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Crítica y sinopsis de películas

Le monde diplomatique. Edición peruana

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La palabra precisa, la frecuencia perfecta

Arturo Caballero Medina

Entre los diarios Correo y La Razón de Perú y España existe más que una similitud de nombres; existe, además, una indecente complicidad mediática por sabotear todo intento de reforma progresista y de discusión alturada. Ambos diarios mantienen una línea de intransigencia, insulto, intolerancia e ignorancia en lo referente a ciertas materias de interés nacional. Salvo honradas excepciones, la mayoría de sus periodistas —comenzando por los encargados de la página editorial— si es que no se dedican a atacar a los “caviares”, a las ONGs, a la Pontificia Universidad Católica o a la Comisión de la Verdad, alaban a Fujimori (la Razón, vocero explícito del fujimorismo anuncia diariamente en letras de hecatombe que Fujimori va ganando el juicio), promueven el antichilenismo —y no recuerdan que el actual conflicto fronterizo con Chile se origina en el gobierno de Fujimori y tampoco comentan nada en absoluto sobre las inversiones chilenas que se incentivaron durante su gobierno— o encienden la pradera al alentar una campaña belicista con reportajes dirigidos a mostrar las supuestas ventajas de nuestras fuerzas armadas. En resumen, destilan en sus páginas lo peor de la excrecencia mental de la que puede ser autor un periodista carente de formación e información. A todo esto no tiene acostumbrados Aldo Mariátegui en Correo —cuya fuente de información parece ser wikipedia debido a lo insustancial y ramplón de sus editoriales— y Andrés Bedoya Ugarteche. ¡Ni una pizca de análisis, sino más bien, denodados insultos contra aquellos que discrepan de ellos! (léase la editorial que escribió Aldo Mariátegui a propósito de Miguel Grau y la protesta del partido nacionalista en la frontera y los agravios racistas de Andrés Bedoya). Qué diferencia de calidad humana y académica entre Aldo y su abuelo José Carlos, quien a pesar de no haber asistido a la universidad, poseía una pluma ágil, clara y nutrida. En cambio, los artículos de Aldo se caracterizan por sus cero ideas y cero argumentos.

Sin embargo, al otro lado del río el panorama no es más auspicioso. La Primera, diario dirigido por César Lévano, se adhiere a la vertiente periodística más cercana a la antigua izquierda peruana, aquella izquierda cavernaria, jurásica y para nada, autocrítica respecto, por ejemplo, a lo que significó Sendero Luminoso o lo que representa actualmente las FARC. La presencia de Hildebrandt levanta lo levanta un poco; sin embargo, prefiero a un César Hildebrandt incisivo en la televisión —aunque no voy a negar que el artículo dedicado a su media hermana Martha fue de antología— más que al gacetillero hepático y atrabiliario en que se ha convertido este gran periodista. Sus artículos diarios en La Primera son desiguales, gozan sí, de la palabra picante, del estilo mordaz y la metáfora irónica y juguetona, pero no siempre son suficientes, más cuando se es un periodista de opinión obligado a decir algo revelador todos los días.

En este contexto, leer un periódico como Le monde diplomatique, “El dipló”, provoca un placer análogo al de escuchar “una voz clara en medio del ruido”. La edición peruana dirigida por Harold Forsyth lleva casi un año en nuestro país. Debo confesar que postergué algunos meses su adquisición, pero ya desde sus primeros números, llamó mi atención no solo el precio —seamos sinceros, es caro— sino el estilo monotemático en el que están estructuradas sus ediciones mensuales. Un mismo tema es abordado por diversos especialistas en materias como sociología, ciencias políticas, antropología, derecho, psicoanálisis, economía y demás ramas afines a las ciencias sociales, lo cual brinda al lector un abanico variado de posibilidades de aproximación hacia un mismo tema. Periodistas nacionales y extranjeros componen, mes a mes, un dossier notablemente documentado y con análisis de la coyuntura política y cultural tanto nacional como internacional.

La reciente edición de marzo tiene un dossier dedicado a los 80 años del Partido Aprista Peruano y otro a las elecciones en España. Todos los artículos destacan por la rigurosidad en la investigación, el dato preciso sustentado por fuentes verificables, profundidad en el análisis con didactismo —sin llegar a la jerga del especialista porque se trata de hacerse entender por el lector y no formar séquitos de iluminados en ciertos temas— y alturada discusión académica, lo menos que se puede esperar en un debate intelectual. En este sentido, la lectura de “El dipló” logra integrar al lector en un circuito de reflexión poco frecuente en el Perú, es decir, en un espacio donde habitualmente solo discutían el especialista y los seguidores en perjuicio del “gran lector” bombardeado diariamente por los discursos oficiales con apariencia de neutralidad, trato superficial y pocas veces analítico. (El “Domingo” de La República hace tiempo que dejó de ser un suplemento cultural, hoy es un magazine al estilo de “Ayer y hoy”; “El Dominical” de El Comercio no es lo que era antes, hay veces que suelen ocupar el 80% del suplemento con minireseñas de libros como para salir del paso además de que sus contenidos son muy inconstantes respecto al nivel).

En materia de contenidos y de colaboradores, de lejos “El dipló” supera al resto de revistas y diarios peruanos. El reto al que se enfrentan es llegar a cada vez a más lectores. Bien vale la pena invertir en la lectura de este periódico a pesar de que su precio es elevado —el común de los consumidores de diarios máximo invertirá 3,50 en El Comercio los domingos, ni hablar de los que compran diarios “chicha”— y me parece que tampoco está en sus planes competir con los pasquines sensacionalistas que imperan en el medio. A pesar de esto, el efecto que puede generar un medio como este que apuesta por la discusión académica y didáctica realizada por entendidos en la materia es prometedor: fomentar el espíritu crítico en la ciudadanía y cambiar el concepto de lo que significa hacer periodismo escrito en el Perú.

Por todo esto, recomiendo la lectura del último número de “El dipló”, especialmente el dossier dedicado al APRA, la contaminación ambiental en China y los Cuadernos del Pensamiento Crítico Latinoamericano editados por CLACSO (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) donde se trata las conflictivas relaciones entre el indianismo y el marxismo. Puede también leerlo en su versión electrónica —salvo algunas restricciones solo para suscritos— en www.eldiplo.com.pe. Léalo y notará la diferencia.
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Los autobombos de Ricardo Belmont

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Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe
www.naufragoaqp.blogspot.com
blog.pucp.edu.pe/naufrago

Desde que RBC canal 11 reiniciara sus actividades parece ser que la actual administración, cuyo presidente de directorio es el emblemático hermanón Ricardo Belmont, no encuentra la fórmula adecuada para conjugar la televisión sana con el éxito de sintonía. Que un canal de señal abierta se empeñe en producir programas que fomenten el debate, el sano entretenimiento, la cobertura de noticias sin el regodeo en el morbo ni en el escándalo es un objetivo muy admirable, tomando en cuenta la mediocridad periodística y el desprestigio ético al que nos tiene acostumbrados la gran parte de la prensa, radio y televisión nacionales. Pero que la gerencia se reúna en torno al presidente del directorio en un programa dedicado exclusivamente a enaltecer su figura y la doctrina que impera en el canal es, sinceramente, y hay que decirlo, patético y ridículo.

Las últimas semanas sintonicé canal 11 con el ánimo de convencerme de lo que acabo de afirmar y lo confirmé. El conductor del programa Habla El Pueblo no se cansa de alabar los planes y la integridad moral de Ricardo Belmont y, además, las cualidades del gerente general, de producción y de todos cuantos participan en cada emisión del programa dedicado a lanzarse mutuos elogios endogámicos que en nada, estoy absolutamente convencido, van a lograr levantar la alicaída sintonía del canal 11. Al contrario, a mí como espectador, me despierta la suspicacia que como no tienen nada mejor que hacer, ocupan los huecos dejados por la falta de auspiciadotes y los rellenan con estas reuniones de gerencia donde abundan las felicitaciones al hermanón, la proyecciones optimistas, la adulación empalagosa y el descrédito a las encuestadoras cuyas cifras les son adversas, como por ejemplo las de IBOPE.

Cada emisión nocturna de Habla El Pueblo además de ser dedicada a la discusión de la coyuntura política nacional, es aprovechada para congregar a parte de la gerencia del canal con los conductores más representativos del canal en una especie de tertulia abierta acerca de las virtudes de Ricardo Belmont y su proyecto de televisión limpia. Insisto, este es un propósito loable, pero la manera en que lo están planteando dista mucho de obtener resultados. Los medios de comunicación dependen, en gran medida, de los ingresos por publicidad (sino piense usted en cómo debe sentirse la producción de Laura en Acción desde que ANDA le ha puesto luz roja y recomendado a sus asociados que no anuncien en el programa de Laura Bozzo) y lo que están logrando con las mencionadas “reuniones de confraternidad gerencial televisada” es ahuyentar no solo al poco o escaso televidente que sintoniza sus programas sino, sobre todo, a los potenciales anunciantes que podrían captar mediante programas más creativos.

Gran parte de estas sesiones se dedica a discutir y refutar las cifras que IBOPE publica como indicadores de preferencia entre el público. Particularmente, siempre he tenido reparos con las encuestadoras por el simple hecho que manipulan y reorientan las preferencias de la opinión pública. Prueba de ello son las elecciones presidenciales: de un abanico variopinto de candidatos, las encuestadoras nos colocan en su parrilla a los elegibles y, quincenalmente, van eliminando a los menos rentables en favor de los más suculentos en términos de publicidad. Y el efecto es grande ya que los medios de comunicación que realizan convenios con diversas encuestadoras, amplifican en razón geométrica la tendencia favorable hacia determinado candidato. Sobre este asunto y el rol que desempeñan los medios de comunicación en relación con el poder político se ha tratado bastante. Quienes forman parte de la televisión, aunque no lo reconozcan, lo saben muy bien. Sin embargo, es risible que el canal que no es beneficiado por las encuestas reúna al presidente del directorio, gerentes y conductores para denostar a la encuestadora y a cuanto personaje opine de manera adversa sobre la política del canal 11.

Ricardo Belmont ha perdido la frescura de sus mejores años y no lo digo solo por la edad. Hay conductores que, pese al paso de los años, envejecen dignamente en el recuerdo de los televidentes como, por ejemplo, Don Francisco, el tío Johnny o el polifacético Rulito Pinasco. Pero al hermanón los años de ausencia en la televisión que coincidieron con su ingreso a la política cuando fue elegido alcalde de Lima durante dos periodos y la intensa lucha por recuperar su canal le han restado reflejos a su desempeño frente a las cámaras. Qué lejanos aquellos años de El cielo es el límite o La pregunta de los cinco millones o la entrañable Teletón que, hay que reconocerlo, fue una exitosa iniciativa por la que Ricardo Belmont será siempre recordado, mas no por los anodinas entrevistas que realiza en Belmont Presenta.

Lo noto desconcertado, falto de palabra, lento en el tiempo respuesta, además de ingenuo e iluso en algunas intervenciones poco felices. La noche del miércoles 12 de marzo dijo que la televisión peruana había degenerado a partir de los talk shows, los cómicos ambulantes y cuando los hombres aparecieron vestidos de mujeres conduciendo un programa. Esto último, acotó, tergiversa la mente de nuestros niños y es inadmisible que estos (los travestidos) sean los líderes de opinión en nuestro país. Seguramente Jaime Bayly comentará este pequeño desliz homofóbico si es que antes no lo hace Ernesto Pimentel, el directamente aludido por su personaje de la Chola Chabuca quien no es santo de mi devoción pero Belmont debió matizar su afirmación para deslindar cualquier tinte discriminatorio. Cierto es como dice él, que durante el fujimorato la mayoría de la televisión estaba parcializada con el régimen: la ceguera voluntaria de Mónica Delta, el mutismo de Federico Salazar y Sol Carreño y las tristes declaraciones de Raúl Romero en torno a los sucesos de Barrios Altos. Sin embargo, debemos recordar que el hermanón también fue parte de la reducida corte de conductores que se entregó al toledismo para levantar la imagen del líder de la chakana desde las tribunas de canal 7, hecho que le trajo muchísimas críticas siendo la más dura las de Beatriz Merino, a raíz de los insultos que Belmont lanzó contra César Hildebrandt. Aquel programa fracasó e igual destinó corrió “En el juego de la vida” emitido por Panamericana Televisión.

Por otro lado, los auspiciadotes no son muchos. De seis minutos de tanda comercial, cuatro se refieren a programas del canal y solo dos o a veces una a productos independientes. En lo que respecta al análisis político, a Wilder Orbegozo, conductor de Habla El Pueblo le falta, como se dice en el argot criollo, “mucha calle”. ¿Cómo va a poner como excusa para justificar la invitación al congresista Torres Caro que él en su calidad de conductor de un programa político no tiene ideología política y encima enorgullecerse por ello? Por favor, sería como que César Hildebrandt afirmara que teme romper contrato con algún medio de comunicación: nadie le creería. El otro programa que me parece rayano en la ridiculez es El tribunal de la tele en el cual se pretende recoger la opinión de los televidentes sobre ciertos programas o sucesos ocurridos en la televisión. Luis Alfonso Morey, gerente general de canal 11 declaró que el objetivo era someter al juicio popular los diversos programas de la televisión. ¿Quién es el genio productor de este tipo de programas? ¿Cómo se les pudo ocurrir darle un programa al insufrible gordo González? ¿Es que no tienen sus productores el valor de decirle al hermanón que sus ideas no van o que simplemente, no se inmiscuya en lo que no sabe? ¿O acaso se conforman con los mediocres resultados? Al menos Ok Tv era más dinámico con los videos musicales y, de hecho que la teleaudiencia juvenil lo extraña. Es que da la impresión que Belmont está presente en todo y un poco más se pone detrás de una cámara para indicarle al camarógrafo cómo debe enfocar. La solución no está en hacer lo mismo que hacen los adversarios sino en superar sus estrategias. Las refutaciones a sus detractores los rodea a ellos mismos de un aura de “mala leche” o “piconería”.

Un tema que me preocupa es cuando enarbolan la bandera del auténtico nacionalismo como distintivo que los diferencia de otros canales. No me sorprendería que en un futuro cercano el partido de Ollanta Humala, al que la exagerada campaña mediática en su contra lo victimizó y colocó en posición expectante, encuentre tribuna en la señal de RBC ya que, por lo que muestran sus directivos, su discurso muy próximo al nacionalismo humalista.

Lamentable el papel de Rafael Romero, jefe de la página editorial del diario Expreso; Miguel del Castillo, asesor de gerencia; Luis Alfonso Morey, gerente general y del conductor Wilder Orbegozo. Exhibir documentos de la SUNAT que certifican la condición de buen contribuyente de RBC no viene al caso. Por el contrario, ello indica la falta de argumentos y de creatividad al momento de hacer atractiva su programación. Belmont menciona a los canales de cable como demostración de que el rating no es importante: “Disney Channel transmite para tres mil niños y no cambia su programación”. Estoy totalmente de acuerdo en lo del rating, pero el ejemplo no es pertinente porque la dinámica que regula a los canales de cable es totalmente distinta a los de señal abierta lo que se explica de dos maneras: primero por el público objetivo que consume el cable, que es más específico y no tan genérico en sus gustos (hay canales segmentados en microgrupos según determinados intereses: anime, cine, cultura, novelas, etc.), aparte de que el consumidor de cable es más selectivo y exigente, por ello busca una alternativa diferente; y segundo, porque la presión publicitaria es mayor en la señal abierta que en el cable, lo cual condiciona, lamentablemente, la supervivencia de programas que no rentables a pesar de contenidos culturalmente interesantes (lo que no es el caso de canal 11 puesto que en lo que respecta a programas culturales no tiene ninguno).

Este es solamente un botón de lo que a diario tal vez sucede en canal 11: grandes y admirables aspiraciones por sanear la televisión nacional, pero falta de claridad en las ideas y de conductores preparados para liderar una televisión que exige competitividad, sobre todo cuando se quiere luchar contra la corriente. Los autobombos y la exagerada atención que le conceden a las encuestas de IBOPE y a las críticas de televisión son solo una demostración de que aún no están listos para asumir el gran reto del cambio en la sensibilidad de la teleaudiencia nacional. Tal vez, como lo dijo el mismo Belmont, el verdadero problema sea el presupuesto y ello motive que inviertan en programa de bajo vuelo (con la respectiva planilla que esto significa). Sin embargo, a pesar de las críticas vertidas en este artículo, espero que los directivos de canal 11 recapaciten y hagan una autocrítica y, no estaría de más, que le digan al hermanón que no es el único que desea una televisión limpia en el país y que tampoco es el único que va a lograr el cambio. “Con buenas intenciones no se hacen buenos programas”. Quien no reconoce esto, es un niño, un ingenuo, mediáticamente hablando.

Nota: dele una mirada a los comentarios del público sobre canal 11. Todos queremos una televisión limpia pero para ello hay que dejar trabajar a los que más saben y dejar de tirar piedras cuando las encuestas no favorecen. Y además, guardar cierta coherencia. Luis Alfonso Morey llama fujimontesinistas a los detractores del canal 11 cuando él mismo escribió “El regreso del Chino” y “El peso de la verdad” ¿En qué quedamos Luis Alfonso? Otra perlita. Luis Alfonso formó parte de Cable Canal de Noticias, medio que sí era abiertamente fujimorista y del fallido Canal Azul SAC donde tuvo como socio comercial al recordado tránsfuga Eduardo Mendoza del Solar, al que le llovieron monedas durante su juramentación.

http://www.forosperu.net/showthread.php?t=5354&page=2
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Adolescentes de novela

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“Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos (…) La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino”.

Alejandra Pizarnik

Por Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

El año pasado expuse mi punto de vista acerca de las dificultades que enfrentan los profesores de literatura ante el Plan Lector (ver “Los maestros y el plan lector”) y ante la poca disposición de los directivos de algunos centros educativos quienes, ya sea por su precario conocimiento de lecturas, o por prejuicios injustificados, terminan censurando obras o imponiendo lecturas indiscriminadamente, sin tomar en cuenta los intereses de los alumnos. En aquella oportunidad, recalqué además, que el problema también pasa por quiénes enseñan el curso de comunicación, ya que muchas veces, no han renovado sus lecturas y toman al Plan Lector como una labor extracurricular que se agrega a su ya recargada agenda de trabajo.

Luego de exponer la problemática del Plan Lector, pasemos a lo esencial: ¿Qué opciones de lectura tenemos para ofrecer a nuestros alumnos? ¿Es necesario que solo consideremos obras literarias? ¿Cómo proceder para despertar en los alumnos el interés por la lectura en una sociedad donde la imagen parece haber vencido a la lectura? Esta última cuestión nos lleva a otra: la difundida opinión en nuestros maestros de que los alumnos no leen. Por el momento, solo abordaré la cuestión referida a los textos que considero importantes para motivar la lectura en los jóvenes, desde la perspectiva —muy sesgada, claro que sí— de mi propia experiencia.

Editorial Alfaguara ha venido publicando una colección de obras reunidas en su Serie Roja, lecturas que tienen como tema en común los conflictos de los adolescentes en el colegio, en sus familias o frente a una sociedad que les impone horarios, deberes y exigencias que muchas veces están más allá de sus posibilidades. Empezando por la temática que desarrollan, de por sí, llaman de inmediato la atención del joven lector; además, son textos que en promedio tienen entre 100 y 180 páginas, lo cual es muy importante para no ahuyentar a un lector al cual queremos iniciar.

De inmediato, viene a mi mente aquel colega mío que muy orgulloso nos comentaba durante el recreo que había mandado leer La guerra del fin del mundo ¡a sus alumnos de primero de secundaria! En aquel instante, ya me imaginaba lo que vendría después: La guerra y la paz, Los miserables o quizá Rayuela. De hecho, el resultado fue muy malo: cuando tuve a sus alumnos conmigo en cuarto de secundaria, la gran mayoría entendía la lectura como equivalente a un castigo, a lo aburrido y, en el mejor de los casos, una oportunidad para subsanar alguna nota. Y es que no se trata de leer en gran cantidad, sino leer poco al inicio, pero por completo. Como consecuencia de un incremento gradual en la extensión de las lecturas y en la diversificación de temas el alumno será testigo de su propio progreso. Mi colega, lamentablemente, perdió más de lo que ganó.


Dentro de los título publicados por Alfaguara destaco en primer lugar Templado, de Jorge Eslava. Conocido escritor de relatos dirigidos para niños y adolescentes, Eslava se ha desempeñado durante un buen tiempo como profesor de literatura, lo cual pareciera ser la fuente de sus obras. Templado es el diario de Diego, un muchacho que cursa el tercer grado de secundaria en un colegio de clase media alta de Lima. El libro comienza con un breve prólogo del autor donde explica la génesis de la historia: Eslava habría encontrado en la biblioteca del colegio un fólder con tipeos y manuscritos del diario de Diego y al no poder ubicarlo para pedirle autorización, decidió publicar el manuscrito como un homenaje a su alumno. El libro está escrito a manera de un diario que abarca el año 2003. Diego da cuenta de una personalidad en formación enfrentada con lo que el grupo, el colegio y la familia quieren de él. Su decepción amorosa alcanza en punto más doloroso cuando se entera que Valeria, la joven bibliotecaria de su colegio quien lo incentiva en el descubrimiento de nuevas lecturas y autores, es posiblemente, amante de su padre. Al final, Templado se convierte en el testamento de un adolescente que no entiende por qué las personas que más quiere son las más le hacen daño.

Cinco para las nueve y otros cuentos de Alonso Cueto reúne un conjunto de relatos acerca de adolescentes que viven entre el deber y lo que quieren ser. En el cuento que da título al libro, “Cinco para las nueve”, un muchacho sumido en las drogas recapacita durante una reunión con amigos con los cuales bebe e inhala cocaína. Después de un tercer intento fallido por ingresar a la universidad, está con los amigos de siempre, pero un fugaz recuerdo de su padre —de aquellos tiempos cuando ambos estaban más unidos— lo lleva a armarse de valor para contarle su verdad. Mediante su voz nos enteramos de que sus dos hermanos mayores, copias fieles al original que es su padre, no son de su agrado porque siente que lo han desplazado. Siente que él es la encarnación de todo lo que no debe ser un joven y que sus hermanos son dechados de perfección y orgullo familiar. Decidido a contarle la verdad a su padre, huye de la reunión enfrentándose a los amigos que lo obligaban a drogarse. El encuentro será a las cinco para las nueve. Este libro posee la particularidad de que los finales son abiertos, debido a que su autor escribió algunos de ellos para un concurso de relatos donde el requisito era que el lector concluyera el cuento. Alonso Cueto es un destacado narrador más conocido por novelas de “corte serio” como Demonio del mediodía, El vuelo de la ceniza o Amores de invierno entre otras; sin embargo, este libro juvenil se deja leer, salvo que se debe poner especial énfasis en explicar a los alumnos sobre la dinámica del final abierto, ya que podría generar algo de desconcierto o rechazo al no estar acostumbrados a este tipo de estrategia narrativa.


Tres días para Mateo, de José Antonio Galloso, es una novela corta que narra la historia de Mateo Valdivia, un joven que cursa el cuarto de secundaria y que se ve rodeado de una súbita fama que el no buscó luego de golpear al matón del colegio, el chino Chung, para defender a un compañero de clase. De ser un chico común y corriente, Mateo se convierte en el héroe de Julio César Rodríguez, en el nuevo icono para otros muchachos del colegio y en el tema de conversación de las chicas que antes lo ignoraban. A Mateo le incomoda esta situación y hará lo posible para quitársela. Si esperábamos ver en el protagonista a un héroe, nos daremos una sorpresa hacia el final. Tal como lo dice en el título, la acción se despliega en tres días, donde además, Mateo va a conocer cuáles son sus límites respecto a las drogas, las chicas y la violencia.

Rebeldes, de la escritora norteamericana Susan E. Hinton, ha sido llevada al cine por Francis Ford Coppola (también este aclamado director ha dirigido la versión cinematográfica de La ley de la calle, otra novela de la autora). A Hinton la fama como escritora la sorprendió a los 16 años cuando publicó Rebeldes (The outsiders en el original en inglés). La novela trata sobre la vida de los adolescentes en las zonas marginales de la Nueva York de los años sesenta. Peleas callejeras, rivalidades entre pandillas, conflictos familiares, marginación y frustración, y la falta de futuro para los jóvenes son los ingredientes que hacen de esta novela una muy buena opción para ser discutida en el salón de clase. No se trata, como alguna muy preocupada madre de familia me lo hizo saber, de hacer alabanza o admiración de personajes socialmente incorrectos; no es tan simple, se trata más bien de someter toda lectura a discusión —la misma madre de familia en mención se escandalizó cuando le conté algunos pasajes de La ciudad y los perros, pero tratándose de Vargas Llosa lo asimiló con mayor tranquilidad—. La historia es narrada por Ponyboy Curtis, un jovencito de catorce años que hace ocho meses ha perdido a sus padres en un accidente automovilístico. Vive con sus hermanos mayores, Sodapop de diecisiete y el mayor, Darry, de veinte. Las cosas se complican cuando Ponyboy y Johnny Cade, el menor de la pandilla de los greasers (grasientos), se ven involucrados en un asesinato: Johnny acuchilla a Bob, miembro de una pandilla rival, los socs (chicos adinerados) y lo mata por defender a Ponyboy. Esto agregado a una riña reciente entre Ponyboy y su hermano mayor Darry, y al desprecio que Johnny siente que sus padres tienen por él, convence a ambos de que la mejor opción es huir. Luego de ello se desencadenarán una serie de acontecimientos en los que Ponyboy pone a prueba su valor y su capacidad para apreciar la vida ya no como un greaser o un soc, sino como un ser humano. La caracterización de los personajes es bastante idealizada y próxima a la imagen del héroe-malo-bueno, pero debemos entender que la novela fue escrita por una joven de dieciséis años, lo cual no le quita ningún mérito, sino al contrario, le connota una mayor relevancia por su precocidad como narradora.

Salvo el último, los tres primeros libros son de autores peruanos y presentan la ventaja de que el espacio y el tiempo de la narración son referentes cercanos al tipo de lector al cual queremos llegar: el colegio, la universidad, la familia, el primer amor, la primera decepción, la vida del barrio, calles, plazas y lugares conocidos. De ninguna manera quiero que se entienda que una lectura escolar debe solo apelar a la contemporaneidad en aras de la motivación, pero resulta de gran ayuda cuando vamos a iniciar el gusto por la lectura en alguien que no posee este hábito.

Si Ud. amigo lector, colega o padre de familia, lee alguno de estos libros, no lo desestime por el léxico (Tres días para Mateo me trajo más de un padre de familia indignado “por lo que le hacen leer a su hijo en el colegio”. ¿Se imagina Ud. si alguien quisiera escribir una novela sobre la vida en la cárcel? ¿Sería verosímil que los personajes de El sexto se expresaran en términos como bellaco, bribonzuelo, cacaseno o gandul? El autor de una novela penitenciaria recurrirá al lenguaje más idóneo para hacer verosímil su historia; otro será pues, el caso de una novela de amor o de ciencia ficción. Cada tipo de novela exigirá un léxico adecuado para representar su realidad. Tampoco la menosprecie por la trivialidad de los temas tratados o por su breve extensión.

Lograr el justo medio es problemático, y aún más, si se trata de valoraciones literarias. En lo que sí podemos estar acuerdo es que, en primer lugar, debemos ganar un lector que, por distintos motivos, hemos perdido o ahuyentado; y en segundo lugar, como diría Óscar Wilde, “no hay obras morales o inmorales, sino solamente, obras bien o mal escritas”.
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Adolescentes de novela

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“Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos (…) La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino”.

Alejandra Pizarnik

Por Arturo Caballero Medina
acaballerom@pucp.edu.pe

El año pasado expuse mi punto de vista acerca de las dificultades que enfrentan los profesores de literatura ante el Plan Lector (ver “Los maestros y el plan lector”) y ante la poca disposición de los directivos de algunos centros educativos quienes, ya sea por su precario conocimiento de lecturas, o por prejuicios injustificados, terminan censurando obras o imponiendo lecturas indiscriminadamente, sin tomar en cuenta los intereses de los alumnos. En aquella oportunidad, recalqué además, que el problema también pasa por quiénes enseñan el curso de comunicación, ya que muchas veces, no han renovado sus lecturas y toman al Plan Lector como una labor extracurricular que se agrega a su ya recargada agenda de trabajo.

Luego de exponer la problemática del Plan Lector, pasemos a lo esencial: ¿Qué opciones de lectura tenemos para ofrecer a nuestros alumnos? ¿Es necesario que solo consideremos obras literarias? ¿Cómo proceder para despertar en los alumnos el interés por la lectura en una sociedad donde la imagen parece haber vencido a la lectura? Esta última cuestión nos lleva a otra: la difundida opinión en nuestros maestros de que los alumnos no leen. Por el momento, solo abordaré la cuestión referida a los textos que considero importantes para motivar la lectura en los jóvenes, desde la perspectiva —muy sesgada, claro que sí— de mi propia experiencia.

Editorial Alfaguara ha venido publicando una colección de obras reunidas en su Serie Roja, lecturas que tienen como tema en común los conflictos de los adolescentes en el colegio, en sus familias o frente a una sociedad que les impone horarios, deberes y exigencias que muchas veces están más allá de sus posibilidades. Empezando por la temática que desarrollan, de por sí, llaman de inmediato la atención del joven lector; además, son textos que en promedio tienen entre 100 y 180 páginas, lo cual es muy importante para no ahuyentar a un lector al cual queremos iniciar.

De inmediato, viene a mi mente aquel colega mío que muy orgulloso nos comentaba durante el recreo que había mandado leer La guerra del fin del mundo ¡a sus alumnos de primero de secundaria! En aquel instante, ya me imaginaba lo que vendría después: La guerra y la paz, Los miserables o quizá Rayuela. De hecho, el resultado fue muy malo: cuando tuve a sus alumnos conmigo en cuarto de secundaria, la gran mayoría entendía la lectura como equivalente a un castigo, a lo aburrido y, en el mejor de los casos, una oportunidad para subsanar alguna nota. Y es que no se trata de leer en gran cantidad, sino leer poco al inicio, pero por completo. Como consecuencia de un incremento gradual en la extensión de las lecturas y en la diversificación de temas el alumno será testigo de su propio progreso. Mi colega, lamentablemente, perdió más de lo que ganó.


Dentro de los título publicados por Alfaguara destaco en primer lugar Templado, de Jorge Eslava. Conocido escritor de relatos dirigidos para niños y adolescentes, Eslava se ha desempeñado durante un buen tiempo como profesor de literatura, lo cual pareciera ser la fuente de sus obras. Templado es el diario de Diego, un muchacho que cursa el tercer grado de secundaria en un colegio de clase media alta de Lima. El libro comienza con un breve prólogo del autor donde explica la génesis de la historia: Eslava habría encontrado en la biblioteca del colegio un fólder con tipeos y manuscritos del diario de Diego y al no poder ubicarlo para pedirle autorización, decidió publicar el manuscrito como un homenaje a su alumno. El libro está escrito a manera de un diario que abarca el año 2003. Diego da cuenta de una personalidad en formación enfrentada con lo que el grupo, el colegio y la familia quieren de él. Su decepción amorosa alcanza en punto más doloroso cuando se entera que Valeria, la joven bibliotecaria de su colegio quien lo incentiva en el descubrimiento de nuevas lecturas y autores, es posiblemente, amante de su padre. Al final, Templado se convierte en el testamento de un adolescente que no entiende por qué las personas que más quiere son las más le hacen daño.

Cinco para las nueve y otros cuentos de Alonso Cueto reúne un conjunto de relatos acerca de adolescentes que viven entre el deber y lo que quieren ser. En el cuento que da título al libro, “Cinco para las nueve”, un muchacho sumido en las drogas recapacita durante una reunión con amigos con los cuales bebe e inhala cocaína. Después de un tercer intento fallido por ingresar a la universidad, está con los amigos de siempre, pero un fugaz recuerdo de su padre —de aquellos tiempos cuando ambos estaban más unidos— lo lleva a armarse de valor para contarle su verdad. Mediante su voz nos enteramos de que sus dos hermanos mayores, copias fieles al original que es su padre, no son de su agrado porque siente que lo han desplazado. Siente que él es la encarnación de todo lo que no debe ser un joven y que sus hermanos son dechados de perfección y orgullo familiar. Decidido a contarle la verdad a su padre, huye de la reunión enfrentándose a los amigos que lo obligaban a drogarse. El encuentro será a las cinco para las nueve. Este libro posee la particularidad de que los finales son abiertos, debido a que su autor escribió algunos de ellos para un concurso de relatos donde el requisito era que el lector concluyera el cuento. Alonso Cueto es un destacado narrador más conocido por novelas de “corte serio” como Demonio del mediodía, El vuelo de la ceniza o Amores de invierno entre otras; sin embargo, este libro juvenil se deja leer, salvo que se debe poner especial énfasis en explicar a los alumnos sobre la dinámica del final abierto, ya que podría generar algo de desconcierto o rechazo al no estar acostumbrados a este tipo de estrategia narrativa.


Tres días para Mateo, de José Antonio Galloso, es una novela corta que narra la historia de Mateo Valdivia, un joven que cursa el cuarto de secundaria y que se ve rodeado de una súbita fama que el no buscó luego de golpear al matón del colegio, el chino Chung, para defender a un compañero de clase. De ser un chico común y corriente, Mateo se convierte en el héroe de Julio César Rodríguez, en el nuevo icono para otros muchachos del colegio y en el tema de conversación de las chicas que antes lo ignoraban. A Mateo le incomoda esta situación y hará lo posible para quitársela. Si esperábamos ver en el protagonista a un héroe, nos daremos una sorpresa hacia el final. Tal como lo dice en el título, la acción se despliega en tres días, donde además, Mateo va a conocer cuáles son sus límites respecto a las drogas, las chicas y la violencia.

Rebeldes, de la escritora norteamericana Susan E. Hinton, ha sido llevada al cine por Francis Ford Coppola (también este aclamado director ha dirigido la versión cinematográfica de La ley de la calle, otra novela de la autora). A Hinton la fama como escritora la sorprendió a los 16 años cuando publicó Rebeldes (The outsiders en el original en inglés). La novela trata sobre la vida de los adolescentes en las zonas marginales de la Nueva York de los años sesenta. Peleas callejeras, rivalidades entre pandillas, conflictos familiares, marginación y frustración, y la falta de futuro para los jóvenes son los ingredientes que hacen de esta novela una muy buena opción para ser discutida en el salón de clase. No se trata, como alguna muy preocupada madre de familia me lo hizo saber, de hacer alabanza o admiración de personajes socialmente incorrectos; no es tan simple, se trata más bien de someter toda lectura a discusión —la misma madre de familia en mención se escandalizó cuando le conté algunos pasajes de La ciudad y los perros, pero tratándose de Vargas Llosa lo asimiló con mayor tranquilidad—. La historia es narrada por Ponyboy Curtis, un jovencito de catorce años que hace ocho meses ha perdido a sus padres en un accidente automovilístico. Vive con sus hermanos mayores, Sodapop de diecisiete y el mayor, Darry, de veinte. Las cosas se complican cuando Ponyboy y Johnny Cade, el menor de la pandilla de los greasers (grasientos), se ven involucrados en un asesinato: Johnny acuchilla a Bob, miembro de una pandilla rival, los socs (chicos adinerados) y lo mata por defender a Ponyboy. Esto agregado a una riña reciente entre Ponyboy y su hermano mayor Darry, y al desprecio que Johnny siente que sus padres tienen por él, convence a ambos de que la mejor opción es huir. Luego de ello se desencadenarán una serie de acontecimientos en los que Ponyboy pone a prueba su valor y su capacidad para apreciar la vida ya no como un greaser o un soc, sino como un ser humano. La caracterización de los personajes es bastante idealizada y próxima a la imagen del héroe-malo-bueno, pero debemos entender que la novela fue escrita por una joven de dieciséis años, lo cual no le quita ningún mérito, sino al contrario, le connota una mayor relevancia por su precocidad como narradora.

Salvo el último, los tres primeros libros son de autores peruanos y presentan la ventaja de que el espacio y el tiempo de la narración son referentes cercanos al tipo de lector al cual queremos llegar: el colegio, la universidad, la familia, el primer amor, la primera decepción, la vida del barrio, calles, plazas y lugares conocidos. De ninguna manera quiero que se entienda que una lectura escolar debe solo apelar a la contemporaneidad en aras de la motivación, pero resulta de gran ayuda cuando vamos a iniciar el gusto por la lectura en alguien que no posee este hábito.

Si Ud. amigo lector, colega o padre de familia, lee alguno de estos libros, no lo desestime por el léxico (Tres días para Mateo me trajo más de un padre de familia indignado “por lo que le hacen leer a su hijo en el colegio”. ¿Se imagina Ud. si alguien quisiera escribir una novela sobre la vida en la cárcel? ¿Sería verosímil que los personajes de El sexto se expresaran en términos como bellaco, bribonzuelo, cacaseno o gandul? El autor de una novela penitenciaria recurrirá al lenguaje más idóneo para hacer verosímil su historia; otro será pues, el caso de una novela de amor o de ciencia ficción. Cada tipo de novela exigirá un léxico adecuado para representar su realidad. Tampoco la menosprecie por la trivialidad de los temas tratados o por su breve extensión.

Lograr el justo medio es problemático, y aún más, si se trata de valoraciones literarias. En lo que sí podemos estar acuerdo es que, en primer lugar, debemos ganar un lector que, por distintos motivos, hemos perdido o ahuyentado; y en segundo lugar, como diría Óscar Wilde, “no hay obras morales o inmorales, sino solamente, obras bien o mal escritas”.
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Bayly contra Bozzo: ¿apología o crítica a la miseria televisiva?

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Arturo Caballero Medina

Cuando en alguna oportunidad leo los titulares de diarios como El Men o El Chino, me pregunto ilusamente si, en realidad, a los directivos de estos diarios les importa la situación de las jovencitas que se encuentran atrapadas en redes de prostitución clandestina. Por supuesto que no. Porque de ninguna manera el lector que consume ese tipo de noticias se halla interesado por la eliminación de la prostitución, sino que lee aquella nota motivado por el morbo que despierta la noticia de que “menores de edad venden cucú a 20 soles en centro de Lima”. Esto no es una denuncia, es, simplemente, apología de la miseria periodística que impera en gran parte de los medios de comunicación en nuestro país.

Algo similar ocurre en El francotirador de Jaime Bayly. Estoy convencido que, en absoluto, al autor de No se lo digas a nadie no le interesa en lo más mínimo la vergüenza a la que se expusieron los panelistas falsos de Laura Bozzo (reforzada y amplificada en su programa dominical) ni los contenidos vergonzosos a los que nos tiene acostumbrados la autodenominada “abogada de los pobres”. El oportunismo mediático de los programas de la televisión peruana justifica explotar la coyuntura al máximo, sobre todo si de sintonía e ingresos por publicidad se trata.

Si a Jaime Bayly le interesara de verdad desentrañar lo que ocurre detrás del programa de la Bozzo, prepararía una investigación seria basada no solo en los testimonios de los panelistas falsos, sino en pruebas y en los antecedentes que ya existen en otros talk shows. Y este es, precisamente, el punto débil de su argumentación. Cuando Bayly entrevistó a Freddy Palacios, ex investigador del programa de Laura Bozzo, al conductor se le notó predispuesto a condicionar las respuestas del entrevistado y al no obtener las respuestas que esperaba, lo interrumpía. Con esto no quiero decir que avalo lo que hace Laura Bozzo, sino que pecaríamos de ingenuos al considerar a Bayly como el abanderado de la verdad. ¿Qué seriedad le brindó al caso? ¿Qué fuentes contrastó? ¿Acaso hizo un balance o un recuento de los excesos cometidos por Laura Bozzo en los peores momentos de la dictudura de Fujimori? No. Lo que hizo fue forzar a los panelistas a que se autoflagelaran ante el público, hacer escarnio de su propia vergüenza conminándolos a que se arrepientan. Flaco favor el que le hace Bayly a los detractores de la televisión basura.

Pero esto es lo aparente. No debemos perder de vista que lo que está en juego es la credibilidad de la que se jactan ambos conductores quienes no cesan de afirmar que es en el programa del otro donde de engaña. Lo irónico radica en cómo funciona la ficción televisiva; el engaño sirve de cobertor a la verdad: Bayly y Bozzo trafican con la desgracia ajena. El engaño no se asume como facultad propia sino como defecto ineludible del otro. Es también el caso de los panelistas falsos: lo hacían por necesidad. Laura Bozzo dice “ayudo a los pobres”, “confié en sus testimonios”, y Bayly terminará la canción con el estribillo “Laura miente y se enriquece con los más necesitados”. Pero ninguno asumirá su corresponsabilidad en la generación y la amplificación de la mentira y la vergüenza. Mientras tanto, continuará la apología a la miseria televisiva, reflejo de la miseria ética de Jaime Bayly y Laura Bozzo.

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Bayly contra Bozzo: ¿apología o crítica a la miseria televisiva?

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Arturo Caballero Medina

Cuando en alguna oportunidad leo los titulares de diarios como El Men o El Chino, me pregunto ilusamente si, en realidad, a los directivos de estos diarios les importa la situación de las jovencitas que se encuentran atrapadas en redes de prostitución clandestina. Por supuesto que no. Porque de ninguna manera el lector que consume ese tipo de noticias se halla interesado por la eliminación de la prostitución, sino que lee aquella nota motivado por el morbo que despierta la noticia de que “menores de edad venden cucú a 20 soles en centro de Lima”. Esto no es una denuncia, es, simplemente, apología de la miseria periodística que impera en gran parte de los medios de comunicación en nuestro país.

Algo similar ocurre en El francotirador de Jaime Bayly. Estoy convencido que, en absoluto, al autor de No se lo digas a nadie no le interesa en lo más mínimo la vergüenza a la que se expusieron los panelistas falsos de Laura Bozzo (reforzada y amplificada en su programa dominical) ni los contenidos vergonzosos a los que nos tiene acostumbrados la autodenominada “abogada de los pobres”. El oportunismo mediático de los programas de la televisión peruana justifica explotar la coyuntura al máximo, sobre todo si de sintonía e ingresos por publicidad se trata.

Si a Jaime Bayly le interesara de verdad desentrañar lo que ocurre detrás del programa de la Bozzo, prepararía una investigación seria basada no solo en los testimonios de los panelistas falsos, sino en pruebas y en los antecedentes que ya existen en otros talk shows. Y este es, precisamente, el punto débil de su argumentación. Cuando Bayly entrevistó a Freddy Palacios, ex investigador del programa de Laura Bozzo, al conductor se le notó predispuesto a condicionar las respuestas del entrevistado y al no obtener las respuestas que esperaba, lo interrumpía. Con esto no quiero decir que avalo lo que hace Laura Bozzo, sino que pecaríamos de ingenuos al considerar a Bayly como el abanderado de la verdad. ¿Qué seriedad le brindó al caso? ¿Qué fuentes contrastó? ¿Acaso hizo un balance o un recuento de los excesos cometidos por Laura Bozzo en los peores momentos de la dictudura de Fujimori? No. Lo que hizo fue forzar a los panelistas a que se autoflagelaran ante el público, hacer escarnio de su propia vergüenza conminándolos a que se arrepientan. Flaco favor el que le hace Bayly a los detractores de la televisión basura.

Pero esto es lo aparente. No debemos perder de vista que lo que está en juego es la credibilidad de la que se jactan ambos conductores quienes no cesan de afirmar que es en el programa del otro donde de engaña. Lo irónico radica en cómo funciona la ficción televisiva; el engaño sirve de cobertor a la verdad: Bayly y Bozzo trafican con la desgracia ajena. El engaño no se asume como facultad propia sino como defecto ineludible del otro. Es también el caso de los panelistas falsos: lo hacían por necesidad. Laura Bozzo dice “ayudo a los pobres”, “confié en sus testimonios”, y Bayly terminará la canción con el estribillo “Laura miente y se enriquece con los más necesitados”. Pero ninguno asumirá su corresponsabilidad en la generación y la amplificación de la mentira y la vergüenza. Mientras tanto, continuará la apología a la miseria televisiva, reflejo de la miseria ética de Jaime Bayly y Laura Bozzo.

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El complejo edípico en La Luna de Bernardo Bertolucci

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Arturo Caballero Medina

La luna (1979), de Bernardo Bertolucci, narra la historia de una relación crecientemente incestuosa entre una exitosa cantante estadounidense de ópera y su hijo adolescente que, conflictuado por la ausencia de su padre, se va haciendo adicto a la heroína. En esta nota, analizaré el complejo de Edipo a través de Joe, personaje que desarrolla una relación incestuosa con Catherina, su madre.

Durante la trama de la película, asistimos a la exposición del drama edípico que protagonizan Joe, la madre y el padre, éste último ausente la mayor parte del tiempo. Pero este drama edípico tiene una evolución: aparición, desarrollo y desenlace o superación que culmina con la ubicación ,en el lugar que le corresponde, a Joe, personaje que protagoniza este drama; ubicación que le es puesta de manera violenta por el padre (de un cachetazo). Pero veamos cuáles son los momentos de la evolución del drama edípico puestos en escena en la cinta La luna.

La primera etapa corresponde a la infancia del sujeto con la madre. El sujeto entra en contacto con la realidad circundante (objetos, ambiente, personas) de la cual tiene una imagen difusa; etapa a la cual Lacan denomina estadio del espejo (6 a 18 meses), caracterizada por esta visión fragmentada de la realidad que tiene el sujeto antes de la aparición de este estadio. El niño tiene como primer objeto de deseo a su madre, la tiene cerca, pero la figura del padre surge como rival. Él es quien se la arrebata. El trauma que provoca en el niño contemplar las relaciones sexuales de sus padres, las cuales interpreta como lucha, son representadas en la cinta como el baile al ritmo de twist, el padre con el cuchillo y el pescado; el niño siente que su madre sufre y llora. Se refugia en la abuela y debe dejar a su propia madre disfrutar del padre rival. Aparece el drama edípico en su fase inicial.

La segunda etapa corresponde a la muerte del padre. Joe está en la edad de transición entre la pubertad y la adolescencia. En este periodo el sujeto ve acentuadas sus contradicciones, conflictos de identificación y busca acercarse efectivamente y sin enfrentamientos tanto al padre como a la madre. Ella, en tanto objeto de deseo, ya no está tan cerca como en la infancia; padre y madre se deben mutuas obligaciones y Joe intenta encajar en ellas: viajar con la madre, reemplazar al padre en sus actividades de manera eficiente, etc., con lo cual obtiene la negativa de la madre. Explicación importante: el padre es insutituible en su función, el hijo no puede aspiara a usurpar ese lugar. El camino hacia la segunda muerte del madre es duro. La desaparición del padre no ayuda a Joe a superar el drama, sino que lo lleva a una intensa búsqueda de la imagen paterna, tormentosa hasta derivar en la adicción a la heroína y a relaciones incestuosas debido a su vacío existencial.

La tercera etapa se podría llamar de unión con la madre. El padre difunto ya no es obstáculo para Joe quien tiene el campo libre y, en ese propósito, la madre lo eleva de categoría. Es la etapa más sustancial de la películo donde tienen lugar las experiencias más interesantes y radicales, por no decir, inesperadas. La madre quiere hacer de Joe un hombre, pero Joe es un niño-hombre u hombre-niño amorfo que sigue en intensa búsqueda de su referente paterno. Tenemos desde el consumo de drogas, el asentimiento de la madre ante la impotencia de no poder evitarlo, el hijo-padre que no encuentra su lugar y que los quiere encontrar reemplazando al padre, lo cual lo conduce a una relación incestuosa con su madre: ésta lo cela cual pareja de enamorados y obtiene la confirmación de su propósito con la reacción de Joe quien golpea los platos con los cubiertos, actitud infantil, el niño cree mandar con solo gritar. Esto significa una regresión hacia los estadios donde disfrutaba de la madre. Pero el desengaño es inevitable porque Catherina no puede hacer de Joe un hombre ya que él es aún un niño-hombre a la deriva.

La última etapa es la del descubrimiento del padre o superación del complejo de Edipo. Joe descubre a su verdadero padre e increpa el porqué su madre se lo había ocultado. Está cerca del padre que siempre buscó y obtiene de él una actitud que nunca había recibido. Es el padre verdadero, el padre nunca deja de ser padre, autoridad, quien devuelve de un cachetazo a Joe al lugar que le corresponde, y éste lejos de rechazarlo, pareciera que se lo agradeciera. Él nunca tuvo el referente masculino de autoridad y determinación de límites; por el contrario, lo único que obtuvo de su madre fueron contemplaciones, permisividad, que finalmente no lo ayudaron a superar su problema.

Esto en cuanto a las partes claves en el desarrollo de la película. Explicaré a continuación el simbolismo de la luna. Luna y madre son, a mi parecer, aquí símbolos análogos, cumplen los mismo roles, más allá de los significados que histórica y antropológicamente poseen. La película abre y cierra con la luna; ésta es funcionalmente como la madre que primero es la mujer maternal (Joe bebé y su madre paseando en bicicleta a la luz de la luna); la madre inquisidora (Joe y Ariadna en el cine, el techo se abre y ven la luna; Joe se tiene que retirar); y finalmente, la madre reveladora del padre o la madre que une (escena final, padre, madre e hijo y sobre ellos la luna).

Tales son, entonces, las posibles conclusiones respecto a la cinta de Bertolucci que, de manera muy explícita, nos muestra el drama edípico acentuado por la ausencia del padre y la analogía del simbolismo lunar con la madre.

Video completo de La Luna (1979) de Bernardo Bertolucci


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El complejo edípico en La Luna de Bernardo Bertolucci

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Arturo Caballero Medina

La luna (1979), de Bernardo Bertolucci, narra la historia de una relación crecientemente incestuosa entre una exitosa cantante estadounidense de ópera y su hijo adolescente que, conflictuado por la ausencia de su padre, se va haciendo adicto a la heroína. En esta nota, analizaré el complejo de Edipo a través de Joe, personaje que desarrolla una relación incestuosa con Catherina, su madre.

Durante la trama de la película, asistimos a la exposición del drama edípico que protagonizan Joe, la madre y el padre, éste último ausente la mayor parte del tiempo. Pero este drama edípico tiene una evolución: aparición, desarrollo y desenlace o superación que culmina con la ubicación ,en el lugar que le corresponde, a Joe, personaje que protagoniza este drama; ubicación que le es puesta de manera violenta por el padre (de un cachetazo). Pero veamos cuáles son los momentos de la evolución del drama edípico puestos en escena en la cinta La luna.

La primera etapa corresponde a la infancia del sujeto con la madre. El sujeto entra en contacto con la realidad circundante (objetos, ambiente, personas) de la cual tiene una imagen difusa; etapa a la cual Lacan denomina estadio del espejo (6 a 18 meses), caracterizada por esta visión fragmentada de la realidad que tiene el sujeto antes de la aparición de este estadio. El niño tiene como primer objeto de deseo a su madre, la tiene cerca, pero la figura del padre surge como rival. Él es quien se la arrebata. El trauma que provoca en el niño contemplar las relaciones sexuales de sus padres, las cuales interpreta como lucha, son representadas en la cinta como el baile al ritmo de twist, el padre con el cuchillo y el pescado; el niño siente que su madre sufre y llora. Se refugia en la abuela y debe dejar a su propia madre disfrutar del padre rival. Aparece el drama edípico en su fase inicial.

La segunda etapa corresponde a la muerte del padre. Joe está en la edad de transición entre la pubertad y la adolescencia. En este periodo el sujeto ve acentuadas sus contradicciones, conflictos de identificación y busca acercarse efectivamente y sin enfrentamientos tanto al padre como a la madre. Ella, en tanto objeto de deseo, ya no está tan cerca como en la infancia; padre y madre se deben mutuas obligaciones y Joe intenta encajar en ellas: viajar con la madre, reemplazar al padre en sus actividades de manera eficiente, etc., con lo cual obtiene la negativa de la madre. Explicación importante: el padre es insutituible en su función, el hijo no puede aspiara a usurpar ese lugar. El camino hacia la segunda muerte del madre es duro. La desaparición del padre no ayuda a Joe a superar el drama, sino que lo lleva a una intensa búsqueda de la imagen paterna, tormentosa hasta derivar en la adicción a la heroína y a relaciones incestuosas debido a su vacío existencial.

La tercera etapa se podría llamar de unión con la madre. El padre difunto ya no es obstáculo para Joe quien tiene el campo libre y, en ese propósito, la madre lo eleva de categoría. Es la etapa más sustancial de la películo donde tienen lugar las experiencias más interesantes y radicales, por no decir, inesperadas. La madre quiere hacer de Joe un hombre, pero Joe es un niño-hombre u hombre-niño amorfo que sigue en intensa búsqueda de su referente paterno. Tenemos desde el consumo de drogas, el asentimiento de la madre ante la impotencia de no poder evitarlo, el hijo-padre que no encuentra su lugar y que los quiere encontrar reemplazando al padre, lo cual lo conduce a una relación incestuosa con su madre: ésta lo cela cual pareja de enamorados y obtiene la confirmación de su propósito con la reacción de Joe quien golpea los platos con los cubiertos, actitud infantil, el niño cree mandar con solo gritar. Esto significa una regresión hacia los estadios donde disfrutaba de la madre. Pero el desengaño es inevitable porque Catherina no puede hacer de Joe un hombre ya que él es aún un niño-hombre a la deriva.

La última etapa es la del descubrimiento del padre o superación del complejo de Edipo. Joe descubre a su verdadero padre e increpa el porqué su madre se lo había ocultado. Está cerca del padre que siempre buscó y obtiene de él una actitud que nunca había recibido. Es el padre verdadero, el padre nunca deja de ser padre, autoridad, quien devuelve de un cachetazo a Joe al lugar que le corresponde, y éste lejos de rechazarlo, pareciera que se lo agradeciera. Él nunca tuvo el referente masculino de autoridad y determinación de límites; por el contrario, lo único que obtuvo de su madre fueron contemplaciones, permisividad, que finalmente no lo ayudaron a superar su problema.

Esto en cuanto a las partes claves en el desarrollo de la película. Explicaré a continuación el simbolismo de la luna. Luna y madre son, a mi parecer, aquí símbolos análogos, cumplen los mismo roles, más allá de los significados que histórica y antropológicamente poseen. La película abre y cierra con la luna; ésta es funcionalmente como la madre que primero es la mujer maternal (Joe bebé y su madre paseando en bicicleta a la luz de la luna); la madre inquisidora (Joe y Ariadna en el cine, el techo se abre y ven la luna; Joe se tiene que retirar); y finalmente, la madre reveladora del padre o la madre que une (escena final, padre, madre e hijo y sobre ellos la luna).

Tales son, entonces, las posibles conclusiones respecto a la cinta de Bertolucci que, de manera muy explícita, nos muestra el drama edípico acentuado por la ausencia del padre y la analogía del simbolismo lunar con la madre.

Video completo de La Luna (1979) de Bernardo Bertolucci


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Mario Vargas Llosa y el arte contemporáneo

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Claudia Uribe Chinen

En medio de una multitud de matices y de toda una gama de expresiones, podemos definir al arte como el vivo reflejo de la capacidad creadora del hombre. Por medio del arte es posible entablar una especie comunicación indirecta con el creador, captando su imaginación y, de alguna manera, lo que nos quiere transmitir, además de que nos permite experimentar sensaciones que de ningún otro modo podríamos canalizar. A propósito de ello, el arte está expuesto a toda clase de opiniones, que por supuesto, pueden abarcar desde las más halagadoras hasta las más intransigentes. Esta última se podría ejemplificar con el texto publicado por Vargas Llosa, en el cual se declara como enemigo acérrimo del arte contemporáneo, tras una visita a la muestra “Sensación” en la Royal Academy of Arts de Londres, Inglaterra. En el artículo titulado “Caca de elefante”, Vargas Llosa deja notar que las obras expuestas en aquella galería no cubrieron sus expectativas. Sin embargo, ¿era necesario recriminar de semejante forma al arte moderno tan solo por un disgusto personal? Al parecer se excedió con sus críticas referentes a la pérdida de la esencia del arte.

Cuando Vargas Llosa visitó la exposición en Londres, convirtió en objetos de crítica a las obras de arte moderno que pudo contemplar: cuadros en los que aparecía la Virgen María rodeada de fotos pornográficas y niños andróginos cuyas caras eran falos erectos, o el impacto de bala en un cerebro humano, que en realidad asemejaba una vagina y una vulva. Dicho de otro modo, se vio inmerso en una dimensión donde primaba la “obsesión
genital”, como él mismo lo denomina, al momento de argumentar que aquello constituía la principal motivación de los jóvenes artistas. Los límites del arte se van expandiendo con el paso del tiempo, ello implica cambios en las tendencias y variaciones en los gustos. En cierto modo, el juicio de Vargas Llosa es muy apresurado al calificar como “obsesión genital” la tendencia predominante en las obras de arte moderno de los jóvenes. Tal vez se trate tan solo de una “moda”, o sencillamente, una tendencia, una corriente artística efímera, así como tantas otras que se manifestaron a lo largo de la historia del arte. No debe culparla de degradar la esencia del arte. ¿Acaso no habría sucedido algo similar durante el renacimiento en sus inicios, por ejemplo? Representar en las obras a mujeres u hombres desnudos suscitó revuelo alguna vez en su época, sin embargo, hoy en día se admiran las manifestaciones del Renacimiento por su naturaleza innovadora. En tanto que la cruda advertencia de que “algo anda podrido en el mundo del arte”, por parte del escritor, es demasiado generalizante. El hecho de que tales obras contemporáneas no sean de su agrada, se reduce únicamente a cuestiones de gusto.
Por otro lado, afirma que ya no existe criterio objetivo que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, debido a que tal posibilidad se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. Asimismo, que en la actualidad “todo” puede ser arte y “nada” lo es, según el soberano capricho de los espectadores que opinan al respecto al nivel de jueces que antaño detentaban solo ciertos críticos. La diversidad de estilos contrasta con la infinidad de calificativos que giran en torno a ellos, así cada quien puede libremente jerarquizar las expresiones del arte según sus gustos y preferencias. No es necesario ser un renombrado crítico para estar en la posibilidad de opinar respecto al arte. Es más, no siempre todas las personas convergen con los mismo gustos de patrones estéticos, pues el arte no va en busca de agentes homogeneizadores de preferencias. Además, podemos decir que lo atractivo de las revoluciones artísticas radica en el espíritu innovador. En
efecto, nos apoyamos en la respuesta que dio Juan Antonio Ramírez a Vargas Llosa: “Los artistas de nuestro siglo han abierto un inmenso universo de posibilidades creativas, explorando vías desconocidas para las otras ramas de la creación, incrementando así nuestro conocimiento del mundo, con invitaciones a disfrutar de la nida con mayor intensidad”.
Según Vargas Llosa, el modelo a seguir de los jóvenes artistas de nuestros días es Seurat. Correcto, él lo elogia por su extraordinaria y breve carrera artística. Pero olvida que ése es su punto de vista, obviando la aprobación de muchos otros que pueden opinar lo contrario. Sin olvidar que recalcó que los artistas son sobornables para hacerse acreedores del éxito tan anhelado. La preferencia que él tiene por ciertos patrones estéticos del arte, que encuentra en Seurat, no justifica que desacredite la labor e imaginación de otros, a quienes considera sobornables. Quién sabe si quizás hayan personas “que se tapan la nariz” al presenciar los cuadros de Seurat.
El arte no está hecho para complacer a toda clase de público, los gustos dependen de cada quien, independientemente. Sin lugar a dudas, habrá obras que sean de nuestro agrado como también de las que no lo son. Cada tendencia ha demarcado determinados caracteres que conllevaron al reconocimiento de los artistas, merced de su talento y creatividad; ni Picasso, ni Dalí tuvieron que empinarse en una “montaña de mierda paquidérmica” para ser admirados a nivel mundial. Por lo tanto, es preciso señalar que Vargas Llosa debió medir sus palabras al opinar acerca del arte contemporáneo porque al parecer, quiere imponer sus puntos de vista para degradar a su objeto de crítica. Todos poseen preferencias propias y esto es en general, no solo en el arte; además como se suele decir “zapatero a su zapato”, o sino habría que preguntarle a Humala qué opina de “No se lo digas a nadie”.
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Mario Vargas Llosa y el arte contemporáneo

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Claudia Uribe Chinen

En medio de una multitud de matices y de toda una gama de expresiones, podemos definir al arte como el vivo reflejo de la capacidad creadora del hombre. Por medio del arte es posible entablar una especie comunicación indirecta con el creador, captando su imaginación y, de alguna manera, lo que nos quiere transmitir, además de que nos permite experimentar sensaciones que de ningún otro modo podríamos canalizar. A propósito de ello, el arte está expuesto a toda clase de opiniones, que por supuesto, pueden abarcar desde las más halagadoras hasta las más intransigentes. Esta última se podría ejemplificar con el texto publicado por Vargas Llosa, en el cual se declara como enemigo acérrimo del arte contemporáneo, tras una visita a la muestra “Sensación” en la Royal Academy of Arts de Londres, Inglaterra. En el artículo titulado “Caca de elefante”, Vargas Llosa deja notar que las obras expuestas en aquella galería no cubrieron sus expectativas. Sin embargo, ¿era necesario recriminar de semejante forma al arte moderno tan solo por un disgusto personal? Al parecer se excedió con sus críticas referentes a la pérdida de la esencia del arte.

Cuando Vargas Llosa visitó la exposición en Londres, convirtió en objetos de crítica a las obras de arte moderno que pudo contemplar: cuadros en los que aparecía la Virgen María rodeada de fotos pornográficas y niños andróginos cuyas caras eran falos erectos, o el impacto de bala en un cerebro humano, que en realidad asemejaba una vagina y una vulva. Dicho de otro modo, se vio inmerso en una dimensión donde primaba la “obsesión
genital”, como él mismo lo denomina, al momento de argumentar que aquello constituía la principal motivación de los jóvenes artistas. Los límites del arte se van expandiendo con el paso del tiempo, ello implica cambios en las tendencias y variaciones en los gustos. En cierto modo, el juicio de Vargas Llosa es muy apresurado al calificar como “obsesión genital” la tendencia predominante en las obras de arte moderno de los jóvenes. Tal vez se trate tan solo de una “moda”, o sencillamente, una tendencia, una corriente artística efímera, así como tantas otras que se manifestaron a lo largo de la historia del arte. No debe culparla de degradar la esencia del arte. ¿Acaso no habría sucedido algo similar durante el renacimiento en sus inicios, por ejemplo? Representar en las obras a mujeres u hombres desnudos suscitó revuelo alguna vez en su época, sin embargo, hoy en día se admiran las manifestaciones del Renacimiento por su naturaleza innovadora. En tanto que la cruda advertencia de que “algo anda podrido en el mundo del arte”, por parte del escritor, es demasiado generalizante. El hecho de que tales obras contemporáneas no sean de su agrada, se reduce únicamente a cuestiones de gusto.
Por otro lado, afirma que ya no existe criterio objetivo que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, debido a que tal posibilidad se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. Asimismo, que en la actualidad “todo” puede ser arte y “nada” lo es, según el soberano capricho de los espectadores que opinan al respecto al nivel de jueces que antaño detentaban solo ciertos críticos. La diversidad de estilos contrasta con la infinidad de calificativos que giran en torno a ellos, así cada quien puede libremente jerarquizar las expresiones del arte según sus gustos y preferencias. No es necesario ser un renombrado crítico para estar en la posibilidad de opinar respecto al arte. Es más, no siempre todas las personas convergen con los mismo gustos de patrones estéticos, pues el arte no va en busca de agentes homogeneizadores de preferencias. Además, podemos decir que lo atractivo de las revoluciones artísticas radica en el espíritu innovador. En
efecto, nos apoyamos en la respuesta que dio Juan Antonio Ramírez a Vargas Llosa: “Los artistas de nuestro siglo han abierto un inmenso universo de posibilidades creativas, explorando vías desconocidas para las otras ramas de la creación, incrementando así nuestro conocimiento del mundo, con invitaciones a disfrutar de la nida con mayor intensidad”.
Según Vargas Llosa, el modelo a seguir de los jóvenes artistas de nuestros días es Seurat. Correcto, él lo elogia por su extraordinaria y breve carrera artística. Pero olvida que ése es su punto de vista, obviando la aprobación de muchos otros que pueden opinar lo contrario. Sin olvidar que recalcó que los artistas son sobornables para hacerse acreedores del éxito tan anhelado. La preferencia que él tiene por ciertos patrones estéticos del arte, que encuentra en Seurat, no justifica que desacredite la labor e imaginación de otros, a quienes considera sobornables. Quién sabe si quizás hayan personas “que se tapan la nariz” al presenciar los cuadros de Seurat.
El arte no está hecho para complacer a toda clase de público, los gustos dependen de cada quien, independientemente. Sin lugar a dudas, habrá obras que sean de nuestro agrado como también de las que no lo son. Cada tendencia ha demarcado determinados caracteres que conllevaron al reconocimiento de los artistas, merced de su talento y creatividad; ni Picasso, ni Dalí tuvieron que empinarse en una “montaña de mierda paquidérmica” para ser admirados a nivel mundial. Por lo tanto, es preciso señalar que Vargas Llosa debió medir sus palabras al opinar acerca del arte contemporáneo porque al parecer, quiere imponer sus puntos de vista para degradar a su objeto de crítica. Todos poseen preferencias propias y esto es en general, no solo en el arte; además como se suele decir “zapatero a su zapato”, o sino habría que preguntarle a Humala qué opina de “No se lo digas a nadie”.
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