Mario Vargas Llosa y el arte contemporáneo

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Claudia Uribe Chinen

En medio de una multitud de matices y de toda una gama de expresiones, podemos definir al arte como el vivo reflejo de la capacidad creadora del hombre. Por medio del arte es posible entablar una especie comunicación indirecta con el creador, captando su imaginación y, de alguna manera, lo que nos quiere transmitir, además de que nos permite experimentar sensaciones que de ningún otro modo podríamos canalizar. A propósito de ello, el arte está expuesto a toda clase de opiniones, que por supuesto, pueden abarcar desde las más halagadoras hasta las más intransigentes. Esta última se podría ejemplificar con el texto publicado por Vargas Llosa, en el cual se declara como enemigo acérrimo del arte contemporáneo, tras una visita a la muestra “Sensación” en la Royal Academy of Arts de Londres, Inglaterra. En el artículo titulado “Caca de elefante”, Vargas Llosa deja notar que las obras expuestas en aquella galería no cubrieron sus expectativas. Sin embargo, ¿era necesario recriminar de semejante forma al arte moderno tan solo por un disgusto personal? Al parecer se excedió con sus críticas referentes a la pérdida de la esencia del arte.

Cuando Vargas Llosa visitó la exposición en Londres, convirtió en objetos de crítica a las obras de arte moderno que pudo contemplar: cuadros en los que aparecía la Virgen María rodeada de fotos pornográficas y niños andróginos cuyas caras eran falos erectos, o el impacto de bala en un cerebro humano, que en realidad asemejaba una vagina y una vulva. Dicho de otro modo, se vio inmerso en una dimensión donde primaba la “obsesión
genital”, como él mismo lo denomina, al momento de argumentar que aquello constituía la principal motivación de los jóvenes artistas. Los límites del arte se van expandiendo con el paso del tiempo, ello implica cambios en las tendencias y variaciones en los gustos. En cierto modo, el juicio de Vargas Llosa es muy apresurado al calificar como “obsesión genital” la tendencia predominante en las obras de arte moderno de los jóvenes. Tal vez se trate tan solo de una “moda”, o sencillamente, una tendencia, una corriente artística efímera, así como tantas otras que se manifestaron a lo largo de la historia del arte. No debe culparla de degradar la esencia del arte. ¿Acaso no habría sucedido algo similar durante el renacimiento en sus inicios, por ejemplo? Representar en las obras a mujeres u hombres desnudos suscitó revuelo alguna vez en su época, sin embargo, hoy en día se admiran las manifestaciones del Renacimiento por su naturaleza innovadora. En tanto que la cruda advertencia de que “algo anda podrido en el mundo del arte”, por parte del escritor, es demasiado generalizante. El hecho de que tales obras contemporáneas no sean de su agrada, se reduce únicamente a cuestiones de gusto.
Por otro lado, afirma que ya no existe criterio objetivo que permita calificar o descalificar una obra de arte, ni situarla dentro de una jerarquía, debido a que tal posibilidad se fue eclipsando a partir de la revolución cubista y desapareció del todo con la no figuración. Asimismo, que en la actualidad “todo” puede ser arte y “nada” lo es, según el soberano capricho de los espectadores que opinan al respecto al nivel de jueces que antaño detentaban solo ciertos críticos. La diversidad de estilos contrasta con la infinidad de calificativos que giran en torno a ellos, así cada quien puede libremente jerarquizar las expresiones del arte según sus gustos y preferencias. No es necesario ser un renombrado crítico para estar en la posibilidad de opinar respecto al arte. Es más, no siempre todas las personas convergen con los mismo gustos de patrones estéticos, pues el arte no va en busca de agentes homogeneizadores de preferencias. Además, podemos decir que lo atractivo de las revoluciones artísticas radica en el espíritu innovador. En
efecto, nos apoyamos en la respuesta que dio Juan Antonio Ramírez a Vargas Llosa: “Los artistas de nuestro siglo han abierto un inmenso universo de posibilidades creativas, explorando vías desconocidas para las otras ramas de la creación, incrementando así nuestro conocimiento del mundo, con invitaciones a disfrutar de la nida con mayor intensidad”.
Según Vargas Llosa, el modelo a seguir de los jóvenes artistas de nuestros días es Seurat. Correcto, él lo elogia por su extraordinaria y breve carrera artística. Pero olvida que ése es su punto de vista, obviando la aprobación de muchos otros que pueden opinar lo contrario. Sin olvidar que recalcó que los artistas son sobornables para hacerse acreedores del éxito tan anhelado. La preferencia que él tiene por ciertos patrones estéticos del arte, que encuentra en Seurat, no justifica que desacredite la labor e imaginación de otros, a quienes considera sobornables. Quién sabe si quizás hayan personas “que se tapan la nariz” al presenciar los cuadros de Seurat.
El arte no está hecho para complacer a toda clase de público, los gustos dependen de cada quien, independientemente. Sin lugar a dudas, habrá obras que sean de nuestro agrado como también de las que no lo son. Cada tendencia ha demarcado determinados caracteres que conllevaron al reconocimiento de los artistas, merced de su talento y creatividad; ni Picasso, ni Dalí tuvieron que empinarse en una “montaña de mierda paquidérmica” para ser admirados a nivel mundial. Por lo tanto, es preciso señalar que Vargas Llosa debió medir sus palabras al opinar acerca del arte contemporáneo porque al parecer, quiere imponer sus puntos de vista para degradar a su objeto de crítica. Todos poseen preferencias propias y esto es en general, no solo en el arte; además como se suele decir “zapatero a su zapato”, o sino habría que preguntarle a Humala qué opina de “No se lo digas a nadie”.

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