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La huelga de los docentes de la Universidad Nacional de San Agustín
En 1996 ingresé a Literatura en la UNSA. Recuerdo que en la cola para la inscripción al examen de admisión decidí entre entre Periodismo, Psicología, Derecho y Literatura. Finalmente, elegí Literatura porque por aquellos días venía leyendo y releyendo La casa de cartón de Martín Adán y me prometí escribir una obra similar -hasta parafraseaba fragmentos que hacía pasar por propios para impresionar a una novia de esos años- y a mitad de carrera pensé seriamente en hacer mi tesis sobre esta magnífica novelilla. Tengo muy presente aquella época de los claustros agustinos, tanto por los amigos, profesores y demás experiencias que enriquecen los años dorados de cualquier estudiante universitario.
De los maestros quien a primera vista me sorprendió por esa cultura oceánica y por su capacidad para evocar personajes, argumentos, obras, citas y demás fue el doctor Tito Cáceres. Nos enseñó en primer año el curso de Metodología de la Investigación Literaria donde nos introdujo al conocimiento de los diversos métodos de investigación no solo de manera teórica, sino aplicándolo a alguna novela ad hoc para el caso. En segundo año, Willard Díaz se encargaba de “filtrar y reclutar” a los alumnos que, según su criterio, se tomaban los estudios literarios en serio: controles de lectura semanales, clases a pesar de la toma de locales por los estudiantes, exámenes orales constantes, lectura directa de las fuentes… todo ello apuntaba a reducir al máximo la cantidad de alumnos que pudiera escoger como especialidad Literatura. De hecho, la gran mayoría escogía Lingüística muy convencidos por un sector de los profesores de dicha especialidad, de que en Literatura “la chamba era escasa” y que después de terminar Literatura y Lingüística -la UNSA es la única universidad en el Perú hasta donde yo sé que otorga un título con esta doble mención- podrían seguir la complementación pedagógica durante dos años y obtener el ansiado título de educador en Lengua y Literatura. ¿Y por qué no postularon directamente a educación en lugar de desperdiciar 5 años en una carrera espúrea que los obligaría a seguir dos años más para finalmente lograr el objetivo final que era convertirse en pedagogo? Los compañeros de Lingüística que se animaban a contestarme decían que el ingreso a Literatura es mucho más fácil, mientras que a Educación, la probabilidad de ingresar era menor.
Es decir, buena parte de los egresados de mi escuela no tenían la convicción de ejercer la investigación lingüística, ya que solo querían convertirse en maestros de colegio y uno que otro, engancharse en la docencia universitaria si la oportunidad se presentaba y si merecían el favor de algún catedrático que a la sazón ocupara un cargo importante mediante el cual decidiera su contratación en medio de oscuras componendas. Del lado de los literatos el panorama era menos tenebroso, pero al menos, teníamos el consuelo de que los mejores profesores, al menos la minoría mayoritaria o la mayoría moral, estaban en nuestra especialidad. Goyo Torres acababa de regresar a la escuela luego de cursar la maestría de Literatura Latinoamericana en la UNSA y se notaba, aunque no me llegó a enseñar, que venía con un aire renovador; igualmente satisfactorio fue contar con José Gabriel Valdivia, nuestro amigo poeta, en cursos como el Taller de Poesía, y luego para los más jóvenes en Literatura Regional e Introducción a la teoría literaria. Como no recordar a la exigente y puntillosa Nardy Rosado en Lecturas Literarias, quien planteaba inteligentes preguntas de deducción en sus controles de lectura.
Posteriormente, Rosa Núñez se sumó a este equipo de profesores de Literatura en la Escuela de Literatura de la UNSA en Arequipa y conformaron, a trancas y barrancas, un grupo interesante que publicó sus investigaciones en la revista Apóstrofe dirigida por Willard Díaz. Aquel proyecto también contó con la participación de otros investigadores en Humanidades y Ciencias Sociales parte de ellos egresados de la primera y última maestría en Análisis del Discurso dictada en mi Escuela en 1999 y 2000, si la memoria no me falla, por profesores de la Escuela de Literatura de San Marcos.
Este recuento de mi paso por la UNSA no es simple evocación nostálgica, sino una manera de comparar lo que experimenté cuando fui estudiante y lo que vienen experimentando todos los estudiantes de la UNSA en estos precisos momentos. Cerca de tres meses de huelga indefinida de docentes pone en riesgo el año académico en la primera casa de estudios de Arequipa que, año tras año, se ve sumergida y devorada por la incapacidad de sus autoridades desde la cabeza hasta las instancias menores. Ver que en TV UNSA se promociona al Centro Preuniversitario de la Universidad que se prepara para el próximo proceso de admisión, o ver que la universidad anuncia las inscripciones para otro proceso, provoca hilaridad porque simple y llanamente, se trata de una vil estafa: ¿qué le ofrece realmente la UNSA a un joven postulante hoy en día? Huelgas, paros, tomas de locales, pérdida de tiempo, avance sobre la marcha en vacaciones mientras todos los demás están disfrutando de un merecido descanso. Por eso, no llama la atención que las filiales de universidades privadas como la Néstor Cáceres Velásquez de Juliaca, Alas Peruanas o la UTP por mencionar algunas, vean incrementada su población estudiantil, puesto que para algunos los padres de familia resulta cada vez más práctico pagar un poco más, pero ver que sus hijos avanzan.
¿Y qué del prestigio de la San Agustín? ¿la infraestructura? ¿la variedad de carreras que ofrece y la trayectoria de los docentes que la componen? El prestigio se diluye a través del tiempo si es que no hay con qué demostrar que aún está vigente. Ahora no es más que un espejismo en la memoria de nuestros padres y abuelos o sin ir tan lejos, en aquellos que fuimos estudiantes en los años 90. En los 80, la UNSA como todas las universidades públicas del país, atravesaba una crisis política que la arrastraba a la ingobernabilidad y el desorden. Las huelgas impedían que el año académico se desarrollara con normalidad y era frecuente que este se perdiera o retrasara más de la cuenta. Sin embargo, la ciudadanía seguía viendo con ojos de admiración y orgullo a los estudiantes agustinos, símbolo de protesta, inconformidad y rebeldía. Hoy ya no es más así. La ciudadanía quiere ver a sus hijos progresar en un ambiente en el que la discusión y el intercambio de ideas no obstaculice el aprendizaje y en el que la transparencia sea una práctica cotidiana y no una suerte de oasis en medio del desierto. La infraestructura de la UNSA es enorme en edificios, luce muy a la distancia, engorda la vista desde afuera: parques, jardines, un estadio imponente, amplios corredores (la Facultad de Filosofía y Humanidades es una casona antigua que contrasta muy bien con el espíritu que se vive fuera de las aulas, y, personalmente, me gusta más que el de San Marcos que luce como los pasillos del hospital Santa Rosa y que Letras y Humanidades de la PUCP que de tan pulcro que es no da ganas de estropear nada). Todo eso es la UNSA, pero nada de ello es suficiente si es que el recurso humano no está a la altura de las expectativas y ese es el verdaderon problema: docentes, administrativos y alumnos todos son cómplices en esta debacle.
Los catedráticos de la UNSA, salvo honradas excepciones, sienten que ya saldaron cuentas con los estudios y se conforman con lo que vienen repitiendo hace 20 o 30 años. La bibliografía de sus cursos sigue siendo la misma a excepción de algunas enmiendas que cada cierto tiempo hacen a su sílabo, pero más por una cuestión decorativa que por espíritu de renovación. Comenzando desde los concursos, tenemos que muchas veces se sabe quién va a ser nombrado o contratado con mucha antelación al veredicto final. Se sabe de las componendas que existen al interior de algunas facultades para favorecer a ciertos postulantes a la docencia a cambio de su adhesión política cuando ingresen a la universidad. De hecho que esta situación no ocurre en toda la universidad con la misma intensidad, pero ocurre y eso es ya un escándalo. Me preocupa por la gente honesta y preparada que se ve envuelta injustamente en esta situación y doy fe de que sí existen docentes empeñados en que esta huelga cese, que se mantienen en contacto con sus alumnos vía correo electrónico y que ven la manera de asignar tareas, lecturas o encuentros en la casa de algún profesor cuando la situación lo permite. Pero son lo menos, son héroes morales que solo pueden apelar a sus acciones para dejar constancia de que no comparten el sentir de los mediocres que consideran que solo por una cuestión monetaria pueden relegar las expectativas de varias generaciones de estudiantes que sí creen en la UNSA y en lo que representó para sus padres y abuelos. Esta no es la UNSA que hubieran querido ver Antonio Cornejo Polar, Francisco Mostajo, Víctor Andrés Belaúnde, Jose Luis Bustamante y Rivero u otros tantos intelectuales que egresaron de esta casa de estudios. Sin embargo, la gran mayoría de docentes se empecina en no levantar la huelga y seguir postergando a los estudiantes a unas vacaciones forzadas, situación que se ha venido repitiendo durante los últimos 4 años en la misma época: de setiembre a noviembre no trabajaban y entre enero y marzo “recuperaban” en tiempo récord lo anterior e igual percibían su sueldo. No tienen mucho que perder, el futuro para ellos es más reducido a medida que pasan los años, pero no es así para los estudiantes.
Al momento en que estoy terminando de actualizar este post, me he enterado de que desde este lunes la UNSA reinicia labores. Pero ello no nos debería complacer por completo, ya que seguramente, los profesores terminarán a trompicones el ciclo anterior durante el verano, mientras el resto de estudiantes de universidades particulares disfrute de las vacaciones como debería ser (Literatura en San Marcos no ha acatado la huelga y tampoco no todas las escuelas de la Federico Villarreal). Antes, Medicina de la UNSA solía ser la última facultad en plegarse a los paros y me consta que hacían todo lo posible para no detener su avance académico, lo cual le ganaba el respeto del resto de la comunidad agustina de la ciudadanía que le tiene especial afecto a los estudiantes de Medicina de la UNSA. Pero hoy ya no es así y todos los estudiantes, sin excepción, se han visto obligados a perder clases durante casi tres meses.
Los docentes de la UNSA se ganarían la adhesión de la ciudadanía y de los estudiantes respecto al justo pliego de reclamos que vienen elevando ante el Ejecutivo si existiera de su parte un compromiso con su labor como maestros. Pero ¿por qué tendríamos que apoyar a quienes abandonan a su suerte a los alumnos y contribuyen a la debacle progresiva de la universidad? Pensar que el problema de la UNSA es netamente económico, salarial, es equivocarse, porque si mañana mismo les homologaran el sueldo a los docentes de la UNSA estoy seguro que nada cambiaría porque se trata de un problema de actitud, de hábito, de formación. Un giro radical en el corto plazo lo veo complicado porque el cambio generacional es muy lento producto de las redes de poder constituidas por quienes se enquistan en cargos y deciden quién ingresa o no a la docencia universitaria con total prescindencia de méritos académicos. Pedirles a los docentes mediocres, que no son todos, que reformulen su postura es mucho pedir, pero invocar a los estudiantes a no ser cómplices de dicha mediocridad exigiendo y demandando una enseñanza de calidad, asistiendo a clases y fiscalizando a las autoridades es más viable.
Los estudiantes tienen la palabra.
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