ventajas administrativas, civiles, políticas pero no culturales. Con ello, contradice su argumentación a favor de los derechos del ciudadano frente a la sujeción de los súbditos y los privilegios de las élites. Tal como lo expone en sus ejemplos, la ciudadanía no aparece como un derecho consustancial al ser humano, sino como un favor que determinados estados-nación otorgan a los migrantes, a los “extraños” para que sean menos raros a los ojos de los locales. Los migrantes deberían entonces sentirse agradecidos y no pecar de ingratos, puesto que adquirieron el privilegio de “ser europeos”. El error en su razonamiento es que, paradójicamente, convierte a la ciudadanía en un privilegio que los europeos otorgan a los migrantes, deslegitimando su propia argumentación de la ciudadanía como derecho.

Sin embargo, en segundo lugar, lo más grave es que siendo un intelectual de la izquierda liberal no contemple en absoluto la noción de ciudadanía universal, un proyecto que la izquierda democrática contemporánea no debe soslayar y que, de hecho, diversos académicos, intelectuales y activistas sociales están esforzándose por consolidar para sacar del marasmo a aquella izquierda anquilosada en el nacionalismo confrontacional, en la teoría cultural o en las excesivas concesiones a la globalización de tinte neoliberal.

En tercer lugar, los ejemplos que utiliza para fustigar la resistencia a la integración son bastante cuestionables. Si bien la adquisición de la ciudadanía no garantiza la integración del migrante, tampoco garantiza su reconocimiento de parte de la sociedad muy aparte de formalidades administrativas como poseer una cédula de identidad o un pasaporte. ¿Acaso la libre asociación por afinidades espontáneas no es un postulado del liberalismo político? A gran parte de los inmigrantes latinos, africanos o árabes no les queda otra opción que asociarse entre sus similares al interior de una sociedad que los discrimina con o sin ciudadanía y frente a un gobierno como el actual en los Estados Unidos que pretende solucionar la inmigración ilegal con un muro de contención. El error consecuente de la apreciación que expone sobre los latinos es la generalización con la que los trata, es decir, como un bloque que rechaza la integración a la sociedad norteamericana y no como la estrategia de un sector de los inmigrantes que no ha obtenido la ciudadanía cultural a pesar que sus documentos digan que es estadounidense o ciudadano comunitario. Por otro lado, Sartori pierde de vista la responsabilidad de las erradas políticas gubernamentales para enfrentar el problema migratorio. El gobierno de los Estados Unidos bajo la administración Bush ha promovido la paranoia entre los ciudadanos por el tema de la seguridad nacional después del 11 de septiembre, a tal punto que los extranjeros más “extraños” por la raza, lengua, costumbres y religión son considerados una potencial amenaza. Esta situación diluye la dicotomía entre extrañezas superables y radicales expuestas por el autor: al final el extraño será siempre una amenaza si se lo aprecia con los ojos de quien ve a un alien. ¿Cómo espera entonces Sartori que reaccione un latinoamericano si en Estados Unidos o en Europa lo tratan como ciudadano de segunda clase?

El cuarto error, en relación con lo anterior, es que el connotado politólogo italiano confunde ciudadanía con nacionalidad. Por ello, no me extrañaría que los parlamentarios europeos hayan leído a Sartori antes de aprobar la criminalización de la inmigración, ya que plantear que Europa cierre la inmigración y exija a los inmigrantes que se integren sí o sí —sin tomar en cuenta los obstáculos existentes desde la sociedad occidental que se ve a sí misma como el único centro— es una medida tan arbitraria como la resolución del parlamento europeo. Esta propuesta que salvaguarda los intereses europeos sí es realmente arbitraria porque exige como condición para otorgar ciudadanía la renuncia a la identidad cultural propia sí esta es conflictiva (¿podemos meter en un mismo saco el velo islámico y la muerte por apedreamiento a las adúlteras?). Lo otorgado en el análisis de Sartori no es la ciudadanía, sino la nacionalidad, es decir, la documentación necesaria que sustenta la pertenencia a determinado estado-nación con los consecuentes deberes y derechos contemplados para tales ciudadanos. En cambio, la ciudadanía es una categoría mucho más amplia que la nacionalidad, sobre todo en un contexto de globalización como el actual en el que los estados-nación se encuentran en crisis y las fronteras económicas y culturales se derrumban. Tal amplitud provee al ser humano de una ciudadanía global cuyos antecedentes más importantes son la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano en 1789 en el marco de la Revolución Francesa y la Declaración universal de los derechos humanos aprobada por las Naciones Unidas en 1948. Por lo tanto, la ciudadanía no se puede otorgar como quien emite un pasaporte porque ya es un derecho humano universal. No obstante, sorprende que un liberal de izquierda como dice ser Sartori desconozca que la universalidad de los derechos humanos fue una reivindicación liberal.

Si su análisis sobre el problema migratorio en Europa era en mucho censurable, su explicación sobre las causales del racismo se llevan el premio mayor. Luego de concluir que de la ciudadanía no se deriva la integración, afirma que si se concede el derecho de voto a los más extraños “este servirá, con toda probabilidad, para hacerles intocables en las aceras, para imponer sus fiestas religiosas (el viernes) e, incluso (son problemas en ebullición en Francia), el chador a las mujeres, la poligamia y la ablación del clítoris” (118). Sartori teme que los inmigrantes islámicos adquieran las libertades políticas y civiles que les permitan amurallarse contra cualquier acción en contra de sus costumbres a pesar de que estas sean conflictivas para los europeos. Tiene la certeza de que los problemas sociales generados por los inmigrantes vienen de los ilegales y de los legalmente instalados, pero no dice un ápice sobre los skin heads neonazis y los partidos de ultraderecha que alientan una confrontación directa contra los inmigrantes. ¿Acaso los cientos de casos de ataques contra inmigrantes fueron precedidos por la pregunta acerca de la situación legal de la víctima? Los racistas y xenófobos no distinguen documentos, sino colores de piel y afinidades culturales (lengua, religión, costumbres, etc.) Gozar de la ciudadanía francesa o comunitaria no le garantiza inmunidad a un africano, latinoamericano o árabe contra agresiones vedadas o directas. De esta manera, pierde de vista la agresión proveniente desde los sectores más radicales de la sociedad europea, pero a la vez, resalta solo los perjuicios —justificados muchos de ellos— generados por los inmigrantes ilegales, lo cual es muestra de un pensamiento jerárquico imperante que se autoconsidera central sin contemplar la posibilidad de que en otros contextos es periférico.

De las afirmaciones de Sartori, se infiere que las causas del racismo ¡la tienen las víctimas! porque habrían excedido los límites cuantitativos requeridos para una convivencia armónica.

“Una población foránea del 10 por ciento resulta una cantidad que se puede acoger; del 20 por ciento, probablemente no; y si fuera del 30 por ciento es casi seguro que habría una fuerte resistencia frente a ella. ¿Resistirla sería “racismo”? Admitido (pero no concedido) que lo sea, pero entonces la culpa de este racismo es del que lo ha creado” (121).

Y más adelante agrega: “el verdadero racismo es el de quien provoca el racismo” (122).
Nuevamente, Sartori deja algunos vacíos sin explicar. ¿Qué se entiende por resistencia? ¿Cómo resistir? ¿Contra quién? Indignarse por la delincuencia generada por los inmigrantes ilegales y por lo tanto resistirse a su permanencia no es el mismo tipo de resistencia que oponen ciertas discotecas limeñas para evitar el ingreso de algunas personas o la de aquel desadaptado que golpeó a patadas a una inmigrante ecuatoriana en el metro de Madrid o la de pandillas de skin heads contra estudiantes turcos en Alemania. Existen, pues resistencias y resistencias. Y aunque expresa que se refiere a la inmigración ilegal, su argumentación falla en el sentido de que en la práctica —como lo señalé líneas arriba— los discriminadores actúan sin tomar en cuenta la documentación del migrante. El rechazo hacia la delincuencia sectorizada en los inmigrantes ilegales tiene como agravante el que sean “extraños” racial o culturalmente. Lo que Sartori no analiza es que el desprecio racial o cultural hacia los inmigrantes legales se extiende en España, Francia, Alemania y Rusia. Entonces, siguiendo su razonamiento ¿Estos inmigrantes formales también tienen la culpa del racismo?

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